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Al parecer, Spock acababa de perder el frágil hilo de dirección que había estado siguiendo. Tal vez algo lo había perturbado. En un determinado momento, sintió una especie de agitación en la tenue sensación de presencia que seguía…, peligro, roces a quemarropa con la muerte. Luego se produjo una interrupción hacia el final, que él no consiguió interpretar, una intensidad de emociones…
Ahora se detuvo, pues no le quedaba otra guía que la dirección anterior. Ya no podía tener la seguridad de que no estaba lanzándose en la dirección opuesta al lugar en que se hallaba su propia presa.
Una de ellas… o ambas…
Permaneció durante un momento en la horquilla de un árbol, buscando, pensando. Luego volvió a ponerse en marcha, alterando ligeramente su curso y doblando la velocidad de avance.
Hacía bastante rato que había detectado, desde aquella altura, la presencia del cráter volcánico que se elevaba más adelante y ligeramente a la derecha. Se encontraba en la dirección general de la última pista de consciencia direccional captada por él.
Pero, por encima de todo, conocía al hombre que era su capitán. Si estaba con vida, Kirk captaría, antes o después, un atisbo del volcán; y cuando así lo hiciera, se encaminaría hacia él. Las probabilidades matemáticas se acercaban a la certidumbre.
Kirk preferiría asaltar cualquier ciudadela antes que avanzar sin propósito. Y, por los anteriores análisis de los sensores, Spock sabía que esa ciudadela de energía geotermal era inexpugnable en esencia y, con muchas probabilidades, una superposición de trampas destinadas precisamente a ellos.
Sola, sin duda, tendría alguna idea del peligro que acechaba allí. Pero si encontraba antes a Kirk, o si ya lo había hecho, sin duda se uniría a él en el asalto. Eso, por supuesto, suponiendo que ella estuviese en condiciones de hacerlo.
Spock se había sentido satisfecho al percibir que ella se sometía a la lógica de la situación e iniciaba la caza nupcial tras Kirk. Tenía que saber que Spock no aceptaría ninguna otra solución.
Pero estaba bastante seguro de que también existía un peligro para ella en cualquier tipo de caza nupcial. Y la anterior debilidad de él —o quizás incluso su fortaleza— podría haberla condenado a un peligro que Spock desconocía. Kirk le había dicho una vez que volviera con el vulcaniano. Si intentaba hacer lo mismo ahora el resultado podría ser catastrófico, incluso fatal para ella. Y si no lo hacía…
Si no lo hacía, era casi seguro que Kirk se vincularía a ella de manera irrevocable. Eso dejaría en libertad los poderes que convertirían a Sola en un arma de la Totalidad. Y Kirk se transformaría en la víctima de la fatalidad que la Totalidad utilizaría para controlar a la mujer.
En ese caso, había virtualmente un cero por ciento de probabilidades de que Spock volviera a ver a ninguno de los dos.
Spock descendió al entramado inferior de ramas, pues sentía que estaba lo bastante cerca como para captar una pista. Sería mejor que llegara primero. Interceptara a Sola. Interrumpiera. Ella sería mucho menos vulnerable al uso de Spock como rehén, y él estaba mejor preparado para sobrevivir ante la Totalidad. Él avanzaba con más cuidado, pues no quería que un peligro lo detuviera en ese momento. Afortunadamente, como vulcaniano estaba razonablemente bien preparado incluso para sobrevivir en aquel lugar.
Spock se detuvo. En el suelo de la selva que tenía debajo, vio el cadáver de un animal de grandes proporciones. Al parecer, le había dado muerte una lanza de color azul. Medio descendió y medio se dejó caer junto a la bestia, cosa bastante fácil en una gravedad inferior a la de Vulcano.
La lanza era una tosca caña de una planta parecida al bambú, y supo quién la había utilizado.
Spock se volvió al oír un ruido detrás de sí, y se halló ante una criatura muy grande, erecta, parecida al hombre…, cubierta por lustroso pelo negro con las puntas plateadas. Medía la mitad más que él y su peso era seis veces superior. Por la estructura de los dientes que le mostraba, era carnívoro.
Parecía un equivalente local semiinteligente de antropoide gigantesco, tal vez similar al legendario yeti de la Tierra, pero aquí con pinceladas de oso de las cavernas con dientes de sable.
Spock consideró que según todas las probabilidades era gregario y también cazaba en grupo.
Probablemente se había precipitado un poco al valorar sus capacidades para sobrevivir en aquel planeta, decidió el vulcaniano.
Luego, el hombre-bestia le atacó.
Kirk se apartó de Sola con una repentina sensación de aguda inquietud…, peligro, alguna alarma urgente…
De pronto, vio la misma sensación en los ojos de ella. Él había visto el comunicador que Sola llevaba consigo.
—Llama a la nave —le pidió—. Asegúrate de que Spock no ha sido transportado aquí abajo.
Ella negó con la cabeza.
—El comunicador no funciona aquí. Pero además… Spock fue transportado al planeta un instante después que tú… para proporcionarme una alternativa.
De pronto, él se encontró de pie.
—¡Entonces está ahí fuera! Ella avanzó hacia la salida.
—No tenía ninguna posibilidad de encontrarlo, una vez dedicada a buscarte a ti. Habría sido perjudicial para nosotros.
—Tendrías que haber ido tras él —replicó Kirk.
Ella se limitó a mirarlo, y vio lo que le había costado la elección hecha… y que la interrupción de ese momento podría ahora costarle la propia vida.
—Quédate aquí —le pidió, y se alejó precipitadamente por entre los árboles.
Él sabía que probablemente ella estaba en lo correcto al pedirle que no se moviera. No estaba en la mejor de las formas físicas, y era demasiado lento avanzando por los árboles. Podía perderse o ser presa de otro predador con demasiada facilidad.
Pero tenía la sensación de que Spock se encontraba en peligro de muerte. Ella le había dejado la pistola fásica con el cinturón, en la cavidad del árbol. Kirk lo cogió.
Pero él sabía que todo eso era racionalización, en gran parte. Habría salido con las manos vacías.
Avanzó por entre los árboles intentando seguir la silueta que desaparecía o, al menos, la dirección de ella…, aunque tenía la impresión de poder hallar por sí mismo el lugar de la acción.
Algo lo había apuntado como si fuese una flecha…
Sola llegó a tiempo de ver que Spock derribaba a uno de los hombres-cazadores jaspeados de plata con el pinzamiento nervioso vulcaniano.
Estaba atrapado en el abrazo de una fuerza que podría haber partido incluso una columna vertebral vulcaniana, antes de poder alcanzar el punto nervioso. El antropoide cayó como fulminado.
Pero su grupo salió de entre la maleza y comenzó a rodear al vulcaniano.
Apoyó un pie sobre el cuerpo caído del macho y probó el truco de Sola de proyectar un mensaje psiónico de triunfo y fortaleza, una especie de primitivo yo-soy-Spock, yo-mando-aquí.
El grupo de antropoides se detuvo. Luego, uno de los machos jóvenes salió y se dispuso a luchar con el vulcaniano. El reto del macho joven era al menos más asequible que la alternativa: un ataque en masa por parte del grupo. Si Spock conseguía enfrentarse con ellos de uno en uno, podría al menos retrasar el resultado.
Sin embargo, no tenía posibilidades de ganar contra el más veloz y fuerte antropoide joven.
Sola vio —y sintió a nivel psiónico— que ni una sola fibra del ser de Spock, ni una sola esencia ni emanación psiónica, reconocía la posibilidad de la derrota.
Eso, en sí mismo, era un poderoso disuasor. Había una ligerísima posibilidad, débil pero concebible, de que el antropoide se sintiera amenazado y se retirase. Sus mentes primitivas no deberían ser capaces de enfrentarse con ese hombre selecto, que en apariencia no sentía miedo, perteneciente a otro mundo. Algunas cosas trascienden los límites de las especies e incluso de los mundos.
El solo espiral de pulsera de ella no era arma suficiente contra el ataque concentrado de aquel numeroso grupo.
Entonces, uno de los machos jóvenes se burló, instando al desafiante a que atacara, en sus sonidos preidiomáticos, cuestionando la valentía y virilidad del otro.
El que había lanzado el reto replicó con un insulto a las burlas y cargó contra Spock. El vulcaniano reaccionó ante el avance saltando a un lado del antropoide que lo embestía, con la intención de colocarse a sus espaldas. Pero el adversario era rápido y joven, y lo superaba en estatura, peso y alcance. Lo atrapó en medio del aire con una larga manozarpa y lo envió rodando a estrellarse contra un árbol.
En ese momento, Sola saltó al suelo, ante Spock, en el centro del grupo de antropoides. Eso cambió la naturaleza del conflicto de choque entre machos a caza-de-enemigo-comestible. Una de las hembras de más edad fue la primera en avanzar hacia ella, y luego todos los demás comenzaron a acercarse.
—Sal de aquí —le gruñó Spock.
Pero ella hizo chasquear el espiral para desmayar al macho joven que estaba acercándose a Spock, y luego a la hembra de más edad. Ésta última se desplomó contra ella y estuvo a punto de derribarla.
Luego el grupo realizó una carga organizada, y ella se puso a intentar derribarlos con el espiral. Podía sentir a Spock, detrás de ella, apartando a los atacantes con las manos, los pies, los pinzamientos nerviosos.
Por un momento deseó haberse traído la pistola fásica, pero no podía dejar a Kirk desarmado ni permitir que la acompañase.
Entonces oyó algo proveniente de los árboles y vio que Kirk, de pie sobre una rama, estaba intentando disparar con la pistola fásica. Al parecer, no les estaría permitida más que un arma. La pistola fásica no disparaba.
—¡Quédese ahí! —le gritó Sola a Kirk.
Sintió que el vulcaniano volvía la cabeza, veía a Kirk y decía:
—¡Deténgase!
Pero ya era demasiado tarde. Kirk había llevado consigo la cachiporra de caoba, y con ella en la mano saltó al centro de la refriega y se lanzó entre un animal y Sola. La cachiporra era un arma imposiblemente inadecuada contra los enormes antropoides, pero él la blandía como si no lo supiera o no le importase.
Sola se encontró con que el espiral de pulsera se agitaba con una inspirada precisión que ella no podría haber logrado por un esfuerzo de voluntad. Tejió una repentina red protectora en torno al vulnerable e insufriblemente osado compañero de nupcias elegido. ¿O lo hacía en torno a sus dos elegidos? Porque en aquel momento volvía a sentir la atracción de Spock.
En cualquier caso, los antropoides sintieron de pronto una terrible unidad entre los tres seres extraños. El primer macho extraño redobló sus esfuerzos y entrelazó las manos para golpear con ellas como si fuera una porra. El macho más pequeño apuntaba con su cachiporra a los puntos vulnerables. La extraña hembra era una posesa.
Los antropoides se retiraron de forma repentina, arrastrando a sus heridos y desmayados lejos del trío.
Pasado un largo momento, el calvero quedó en calma. En el centro del mismo aún se erguían tres figuras. Luego dos de ellas se volvieron hacia la tercera.
—Te dije que te quedaras en el hueco del árbol —dijo Sola.
—Y yo —agregó Spock—, que permaneciera al margen de esta pelea.
Kirk suspiró, y pareció sentirse profundamente agotado, pero impenitente. No pudo reprimir del todo una sonrisa al ver a Spock, vivo.
—Pues… denúncieme —le dijo.
Sola vio que el vulcaniano se sentía gravemente tentado de optar por una forma algo menos civilizada de manejar aquella ilógica en particular. O quizás ella estaba simplemente proyectando su propia tentación.
—Podrías haberte matado, dos veces, cuando venías hacia aquí —declaró—, pero posiblemente habría tenido alguna pequeña excusa el acudir con la pistola fásica. No tiene ninguna el haber saltado aquí abajo cuando viste que no disparaba. En el mejor de los casos nos proporcionaste más que proteger y más con lo que distraernos. Tú eres muchísimo más vulnerable que un vulcaniano, no estás entrenado para esto, e ibas armado con sólo una ramita, que un antropoide cachorro podría haberte arrebatado.
Él se puso serio y la miró directamente.
—Eso es completamente cierto. ¿Y cómo podía no hacerlo? ¿Qué habríais esperado que hiciera después con el resto de mi vida? —Luego sonrió—. Además, habrás advertido que me protegisteis los dos con tanta eficacia que ganasteis.
Por primera vez, ella guardó silencio. Sí, lo había advertido. Y también advirtió que esa ilógica tendría que haberla hecho volverse hacia la grata cordura vulcaniana. De hecho, eso había conseguido. Pero se sorprendió al darse cuenta de que también había un poderoso elemento en ella que amaba esa cualidad del humano, por peligrosa o ilógica que fuese. Había una profunda inclinación primitiva hacia el hombre que se arrojaba entre su pareja y el predador. No era una característica de supervivencia… para el hombre; lo era para su compañera y su descendencia…