Capítulo
31
Upper Foyers, lago Ness
Sin haber casi dormido, me
descubrí corriendo en la Harley-Davidson por la General Wade's
Military Road, subiendo las colinas en dirección a Upper Foyers con
el sol naciente.
Había llamado antes a Max
para solicitar una reunión en privado con Theresa Cialino en el
castillo de Inverness. Me dijo que la acusación había decidido no
llamarla como testigo, pues creía que su declaración disuadiría al
jurado de pedir la pena de muerte, en el probable caso de que
consideraran culpable a Angus. Max me dijo que podía localizarla en
su mansión veraniega de Upper Foyers, pero me pidió que estuviera
de vuelta en Inverness a tiempo de escuchar las conclusiones del
abogado.
Giré por la B852, una
carretera de un solo carril con curvas cerradas que seguía la
autopista hasta Upper Foyers.
La casa de verano de
Cialino era una propiedad que había pertenecido en otro tiempo a
John Charles Cuninghame, el decimoséptimo y último señor de
Craigends, una poderosa familia cuyos orígenes se remontaban al
siglo XIV. La residencia contaba con caballerizas y hectáreas de
pasto, junto con una vista espectacular del lago Ness y las
cascadas de Foyers.
Aparqué la Harley, y
después llamé con los nudillos a las enormes puertas dobles. Como
esperaba que apareciera un criado, me quede algo sorprendido cuando
Theresa Cialino me abrió.
- Hola, Zachary.
¿Quieres pasar?
- La verdad es que
no.
- No te caigo bien,
¿verdad? Lo comprendo. No culpo a tu padre de lo sucedido, sino a
mi marido. El dinero cambia a las personas. Cambió a John. Se
convirtió en un controlador obsesivo.
- Señora, no
deseo…
- Cuando bebía, se
transformaba en un matón. Sé que no puedes comprender estas cosas,
pero…
- Las puedo
comprender. Más de lo que imagina. De todos modos, no soluciona
nada.
- Zachary, solo me
acosté con tu padre una vez. Cuando John y yo nos separamos una
breve temporada.
Sé que hicimos mal,
pero…
- No he venido a
juzgarla.
- Quiero a tu padre.
Su amistad… me ayudó a superar un momento difícil.
- Estupendo. Escuche,
Angus dijo que usted podría prestarme un barco.
- Tu padre no mató a
Johnny. Lo que ocurrió fue un accidente.
- Dígaselo al
juez.
- Zachary, Angus es tu
padre, y te quiere.
- Es probable que
nuestro concepto del amor sea diferente. Angus utiliza la palabra
para manipular a la gente.
- Te equivocas. Sí, te
necesitaba en el palacio de justicia, pero había otros motivos.
Estaba preocupado por ti.
- Sería mejor que se
preocupara de sí mismo. Bien, ¿puedo pedirle prestado el barco o
no?
La mujer meneó la cabeza,
exasperada.
- Es el Brooklyn-224,
lo encontrarás amarrado en el embarcadero del Clansman. Las llaves
están en la suite principal, debajo de la almohada. Cógelas, coge
lo que te pase por los huevos, todo me da igual.
Era lo primero en lo que
nos poníamos de acuerdo.
Castillo de
Inverness.
Llegué tarde. Como me había
perdido las conclusiones de Max, entré a hurtadillas en la sala y
me senté al lado de Brandy, justo cuando Mitchell Obrecht terminaba
su discurso final dedicado al jurado.
- Recuerden, damas y
caballeros, que no es al monstruo del lago Ness al que estamos
juzgando aquí, sino al hombre que utilizó al monstruo como excusa
para cometer un asesinato premeditado…, asesinato en primer grado.
Lo que hoy está sucediendo en el lago Ness no tiene la menor
relación con los espantosos acontecimientos que tuvieron lugar el
15 de febrero. Más de una docena de testigos oculares declararon
que Angus Wallace golpeó a John Cialino Jr. en el acantilado que
domina el lago Ness. El propio hijo del acusado declaró que Angus
Wallace mentía cuando dijo que un banco de salmones atrajo a una
bestia acuática hacia la superficie.
"Hechos, damas y
caballeros, y no folclore. Ningún monstruo atacó a John Cialino el
15 de febrero, tan solo Angus Wallace y el deseo lascivo que sentía
por Theresa Cialino. Asesinato premeditado…, asesinato en primer
grado. Su veredicto conseguirá algo más que ahuyentar a este
monstruo: enviará el mensaje a toda Gran Bretaña y al mundo entero
de que Escocia no aceptará comportamientos tan faltos de escrúpulos
en nuestra sociedad, de que somos una nación amante de la ley, no
una atracción de feria.
Ha llegado el momento de
reflexionar. Hay que hacer justicia.
El juez le dio las gracias
e impartió instrucciones al jurado, cuyos miembros salieron de la
sala.
Me volví hacia
Brandy.
- He de hablar con mi
padre.
- Adelante. Nos
encontraremos en el hotel.
Cuando los guardias me
concedieron permiso para pasar, Angus se había puesto su uniforme
de preso y estaba de regreso en su celda.
- Te has perdido el
discurso de tu hermano. Fue muy emocionante.
- Fui a ver a
Theresa.
- Eso me han dicho.
¿Cuáles son tus intenciones? -¿Quién era Adam Wallace?
Se sentó en el borde de la
cama y se masajeó la cara, que parecía haber envejecido diez años
durante las dos últimas semanas.
- Veo que has estado
hablando con mi amigo Calum, ¿no es cierto?
- Responde a la
pregunta.
- Adam era primo
carnal de sir William Wallace, y tan valiente como él. En la
primavera del año 1330, acompañó a sir James el Bueno, conocido
vulgarmente como Douglas el Negro, en una misión de gran
importancia, con el fin de llevar el corazón de Roberto I Bruce a
Tierra Santa.
- Sí, sí, conozco la
historia de Braveheart. Lo que no conozco es la historia de los
Caballeros Negros. -¿Sabes lo que es un juramento de sangre?
-¿Quieres decir que no me lo vas a contar?
- No, a menos que
desees convertirte en caballero.
- No tengo tiempo para
tonterías.
- Ni yo. ¿Cuáles son
tus intenciones en relación con el monstruo? -¿Por qué quieres que
muera? -¿Por qué? Porque es peligroso.
- Mató a la esposa de
Calum, ¿verdad?
- No te lo puedo
decir. Pero fue a por ti. Y eso es suficiente para mí.
- Fue un accidente. Le
atrajeron los salmones, salmones de verdad, no como los que
utilizaste en tu coartada.
- Mi inocencia o
culpabilidad no tienen nada que ver con esto. Lo más importante en
este momento es que hay que acabar de una vez por todas con el
monstruo, antes de que vuelva a matar.
- Es interesante que
el jurado esté deliberando sobre lo mismo.
Di media vuelta y me fui, a
sabiendas de que tal vez era la última vez que le veía vivo.
Embarcadero del
Clansman.
True se reunió conmigo una
hora después en el aparcamiento del Clansman. Me sorprendió ver que
los medios habían evacuado el embarcadero.
- Bien, Zack, recibí
tu mensaje y he traído todo lo que querías -dijo True, y señaló un
camión de alquiler-. Pero espero una explicación antes de ponernos
en camino.
- Ya te dije que había
un escape de petróleo en el lago Ness. Tú y yo vamos a
localizarlo.
- Si quieres localizar
un escape, llama a la EPA. Este traje de buceo que me has pedido es
para algo muy diferente.
- El petróleo nos
guiará hasta la guarida del monstruo. Tengo la intención de bajar
hasta el pasaje y volver a abrirlo, con el fin de que la drakonta
pueda acceder al mar del Norte. -¿Dejar en libertad a la drakonta?
¿Es que trabajas para la puta PETA?(17) Joder, Zachary, primero tienes miedo
hasta de subir a un barco amarrado, ¿y ahora quieres ir a nadar con
Nessie? ¿Por qué crees que voy a ayudarte en este plan
demencial?
- Si tú no me ayudas,
encontraré a otra persona. Estoy seguro de que esos cazadores de
monstruos se presentarán voluntarios. -¿Esos capullos? -True
sacudió la cabeza-. ¿Por qué quieres hacer esto, Zack? Mi hermana
te quiere.
Llévatela de este lugar
espantoso y vivid a vuestro aire. No os hace falta esto para ser
felices.
- Es que no me queda
otra alternativa. Tú mismo dijiste que mi destino era enfrentarme a
este animal. -¡No hagas caso de lo que dije, haz caso de lo que te
digo ahora! Que le den por el culo al destino.
- Dejando aparte el
destino, no puedo seguir viviendo con esos terrores nocturnos. -¿Y
crees que cometiendo esta estupidez los sueños desaparecerán?
- No lo sé. Quizá.
Solo sé que me sigo despertando cada noche, chillando como un
lunático.
- Mejor eso que ser
devorado por el monstruo.
- Las luces submarinas
le mantendrán alejado, al menos el tiempo suficiente para volver a
abrir el pasaje y liberarlo.
- Estás loco.
- Aún no, amigo, pero
me falta poco. Piénsalo. Si no hago nada y los terrores nocturnos
continúan empeorando, ¿cuánto crees que tardaré en acabar con una
camisa de fuerza? ¿Crees que eso será beneficioso para mi relación
con tu hermana? No, he pensando mucho en esto, y es mejor plantar
cara al demonio ahora que hacerlo en un psiquiátrico.
True meditó.
- Te comprendo.
Supongo que no puedes seguir viviendo así.
- Del mismo modo que
tú y tus Caballeros Negros no podéis continuar patrullando el lago
todas las noches. -¿Los Caballeros Negros? ¿De qué estás
hablando?
Le di una palmada en el
hombro, duro como una roca.
- Vamos, chavalote,
¿de veras crees que no reconocí tu corpachón debajo de la túnica
negra? ¿O esas aguas del pantoque que llamas colonia? Tú eres el
que mató a la anguila y me salvó la vida, y te estoy agradecido.
Hiciste lo que debías, y ahora me vas a dejar hacer lo
propio.
Meneó su cabeza
desgreñada.
- Tendría que haber
dejado que la anguila te comiera las pelotas. Bien, ayúdame a subir
estos aparatos al barco.
True abrió la parte
posterior del camión y subió la puerta de aluminio. Dentro había
media docena de cajas de madera, y lo que parecía un traje espacial
naranja fosforescente de gran tamaño, apoyado sobre un marco de
acero pesado.
- Aquí tienes el Newt
Suit. El mejor traje de inmersión atmosférico que tenemos. -¿Cómo
has conseguido que te lo prestaran?
- Le dije al jefe que
quería probarlo antes de sumergirme la semana que viene. Este
trasto necesita montones de atenciones. Cuanto mejores son, más
complicados también. De todos modos, son muy superiores a los
antiguos trajes JIM.
Señalé las cajas. -¿Y el
detector y los equipos de demolición?
True me guiñó un ojo.
- Eso, lo he
robado.
Ahora que teníamos el Newt
Suit, tardamos menos de veinte minutos en trasladar todo el equipo
a bordo del yate de Cialino.
El Brooklyn-224 era una
trainera de diecisiete metros de eslora y dos motores diesel, una
manga de cinco metros y medio, la proa y las cubiertas de popa
abiertas de par en par. Su interior estaba decorado con exquisito
gusto, los muebles en tonos marrón y crema, de teca y caoba
pulidas. Los aposentos del salón de popa exhibían un lujo asiático,
con cama king-size, televisión de pantalla de plasma, sauna y
bañera de hidromasaje de mármol ónice negro.
Me detuve a mirar una foto
en la suite principal. La imagen era la de un John Cialino
veinteañero, al lado de un grupo de bomberos de Nueva York, con un
letrero que rezaba Brooklyn Heights Engine 224. -¿Este tipo era
bombero?
- Supongo que eso
explica el nombre del barco. -True paseó la vista a su alrededor y
silbó-. ¿Sabes una cosa, Zack? Que le den por el culo al monstruo.
Vamos a buscar a Brandy y a unos cuantos amigos, y larguémonos al
estuario de Moray. Dos o tres semanas, y te olvidarás de estas
pesadillas, te lo prometo.
- No.
Busqué debajo de las
almohadas de seda, encontré las llaves del yate y me dirigí a la
cámara del timonel.
True me siguió hasta la
cubierta principal, y después miró por las persianas abiertas.
-¿Estás seguro de que no quieres hacer ese crucero?
Miré por la ventana.
Brandy acababa de bajar de
un taxi y se dirigía hacia nuestro embarcadero.
- Maldita sea. Espera
aquí.
Corrí afuera y me la
encontré a mitad de camino del muelle.
- Eh. ¿Qué estás
haciendo aquí?
- Te he estado
buscando por todas partes. El jurado salió para emitir su veredicto
hace menos de una hora. -¿Ya? -"No me extraña que los medios hayan
evacuado el embarcadero"-. ¿Qué han decidido?
- Culpable. Asesinato
en primer grado. -Me miró con lágrimas en los ojos-. Lo siento,
Zack.
Me abrazó y yo la retuve,
sin saber cómo reaccionar. -¿Asesinato en primer grado? Jesús, yo
suponía que dictaminarían homicidio involuntario.
- Angus necesita verte
ahora mismo. Me envió a buscarte.
- Tendrá que
esperar.
- Zack, dicen que el
juez puede condenarle a muerte. Has de ir a ver a tu padre. Has de
decirle al juez lo que sabes.
- Lo haré. Después.
-¿Qué estáis tramando? -Brandy se dirigió hacia la trainera-. Esto
es el yate de Johnny C, ¿verdad? ¡Vamos, True MacDonald, te veo
venir!
Subió a bordo antes de que
se lo pudiéramos impedir, y después apartó la lona gris que cubría
el traje de buceo.
- Puta mierda. Finley
MacDonald, espero que no estés pensando en sumergirte con
eso.
- Yo no. -¿Zachary?
Oh, no… De ninguna manera.
- Todo irá bien.
-¿Bien? ¿Contra ese monstruo? ¿Cómo saldrá bien?
- Sus ojos son
sensibles a las luces brillantes. Bajaré rodeado de luces. -¿Y qué
pretendes hacer ahí abajo? ¿Ponerle unas gafas?
- Quiere liberarlo al
mar -soltó True-. Le dije que estaba loco. -¿Loco? Tendrían que
encarcelarle.
- Todo irá bien.
-¡Desde luego, porque no vas a ir, y punto!
Me volví hacia True.
- Pon en marcha el
barco.
- Ni te atrevas.
True nos miró, y después
entró en la timonera.
- Maldito seas,
Zack…
- Te quiero, Brandy, y
quiero estar contigo hasta el fin de mis días, por eso debo hacer
esto. Desde el incidente de los Sargazos no he parado de sufrir
terrores nocturnos como el de esta mañana, y van de mal en peor. Sé
que parece una locura, pero sumergirme en el lago y liberar a ese
ser es la única forma de terminar con las pesadillas.
- Terminará con las
pesadillas… y con tu vida. No lo hagas, Zack. No nos obligues a los
dos a padecer este dolor.
Los motores cobraron
vida.
- Te quiero, Brandy.
Perdóname.
Con un solo movimiento, la
alcé sobre mi hombro… -¡Suéltame! … y la tiré por encima de la
barandilla de estribor. -¡Sácanos de aquí, True! -grité, al tiempo
que desanudaba el cabo de popa.
Brandy emergió jadeante.
-¡Hijo de puta!
El barco dio un salto hacia
delante, y su estela color té empapó la cabeza de Brandy.
El diario de Sir Adam Wallace
Traducido por Logan W. Wallace
Anotación: 8 de noviembre de 1330
Diez días. Diez largos días han transcurrido desde que me condujeron de vuelta a Jnverness, medio muerto. Estoy lejos de sentirme curado, pero estoy vivo, perdonado por Dios, maldecido por el destino…, con la mente todavía extraviada en las entrañas del infierno. Pero debo terminar esta anotación, aunque solo sea para advertir a aquellos que un día continuarán mi misión.
La última vez que escribí, sir Keef había anunciado el fin de sus trabajos con el armazón de hierro y el sistema de poleas. Las rampas que sostenían el enorme portal estaban montadas en su sitio, a lo largo del punto más estrecho del túnel, junto con dos sencillas poleas y cuerdas.
Se dispusieron a instalar el portal de hierro dentro del armazón.
Como el portal de un puente levadizo, nuestra barrera de hierro estaba pensada para subir y bajar dentro de su estructura, mediante las dos cuerdas arrolladas en las poleas. La tarea que nos esperaba exigía elevar el portal sobre la boca del río con las cuerdas, con el fin de introducirla por la parte inferior en su armazón.
Como eran los más ágiles, sir Keef y su hermano Alex montaron el armazón para pasar las pesadas cuerdas a través de las poleas. Tres de los nuestros se sumaron a sir Keef en la orilla opuesta con su cuerda, mientras MacDonald, sir Alex y yo manipulábamos la cuerda en la orilla cercana.
Entre gruñidos y maldiciones, los siete conseguimos levantar y girar el portal sobre la superficie de aquel río oscuro y rugiente. Cuando estuvo cerca del techo arqueado, los dos hermanos lo colocaron dentro de su pesado armazón.
Sir Keef había utilizado aceite para lubricar los lados de metal, y todos prorrumpimos en vítores cuando el portal se deslizó con facilidad en el armazón y se instaló en el río. La rejilla de hierro impedía que algo más grande que una anguila pasara a través de sus límites.
Y entonces, sir Keef perdió pie y cayó al agua.
La corriente lo lanzó contra el portal bajado, pero nuestra barrera superó la prueba. Cuando sir Keef se aferró a ella, tiramos de las cuerdas, alzamos el portal y rescatamos al caballero de la corriente. Le ayudé a izarse hasta la orilla rocosa, en tanto MacDonald sujetaba los extremos de ambas cuerdas a una estaca metálica clavada en la base del arco del túnel.
Fue entonces cuando el drakonta atacó.
Jamás había visto a un ser tan grande moverse a tal velocidad. Su primer ataque arrebató a sir Keef de mi presa, y sus horribles fauces arrancaron la carne de sus huesos antes de soltarle, muerto y ensangrentado, en el río.
Bajé la vista y observé que las crías del drakonta describían círculos en el agua y atacaban los restos de sir Keef. Comprendí que nos hallábamos en franca desventaja. Mientras corría a recuperar mi espada, el animal adulto atacó de nuevo, y esta vez se apoderó de sir Alex.
Los dos caballeros de la orilla opuesta estaban atrapados. MacDonald vio impotente que el animal los engullía, los sacudía hasta acabar casi con su vida, y después los soltaba, uno tras otro, una táctica destinada a proporcionar presas indefensas a sus crías.
Los dos caballeros heridos chillaron cuando las jóvenes serpientes atacaron, disfrutando del banquete y peleando entre sí por la carne y las extremidades de nuestros camaradas, como perros rabiosos.
MacDonald me arrastró hacia la pared del fondo y me dijo al oído con voz rasposa: -¡Idos! ¡Regresad a Jnverness! ¡Cumplid la misión de los Caballeros! -¡No me iré sin vos!
- Os seguiré, pero antes he de volver a bajar el portal. Tomad esta antorcha y distraed al demonio.
Antes de que pudiera protestar, MacDonald corrió hacia las cuerdas sujetas.
Pero el drakonta adulto fue más veloz: se apoderó de MacDonalds y le sacudió con sus terribles mandíbulas, hasta que la vida escapó por su boca.
Yo era el último que quedaba. Con la antorcha en una mano y la espada de William en la otra, me adentré en las tinieblas hacia las cuerdas del portal, con la intención de atrapar a la bestia maldita.
El drakonta adulto salió del río y trepó a la orilla, revelándose en todo su tamaño, un repugnante hedor hirió mi olfato, y la llama de la antorcha brilló en sus ojos redondos, pero no atacó…, ya fuera por la luz o por la espada de mi primo.
Continué retrocediendo, sin apartar los ojos del monstruo. Las cuerdas ya estaban cerca, invitándome a liberarlas de su sujeción.
Preferí conservar la espada, dejé la antorcha en el suelo y las solté con mi mano libre.
El portal de hierro descendió, y sus extremos afilados empalaron a varias crías del drakonta.
Antes de darse cuenta de lo que pasaba, el adulto me levantó del suelo, con la cota de malla y el torso aplastados entre sus fauces, mientras yo lanzaba mandobles con mi espada. Noté el impacto de un fuerte golpe, y la espada debió hundirse bastante, porque me soltó, salí volando por los aires y aterricé en la oscuridad.
La antorcha parpadeó y murió. Yací de costado, con la respiración agitada y presa de un gran dolor, incapaz de ver mi mano a escasos centímetros de la cara. Había perdido la espada entre las rocas.
Entonces oí el alarido de los drakontas jóvenes y me quedé horrorizado al darme cuenta de que avanzaban hacia mí.
Dios acudió en mi ayuda en la forma de una levísima corriente de aire frío. ¡Estaba cerca de la entrada del túnel!
Me arrastré a cuatro patas sin ver nada, tanteando hasta llegara la boca del angosto túnel de acceso.
Avancé a tientas en la negrura, golpeándome la cabeza una y otra vez, pero continué hacia delante en la asfixiante oscuridad, y cada segundo me alejaba más de aquellos demonios.
Al cabo de un rato, el sonido del río subterráneo se desvaneció y el túnel se abrió al gran abismo por el que habíamos descendido hacía una eternidad. Arriba, en algún lugar, me aguardaba una vía de escape, pero ¿cómo podría escalar una montaña tan peligrosa en una oscuridad más negra que la noche?
De todos modos, lo intentaría, pues si tenía que morir, prefería hacerlo debido a una caída que entre las fauces de los demonios.
Tanteé la pared del abismo y empecé a subir, expuesto cada segundo a desplomarme en el abismo, aferrándome a salientes invisibles. Ignoro cuánto rato estuve ascendiendo. En ocasiones, paraba para permitirme unos minutos de sueño, y a veces me preguntaba si aún continuaba subiendo, tan confusos se hallaban mis sentidos.
Jamás vi la luz del día, pero oía el rumor del viento. Me condujo hasta la boca de la caverna, donde las estrellas de la noche me recibieron como un amigo al que no has visto desde hace mucho tiempo. Pese a mi agotamiento, seguí caminando, y no quise detenerme hasta que amaneció.
Incluso a la luz del día, me mantuve alejado de la orilla del lago Ness.
En algún momento debí de perder el conocimiento, porque cuando desperté me llevaban en volandas los hombres de William Calder. Su hija Helen cuida de mi ahora, y no tardaré en pedir su mano.
Entretanto, horribles sueños me atormentan…, sueños de muerte. Cada mañana me despierto chillando en la cama, mi mente atrapada en aquel agujero infernal donde perecieron mis ocho camaradas. El sacerdote afirma que los sueños pasarán, pero yo sé que aquel viaje me ha marcado para siempre.
Pero debo volver, al principio de cada otoño y al final del invierno, porque hice un juramento de sangre…, el juramento de los Caballeros Negros. La salvación me ha bendecido con la vida; el destino me ha maldecido, a mí y a los míos, con esta tarea… volver de nuevo, volver para levantar y bajar el porta.
Para proteger la libertad de Escocia.
Sir Adam Wallace, 1330
Yo estaba en la A82, en dirección norte tras salir de Fort Augustus. Miré a mi derecha y vi un animal oscuro y viscoso que salía de las aguas del lago Ness, dejando una estela de unos diez metros. Cuando me di cuenta de lo que estaba viendo, casi me salí de la carretera.Señor BILL KINDER, Lancashire, 9 de abril de 1996, alrededor de las diez de la mañana.
Mi hermano James y yo estábamos en nuestra barca de pesca, provista de un Koden CVS886 Mk II Color Sounder, y su transductor de 28 herzios dirigía un haz de 31,6 grados en vertical hacia abajo. La pantalla CRO muestra diferentes intensidades de eco en diferentes colores. Estábamos probando el aparato, cuando detectamos una forma extraña a cincuenta y cinco metros de profundidad. El objeto medía dieciocho metros de longitud y unos nueve de anchura.ROBERT WEST, Fraserburgh, abril de 1981.