Capítulo
9
Drumnadrochit, Tierras Altas de Escocia
Diecisiete años… y el
pueblo no había envejecido ni un solo día.
Drumnadrochit es la primera
de una serie de comunidades de las Tierras Altas escoradas hacia el
oeste desde la bahía de Urquhart del lago Ness, río Enrick arriba
hasta adentrarse en Urquhart Glen, Glen Affric y Glen
Cannich.
Para los doscientos mil
turistas que visitan cada año Drumnadrochit, la ciudad es el
símbolo del mercantilismo de las Tierras Altas, plagada de hoteles
y pensiones, casas de turismo rural a la europea, cubos llenos de
flores de todos los colores, gente cordial, restaurantes y bares,
tiendas pintorescas y casas de montaña particulares que dominan el
lago. Más importante aún: Drumnadrochit está cerca del castillo de
Urquhart y su misteriosa bahía de aguas profundas, que la convierte
en la capital mundial del monstruo del lago Ness. El pueblo acoge
dos exposiciones del Monstruo del Lago Ness que compiten entre sí,
así como el complejo turístico de John Cialino, que estaba a punto
de inaugurarse.
Para los ochocientos trece
residentes que dependen del turismo para ganarse la vida,
Drumnadrochit es seis meses de fiesta y seis meses de hambruna, una
pauta que obedece a la temporada turística y a la longitud de sus
días. Debido a que las Tierras Altas se encuentran tan al norte,
los días de verano en el lago Ness pueden prolongarse desde las
tres de la mañana hasta las once de la noche. En cambio, los días
de invierno se reducen a franjas de seis horas, desde las nueve y
media de la mañana hasta las tres de la tarde. Vivir en
Drumnadrochit es como vivir en Alaska, solo que con temperaturas
más moderadas y menos nieve, el encanto del viejo mundo y vecinos
fisgones, y todo el mundo quiere ganarse la vida entre algunas de
las mejores obras de la Madre Naturaleza.
Para un pequeño Zachary
Wallace, crecer en un pueblo de las Tierras Altas tan alejado de la
civilización significaba libros de texto anticuados, películas de
reestreno, sermones sobre la ira de Dios y profesores cerriles.
Significaba excesivas lecciones sobre agricultura y métodos de
cultivo, y pasar el rato en la gasolinera con los amigos. Era robar
los enanitos del jardín de la señora Dougall y vivir en un lugar
que pocos forasteros eran capaces de deletrear, ya no digamos
pronunciar, y su aislamiento del resto del mundo parecía extender
un techo sobre mi capacidad de acumular conocimientos sobre el
resto del mundo…, al menos hasta que fuera lo bastante mayor para
ir en autobús a Inverness.
Por supuesto, Drumnadrochit
siempre sería Angus Wallace y sus juegos psicológicos, fingiendo
que no oía las lágrimas de mi madre. De niño, ardía en deseos de
marcharme, aunque solo fuera para estar en paz conmigo mismo.
Diecisiete años después,
las pesadillas de mi niñez habían regresado… y yo también.
Atravesé el parque
municipal y dejé atrás la gasolinera donde pasaba el rato con mis
amigos. Reduje la velocidad ante el Blarmor's Bar para percibir el
olor a pescado y pollo, y después pasé ante el Sniddles Club, el
garito favorito de mi padre.
Aparqué y estiré las
piernas. Sentía entumecida la ingle. La oficina de correos estaba
cerca y entré, justo cuando iba a cerrar.
Había un empleado, un
anciano de unos ochenta años que me había dado clases de historia
en primaria. -¿En qué puedo ayudarle?
- Busco a un viejo
amigo, se llama MacDonald, F. True MacDonald. -¿Se refiere al chico
de Alban MacDonald?
- Exacto. ¿Dónde puedo
encontrarle?
- Por lo general, en
el mar del Norte. Trabaja en una de esas plataformas de perforación
petrolíferas, pero este mes y el que viene está en la ciudad. Vive
con su padre, que trabaja en el hotel. Yo miraría allí
primero.
- Gracias.
El anciano me miró
fijamente a través de sus gafas de montura de cobre.
- Su cara me suena. Le
conozco.
- En efecto. Gracias,
señor Stewart, tengo prisa.
Aún no había llegado a la
puerta, cuando el hombre me llamó.
- Tú eres el chico de
Angus Wallace, el científico importante. Has venido a buscar al
monstruo, ¿verdad?
- El único monstruo
que conozco, señor Stewart, está encerrado en el castillo de
Inverness.
Monté en la Harley y me
dirigí al sur, y aceleré en un sendero de grava empinado que
conducía a las colinas.
Los hoteles de
Drumnadrochit eran una serie de casas y chalets particulares
situados en la ladera de una montaña que dominaba el lago Ness y la
ciudad. Aparqué y entré en la oficina principal, con la esperanza
de localizar a True antes de tropezarme con su padre.
Demasiado tarde.
Alban Malcolm MacDonald,
conocido entre los chavales de Drumnadrochit como "Cascarrabias
MacDonald", tenía el mismo aspecto espantoso y malhumorado que yo
recordaba. Su rostro escandinavo en forma de luna estaba medio
escondido detrás de una espesa perilla y patillas entre rojizas y
grisáceas, que no conseguían ocultar las cicatrices de la viruela
que le había atacado de pequeño. Sus ojos grises de zorro me
miraron cuando entré en su habitáculo, mientras sus dedos de
gruesos callos provistos de uñas amarillentas tamborileaban sobre
el mostrador de madera.
- Me alegro de verle,
señor MacDonald -mentí-. ¿Se acuerda de mí?
Se quitó un mondadientes de
entre sus labios color hígado, y reveló sus dientes torcidos y
amarillentos cuando escupió:
- Zachary
Wallace.
- Sí, señor. Es
increíble que se acuerde.
- No me acordaba. Vi
tu foto en los periódicos hace cinco meses.
- Ah, claro. ¿Está,
hum, True?
- No. -¿No? ¿Y Brandy?
Dios, la última vez que vi a su hija tenía cinco o seis años…
- Vuelve a Estados
Unidos, Zachary Wallace, aquí ya no te queda nada.
- Mi padre está aquí.
He venido a brindarle mi apoyo. -¿Desde cuándo lo ha pedido? No se
puede confiar en hombres como tu padre. Están arruinando el Great
Glen, ¿sabes a qué me refiero? Él, y los hijos de puta como él que
venden la tierra de sus antepasados. Que se gasten el dinero en el
infierno, eso digo yo. -¡Grrr!
El aire se escapó de mi
pecho cuando dos fornidos brazos erizados de vello rojizo me
agarraron por detrás y me levantaron del suelo.
El viejo MacDonald sacudió
la cabeza y volvió a trabajar. -¡Zachary Wallace, que ha vuelto de
entre los muertos!
El hombre me depositó en el
suelo, me obligó a dar media vuelta y me abrazó de nuevo.
La última vez que había
visto a Finlay True MacDonald era un alfeñique enclenque, con pecas
y cabello naranja desordenado. Nadie llamaba a True por su
verdadero nombre, pues su segundo nombre, heredado de su difunta
madre, era mucho más interesante. Durante un tiempo, después de que
me fui a Estados Unidos, habíamos mantenido contacto, y siempre nos
llamábamos el día de nuestro cumpleaños, pero habían transcurrido
diez años desde que yo había visto una fotografía actual.
El imponente gigante de la
coleta rojiza que se erguía ante mí medía ahora metro noventa y
tres y era propietario de unos músculos enormes. Debía de pesar más
de cien kilos.
- Jesús, True, eres
tan grande como un puto caballo.
- Sí, y tú, con ese
estirado acento estadounidense, parece que hables con la nariz. Ya
no eres un alfeñique, y por Dios que me alegro de verte.
- Me han dicho que
trabajas en las plataformas petrolíferas. ¿Qué fue de tu carrera en
la Royal Navy?
- Me harté. La marina
de Su Majestad tuvo la amabilidad de enseñarme a trabajar con
trajes de inmersión atmosféricos, pero en la privada pagan mucho
mejor.
- No sabía que
fabricaran trajes de inmersión lo bastante grandes para que te
cupieran. -¡Sí, la verdad es que aprietan mucho! ¿Has probado
alguno?
- Una vez, y a cada
paso parecía que fuera cargado con una tonelada de ladrillos.
- Sería uno de esos
viejos trajes JIM. Ahora, solo utilizamos WASP y los nuevos Newt
Suit en las plataformas. Ambos cuentan con propulsores. Las piernas
se mueven con mucha más facilidad. Ahora me paso cuatro horas al
día, nueve meses al año, peinando el fondo del mar del Norte,
comprobando las líneas y haciendo reparaciones. Mucha tensión, pero
la paga es alta, así que no me puedo quejar. Muy poca gente en las
Tierras Altas gana eso en la actualidad. -¿Cuánto tiempo estarás de
permiso?
- Aún me quedan tres
semanas y media. Después, volveré cuatro meses, o hasta que el mar
se ponga chungo en invierno.
- Supongo que te
habrás enterado de lo de mi padre.
- Sí, y en todos los
pubs, desde Lochend hasta Fort Augustus, se brinda a su salud. El
turismo ha descendido mucho, por culpa de las amenazas terroristas.
Tal vez el juicio atraiga a más visitantes. Eso, o el nuevo
complejo turístico. -¿Crees que Angus mató a Johnny C.?
True meditó.
- No, pero sí creo que
quería darle una lección. Tú y yo sabemos que tu padre tiene muy
mala leche, sobre todo en lo tocante al dinero. El tal Johnny C.
era inglés, un promotor inmobiliario muy importante, y apuesto a
que no quería ser legal con la gente de las Tierras Altas. Angus
debió de pillarle en alguna y se le fue la mano. Yo habría hecho lo
mismo, pero no en los acantilados de la bahía de Urquhart, y encima
delante de testigos.
- Están hablando de la
pena de muerte.
- Sí, pero yo no me
preocuparía mucho por eso. Angus es tan escurridizo como una
anguila, y aún estamos en las Tierras Altas. No nos gusta colgar a
los nuestros. En cualquier caso, dejemos el juicio en paz.
Supongo que vas a estar
libre el fin de semana.
- Sí, pero he de estar
en Inverness el lunes por la mañana.
- Lo cual nos concede
tiempo suficiente para envenenar nuestros hígados. Lo primero es lo
primero: necesitarás una cama.
Pasó la mano por detrás del
mostrador de su padre y agarró la llave de una habitación.
- La verdad es que no
había pensado quedarme. Ni siquiera estaba seguro de que te
localizaría. Me he dejado toda la ropa en Inverness.
- Te prestaremos. Te
vas a quedar, y punto. Pareces un poco tenso. Para empezar,
quemaremos un poco de energías, como cuando éramos unos
críos.
Antes de que yo pudiera
contestar, True me rodeó la espalda con su manaza y me sacó por la
puerta.
Las ruinas del castillo de
Urquhart se alzan sobre Strone Point, un promontorio rocoso situado
en la orilla sur de la bahía de Urquhart, una de las partes más
profundas del lago. Los orígenes del castillo se remontan hasta una
fortaleza picta construida en el siglo V, y fue allí donde san
Columba, abad de Iona, visitó por primera vez el reino picto en
565.
Ochocientos años después,
los ingleses fortificaron el poblado, después de la victoria de
Longshanks sobre los escoceses en Dunbar. William Wallace y Andrew
Moray atacaron por fin el castillo y lo reconquistaron para
Escocia. Años después, se produjo otro asedio sangriento, y el
ejército invasor de Longshanks obligó a los ocupantes a rendirse
por hambre. El castillo siguió bajo control de Inglaterra hasta que
Roberto I Bruce lo reconquistó en 1306.
Los escoceses controlaron
el castillo durante los siguientes cuatro siglos, hasta que los
ingleses utilizaron explosivos para demoler la mayor parte de la
fortaleza, con el fin de arrebatarlo a los jacobitas.
Lo que queda hoy del
castillo de Urquhart son las murallas exteriores, fragmentos de su
muro fortificado y parte de su torre de cinco pisos. Si bien es
cierto que existen edificios mucho más impresionantes en las
orillas del lago, ninguno es tan popular como este castillo
encantado en ruinas, rodeado por tres lados de aguas profundas
famosas por los frecuentes avistamientos de Nessie.
Eran más de las diez y el
ocaso veraniego estaba a punto de caer sobre nosotros. Las montañas
se desvanecían en sombras onduladas púrpura, y la noche teñía de
gris el horizonte escarlata. True y yo paseábamos por el perímetro
del castillo de Urquhart, cargado cada uno con un palo de golf y un
pequeño cubo con pelotas de entrenamiento. Avancé en dirección sur
a lo largo del montículo cubierto de hierba, y me detuve para mirar
la empinada caída de seis metros a nuestra izquierda.
Un ominoso oleaje negro se
estrellaba contra el rocoso terraplén vertical, cubriendo las
profundidades del Ness.
- Aquí debió de
suceder -dije.
- Sí. Se puede
sobrevivir a la caída, en función de dónde caigas. Claro que pudo
golpearse la cabeza contra una roca, y eso habría bastado.
Vamos.
True me condujo hasta una
colina que dominaba el aparcamiento del castillo. Hacia el sur se
veía la obra iluminada de lo que pronto sería el complejo turístico
de cinco estrellas de Cialino.
- Bonito, ¿eh?
Piscinas y restaurantes elegantes, y todas las habitaciones con
vistas al lago. Según me han dicho, están vendiendo incluso
multipropiedades. Johnny C. habría triunfado por todo lo alto, si
hubiera vivido para verlo.
- Aún queda la viuda
alegre.
- Sí. Por lo que he
oído, consigue todo lo que quiere. Y no es fea precisamente, ¿eh?
-True sacó un tee del bolsillo, cogió una pelota del cubo y estudió
el tiro-. Bien, la valla de la obra está a doscientos veinte
metros, el patio a doscientos veintisiete, y la piscina a
doscientos treinta y cinco. Si la metes en el jacuzzi, ganas
automáticamente. Empezaremos con diez libras, y aumentaremos dos
libras por tiro.
Me coloqué a su izquierda,
dejando mucho espacio a aquellos largos brazos.
- True, ¿a qué se
refería tu padre cuando dijo que aquellos hijos de puta están
arruinando el Great Glen?
True tiró, la pelota pasó
por encima de la valla de la obra y rebotó contra una máquina
excavadora.
- Olvida a mi padre,
es de la vieja escuela. Alban MacDonald se cargaría un ordenador
con un bate de cricket antes que aprender a usarlo. En mi opinión,
es una hipocresía no fomentar la construcción. Los viejos clanes
retienen los mejores terrenos que rodean el lago Ness, pero tu
padre fue el primero de ellos que vendió. Le seguirán más, no te
quepa duda. Vamos, dale a la pelota.
Aferré el driver, hice unos
cuantos swings de entrenamiento, y después golpeé la pelota, que
describió una curva a la izquierda y se hundió en el lago
Ness.
- Jesús, Zack. Mi tía
Griselda lo hace mejor a la pata coja. -¡Caramba!
Coloqué otra pelota en el
tee.
True tiró de nuevo, y la
pelota desapareció al otro lado de la máquina excavadora.
- Te habrás enterado
de que vendieron el castillo de Aldourie, ¿eh? Dicen que una gran
empresa va a convertir el lugar en un club de campo muy exclusivo,
como hicieron con Skibo. Creo que un día dejaré lo de las
plataformas petrolíferas y me dedicaré al golf profesional.
- Te iría mejor de
aparcacoches.
Lancé otra pelota, que
golpeó en una roca y salió rebotada hacia el agua.
True sonrió y tiró de
nuevo. La pelota rebotó dos veces en el balcón de ladrillo y se
hundió en la piscina de hidromasaje.
- Lo dicho, golfista
profesional. -¿Desde cuándo llevan coleta los golfistas
profesionales? -repliqué, lanzando otra pelota al agua.
Acarició su gruesa
coleta.
- No te burles de
esto. Las chicas acuden a mi cama como moscones. Vamos, te concedo
una última oportunidad, o lo dejaremos en catorce libras. Después,
nos llegaremos a Sniddles. Brandy nos está esperando.
Lancé mi último golpe, que
se alzó hacia el cielo antes de curvarse y hundirse en el lago
Ness.
- Odio esta mierda de
juego -dije, e hice ademán de arrojar el palo al agua.
- Calma, calma -dijo
True, al tiempo que pasaba un robusto brazo por encima de mi
hombro-. Cuando nuestros antepasados inventaron el maldito juego,
comprendieron dos cosas. Primera, hacen falta dieciocho tragos para
pulirse una botella de whisky, de modo que una partida de golf se
juega a dieciocho hoyos. Segunda, tu forma de jugar es un indicador
de cómo llevas los altibajos de tu vida. Al igual que tu juego, tu
vida también necesita práctica.
- Muy bien, señor
Golfista Profesional, ¿qué me aconsejas?
- Fácil. Cualquier
hombre incapaz de mantener sus pelotas fuera del agua necesita un
polvo. Vamos a buscar a mi hermana.
Era viernes por la noche y
el club estaba abarrotado, las mesas llenas de turistas, cuatro
filas de clientes delante de la barra. Había dardos, cerveza rubia,
música, cerveza rubia, risas… ¿He dicho cerveza rubia?
True entró y la multitud se
vio obligada a apartarse, y yo aproveché para pegarme a él.
Estrechó una docena de manos y besó a media docena de mujeres, y yo
agradecí el hecho de que no me presentara.
Y después, saludó a una
belleza de pelo negro como ala de cuervo que estaba agitando la
mano en nuestra dirección desde una mesa del rincón, y yo me quedé
estupefacto.
Claire MacDonald, que
prefería su segundo nombre estadounidense, Brandy (sobre todo para
fastidiar a su padre), era la clase de chica con la que los chicos
tímidos como yo soñaban en el instituto y fantaseaban de noche,
pero nunca tenían el coraje ni las credenciales para pedirle una
cita. Eran chicas reservadas al mariscal del campo estrella y los
chicos que conducían deportivos descapotables, y cuando se hacían
mayores, se convertían en esposas-trofeo de los ricos y
poderosos.
Para mí, Brandy era un
cisne y yo era un pato, y como norma básica de la naturaleza, como
habría dicho mi tío abuelo Alfred, patos y cisnes no se
apareaban.
Pero Brandy era el garbanzo
negro de la familia. Cuando tenía dieciséis años, su noviete del
instituto la había dejado embarazada, justo antes de que su familia
se trasladara inopinadamente a Edimburgo. Al viejo MacDonald no le
hizo ninguna gracia la evidente falta de celibato de su hija, de
modo que la echó de casa y la chica tuvo que mudarse a un centro de
acogida. Aunque perdió el niño a principios del segundo trimestre y
regresó al instituto, Brandy estaba sola y su amargado padre jamás
la invitó a volver a casa.
A los diecinueve años,
Brandy conoció a Jack Townson, un corredor de bolsa estadounidense
que estaba de vacaciones en el lago Ness. Al ver una oportunidad de
escapar de las Tierras Altas, volvió con él a Estados Unidos, y dos
meses después se casaron, más para fastidiar a su padre que por
amor.
A Brandy le gustaba vivir
en el sur de California, y durante un tiempo las cosas fueron bien.
Una tarde, cuando daba un paseo en bicicleta por las colinas de
Hollywood, un coche la arrolló, y en aquel instante su vida
cambió.
Las lesiones de Brandy
fueron graves, una fractura de cráneo y conmoción cerebral, junto
con múltiples fracturas de brazos y piernas, un pulmón perforado,
la cuenca del ojo izquierdo rota y la mandíbula hecha trizas. Se
sometió a tres operaciones importantes, pasó semanas en cuidados
intensivos y cinco meses en fisioterapia. Durante ese tiempo, su
marido tuvo un lío amoroso.
Townson se quedó a su lado
durante casi todo el período de recuperación, y esperó a que le
dieran el alta para presentar los papeles del divorcio. Catorce
meses después de abandonar Escocia, Brandy regresó a las Tierras
Altas divorciada, sola y deprimida.
Como dijo Darwin en una
ocasión, en el proceso de selección natural existen excepciones.
Brandy era un cisne con un ala rota, y de esta forma patos como yo
se agencian cisnes.
Lo que ignoraba era que las
fobias de Brandy eran tan agudas como las mías.
- Así que el hijo de
Angus Wallace ha vuelto. Deja de mirarme y dame un abrazo.
Nos abrazamos, mi nariz
percibió sus feromonas, mi ingle despertó por primera vez en
meses.
- Voy a buscar bebida
-dijo True-. Poneos al día.
Ella sonrió y se sentó
delante de mí. La luz arrancó reflejos naranja de su pelo negro
como la tinta.
- Si conozco bien a mi
hermano el casamentero, tardará un buen rato en volver. -¿Cómo te
encuentras? Quiero decir… Tienes un aspecto… asombroso.
- True te ha hablado
de mi accidente, ¿verdad? Ahora estoy bien, pero fue horrible,
además no teníamos seguro, y los abogados tuvieron que demandar a
la compañía del conductor. Fue una batalla muy desagradable, pero
ganamos, y al final, mi ex marido me confesó que se estaba
cepillando a mi enfermera particular.
- Joder.
- Aún no he terminado.
Como yo todavía no era ciudadana, el ex y su nueva puta se quedaron
con el dinero del seguro. Sesenta de los grandes me robaron,
ladrones de mierda.
Me incliné hacia delante,
confiado en impresionarla con las cicatrices de mi relación.
- Hace seis meses
estaba prometido. Era una de mis estudiantes de biología. Esperó a
que salieran las notas, y después rompió conmigo cuando estaba en
la cama del hospital. Me dijo que había vendido el anillo de
compromiso, y que iba a utilizar el dinero para ir a Cancún durante
las vacaciones de Navidad con su nuevo novio.
Sus carcajadas
fortalecieron mi alma.
- Bien, somos como dos
gotas de agua. Dime, Zachary Wallace, ¿cómo te sientes ahora que
eres un gran científico?
- No lo sé. ¿Soy
famoso o tristemente célebre?
- Como localizaste un
calamar gigante, yo diría que eres famoso. Tal como deseabas. Aún
me acuerdo de cuando diseccionabas peces, ranas y pájaros en el
sótano de tu padre.
- Tienes razón. Me
había olvidado.
- Yo no. Me acuerdo de
todo. Para mí, fueron buenos tiempos. ¿Te ha dicho True que estoy
haciendo un curso por correspondencia en la universidad
local?
- Eso es
fantástico.
- No, pero es un
principio. Estoy aprendiendo todo tipo de cosas. ¿Sabías que el ojo
de una ostra es más grande que su cerebro?
- No, pero no lo
olvidaré.
Sonrió, y luego se puso
melancólica.
- Leí lo del
sumergible que se hundió. Uno de los hombres murió, ¿eh?
- Fue un
accidente.
- Lo sé. Me alegré de
que salieras bien parado.
- Técnicamente, me
ahogué.
- El artículo decía
que estuviste a punto de ahogarte.
- No, me morí.
Pffffff. -¿Cómo se sabe que estás muerto? ¿Viste una luz
celestial?
- Más o menos.
Nervioso, miré por encima
del hombro para ver dónde estaba True con aquellas bebidas. Estaba
en la barra, absorto en una conversación con dos escandinavas casi
desnudas que le estaban enseñando los piercings del ombligo.
Hice una seña a la
camarera.
- Bien, Zack, ¿qué se
supone que hace uno cuando vuelve de entre los muertos?
- Se emborracha, se
deprime y regresa a las Tierras Altas. ¿Qué, si no?
Reímos y hablamos y bebimos
y comimos y flirteamos. Una hora después, nos largamos del pub y
paseamos medio borrachos por el centro de la ciudad, tomados del
brazo, y supe que jamás había querido a Lisa, al menos que nunca
había estado "enamorado", porque lo que sentía ahora era como
caminar en el aire. -¿Te ha contado True cómo me gano la vida?
-preguntó ella.
- Fue impreciso. Algo
acerca de que trabajabas en Brackla.
- Hago visitas guiadas
en un barco que sale de los muelles del hotel Clansman. Es un Sea
Angler de segunda mano, de unos nueve metros de eslora. Arriba hay
bancos para los turistas, y abajo vivo yo. ¿Quieres verlo?
Era la clase de frase que
un hombre tal vez tardaría en oír toda su vida, pero la idea de
subir de noche a un barco amarrado en el lago Ness me serenó como
un pozal de café.
Aun así, se trataba de
amor, y el amor (y la lujuria) lo conquistan todo. Subimos a la
Harley y nos dirigimos hacia el norte por la A82, con el viento
aullando en nuestro pelo y Brandy mordisqueándome el lóbulo de la
oreja, lo cual me estaba volviendo loco.
Brackla es una aldea
situada en la orilla noroeste del lago, a mitad de camino entre
Drumnadrochit y Lochend. Su atractivo reside en el Clansman, el
único hotel (a excepción del complejo turístico de Angus) enclavado
en las orillas del lago Ness. El hotel cuenta con veintiocho
suites, todas con vistas panorámicas al lago, junto con amplios
comedores y salones que han acogido muchas bodas y cenas con bailes
escoceses.
Justo detrás del hotel
Clansman había una ensenada rectangular que hacía las veces de
muelle del lago.
El barco de Brandy, el
Nessie III, estaba amarrado al final de un embarcadero. Cuando
cruzamos la pasarela de madera que conducía a su amarradero, sentí
el estómago revuelto. -¿Y bien, Zachary? ¿Qué te parece?
- Eso depende. ¿Qué
fue del Nessie I y el Nessie II?
- Ah, se los comió el
monstruo -bromeó ella, y me acarició la entrepierna.
Me sentí mareado.
- Brandy, ¿por qué no
volvemos al hotel y…?
- Vamos, te voy a dar
un paseo. -Sin hacer caso de mis protestas, me tomó de la mano y me
arrastró a bordo, al tiempo que recitaba más datos oscuros que
había aprendido durante su curso por correspondencia-. ¿Sabías que
las mariposas prueban los sabores con las patas?
Bancos de madera blanca,
paralelos entre sí y clavados a la cubierta principal, ocupaban la
longitud de ésta. En la proa estaba la caseta del timón, con la
entrada enmarcada por un par de puertas. Una daba acceso a un váter
con lavabo, y la otra conducía a los aposentos privados de
Brandy.
El miedo aceleró mi pulso
cuando Brandy me obligó a bajar, al tiempo que señalaba la sala de
máquinas, la cocina y el cuarto de baño restaurados. Y después, me
guió hasta su camarote, se quitó las sandalias y me besó con tuerza
en los labios.
Su lengua con sabor a
whisky escocés revoloteó en mi boca, mientras su mano me bajaba la
cremallera del pantalón. Manoteé como un orangután la parte
posterior de su sujetador, cuyos cierres parecían soldados.
- Deja.
Se llevó las manos a la
espalda y liberó sus pechos.
Durante un preciado
momento, el deseo se impuso a mi fobia…, hasta que el barco subió y
cayó bajo media docena de olas, y el miedo volvió a insinuarse en
mis tripas, como si hubieran arrojado agua helada sobre mi
erección.
Pegué un bote cuando me
desabrochó la hebilla de mi cinturón.
- Brandy, espera, yo…
No puedo hacer esto. -¿Por qué? -ronroneó ella-. ¿Tu mango también
pereció en los Sargazos? Tendré que resucitarlo, ¿eh? -¡No! -Los
pensamientos se agolpaban en mi mente, pues no quería que se
repitiera lo ocurrido en South Beach-. O sea, tu padre… Es tu
padre. Se enterará de que me he quedado contigo esta noche. -¿Desde
cuándo te importa una mierda lo que piense mi viejo?
- Desde…, desde que me
salvó la vida. Si me acostara contigo esta noche, nuestra primera
noche juntos, sería una falta de respeto hacia él, ¿no? Y eso
estropearía cualquier oportunidad de reconciliarnos con él más
adelante.
- Me da igual. Odio a
ese hijo de puta más de lo que tú odias a Angus, así que quítate la
ropa, necesito sentirte dentro de mí.
El barco osciló bajo
nosotros, y me entró el pánico de un oso caído en una trampa.
-¿Qué? ¿No quieres estar conmigo? ¿Es eso?
- No, digo sí, lo
juro…
- Entonces, ¿qué pasa?
Estás pálido como un espectro, y tiemblas. Ven, nos
acostaremos.
- Yo… ¡necesito
aire!
Me puse los tejanos, subí
corriendo la escalera, con la cubierta principal dando vueltas en
mi cabeza mientras saltaba por encima de la barandilla de popa y
aterrizaba con torpeza sobre el muelle.
- Zachary Wallace,
¿adónde crees que vas?
Miré hacia atrás, mientras
las aguas oscuras remolineaban a ambos lados. -¡Te llamaré! ¡Me
pasaré mañana!
Sin esperar la respuesta,
bajé dando tumbos por la pasarela hasta llegar al aparcamiento, y
después seguí corriendo hasta llegar a un bosquecillo.
Apoyado contra el tronco de
un pino, cerré los ojos, con los miembros temblorosos mientras
hiperventilaba como un ciervo aterrado.
… en el caso de una isla, o de un país rodeado en parte por barreras, en que formas nuevas y mejor adaptadas no podrían entrar a su antojo, deberíamos tener lugares en la economía de la naturaleza que se poblarían mejor si los habitantes originales se modificaran de alguna manera, pues si la zona hubiera estado abierta a la inmigración, los intrusos se habrían apoderado de esos mismos lugares. En tales casos, leves modificaciones, que en ningún caso favorecieran a los individuos de ninguna especie, consistentes en adaptarlos mejor a sus condiciones alteradas, tenderían a conservarse, y la selección natural tendría campo libre para progresar.CHARLES DARWIN, El origen de las especies, 1859.