14
Spock también estuvo junto a él al instante para levantar al humano y depositarlo nuevamente sobre la mesa de diagnóstico.
—Estoy bien, Spock —murmuró Kirk—. Sólo que… las piernas no me aguantan.
—Quédese quieto —le ordenó Spock. Envió una señal de llamada para McCoy.
Sola estaba apoyando las manos sobre el rostro de Kirk. McCoy traspuso las puertas como si ya hubiese estado avanzando a plena velocidad hiperespacial. Ni siquiera hizo una pausa, sino que pasó un escáner por encima de Kirk. Kirk les hizo a ambos un gesto para que se apartaran.
—Primero —dijo Kirk—, comprueben dónde está Gailbraith. Me vuelve en este momento a la cabeza lo que recordé a medias en un sueño. Gailbraith ya había salido antes del aislamiento. Antes de que abandonáramos la nave él me advirtió que encontraría lo que necesitaba… en el planeta. Acudió a verme en el área de la piscina uno.
—¿Por qué no me dijo eso antes? —inquirió Spock.
Kirk sacudió la cabeza.
—Se produjo alguna forma de contacto mental. Creo que él bloqueó el recuerdo. Comenzó a regresar a mí cuando estaba inconsciente.
—¿Por qué acudió a usted el embajador, en la piscina uno?
Kirk suspiró con cierta reticencia.
—Estaba ahogándome, señor Spock.
—Soy un estúpido —dijo Spock, y se encaminó hacia el intercomunicador—. Seguridad a enfermería.
—Estoy bien, señor Spock. No he sufrido daños.
Spock lo miró con frialdad.
—¿Cómo puede saberlo? Cuando se encontraba en un estado de vulnerabilidad, fue expuesto a la fuerza mental de unos poderes desconocidos…, que eran lo bastante poderosos como para hacerle olvidar la totalidad del incidente. Más aún, los bloqueos de aislamiento no pueden ser desactivados desde el interior. Gailbraith debe tener ya controlados a algunos miembros de la tripulación de la Enterprise que desbloquearon las puertas para que pudieran salir.
Kirk hizo una mueca.
—Tiene razón. Haga una comprobación completa del personal.
—Hay algo más —prosiguió Spock—. Ha habido ocasiones en las que usted se ha hallado en peligro mortal y yo lo he percibido. Esta vez yo no capté nada. Pero el apuro en que usted se encontraba recibió una respuesta.
Kirk frunció el entrecejo.
—Está diciendo que… yo estaba más en contacto con la Unidad de Gailbraith que con usted. ¿Cree que estoy siendo arrastrado hacia ella?
—Si queremos luchar contra ello tenemos, por lógica, que reconocer esa posibilidad.
—Usted sabe que es posible desarrollar un cierto gusto por la Unidad, señor Spock. No obstante, creo que yo continúo siendo… la última ameba.
—Capitán —intervino Sola—, yo me he convertido en un peligro para usted, y posiblemente para Spock.
Kirk consiguió conservar un rastro de perversa diversión en sus ojos.
—Nos las arreglaremos.
Ella negó con la cabeza.
—Usted no lo entiende. Yo soy una mujer zarana. Si me veo arrastrada a un compromiso de por vida, mis poderes se transformarán en algo desconocido, fuera de mi control. Podrían amplificar los efectos de cualquier Unidad… arrastrarlo a usted a ella en contra de su propia voluntad. La Totalidad podría ser capaz de utilizarme. Yo constituyo un peligro para toda la nave.
La expresión divertida desapareció. Kirk la miró con expresión grave.
—¿Qué podemos hacer? Ella se irguió más aún.
—Tengo que abandonar la nave.
—No —replicó Kirk con tono terminante—. Hagamos lo que hagamos, no será eso.
—Spock —dijo ella—. Lógica. No queda otra alternativa.
—No —replicó Spock—. Alguien se ha tomado bastantes molestias para disponer este encuentro. Si intentamos evitar el conflicto, sin duda volveremos a enfrentarnos con el problema en una forma que podría ser aún más peligrosa.
—En una palabra, Spock —interpretó McCoy—, que cuelguen la lógica. Usted no la dejará marchar.
—Uno no puede colgar la lógica, doctor —le respondió Spock—, pero puede verse seriamente tentado de hacerlo.
—¿No la dejará marchar? —insistió McCoy.
—No.
—Spock tiene razón —intervino Kirk—. Es lógico, aunque también sea lo que nosotros queremos. Tenemos que levantar nuestras defensas… juntos.
—¿También usted? —le preguntó McCoy.
—¿Se acobarda usted, Bones?
McCoy dirigió una mirada torcida a Sola, como si supiera cuánto más simple podrían haber sido su vida y su trabajo sin ella.
—No, demonios —replicó.
Kirk sonrió.
—Señor Spock, seguirá usted la primera orden que le di. Sola, quiero pedirle que ayude al señor Spock en esta crisis. Pueden marcharse.
Spock miró a Kirk y comprendió perfectamente.
—Yo no necesito ninguna… ayuda —respondió Spock.
El gesto de Kirk hizo hincapié en que él se encontraba inmovilizado a causa de su estado físico.
—No está recibiendo ninguna. Me reuniré con usted… más tarde, señor Spock. Póngase en marcha. Es una orden.
McCoy miró de uno a otro y los interpretó como si fuera un escáner.
—Un segundo —intervino—. Mientras usted estaba arreglándoselas con… lo que fuera… hemos tenido más problemas. El señor Dobius parece haber sido dominado por la Unidad. O, tal vez… puede que yo esté volviéndome loco…, pero yo más bien diría que se han apoderado de él dos poderes diferentes.
—¿Cómo, Bones? —Kirk cambió instantáneamente al modo de mando.
—Cuando lo examiné… y salí a buscar a Spock…, una de las mitades de su cerebro estaba sintonizada con la Unidad de Gailbraith. La otra presentaba un modelo extraño, similar, pero no el mismo. ¿Podría tratarse de la Totalidad de Sola?
—Podría estar usted en lo cierto, Bones —replicó Kirk—. Obtenga todo lo que pueda sobre ese segundo modelo.
—Acabo de intentarlo. No ha habido suerte. En cuestión de pocos minutos, ambos modelos desaparecieron. El señor Dobius parece ahora estar perfectamente normal.
—¿Cree usted que el efecto fue transitorio? —le preguntó Sola.
—Ojalá lo haya sido —replicó McCoy con tono sombrío—. Yo pienso que todavía está ahí… pero ahora sin síntomas visibles. Se ha enmascarado. Me parece que ni siquiera el señor Dobius lo sabe…, pero creo que todavía está o puede que esté bajo el control de alguien. Y ahora no hay forma de detectarlo.
—¿Está usted diciendo —comenzó Kirk— que si alguien, digamos yo, estuviese afectado, podría no saberlo… y que después de un breve período de tiempo no sería posible detectarlo?
—Según creo —replicó McCoy con tono sombrío—, eso es lo que he dicho.
Kirk intentó moverse una vez más y conoció la absoluta frustración de la impotencia. Su nave estaba siendo atacada. Spock estaba enfrentándose, quizá, con la crisis de su vida. Muy posiblemente estaban apoyando un dedo en el dique que podría desmoronarse y hundir a la galaxia en la Unidad. Él mismo podría ya estar comenzando a desmoronarse en ese frente.
—Bones —decidió—, será mejor que me dé lo que haga falta para ponerme en pie. No puedo quedarme sentado mientras sucede todo esto.
—Soy un médico, no un mago —replicó McCoy—. Usted se queda donde está.
—Bones… —dijo Kirk con tono de advertencia.
McCoy estaba haciendo ajustes en un atomizador hipodérmico.
—Puede que esto le haga sentirse un poco mejor. No va a borrar el estrés acumulativo ni tampoco el shock casi fatal que ha sufrido. Y no conozco ninguna cura para cualquier otra cosa que lo aflija. —Lanzó una mirada a Sola.
—Ya está bien, Bones. —Kirk comenzó a sentarse, pero la habitación se puso a dar vueltas—. Señor Spock —continuó—, tiene sus órdenes. Vaya a examinar a la tripulación por cualquier medio que usted, Sola o el departamento médico puedan ingeniar. Ordene turnos dobles. Nadie debe realizar funciones críticas estando solo. Usted y Sola examínense mutuamente. No vuelvan aquí, excepto por requerimiento de sus deberes.
Spock se limitó a mirarle durante un largo momento, y por un instante, Kirk pensó que iba a negarse.
—Capitán —dijo por fin, y se volvió para marcharse, reuniéndose con Sola camino de la puerta, sin tocarla.
Ella volvió la cabeza para mirar a Kirk, como para decirle que estaba obedeciendo la elección de él. Pero él vio que la corriente todavía existía entre ella y Spock, a pesar de los esfuerzos que ambos realizaban por resistirla. Supo que había tenido razón. Antes que nada, ella tenía que acabar con Spock, si podía hacerlo… y él tenía que asegurarse de que el pon farr no se había meramente suavizado sino acabado, y que Spock viviría.
Había un pensamiento subliminal que le decía a Kirk que quienquiera que hubiese planeado aquello para él y Sola, no había tomado en cuenta a Spock. ¿Otorgaba a ellos tres alguna ventaja el hecho de que también ella se sintiera atraída por los dos? ¿O duplicaba el peligro?
La puerta se cerró tras Sola y Spock.
—¿Qué era todo eso? —refunfuñó McCoy.
—¿Qué diagnosticaría usted, Bones?
McCoy profirió un bufido.
—Lo que yo diagnostico no es siquiera concebible. —Pasó un escáner por encima de Kirk—. Si no fuera vulcaniano…
McCoy se encogió de hombros.
—¿Si no lo fuera?
—Amor. Odio. Ambas cosas. Pero lo es, y será mejor que usted me lo diga, simplemente…
—Ese diagnóstico es bastante aproximado, Bones.
—¡Pero ella está enamorada de usted! —McCoy se contuvo—. Lo siento. Lo llevaba escrito en toda su persona. Y a mí me dio la impresión de que… usted también. Kirk suspiró.
—Bones, ¿y si fuera el primer amor verdadero de Spock? Ojalá yo no pensara que ella es… mi último amor. McCoy gimió.
—Ya decía yo que no era siquiera concebible. ¿Así de fuerte es?
—Así de fuerte.
Kirk sintió que el estimulante le hacía efecto, y se movió más cautelosamente para ponerse de pie. La debilidad y el dolor cayeron sobre él como un peso. Era consciente de que no debía levantarse, pero se tragó su agonía y no permitió que McCoy advirtiera el alcance de su debilidad. Podía moverse porque tenía que hacerlo, pero sabía que no aguantaría mucho. Comenzó a vestirse.
—Tendría que hacerme examinar la cabeza por permitirle siquiera que pensase en levantarse —declaró McCoy.
—¿Ha examinado la mía? —preguntó Kirk.
McCoy hizo una mueca de dolor.
—Ésa es la segunda mala noticia que tengo para usted —replicó—. Después de examinar a Dobius, analicé las grabaciones de escáner de su período de inconsciencia. Hubo momentos en los que ambos modelos mentales, el de la Unidad y el de la Totalidad, comenzaban a desplazar a los suyos propios.
Kirk lo observó con cautela.
—¿Prevaleció uno de ellos?
McCoy se encogió de hombros.
—No hay forma de saberlo. A mí me da la impresión de que uno mantuvo fuera al otro. Tal vez la cosa quedó en tablas, pero no puedo asegurárselo. Las lecturas son ahora normales… al igual que las de Dobius. Jim…, ésa es una segunda razón por la que usted no debería andar dando vueltas por la nave.
—Es la primera razón por la que debo hacerlo, Bones —replicó Kirk—. ¿Qué alternativa me queda? ¿Quedarme ahí tendido y dejar que se apoderen de mí mientras duermo… si no lo han conseguido ya?
McCoy lo miró con expresión grave.
—Jim, ¿y si ya se hubiesen apoderado de usted?
Kirk avanzaba pasillo abajo. Cada movimiento constituía un esfuerzo superior a lo que podía soportar.
No había respuesta para la pregunta de McCoy. ¿Era posible que Kirk perteneciera ya a la Unidad… la de Gailbraith o la otra, la Totalidad? Él no podía detectar signo alguno, pero no había nada que le asegurara de que se daría cuenta. ¿Y si lo tenían sujeto a distancia, y aguardaran el momento de tirar de los hilos? Ciertamente, en el sueño había tenido la sensación de que dos fuerzas luchaban por él… y ahora los instrumentos de McCoy acababan de confirmarlo.
A menos que pudiera resolver eso, Kirk no podría comandar la nave. Tampoco podía estar seguro de que cualquier otro se hallara en condiciones de hacerlo. Si el catalizador que podía utilizar la Totalidad era algún poder del pueblo de Sola… ¿era entonces Spock quien se encontraba en mayor peligro? El vulcaniano también navegaba peligrosamente cerca del lazo necesario de unidad con ella, fuera cual fuese.
Kirk entró en el área de la piscina uno. Tal vez el acudir a ese sitio era una estupidez. Podría haber ido a las dependencias de los huéspedes de honor, a retar a Gailbraith en su madriguera. Prefería probar lo primero.
Permaneció de pie junto a la piscina, y luego tuvo que sentarse por fin, mientras transmitía por algún medio al que no podía darle nombre: «Aquí estoy. ¡Venga!».
Hizo falta menos de un minuto. Gailbraith traspuso la puerta.
Kirk comenzó a ponerse de pie, pero se vio obligado a desistir.
—Embajador. ¿Así que tiene usted el gobierno de la nave?
—¿Es que esperaba usted otra cosa? —Los duros ojos grises inspeccionaron a Kirk con un especie de reproche—. Usted ha acudido aquí con un propósito más definido que el de comprobarlo. Veo que se da cuenta de que no debería de haber salido de la cama.
Kirk se encogió de hombros.
—No tengo otra elección. Usted se ha apoderado de algunos de los miembros de mi tripulación. ¿Cuántos? ¿Quiénes?
—¿Espera que le responda a eso?
—Espero que los deje en libertad.
—Capitán —dijo Gailbraith—, ¿no se le ha ocurrido pensar que debe existir una razón que explique por qué se han apoderado de todas las naves en este sector…, pero la suya, que nos lleva a nosotros a bordo, continúa en libertad?
—¿Está diciéndome que ustedes luchan contra la Totalidad por nosotros?
Gailbraith sonrió.
—No, capitán. No lo hacemos por ustedes.
—¿Pero están luchando contra ella?
—Donde exista un anhelo de Unidad, capitán, hay un vacío que se llenará de una u otra forma. Es allí donde comienza la posesión, de una nave o de una galaxia. Hasta el momento, he llenado algunos de los vacíos de ustedes con mi propia persona. No todos; y no he salvado a todos sus tripulantes.
—¿La Totalidad tiene a una parte de mi tripulación? Gailbraith asintió con la cabeza.
—¿Cómo puedo detener ese proceso?
—Usted no puede.
—¿Usted sí?
—Concebiblemente. No de una forma que a usted pueda gustarle.
—¿Quiere decirme que las alternativas que tengo son la posesión por la Totalidad o la posesión por ustedes?
—Es una forma cruda de expresarlo, pero esencialmente correcta.
—¿Y si no me dejo poseer?
—Pero lo hará. Capitán, aquí se está realizando una prueba. Esta nave, el planeta de abajo, no tienen necesariamente el aspecto del campo de batalla en el que se decidirá el destino de la galaxia. No obstante, es lo que son.
—¿Está usted en contra de la Totalidad?
—Capitán, yo estoy en favor de la evolución. Sin embargo, aún está por ver cuál es la dirección esencial de la evolución. Como ha dicho el hombre que le condenó a usted a esta prueba, también hay callejones sin salida en la evolución. Uno de nosotros, capitán, es una ameba… o un dinosaurio. Aquí se averiguará cuál lo es.
—¿Y luego?
—Si es usted la ameba, se unirá a mí y se convertirá en el futuro. Yo decidiré que el punto de inflexión está aquí, y la Unidad se extenderá por la galaxia durante mi vida.
—¿Quiere decir… a través de la Totalidad? —preguntó Kirk.
—La Totalidad tiene los medios. Yo no.
—¿La fuerza? Aunque no supiera nada más, sí sé que eso es el ayer.
—¿Es una imposición de la fuerza ofrecer el mañana de forma irresistible?
—El mañana ha sido la excusa de todas las atrocidades.
—Y el combustible de todos los avances hacia las estrellas. Ahora, tal vez, la dirección del avance está… más allá del afecto.
—¿No existe afecto en su Unidad? —le preguntó Kirk.
—Hay una extensión del yo. Todas las partes se vuelven valiosas, necesarias. Pero la fuerza de la pasión por el ser amado individual que puede ver nuestra soledad e iluminar nuestra monotonía con su diferencia…, esa pasión no la conocemos.
—En ese caso, ¿por qué podría desear atraer a un hombre o mujer en concreto al interior de esa Unidad? —preguntó Kirk.
—Existe… memoria de elección individual, capitán. Somos todavía jóvenes en el universo; y existe poder. Determinadas mentes aumentarán nuestra fuerza, quizá de forma decisiva. —Entonces miró a Kirk, con una expresión casi divertida—. Aparte de eso, está el factor Job.
—¿Qué?
—Usted es el más ferviente servidor del antiguo orden, capitán, y al igual que en la historia original, ese a quien usted sirve le ha entregado a la tentación. Eso siempre me ha parecido una recompensa bastante pobre por la virtud.
Kirk asintió con la cabeza.
—Según lo que recuerdo, Job perdió a su esposa, familia, rebaños, ganado, pastores, y su salud, fortaleza, amigos, personas que lo consolaran. No creo que me gustase estar en ese lado.
Gailbraith sacudió la cabeza.
—Usted ha sido abandonado, capitán, al igual que yo. La prueba final siempre tiene que ser contra los mejores.
—¿Y cuál es su papel?
—Yo soy el diablo —dijo Gailbraith—. O bien estoy convirtiéndome en un dios.
Kirk miró a Gailbraith con mucho cuidado. No había locura en él. Era un nuevo orden de vida, tal vez era posiblemente el único orden de vida, y tanto si era el futuro como si no, estaba completamente decidido a emplazar al futuro; pero allí decidiría qué futuro iba a emplazar.
—Sea lo que fuere… dios o diablo —dijo Kirk—, tengo una propuesta. Consideraré la solución que me propone usted. La experimentaré hasta el punto que me sea posible sin ser capturado. Si acabo por convencerme, seré suyo. Pero hasta que eso suceda, usted me ayudará a protegernos, yo y a mi gente, de la Totalidad: consejo, instrucción, protección, bloqueo. No tomará usted su decisión respecto a la Totalidad hasta que haya visto, en toda su plenitud, el poder del afecto que existe en esta nave. Y con sus poderes de dios o diablo, los cuales he experimentado hoy, me ayudará en las cosas menores, como la capacidad para mantenerme en pie.
Gailbraith se echó a reír.
—¿Qué habría sucedido si Job hubiese tenido el descaro de pedirle al diablo que lo curase de sus llagas… sin exigirle siquiera el alma a cambio?
—Si el diablo fuera inteligente —le contestó Kirk— lo habría hecho.
Gailbraith asintió con la cabeza.
—Sí, lo habría hecho. Acepto sus términos, capitán, hasta próximo aviso… con la salvedad de que no puedo garantizarle que no será usted capturado por nuestra Unidad… o por la Totalidad. Es usted vulnerable, especialmente ahora, y se trata de un asunto delicado. No obstante, no realizaré ningún intento deliberado de apoderarme de usted o retenerlo en contra de su propia voluntad… sin avisárselo antes. ¿De acuerdo?
Kirk asintió con la cabeza.
—De acuerdo.
Gailbraith se le acercó.
—En ese caso, experimente la Unidad, al menos en el primer nivel, y siéntase completo.
Apoyó sus poderosas manos en los puntos de contacto de la cabeza de Kirk, y los puntos de reflejo del brazo herido.
Los límites del yo/no yo comenzaron a disolverse. Kirk sintió la magnitud del hombre que había conseguido absorber otros «yo» y continuar siendo el jefe, el cerebro, la pasión.
Luego parecieron disolverse incluso los límites del cuerpo, y el capitán pudo sentir el tremendo afluir del Uno al interior de su cuerpo asolado. Los tejidos y células fueron reconstruidos; los campos de energía vital volvieron a equilibrarse; la fortaleza, la esperanza, el deseo, se revitalizaron. Él era Uno. Era un dios. Ellos estaban juntos. Habían nacido otra vez, uno e indisoluble…