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El gris peso de la fatiga volvió a apoderarse de Kirk. Vio al embajador y su grupo, alrededor de treinta, de pie, formando un círculo, cada uno tocando con una mano la nuca o base del cráneo del que tenía junto a sí. Llevaban túnicas blancas, cortas, ceñidas con un cinturón. Eran hombres y mujeres, predominantemente jóvenes, pero centrados en torno a una poderosa figura de autoridad: Gailbraith. Tenían los ojos cerrados, y el aura de algún tipo de contacto entre ellos resultaba casi palpable, incluso para Kirk. Podría haber sostenido con las manos aquella sensación de contacto. O tal vez ésta podría haberle sostenido a él…

Vio que su primer oficial reaccionaba ante aquello con la sensibilidad de la afinación vulcaniana con la telepatía, y la reacción de Spock fue ponerse delante de Kirk a la vez que en sus ojos ardía algo que el capitán no había visto antes.

El embajador abrió los ojos y los fijó en los de Spock; ahora Kirk sintió el poder conjunto de la Unidad dirigido hacia él. Luego percibió la lucha mental del vulcaniano contra dicho poder.

Kirk se sintió sorprendentemente descargado de energía, y de pronto se preguntó si aquello podría estar teniendo algún efecto sobre él, más allá de su propia fatiga y las heridas a medio curar. Pero si lo afectaba a él… ¿qué le haría a un telépata nato?

Kirk dio un paso y se interpuso entre el embajador y Spock. El círculo se separó, y Kirk avanzó para encararse con Gailbraith. Los ojos de los integrantes del círculo se abrieron, y algún tipo de onda transmisora se rompió. Algunos de los miembros se quedaron para observar el encuentro, y otros se alejaron.

—Embajador —comenzó Kirk—, es usted, por supuesto, muy dueño de practicar sus acostumbradas disciplinas mentales a bordo de esta nave, siempre y cuando respete los derechos de otros seres. No obstante, tenemos a bordo ciertas especies que son sensibles a las emanaciones mentales. Espero que no utilice usted su Unidad para transmitir hostilidad, odio, ni para hacer proselitismo.

El embajador se encogió de hombros. Era alto, ancho de espaldas, de porte aristocrático, con ojos grises y un rostro que parecía tallado en la roca de un peñasco. Era tal vez el último hombre que uno hubiese colocado entre los candidatos a la Unidad. Si un artista hubiese buscado un modelo de áspero individualismo, habría escogido aquella cara.

—La Unidad es nuestra vida —replicó Gailbraith—. Nosotros-el-Uno incluimos tanto el afecto como el enojo. No puede ordenársenos que no seamos Uno en todo lo que hacemos.

—En mi nave —señaló Kirk—, se limitarán ustedes a propósitos que sean compatibles con su misión diplomática, la misión de esta nave y el bienestar de su tripulación.

—En esta nave de la Federación —dijo el embajador—, no demorará usted a un embajador en el cumplimiento de sus legítimos deberes. Tanto si actúa usted según órdenes recibidas en esta demora como si lo hace por su propia iniciativa y prejuicios, someteré el asunto al propio consejo de la Federación. Usted y la fuente de sus órdenes, por alta que sea, responderán ante una comisión investigadora junto con cualquiera que lo incite… —Miró a Spock.

—Entonces responderé ante una comisión investigadora —replicó Kirk—, pero no desbaratará usted el funcionamiento de mi nave.

—Capitán —declaró el embajador—, es usted un dinosaurio. Ha quedado obsoleto. Es una especie en vías de extinción. Ya ha tenido su día, y ahora el día es nuestro. Puede ser reemplazado. Y lo será.

—¿Ah, sí? —preguntó Kirk—. ¿Cree realmente que una colectividad podría gobernar esta nave… o construirla? La Enterprise vuela por los pensamientos individuales de una mente individual, desde el primer hombre que dominó el fuego hasta el último que dominó el fuego de una nave estelar.

El embajador sonrió apenas.

—¿Está seguro, capitán? ¿Y si esa creatividad individual naciera de un inconsciente colectivo? ¿Si su propia fortaleza como comandante proviniese de una unidad única? Su tripulación es famosa por tener una afinidad no equiparada en la Flota Estelar. ¿Y si usted fuese nosotros, capitán?

Kirk negó con la cabeza.

—No lo soy. Nosotros no lo somos. Nuestro tipo de afinidad no está basado en otra cosa que una antigua palabra de seis letras. Obsoleta, pero no extinta.

—¿El afecto, capitán? Eso es una fábula…, a menos que se trate del afecto de la Unidad, del otro como uno mismo. Y si ése es el caso, entonces usted es nosotros. —Miró a Spock—. ¿O afirma usted que su nave le ha enseñado a sentir afecto incluso a un vulcaniano?

—El señor Spock es lo que es —replicó Kirk—. No un tema de discusión. Simplemente he venido a informarle de que nos detendremos, brevemente espero, mientras investigamos el centro de las desapariciones de naves estelares. Mantendremos silencio subespacial hasta que hayamos salido del sector peligroso. Hasta entonces, limitará las objeciones que tenga sobre mis actos a mí directamente, y se guardarán su hostilidad y su celo para cada uno de ustedes, individualmente.

El embajador meneó la cabeza.

—Capitán Kirk, en muchos sentidos es usted un espécimen admirable de una especie limitada. Pero tiene que aceptar sus propias limitaciones. ¿Podría una ameba entender al más simple de los animales multicelulares? ¿Le pediría a ese animal que se separara periódicamente en sus células individuales? ¿Sabría que eso iba a significar la muerte?

Durante un momento, Kirk lo miró, mientras se formulaba interiormente preguntas. El embajador y su grupo continuaban teniendo aspecto de seres individuales. La tentación que sentía era la de dar por supuesto que eran meramente eso…, tal vez con algún vínculo mental modesto. Pero ¿y si de verdad fueran una cosa viva, algo nuevo bajo el sol…? ¿Y si él fuera una ameba?

—Embajador —replicó Kirk—, estoy dispuesto a considerar la posibilidad de que haya algo de cierto en todo eso. Lo que no estoy dispuesto es a verlo impuesto por la fuerza, física o mental. Ni en Zaran, ni aquí.

Gailbraith lo miró con ojos calculadores gris acerado.

—Capitán, el primer animal multicelular tiene que haber absorbido una enorme cantidad de amebas…, limitado la libertad de éstas, violado sus derechos individuales de ameba. Sin duda que esas amebas protestaron, pero nacieron mariposas, y tigres, y hombres.

Kirk negó con la cabeza.

—Un hombre no es una ameba. El argumento del bien de la mayoría o el bien del ser superior ya ha sido presentado con anterioridad… por cada dictador.

—Un dictador no es una Unidad. Usted no lo sabrá, capitán, hasta que haya sido una Parte-Completa. —Hizo una reverencia casi imperceptible—. Se lo demostraré.

Tendió una mano hacia Kirk. El dedo índice separado de los otros tres en forma de V; no era el signo vulcaniano de los dedos emparejados, sino el de Uno, separado de la Unidad. Kirk sabía que se trataba de una invitación para que uniese su mano de la misma forma, palma con palma, y compartiera… ¿Pensamiento? ¿Sensación? ¿Unidad?

En muchas ocasiones, él no había retrocedido ante alguna forma de contacto mental: la fusión de mentes vulcaniana, ocasionalmente algún otro tipo. No estaba cerrado ante las cosas nuevas, ya que de lo contrario no estaría donde estaba. Pero sus más profundos instintos se rebelaban contra lo de ese instante… y vio en el rostro de Spock una expresión opuesta a que aceptase, casi como si fuera a moverse para intervenir. Luego el vulcaniano habló.

—Capitán —dijo Spock—, debo señalar que la exposición de usted a los efectos de un poderoso grupo mental desconocido podría requerir que yo asumiese el mando.

Kirk midió la profundidad de la reticencia de Spock por la decisión de decir aquello delante del embajador.

—El señor Spock tiene toda la razón, embajador —comentó Kirk, de inmediato—. No, gracias. Si no estuviese al mando, posiblemente podría permitirme ese lujo.

Gailbraith sonrió.

—No, capitán, no podría.

Kirk lo miró y revisó la estimación que había hecho de él. Aquel hombre tenía algo peligroso, y eso no podía ser desechado con indiferencia.

—Sea como fuera, embajador, usted y los suyos refrenarán su deseo de arrastrar a cualquier miembro de mi tripulación a una demostración de Parte-Completa de ninguna clase. Que tenga un buen día, embajador.

Kirk se volvió para marcharse. Desde el otro lado de un receptáculo hacia el que se habían marchado algunos de los miembros del grupo de Gailbraith, Kirk oyó un peculiar sonido estrangulado, no del todo un grito. Un grito de hombre.

Él y Spock avanzaron como uno solo, cargaron a través de las puertas del receptáculo…

Y vieron al señor Dobius, el taniano de más de dos metros de estatura y cabeza bifurcada —que podía darle bastante trabajo a la fuerza vulcaniana de Spock—, retenido por una muchacha esbelta.

Fue un momento antes de ver que la muchacha de túnica blanca unía su mano a la del señor Dobius con el gesto del Uno-aparte que el embajador le había ofrecido a Kirk. La otra mano de ella entró en contacto con la nuca de Dobius, y fue como si fluyera una corriente que Dobius no pudiera interrumpir. Ella estaba desplazando el dedo índice para juntarlo con la unidad de los otros dedos.

—¡No debe completar la unión! —gritó Spock.

Kirk se hallaba un poco más adelante y no pudo estar más de acuerdo. Tendió una mano para apartar de Dobius la mano de la muchacha.

Lo mismo podría haber aferrado una unión de acero. De pronto, sintió la energía que fluía a través de ella…, no era la suya propia sino la energía de una Unidad. Incluso durante el tiempo que él había pasado hablando con el embajador, la Unidad también realizaba su trabajo en aquel receptáculo.

Spock no intentó mover a la mujer, ni siquiera contando con su fuerza vulcaniana, sino que levantó a Dobius en peso y lo arrojó lejos de sí. El taniano se desplomó contra el mamparo.

Y la muchacha se volvió hacia Kirk. En un primer momento, él intentó mantenerla a distancia con suavidad. Luego, las manos de ella se cerraron sobre las sienes de él, y el capitán pudo sentir el flujo de una corriente que de alguna forma incluía al embajador y una conmocionadora revolución copernicana en la manera en que Kirk veía las cosas, como si en verdad la ameba viese que la Unidad estaba siempre en el centro de las cosas…

Las manos de Spock se cerraron sobre él y también levantaron a Kirk en peso, le apartaron y le colocaron tras el vulcaniano, tras lo cual Spock se volvió para encararse con la muchacha… y el embajador con su grupo, que se habían reunido detrás de ella.

—Ya basta, Viana —le dijo el embajador en voz baja a la muchacha—. El vulcaniano tiene sus propias disciplinas.

La joven de ojos verdes midió a Spock durante un momento, y luego inclinó levemente la cabeza.

—Es una lástima —comentó.

Detrás de Spock, Kirk sintió, atónito, que las piernas estaban fallándole. Comenzaba a desplomarse sobre la cubierta. De pronto, no fue Spock quien se movió, sino Gailbraith, que pasó junto a Spock y aferró a Kirk por el brazo con una mano. No era una forma en la que un hombre pudiera evitar que otro cayese; ni siquiera Spock la habría probado. Y sin embargo, Kirk se sintió sostenido, levantado, aguantado como por una energía viviente que le invadió a través del contacto. Luego Spock se volvió y Kirk extrajo de alguna parte la fuerza suficiente como para afirmarse sobre las piernas y erguirse, apartándose de la presa de Gailbraith. Fue como desconectarse de un sistema de soporte vital. Durante un momento, Kirk se derrumbó contra la pared. Spock se acercó, pero él le despidió con un gesto y pulsó el botón del intercomunicador.

—Con efecto inmediato —anunció—, el embajador y su grupo se recluirán en las áreas de invitados de honor. No se producirá confraternización con la tripulación de la Enterprise. Kirk fuera.

—¿Va a negarle a un embajador de la Federación la libertad en una nave de la Federación? —inquirió sorprendido Gailbraith.

Kirk se enderezó.

—He conocido embajadores de la talla de Sarek de Vulcano —replicó—. Nunca me he encontrado con uno que ordenara o consintiera la imposición de un contacto mental no deseado sobre un individuo no dispuesto a ello. Tengo intención de someter eso ante el consejo de la Federación.

El señor Dobius avanzó hasta detenerse delante de Kirk. Un taniano, decidió Kirk, tenía la obligación de no mostrarse dócil.

—Señor —dijo Dobius—, debo informarle que… yo no estaba enteramente en desacuerdo. Simplemente… creo que la expresión más acertada sería que «me involucraron en esto pasando por encima de mí», señor.

Kirk levantó la mirada hacia él.

—Señor Dobius, le involucraron en esto pasando por encima de nosotros dos…, lo que en su caso tiene que haber sido bastante más difícil. Preséntese al doctor McCoy.

—Me encuentro bien, señor.

—Ha estado en contacto mental con una forma de vida alienígena, señor Dobius. Preséntese.

—Sí, señor.

Kirk se volvió a mirar a Gailbraith.

—Mis órdenes continúan en pie. No existe ningún ser en esta nave, con la excepción del señor Spock, que pueda estar seguro si se enfrenta con la Unidad de ustedes. Pero usted se encargará de que nadie se vea obligado a intentarlo. —Le hizo un gesto de asentimiento a Spock con la cabeza—. Asegúrese de que las puertas quedan cerradas, señor Spock.

Vio que Spock avanzaba hacia el grupo del embajador como si el pacífico vulcaniano sólo desease que el embajador no retrocediera. Pero el grupo del embajador vio algo en los ojos de Spock, que los decidió a no tentar su suerte.

Retrocedieron y las puertas se cerraron ante ellos. Spock pulsó una señal de bloqueo.

Se volvió a tiempo de coger a Kirk por los hombros cuando éste se desplomaba. Pero un instante después se enderezó contra la pared y le hizo a Spock un gesto para que se apartara.

—No se inquiete por mí, señor Spock. Todavía no soy un caso perdido del todo.

La mirada de Spock no se suavizó.

—Capitán, le recomiendo que me entregue el mando y se presente al doctor McCoy.

Kirk se apartó trabajosamente de la pared.

—En ese caso, será usted quien tenga que enfrentarse con la comisión investigadora de Gailbraith. Spock se encogió de hombros. Kirk sonrió.

—Y me apartaría de una oportunidad perfectamente maravillosa para conocer a un agente autónomo. —Ya era capaz de caminar con mayor estabilidad—. Sala de transporte, en diez minutos.

—Capitán —dijo Spock—, ha estado usted en contacto mental con un ser alienígena.

Kirk se detuvo.

—Sí, señor Spock, lo he estado. —Miró a Spock—. No es la primera vez, señor Spock. —Se volvió abruptamente. Diez minutos.

Pudo sentir los ojos del vulcaniano clavados en su espalda.