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Lilly se dio cuenta de que, desde que había conocido a Vladawen, éste siempre había estado concentrado en su tarea de despertar a su dios. Se preguntaba cómo sería el clérigo cuando al fin lograra librarse de aquella obsesión.

La asesina tenía el presentimiento de que iba a averiguarlo bastante pronto. Entonces un trueno rugió y bramó, y un rayo destelló tras las puertas y ventanas. Los ojos color azabache y plata del elfo parecieron dejar de verla. Él ya le había explicado que, aunque su consciencia no abandonaría su cuerpo como había ocurrido en la reciente incursión que habían compartido al reino de los sueños, sí esperaba deslizarse en un trance tan profundo como para perder el conocimiento de todo lo que no fuera tejer su magia y desencadenar las enormes fuerzas espirituales que debían entrar en juego en el ritual.

Todo aquello era bastante asombroso, y Lilly entendía que sólo servía para ilustrar aún más lo indigna que era de un héroe elfo de ochocientos años, obrador de grandes maravillas, fuera lo que fuera lo que significaba eso, conocido como el Matatitanes. No obstante, quizá podría esforzarse por estar a su altura.

Billuer hizo un ruido ahogado.

Lilly se giró para comprobar lo que ocurría, y entonces se tambaleó desorientada. El cuerpo del clérigo humano flotaba por encima del suelo, con un brazo aparentemente desaparecido en la nada, o al menos eso le pareció a la asesina por un instante. No tardó en darse cuenta de que un acechador del Ukrudan tenía agarrado a Billuer y le había arrancado la extremidad de un mordisco. La criatura había adoptado el mismo color gris blanquecino del muro que tenía a su espalda, haciendo que fuera muy complicado verla.

La asesina gritó con todas sus fuerzas para alertar a cualquiera que pudiera oírla, y al mismo tiempo desenvainó su espada. Aún podría salvar a Billuer si lograba acabar con aquella ciega criatura con aspecto de troll sin perder tiempo.

—No, tres veces maldita —dijo una voz que, esa vez sí, identificó perfectamente como la del hombre que la había liberado del pentáculo de Sendrian—. Deja caer esa hoja. Por la daga, el velo y la mano de mi maestro. Te lo ordeno.

Lilly se volvió para encontrarse a Kolvas justo a su espalda, y con el brazo derecho manchado de sangre. Furiosa por haber descubierto que todo ese tiempo había estado en lo cierto acerca de la identidad de aquel mago, trató de arremeter contra él, pero sus extremidades no la obedecieron. Sus dedos se estiraron, la espada que había empuñado cayó al suelo y ella sencillamente se quedó esperando a recibir más instrucciones.

En su interior, la asesina se debatía tratando de romper el conjuro de obligación que la mantenía atrapada, pero el único efecto que obtuvo fue que su cuerpo empezara a temblar.

—No te molestes en resistirte —dijo Kolvas—. Allí en el patio del barón, cuando me dejaste entrar en tu mente, jugueteé con tus sentimientos y pensamientos, y lo cierto es que de un modo u otro, desde entonces no has dejado de cumplir mis deseos. Con la ayuda de la Asesina, mi maestro predijo que mantendrías fuera del alcance del elfo esa daga plateada, y yo me aseguré de que fuera así. Lo arreglé todo para que creyeras que nunca serías capaz de entregársela. Pero ahora sí lo harás. Bueno, de un modo poco ortodoxo, pero lo harás. Ve a por ella.

Lilly, completamente indefensa, caminó con dificultad hasta llegar junto a su equipaje. Tras sus pasos, escuchaba el crepitar y roer de huesos mientras el acechador devoraba el cadáver de Billuer. El aire se llenó de olor a sangre, y entretanto Vladawen seguía rezando y entonando cánticos, completamente ajeno a todo lo que lo rodeaba.

Lilly entró la cámara contigua y vio que el brillante cuerno semiprecioso eslareciano estaba entre los fardos, odres y petates. Kolvas debía de haberlo cogido de los túneles, y eso le hacia pensar que debía haber acabado con todos los compañeros que se habían quedado saqueando las catacumbas. La asesina se sentía desesperada.

Cogió el puñal divino del fondo de su mochila. La gema azul de la empuñadura brillaba a la luz de los candiles de repuesto.

—Desenváinalo —dijo Kolvas, y sus manos le obedecieron. La hoja se deslizó fuera de la vaina—. Ahora —continuó el mago de sombra—, regresaremos a la otra cámara y esperaremos. Cuando te dé la orden, matarás a Vladawen y luego me entregarás la daga.

Ambos se colocaron al borde del pentáculo. En ocasiones el elfo caminaba por el perímetro de la figura, recorriendo los puntos cardinales. Lilly trataba de aprovechar esos momentos para esforzarse por extender sus manos para agarrarlo y zarandearlo, y también gritarle al oído. Pero era inútil. Era como una pesadilla estando despierta, exactamente como le había ocurrido la primera vez que, sin quererlo, se había convertido en un dragón, o como cuando tosió hasta casi morir en el suelo de aquella cueva, mientras veía como el elfo la abandonaba.

Invocó al lobo. Aunque Kolvas le había dicho que había estado jugueteando con su mente, su instinto le aseguraba que la bestia formaba parte intrínseca de ella. Quizá, al igual que una vez le hizo recobrar el valor, ahora le concedería fuerzas para librarse del control del mago de sombra. Sin embargo, el espectro no aparecía.

Pero sí lo hizo otra cosa que no había esperado.

A Lilly nunca le había preocupado demasiado El Que Permanece. Ella se había limitado a luchar por resucitar al dios porque era la misión de Vladawen, ya que había estado ligada a él. De forma espantosa, dadas sus actuales circunstancias, su indiferencia se transformó en reverencia tan pronto como divisó la figura de la deidad. Al principio no fue más que una mancha borrosa de blanca luminiscencia que flotaba en el aire, pero de alguna forma veía en ella una belleza tan perfecta que la hizo sollozar; era la esbelta gracia del pueblo élfico elevada a su quintaesencia.

Y ella iba a hacer que aquel ser maravilloso muriera otra vez o, en cualquier caso, a hacerle algo terrible, ya que sin duda aquel era el motivo para interrumpir el ritual. La idea era casi tan insoportable como la perspectiva de matar a la persona a la que amaba.

Vladawen recitó sus encantamientos con la misma cristalina claridad que siempre, pero con un nuevo timbre de urgencia y de júbilo en su voz. La figura del fantasma de Jandaveos se iba definiendo, haciéndose cada vez más perfecta. La cuchillada que tenía en el pecho cicatrizó. En el exterior de la cámara, un trueno bramó con una fuerza que hizo temblar el edificio, y el correspondiente relámpago destelló con una luz como la del sol del desierto.

Lilly pensó desesperada que si no era capaz de hacer que el lobo se le apareciera, quizá podría convertirse en una sierpe, como había hecho tiempo atrás. En ese caso podía ser que el poder de Kolvas no sirviera para obligar a la bestia, como sí lo hacía con su forma humana. Entonces incitó el cambio como había acostumbrado a hacerlo en otro tiempo, pero no sintió el correspondiente latigazo de dolor. En realidad aquello tenía sentido. Belsamez era la patrona de los cambiaformas. ¿Cómo iba a poder ella hacer uso de ese poder sin su permiso?

La herida de muerte de Jandaveos ya había desaparecido por completo. El dios, sonriendo, extendió una brillante mano traslucida, y Vladawen, declamando palabras de poder, hizo lo propio para tocarlo. Ambos, el dios y el clérigo, se movían de la forma tan lenta característica de los rituales.

—¡Ahora! —dijo Kolvas.

Lilly se lanzó hacia el frente. Estoy rompiendo el pentáculo, pensó. Seguro que Vladawen acabará dándose cuenta de lo que está ocurriendo, o Jandaveos. Sin embargo, ninguno de los dos la miró.

Mientras colocaba la daga para lanzar la estocada, se le ocurrió que, en caso de haber llevado aún la carga de la maldición de amor, el poder de ese conjuro bien podría haber servido como contrapeso en la coerción de Kolvas, y quizá le hubiera permitido hacerle frente. Pero, por supuesto, la maldición ya se había desvanecido. La Reina de la Locura había ofrecido a Vladawen la oportunidad de desear que desapareciera, y tras evitar con artimañas el resto de las tretas de la diosa, finalmente acabó sucumbiendo a aceptar suprimir el cariño irreal que le unía a su compañera humana. Belsamez los había manipulado impecablemente, y en consecuencia, Lilly iba a acabar con el elfo y sus planes, tal y como la diosa había prometido tiempo atrás que sucedería.

Vladawen tocó con la punta de sus dedos los del dios. La asesina, en ese momento, ensartó la daga en su cuerpo.