Capítulo
35
Abrí los ojos, rodeado de
oscuridad. Un dolor intenso laceraba mi cuerpo. Manaba sangre de mi
cabeza y la nariz rota, y se me metía en la boca. Escupí el líquido
tibio y me senté con un esfuerzo.
Gracias a las llamas azules
que todavía ardían en el techo impregnado de petróleo, vi que
estaba tendido sobre los cascotes, cerca de la salida del túnel.
Pese al espeso humo y mi aturdimiento, distinguí un par de luces
junto al borde del río. El rayo osciló, y después desapareció
detrás de una enorme sombra.
Era el animal, que agitaba
la cola de un lado a otro como un látigo, y continuaba impidiéndome
ver.
Y entonces, vi a mi padre y
a Alban. La bestia les había acorralado de espaldas al río.
Busqué la linterna en mi
bolsillo trasero, y después la vi tirada sobre los cascotes. Su
rayo se reflejaba en algo brillante. ¿El Braveheart?
Tanteé en busca del estuche
de plata, pero encontré sin embargo el mango de una descomunal
espada de acero.
Enfoqué la linterna hacia
la hoja manchada de óxido y leí mi destino.
La drakonta cegada hizo
entrechocar las mandíbulas y tragó aire. Chorros de un líquido
espeso brillaban en sus colmillos.
Angus ayudó a su viejo
camarada a ponerse en pie.
- No puede ver, Alban
-susurró-, y el humo es demasiado espeso para que nos localice. La
distraeré mientras vas a buscar a Zachary. Después, vosotros
dos…
- Un Caballero
Sacerdote no abandona a su compañero. Yo la distraeré, tú irás a
buscar a tu hijo.
La drakonta continuaba
abriendo y cerrando las mandíbulas, sin dejar de avanzar con su
monstruoso cuerpo, empujándolos cada vez más hacia el río.
- Maldito
Cascarrabias… Los dos vamos a morir.
Retrocedieron hasta el
mismo borde del río. Las aguas rápidas lamieron sus talones.
Atravesé corriendo la
oscuridad, mi olor disimulado por el hedor a crudo ardiendo.
Angus se volvió hacia la
izquierda y me vio llegar. Se irguió en toda su estatura y agitó
los brazos en dirección al animal, con la intención de distraerlo.
-¡Ven, Nessie, no me asustas! ¡Acaba conmigo si te atreves!
Las fauces del monstruo se
abrieron para atacar, y yo aproveche ese momento para hundir la
antigua espada en el ojo izquierdo ciego de la drakonta, hasta que
el acero perforó su cerebro.
La bestia se detuvo, todo
el cuerpo presa de convulsiones, y su poderosa cabeza chocó contra
el techo.
El impacto partió su cráneo
y provocó una avalancha de estalactitas, al tiempo que las llamas
azules del techo prendían en el pellejo empapado de petróleo del
monstruo y se producía una conflagración de un naranja
intenso.
El techo se derrumbó,
mientras la bestia enloquecida lanzaba sus mandíbulas en todas
direcciones. El petróleo se introdujo en sus orificios nasales y el
dragón lanzó llamas, mientras Angus, Alban y yo nos acurrucábamos
detrás de un peñasco.
La cola del furioso animal
pasó silbando sobre nuestras cabezas, y los tres nos pusimos a
correr en dirección a la salida de la cámara. Animé a mi padre y a
Alban a que me adelantaran, y después me detuve para mirar atrás y
vi que la drakonta emitía su último grito de muerte y se derrumbaba
panza arriba sobre la orilla rocosa. Del ojo izquierdo sin vida
manaba sangre oscura, con la espada todavía clavada firmemente en
la herida. Por un momento, pensé en recuperarla, pero la cola del
monstruo todavía continuaba azotando el espacio que lo
rodeaba.
Y entonces, me acordé de
los restos de Johnny.
Corrí hacia el río,
registré la orilla, y los vi cerca de la entrada del acuífero.
Mientras me apoderaba del cuerpo mutilado por el cuello de la
chaqueta, la cola del monstruo voló sobre mi cabeza y aterrizó en
el río. Atrapada por la corriente, el cuerpo de la drakonta fue
derivando poco a poco en el rápido acuífero, y casi me arrastró
hacia el mar con ella. -¡Zachary!
- Ya voy.
Corrí hacia la salida y
atravesé el túnel a gatas, arrastrando los restos de John
Cialino.
Durante quince minutos, los
tres avanzamos a cuatro patas, tosiendo y gruñendo, hasta llegar a
la salida y el aire puro. Estuvimos unos momentos en silencio,
tendidos de espaldas y respirando, los rostros cubiertos de sudor y
hollín; el mío, de sangre.
Por fin, Angus me dio una
palmada en la rodilla, y en sus penetrantes ojos azules brillaban
ahora lágrimas de orgullo.
- Matadragones, eso es
lo que eres. Nunca había visto nada igual. Sir William y sir Adam
se habrían sentido orgullosos. -¿Era la espada de Adam?
- De hecho, era la de
William, al menos según la traducción que hizo mi padre del diario
de Adam. Tal vez deberíamos volver a buscarla. Vale su peso en
oro.
- Ha desaparecido. Se
ha ido al mar con el monstruo. -Me volví hacia Alban-. Intenté
salvarla…
Levantó la mano mientras
tosía.
- Estoy en
deuda.
- Digamos que estamos
en paz -susurré. Entonces, recordé-. Alban, ¿y el Braveheart?
- También
desaparecido. Tal vez sea mejor. En estos tiempos, lo utilizaríamos
para comerciar, y haríamos pagar a la gente por verlo en una
vitrina. Dejemos que muera con Nessie.
- Puede que otros
vengan a buscarlo.
- No es probable. Los
templarios son los propietarios del castillo de Aldourie. No
tardaremos en cerrar el pozo.
Angus señaló el
montacargas.
- Id vosotros dos,
solo aguanta doscientos kilos. Que True te ayude a subirme, junto
con los restos de Johnny.
Ayudé a Alban a
incorporarse. Subimos a la plataforma y tiramos de la cuerda, que
nos elevó hacia el lejano punto de luz diurna.
Mi padre nos vio ascender,
y después regresó al túnel.