28
Soljenov afinó el buscador de esencias. Le mostró las holoauras de las esencias de los tres objetivos, luego disminuyó los colores brillantes hasta un fondo psiónico apenas perceptible, y se concentró en las imágenes visuales tridimensionales de los tres.
Pero el análisis del aura hecho por la cámara Kirlian —él continuaba prefiriendo el antiguo término de la Tierra para denominarla— había mostrado que el aura de la mujer estaba llena de conflicto y de una insoportable sobrecarga fisiológica. Si no la obligaban a escoger pronto, podría muy bien consumirse o destruirse.
Soljenov pulsó un botón para abrir la puerta que había en la cara del risco.
Los tres se encaminaron hacia ella.
—«¿No quiere entrar en mi salón?» —citó Kirk—. Vamos.
Kirk se rezagó al llegar a una bifurcación del corredor.
—Examinen ese ramal —ordenó, y Spock avanzó con Sola delante del capitán.
En el último segundo, Kirk tomó la otra bifurcación y avanzó por ella con rapidez y en silencio, pasó ante un par de corredores laterales y luego siguió otro. Encontró un espacio detrás de una instalación de maquinaria, tras la cual podía ocultarse.
Al cabo de un momento oyó que lo buscaban. ¿Oyó? Sentía virtualmente la concentración de ambos y un trasfondo de enojo. No podía culparlos. Era verdad que la mayor fuerza de los tres residía en estar juntos; pero ninguno de los otros dos le permitiría llevar a cabo lo que tenía que hacer.
Contuvo la respiración, pero estaba casi seguro de que el sentido de la caza nupcial por el que Sola lo había seguido anteriormente, se encontraba desbaratado ahora por la presencia de Spock. Y el sentido que Spock había empleado para seguirlos a ambos tenía que haberlo llevado hasta Sola, y ahora tenía que estar aún más dirigido hacia ella. Así lo esperaba Kirk.
Pasaron ante él y se detuvieron al alcance de la voz. Por una de las raras veces, oyó una palabra de imprecación vulcaniana, y vio que la zarana estaba completamente de acuerdo con ella.
—La búsqueda aleatoria es inútil —comentó Sola—. He perdido la pista nupcial y no podré recuperarla en tu presencia o proximidad.
—Tenemos que separarnos.
Ella profirió un sonido breve, que no llegaba a la risa.
—No hay suficiente distancia, señor Spock. Tal vez no la hay en toda la galaxia.
Por un momento, se miraron el uno al otro. Luego, ella dijo:
—Hay un solo lugar al que él puede acudir finalmente: junto a Soljenov. Y tenemos que encontrarnos con él allí. Pero antes tengo que hacer lo que creía que había de llevarme a Zaran. Puesto que Soljenov ha convertido esto en un campo de batalla, lo haré. Ven.
—¿De qué se trata? —le preguntó Spock.
Ella levantó los ojos hacia él.
—La Tierra tiene una historia de un hombre fuerte despojado de su fuerza mediante un engaño, el cual la recobró para derribar un templo sobre la cabeza de sus enemigos… y sobre sí mismo. Si no me equivoco, Spock, estoy a punto de repetir el acto de Sansón…, aunque intentaré no correr su misma suerte.
Dio media vuelta y Spock la siguió pasillo abajo.
A Kirk le hizo falta recurrir a todas sus fuerzas para no ir tras ellos. Fuera cual fuese la maniobra que ella estaba a punto de llevar a cabo, tenía todas las garantías de ser algo peligroso hasta el punto de la temeridad. Sola estaba desafiando a una fuerza mental que incluía millones de mentes… y una fuerza física que podía aniquilarla en un instante. Spock podía serle de alguna ayuda ante ambas cosas, pero ni siquiera el vulcaniano equivalía a un ejército. Y no podía contarse con que la mujer no se zafara de Spock en un determinado momento con el fin de protegerlo, y continuara en solitario.
Iba a enfrentarse con lo imposible…
Kirk reprimió el impulso de seguirlos, y se alejó en la dirección contraria. No se le ocurrió que lo mismo podía decirse de él…
McCoy llegó con Dobius y Gailbraith al pie de la cara escarpada del volcán. Las unidades geotérmicas parecían una gigantesca escultura de iridio, una construcción de brillante metal hecha por un dios niño, descuidadamente pegada a la ladera del cráter.
McCoy vio la cara del señor Dobius.
—Si pueden hacer esto —declaró el taniano—, a lo mejor sí que tienen algo.
McCoy asintió.
—Consiguieron tener, entre otras cosas, su persona, señor Dobius, o la mitad de usted, en cualquier caso. Y a estas alturas es muy probable que tengan a su capitán y su primer oficial. ¿Puede hallar un camino de entrada?
Dobius hizo una mueca.
—Me esforzaré, doctor. —Pareció consultar algún vago sentido interno. Su rostro se alteró con una expresión tensa que McCoy había observado en él una o dos veces desde la posesión. Se colocó la pistola fásica al alcance de la mano derecha, y McCoy supo que su cerebro izquierdo lo dominaba. Era la mitad que había presentado el modelo de la Totalidad.
McCoy retrocedió hasta colocarse junto a Gailbraith.
—¿Puede usted recuperar el control cuando sea necesario?
Gailbraith se encogió de hombros.
—Eso está por ver. Nos encontramos en el punto focal de una inmensa Totalidad…, en el vértice de un cono mental que tiene su base en Zaran…, de decenas de millones de mentes. Mi Unidad es un pequeño núcleo de mentes presentes, y una tenue dispersión de mentes escogidas que se hallan en los Planetas del núcleo de la Federación. Mi hipótesis es que una Unidad selecta es más poderosa que una Unidad basada parcialmente en la imposición. Pero eso puede ser simplemente una hipótesis sobre la naturaleza de la virtud. Dicha hipótesis podría no tener base en la realidad.
—¿Quiere decir —preguntó McCoy— que el universo no está necesariamente de parte de los buenos?
—Precisamente, doctor. Peor aún, el universo, e incluso los participantes, a veces tienen un poco de dificultad para determinar quiénes son las fuerzas del bien… y al menos quiénes son el futuro. La virtud ha triunfado…, en ocasiones. También lo ha hecho, al menos durante un tiempo, el mal. Y a veces resulta difícil determinar si lo nuevo es erróneo… o sólo diferente.
McCoy gruñó.
—Reconozco eso por lo que respecta a su novedad, embajador. Por lo que yo sé, hasta el comienzo de esta lucha no había reclutado usted a nadie por la fuerza. Y supongo que desde entonces ha estado usted oponiendo resistencia a la Totalidad. Pero no le reconoceré esa mera «diferencia» a la Totalidad. La fuerza es la fuerza.
—¿Qué fuerza supone usted que creó el primer animal multicelular viable, doctor? ¿Qué sucedería si la Totalidad, correcta o errónea, fuese el único catalizador que pudiera llevar la Unidad a la galaxia?
—En ese caso, será mejor que no sea llevada —declaró McCoy—. Solía ser «mi país, correcto o erróneo», luego «mi planeta», «mi imperio»…, lo que fuera. «Mi Totalidad» no hace que sea más correcta… ni menos errónea.
Gailbraith se volvió hacia él y le hizo una leve reverencia.
—Lo felicito, doctor. Ahora veo por qué es usted amigo del capitán, además de médico de su nave.
McCoy hizo una mueca.
—Gailbraith, será mejor que me lo traiga de vuelta…, a él y a todos los demás…, o no habrá visto nada hasta ahora. Siguieron a Dobius en torno a un saliente de la maquinaria, y llegaron a una puerta abierta en la pared del risco.
—Tiene aspecto de invitación grabada —comentó McCoy. Gailbraith parecía interesado.
—La pregunta, doctor, es ¿a qué nos invitan?
—O… ¿a quién invitan? —preguntó McCoy. Se agachó para examinar el suelo. En las cenizas volcánicas que tenían bajo los pies, había tres juegos de pisadas: unas de botas blandas, otra de unos pies largos y finos con botas de Flota Estelar, y otra de zapatillas hechas jirones.
McCoy se enderezó.
—A todos nosotros, al parecer.
—Traspuso la puerta con paso firme…
Soljenov observaba el avance de los tres con cierta satisfacción. Esencialmente, seguían el programa previsto.
La relación del vulcaniano con la mujer al nivel observado no había sido predicha; pero una vez vista, tenía la calidad de lo inevitable.
Uno ajustaba, por tanto, la prueba de resistencia al metal que iba a ser puesto a prueba… o templado.
Kirk avanzó por los corredores hasta ver lo que pensó que sería una unidad de vigilancia.
—Soljenov —dijo, mirando a la misma—, tengo algo que usted quiere. Negociaré con usted de uno a uno.
Soljenov tardó sólo un momento en responder, confirmando así la hipótesis de Kirk de que había estado observándolos desde el principio.
—Eso será más probablemente de uno a Unidad, capitán. Difícilmente podrá ser una contienda en un nivel de igualdad.
—Me arriesgaré a ello. Déjelos marchar.
Soljenov se echó a reír.
—Eso podría ser el precio final…, no un tema de apertura de las negociaciones. Mi salón está disponible, capitán. Entre.
Soljenov pulsó un botón de transportador y el capitán de la Enterprise se disolvió y volvió a formarse ante él, con unas ropas que la selva había reducido a jirones.
A pocos hombres les estaba dado tener un aspecto impresionante en esas condiciones. Le estaba dado al que tenía delante.
—Así pues —dijo Soljenov—, es usted el elegido de ella.
—No. No ha hecho ninguna elección.
—Habría sucedido, de no ser por una interrupción accidental.
Soljenov observó cómo el otro se daba cuenta del poder de observación que tenía que implicar lo que acababa de decirle, pero el capitán se limitó a apretar las mandíbulas.
—Si su conocimiento llega hasta ese punto, sabe también que no fue una elección hecha libremente, sino un asunto de vida o muerte. Pero aun así, no sé si hubiera llevado a la unión. Tenemos nuestras razones para resistir. No nos tomamos a bien lo de ser peones en el juego de usted.
Soljenov se echó a reír.
—No. Es verdad. Dos caballeros… y una reina. Su «razón» de orejas puntiagudas es interesante, por cierto.
La única reacción del hombre fue mirarlo con impaciencia.
—Usted tiene mi nave. Yo quiero que me la devuelva.
Y deje a mi amigo y a Sola en libertad.
—Así que… usted ha venido a verme, solo. ¿Para hacerme una oferta?
—Al menos para hablar de manera sensata. Usted no se puede haber marchado de la Tierra cuando lo hizo, sin conocer los horrores de la conquista por la fuerza. Sin embargo, se dedicó a imponerla sobre Zaran, y ahora sobre la galaxia. ¿Por qué?
—Yo no le explico mis razones a una ameba.
Kirk negó con la cabeza.
—Usted intenta explicarle algo a ésta que tiene delante, o no me habría traído hasta aquí.
—Pues no, capitán. Yo sólo intento apoderarme de usted.
Su oferta es valiente, pero innecesaria. Tengo el poder. Una vez más, el hombre se limitó a mirarlo con aquel impresionante valor.
—Puede que así sea —replicó—, y yo lo sabía al entrar. Pero no creo que vaya a ser fácil de absorber… o digerir. Me permito decir que necesita llegar a algunos acuerdos conmigo.
Soljenov se encogió de hombros.
—No. Pero por un propósito personal, responderé a sus preguntas. Una vez me rebelé contra la fuerza que vi que se utilizaba en los antiguos imperios de la Tierra. Por esa rebelión, se hizo necesario que nosotros abandonáramos la Tierra. Yo, un amigo, un grupo pequeño. Tras el largo sueño, llegamos a Zaran, y ese planeta nos acogió de buen grado. Nosotros llevábamos tecnología material, Zaran ya poseía una tecnología psico-psiónica y ecológica. Durante un tiempo fue un matrimonio perfecto. Luego, nosotros descubrimos las posibilidades de la verdadera pertenencia a la Unidad, la Totalidad. A la larga, ésa es la única respuesta para los horrores en los que hemos estado hundiendo a poblaciones enteras: conquista, guerra, campos de concentración, genocidio.
Kirk lo miró con incredulidad.
—¿Sostiene usted que la conquista de la Totalidad es una «respuesta» a la conquista?
—Capitán, le aseguro que es la única respuesta. Hay una ocasional resistencia mental breve antes de que los más tercos se unan a la Totalidad. Una vez dentro, la mayoría acepta sus placeres y poderes. Es una respuesta duradera a la soledad, el aislamiento, la impotencia, la enfermedad, la vejez… e incluso la muerte.
—Al precio de la individualidad, la grandeza, el genio, la pasión, el amor.
—¿Destruye la pasión, capitán… o tan siquiera el amor? Usted no lo sabrá hasta que sea Uno. ¿No se le ha ocurrido que ésa sería la solución para su peculiar problema inmediato? En la Totalidad, capitán, ninguno de ustedes tendría que sacrificarse ni perder.
Kirk no replicó. Luego, dijo:
—Muy bien. Incluso eso se me ha ocurrido. Pero no funcionaría y no funcionará. Sola y Spock tienen que marchar en libertad. Al igual que mi nave.
—Ya ve, capitán, que ese pensamiento puede llegar a ocurrírsele incluso a usted. Antes o después, se le ocurrirá a la galaxia. Usted saboreó la Unidad de Gailbraith… y sólo su amigo vulcaniano fue capaz de hacerlo regresar. ¿Duda, entonces, del poder de la Unidad? ¿O de que la Totalidad pronto se habrá apoderado de la galaxia, y llevará a ella, por fin, la paz? Eso, capitán, bien merece un poco de incomodidad inicial para las amebas… o que se manche mi alma, si de eso se trata.
—Entonces, usted cree que mancha su alma.
—Si es así, lo sobrellevaré.
—No —dijo Kirk—. Ese tipo de paz no vale la pena. Y ese argumento, que uno tiene que romper los huevos para hacer una tortilla, o las amebas para hacer una Unidad, ha sido presentado por todos los dictadores, todos los totalitarios desde Hitler y Stalin, hasta aquellos contra los que usted luchó, hasta el coronel Green y todos los demás. Pero los seres inteligentes no son huevos… ni amebas… y cuando se rompen, se pierde algo irreemplazable y se hace algo que no tiene perdón. Soljenov, ¿no se da cuenta de que acaba de presentar el mismo argumento de sus antiguos enemigos?
—Ellos no tenían ninguna realidad de Unidad. Yo sí.
—Sí. Y ésta es, para su gente, tan poderosa y atractiva como usted dice. Quizá lo es para casi todo el mundo en el momento oportuno y de la forma adecuada. Sí, yo sentí la atracción. Y usted puede poseer a aquellos que se unan voluntariamente a usted. Eso nadie se lo discute. Que exista la Unidad de Gailbraith, y la suya, e incontables otras… y que se sumen a la grata diversidad de la galaxia. Sin embargo, deje marchar a los que la rechacen.
Soljenov negó con la cabeza.
—Usted no lo entiende, capitán. Ése fue también mi primer pensamiento. Pero los seres individuales ven la Unidad como una amenaza intolerable, y comenzarán a destruirla en su infancia si se les permite hacerlo. Y una pluralidad de Unidades podría resultar más peligrosa que la pluralidad de seres individuales. ¿Supone usted que mi voluntad y la de Gailbraith no se enfrentarán nunca por propósitos opuestos? Ya han comenzado a hacerlo así. Por usted y su nave. ¿Qué sucederá respecto a la galaxia? No. Tiene que existir una sola respuesta… y una sola Unidad. La Totalidad. Cualquier otra cosa significará el caos. Capitán, ya estoy harto del caos.
—No conseguirá que termine el caos hasta que no abandone la fuerza.
Soljenov lo cortó en seco.
—No estoy aquí para recibir lecciones de una ameba. Exponga su oferta.
—Mi nave, Sola, Spock, la Unidad de Gailbraith y la resistencia zarana deben quedar en libertad. Yo entraré en la Totalidad, y usted y yo determinaremos esto, durante todo el tiempo que haga falta.
Soljenov se puso a reír.
—¿Lo quiere todo? ¿A cambio de su sola persona? No se sobreestime usted, capitán.
Kirk se encogió de hombros.
—Usted organizó esto, a través de Gailbraith, para traerme hasta aquí. No acabo de saber por qué. Tal vez yo soy la antítesis de usted, el caso que sentará precedente, su símbolo. De cualquier forma, usted me ha puesto un precio, y yo le hago una oferta en los únicos términos que me son posibles.
—Lo consideraré, capitán. Más tarde.
—Más tarde podría no continuar en pie.
—Más tarde podría tenerlos a los tres.
—Gailbraith dijo que usted estaba organizando una prueba —dijo Kirk—. ¿Por qué? Una prueba significa que tiene algo que averiguar.
—Eso es perspicaz, capitán. Mi creencia es que la necesidad de Unidad no impulsa al universo a estar de acuerdo. Mi propósito requiere la intervención de Sola. Ella es el punto culminante de la línea de mujeres zaranas que puede ampliar el alcance de la unidad total más allá de Zaran. Si yo demuestro que eso es posible, obtengo un medio que la Unidad de los escogidos no ha descubierto. Los de la clase de Gailbraith tienen un alcance limitado. Si yo suprimo esos límites, él reconocerá la validez del método y se unirá a mí. Entonces, nada podrá detener a la Totalidad.
—Sola no se unirá a usted.
Soljenov sonrió.
—Se equivoca en lo esencial, capitán. Siempre será posible controlar a Sola, si ella se une a una pareja. Sin embargo, en varias ocasiones se le ha ofrecido todo lo que Zaran, e incluso otras especies, pueden ofrecer, sin resultado.
Kirk frunció el entrecejo.
—Todo lo que Zaran podía ofrecer. ¿Incluye eso a usted?
Soljenov guardó silencio durante un momento.
—Sí, capitán, así es.
—¿Y usted… la amaba?
—Capitán, no hablaré de eso con usted. Digamos que yo la necesitaba… para mis propósitos.
—Y no la pudo hacer cambiar de postura.
Se produjo otro instante de silencio.
—Podrá conseguirse, antes o después, capitán. He buscado la palanca por toda la galaxia, y no he encontrado una, sino dos.
—El señor Spock no es una herramienta que usted pueda utilizar, Soljenov. Usted no lo esperaba… ni el hecho de que Sola le amase, ni él a ella. Si su teoría está errada, tiene que dejarlos marchar.
—Por el contrario, capitán. Creo probable que la atracción de la dualidad dejará en libertad los poderes de Sola como no podría hacerlo ningún amor único. Y tal vez cuando a ella se le haga imposible… —Soljenov apartó la mirada—. Es bastante duro para usted y su amigo vulcaniano, capitán. Lo lamento, pero no puedo prescindir de ustedes. La siguiente fase de la prueba está a punto de comenzar.
—Tiene razón —dijo Kirk en voz baja, y extendió un brazo para propinarle a Soljenov, en el hombro, un golpe de canto con la mano.
Fue como si el borde de la mano hubiese hecho impacto sobre la Totalidad en pleno.
Soljenov sólo se volvió a mirarlo. Entonces, durante un instante, Kirk vio algo en los ojos del corpulento hombre que supo que era letal: el conocimiento de que Soljenov había optado por una alternativa mediante la cual él, con todo su poder, era incapaz de despertar en Sola lo que una sola ameba individual sí podía. De hecho, lo que podían despertar dos amebas individuales, incluyendo a un vulcaniano que se suponía que ignoraba el significado del amor.
Luego las manos de Soljenov se cerraron sobre Kirk, haciendo una presa que también parecía tener la energía de la Totalidad en pleno, o quizá la fuerza del propio hombre…