7
Kirk se volvió hacia la mujer, y McCoy vio algo nuevo en la forma de mirarla… como si toda la fatiga lo hubiera abandonado y algo acabara de encajar en su lugar en el universo.
—Por supuesto —comentó Kirk con el tono del que descubre una ley de la naturaleza.
—¿Por supuesto? —protestó McCoy—. ¿Spock salta a una conclusión que está a unos cuantos años luz de distancia… y a usted le parece obvio? La «lógica» vulcaniana debe de ser contagiosa en estos tiempos.
El aire de Spock dio la sensación de que por una vez podría tener la gracia de sentirse violento.
—La inferencia era algo remota, pero obligatoria, doctor.
La mujer sonrió.
—Ya lo creo. Estaría interesada en oír esa lógica, señor Spock.
Spock la miró con una expresión que McCoy no pudo descifrar.
—He realizado algunos estudios de su historial.
Kirk se volvió para realizar su propio estudio del vulcaniano.
—Sola Thane —continuó Spock— fue, entre otras cosas, la primera no vulcaniana que participó con distinción en una prueba mental vulcaniana que requería un alto orden de sofisticación filosófica y lógica pura.
—Supongo que eso pertenece a su departamento, señor Spock —comentó Kirk—. También sirvió con bastante distinción en la Flota Estelar… incluyendo la salvación por su parte de una nave en el incidente «Endurance». —Se volvió a mirar a la mujer con ojos casi acusadores—. Si el señor Spock está en lo cierto…, y tengo la seguridad de que así es…, usted estaba designada para comandar una nave estelar… cuando dimitió y desapareció.
Ella miró a Kirk a los ojos.
—Observo que ha llevado a cabo algunos estudios, capitán Kirk. Al igual que yo sobre usted.
—¿Por qué renunció usted a una nave estelar? —insistió Kirk.
—Había un asunto que tenía que solucionar. Eso requería regresar a mis propias raíces.
—No había ningún dato respecto a su planeta de origen —comentó Spock.
—No.
—Era Zaran —declaró Spock de forma categórica.
No era una pregunta, pero Sola Thane asintió con la cabeza.
—Los dos somos híbridos, señor Spock. Compartimos el planeta de su madre, que es el mundo de mi padre.
—Eso lo explica —murmuró McCoy. Había estado intentando identificar el aspecto de ella, su especie. Era medio humana y tenía un aspecto casi completamente humano. Pero su otra mitad no era más humana que la herencia vulcaniana de Spock… y sin duda contenía para ellos, como humanos, la misma cantidad de sorpresas y trampas. La especie nativa de Zaran era poco conocida. Se suponía que había sido una especie cazadora que ahora estaba sometida a algún tipo de opresión por parte de los humanos que huyeron de la Tierra al derrumbarse los antiguos imperios totalitarios. McCoy creyó recordar un par de notas médicas sobre la especie aborigen de Zaran. No había esperado encontrarse con un espécimen allí—. Las mujeres de su raza —comentó McCoy—, ¿no tenían algún papel especial en la caza?
—Doctor McCoy, ellas eran las cazadoras. —Miró a McCoy durante un momento pero no siguió adelante—. Capitán, tenemos poco tiempo. He estado emitiendo una señal que podría desalentar a algunos predadores, pero su actividad está terminando. Propongo que aplacemos la conversación hasta llegar a la Enterprise. Si algún efecto misterioso le ha afectado, ha hecho su trabajo tan concienzudamente que yo no consigo detectar la diferencia. Y si me hubiese afectado a mí, creo que estarían perdidos en cualquier caso. Solicito un transporte rápido. Millones de vidas y la supervivencia de mi especie en Zaran dependen de ello.
Kirk la miró atentamente durante un largo instante.
—¿Lo único que solicita es un transporte rápido?
—El resto tengo que hacerlo yo sola.
Kirk sacó el mensaje en código de mando del jefe de Estado Mayor, y se lo entregó sin hacer comentarios. Como agente autónomo, ella podría leerlo. Ella, o un capitán de nave estelar. Nadie más.
Pero los leonados ojos leyeron algo más que el mensaje.
—Ya veo —comentó—. Su nave estelar ha sido puesta a mi disposición. No he permanecido completamente fuera de contacto. Capitán Kirk, se ha convertido usted en una leyenda. Es la leyenda de una nave que funciona sobre la lealtad a un solo hombre, y de un primer oficial que sirve sólo a ese hombre. Solicito su nave para mis propósitos, pero la solicito con su leyenda de funcionamiento intacta.
Kirk inclinó apenas la cabeza.
—Mi impulso habría sido el de cooperar plenamente con un agente autónomo. El asunto no fue dejado a mi impulso o juicio.
Ella asintió con la cabeza y pareció llegar a una decisión.
—Capitán, si fuera usted menos de lo que es, no le diría por qué el jefe de Estado Mayor me ha otorgado esta autoridad. Su capacidad de juicio no es cuestionada; pero usted no puede conocer mi misión, y esa misión no sólo está relacionada con mi especie, sino con el destino de la Flota Estelar; e, incidentalmente, con el destino del propio Anciano. Es posible que esté incluso relacionada con el destino de la vida inteligente de la galaxia. Mi autoridad no se extiende hasta el punto de decirle a usted cómo está conectada con todo eso.
Kirk permaneció en silencio durante unos instantes.
—Le agradezco que me haya contado esa parte. Debo advertirle que no trabajo bien… a ciegas.
Ella asintió con la cabeza.
—Tampoco yo. Pero no puedo ayudarle más. —Ella le tendió la tarjeta del mensaje—. Sin embargo, acordemos esforzarnos para no llegar al punto que me obligue a utilizar esto para vencer su resistencia.
Por primera vez, Kirk le dedicó una leve sonrisa, un poco torcida.
—Advierto que no está diciendo que no lo hará.
—No.
Los ojos de él aceptaron el desafío.
—De acuerdo. Es una advertencia justa.
Los ojos de ella rieron.
—No. No lo es. Pero tal vez usted no tenga que llegar a averiguar todas las cosas sobre las que debería haberle advertido.
Kirk sonrió con expresión peligrosa.
—En ese caso, tampoco yo la pondré sobre aviso.
McCoy suspiró, y si le hubiese puesto letra a esa música, habría sido: «Ya estamos otra vez».
Se volvió en busca de una expresión de paciente tolerancia en la cara de Spock… y no la halló. La expresión que tenía no pudo interpretarla, o no quiso creerla. Tampoco, según sospechaba el médico, podía creerla el propio vulcaniano. Ni siquiera se trataba del aire prehistórico que McCoy había observado cuando la regresión de Spock al pasado de las antiguas cavernas de hielo de Sarpeidon había permitido al vulcaniano desear a Zarabeth. Era mucho peor que eso, y McCoy tuvo la repentina sensación de que se trataba de algo más peligroso.
Lo que tenía delante no era la euforia de las esporas, ni el efecto de algún virus. Se parecía muchísimo a Spock, con pleno control de sí mismo, golpeado por algún efecto que él mismo jamás había experimentado ante una mujer.
McCoy miró a Kirk y supo que todos tenían problemas. Ni siquiera era el «ya estamos otra vez». Se trataba de una expresión que McCoy no había visto desde que Kirk había encontrado —y perdido— a Edith Keeler; y quizá ni siquiera entonces. Edith había conjurado al futuro del pasado en el que nació pero al que jamás perteneció. Pero la mujer que tenía delante estaba en su hogar, en el presente de ellos, y en las estrellas… haciendo un trabajo que se equiparaba al peligro, la envergadura, el riesgo moral a que estaba sometido un capitán de nave estelar. ¿Cómo podía Kirk no reaccionar ante eso, siendo como era? Y, que Dios los ayudara a todos, ¿cómo era que McCoy nunca se había dado cuenta de que tenía que llegar un momento en el que dos hombres que virtualmente se habían convertido en uno solo, serían uno también en esto?
Vio que Kirk se volvía hacia Spock, veía la expresión del vulcaniano, comenzaba a descartarla como si estuviese convencido de haberla interpretado erróneamente, volvía a mirarle y se daba cuenta de que su interpretación era exacta.
—¿Spock? —dijo Kirk, casi involuntariamente.
Spock se sobrepuso de manera visible.
—Nada, capitán.
Kirk no le creyó pero se dio cuenta de que Spock deseaba con todas sus fuerzas regresar a su coraza vulcaniana.
—Muy bien, señor Spock.
Sin embargo la mujer también lo había percibido.
—Señor Spock —comentó—, también usted se ha convertido en una leyenda… en Vulcano y a través de las estrellas. Hace mucho que conozco esa leyenda y la he seguido con interés, y con el deseo de comentar uno o dos puntos de filosofía y lógica con usted. No obstante, ahora me gustaría saber qué le impulsó a estudiar mi expediente.
Spock le dirigió ahora una mirada pétrea, pero no intentó negarlo.
—En la leyenda sobre usted… su comportamiento parecía… lógico. Eso no es… corriente.
—¿En mi sexo? —inquirió ella.
—En su especie. Al menos…, no en la que compartimos ambos.
Ella se echó a reír ante esa afirmación, una risa entre dientes, baja.
—¿Y dice que usted encontró lógico mi comportamiento, señor Spock? Estoy tremendamente interesada en su opinión.
—Sí —dijo Spock—. Pero usted parecía disfrutar de ello.
Ella volvió a reír.
—Ahí está el punto de filosofía del que quería hablar con usted.
—Aquí, no —dijo Spock—. Me he permitido distraerme de manera ilógica. No deberíamos haber permanecido aquí.
—Ahora podemos marcharnos —asintió Sola. Se volvió a mirar su pequeña nave—. Transpórtenla. Voy a necesitar la exploradora.
Pero entonces McCoy la vio volverse sobre sí, al tiempo que se agachaba, incluso antes de que el biocinturón de él le enviara una señal de advertencia…, como si ella tuviera los sentidos incorporados en la piel.
Un animal saltó desde el flanco de la nave exploradora que lo ocultaba.
No se parecía a ningún animal de la Tierra, pero la primera mezcla de impresiones que le llegó a McCoy fue de algo así como un perro-lobo dientes de sable…, tan alto como un hombre, y más rápido.
Saltó a la garganta de Sola Thane…