Capítulo 6

 

   - Necesito dormir un poco, Max. Déjame en el hotel y ya veré a Angus después.
   - Lo siento, pero Angus insistió mucho en verte ahora.
   - Han pasado diecisiete años desde la última vez que le vi. Podrá esperar otras doce horas.
   - La verdad es que no. El juicio es mañana.
   Me dio un ejemplar del Inverness Courier. El artículo abarcaba casi toda la primera plana del jueves.

 

   LOS FISCALES DE INVERNESS PIDEN LA PENA DE MUERTE EN EL CASO DEL ASESINATO DE CIALINO

 

   Lord Neil Hannam y el Tribunal Supremo de Justicia han accedido a considerar la posibilidad de la pena de muerte en el juicio por asesinato contra Angus Wallace, de Drumnadrochit. Wallace está acusado del asesinato de John Cialino Jr., presidente de Cialino Ventures, uno de los hombres de negocios más ricos e influyentes de Gran Bretaña. Los testigos informan haber visto caer a Cialino al lago Ness después de haber sido golpeado por Wallace en las orillas del castillo de Urquhart. La policía continúa dragando el lago Ness, en busca de los restos de la víctima. Las primeras declaraciones empezarán a tomarse el viernes.
   - El primer interrogatorio fue hace meses -explicó Max-. El juez decidió mantener encerrado al viejo, temeroso de que no pagara la fianza. Presentamos una declaración de inocencia en marzo, y desde entonces estamos esperando.
   Pasamos ante el castillo de Stuart y nos dirigimos hacia la A96. Mi pulso se aceleró cuando vi las profundas aguas azules del estuario de Moray. Playas y acantilados bordeaban la costa. Delfines, marsopas y orcas poblaban las aguas del mar del Norte.
   Pese a formar parte de una isla, Inglaterra y Escocia no se parecen en nada, debido al hecho de que su geología fue concebida desde una distancia de miles de kilómetros. Hará unos quinientos cincuenta millones de años, las masas continentales del planeta se hallaban localizadas en el hemisferio sur.
   Escocia pertenecía al continente de Norteamérica (parte de la cordillera Torngat de Canadá), mientras que Inglaterra, Gales y el sur de Irlanda estaban unidos a los restos de un gigantesco continente llamado Gondwana. Los dos reinos que un día formarían Gran Bretaña estaban separados por tres mil millas del océano conocido como Iapetus. Después de setenta y cinco millones de años de fractura y deriva continentales, las islas de Escocia e Inglaterra chocaron, una posibilidad entre un millón, si es que esa una existía.
   Hoy, la topografía de Escocia puede dividirse en dos regiones diferentes: las Tierras Bajas, muy poblada, con industria y ciudades bulliciosas, y las Tierras Altas, una inmensa zona montañosa rica en fauna, rodeada por centenares de islas costeras.
   Durante el último período glacial, que terminó hace unos diez mil años, Escandinavia y las Tierras Altas escocesas estaban sepultadas bajo grandes extensiones de glaciares. A medida que estas montañas de hielo y nieve se movían, profundizaban y redondeaban los valles fluviales ya existentes de las Tierras Altas, dejando atrás lagos profundos (lochs) y largos valles (glens).
   Imaginen una enorme trinchera que dividiera Escocia en dos: eso es el Great Glen. Con una extensión de casi cien kilómetros, esta grieta glacial de cuatrocientos millones de años se halla situada sobre una falla geológica que se ensanchó y profundizó durante el último período glacial. Cuando el hielo retrocedió por fin, dejó atrás una serie de lochs de agua dulce que cortaban en diagonal las Tierras Altas desde el Atlántico hasta el mar del Norte. Estos cuatro cuerpos de agua están comunicados entre sí mediante otra serie de esclusas artificiales conocidas como canal de Caledonia.
   Finalizado en 1822, el canal de Caledonia abarca veintidós millas del Great Glen, y comunica el estuario de Moray del mar del Norte con el Atlántico mediante los lochs Dochfour, Ness, Oich y Lochy. Su punto geográfico más impresionante es Fort William, donde la "Escalera de Neptuno" utiliza ocho esclusas para subir y bajar barcos veintiún metros por encima del nivel del mar.
   Estábamos viajando por la orilla este del río Ness, cuando Max me sorprendió al girar a la izquierda y seguir una carretera sinuosa que conducía al castillo de Inverness. -¿No vamos a la cárcel de Portfield?
   El abogado punky-gótico sacudió su cabeza de pelo pincho.
   - Portfield está saturada, y los polis no quieren mezclar a un tipo acusado de asesinato con el resto de los delincuentes, pues la mayoría están detenidos por cosas sin importancia como peleas tabernarias. En consecuencia, el Tribunal Supremo sacó a nuestro padre de las cárceles de Su Majestad y le encerró en las entrañas del Tribunal del Juez.
   Por Tribunal del Juez, Max se refería al castillo de Inverness.
   Construido en el siglo XII, el castillo de Inverness fue reconstruido en 1835, después de ser casi arrasado por Bonnie Prince Charlie. Además de ser una atracción turística popular, el enorme edificio Victoriano de piedra arenisca roja, posado majestuosamente sobre una loma que domina el río Ness, también albergaba el Tribunal del Juez.
   La figura del juez ("sheriff" en la jerga local) se remonta a ocho siglos atrás, cuando el juez, un oficial del rey, presidía todos los asuntos legales de su distrito. Hoy, hay seis jueces en Escocia, y cada uno está cualificado legalmente como juez y supervisa los casos civiles de su región.
   El caso de Angus era de asesinato, de modo que su jurisdicción se confiaba al Tribunal Supremo, pero el castillo todavía contaba con suficientes celdas para alojar al acusado.
   Max aparcó y seguimos un sendero bordeado de flores hasta la entrada principal. Una estatua en bronce de Flora MacDonald, la mujer que había ayudado a huir a Bonnie Prince Charlie, se alzaba sobre un pedestal de piedra en el césped del castillo. Al entrar por la puerta del castillo, evitamos la cola de turistas que iban a ver el Garrison Encounter, y nos dirigimos al Tribunal del Juez.
   Después de veinte minutos de papeleo, y un embarazoso registro de cavidades corporales con un detector de metales, un guardia de la prisión nos guió por una escalera de caracol centenaria hasta las entrañas del castillo. Luces modernas se mezclaban con accesorios antiguos de hierro, cuando nos acercamos a otro agente que custodiaba un pasillo de celdas.
   - Creo que vienen a ver a nuestro Angus. Está en la suite de la luna de miel, la última celda.
   - Adelántate -dijo Max-. Nos encontraremos fuera. He de hacer algunas llamadas.
   El guardia abrió la puerta enrejada y me dejó pasar.
   Las seis primeras celdas de cada lado estaban vacías.
   La última de la izquierda alojaba a mi padre.
   Estaba acostado sobre un colchón, la espalda contra la pared, y leía un ejemplar del Inverness Courier.
   Los años habían teñido de plata su mata de pelo negro como el azabache, y una pulcra barba y bigote, más gris que negra, había sustituido a la perilla. Manchas de vejez moteaban su piel, patas de gallo cercaban sus ojos, pero sus iris gris azulados todavía se veían penetrantes y vivaces. Su físico todavía era imponente, aunque un atisbo de panza aparecía en su cintura.
   Me paré ante la celda, el cuerpo tembloroso a causa de los nervios y la fatiga.
   - Malditos periodistas. Mira que le dijimos al menos diez veces a ese capullo que éramos descendientes directos de sir William Wallace, y ni siquiera lo menciona. ¡Joder! Bien, es lo último que me sacará, te lo aseguro.
   - Yo también me alegro de verte -logré articular.
   Se levantó del colchón, todavía con agilidad, pero ya no era un gigante.
   - Hablas como un yanqui, pero tienes un aspecto horrible. Tienes los ojos inyectados en sangre y hundidos, y percibo el hedor del whisky en tu sudor.
   - No he dormido bien.
   - Sí, desde el accidente. Ya lo he leído. Dos veces te has ahogado, y las dos has vuelto. Ve con cuidado, Nancy, dicen que a la tercera va la vencida.
   Medio minuto, y ya estaba hurgando en la herida.
   - Si no tienes nada más que decir…
   - Va, va, no te alteres, deja que te eche un vistazo.
   Extendió las manos entre los barrotes y las apoyó sobre mis hombros. Dedos poderosos masajearon mi deltoides y descendieron hasta mis bíceps.
   Apreté los puños sin darme cuenta.
   Me dedicó una media sonrisa.
   - Ya no eres un alfeñique, ¿eh? Gracias a Cristo que los Wallace tienen genes resistentes. Dime, ¿qué opinas de mi bastardo, Maxie? Creo que es medio inglés, pero…
   - Está como una chota. ¿Estás intentando cabrear al juez a propósito? -¿Así se decide en estos tiempos quién es culpable y quién es inocente? ¿Por la apariencia del abogado?
   - Esto no es un juego, Angus. Max dice que los Cialino están pidiendo la pena de muerte.
   - Todos los hombres mueren, Zachary. Es curioso: soy yo quien afronta la pena de muerte, y tú el que tiene miedo. Solo pueden colgarme una vez, pero tú morirás mil veces antes de que me hayan enterrado bajo seis palmos de tierra.
   - No tengo miedo.
   - Y una mierda. Huelo el miedo que te retuerce las tripas tan bien como huelo mis pedos. -¿De qué he de tener miedo?
   - Creo que los dos sabemos la respuesta a eso. Diecisiete años es mucho tiempo para guardar algo escondido dentro.
   - Lamento decepcionarte, Angus, pero lo superé hace mucho tiempo. -¿De veras? Entonces, ¿por qué no has vuelto a los Sargazos?
   - Las expediciones cuestan dinero, y nadie está interesado. Volvería ahora mismo, pero…
   - Déjate de chorradas. Max ha hecho algunas averiguaciones. La Royal Navy se puso en contacto contigo hace seis semanas, porque está interesada en financiar un viaje para encontrar a esos blups o lo que sea. Se dice que te ofrecieron un barco de investigación y un sumergible, pero rechazaste la oferta.
   Apreté los dientes, enfrentado a la verdad. La Royal Navy había intentado ponerse en contacto conmigo, pero yo había rechazado sus llamadas, todavía víctima de la hidrofobia.
   - No es que sea asunto tuyo, pero volveré al mar cuando me sienta preparado.
   - No, no lo harás. Cuanto más esperes, más te costará. Mira cuánto has tardado en volver a casa para ver a tu viejo.
   - En primer lugar, Escocia no es mi casa, ya no. En segundo, tú nunca has sido para mí nada más que un donante de esperma. Siempre fui tu alfañique, la decepción que Dios te envió para que el apellido Wallace continuara. Si quieres endilgarme un último sermón antes de que te cuelguen, adelante, es tu tiempo, empléalo como te dé la gana.
   - De modo que piensas que tu viejo es culpable, ¿eh?
   - La verdad, Angus, ya no sé de qué eres capaz.
   Vi que aquello le había herido de verdad.
   - Zachary, sé que estás avergonzado de mí, pero en cuanto a esas acusaciones, yo no lo hice. Johnny C. y yo éramos amiguetes. Sí, discutimos, como tú y yo, pero lo que pasó fue un accidente. Pienses lo que pienses de mí, hijo, no soy un asesino.
   "Hijo. No recordaba que nunca me hubiera llamado hijo." -¿Qué quieres?
   - Nada más que tu apoyo. Mañana, cuando entre en la sala del tribunal, me sentiría orgulloso de tener a mis dos chicos a mi lado.
   Tal vez era el cansancio, pero cuando se le estranguló la voz, las lágrimas rodaron sobre mis mejillas y le abracé a través de los barrotes.
   - De acuerdo, Angus, allí estaré.
   Mi esposa y yo regresábamos a Dumnadrochit desde Inverness por la vieja y estrecha carretera, cerca del mojón de los diez kilómetros. Cuando pasamos ante el castillo de Aldourie, ella me pidió de repente a gritos que parara, diciendo que había visto un enorme cuerpo negro que oscilaba en el agua. Cuando frené, solo quedaban ondas en el agua, pero se notaba que allí había algo grande. Momentos después, vimos una gigantesca estela, causada por algo que se movía justo debajo de la superficie. La estela se dirigió hacia el muelle de Aldouric, y después la cosa que la causaba se sumergió y nos enseñó dos jorobas negras, una a continuación de la otra. Se elevó y hundió de una manera ondulante, viró a babor y desapareció.
   JOHN MACKAY, marzo de 1933 (Primer avistamiento desde san Columba)