Capítulo 12

 

Castillo de Inverness, Tierras Altas de Escocia

 

   - El Tribunal Supremo de Justicia reanuda la sesión. Preside lord Neil Hannam.
   El juez tomó asiento detrás del tribunal, dio los buenos días a los funcionarios y habló a Max.
   - Señor Rael, ¿la defensa está preparada para presentar sus argumentaciones?
   - Sí, señoría.
   - Puede llamar a su primer testigo.
   - Llamo al estrado al señor Angus William Wallace, de Drumnadrochit.
   Angus se volvió, me saludó con la mano y juró.
   - Señor Wallace, ¿cuál era su relación con el fallecido?
   - Éramos amigos y socios comerciales en una ocasión.
   - Describa al Tribunal Supremo sus relaciones comerciales con el señor Cialino.
   - Cialino Ventures estaba interesada en construir un complejo turístico de cinco estrellas, con hotel y apartamentos, en una parcela de tierra que poseían mis antepasados, dominando el lago Ness. Le vendí el terreno, que me sería pagado a plazos. Me debía el último pago, y llevaba meses dándome largas. Así que me llegué a la obra y nos fuimos a dar un paseo para charlar. -¿Y?
   - Y el mentiroso hijo de puta me dijo que iba escaso de dinero, lo cual era falso, teniendo en cuenta que acababa de comprar a su amante un bonito collar de diamantes tan solo un par de días antes.
   Desvié la vista hacia Theresa Cialino, quien no parecía impresionada por el comentario sobre la amante.
   - Johnny no lo sabía, pero vi a su querida llevarlo puesto cuando salieron de la joyería. Menudo pedazo piedra para ese capullo. No me pillarán a mí pagando por… -¡Protesto! -El fiscal se había puesto en pie-. Señoría, no estamos juzgando la vida privada de la víctima.
   - Se acepta -dijo el juez, con una expresión de malas pulgas que pretendía advertir a Max.
   Max indicó a Angus que se calmara. -¿Qué sucedió después de que el señor Cialino le dijera que iba escaso de dinero?
   - Dijo que me pagaría después de que el complejo empezara a dar beneficios, y si no me gustaba, mala suerte, era el precio de hacer negocios con los Cialino. Le di un puñetazo. -¿Golpeó al señor Cialino?
   - Sí, en la nariz. No se la rompí, pero fue un buen golpe y retrocedió unos pasos dando tumbos, blasfemando como un poseso, y luego se torció el tobillo con una piedra y cayó al lago Ness. -¿Qué pasó después?
   - Me puse de rodillas y miré por encima del borde. John había emergido y se mantenía a flote, aunque le salía sangre de la nariz. Grité: "Y este es el precio de hacer negocios con un Wallace, hijo de puta tramposo". De pronto, el agua se llenó de salmones, habría cientos de ellos. Algunos saltaban fuera del agua, otros golpearon a John en la cabeza. Me hizo reír, pero entonces…, el sol se escondió tras una nube y lo vi. -¿Qué vio?
   Los bancos crujieron al unísono cuando el público se inclinó hacia delante para escuchar.
   - Era un animal enorme, alargado como una serpiente, debía de medir quince metros de longitud, como mínimo, y estaba dando vueltas alrededor de John y aquellos salmones como un lobo hambriento. De color gris, o quizá marrón, es difícil decirlo porque se mantenía justo debajo de la superficie, y la visibilidad en el lago es como mirar a través de una cerveza negra. Distinguí una curiosa aleta dorsal que recorría todo el cuerpo, como la crin de un caballo. John no podía ver el animal, pero debió de sentir el agua que desplazaba al dar vueltas, y le entró el pánico de golpe y me pidió auxilio. -¿Qué hizo usted?
   - No podía hacer nada, porque lo que sucedió a continuación fue muy rápido. El sol apareció de nuevo y bañó la superficie, su reflejo me cegó, de modo que perdí de vista al animal. Y entonces…
   Angus hizo una pausa y se pellizcó el puente de la nariz con una mano temblorosa.
   - Continúe.
   - Entonces, John soltó un grito…, un aullido terrible, lo más espantoso que he oído en toda mi vida, pero se interrumpió de repente cuando el animal lo agarró y lo arrastró hacia abajo, y los dos desaparecieron.
   La sala estalló en cien conversaciones distintas. Algunas personas reían histéricamente, otras se mostraban estupefactas, aullaban y blasfemaban como si hubieran visto al Espíritu Santo. La viuda de Cialino se mordió el labio y cubrió su cara con las manos, y más de una vieja se desmayó sin más. ¿Y yo? Sentado muy quieto, incrédulo.
   El juez golpeó la mesa con el mazo para imponer silencio, y a punto estuvo de romperlo.
   - Permítanme recordarles que esto es el Tribunal Supremo. ¡Otro escándalo y ordenaré desalojar la sala!
   El silencio que siguió fue ensordecedor, porque nadie, excepto yo, quería marcharse.
   El juez se volvió hacia Angus, con expresión escéptica.
   - Señor Wallace, ¿está declarando en serio, bajo juramento, que vio al señor Cialino devorado por… por el monstruo del lago Ness?
   - Devorado no, señoría, sino apresado y arrastrado hacia abajo, sin duda.
   Cerré los ojos y recé para no ver puntos púrpura.
   Angus se volvió hacia el jurado y procedió a recitar un discurso muy bien ensayado.
   - No busco coartada para mis actos. Hice mal al golpear a mi amigo y socio comercial, y jamás deseé que cayera por el borde del acantilado, eso fue un acto de Dios. Pero he jurado decir la verdad, y eso es lo que he hecho. Da igual lo que piensen, yo vi a la bestia, y ella me vio a mí. Tanto si se apoderó de John Cialino a posta o de manera accidental, nunca lo sabremos, pero lo agarró y se lo llevó al fondo. Aunque la policía drague el lago Ness desde ahora hasta el día en que me ahorquen, no encontrarán nada, tomen nota de mis palabras, y jamás cambiaré mi declaración, porque es verdadera, de modo que Dios me ayude.
   El juez volvió a golpear con el mazo, silenció los murmullos, y después pidió que todos los abogados se reunieran de inmediato con él para conferenciar.
   La sala respiró y el frenesí de los medios se desató al instante. Los reporteros se pusieron a teclear como maníacos en sus ordenadores portátiles y Blackberrys a la mayor velocidad con que podían moverse sus dedos manchados de nicotina, mientras otros llamaban a los directores de sus periódicos por el móvil, pidiendo espacio en la primera plana de la edición vespertina.
   El juez regañó a Maxie con una dura expresión.
   - Señor Rael, le advierto que si intenta convertir este juicio en un circo, le denunciaré por desacato y le quitaré su permiso para ejercer.
   - Señoría, el acusado nos ha relatado lo sucedido, y tenemos la intención de demostrarlo al jurado.
   - Me gustaría verlo -dijo con desdén Jennifer Shaw, la ayudante del fiscal.
   Mientras los veía hablar, mi mente sufrió una especie de experiencia extracorporal. ¿De veras me encontraba en Escocia? ¿Acababa de testificar mi padre que la víctima había sido arrastrada al fondo por el monstruo del lago Ness? ¿Y qué papel iba a desempeñar yo en todo esto, la última jugarreta de Angus?
   Los abogados volvieron a sus asientos.
   Había llegado el momento de que empezara el Acto 2.
   - Señor fiscal, ¿desea usted interrogar al testigo?
   - En efecto, señoría -replicó Milchell Obrecht, y su voz retumbó en la sala de doscientos años de antigüedad-. Señor Wallace, he sido fiscal durante doce años y abogado durante otros ocho antes de eso, y en todos estos años jamás escuché un testimonio tan ridículo y fantasioso como el suyo. La leyenda de que existe una bestia marina en el lago Ness nunca ha sido demostrada en catorce siglos, y si bien se acepta que es un misterio, no existe prueba documental de que alguna persona haya sido atacada.
   - Se olvida del guerrero picto al que salvó san Columba. Y hay muchos más ataques que fueron documentados como simples ahogamientos.
   - Tonterías, ridiculeces. ¿Qué pruebas ofrece para respaldar esa afirmación?
   - En este momento, solo mi palabra. -¿Su palabra? ¿Nos toma a todos por idiotas, señor Wallace, o está tan solo…?
   Maxie le interrumpió.
   - Protesto, señoría. Si el señor fiscal ha de preguntar algo al testigo, que lo haga, pero que no aproveche la circunstancia para sacar conclusiones.
   - Se admite. Continúe, señor.
   Pero el fiscal no tenía nada más que añadir, porque ¿cómo se demuestra o no la existencia de una leyenda en un tribunal?
   Max Rael nos lo estaba a punto de demostrar.
   - Llamo al estrado al señor Calum Forrest, de Invermoriston.
   Un escocés alto y delgado, casi setentón, subió al estrado y juró.
   - Señor Forrest, ¿cuál es su ocupación actual?
   - Alguacil del lago Ness. -¿Desde cuándo ocupa ese cargo?
   - Diez años y dos meses, pero fui ayudante del alguacil durante los diecisiete años anteriores.
   Max retrocedió hacia su mesa y extrajo un documento de una carpeta de papel manila.
   - Señor Forrest, ¿quiere hacer el favor de explicar al Tribunal Supremo el contenido de este documento?
   Calum Forrest le dirigió un rápido vistazo.
   - Es el informe de accidentes que entregué hace varias semanas. -¿Informe de accidentes en el lago Ness?
   - Sí.
   Max entregó el documento al testigo.
   - Señoría, me gustaría que este documento conste como prueba A de la defensa.
   - Aceptado.
   - Señor Forrest, ¿cuántas personas se ahogaron el año pasado en el lago Ness? No tenga reparos en utilizar el documento como referencia. -¿El año pasado? Nueve. -¿Y el año anterior?
   - Cinco. -¿Y el año anterior?
   - Seis. -¿Cuál sería la media anual de las dos últimas décadas, excluidos los nueve últimos meses?
   - Más o menos igual, diría yo, unas seis al año.
   - En su opinión, como alguacil, ¿por qué se ahoga tanta gente en el lago Ness?
   - Bien, el Ness es muy grande, por supuesto, y las aguas son frías…, muy frías. Muchos turistas no se dan cuenta de lo frías que están hasta que su barca vuelca y se caen. Bastan uno o dos minutos de estar expuesto al agua para que el cuerpo empiece a entumecerse. -¿Cuál puede ser la causa de que una barca vuelque?
   - Puede ser debido a montones de cosas. El Great Glen es como un túnel de viento gigante, y a veces levanta olas de más de dos metros de altura. Si le pasa algo ahí en medio, no hay muchos sitios donde atracar. Todo eso sin contar los chalados habituales, borrachos hasta las cejas, que siempre causan montones de problemas. -¿Suelen recuperarse los cadáveres de las víctimas?
   - Casi nunca. El frío extremo y el alto contenido de turba provocan que casi todo se hunda como una piedra, y la profundidad es muy grande. Si alguna vez desecan el lago Ness, encontrarán cientos de esqueletos enredados en el lodo.
   - Por lo tanto, antes de este año, la media de ahogamientos en el lago Ness era de seis muertes por temporada.
   - Sí.
   - Díganos ahora cuántas víctimas se han producido durante este año.
   - Diecisiete.
   Sentí que se me ponían los pelos de punta, y la sala volvió a llenarse de murmullos. -¿Diecisiete ahogamientos? ¿Ha dicho diecisiete?
   - Sí, y la temporada turística aún no está en pleno auge. -¿Por qué ese cambio repentino, alguacil Forrest?
   - Ojalá lo supiera. -¿Y ningún cadáver?
   - No, señor. Como ya he dicho, la temperatura gélida de las aguas impide que se hinchen. Al lago Ness… no le gusta entregar sus cadáveres. -¿Algún otro acontecimiento extraño en los alrededores del lago?
   - Sí. No damos abasto a los informes sobre animales desaparecidos, y me refiero a animales domésticos, perros sobre todo. Golden retrievers, perros salchicha, caniches, pastores alemanes… La raza que sea, y puedo mirar la lista para decirle cuáles faltan. Hemos puesto letreros de que los encadenen por la noche, pero muchas veces se sueltan y van a perseguir conejos y ardillas.
   - Gracias, señor Forrest. ¿Algo más?
   - No… Creo que no. -¿Qué me dice sobre avistamientos de Nessie?
   - Sí, recibimos, pero nada fuera de lo normal.
   - Pero ¿más de lo normal?
   El alguacil vaciló.
   - Tal vez.
   - De hecho, según su diario, han recibido más de cincuenta avistamientos desde enero a mayo. ¿Me equivoco?
   - Si pone eso en mi diario, no cabe duda. Pero eso no los convierte en reales.
   - Comprendido. No haré más preguntas. -¿Señor fiscal?
   Los dos fiscales conferenciaron entre sí.
   - No haremos preguntas en esta ocasión, señoría.
   - Muy bien. ¿Algún otro testigo, señor Rael?
   - Solo uno, señoría. La defensa llama al estrado al doctor Zachary Wallace.
   Cien cabezas se volvieron en mi dirección, mientras los músculos de mi mandíbula se tensaban y mi boca se quedaba seca. -¿Doctor Wallace?
   Levanté los ojos y vi que mi hermanastro bastardo me señalaba al juez y al macero del tribunal.
   - Doctor Wallace, diríjase al estrado de los testigos de inmediato.
   El macero del tribunal se había materializado a mi lado, pero yo no podía respirar y mis pulmones se negaban a aceptar aire.
   Mitchell Obrecht estaba protestando, y yo le animé en silencio.
   - Señoría, el fiscal de la Corona no ha sido informado de este testigo de la defensa que, de hecho, está relacionado directamente con el acusado. -¿Señor Rael?
   - Señoría, el hecho de que el doctor Wallace esté relacionado con el acusado carecerá de importancia, una vez escuchemos su testimonio, que es vital, no solo para mi cliente sino para toda Escocia. La verdad es, señoría, que hasta hace pocos días el doctor Wallace y el acusado no se habían visto ni hablado durante diecisiete años, y hasta la semana pasada ni siquiera estábamos seguros de que fuera a venir.
   Conste, señoría, que el doctor Wallace no fue advertido de que sería llamado a testificar en este juicio, y de haberlo sabido no habría venido. Como puede ver, está perturbado por todo esto, y por tanto, solicitamos al Tribunal Supremo que sea considerado un testigo hostil.
   "¿Testigo hostil? Medio minuto a solas con Max, y puedo llegar al asesinato." -Voy a concederle cierto grado de libertad, señor Rael, pero proceda con cautela, se lo advierto.
   - Gracias, señoría.
   Fui conducido al estrado de los testigos entre mucho alboroto, y después juré. Angus me miraba desde detrás de la mesa del fiscal, con una expresión satisfecha pintada en la cara.
   Paseé la vista alrededor de la sala y me quedé sorprendido cuando vi a True MacDonald, vestido de punta en blanco, que me miraba con orgullo como si asistiera a mi graduación.
   - Señor, haga el favor de decir su nombre y dirección actual para que conste en acta.
   - Zachary Wallace. Antes de este viaje, vivía en un motel de South Beach, Florida.
   Max tomó el control del interrogatorio, y yo le miré con un encono que antes solo estaba reservado a mi padre.
   - Doctor Wallace, ¿dónde nació usted?
   - En Drumnadrochit. -¿Cuánto tiempo vivió en las Tierras Altas?
   - Hasta los nueve años. -¿Por qué se marchó?
   - Mis padres se divorciaron. -¿El acusado, el señor Angus Wallace, es su padre?
   - Padre biológico. -¿Cuál es su actual ocupación?
   - Técnicamente, estoy en el paro.
   - Entiendo. ¿Y por qué?
   - Porque no tengo trabajo, capullo.
   El juez golpeó el mazo para reprimir las carcajadas, en su gran mayoría procedentes de True.
   - El testigo se comportará como es debido, de lo contrario será acusado de desacato.
   - Permítame expresarme de otra manera. ¿Cuál es la profesión que usted eligió, doctor Wallace? ¿En qué especialidad se licenció?
   - En ciencias marinas. -¿Su edad actual?
   - Cumpliré veintiséis años dentro de dos meses.
   - Señoría, para ganar tiempo, voy a leer lo más destacado de las credenciales del doctor Wallace, solo para que el tribunal entienda por qué hemos llamado a este testigo.
   Max volvió a su mesa, sacó varias hojas de la carpeta de papel manila y empezó a leer en voz alta.
   - Graduado con honores en la Washington High School de Nueva York… a la edad de quince años. Aceptó una beca en Princeton, donde jugó al rugby y se graduó con honores, al tiempo que obtenía la licenciatura y un máster en biología marina. Se doctoró en la Universidad de California de San Diego…, todo esto antes de los veintitrés años. Durante los últimos cuatro años, el doctor Wallace ha publicado tres artículos en Nature y en Science, y ha patentado dos aparatos hidrofónicos submarinos, incluido uno que fue utilizado con éxito hace seis meses para localizar un calamar gigante en las aguas del mar de los Sargazos. En 2003, el doctor Wallace fue incluido en la lista de las cien mentes científicas más eminentes del mundo, y estaba a punto de ganar su segundo doctorado en la Florida Atlantic University, al tiempo que daba clases y conferencias. ¿Me he olvidado algo, doctor Wallace?
   - Ha olvidado mencionar que me enamoré de mi profesora de matemáticas de décimo.
   El comentario mereció otra mirada severa del juez.
   - Ultimo aviso, doctor Wallace. Si insiste en mofarse de mi tribunal, lo hará desde la celda de una cárcel.
   Entonces, comprendí que había hecho el ridículo, y reí por lo bajo.
   El juez golpeó su mazo y me acusó de desacato.
   Max intervino antes de que mi sentencia se prolongara a dos noches.
   - Nuestras más humildes disculpas, señoría. Como puede ver, el testigo está un poco nervioso por tener que testificar en el juicio por asesinato de su propio padre.
   - Vaya al grano, abogado, o desecharé a este testigo y le meteré en la cárcel a usted junto con su cliente.
   Guiñé el ojo a Max y disfruté de aquella pequeña venganza.
   - Doctor Wallace… El acusado afirma haber visto que un animal marino de gran tamaño, un animal al que suele denominarse monstruo del lago Ness, arrastraba a las profundidades a John Cialino. Como candidato al doctorado en Scripps, ¿no escribió en una ocasión un artículo científico sobre esta misma especie?
   - No. -¿No? -Max regresó a su mesa y volvió con la fotocopia de un informe-. Lo tengo aquí. Lago Ness: una nueva teoría. Escrito por Zachary Wallace, Scripps, 1999. Es usted Zachary Wallace, ¿verdad?
   - Escuche, señor Rael, no sé cómo ha logrado obtener una copia de este documento, pero se trata en esencia de una tesis inédita. -¿Por qué inédita?
   - El comité de mi tesis la rechazó. -¿La rechazó? ¿Con qué motivos?
   - Por el motivo de que las instituciones científicas de prestigio no están interesadas en perseguir leyendas, y tampoco les gusta que sus candidatos al doctorado las persigan.
   - De todos modos, el informe parece confirmar la existencia de Nessie.
   - El documento solo destaca que el lago Ness es un ecosistema aislado único y…
   - Oh, yo creo que hace bastante más que eso. Si me permite… -Max pasó las páginas del informe hasta llegar a una que estaba marcada-. Cito textualmente: "El verdadero misterio del lago Ness reside en su relación con el mar del Norte y el Great Glen. El Great Glen se formó hace trescientos ochenta millones de años, cuando una falla de noventa kilómetros se fracturó y creó una enorme zanja que partió la geografía de las Tierras Altas de sudoeste a nordeste. De este cañón surgió el lago Ness actual, cuando un gigantesco glaciar atravesó el Great Glen hace unos veinte mil años. Cuando el hielo se fundió y subió el nivel de los mares, es posible que el lago Ness fuera un brazo del mar del Norte. Recientes descubrimientos de púas de erizos de mar, conchas de almeja y otros materiales marinos depositados en el fondo del lago avalan esta teoría. Sin embargo, cuando el glaciar retrocedió por completo hace diez mil años, la tierra se elevó en un rebote isostático y los canales se separaron, y tal vez atraparon de paso a algunos animales marinos grandes". Final de la cita.
   - Sí, señor Rael, este es el mantra recitado por casi todos los teóricos de Nessie, que el retroceso de los glaciares de la última era glaciar atraparon a inocentes animales marinos en el lago Ness. Pero si se hubiera tomado la molestia de continuar leyendo, me he esforzado en desmontar esta teoría. Diez mil años es un período de tiempo demasiado dilatado para que una pequeña colonia de grandes depredadores permanezca aislada en un lago, y tan solo la endogamia habría acabado con su existencia hace tiempo.
   - Ah, pero después usted afirma…, espere, espere… Ah, aquí está: "Un animal marino habituado a las grandes profundidades, con el tamaño que se confiere a Nessie, evitaría atravesar las zonas poco profundas que conducen desde el lago Ness y el estrecho de Bona al estuario de Moray. La solución del regreso al mar del Norte puede residir, de hecho, en la geología única del lago. Mientras la superficie del lago Ness se encuentra a unos quince metros por encima del nivel del mar, sus profundidades siguen siendo de más de doscientos diez metros bajo el nivel del mar. El fondo de esta depresión es liso y calmo, cubierto por una capa de sedimentos de siete metros y medio de grosor. En la parte situada más al norte, el lago Ness está bloqueado por sedimentos glaciares, pero ahora se cree que su cuenca norte puede extenderse más allá de Inverness, incluso hasta el estuario de Moray. Por tanto, es probable que las profundidades extremas del Great Glen no se detengan en el lago Ness, sino que continúen hacia el norte hasta desembocar en el mar, mediante algún profundo acuífero subterráneo". -Max paró de leer-. ¿Acuífero? Eso es un río subterráneo, ¿verdad?
   - Un río que corre a través de los estratos…, a través de la roca, sí. -¿Todavía suscribe estas palabras, doctor Wallace?
   - Solo es una hipótesis de trabajo.
   - Una hipótesis de trabajo de un científico experto. Echemos un vistazo a esa hipótesis de trabajo sobre Nessie. -Pasó a la siguiente sección marcada-. Vuelvo a citar: "En mi opinión, el animal al que llaman Nessie, si existiera, se trataría de una especie desconocida de ser marino, tal vez incluso de una mutación. Incluso en nuestros días, no paran de descubrirse animales extintos marinos y terrestres, gracias a los avances tecnológicos y a las nuevas posibilidades de adentrarse en entornos hostiles. El gigantesco muntjac de Laos, el saola de ochenta kilos, una bestia similar a una vaca, y el descubrimiento de seis especies nuevas en los Andes son solo algunos ejemplos. Sin embargo, Nessie no es el mismo animal al que san Columba plantó cara en 565, una época en que el teórico acuífero del lago Ness podía estar abierto al mar. De hecho, nuestra cronología sugiere que el Nessie de los tiempos modernos es un animal apartado de la manada, que quedó atrapado y aislado del estuario de Moray, no hace millones, ni siquiera miles de años, sino con posterioridad a san Columba, y seguramente en fecha mucho más reciente, durante los últimos cien años".
   Paseé la vista a mi alrededor, asombrado por el número de personas que asentían con la cabeza.
   - Doctor Wallace, ¿podría explicar esta última parte al jurado? -¿Qué parte?
   - Eso de que el monstruo tiene menos de cien años de edad.
   - Una vez más, solo es una conjetura.
   - Ilumínenos.
   Respiré hondo, mientras me esforzaba por controlar los nervios.
   - El Great Glen… es una zona sísmica activa. El último terremoto importante tuvo lugar en 1901, y fue tan violento que agrietó la orilla del canal de Caledonia. El epicentro de estos terremotos suele localizarse en los alrededores de Lochend, situado en el extremo norte del lago Ness, precisamente donde podría existir un teórico acuífero que corriera hacia el nordeste y desembocara en el estuario de Moray. Los posibles escombros del temblor de 1901 cerraron el acceso subterráneo al acuífero que desembocaba en el lago Ness, y en teoría atraparon a una o más de estas bestias, en el caso de que existieran. -¿Y la otra prueba que cita, doctor Wallace, la teoría relativa a las explosiones obra del hombre?
   Miré al juez Hannam, esperanzado por el hecho de que estaba perdiendo la paciencia. -¿Esto nos va a conducir a alguna parte, señor Rael?
   - Sí, señoría, de hecho, este interrogatorio en concreto aporta el motivo de que el animal emergiera en febrero para atacar a John Cialino.
   - Continúe, pues, pero dese prisa.
   - Gracias, señoría. Me remito de nuevo al documento del doctor Wallace: "Desconocemos si uno o más de estos movimientos sísmicos bloquearon el teórico acuífero, pero otro acontecimiento, un acontecimiento obra del hombre, coincide de manera manifiesta con el inicio de los avistamientos de Nessie en la edad moderna.
   "Fue en los años treinta, cuando empezaron los trabajos de construcción de la autopista A82. Enormes cantidades de dinamita se necesitaron para abrirse paso a través de la roca montañosa. No cabe duda de que estas explosiones retumbaron en toda la cuenca, y molestaron a los animales grandes que habitaban el lago Ness. Desde este período de tiempo en adelante, los avistamientos de la criatura aumentaron de forma drástica. De hecho, si bien solo se tenía constancia de un puñado de avistamientos antes de la A82, se han contado por millares desde que empezó su construcción".
   Max concluyó la disertación y se volvió hacia mí.
   - Doctor Wallace, hablando en teoría, si un depredador o depredadores de gran tamaño estuvieran atrapados en el lago Ness, ¿pudieron las explosiones de dinamita inquietar al monstruo y empujarle a emerger?
   - Acaba de leer mi documento. ¿No es eso lo que decía?
   El juez me advirtió con la mirada.
   - En ese caso, si las explosiones de dinamita inquietaron a esos habitantes de las profundidades en los años treinta, ¿no podría haber sucedido lo mismo debido a los trabajos de construcción que empezaron el invierno pasado, en las orillas sur de la bahía de Urquhart? -¡Protesto! Señoría, todo este testimonio, si bien divierte a algunos, carece de relación con…
   - Denegada. Responda a la pregunta, doctor Wallace.
   Me rasqué la cabeza, impresionado por la lógica de Max.
   - Supongo que, si se utilizó dinamita, sí.
   Max asintió en dirección al jurado.
   - Los registros demostrarán que los constructores de Cialino empezaron a utilizar dinamita a finales del pasado octubre, coincidiendo con numerosos avistamientos de Nessie y ahogamientos, tal como confirmó el alguacil del lago.
   Una gran conmoción se produjo en la sala, acallada provisionalmente por el mazo del juez.
   Pero Max estaba lejos de haber terminado.
   - Doctor Wallace, hablando de manera hipotética, si un animal marino de buen tamaño cazara en las aguas del lago Ness, ¿es posible que se hubiera aficionado a la carne humana? -¡Protesto, señoría!
   Abogados y jurados miraron al juez, mientras los curiosos contenían el aliento.
   - Voy a permitirlo -dijo el juez-. Conteste a la pregunta, doctor Wallace.
   Me sentía agotado. -¿Afición por la carne? En teoría sí, supongo, pero solo si, a) este animal o animales fueran depredadores y no vegetarianos, y b) solo si la dieta de la especie hubiera sido alterada sustancialmente por alguna ruptura inusual en la cadena alimentaria. Debería añadir que ambas circunstancias son muy improbables. -¿Y por qué?
   - Porque en el lago Ness abundan las presas. Tendría que producirse un desastre ecológico sin precedentes para crear un comportamiento tan estúpido. En cuanto a mi teoría inédita sobre el efecto perturbador de la dinamita sobre un depredador grande, aunque la mayoría de los avistamientos se han producido desde la construcción de la A82, no se tienen informes documentados de ataques contra seres humanos.
   Max paseó alrededor del estrado de los testigos, mientras preparaba su siguiente ataque contra mi armadura mental.
   - Una pregunta personal, doctor, si no le importa. Si alguna prueba justificara las afirmaciones de su padre, ¿estaría interesado en llevar a cabo una investigación del lago?
   - No. -¿No? ¿Y por qué no? -Max se volvió e interpretó para su público-. No tendrá miedo de teorías hipotéticas, ¿verdad?
   Un destello púrpura de luz nubló la visión de mi ojo izquierdo. La señal de advertencia aceleró mi pulso.
   - No me interesa el lago Ness.
   - Parece que en otro tiempo sintió un gran interés por él.
   - Ya no. -¿Ni siquiera si una investigación pudiera salvar la vida de su padre?
   Miré a Angus y sostuve su mirada.
   - Mi padre nunca me ha necesitado, señor Rael. Dejemos que luche contra sus propios dragones.
   "Dios, qué bien me ha sentado eso."
   Max se limitó a sonreír.
   - Volvamos a John Cialino. Usted afirma, correctamente, que no se han documentado jamás ataques contra seres humanos, salvo en el relato de san Columba. Sin embargo, siendo prácticos, si se hubiera producido un ataque contra los restos de un ser humano, no habría pruebas ni documentación, ¿verdad?
   - Habría denuncias de personas desaparecidas.
   - Sí, pero sin pruebas, sin cadáver, el informe sería el de un ahogamiento, ¿no es cierto?
   - Supongo… que sí.
   - Ya hemos oído al alguacil del lago. Ha dicho que el número de ahogados ha aumentado de manera inusual desde que empezaron los trabajos de construcción… -¡Seguro que es el monstruo! -gritó un anciano sentado cerca de True-. Algo pasó en el 33. ¡Durante los tres años siguientes, hubo docenas de ahogamientos! Mi propio primo…
   El juez golpeó con el mazo, mientras dos funcionarios del tribunal acompañaban al hombre hasta la salida.
   - Si se produce otro alboroto, expulsaré a todo el mundo de la sala, ¿entendido? -Se volvió hacia Max, consciente de que el abogado le había obligado a pisar mierda-. Estoy perdiendo la paciencia, señor Rael.
   - Le pido disculpas, señoría. El tema es muy sensible para muchos habitantes de las Tierras Altas, pero el testimonio del doctor Wallace es vital para determinar qué mató en realidad a John Cialino.
   - Concluya.
   Max miró a Angus, quien asintió.
   - Doctor Wallace, haga el favor de contar al tribunal lo que le pasó la noche de su noveno cumpleaños. -¿Qué?
   La referencia provocó cuchilladas de dolor en ambos ojos. -¿Doctor Wallace?
   Miré a Angus, furioso por el hecho de que sacara a colación un capítulo tan negro de nuestra historia, y encima en un tribunal de justicia.
   - Responda a la pregunta, doctor Wallace.
   - Mi padre… debía llevarme a pescar aquella tarde, solo que el borracho estaba demasiado ocupado poniendo los cuernos a mi madre para preocuparse por su único hijo.
   Los asistentes intercambiaron murmullos.
   - Así que decidió ir a pescar sin él.
   - Sí. -¿En un bote de remos?
   - Exacto. -¿Alguna vez había ido al lago solo?
   - Una o dos veces.
   - Díganos qué ocurrió en esa ocasión particular.
   - Ah, ¿he dicho que la camarera con la que estaba era menor de edad? Tendrían que haber detenido a su cliente entonces. Si quiere saber mi opinión, ha tenido mucho morro cuando ha puesto a parir a John Cialino.
   El juez golpeó su mazo.
   - Conteste solo a las preguntas del abogado, doctor Wallace.
   - Mi barca volcó y yo me ahogué. Estuve legalmente muerto. Por suerte para mí, el alguacil del lago de aquel tiempo, el señor Alban MacDonald, estaba en la zona y presenció lo que ocurría. Me arrastró a bordo de su barca y me resucitó. Me devolvió a la vida, literalmente.
   Más murmullos recorrieron la sala.
   - Hablemos de lo que sucedió cuando estaba en el lago. ¿Cómo volcó su barca?
   - Un árbol la golpeó. -¿Un árbol?
   - Exacto, señor Rael. Como saben casi todos los verdaderos habitantes de las Tierras Altas, el lago Ness estuvo rodeado en un tiempo de grandes pinos escoceses. Cuando estos árboles de una tonelada cayeron al lago, se llenaron de agua y se hundieron hasta el fondo, a más de doscientos metros de profundidad.
   En esas grandes profundidades, la presión aumenta hasta veinticinco atmósferas, suficientes para impulsar un motor a vapor. La composición de los pinos escoceses abunda en productos petroquímicos.
   Cuando los árboles se pudren, diminutas burbujas de gas se forman en el interior del tronco. A la larga, las burbujas alcanzan un punto en que la presión dentro del tronco es mayor que la de las profundidades, y el tronco se convierte de repente en un proyectil que sale disparado del agua. -¿Eso fue lo que golpeó su barca?
   - Sí. -¿Está seguro? Porque según su testimonio, usted se ahogó.
   - Me ahogué después de que mi barca fuera golpeada. Era un tronco. -¿Vio el tronco cuando impactó en la barca?
   De súbito, destellaron imágenes en mi cerebro, imágenes subliminales surgidas de mis terrores nocturnos.
   Agua negra, torbellinos de niebla. El cielo se pone al revés de repente, el bote de remos sale disparado hacia arriba, la proa convertida en popa. -¿Doctor Wallace?
   - No, yo… No vi el tronco, pero sentí el impacto.
   - En ese caso, tal vez era algo muy diferente, algo mucho más grande… Algo vivo… -¡Protesto!
   - Se acepta. Deje de sugestionar al testigo, señor Rael.
   - Le pido disculpas, señoría. Doctor Wallace, ¿qué pasó después de que su bote volcó? ¿Doctor Wallace?
   Agua negra, frío paralizante. Patalea hasta la superficie, los miembros temblorosos. Mantente en el agua, mucha niebla. ¿Hacia dónde nado?
   - Doctor Wallace, ¿sigue con nosotros?
   - Ah, sí, lo siento. ¿Cuál era la pregunta?
   - Su barca volcó y…
   - Y yo me hundí, y después salí a la superficie. Me estaba congelando, pero no veía la orilla, había demasiada niebla. Me mantuve a flote y pedí ayuda a gritos.
   - Tengo entendido que había salmones en el agua. ¿Todo un banco? -¿Salmones?
   El agua bullía de salmones, los peces golpeaban mis piernas y nalgas.
   - Había peces, sí. Es… es posible que siguieran al árbol desde las profundidades. A veces lo hacen.
   Max se inclinó hacia delante. -¿Qué pasó después?
   Un dolor agudo, como mil puñaladas…
   - Algo me acuchilló…, algo que había debajo de la superficie. Rollos de alambre de espino se habían enredado alrededor del tronco, tal vez los restos de la valla podrida de una granja. Se me quedó enredado el tobillo izquierdo. Cuando el tronco volvió a hundirse, su peso me arrastró hacia abajo. -¿Alambre de espino?
   - Sí. -¿Vio el alambre de espino?
   - Claro que no. La oscuridad y la profundidad eran muy grandes, pero la valla me atrapó, me arrancó la piel.
   - Eso suena muy aterrador. ¿Aún tiene las cicatrices?
   - Algunas. Tuvieron que hacerme un injerto de piel. -¿Le importaría enseñarnos las cicatrices, doctor Wallace?
   El juez y los jurados se inclinaron hacia delante cuando me quité el zapato y el calcetín izquierdos, dejando al descubierto un diminuto círculo de cicatrices que rodeaban mi tobillo izquierdo, con la piel desprovista de vello.
   - El cirujano plástico hizo un buen trabajo. De todos modos, ¿cómo puede estar seguro de que la herida fue causada por alambre de espino?
   - El médico que me trató al principio lo certificó en su informe. Había restos de herrumbre alrededor de los bordes de la herida.
   - Entiendo. ¿Es posible que un animal le haya mordido en la pierna, doctor Wallace?
   Sentí náuseas y el estómago revuelto cuando más imágenes de mis terrores nocturnos destellaron en el ojo de mi mente.
   Agua negra. Me hundo con más rapidez. Lucha… patalea… retuércete, has de liberarte. -¿Doctor Wallace?
   - No. -¿No es posible, o no se acuerda?
   Más abajo… Me ahogo… Los oídos zumban debido a la presión. ¡Me libero de repente!¡Animo, Zack… aléjate!¡Ve hacia la luz! -¿Doctor Wallace?
   La oleada de dolor de la migraña se estaba alzando ya, iba a ser como un maremoto. Hundí la mano en el bolsillo de los pantalones, extraje dos Zomig y los tragué, mientras rezaba para que alguien detuviera el inminente desastre.
   - Responda a la pregunta, doctor Wallace.
   - No había ningún animal en el agua, señor Rael -dije. Los globos oculares empezaban a dolerme.
   - Retrocedamos un momento, doctor Wallace. Ha dicho que cogió el bote para ir a pescar solo, ¿no?
   - Sí. -¿Con el nuevo carrete que su padre le había regalado?
   - Sí.
   - Entonces, ¿por qué dejó su caña de pescar nueva en la orilla?
   - Yo, hum… ¿Qué ha dicho?
   Un escalofrío recorrió mi espina dorsal.
   - La caña de pescar. Su padre la encontró en la orilla después de que le rescataran. No se la llevó. -¿Eso hizo? Yo… no… -¿Para qué fue en realidad al lago, doctor Wallace? ¿Intentaba demostrar algo a su padre?
   La sala empezó a ladearse ante mis ojos. -¿Qué iba buscando en realidad?
   El juez se inclinó hacia mí. -¿ Se encuentra bien, doctor Wallace? Se ha puesto muy pálido.
   Sequé el sudor frío de mi frente.
   - Una migraña. A veces me dan. Esta es muy fuerte.
   - No le gusta hablar del incidente, ¿verdad, doctor Wallace? -ronroneó Max-. Es doloroso para usted.
   Empeora las migrañas, ¿eh?
   Cerré los ojos y asentí.
   - Aun así, hemos de hablar de ese capítulo aterrador de su infancia con el fin de obtener la verdad, con el fin de determinar la inocencia o culpabilidad de su padre. Volvamos al animal acuático que su padre describió bajo juramento. Afirmó que medía quince metros de largo, como mínimo. Eso equivaldría a la longitud y radio de mordedura de una ballena pequeña, ¿verdad?
   Le miré, y las manchas de mis ojos casi me cegaron.
   - Lo que me atrapó el tobillo fue alambre de espino, señor Rael, no una ballena, una serpiente de mar o un monstruo. ¡Alambre de espino! -¿Y fue el alambre de espino lo que casi le partió en dos? -¿Cómo?
   - Subió detrás de usted, ¿eh? Consiguió liberarse, pero le persiguió y consiguió agarrarle por segunda vez cuando huyó hacia la superficie. Solo que esta vez le atrapó por la cintura, ¡como le pasó al pobre John Cialino!
   Mi cabeza estalló, y también la sala. Los dos fiscales se pusieron en pie, protestando a voz en grito para hacerse oír por encima do la multitud, mientras el juez descargaba su mazo una y otra vez, y cada impacto sobre la mesa enviaba astillas de dolor a mi cerebro, mientras intentaba infructuosamente recuperar el control de la sesión.
   Era una batalla campal, y yo estaba en el centro de la tormenta.
   Casi sin poder aguantar el dolor del ojo, apoyé mi torturada cabeza sobre la repisa de la tribuna de los testigos y tragué grandes bocanadas de aire, intentando por todos los medios taponar el volcán de bilis que gorgoteaba en mi estómago, mientras los recuerdos de mi infancia, dormidos durante tanto tiempo, continuaban desfilando ante el ojo de mi mente. ¡Libre! Corre hacia la superficie, más deprisa… más deprisa… Una presencia… ¡sube desde las profundidades detrás de mí! No hagas caso del pánico, patalea con más fuerza… ¡Una luz! Ve hacia la luz… ¡Ve hacia la luz!
   Me aferré la cabeza y supliqué piedad al juez.
   - Señoría, necesito un descanso.
   Angus se puso en pie y gritó: -¡Ordénale que se baje los pantalones, Maxie! ¡Su cintura todavía conservará las cicatrices de la mordedura de Nessie!
   Un funcionario del tribunal obligó a sentarse a Angus de un empujón, mientras el juez volvía a utilizar el mazo.
   - Otro exabrupto como ese, señor Wallace, y ordenaré que le aten y amordacen. Señor Rael…
   Max indicó a Angus con un gesto que se calmara.
   - Le pido disculpas, señoría.
   - Señor Rael, termine sus preguntas de una vez, o dejaré que el testigo se retire para que le presten asistencia médica.
   - Sí, por supuesto. Doctor Wallace, ¿el día de su noveno cumpleaños se estaba construyendo algo en el lago Ness? ¿Doctor Wallace?
   - No tengo ni idea -murmuré pese al dolor.
   - De hecho, doctor Wallace, los registros confirman que se estaban haciendo obras en el castillo de Urquhart, con el fin de aumentar las doce plazas del aparcamiento a las cuarenta y siete actuales. ¿No lo sabía?
   Me mordí la lengua y tragué saliva, mientras intentaba impedir que la bilis ascendiera a mi garganta.
   - Dinamita, doctor Wallace. Según su propia teoría, algo perturbador para los depredadores que viven en…
   Si Dios me hubiera concedido un deseo en aquel momento, le habría pedido una pistola. Mi primer disparo habría alcanzado a Max entre los ojos, para acallar su incesante voz, y reservaría la segunda y tercera balas para Angus y el presuntuoso juez. Dedicaría el resto del cargador a mi torturada cabeza, para acabar con mi desdicha de una vez por todas.
   Pero no tenía pistola, tan solo un dolor y una rabia inmensas.
   El juez Hannam estaba a punto de añadir la humillación a la lista.
   - Doctor Wallace, haremos un descanso para que reciba atención médica dentro de un momento, pero antes, debo pedirle que se baje los pantalones, solo un poco, en atención al jurado. -¿Cómo?
   Los jurados se inclinaron hacia delante, mientras se les hacía la boca agua mentalmente, y los espectadores se encorvaron en sus asientos.
   Tragué saliva. -¡Esto es absurdo, señoría!
   - Lleva calzoncillos, ¿verdad?
   - Sí, pero…
   - Admito que no es ortodoxo, pero tengo la intención de poner fin a las excentricidades del señor Rael, antes de que este juicio por asesinato se convierta en la búsqueda del monstruo del lago Ness.
   La sombra asciende detrás de mí, siguiendo la estela de sangre. Siento su presencia alrededor de mis rodillas, oigo sus gruñidos en mis oídos… ¡Oh, Jesús, ve hacia la luz, Zachary! ¡Ve hacia la luz!
   - Despejen la sala -ordenó el juez, y se volvió hacia el macero del tribunal -. Todo el mundo, excepto el jurado, el acusado y los fiscales.
   La migraña estaba asaeteando mis ojos, el macero se movía con excesiva lentitud. Nadie quería marcharse, y yo estaba más allá de la desesperación; la migraña y las imágenes provocaban que todo mi cuerpo temblaba. ¡Que se vayan a la mierda!
   Me puse de pie sobre las piernas temblorosas, me desabroché el cinturón, y sin más ceremonias me bajé los pantalones y los calzoncillos quince centímetros, para permitir que el Tribunal Supremo de Inverness devorara con los ojos mi cintura, y todo el mundo viera la horripilante hilera de cinco centímetros de cicatrices púrpura que rodeaba la parte superior carnosa de mis nalgas.

 

El diario de sir William Wallace
Traducido por Logan W. Wallace

Anotación: 23 de octubre de 1330.
¿Qué he hecho, qué maldición me ha conducido hasta este pérfido lugar, en una misión imposible?
Intento escribir, pero ya sea de día o de noche, no puedo… No puedo pensar, con la mente abrumada por la oscuridad y la locura de nuestra tarea.
Nos hemos puesto en marcha de nuevo al alba, o eso supongo, porque el valle seguía cubierto de nubes.
Cada caballero cargaba con un pesado fardo en la espalda, yo incluido, aunque desconocía su contenido y deduje que era mejor no preguntar. MacDonald parecía malhumorado pero decidido, mientras continuábamos por la orilla este del lago Ness en dirección siempre al sur.
Una hora después, llegamos a nuestro destino…, al menos eso pensaba yo.
Era una loma rocosa, algo apartada de la orilla, en un lugar situado justo al norte de donde las aguas se ensanchaban. MacDonald ordenó que seis de nosotros apartáramos una roca, y apareció un agujero en el suelo. Era la entrada de una cueva, cuya boca solo permitía pasar un hombre a la vez, y que descendía a las tinieblas. ¿Adónde llevaba? Pronto lo iba a descubrir.
MacDonald nos ordenó formar, y me colocó entre él y sir Jain Stewart. Nos atamos todos mediante una cuerda, encendimos las antorchas y nos adentramos uno a uno en las entrañas de la madre tierra.
Como nunca había estado en una cueva, me sentía muy nervioso, pero la tierra que pisaba no tardó en hacerse más inclinada, y se convirtió en una hendidura estrecha. Era como si Dios hubiera cortado un pedazo de tierra mellada con su espada. Cada paso traicionero nos alejaba de la luz del día, hasta que al fin desapareció, y solo nos iluminó la luz de las antorchas. Varias veces experimenté mareos y fatiga, pero MacDonald y Stewart me sujetaron, y me aseguraron que, mientras las antorchas siguieran encendidas, estaríamos a salvo.
No se decir cuánto tiempo caminamos, ni a qué profundidad llegamos, pero la hendidura se ensanchó demasiado y adoptó un ángulo demasiado difícil para andar, de manera que teníamos que ir bajando de uno en uno mediante la cuerda hasta los siguientes peñascos. Por suerte, MacDonald había elegido dos excelentes guías para la expedición, Keef Cook y su hermano menor, Alex, y era evidente que ambos habían recorrido esta misma ruta muchas veces.
Continuamos así durante muchas horas, descendiendo hacia los infiernos, y los pesados fardos amenazaban con arrojarnos al abismo.
Cuando parecía que mis manos ensangrentadas ya no podrían aferrarse a ningún saliente más, llegamos a una especie de meseta… en el fondo de la garganta.
Descansamos. MacDonald me llevó a un lado.
- Escucha eso, Adam Wallace. ¿Lo oyes?
Oí un rugido sordo, como un trueno lejano, que procedía de mi izquierda. -¿Qué es eso?
- El vientre del lago Ness.
Tras un breve descanso, los hermanos nos condujeron hacia el oeste a través de la oscuridad, hasta que llegamos a la entrada de un estrecho túnel. Ráfagas de aire frío surgían aullando de su boca. Entramos de uno en uno, y tuvimos que gatear. Más de una docena de veces me golpeé la cabeza contra la roca.
Las paredes del túnel estaban húmedas, el eco de una corriente de agua aumentaba de intensidad a cada minuto que pasaba.
Y por fin, llegamos.
Era una enorme cámara subterránea, que albergaba un río subterráneo, negro y frío, de profundidad imposible de calcular a la luz de nuestras antorchas. Miles de rocas puntiagudas colgaban como colmillos de su techo abovedado, y una pared empinada que se alzaba en la orilla opuesta bullía de murciélagos.
Los horrendos animales volaban unos sobre otros como alimañas aladas, y algunos desaparecían en la oscuridad.
MacDonald dio respuestas antes de que yo pudiera organizar mis pensamientos en palabras.
- El río atraviesa el vientre del lago en dirección nordeste durante cuatro leguas, antes de desembocar en el mal. -¿Y la caverna?
- Formada por el hielo antes de que los hombres llegaran a estos parajes. Este lugar es el punto más estrecho del río, y lo utilizaremos para terminar nuestra misión.
- MacDonald, si nosotros podemos acceder a este pasaje, los ingleses también. ¿Quién de nosotros se quedará en este agujero infernal para custodiar la reliquia de Bruce?
- Ah, ahí reside la belleza del plan. Utilizaremos las drakontas como nuestras leales acólitas, y nadie, ni siquiera Longshanks, osará desafiarlas. -¿Y qué son las drakontas?
- Algunos dicen que son serpientes de mal, otros las describen como dragones, yo digo que son el diablo en persona. La cabeza es como una gran gárgola, con dientes capaces de arrancar la piel de un hombre hasta los huesos. Las hembras son las más temibles, puesto que crecen más, hasta alcanzar una longitud equivalente a la altura de un campanario. Son criaturas espantosas, pero como nacen en la oscuridad prefieren las profundidades, lejos de la luz de Dios y de los hombres.
- Ah, pero ¿cómo vamos a utilizar a esas criaturas para proteger lo que perteneció a Bruce, un objeto por el cual el rey inglés daría la mitad de sus tesoros?
- Este es el pasaje que las drakontas jóvenes han de atravesar cuando entran en el lago Ness a través del estuario de Moray. Cuando alcanzan la madurez, los adultos deben seguir de nuevo el río y regresar al mar. Si bloqueamos el pasaje, impediremos que las criaturas más grandes salgan, y de esta manera protegeremos el Santo Grial escocés.
Mientras él hablaba, los caballeros templarios empezaron a abrir sus fardos y sacaron enormes cantidades de hierros planos, del tipo utilizado para construir puentes levadizos.
MacDonald me dedicó una sonrisa, con la locura brillando en sus ojos.
Ha transcurrido una hora, y ahora estoy descansando junto al fuego, con el cuerpo todavía agotado debido al descenso. Mientras los demás trabajan, acoplando la puerta de hierro, medito sobre las repercusiones del plan de MacDonald. Suponiendo que estos dragones existan, con qué ira caerá sobre nosotros la Naturaleza…


 

   Mi marido y yo acabábamos de llegar a Strone Holiday Chalet, cerca del castillo de Urquhart, que domina la bahía. Aparcamos detrás del chalet, y mi marido dejó de descargar el coche para admirar el paisaje. ¡Fue entonces cuando lo vimos! Era un objeto largo y oscuro, de piel muy lustrosa. Los dos estuvimos mirando el objeto durante unos treinta o cuarenta y cinco segundos, hasta que se hundió bajo la superficie y desapareció.
   Tanto mi marido como yo habíamos visto focas y delfines en su habitat, y este objeto no parecía ni una cosa ni otra. No era la estela de un barco, ni el efecto del viento, ni cualquier otra forma oscura que en ocasiones se confunde con Nessie. Era simplemente un animal muy grande y negro.
   Señora de Robert Carter, residente en Marsden, West Yorkshire, 19 de septiembre de 1998.