7
Los Escudos Negros ocuparon el sombrío callejón para mantener alejados a curiosos y personas ajenas a aquel revuelo. Lilly sentía haber presenciado antes la escena que los soldados protegían. Como asesina, ella misma había abordado a muchas de sus víctimas en lugares parecidos a aquel, clavando en sus cuerpos una y otra vez afilados puñales, y también cortándoles las cabezas si algún cliente se las pedía como prueba de haber cumplido su misión. Lo único diferente en aquel caso era el aspecto carbonizado de los muertos y el apestoso olor que éstos despedían.
La asesina deseaba poder ver cómo estaba Ópalo; le habían asegurado que la maga había salido más o menos ilesa. Además, quizá como un estúpido vestigio de su pasado al margen de la ley, sus instintos la impulsaban a no atraer sobre sí la atención, y enseguida se apresuró a apartarse del lado de Baryoi. De ese modo, dejó que Vladawen tomara la iniciativa, observando como el liche e Iprindor merodeaban por el terreno, tratando de percibir con sus sensibilidades arcanas señales místicas que eran del todo invisibles para ella.
Al fin, Baryoi se pronunció:
—Un segador de los callejones.
—Eso creo yo también —dijo Iprindor, y entonces se giró hacia los extranjeros—. Es el nombre que damos a una clase particular de muertos vivientes. Poseemos un sistema de clasificación bastante elaborado, como posiblemente podáis imaginar.
—Hablemos con las víctimas —dijo Baryoi agachándose y levantando del suelo con sus esqueléticas manos una de las cabezas, completamente ennegrecida y con un ojo derretido—. Probemos primero con esta. —Entonces empezó a murmurar un conjuro. Iprindor le prestaba su ayuda repitiendo las palabras que pronunciaba al final de cada rima—. ¿Quién eras?
La mandíbula de la cabeza comenzó a moverse con dificultad.
—Danwell el horticultor —musitó—. Vivía en la Calle Carbonilla...
Baryoi continuó su interrogatorio con una rápida serie de preguntas, y luego su compañero inquirió algunas más. Entonces ambos se ocuparon del cuerpo que yacía cerca, uno cuya cabeza aún no estaba separada por completo del resto del cadáver. Según Lilly podía distinguir, las víctimas no parecían tener nada en común, excepto la mala suerte de haberse encontrado con un espectro gratuitamente asesino mientras deambulaban en algún tipo de excursión nocturna.
—Nos convendría más interrogar al propio segador —dijo el liche mirando a Vladawen y Lilly—. Es posible que os parezca inquietante. En realidad, incluso puede resultar peligroso. No es necesario que os quedéis por aquí si no queréis.
—Me atrevería a decir que, si voy a colaborar con los magos de Hollowfaust —contestó Vladawen—, sería mejor que fuera instruyéndome en la nigromancia. En todos sus aspectos.
Lilly se encogió de hombros.
—Yo también me quedaré.
—Como deseéis —dijo Baryoi.
Empleando la cabeza de su cayado, el liche trazó sobre el suelo unas líneas rojas fosforescentes, rodeando un chamuscado pedazo de tela y una, espada corta en el interior de una figura de complicado diseño. Entonces alzó el bastón con ambas manos y entonó unas palabras de poder que hicieron que Lilly, aun sin entender en absoluto aquel secreto lenguaje en que evidentemente eran pronunciadas, sintiera como los pelos se le erizaban y un nudo de congoja le obstruía la garganta. Por un momento, la luz de las estrellas se debilitó. Iprindor apoyaba de nuevo a su maestro, repitiendo ciertas frases y haciendo girar sus manos describiendo gestos arcanos.
La gélida voz de Baryoi bramó una última palabra de mando. Conteniendo el aliento, Lilly se preparó para presenciar la aparición de algún espantoso espectro. Sin embargo, y pese a la espera, nada ocurrió.
—Qué raro —dijo Iprindor—. El espíritu parece superar nuestra capacidad para invocarlo.
Baryoi apagó el luminoso pentáculo con un movimiento de su báculo.
—Vayamos a la posada entonces.
El grupo se encontró allí con más Escudos Negros, reunidos con la gente que ocupaba la estancia común. Tal y como habían dicho, Ópalo parecía estar intacta, excepto por un vendaje que le cubría una mano. Es más, a Lilly le bastó una mirada para descubrir algo diferente en ella, una especie de fragilidad o inestabilidad en sus ojos. Esperaba que fuera sólo la forma reservada de la maga de ocultar la angustia que pudiera haberle causado aquel segundo encontronazo con muertos vivientes.
Baryoi interrogó en primer lugar a un chico cojo, y entonces a un soldado. Ambos contaron de forma concisa su versión de lo sucedido. Aprendiz de panadero, el muchacho tomaba un atajo para ir al trabajo cuando sorprendió al segador, en el callejón, con las manos en la masa. Inseguro de poder dejarlo atrás, se ocultó en un montón de desperdicios, donde se encogió, aterrorizado, deseando que el fantasma no lo encontrara. Por fin, una extraña mujer hizo aparición y trató de conversar con el ente; él, entretanto, logró encontrar el valor suficiente para alertarla. La muchacha resultó ser una maga, y se enzarzó en una feroz lucha contra el espíritu. Entonces él vio su oportunidad para salir a toda prisa de allí, y en su fuga no tardó mucho en toparse con una patrulla de Escudos Negros. Tras ser informados de la situación, los soldados corrieron hasta allí para encontrar a Ópalo, sangrando pero victoriosa.
Tras escuchar el relato, Baryoi se dirigió hacia la protagonista del suceso. Muchos de los inquilinos de la posada, que no eran habitantes de Hollowfaust y recelaban de sus esqueletos ambulantes, retrocedieron a su paso. No obstante, él se comportó cómo si no se diera cuenta, o como si en realidad no le importara nada. La propia Ópalo no tenía gran conocimiento de nigromancia, y apenas tampoco experiencia, pero se las apañó para saludar a Baryoi envuelta en la suficiente calma, y sólo el hecho de que tomara aliento profundamente podría servir como insinuación de que estaba armándose de valor para tolerar la proximidad de aquel ser.
—Por favor —dijo el liche—, sentaos. Debéis descansar. No es mi intención perturbar vuestro descanso, ni el de ninguna otra persona aquí reunida, más de lo absolutamente necesario. Soy Baryoi, gran maestro de los Discípulos del Abismo, y éste es Iprindor, mi alumno.
—Encantada —dijo Ópalo mientras volvía a reclinarse en su silla. Baryoi se sentó frente a ella, con una postura tan informal que le hacía parecer una criatura aún más increíble.
—Debo disculparme con vos por doble partida —dijo—. En primer lugar por haber sufrido gran peligro en las calles de nuestra ciudadela, y en segundo, porque el Consejo Soberano no requirió vuestra presencia en el cónclave. Espero que no lo tomarais como una ofensa, aunque con toda franqueza, no os culparía si así lo hicierais. El problema estriba en que la mayoría de nosotros, los maestros de la corporación, somos magos, como usted misma. En el pasado, magos extranjeros se infiltraron en la ciudadela para hurtar nuestros secretos, y esos incidentes han derivado en un sentimiento de recelo excesivo, que yo mismo aborrezco.
Lilly, percibiendo que el liche debía de estar más que acostumbrado a trasnochar, supuso que se estaba dirigiendo así a ella para tranquilizarla. Sin embargo, no parecía que estuviera funcionando demasiado bien.
—Os aseguro —dijo la maga— que mi presencia en Hollowfaust sólo responde a mi apoyo incondicional a la misión de Lord Vladawen.
—Lo entiendo perfectamente —respondió Baryoi—. Contadnos cómo acabasteis enfrentándoos al segador de callejones.
—No podía dormir. Me suele ocurrir siempre la primera noche que estoy en un sitio nuevo —dijo Ópalo mientras Lilly resistía el impulso de fruncir el ceño ante lo que había reconocido como una pequeña mentira—. Así que bajé a la estancia común para beber algo de cerveza, con la esperanza de que me adormeciera un poco. Entonces escuché los gritos de dos personas diferentes, uno después de otro, y procedentes del exterior. Temiendo que alguien pudiera estar en peligro, salí afuera a ver qué pasaba, y acabé llegando al lugar en que el fantasma estaba acechando a ese aprendiz oculto. A partir de ahí todo ocurrió como ha contado el muchacho.
—Os aventurasteis sola en la oscuridad —dijo el liche—. ¿Por qué no despertasteis a nadie?
—Porque no estaba segura de que algo fuera realmente mal. Y porque Vladawen, Lilly e incluso el resto de los soldados de Wexland habían dejado la posada para acudir a vuestra reunión. No conocía a nadie de los que quedaban aquí, y además, soy maga. Por lo general puedo arreglármelas sola.
—Recuerdo cómo era ese sentimiento —dijo Baryoi con tono ambiguo—. Pero si hubierais hablado con el posadero, él pudiera haber pedido que os enviaran una patrulla. Esos hombres podrían haber investigado, y así podríais haberos quedado aquí dentro, sin violar el toque de queda.
—Sospecho que si ella hubiera actuado de esa forma —se pronunció entonces Vladawen—, el segador hubiera podido encontrar al chico antes que nadie hubiera tenido tiempo para llegar a socorrerlo. —Para sorpresa de Lilly, Ópalo tensó su boca en un gesto de disgusto al comprobar cómo Vladawen salía en su ayuda.
—Tenéis algo de razón —contestó Baryoi—. Pero, por otra parte, la ley se hace para respetarse. Señorita Ópalo, ¿notasteis algo fuera de lo normal en ese espectro? ¿Algo que se os haya podido pasar?
—No —replicó Ópalo.
—Por otro lado, ¿pudisteis sentir una segunda presencia?
Entonces Ópalo dudó apenas un instante. Con suerte, nadie más lo habría notado, pero para Lilly era bastante claro que lo que iba a decir su compañera era una nueva mentira.
—No.
—Para ser honesto —dijo Iprindor—, yo mismo no percibí nada parecido en aquel lugar.
—Entonces es posible que mi impresión fuera errónea —dijo Baryoi—. Una última pregunta, señorita, ¿estaba la puerta de la posada atrancada cuando la abandonasteis?
La de Wexland entrecerró los ojos, y no de un modo que sugiriera que ocultaba algo; más bien como sí se hubiera percatado de algo extraño que, hasta ese momento, se le había escapado.
—Ahora que lo mencionáis, no.
—Gracias —dijo el mago esqueleto levantándose al fin, con la capa y la túnica ondeando a la altura de la planta de los pies. Entonces se giró hacia otro viajero, uno de figura algo burda, repantigada en una oscura esquina como si, a pesar de la conmoción, aún estuviera esforzándose por dormir una hora más—. Maestro Andelais, ¿sois vos?
Andelais levantó su mirada, y Lilly parpadeó sorprendida ante la animadversión de su expresión. Sin duda Baryoi también debía haberla percibido, ya que, por un instante, dudó. Lilly se preguntaba cuál sería el problema. ¿Sería que el druida consideraría al liche una abominación, o debía haber alguna otra causa oculta? De cualquier forma, aquella hostilidad se desvaneció rápidamente, o al menos Andelais logró disimularla.
—¿Nos han presentado? —preguntó Baryoi.
—No, Consejero —dijo el semielfo mientras se levantaba en señal de respeto—. No antes de esta mañana. Nunca antes había visitado Hollowfaust.
Baryoi lo miró de arriba abajo. Lilly sospechaba que debía estar inspeccionándolo en busca de restos recientes de suciedad en el cuero de sus botas o en el dobladillo de su manto.
—He sido informado de que, en vuestros primeros momentos en la ciudadela, encontrasteis bastante desorientadora la atmósfera de Hollowfaust.
—Como podréis comprobar, tengo sangre élfica. Eso me hace ser vulnerable a cierta clase de influencias. Además, por otro lado, estoy involucrado en cierta clase de prácticas espirituales que, aunque por lo general son de carácter beneficioso, pueden llegar a incrementar esa sensibilidad. Pero ya me encuentro bien.
—¿Lo suficiente como para ir a dar un paseo? Puede que esas mismas aptitudes druídicas hagan también que te irrite estar encerrado en lugares cerrados.
—No he violado el toque de queda, si es eso a lo que os referís.
—Solamente me preguntaba quién podría haber dejado la puerta abierta a la señorita Ópalo. El posadero tiene la buena costumbre de comprobar que está cerrada antes de retirarse por la noche a descansar.
—¿Pretendéis culpar a Ópalo o a alguna otra persona de haber infringido el toque de queda o de cometer otra clase de infracción? —preguntó Vladawen—. De ser así, me gustaría que lo dijerais claramente. En caso contrario, ¿a dónde intentáis llegar con estas preguntas? Después de todo, lo único que han hecho tanto Ópalo como el Maestro Andelais ha sido ayudaros a librar a la ciudad de una amenaza.
—El problema —dijo Baryoi— es que, a pesar de las infundadas historias que hayáis podido escuchar acerca de Hollowfaust, esa clase de manifestaciones no son algo frecuente. Al menos no en el Barrio Civil. Hemos logrado dominar casi por completo las fuerzas que, en otra época, solían conjurar a esos seres. Las posibilidades de que dos brotes de violencia de esas características sucedan en una misma noche son absolutamente remotas.
—Espero —dijo con frialdad Vladawen— que no estéis tratando de inculparnos a nosotros en todo esto.
—De ningún modo —dijo Baryoi—. Sois honorables invitados, importantes enviados de un reino amigo. Y es más, incluso aunque hubiera tratado de levantar alguna sospecha infundada, tendría problemas para probarla. La ley prohibe los interrogatorios bajo tortura, y la restringe a medios mágicos. Dudaría incluso a la hora de rebuscar entre vuestras propiedades, por temor a insultaros gratuitamente.
Para sus adentros, Lilly se encogió ante la idea de pensar que alguien que rebuscara en su cuarto pudiera encontrar el puñal plateado con la empuñadura de piedra azul que ocultaba entre sus cosas, la pareja del estoque que colgaba de la cintura de Vladawen.
—No obstante —continuó Baryoi—, no os confundáis. No pretendo engañaros. Nunca aspiré a convertirme en un liche. Esa condición me fue asignada, y me priva de la mayoría de los placeres que los vivos aceptan como algo normal. No tengo muchas preocupaciones que me aparten de cuidar de la seguridad de Hollowfaust, y les aseguro, mi señor y señora, damas y caballeros, que se mantendrá en cualquier circunstancia... —Entonces observó a los allí reunidos con su espectral mirada ciega—, y sin importar las medidas que haga falta tomar. Ahora debo marchar, debéis descansar.
Baryoi se dio la vuelta y se fue. Iprindor, por su parte, concedió a Vladawen y Lilly una mirada de apoyo para tratar de tranquilizarlos.
—Bueno —dijo Vladawen—. Todo esto ha sido muy desafortunado. Espero que no tenga consecuencias negativas para nuestra misión.
Lilly estaba impaciente por saber si Vladawen se había percatado también del extraño comportamiento de Ópalo. Le preocupaba el estado mental del elfo, tan obsesionado con su misión divina que a menudo se olvidaba tanto de ella como de sus compañeros.
—Vamos —espetó la asesina—. Hay algo de lo que debemos ocuparnos. —Entonces hizo señas también a Ópalo, y los tres juntos desfilaron un piso arriba, hacia su habitación, donde la cama aún aguardaba intacta su llegada y la del elfo. Su intuición le decía que esa noche tampoco se acostarían juntos.
—¿Y bien? —Lilly no era especialmente conocida por su tacto, pero sospechaba que eso era lo que Ópalo necesitaba en aquel momento. La asesina trató de introducir el tema tan cuidadosamente como pudo—. Será mejor que nos lo cuentes.
El rudo gesto de Ópalo se retorció de forma espantosa, como si estuviera a punto de romper a llorar.
—Nindom ha vuelto —dijo por fin.