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Supuestamente, los biocinturones debían proporcionarle a uno ojos en la parte posterior de la cabeza…, así como en el cuello y otras partes de la anatomía. Los sensores direccionales proyectaban sus lecturas biológicas directamente sobre los nervios y la piel.

El grupo fue transportado a un calvero de una selva, donde los sistemas de alerta biológica eran obviamente la primera necesidad para sobrevivir. Pero los biocinturones se dispararon de inmediato con un clamor tal que los tres hombres tenían ojos en cada centímetro de la piel. Los circuitos neurodérmicos, que hacían que la piel se contrajese en la dirección por la que se aproximaba un animal, se volvieron locos.

La superficie del planeta era una sopa biológica… llena de vida, hirviente de actividad, y que olía a peligro.

McCoy vio que un animal se escabullía entre las altas hierbas con la timidez de un ratón. Se sentó y frunció la nariz en dirección a él. Era del tamaño de un perro mediano.

—Si los ratones son así… no tendremos que preocuparnos por los tigres y los snarths —refunfuñó McCoy—. Los gatitos podrían llevársenos.

Como si fuera una respuesta, se oyó un rugido bajo que sonaba como el de un tigre de dientes de sable, por triplicado.

—En esta forma de gigantismo —observó Spock, desapasionadamente—, los predadores podrían no ser tan exageradamente grandes como los herbívoros.

—Bueno, eso sí que es un consuelo —rezongó McCoy.

Enormes sombras y misteriosos ruidos sordos justo al otro lado del denso borde del calvero.

McCoy captó un atisbo de unos ojos gatunos horizontales, amarillos verdosos. Muy grandes. Algunos de los árboles parecían interconectados, con múltiples troncos y ramas entrelazadas.

—Reduzcan la programación de los biocinturones a seis —ordenó Kirk.

Se volvieron para inspeccionar la maltratada nave exploradora que estaba posada en el calvero. Había tenido días mejores, y alguien había disparado recientemente contra ella. Pero lo que parecían ser reparaciones provisionales realizadas en el espacio, la conservaron de una pieza.

Spock la sondeó con su tricorder.

—No hay nadie a bordo, capitán. Las medidas de control de los daños son ingeniosas y eficaces.

—¿Y dónde está ese supuesto agente autónomo? —preguntó McCoy—. Eso siempre y cuando la fauna local no lo haya invitado a comer, como plato principal.

Notó que comenzaba a preocuparse. Aquél era un sitio infernal para perder a un agente autónomo de la Federación.

—Instalando un perímetro de alarma, posiblemente —especuló Kirk.

—No —replicó una voz desde más arriba y detrás de ellos, y McCoy sintió que la nuca se le estremecía de pronto… a causa del biocinturón, o porque los cortos pelos de esa zona se le erizaban.

Los tres se volvieron en un solo movimiento, y levantaron los ojos para confirmar lo asombroso de aquella voz.

La mujer se desenredó de la ancha rama de uno de los árboles unidos que se extendía casi hasta encima de las cabezas de los tres. Se puso de pie y pasó a una rama más fina sin esforzarse ni pensarlo; tenía algún tipo de arma sostenida sobre ellos tres. Parecía un espiral de luz que jugaba entre sus manos… como si pudiese ser una cuerda, una espada, una lanza. Y en aquellas manos era mortal.

Aparte de eso, pensó McCoy, posiblemente era una mujer magnífica. No estaba seguro de a qué especie pertenecía.

Era humanoide, sin duda. Incluso parecía, a todos los efectos prácticos, humana. Sin embargo, había un destello casi feroz en sus ojos leonados. La melena a juego crecía aparentemente hasta un largo natural que ella se limitaba a echarse hacia atrás. Se movía por las ramas con una curiosa seguridad, como si perteneciera a alguna especie cazadora que se encontrara tan cómoda allí como McCoy en tierra firme.

No obstante, poseía un sorprendente contraste de absoluta civilización y cultura espacial. Llevaba botas blandas y un traje ajustado de color cobrizo que parecía fundido del propio metal, cortado en líneas de elegante sencillez que sugerían que a ella la moda le resultaba indiferente, si bien no el diseño. Pero más que eso, la mujer tenía un aura que a McCoy le produjo la impresión de que no era el de ninguna otra mujer que hubiese visto, de ninguna especie. Cabía dentro de lo posible que una parte de eso se debiera simplemente al hecho de que sabía que era una agente autónoma de la Federación, y de lo que eso tenía que costar y presuponer. Pero además, había en ella una seguridad que él había visto en pocos hombres, pocos seres de cualquier sexo o especie…, algo de la seguridad de roca de Spock, pero con un destello de humor en los leonados ojos que se parecía más a la risueña naturalidad de Kirk. Ella los miró como si el ver fuese un placer, como si los viera completamente y sin miedo, no meramente la apariencia que tenían, sino lo que eran.

Y el resultado neto de la valoración que realizó fue un placer que iluminó el calvero como una mañana.

McCoy supuso que era hermosa. Estaba demasiado ocupado en mirarla como para ver. Aquélla no parecía ser la cuestión importante.

Intentó, con un éxito modesto, no sorprenderse meramente de que un agente autónomo fuese mujer.

Pero esa sorpresa continuaba presente. Esa mujer estaría haciendo el trabajo más duro de la galaxia conocida: infiltrándose sola entre los enemigos, poniéndose físicamente en peligro y, peor aún, enfrentándose con el riesgo moral de las decisiones que un agente autónomo tomaba respecto a la suerte de los mundos.

En general, McCoy podría haber escogido a una mujer, si tuviera que elegir a alguien para ese trabajo…, pero a pesar de eso habría querido matar unos cuantos dragones por ella. Vio en el rostro de Kirk una expresión que le sugirió que tendría compañía en esa opinión.

Pero la agente autónoma parecía perfectamente preparada para hacerlo ella misma, con o sin el espiral de energía que jugaba en su mano como algo vivo, unido a un proyector de pulsera.

Sus ojos carecían de miedo, pero más allá del placer personal que había destellado en el rostro de la mujer durante un momento, algo profesional sopesaba a los tres hombres, como si fuese necesario tomar una decisión. De pronto, McCoy olió problemas.

—Hemos acudido a ofrecerle ayuda —declaró Kirk—. Yo soy el capitán…

—Ya sé quién es usted, capitán Kirk —lo interrumpió ella—; o al menos quién era.

—¿Era? —preguntó Kirk, perplejo—. Perdóneme, pero quizás ha estado usted fuera de contacto. Permítame presentarle a mi primer oficial…

—También conozco al señor Spock. Suponiendo que todavía sea Spock. Y conozco al doctor McCoy, por su reputación.

McCoy le hizo una breve reverencia. Raras veces había oído que un toque de caballerosidad sureña hiciese daño.

—Me temo que lleva ventaja sobre mí, señora. —Así es—. Ella no le sonrió.

—Lleva ventaja sobre todos nosotros —observó Kirk—, si conoce alguna razón por la que podríamos no ser nosotros mismos.

Ella asintió seriamente con la cabeza.

—Sí, tengo también esa ventaja… Capitán, en este sector, cuarenta y tres naves conocidas de muchas especies, incluidas tripulaciones de la Federación, han abandonado las pautas y los propósitos de toda una vida. No estoy completamente segura del porqué, ni tampoco de en qué se convirtieron; pero sé que se convirtieron en alguien diferente; o… en otra cosa.

—¿Conoce usted, entonces, la suerte corrida por las naves que desaparecieron? —le preguntó Kirk.

—En parte. —Ella cortó la pregunta que él no llegó a formularle—. Aquí, no. Si ustedes lo saben porque ya les ha sucedido, no tiene sentido hablar del asunto. En caso contrario, no hay tiempo.

Ella se balanceó para bajar del árbol, cayó suavemente desde una altura dos veces superior a la estatura de ellos y aterrizó sin esfuerzo.

Kirk la miró en ese momento y descubrió que ella tenía que levantar los ojos hacia él. De pronto, a McCoy le pareció que era bastante pequeña y demasiado vulnerable para llevar a cabo el trabajo que tenía que realizar.

—¿Cómo va a averiguarlo? —le preguntó Kirk—. Y, en consecuencia, ¿cómo lo averiguaremos nosotros? Si algo puede cambiar a la tripulación y al capitán de una nave estelar, puede cambiar a cualquiera. ¿Qué prueba tenemos nosotros de que usted es quien dice, o lo que dice ser?

Ella negó con la cabeza.

—Ninguna, capitán, por ninguna de las dos partes. Podría señalarle que sólo me tienen a mí para agradecer el conocimiento de que el problema existe. Pero ustedes ya saben que hay un misterio en el sector; yo podría habérselo contado para que bajaran la guardia.

Kirk asintió con la cabeza.

—Bueno, antes de ahora nos hemos enfrentado con problemas de identidad y autenticidad. Siempre queda la fusión mental vulcaniana.

Los ojos leonados aprobaron el pensamiento pero lo rechazaron.

—Como lo que ustedes creen que soy, no podría consentir en una fusión mental aunque lo quisiera. Como lo que soy, no consentiré en ello.

—¿Y qué es usted? —le preguntó Kirk.

—Preferiría decirle mi nombre. Yo soy…

Por primera vez, el vulcaniano habló… como si las palabras le hubiesen sido arrancadas del interior.

—Sola Thane.

Kirk se volvió a mirar a Spock.

—Sola Thane —repitió Kirk—, desaparecida hace años. Spock asintió con la cabeza.

—Precisamente.