Prólogo

 

Estuario de Moray, Tierras Altas de Escocia, 25 de septiembre de 1330

 

   Las profundas aguas azules del estuario de Moray chocaban con estrépito contra la mellada costa.
   William Calder, segundo barón de Cawdor, estaba sobre un saliente rocoso, al otro lado del punto en el que se encontraban el espumeante mar del Norte y la boca del río Ness. Miró al sur y distinguió apenas la galera española de una sola vela. El alto navío se hallaba en el puerto desde el alba, y su tripulación entregaba monedas de plata a cambio de lana y bacalao.
   La hija de Calder, Helen, se reunió con él en el mirador.
   - Os necesitan. Un soldado herido ha llegado a tierra. Quiere ver a un templario.
   Habían depositado al joven sobre un montículo herboso. Tenía la cara pálida y sin afeitar, y los ojos gris azulado vidriosos a causa de la fiebre. Su atuendo de batalla, una cota de malla, estaba manchado de púrpura a lo largo de la parte izquierda de su estómago. Tenía una espada larga al lado, con la hoja manchada de sangre.
   Un estuche, del tamaño de un melón pequeño, colgaba de su cuello sin afeitar mediante una cadena de oro.
   William Calder se detuvo ante el soldado, acompañado de dos hombres más de su clan. -¿Quién eres, muchacho?
   - Necesito hablar con un templario.
   - No hablarás con nadie hasta que hayas despachado conmigo. ¿En qué batalla recibiste tus heridas?
   - En Tebas de Ardales. -¿Y a las órdenes de quién luchaste?
   - Sir James el Bueno. -¿Douglas el Negro? -Calder se volvió hacia sus hombres-. Id a buscar a un físico, deprisa. Decidle que tal vez necesitemos también un barbero.
   - Sí, mi señor.
   Los dos hombres se marcharon corriendo. -¿Por qué buscas a un templario, muchacho?
   El soldado abrió los ojos con esfuerzo debido a la fiebre.
   - Solo a un templario puedo confiar mi carga.
   - Ah, ¿sí?
   Calder se agachó para tomar el preciado objeto que descansaba sobre el pecho del hombre, pero la espada del soldado se alzó al punto y besó su garganta.
   - Lo siento, mi señor, pero me ordenaron que solo entregara la reliquia a un templario.
   El sol ya estaba alto en el cielo veraniego cuando Thomas MacDonald llegó a la mansión de William Calder. Más vikingo que celta, el corpulento anciano tenía pelo y barba rojizos y espesos. Sobre sus anchos hombros colgaba una túnica blanca, engalanada con cuatro triángulos equiláteros escarlata, cuyas puntas se encontraban en el centro y formaban una cruz.
   MacDonald entró sin llamar.
   - William Calder, ¿para qué me has llamado a Morayshire?
   Calder señaló al joven soldado, a quien un médico estaba vendando la herida del costado izquierdo.
   - El muchacho afirma que ha luchado a las órdenes de Douglas el Negro. Dice que ha viajado desde España para encontrar a un templario.
   MacDonald se acercó.
   - Yo soy de la Orden, muchacho. ¿Quién eres?
   - Adam Wallace. Mi padre estuvo con sir Richard Wallace de Riccarton.
   Ambos hombres enarcaron las cejas. -¿Eres pariente de sir William?
   - Era mi primo hermano, y mi padre, su tío. Todavía porto la espada que William utilizaba en el combate.
   Calder examinó la espada, ciento sesenta y cinco centímetros de punta a pomo.
   - No veo marcas en la empuñadura que la identifiquen como perteneciente a sir William.
   MacDonald asintió.
   - William no le hizo marcas. Excelente espada, digna de un arcángel, pero ligera en su terrible mano. - Señaló el estuche de plata-. ¿Cómo llegó a tus manos?
   - Serví a las órdenes de sir William Keith durante casi un año, desde que Bruce fue víctima de la lepra.
   Nuestro rey habría deseado tomar parte en las Cruzadas contra los sarracenos, pero se estaba muriendo. Pidió que el contenido de este estuche fuera enterrado en la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén. Douglas el Negro deseaba partir al frente de la expedición, acompañado por sir William Sinclair, sir Keith y yo.
   - Continúa.
   - Cuando llegamos a España, el rey Alfonso XI de Castilla y León… convenció a sir James de que se uniera a su vanguardia contra Osmín, el gobernador moro de Granada. Douglas el Negro accedió, y nos pusimos en marcha el veinticinco de marzo, es decir, todos salvo sir William Keith, que había resultado herido en el brazo y no podía luchar. -¿Qué pasó?
   - La batalla se torció. Douglas el Negro fue engañado por una añagaza, y la caballería mora se abrió paso entre nuestras filas. Sucedió deprisa, cadáveres y sangre por todas partes. Apenas pude reaccionar. Vi que sir William Sinclair caía tras Douglas el Negro. Entonces, una espada se hundió en mi flanco y me derrumbé.
   "Cuando desperté, había oscurecido. Percibí de inmediato el olor de la sangre, y el costado izquierdo me ardía. Pude ponerme en pie entre los muertos. Quería huir, pero primero tenía que encontrar el cuerpo de Douglas el Negro. A la luz de la media luna, fui buscando entre los cadáveres hasta que localice su cuerpo, custodiando el estuche de Bruce incluso en la muerte. Para entonces, el alba ya había llegado, y sir Keith con ella. Vendó mis heridas, pero temeroso de otro ataque del islam sugirió que nos separáramos. Yo debía regresar a Escocia, y después encaminarme hacia el castillo de Threave, baluarte de Archibald el Adusto, hijo de sir James. Sir Keith deseaba que regresara a las Tierras Bajas y a la abadía de Melrose con el estuche.
   - Pero veo que tus planes cambiaron.
   - Sí. La víspera de zarpar, sir Keith enfermó de hidropesía. Temeroso de su estado, decidí que lo mejor era que yo llevara encima el estuche, con el fin de liberarle de la tarea.
   Calder se llevó a MacDonald aparte. -¿Le crees?
   - Sí.
   - Pero ¿por qué busca a un templario?
   - Bruce era masón, nacido en el seno de la Orden. El contenido del estuche pertenece a Escocia.
   Representa nada más y nada menos que nuestra libertad.
   MacDonald se volvió hacia Adam.
   - Estuviste acertado al venir aquí, muchacho. Lo que contiene ese estuche de plata es demasiado importante para dejarlo en cualquier abadía. Hay una cueva, a un día a pie de aquí, que solo conocen los templarios. Si el Concilio accede, llevaré allí el estuche y… -¡No! -interrumpió Adam-. El acuerdo es entre Bruce y el clan Wallace. Guiadme y yo lo llevaré.
   - No seas loco. No sabes lo que estás diciendo. La cueva en la que pienso conduce al infierno y está custodiada por los siervos del Demonio.
   - No tengo miedo.
   - Sí, pero lo tendrás, Adam Wallace. Y ese miedo te acompañará hasta el fin de tus días.