29
En un cruce de uno de los corredores, marcado con la letra griega psi, Sola detuvo a Spock.
—Tú sólo puedes llegar hasta aquí.
—¿De veras? —preguntó el vulcaniano, y ella vio que la terquedad de todo Vulcano se apoderaba del rostro de Spock—. ¿En qué basas esa conclusión?
—Éste es un centro focal de la Totalidad —replicó Sola—. Más allá de este punto no se puede funcionar como unidad semiindependiente. Aquí, los poderes de las mujeres zaranas están concentrados en un dispositivo físico-psiónico que permite el control total de todos los que entran. Mediante el contacto de mente a mente, es detectada la más ligera intención de actuar fuera de las exigencias de la Totalidad, y recibe un castigo inmediato. La obediencia es recompensada. Recompensa y castigo son psiónicamente transmitidos directamente a los centros del dolor y el placer cerebrales. Es como si una señal eléctrica estimulara el dolor y el placer directos.
La boca de Spock estaba tensa.
—Eso ha sido hecho mediante la estimulación eléctrica directa…, mucho antes de que Soljenov abandonara la Tierra, en el siglo veinte. Las ratas pulsaban una palanca para obtener placer directo, y hacían caso omiso de la comida, el sueño, el sexo, hasta que morían de inanición.
Sola asintió con la cabeza.
—Nadie ha roto un control de un centro focal. Se los utiliza cuando es necesaria una seguridad o una obediencia totales. En las naves. En las instalaciones vitales. En la batalla. Los hombres prefieren marchar al interior de las fauces de la muerte antes que enfrentarse con el dolor directo. Y el placer directo es, en cualquier caso, más insidioso.
Señor Spock, imagínate a la Enterprise controlada por una obscenidad de esta clase. Imagínate al capitán, también controlado. Tú, concebiblemente, morirías antes que ser absorbido. Él, no. Y tal vez tampoco tú, sabiendo a quién abandonarás y a qué suerte. —Ella echó los hombros hacia atrás—. Esto tiene que acabar aquí, Spock, y yo debo terminar con ello. Si yo consigo romper el control psiónico, puede que algunos de los que me vean hacerlo también lo intenten. Las mujeres zaranas podrían quedar en libertad. Algún zarano podría unir sus manos a las mías para destruir este lugar.
—Podría —dijo Spock—. Hasta ese momento, las manos de todos los hombres estarán en contra de ti…, además de todas las mentes de la Totalidad.
Ella asintió con la cabeza.
—Spock, se trata de un método de control desarrollado y probado con ratas. Hay un fallo en esa teoría.
Él alzó una ceja interrogativa.
—Un hombre —explicó ella— no es una rata. Yo tampoco lo soy.
Durante un momento, los ojos de él aprobaron lo que acababa de decir.
—Estoy de acuerdo. Muy bien. Entremos juntos.
Ella negó con la cabeza.
—Ni siquiera las disciplinas de Vulcano son una protección en este caso. Como hombre, tú eres aún más vulnerable. Como hombre hacia el que yo me siento atraída, convertirás en imposible el que yo lo consiga. Utilizarán eso en mi contra desde el primer instante. Lo que puedes hacer por mí es quedarte aquí fuera, como cuerda de salvación, para que yo sepa que tengo que conseguir regresar aquí, a tu lado. Nada más podría hacerme salir.
—¿Nadie más? —le preguntó Spock.
Ella lo miró a los ojos.
—Él. Pero ellos pueden utilizarlo contra mí en cualquier caso. Si eso sucediera, tú serías la única ancla… para ambos.
Él guardó silencio durante el espacio de varios latidos de corazón. Ella vio el total vacío de la teoría vulcaniana surgir y hundirse tras los ojos de Spock, y luego él se rehízo según una arquitectura que era puramente propia.
—Si yo no fuera un vulcaniano —dijo Spock—, tal vez te diría cuánto necesito ahora ser un auténtico vulcaniano.
—Ésa es otra cosa no vulcaniana que has conseguido muy bien, señor Spock. —Sola se estiró y le rozó los labios con los suyos—. Si yo no regreso en treinta minutos, Spock, búscalo y salid de la montaña. No me busquéis ni esperéis. Las cámaras interiores de las cuevas de los árboles puede que sobrevivan.
—No nos marcharemos sin ti.
Los ojos de ella se endurecieron.
—Lo haréis, o responderéis ante mí. Yo me las arreglaré por mis propios medios.
—¿Podría vivir… sabiendo que has mentido?
«Sí, señor Spock», dijo. Pero en voz alta mintió sin reservas, incluso en el nivel sin palabras que existía entre ambos.
—Si no regreso, será porque he fracasado, y no correré ningún gran peligro. La Totalidad tiene un lugar útil para mí. Vete.
Luego dio media vuelta y se alejó, sin darle más oportunidad de protestar, o detectar la mentira.
Spock la observó mientras se alejaba por el corredor, con la cabeza alta, y sólo le contuvo el saber el uso que ellos podían hacer de su persona en contra de ella.
Ni siquiera de eso estaba seguro. Disponía de las disciplinas de Vulcano. Recurrió a lo más profundo de sí, a la manera de todo lo que le habían enseñado o había aprendido alguna vez, convocando la fuerza de Vulcano contra todo lo que allí conspiraba para erosionarla. «Yo soy Vulcano. Yo tengo el control».
Vio que Sola se estremecía, como abofeteada por fuerzas invisibles. Avanzó hasta sentir el campo psiónico, como una entidad palpable. Podía tocarlo con las manos. Apoyó las palmas contra esa entidad, las metió dentro, y dejó que su mente la examinara, con cautela.
«Entidad, una entidad. Sí. Millones en Una. Ahora la Una era consciente del diminuto Uno femenino que había acudido a desafiarla, y del alienígena que tendía las manos e intentaba enviarle su propia fuerza».
En un repentino cambio de perspectiva, Spock miró a través de los ojos de Sola, consciente tanto de sí mismo como de la batalla interior de ella. Sola se movía a fuerza de voluntad. Los zarcillos de la Unidad se extendían insidiosamente para penetrar en su mente, para alcanzar los centros nerviosos de su cerebro. Ninguna coraza resistiría ante ellos, y la mujer lo sabía desde el principio. La resistencia retrasaba el efecto completo, pero no lo impedía.
Spock sintió, abruptamente, que los zarcillos que se tendían hacia el centro del dolor directo eran como ella los había descrito, pero aún más espantosos de lo que él había imaginado.
Sin embargo, eran los zarcillos que buscaban los centros de placer los que resultaban muchísimo más insidiosos de lo que él había llegado a concebir. Buscaban todos los exquisitos centros del ser, todas las sensaciones, todo el goce, todo el deleite jamás conocidos o deseados, o que estaban más allá de lo que había osado desear. Luego vio que no era meramente físico lo que buscaban. En alguna parte del interior estaba aquel centro reservado mediante el cual la mujer zarana se ligaba a la Unidad más que otras especies, y por la cual, Sola, con su herencia y el entrenamiento recibido fuera del planeta, se vincularía a ella de una forma no conocida por otras mujeres zaranas.
Ahora, Spock podía sentir ese centro de vínculo, abierto y vulnerable, estirado por la atracción de dos anhelos, cosa para la que no había sido hecho. En ese momento, el tener el corazón dividido era la debilidad de ella, la debilidad para la cual nunca se había entrenado, que nunca podría haber esperado. Se había acorazado contra todas las tentaciones corrientes, y su diablo particular había encontrado al único hombre, la única tentación contra la que ella no estaba inmunizada… y luego, por suerte o inadvertencia, había hallado al vulcaniano que nunca esperó ser la segunda tentación de ella.
Spock acudió en su ayuda por instinto, para ofrecerle un poco de protección para esa vulnerabilidad, arrojando su propia resistencia contra los zarcillos que penetraban en la mente de ella para examinarla.
Los zarcillos se detuvieron… y luego la gran Unidad que estaba detrás de ellos percibió la mente vulcaniana y emitió un zarcillo electrificador para explorarla. De pronto, Spock sintió que penetraba muy al fondo en su propia mente, hacia el centro vulcaniano que también era el centro de la unión, también abierto y vulnerable ahora.
En un momento quedaría establecida entre ellos la conexión eléctrica… bajo el control de la Totalidad.
Spock se arrojó físicamente hacia atrás para apartarse del campo. Era lo único que podía hacer. Sintió que la conexión se rompía en el último instante, con una violencia que lo derribó al suelo y lo dejó solo dentro de su propio cuerpo.
Vio que Sola, allá lejos, pasillo abajo, caía de rodillas. Luego, pasado un largo rato, la mujer levantó la cabeza. La volvió para mirar a Spock, y él no vio reproche alguno en sus ojos, como si ella supiera que el vulcaniano había tenido que probarlo. Ahora ambos lo sabían: él no podía estar con ella en ese intento.
Sola se puso de pie y desapareció tras un recodo.
Spock se levantó lentamente. La violencia de la contradicción todavía tiraba de él. Tenía prohibido sentir lo que, de hecho, sentía. Y esta vez no podía encubrirlo ni negarlo, o simplemente vivir con ello, como había hecho con otros sentimientos prohibidos durante todos aquellos años.
Tampoco podía permitir ese sentimiento.
Volvió a aplicar la disciplina de control, a pesar de lo poco que le sirvió. Y esta vez se dispuso a buscar a Kirk. Spock no podía estar con Sola, pero había puesto a prueba el poder con que ella iba a enfrentarse. Si éste era utilizado contra Kirk, o si Kirk era utilizado contra ella… no habría ninguna esperanza, a menos que Spock lograra encontrarlo.
Spock avanzó por el corredor, entrando en aquel estado en el que se movía casi por encima de la dirección de su propia voluntad, siguiendo el instinto que en una o dos ocasiones le había permitido encontrar lo que necesitaba.
La búsqueda daba por supuesto que Kirk aún no había sido absorbido, ni se había entregado, a la Totalidad.
Era una suposición sin pruebas, se advirtió severamente Spock a sí mismo. Sabía demasiado bien cuál era el pacto que habría intentado hacer Kirk, por su nave y por las dos vidas que pensaba que pondría en libertad.
Spock se permitió esperar que el humano pudiese captar la fuerza del enojo vulcaniano desde donde estaba…