Capítulo 9

 

Drumnadrochit, Tierras Altas de Escocia

 

   Diecisiete años… y el pueblo no había envejecido ni un solo día.
   Drumnadrochit es la primera de una serie de comunidades de las Tierras Altas escoradas hacia el oeste desde la bahía de Urquhart del lago Ness, río Enrick arriba hasta adentrarse en Urquhart Glen, Glen Affric y Glen Cannich.
   Para los doscientos mil turistas que visitan cada año Drumnadrochit, la ciudad es el símbolo del mercantilismo de las Tierras Altas, plagada de hoteles y pensiones, casas de turismo rural a la europea, cubos llenos de flores de todos los colores, gente cordial, restaurantes y bares, tiendas pintorescas y casas de montaña particulares que dominan el lago. Más importante aún: Drumnadrochit está cerca del castillo de Urquhart y su misteriosa bahía de aguas profundas, que la convierte en la capital mundial del monstruo del lago Ness. El pueblo acoge dos exposiciones del Monstruo del Lago Ness que compiten entre sí, así como el complejo turístico de John Cialino, que estaba a punto de inaugurarse.
   Para los ochocientos trece residentes que dependen del turismo para ganarse la vida, Drumnadrochit es seis meses de fiesta y seis meses de hambruna, una pauta que obedece a la temporada turística y a la longitud de sus días. Debido a que las Tierras Altas se encuentran tan al norte, los días de verano en el lago Ness pueden prolongarse desde las tres de la mañana hasta las once de la noche. En cambio, los días de invierno se reducen a franjas de seis horas, desde las nueve y media de la mañana hasta las tres de la tarde. Vivir en Drumnadrochit es como vivir en Alaska, solo que con temperaturas más moderadas y menos nieve, el encanto del viejo mundo y vecinos fisgones, y todo el mundo quiere ganarse la vida entre algunas de las mejores obras de la Madre Naturaleza.
   Para un pequeño Zachary Wallace, crecer en un pueblo de las Tierras Altas tan alejado de la civilización significaba libros de texto anticuados, películas de reestreno, sermones sobre la ira de Dios y profesores cerriles. Significaba excesivas lecciones sobre agricultura y métodos de cultivo, y pasar el rato en la gasolinera con los amigos. Era robar los enanitos del jardín de la señora Dougall y vivir en un lugar que pocos forasteros eran capaces de deletrear, ya no digamos pronunciar, y su aislamiento del resto del mundo parecía extender un techo sobre mi capacidad de acumular conocimientos sobre el resto del mundo…, al menos hasta que fuera lo bastante mayor para ir en autobús a Inverness.
   Por supuesto, Drumnadrochit siempre sería Angus Wallace y sus juegos psicológicos, fingiendo que no oía las lágrimas de mi madre. De niño, ardía en deseos de marcharme, aunque solo fuera para estar en paz conmigo mismo.
   Diecisiete años después, las pesadillas de mi niñez habían regresado… y yo también.
   Atravesé el parque municipal y dejé atrás la gasolinera donde pasaba el rato con mis amigos. Reduje la velocidad ante el Blarmor's Bar para percibir el olor a pescado y pollo, y después pasé ante el Sniddles Club, el garito favorito de mi padre.
   Aparqué y estiré las piernas. Sentía entumecida la ingle. La oficina de correos estaba cerca y entré, justo cuando iba a cerrar.
   Había un empleado, un anciano de unos ochenta años que me había dado clases de historia en primaria. -¿En qué puedo ayudarle?
   - Busco a un viejo amigo, se llama MacDonald, F. True MacDonald. -¿Se refiere al chico de Alban MacDonald?
   - Exacto. ¿Dónde puedo encontrarle?
   - Por lo general, en el mar del Norte. Trabaja en una de esas plataformas de perforación petrolíferas, pero este mes y el que viene está en la ciudad. Vive con su padre, que trabaja en el hotel. Yo miraría allí primero.
   - Gracias.
   El anciano me miró fijamente a través de sus gafas de montura de cobre.
   - Su cara me suena. Le conozco.
   - En efecto. Gracias, señor Stewart, tengo prisa.
   Aún no había llegado a la puerta, cuando el hombre me llamó.
   - Tú eres el chico de Angus Wallace, el científico importante. Has venido a buscar al monstruo, ¿verdad?
   - El único monstruo que conozco, señor Stewart, está encerrado en el castillo de Inverness.
   Monté en la Harley y me dirigí al sur, y aceleré en un sendero de grava empinado que conducía a las colinas.
   Los hoteles de Drumnadrochit eran una serie de casas y chalets particulares situados en la ladera de una montaña que dominaba el lago Ness y la ciudad. Aparqué y entré en la oficina principal, con la esperanza de localizar a True antes de tropezarme con su padre.
   Demasiado tarde.
   Alban Malcolm MacDonald, conocido entre los chavales de Drumnadrochit como "Cascarrabias MacDonald", tenía el mismo aspecto espantoso y malhumorado que yo recordaba. Su rostro escandinavo en forma de luna estaba medio escondido detrás de una espesa perilla y patillas entre rojizas y grisáceas, que no conseguían ocultar las cicatrices de la viruela que le había atacado de pequeño. Sus ojos grises de zorro me miraron cuando entré en su habitáculo, mientras sus dedos de gruesos callos provistos de uñas amarillentas tamborileaban sobre el mostrador de madera.
   - Me alegro de verle, señor MacDonald -mentí-. ¿Se acuerda de mí?
   Se quitó un mondadientes de entre sus labios color hígado, y reveló sus dientes torcidos y amarillentos cuando escupió:
   - Zachary Wallace.
   - Sí, señor. Es increíble que se acuerde.
   - No me acordaba. Vi tu foto en los periódicos hace cinco meses.
   - Ah, claro. ¿Está, hum, True?
   - No. -¿No? ¿Y Brandy? Dios, la última vez que vi a su hija tenía cinco o seis años…
   - Vuelve a Estados Unidos, Zachary Wallace, aquí ya no te queda nada.
   - Mi padre está aquí. He venido a brindarle mi apoyo. -¿Desde cuándo lo ha pedido? No se puede confiar en hombres como tu padre. Están arruinando el Great Glen, ¿sabes a qué me refiero? Él, y los hijos de puta como él que venden la tierra de sus antepasados. Que se gasten el dinero en el infierno, eso digo yo. -¡Grrr!
   El aire se escapó de mi pecho cuando dos fornidos brazos erizados de vello rojizo me agarraron por detrás y me levantaron del suelo.
   El viejo MacDonald sacudió la cabeza y volvió a trabajar. -¡Zachary Wallace, que ha vuelto de entre los muertos!
   El hombre me depositó en el suelo, me obligó a dar media vuelta y me abrazó de nuevo.
   La última vez que había visto a Finlay True MacDonald era un alfeñique enclenque, con pecas y cabello naranja desordenado. Nadie llamaba a True por su verdadero nombre, pues su segundo nombre, heredado de su difunta madre, era mucho más interesante. Durante un tiempo, después de que me fui a Estados Unidos, habíamos mantenido contacto, y siempre nos llamábamos el día de nuestro cumpleaños, pero habían transcurrido diez años desde que yo había visto una fotografía actual.
   El imponente gigante de la coleta rojiza que se erguía ante mí medía ahora metro noventa y tres y era propietario de unos músculos enormes. Debía de pesar más de cien kilos.
   - Jesús, True, eres tan grande como un puto caballo.
   - Sí, y tú, con ese estirado acento estadounidense, parece que hables con la nariz. Ya no eres un alfeñique, y por Dios que me alegro de verte.
   - Me han dicho que trabajas en las plataformas petrolíferas. ¿Qué fue de tu carrera en la Royal Navy?
   - Me harté. La marina de Su Majestad tuvo la amabilidad de enseñarme a trabajar con trajes de inmersión atmosféricos, pero en la privada pagan mucho mejor.
   - No sabía que fabricaran trajes de inmersión lo bastante grandes para que te cupieran. -¡Sí, la verdad es que aprietan mucho! ¿Has probado alguno?
   - Una vez, y a cada paso parecía que fuera cargado con una tonelada de ladrillos.
   - Sería uno de esos viejos trajes JIM. Ahora, solo utilizamos WASP y los nuevos Newt Suit en las plataformas. Ambos cuentan con propulsores. Las piernas se mueven con mucha más facilidad. Ahora me paso cuatro horas al día, nueve meses al año, peinando el fondo del mar del Norte, comprobando las líneas y haciendo reparaciones. Mucha tensión, pero la paga es alta, así que no me puedo quejar. Muy poca gente en las Tierras Altas gana eso en la actualidad. -¿Cuánto tiempo estarás de permiso?
   - Aún me quedan tres semanas y media. Después, volveré cuatro meses, o hasta que el mar se ponga chungo en invierno.
   - Supongo que te habrás enterado de lo de mi padre.
   - Sí, y en todos los pubs, desde Lochend hasta Fort Augustus, se brinda a su salud. El turismo ha descendido mucho, por culpa de las amenazas terroristas. Tal vez el juicio atraiga a más visitantes. Eso, o el nuevo complejo turístico. -¿Crees que Angus mató a Johnny C.?
   True meditó.
   - No, pero sí creo que quería darle una lección. Tú y yo sabemos que tu padre tiene muy mala leche, sobre todo en lo tocante al dinero. El tal Johnny C. era inglés, un promotor inmobiliario muy importante, y apuesto a que no quería ser legal con la gente de las Tierras Altas. Angus debió de pillarle en alguna y se le fue la mano. Yo habría hecho lo mismo, pero no en los acantilados de la bahía de Urquhart, y encima delante de testigos.
   - Están hablando de la pena de muerte.
   - Sí, pero yo no me preocuparía mucho por eso. Angus es tan escurridizo como una anguila, y aún estamos en las Tierras Altas. No nos gusta colgar a los nuestros. En cualquier caso, dejemos el juicio en paz.
   Supongo que vas a estar libre el fin de semana.
   - Sí, pero he de estar en Inverness el lunes por la mañana.
   - Lo cual nos concede tiempo suficiente para envenenar nuestros hígados. Lo primero es lo primero: necesitarás una cama.
   Pasó la mano por detrás del mostrador de su padre y agarró la llave de una habitación.
   - La verdad es que no había pensado quedarme. Ni siquiera estaba seguro de que te localizaría. Me he dejado toda la ropa en Inverness.
   - Te prestaremos. Te vas a quedar, y punto. Pareces un poco tenso. Para empezar, quemaremos un poco de energías, como cuando éramos unos críos.
   Antes de que yo pudiera contestar, True me rodeó la espalda con su manaza y me sacó por la puerta.
   Las ruinas del castillo de Urquhart se alzan sobre Strone Point, un promontorio rocoso situado en la orilla sur de la bahía de Urquhart, una de las partes más profundas del lago. Los orígenes del castillo se remontan hasta una fortaleza picta construida en el siglo V, y fue allí donde san Columba, abad de Iona, visitó por primera vez el reino picto en 565.
   Ochocientos años después, los ingleses fortificaron el poblado, después de la victoria de Longshanks sobre los escoceses en Dunbar. William Wallace y Andrew Moray atacaron por fin el castillo y lo reconquistaron para Escocia. Años después, se produjo otro asedio sangriento, y el ejército invasor de Longshanks obligó a los ocupantes a rendirse por hambre. El castillo siguió bajo control de Inglaterra hasta que Roberto I Bruce lo reconquistó en 1306.
   Los escoceses controlaron el castillo durante los siguientes cuatro siglos, hasta que los ingleses utilizaron explosivos para demoler la mayor parte de la fortaleza, con el fin de arrebatarlo a los jacobitas.
   Lo que queda hoy del castillo de Urquhart son las murallas exteriores, fragmentos de su muro fortificado y parte de su torre de cinco pisos. Si bien es cierto que existen edificios mucho más impresionantes en las orillas del lago, ninguno es tan popular como este castillo encantado en ruinas, rodeado por tres lados de aguas profundas famosas por los frecuentes avistamientos de Nessie.
   Eran más de las diez y el ocaso veraniego estaba a punto de caer sobre nosotros. Las montañas se desvanecían en sombras onduladas púrpura, y la noche teñía de gris el horizonte escarlata. True y yo paseábamos por el perímetro del castillo de Urquhart, cargado cada uno con un palo de golf y un pequeño cubo con pelotas de entrenamiento. Avancé en dirección sur a lo largo del montículo cubierto de hierba, y me detuve para mirar la empinada caída de seis metros a nuestra izquierda.
   Un ominoso oleaje negro se estrellaba contra el rocoso terraplén vertical, cubriendo las profundidades del Ness.
   - Aquí debió de suceder -dije.
   - Sí. Se puede sobrevivir a la caída, en función de dónde caigas. Claro que pudo golpearse la cabeza contra una roca, y eso habría bastado. Vamos.
   True me condujo hasta una colina que dominaba el aparcamiento del castillo. Hacia el sur se veía la obra iluminada de lo que pronto sería el complejo turístico de cinco estrellas de Cialino.
   - Bonito, ¿eh? Piscinas y restaurantes elegantes, y todas las habitaciones con vistas al lago. Según me han dicho, están vendiendo incluso multipropiedades. Johnny C. habría triunfado por todo lo alto, si hubiera vivido para verlo.
   - Aún queda la viuda alegre.
   - Sí. Por lo que he oído, consigue todo lo que quiere. Y no es fea precisamente, ¿eh? -True sacó un tee del bolsillo, cogió una pelota del cubo y estudió el tiro-. Bien, la valla de la obra está a doscientos veinte metros, el patio a doscientos veintisiete, y la piscina a doscientos treinta y cinco. Si la metes en el jacuzzi, ganas automáticamente. Empezaremos con diez libras, y aumentaremos dos libras por tiro.
   Me coloqué a su izquierda, dejando mucho espacio a aquellos largos brazos.
   - True, ¿a qué se refería tu padre cuando dijo que aquellos hijos de puta están arruinando el Great Glen?
   True tiró, la pelota pasó por encima de la valla de la obra y rebotó contra una máquina excavadora.
   - Olvida a mi padre, es de la vieja escuela. Alban MacDonald se cargaría un ordenador con un bate de cricket antes que aprender a usarlo. En mi opinión, es una hipocresía no fomentar la construcción. Los viejos clanes retienen los mejores terrenos que rodean el lago Ness, pero tu padre fue el primero de ellos que vendió. Le seguirán más, no te quepa duda. Vamos, dale a la pelota.
   Aferré el driver, hice unos cuantos swings de entrenamiento, y después golpeé la pelota, que describió una curva a la izquierda y se hundió en el lago Ness.
   - Jesús, Zack. Mi tía Griselda lo hace mejor a la pata coja. -¡Caramba!
   Coloqué otra pelota en el tee.
   True tiró de nuevo, y la pelota desapareció al otro lado de la máquina excavadora.
   - Te habrás enterado de que vendieron el castillo de Aldourie, ¿eh? Dicen que una gran empresa va a convertir el lugar en un club de campo muy exclusivo, como hicieron con Skibo. Creo que un día dejaré lo de las plataformas petrolíferas y me dedicaré al golf profesional.
   - Te iría mejor de aparcacoches.
   Lancé otra pelota, que golpeó en una roca y salió rebotada hacia el agua.
   True sonrió y tiró de nuevo. La pelota rebotó dos veces en el balcón de ladrillo y se hundió en la piscina de hidromasaje.
   - Lo dicho, golfista profesional. -¿Desde cuándo llevan coleta los golfistas profesionales? -repliqué, lanzando otra pelota al agua.
   Acarició su gruesa coleta.
   - No te burles de esto. Las chicas acuden a mi cama como moscones. Vamos, te concedo una última oportunidad, o lo dejaremos en catorce libras. Después, nos llegaremos a Sniddles. Brandy nos está esperando.
   Lancé mi último golpe, que se alzó hacia el cielo antes de curvarse y hundirse en el lago Ness.
   - Odio esta mierda de juego -dije, e hice ademán de arrojar el palo al agua.
   - Calma, calma -dijo True, al tiempo que pasaba un robusto brazo por encima de mi hombro-. Cuando nuestros antepasados inventaron el maldito juego, comprendieron dos cosas. Primera, hacen falta dieciocho tragos para pulirse una botella de whisky, de modo que una partida de golf se juega a dieciocho hoyos. Segunda, tu forma de jugar es un indicador de cómo llevas los altibajos de tu vida. Al igual que tu juego, tu vida también necesita práctica.
   - Muy bien, señor Golfista Profesional, ¿qué me aconsejas?
   - Fácil. Cualquier hombre incapaz de mantener sus pelotas fuera del agua necesita un polvo. Vamos a buscar a mi hermana.
   Era viernes por la noche y el club estaba abarrotado, las mesas llenas de turistas, cuatro filas de clientes delante de la barra. Había dardos, cerveza rubia, música, cerveza rubia, risas… ¿He dicho cerveza rubia?
   True entró y la multitud se vio obligada a apartarse, y yo aproveché para pegarme a él. Estrechó una docena de manos y besó a media docena de mujeres, y yo agradecí el hecho de que no me presentara.
   Y después, saludó a una belleza de pelo negro como ala de cuervo que estaba agitando la mano en nuestra dirección desde una mesa del rincón, y yo me quedé estupefacto.
   Claire MacDonald, que prefería su segundo nombre estadounidense, Brandy (sobre todo para fastidiar a su padre), era la clase de chica con la que los chicos tímidos como yo soñaban en el instituto y fantaseaban de noche, pero nunca tenían el coraje ni las credenciales para pedirle una cita. Eran chicas reservadas al mariscal del campo estrella y los chicos que conducían deportivos descapotables, y cuando se hacían mayores, se convertían en esposas-trofeo de los ricos y poderosos.
   Para mí, Brandy era un cisne y yo era un pato, y como norma básica de la naturaleza, como habría dicho mi tío abuelo Alfred, patos y cisnes no se apareaban.
   Pero Brandy era el garbanzo negro de la familia. Cuando tenía dieciséis años, su noviete del instituto la había dejado embarazada, justo antes de que su familia se trasladara inopinadamente a Edimburgo. Al viejo MacDonald no le hizo ninguna gracia la evidente falta de celibato de su hija, de modo que la echó de casa y la chica tuvo que mudarse a un centro de acogida. Aunque perdió el niño a principios del segundo trimestre y regresó al instituto, Brandy estaba sola y su amargado padre jamás la invitó a volver a casa.
   A los diecinueve años, Brandy conoció a Jack Townson, un corredor de bolsa estadounidense que estaba de vacaciones en el lago Ness. Al ver una oportunidad de escapar de las Tierras Altas, volvió con él a Estados Unidos, y dos meses después se casaron, más para fastidiar a su padre que por amor.
   A Brandy le gustaba vivir en el sur de California, y durante un tiempo las cosas fueron bien. Una tarde, cuando daba un paseo en bicicleta por las colinas de Hollywood, un coche la arrolló, y en aquel instante su vida cambió.
   Las lesiones de Brandy fueron graves, una fractura de cráneo y conmoción cerebral, junto con múltiples fracturas de brazos y piernas, un pulmón perforado, la cuenca del ojo izquierdo rota y la mandíbula hecha trizas. Se sometió a tres operaciones importantes, pasó semanas en cuidados intensivos y cinco meses en fisioterapia. Durante ese tiempo, su marido tuvo un lío amoroso.
   Townson se quedó a su lado durante casi todo el período de recuperación, y esperó a que le dieran el alta para presentar los papeles del divorcio. Catorce meses después de abandonar Escocia, Brandy regresó a las Tierras Altas divorciada, sola y deprimida.
   Como dijo Darwin en una ocasión, en el proceso de selección natural existen excepciones. Brandy era un cisne con un ala rota, y de esta forma patos como yo se agencian cisnes.
   Lo que ignoraba era que las fobias de Brandy eran tan agudas como las mías.
   - Así que el hijo de Angus Wallace ha vuelto. Deja de mirarme y dame un abrazo.
   Nos abrazamos, mi nariz percibió sus feromonas, mi ingle despertó por primera vez en meses.
   - Voy a buscar bebida -dijo True-. Poneos al día.
   Ella sonrió y se sentó delante de mí. La luz arrancó reflejos naranja de su pelo negro como la tinta.
   - Si conozco bien a mi hermano el casamentero, tardará un buen rato en volver. -¿Cómo te encuentras? Quiero decir… Tienes un aspecto… asombroso.
   - True te ha hablado de mi accidente, ¿verdad? Ahora estoy bien, pero fue horrible, además no teníamos seguro, y los abogados tuvieron que demandar a la compañía del conductor. Fue una batalla muy desagradable, pero ganamos, y al final, mi ex marido me confesó que se estaba cepillando a mi enfermera particular.
   - Joder.
   - Aún no he terminado. Como yo todavía no era ciudadana, el ex y su nueva puta se quedaron con el dinero del seguro. Sesenta de los grandes me robaron, ladrones de mierda.
   Me incliné hacia delante, confiado en impresionarla con las cicatrices de mi relación.
   - Hace seis meses estaba prometido. Era una de mis estudiantes de biología. Esperó a que salieran las notas, y después rompió conmigo cuando estaba en la cama del hospital. Me dijo que había vendido el anillo de compromiso, y que iba a utilizar el dinero para ir a Cancún durante las vacaciones de Navidad con su nuevo novio.
   Sus carcajadas fortalecieron mi alma.
   - Bien, somos como dos gotas de agua. Dime, Zachary Wallace, ¿cómo te sientes ahora que eres un gran científico?
   - No lo sé. ¿Soy famoso o tristemente célebre?
   - Como localizaste un calamar gigante, yo diría que eres famoso. Tal como deseabas. Aún me acuerdo de cuando diseccionabas peces, ranas y pájaros en el sótano de tu padre.
   - Tienes razón. Me había olvidado.
   - Yo no. Me acuerdo de todo. Para mí, fueron buenos tiempos. ¿Te ha dicho True que estoy haciendo un curso por correspondencia en la universidad local?
   - Eso es fantástico.
   - No, pero es un principio. Estoy aprendiendo todo tipo de cosas. ¿Sabías que el ojo de una ostra es más grande que su cerebro?
   - No, pero no lo olvidaré.
   Sonrió, y luego se puso melancólica.
   - Leí lo del sumergible que se hundió. Uno de los hombres murió, ¿eh?
   - Fue un accidente.
   - Lo sé. Me alegré de que salieras bien parado.
   - Técnicamente, me ahogué.
   - El artículo decía que estuviste a punto de ahogarte.
   - No, me morí. Pffffff. -¿Cómo se sabe que estás muerto? ¿Viste una luz celestial?
   - Más o menos.
   Nervioso, miré por encima del hombro para ver dónde estaba True con aquellas bebidas. Estaba en la barra, absorto en una conversación con dos escandinavas casi desnudas que le estaban enseñando los piercings del ombligo.
   Hice una seña a la camarera.
   - Bien, Zack, ¿qué se supone que hace uno cuando vuelve de entre los muertos?
   - Se emborracha, se deprime y regresa a las Tierras Altas. ¿Qué, si no?
   Reímos y hablamos y bebimos y comimos y flirteamos. Una hora después, nos largamos del pub y paseamos medio borrachos por el centro de la ciudad, tomados del brazo, y supe que jamás había querido a Lisa, al menos que nunca había estado "enamorado", porque lo que sentía ahora era como caminar en el aire. -¿Te ha contado True cómo me gano la vida? -preguntó ella.
   - Fue impreciso. Algo acerca de que trabajabas en Brackla.
   - Hago visitas guiadas en un barco que sale de los muelles del hotel Clansman. Es un Sea Angler de segunda mano, de unos nueve metros de eslora. Arriba hay bancos para los turistas, y abajo vivo yo. ¿Quieres verlo?
   Era la clase de frase que un hombre tal vez tardaría en oír toda su vida, pero la idea de subir de noche a un barco amarrado en el lago Ness me serenó como un pozal de café.
   Aun así, se trataba de amor, y el amor (y la lujuria) lo conquistan todo. Subimos a la Harley y nos dirigimos hacia el norte por la A82, con el viento aullando en nuestro pelo y Brandy mordisqueándome el lóbulo de la oreja, lo cual me estaba volviendo loco.
   Brackla es una aldea situada en la orilla noroeste del lago, a mitad de camino entre Drumnadrochit y Lochend. Su atractivo reside en el Clansman, el único hotel (a excepción del complejo turístico de Angus) enclavado en las orillas del lago Ness. El hotel cuenta con veintiocho suites, todas con vistas panorámicas al lago, junto con amplios comedores y salones que han acogido muchas bodas y cenas con bailes escoceses.
   Justo detrás del hotel Clansman había una ensenada rectangular que hacía las veces de muelle del lago.
   El barco de Brandy, el Nessie III, estaba amarrado al final de un embarcadero. Cuando cruzamos la pasarela de madera que conducía a su amarradero, sentí el estómago revuelto. -¿Y bien, Zachary? ¿Qué te parece?
   - Eso depende. ¿Qué fue del Nessie I y el Nessie II?
   - Ah, se los comió el monstruo -bromeó ella, y me acarició la entrepierna.
   Me sentí mareado.
   - Brandy, ¿por qué no volvemos al hotel y…?
   - Vamos, te voy a dar un paseo. -Sin hacer caso de mis protestas, me tomó de la mano y me arrastró a bordo, al tiempo que recitaba más datos oscuros que había aprendido durante su curso por correspondencia-. ¿Sabías que las mariposas prueban los sabores con las patas?
   Bancos de madera blanca, paralelos entre sí y clavados a la cubierta principal, ocupaban la longitud de ésta. En la proa estaba la caseta del timón, con la entrada enmarcada por un par de puertas. Una daba acceso a un váter con lavabo, y la otra conducía a los aposentos privados de Brandy.
   El miedo aceleró mi pulso cuando Brandy me obligó a bajar, al tiempo que señalaba la sala de máquinas, la cocina y el cuarto de baño restaurados. Y después, me guió hasta su camarote, se quitó las sandalias y me besó con tuerza en los labios.
   Su lengua con sabor a whisky escocés revoloteó en mi boca, mientras su mano me bajaba la cremallera del pantalón. Manoteé como un orangután la parte posterior de su sujetador, cuyos cierres parecían soldados.
   - Deja.
   Se llevó las manos a la espalda y liberó sus pechos.
   Durante un preciado momento, el deseo se impuso a mi fobia…, hasta que el barco subió y cayó bajo media docena de olas, y el miedo volvió a insinuarse en mis tripas, como si hubieran arrojado agua helada sobre mi erección.
   Pegué un bote cuando me desabrochó la hebilla de mi cinturón.
   - Brandy, espera, yo… No puedo hacer esto. -¿Por qué? -ronroneó ella-. ¿Tu mango también pereció en los Sargazos? Tendré que resucitarlo, ¿eh? -¡No! -Los pensamientos se agolpaban en mi mente, pues no quería que se repitiera lo ocurrido en South Beach-. O sea, tu padre… Es tu padre. Se enterará de que me he quedado contigo esta noche. -¿Desde cuándo te importa una mierda lo que piense mi viejo?
   - Desde…, desde que me salvó la vida. Si me acostara contigo esta noche, nuestra primera noche juntos, sería una falta de respeto hacia él, ¿no? Y eso estropearía cualquier oportunidad de reconciliarnos con él más adelante.
   - Me da igual. Odio a ese hijo de puta más de lo que tú odias a Angus, así que quítate la ropa, necesito sentirte dentro de mí.
   El barco osciló bajo nosotros, y me entró el pánico de un oso caído en una trampa. -¿Qué? ¿No quieres estar conmigo? ¿Es eso?
   - No, digo sí, lo juro…
   - Entonces, ¿qué pasa? Estás pálido como un espectro, y tiemblas. Ven, nos acostaremos.
   - Yo… ¡necesito aire!
   Me puse los tejanos, subí corriendo la escalera, con la cubierta principal dando vueltas en mi cabeza mientras saltaba por encima de la barandilla de popa y aterrizaba con torpeza sobre el muelle.
   - Zachary Wallace, ¿adónde crees que vas?
   Miré hacia atrás, mientras las aguas oscuras remolineaban a ambos lados. -¡Te llamaré! ¡Me pasaré mañana!
   Sin esperar la respuesta, bajé dando tumbos por la pasarela hasta llegar al aparcamiento, y después seguí corriendo hasta llegar a un bosquecillo.
   Apoyado contra el tronco de un pino, cerré los ojos, con los miembros temblorosos mientras hiperventilaba como un ciervo aterrado.
   … en el caso de una isla, o de un país rodeado en parte por barreras, en que formas nuevas y mejor adaptadas no podrían entrar a su antojo, deberíamos tener lugares en la economía de la naturaleza que se poblarían mejor si los habitantes originales se modificaran de alguna manera, pues si la zona hubiera estado abierta a la inmigración, los intrusos se habrían apoderado de esos mismos lugares. En tales casos, leves modificaciones, que en ningún caso favorecieran a los individuos de ninguna especie, consistentes en adaptarlos mejor a sus condiciones alteradas, tenderían a conservarse, y la selección natural tendría campo libre para progresar.
   CHARLES DARWIN, El origen de las especies, 1859.