18
McCoy profirió una imprecación.
Él parecía ser el único que tenía aliento para hacerlo. Spock, tras contemplar durante un instante el asiento de mando con ojos fijos, se aferró a los controles de la terminal científica con una calma excesivamente deliberada, que McCoy había aprendido a interpretar demasiado bien.
—Sondeo completo de sensores —ordenó el vulcaniano.
Sola dio media vuelta sin decir una palabra y se encaminó hacia las puertas del turboascensor. Spock se puso de pie y la cogió por una muñeca, deteniéndola.
—¿Dónde los buscarías? —le preguntó.
—Yo soy una cazadora de Zaran.
—Un proceso tiene que tener un principio —le dijo Spock—. Podrían pasar horas, si es que lo consigo, antes de que pueda localizar las lecturas de una sola forma de vida humana.
Sola lo miró directamente a los ojos.
—Si el vínculo ha comenzado, habrá un tenue hilo de sentido de la dirección.
—Has dicho que aquí no había nadie por quien estuvieras dispuesta a aceptar la caza nupcial —le recordó irritado Spock.
Ella levantó la cabeza.
—Mentí, señor Spock. Dos veces.
—Muy bien —declaró Spock—. Iré contigo. Ella sacudió la cabeza.
—No es posible. Eso alteraría el mecanismo por el cual debo encontrarlo, yo sola.
—Él es mi capitán, y es mi responsabilidad.
—No, Spock. Esta vez es responsabilidad mía. Déjame marchar antes de que él muera ahí abajo. Spock le soltó la muñeca.
—Llévate esto —le dijo Spock, entregándole su comunicador y su pistola fásica—. ¿Utilizarás el transportador?
—No. Viajaré en la nave exploradora para buscar una pista. Existe un área en la zona ecuatorial, cerca de donde aterricé la vez anterior, que es el centro del gigantismo…, el área más peligrosa.
—Ya lo sé —replicó Spock.
Ella se encaminó hacia el turboascensor.
Pero fue en ese momento cuando Spock desapareció en el mismo rielar del transportador extraño.
En ese punto, ni siquiera McCoy pudo proferir una maldición. Y de pronto se dio cuenta de que el vulcaniano se había quedado sin arma ni comunicador.
—Y ahora, ¿tras cuál de los dos irá usted? —le preguntó McCoy a Sola. Si la Totalidad lo oyó o Uhura lo miró con una conjetura escandalizada en los ojos, a él no le importó. Dentro de un momento estaría bien claro por qué ambos hombres habían desaparecido.
—Aparentemente, doctor, eso es lo que la Totalidad desea averiguar —dijo Gailbraith.
—Eso no lo averiguará por mis actos, caballeros —replicó Sola—. Existe una sola opción.
Pero no dijo cuál era, y traspuso las puertas del turboascensor sin pronunciar una sola palabra más. McCoy consideró el intentar detenerla, y decidió no hacerlo. No sólo era probable que resultase fútil, sino que la Totalidad siempre podría llevársela.
Sulu ya estaba hablando por el intercomunicador del timón.
—Ingeniero jefe Scott, acuda al puente, es urgente —llamó—. Señor Scott, el capitán y el señor Spock han desaparecido. Está usted al mando.
Y McCoy oyó que el timonel oriental musitaba:
—¡Eso espero!
McCoy se quedó mirando a Gailbraith.
—Usted podría encontrarlo —dijo McCoy—. Al capitán, por lo menos. Usted tenía algún vínculo con él. Gailbraith se encogió de hombros.
—Nadie me lo ha pedido.
—Yo estoy pidiéndoselo.
—¿Y qué me ofrece?
McCoy se irguió y miró al embajador fijamente a los ojos.
—¿Qué tengo yo que usted quiera? Gailbraith sonrió.
—Tal vez los términos habituales, doctor. ¿Su alma…? McCoy hizo un gesto brusco hacia las puertas del turboascensor.
—Venga conmigo.