Capítulo 13

 

Castillo de Inverness, Tierras Altas de Escocia

 

   El juez Hannam cumplió su palabra y ordenó que acudiera un médico, y después me arrestó por desacato, su excusa "oficial" para llevarme secuestrado lejos de las hordas de los medios, por lo cual me sentí eternamente agradecido. No tardé en encontrarme en una celda situada enfrente de la de mi padre, y los espesos muros del castillo me aislaron de los gritos y chillidos de los reporteros, que exigían respuestas a sus preguntas.
   Al cabo de unos minutos, la medicación me dejó sin sentido.
   Estaba oscuro cuando desperté por fin.
   Durante varios momentos maravillosos, seguí tumbado de espaldas, contemplando los detalles del techo de piedra de la antigua celda, disfrutando del bendito alivio de haber sido perdonado por el dolor.
   - La migraña ha pasado, ¿eh?
   Me incorporé poco a poco y miré hacia la celda de Angus.
   - Yo en tu lugar, iría a ver a un médico para que me lo mirara -dijo Angus, al tiempo que apretaba la cara entre los barrotes de hierro-. Me estuve tirando una temporada a una galesa, y padecía del mismo mal.
   Decía que era por culpa de la regla. Después de eso, la evité durante esos períodos. Pero a ti no te pasa eso, ¿verdad, Lassie?
   - No tenía que haber venido. Sabía que nunca cambiarías. Me la has jugado bien esta vez, ¿eh, Angus? -¡Vaya! Tú mismo te la has jugado. ¿Cuánto tiempo pensabas seguir viviendo con ese secreto? ¿Otros diecisiete años? -¿Qué secreto? Despierta, viejo, nunca existió un monstruo, ni entonces ni ahora. Llevarme al estrado de los testigos no cambiará el hecho de que mataste a un hombre, ya fuera a posta o por accidente.
   - Todavía sientes demasiado miedo para recordar, ¿eh? -Me miró desde su celda, y sus ojos azules brillaron a la luz fluorescente-. Esas migrañas son la forma que tu cerebro utiliza para escapar del pasado. Algo ocurrió después del primer accidente. Dolores de cabeza cada vez que intentabas hablar de lo sucedido. No eran nada en comparación con tus pesadillas, claro está. -¿Pesadillas? -Me incorporé en la cama con el corazón acelerado-. ¿Entonces también sufría terrores nocturnos?
   - Sí. Te despertabas chillando como un demonio. Gracias a Jesús que tu madre te llevó por fin a Estados Unidos; hubiera matado por gozar de una buena noche de descanso. Cuando aquel bicho te mordió… -¡No me mordió nada! No son marcas de dientes, Angus, son heridas de pinchazos, cicatrices del alambre de espino. Debí meterme entre los rollos cuando salí a la superficie.
   Angus meneó la cabeza con tristeza.
   - De pequeño podías ocultar la verdad, pero de adulto no es tan fácil. El episodio de los Sargazos está empujando los recuerdos hacia la superficie, ¿eh? No lo niegues, muchacho, lo veo en tus ojos. Esta vez, tendrás que enfrentarte a tus demonios.
   - Menudo eres tú para dar consejos.
   - Por lo que veo, los dos estamos en la cárcel, pero la tuya está aquí -dijo, y se dio unos golpecitos en la cabeza.
   - Como tú mismo has dicho, ya no soy un niño, de modo que deja de jugar conmigo, me he inmunizado. En cuanto a tus dudas sobre el alambre de espino, intenta leer el maldito informe médico. El doctor que me cosió… -¿Doctor? -Angus lanzó una carcajada estentórea-. ¿Llamas a Ryan Hornsby médico? Hornsby es veterinario, trabajaba con animales de granja. Los hombres de las Tierras Altas como yo le utilizábamos porque no podíamos permitirnos el lujo de pagar a médicos de verdad.
   - Pero era un profesional de la medicina.
   - Abre los ojos, chaval. El único motivo de que Alban MacDonald te llevara a Hornsby fue porque es pariente de él, y además un templario, por supuesto, lo cual significa que se llevará la verdad a la tumba con él…, si es que no lo ha hecho ya, a juzgar por como graznaba el año pasado.
   - Ahorra tu aliento, Angus. No me lo pienso tragar.
   - Lo que aún me intriga es cómo conseguiste escapar. O sea, Jesús, fíjate en las cicatrices, es como si el diablo te hubiera dado un bocado y lo hubiera escupido.
   - Vi el informe médico, Angus. Ponía alambre de espino.
   - Sí. Hornsby lo escribió con la polla. -¡Basta! Aunque fuera veterinario, ¿por qué iba a hacer caso Hornsby al alguacil del lago y arriesgarse a perder la licencia?
   - Porque, Judy, Alban MacDonald no era solo el alguacil del lago, sino también un caballero sacerdote de los templarios.
   - No lo entiendo. -¿No has oído hablar nunca de los caballeros templarios?
   - Sí, claro, pero ¿qué tienen que ver con el lago Ness?
   Angus sacudió la cabeza.
   - Un genio en lo tocante a los seres marinos, pero estás perdido cuando se habla de tus propias tradiciones, ¿eh? -Se alejó de los barrotes y se sentó en el borde del colchón-. Presta atención, Gracie, porque puede que tu viejo te enseñe algo. La Orden de los Caballeros fue fundada oficialmente en Jerusalén hacia el año 1100, a finales de la Primera Cruzada. Digo oficialmente, porque ya hacía mucho tiempo que existían, desde la época de san Columba. Eran en parte guerreros y en parte monjes, y caballerosos, dedicados a proteger a los cristianos que peregrinaban al Templo de Salomón. El rey Balduino II de Jerusalén les ofreció residir en el templo, y como vivían de las limosnas, se les llegó a conocer como los Pobres Caballeros del Templo. -¿Qué tiene que ver todo esto con…?
   - Paciencia, Sally, paciencia. Diez años después de formar la Orden, Hugues de Paynes viajó a Europa para buscar nuevos reclutas. En Francia, se alió con otro monje, Bernardo de Claraval, y su hermandad cisterciense. Juraron luchar contra el demonio en nombre de Cristo, y consiguieron reclutar a miles de caballeros-para la Orden. Adoptaron la vestimenta blanca, adornada ahora con la cruz roja de los Caballeros. En 1139, el papa Inocencio II decide que lo mejor es hacerse con el control de los Templarios. Lo primero que hace es eximirlos de impuestos, lo cual les permite acumular grandes riquezas. Como eran listos, los caballeros adoptaron la práctica de prestar dinero a plazos con intereses, que fue como inventar los procedimientos bancarios modernos. La Orden llegó a ser muy rica y poderosa, y su número creció, nada de lo cual fue apreciado por el rey francés Felipe el Hermoso, el más ambicioso hijo de puta que haya existido nunca. El rey codiciaba la riqueza acumulada de los caballeros, y fue él quien dio mala fama a los viernes trece, pues en aquel día de octubre de 1307 ordenó que los caballeros residentes en Francia fueran detenidos por herejía. Tres mil templarios inocentes fueron encarcelados y torturados, y sus propiedades pasaron a manos del rey. Bajo la presión de Felipe, el Papa ordenó la detención de los Caballeros Templarios. Quince mil monjes fueron encarcelados y torturados brutalmente, de forma que la Orden se disolvió. El Primer Maestre de los Caballeros, Jacques de Molay, fue obligado a redactar una falsa confesión, y después fue quemado en la hoguera. Dice la leyenda que Molay se retractó de su confesión mientras ardía, y después maldijo al rey y al Papa, que murieron antes de transcurridos siete meses. -¿Qué tiene que ver todo esto con el padre de True?
   - Ya llego. Los templarios supervivientes huyeron de Francia y se dividieron en dos órdenes, la Soberana Orden Militar del Templo de Jerusalén y los francmasones. Muchos de la Orden Fraternal vinieron a Escocia, que había sido una plaza fuerte de los templarios en los días de Hugues de Paynes, el cual había llegado a un acuerdo con el rey David de Escocia a cambio de las tierras de Ballatradoch. Roberto I Bruce y el clan de los Stewart habían nacido en la Orden, que a la larga fue conocida como la Templaria Masónica. Así se estableció el linaje real escocés, que nos vinculaba con el linaje del rey David de Jerusalén y su hijo Salomón, quien había ordenado a un maestre masón la construcción del templo.
   Recuerda que el Templo de Salomón albergaba el Arca de la Alianza y una buena cantidad de secretos.
   Muchos creen que los Caballeros eran sus guardianes, y cuando un templario custodia algo, permanece custodiado.
   "Sea como sea, después de que Bonnie Prince Charlie cayó en Culloden, los masones continuaron sus intentos de restablecer nuestro linaje e introducir las leyes templarias en la corona escocesa. Este movimiento llegó a ser conocido como el Rito Escocés, y fue muy popular en las colonias durante su guerra de la Independencia. La verdad es que tanto George Washington como Benjamín Franklin eran Caballeros, y basaron gran parte de la Declaración de Independencia de Estados Unidos en las enseñanzas del Temple Masónico.
   Yo escuchaba con atención, la primera conversación seria que recordaba haber entablado con mi padre.
   Estaba asombrado por sus profundos conocimientos, pero sospechaba que me estaba tendiendo otra trampa. -… los puritanos, como eran estrechos de miras y muy supersticiosos, acusaban a la gente de brujería, mientras los masones alentaban los descubrimientos científicos: la ley de la gravedad, la invención del telescopio reflexivo, y la lista continúa.
   - Tú también eres un caballero templario, ¿verdad?
   Angus hizo una pausa mientras meditaba.
   - Lo fui, Gracie, lo fui, hasta que ese hijoputa de Alban MacDonald me expulsó de la Orden. Es increíble.
   Yo, descendiente directo del mismísimo sir William Wallace, expulsado a patadas de la masonería. El clan Wallace lo ha dado todo por Escocia. Fue un descendiente de los Wallace el que derramó sangre en Bannockburn con Bruce. Y cuando Bruce murió, un Wallace fue a Tierra Santa, y se encontró con que los moros nos superaban en número en Teba. Allí, en Calatrava… -¡Sí, sí, conozco la historia, y déjate ya de exageraciones! Fue allí cuando Douglas el Negro, sir James el Bueno, arrojó el corazón de Bruce hacia las líneas moras y proclamó: "Ve, Braveheart, y nosotros, tus caballeros, te seguiremos", y así fue como se acuñó el nombre de Braveheart.
   Angus meneó la cabeza. -¿Por qué pierdo el tiempo?
   - Contéstame a esto, Angus. Si eras un templario tan caballeroso, ¿por qué te expulsó Alban MacDonald?
   - Política. El viejo pedorro se niega a adaptarse a los nuevos tiempos. Los Caballeros custodian las viejas costumbres, pero algunos de nosotros preferimos vivir en el siglo veintiuno. Alban es un Caballero Sacerdote de máximo rango, de modo que lo que él dice va a misa. A él y a otros de los miembros superiores del consejo no les gustó que vendiera la tierra de mis antepasados a Johnny C., aunque no pasa nada si los hijos trabajan para Cialino Ventures, incluido True MacDonald. -¿La empresa de Cialino es propietaria de la plataforma petrolífera?
   - Seis en el mar del Norte, más parte de una nueva presa hidroeléctrica que se está construyendo al este de Fort Augustus. Hay tuberías subterráneas que atraviesan el estuario de Moray hasta llegar a Inverness, y también las Tierras Altas. A Alban no le gusta, y ha montado un gran cirio ecológico ante el consejo masónico. El viejo imbécil me expulsó de la Orden el día que vendí mis tierras a Johnny C., y mi vida ha sido un infierno desde entonces.
   - Angus, el sábado por la mañana pillé al Cascarrabias escondido en el bosque, disfrazado de Templario, solo que la ropa no era blanca, sino negra, y en lugar de la cruz de los Caballeros, la túnica llevaba un símbolo, como un corazón tachado con una X.
   Mi padre desvió la vista. -¿Qué pasa?
   - No puedo decirlo. -¿Por qué no? La sangre de los Wallace corre por mis venas, al igual que por las tuyas.
   - No es una cuestión de clan. Un juramento de sangre me prohíbe hablar de determinadas cosas.
   - Estás hablando en acertijos.
   Me miró con aquellos penetrantes ojos gaélicos, pero no dijo nada.
   - Muy bien, sigue con tus juegos psicológicos. Pero la espada de Alban estaba cubierta de sangre. No sé si era sangre humana o animal, pero tenía una mirada de loco, esa que me asustaba cuando era un crío.
   - Sí, a MacDonald se le fue la olla hace mucho tiempo. No está en sus cabales para presidir el consejo, si quieres saber mi opinión. Es una desgracia, un mentiroso…
   - Mira quién habla. ¿De veras crees que el juez y el jurado van a seguirte la corriente? Utilizaste mis cicatrices de la infancia para montar un espectáculo, pero eso no te convierte en un hombre inocente.
   De hecho, puede que hayas sellado tu suerte. -¿Qué quieres decir con eso?
   - Si hubieras dicho que la muerte de Cialino fue un accidente, es probable que Max habría podido rebajar los cargos a homicidio, y te habrían caído de cinco a diez años de cárcel, o menos. Pero ahora, con esta ridícula historia del monstruo del lago Ness, todo cambia. -¿Y por qué?
   - Porque la coartada del monstruo, por mala que sea, necesitaba planificación. Tuviste que llevar a Cialino al castillo de Urqubart, tuviste que obligarme a venir para testificar, llegaste al punto de obtener mi tesis anónima. Planificación significa que el asesinato de Johnny C. no fue accidental, sino premeditado.
   Cuando el jurado te declare culpable, y créeme, cuando los ánimos se calmen lo hará, pasarás el resto de tus días entre rejas…, con suerte. Esto no es como el cubo de Rubik con el que me engañaste cuando era pequeño. Esto es el Tribunal Supremo de Escocia, Angus. Puede que te haya gustado arrojar dinamita a los medios, pero te has pasado un pueblo y has cabreado al fiscal, que va a clavar tu culo peludo en la pared.
   - Eso dices tú. -¿Y qué dice la viuda alegre?
   Me miró con ira en sus ojos. -¿Theresa? No tuvo nada que ver con esto.
   - Claro que no. Vi cómo te miraba… Te manipula a su antojo. -¡Aj! ¡No sabes nada!
   - Bonita cara, cuerpo voluptuoso, un dulce anzuelo, y tú lo mordiste, te lo tragaste con caña y todo. Solo que esta mujer atesora sus propias ambiciones. Dime, ¿cuántas veces te la tiraste a espaldas de Johnny C., antes de que plantara en tu cabeza la idea de matar a su marido?
   - Cierra el pico.
   - Apuesto a que fue idea de ella utilizar a Nessie como coartada. Piensa en la publicidad que representará para su nuevo complejo turístico. Y entonces, tú aceptaste enseguida, y le dijiste que podrías consolidar tu defensa si me arrastrabas al asunto. -¡Se te ha ido la olla!
   - "Utiliza la historia de Nessie, Angus, y triplicaré el dinero que Johnny te debe. Después, viviremos felices y comeremos perdices…", pero, claro, ella se quedará con todas las posesiones de Johnny, incluido su nuevo complejo turístico, mientras tú proclamarás tu eterno amor cuando bailes al final de la cuerda. -¡Cierra el pico! Theresa es una amiga, nada más.
   - Claro, claro. No me extraña que contrataras a Max, en lugar de a un abogado de verdad. Apuesto a que se la está beneficiando también, ¿eh? -¡Lárgate! ¡Lárgate de una puta vez, hijoputa! ¡No quiero volver a verte nunca más! ¡No eres hijo mío!
   - Ay, ojalá fuera cierto -dije, y me puse de costado para dormir un poco, mientras me felicitaba por haber sacado de quicio a Angus-. De hijoputa a hijoputa, un consejo gratis: no olvides mantener la cabeza bien alta cuando te cuelguen, papito. Recuerda que eres un Wallace.
   Era tarde, poco después de la una de la mañana. Yo iba en mi moto, acercándome a la desviación de Abriachan que hay a la salida de Inverness, cuando reparé en algo grande entre los matorrales de delante. Estaba ya casi encima cuando se giró de repente, y dejó al descubierto un cuerpo largo y abultado, de entre cuatro y medio y seis metros. Tenía una cola muy poderosa, redondeada en un extremo, y dos aletas frontales. La cabeza era de serpiente, aplanada, y mi faro alumbró un ojo ovalado.
   El animal dio dos grandes brincos sobre la carretera y se hundió en el agua, y después oí un violento chapoteo.
   Señor W. ARTHUR GRANT, estudiante de veterinaria, 5 de enero de 1934.

 

   Iba en coche por la A82, justo al sur de Invermoriston, cuando lo vi. Estaba a mitad de camino de la orilla, y lo vi con claridad durante nueve minutos con mis prismáticos. Medía entre doce y dieciocho metros de largo, pero no vi toda la cola, porque no estaba fuera del agua por completo. Cuando se volvió, vi con claridad su aleta izquierda delantera, de color gris, en forma de pala, y desprovista de marcas que pudieran indicar dedos o garras. Estaba claro que se trataba de una aleta, no de un pie. Por fin, el animal dio media vuelta y se hundió en las aguas. No volvió a aparecer y solo dejó ondas, sin estela.
   Señor TORQUIL MACLEOD; extracto de una carta dirigida a la autora de Inverness, Constance Whyte, 28 de febrero de 1960.