19
Lilly trataba de alegrarse pensando que, en cierto modo, ser expulsado de una ciudad estado era mejor que sufrir el exilio de algún otro lugar más extenso. La frontera de Hollowfaust no estaba lejana de las propias murallas de la ciudad, y fue tras cabalgar apenas media jornada cuando la escolta de estigios y esqueletos liberó al grupo de enviados de Wexland, poniendo fin a aquella marcha vergonzante. A partir de ese momento la fuerza de seguridad se limitó a permanecer en el lugar donde se había detenido, mirando como el grupo seguía su camino, conduciendo a sus monturas y a sus mulas de carga atestadas con provisiones frescas y con los obsequios que los miembros del consejo les habían devuelto.
Vladawen siguió avanzando durante una hora más, hasta que los de Hollowfaust se perdieron en el horizonte, y entonces estableció que debían descansar. Los miembros de su séquito, todos con aspecto apesadumbrado, se dispusieron a comprobar el estado de los animales y los arreos, o a hurgar en los bolsillos de sus cintos en busca de una pieza de queso, fruta seca o cecina que llevarse a la boca. Probablemente estarían felices por haber escapado con vida de la ciudad de los nigromantes, con todos sus servidores muertos vivientes y esa perpetua y densa atmósfera macabra, pero también eran conscientes de que, aunque su líder no les había confiado todos los detalles de lo sucedido, la misión había sido un fracaso.
Por supuesto, su desilusión palidecía al lado de la del propio Vladawen. El esbelto elfo caminaba sin descanso a través de la espesa hierba, con su fino semblante ojeroso y demacrado, la brillante luz del sol reflejándose en la plateada funda de su estoque, y en general un aspecto bastante desesperado.
Lilly sentía cierta pena por él, pero sospechaba que manifestar ese sentimiento no era el mejor modo de animarlo.
—Deja de ir de un lado para otro —le dijo con suavidad—. Vas a desmoralizar a los hombres. Se merecen algo mejor.
—Todo el mundo se merece algo mejor que mi torpe y sesgada visión de la realidad. Ópalo hizo bien en denunciarme.
—Al infierno con ella. Si hay alguien que se merece algo mejor por encima de los demás, soy yo. Debes culminar tu misión para que El Que Permanece pueda librarme de la maldición de Belsamez.
Vladawen tensó sus facciones.
—Y librar también al mundo de todos los males que lo aquejan —dijo con amargura—. Tienes razón.
—¿Entonces qué propones que hagamos?
—No lo sé.
—Bueno, pensemos. Se supone que cuando los nigromantes renegados fueron exiliados fundaron un nuevo asentamiento en el Bosque del Cuerno de Sierra. Quizá podamos dar con él y llevarles los obsequios de Gasslander. Si oyen que, como ellos, fuimos expulsados de Hollowfaust, entonces es posible que se sientan inclinados a ayudarnos.
—Lo dudo. Es bien sabido, incluso por voz del propio Andelais, que esa gente eran unos auténticos depravados.
—Acudamos entonces a los charduni, tienen a nigromantes en sus filas.
El elfo movió su cabeza en señal de negativa.
—Ni siquiera sé si Lord Gasslander dispone de alguna puerta de gema que pueda servirnos para llegar hasta Chorach en un tiempo razonable. Y deberíamos recorrer todo el camino de vuelta a Wexland para averiguarlo. Además, los charduni son conocidos por ser tan infames como el propio Glivid-Autel.
—¿Y qué otra alternativa nos queda? Eres el matatitanes, el sabio profeta elfo, y el mayor idiota al servicio del señor. ¡Piensa algo!
Vladawen endureció sus ojos azules y grises, y por un instante, pensó estar a punto de darle una bofetada. Lilly, aunque no estaba segura de cómo, era capaz de sentirlo. Incluso lo deseaba. Pero el elfo logró contenerse.
—Camina conmigo —dijo—, y puede que juntos pensemos en algo.
Juntos pasearon bajo el sol abrasador del mediodía, en dirección a un grupo de cedros enanos. Lilly podía sentir cómo alguien los observaba, y miró a su alrededor hasta toparse con la mirada de un arquero. El centinela seguía la pista de su posición, presto a llamarlos si consideraba que se alejaban demasiado. Incluso allí, en plena ruta de comercio, el campo libre era peligroso.
—Supón que nuestro manipulador en la sombra existe en realidad —dijo Vladawen.
—Ya lo hago. Y espero que tú también.
—Él, o su poder, conjuró a los fantasmas de Wexland desde el primer momento que entramos en Hollowfaust. Sin duda sólo un nigromante de excepcionales cualidades pudo haber preparado una acción así.
Lilly frunció el ceño.
—De lo que se infiere que estaba al tanto de nuestra llegada.
—Así lo creo. ¿Qué podría hacerle estar tan interesado en nuestros camaradas caídos? Con su talento, no habría tenido problemas para encontrar otros espíritus inquietos a los que liberar. Esos entes siguen vagando por el Barrio de los Fantasmas desde el mismo día de la destrucción de la vieja ciudad, y la inconmensurable aura de Hollowfaust no cesa de atraer a nuevos de estos seres un día tras otro.
—Bueno, parece que tú le ofreciste gran cantidad de material fresco con el que trabajar. Sin embargo, más allá de todo eso, lo que sugiero es que nuestro adversario buscaba específicamente fantasmas que pudieran estar enojados con nosotros porque ansiaba matarnos. —La asesina distinguió con el rabillo del ojo tres manchas, pequeñas en la distancia, desplazándose a lo largo de una colina, con el paisaje de las montañas presente al fondo. Al entrecerrar los ojos, aquellas manchitas pasaron a ser un trío de caballos salvajes, hermosos en su trote.
—Eso parece razonable —siguió hablando el elfo—. Excepto porque evidentemente no tienen fuerza para perturbarnos a la luz del día, ni mientras descansábamos en la posada protegidos por toda clase de conjuros que resguardaran el lugar. Si no hubiera ido tras Andelais la primera tarde, o si no hubiéramos violado el toque de queda para ir, transcurridas sólo unas horas, en busca de problemas, los fantasmas jamás podrían habernos abordado.
—Tienes razón —dijo Lilly—. Pero, entonces, ¿qué hay detrás de todo eso? ¿Utiliza a nuestros fantasmas simplemente para que hagan matanzas al azar? ¿Qué sentido tendría eso? A menos que...
»Estamos hablando del plan de un asesino. Alguien que quiere deshacerse de otra persona. El problema es que todo el mundo sabe lo que trama, y que si su objetivo aparece con la garganta cortada, la ciudad entera sospechará de él. Sin embargo, con el oro suficiente de por medio, alguien podría encargarse de acabar con cinco personas, o diez, o quince, y entonces el verdadero motivo de la pretendida muerte se perdería en medio de la confusión.
Vladawen miró a Lilly con horror contenido, y quizá con una pizca de humor.
—Eso es verdaderamente espantoso.
—Bueno. Nunca he utilizado ese truco. Es muy ramplón. Un buen profesional debe saber encontrar otra forma de alejar las sospechas de la cabeza de su cliente. Simplemente lo menciono como una posibilidad.
—Y verdaderamente es interesante considerarla. Trato de encajar todas esas piezas con el cetro oscuro. No sentí ningún efecto negativo que procediera de aquel objeto. Fuera cual fuese el motivo de su fabricación, me pregunto si alguien lo dispondría allí sólo para incriminarme.
—¿Quién?
—¿Cuántos cientos de magos puede haber allí en Hollowfaust, y cuántos de ellos conocen el modo de transportar objetos empleando conjuros? No es fácil cerrar ese cerco. Sea como sea, puede que, llegado cierto momento, nuestro adversario planeara manipular los sucesos para asegurarse que el artefacto fuera descubierto. Del mismo modo, se habría asegurado también de dar los pasos necesarios para dejar claro que los muertos vivientes desbocados que asolaban Hollowfaust eran fantasmas de Wexland. Todo ello serviría para convencer a los miembros del consejo de que ambos éramos individuos peligrosos e indignos de merecer su confianza, por lo que se verían obligados a expulsarnos, como así ha sucedido. —El elfo suspiró—. Supongo que, al violar el toque de queda, servimos a la perfección a sus propósitos, encontrándonos con la sombra de Nindom y destrozando de nuevo el corazón a la pobre Ópalo.
—Pero parece una forma demasiado complicada de mandar al traste nuestra misión. Eres tan fuerte como un ogro, y un excelente espadachín con nociones de magia. A pesar de eso, todo lo que un enemigo tuyo podría necesitar para asegurarse de que El Que Permanece se pudra en su tumba para siempre es un disparo afortunado de arco, el arañazo de un espectro o una buena dosis de sombra nocturna en tu cena.
—Estoy de acuerdo contigo. Pero ¿y si no era ese su objetivo? Hace un momento hablabas de distraer la atención. ¿Y si nosotros no fuimos nunca los objetivos de la trama de nuestro adversario, sino simplemente herramientas que pudiera emplear para oscurecer sus esfuerzos mientras avanzaba con paso firme en pos de su verdadero fin?
Lilly sintió cómo le recorría la excitación; la idea parecía tener sentido.
—De modo que levanta una pequeña rebelión de espectros y demás. En medio de todo el revuelo, los fantasmas hacen aquello para lo que han sido conjurados verdaderamente, o bien él mismo se escabulle a la espalda de todos para cumplir su objetivo por sí mismo, mientras todo el mundo está ocupado en exorcizar a los espectros. De un modo u otro, una vez se sale con la suya, te culpa a ti de todo el desaguisado. El Consejo te expulsa, la plaga desaparece, y la gente dice, bueno, gracias a Nemorga pudimos resolver todo el lío, sin llegar a percatarse jamás de lo que verdaderamente hay detrás de todo el asunto.
—Eso es exactamente lo que sugiero.
Entonces la euforia de Lilly se desvaneció.
—Es posible que sea una buena suposición, pero ya es demasiado tarde para hacerla, y no nos ayuda en absoluto. Si esa es realmente la trama que subyace bajo todo lo ocurrido, nuestro amigo se salió con la suya, y nos ha dejado de vuelta a Wexland tal y como llegamos.
—Bueno, no debemos resignarnos aún. —Vladawen se giró sobre sus talones y marchó hacia el lugar en que Andelais meditaba, sentado en el suelo con las piernas cruzadas. Ella se apresuró a seguirle el paso.
Por un instante, Andelais pareció estar sumido en un profundo trance. Entonces parpadeó y volvió la cabeza.
—¿Es hora ya de ponerse en marcha? —preguntó.
—No del todo —contestó Vladawen. El elfo se puso en cuclillas, a la altura de su compañero, y Lilly hizo lo propio—. ¿Qué tal llevas la búsqueda?
El encarnado se encogió de hombros.
—Es posible que nuestra marcha de Hollowfaust enterrara de nuevo a mi otro yo y también es posible, si soy lo bastante listo, que pueda dejarlo allí, o al menos retomar más tarde esta particular cacería, una vez haya continuado con mi entrenamiento, y mi magia haya adquirido más poder.
—Pero te preocupa que el nigromante sea bueno también escondiéndose —dijo Lilly—. Y que se mantenga a la espera para saltar sobre ti cuando estés débil.
Andelais sonrió sarcásticamente.
—No extremadamente, pero sí, así es. De poder elegir, optaría por resolver el problema ahora mismo.
—Por mis propias egoístas razones —dijo Vladawen—, me alegra escuchar eso. Déjame contarte entonces la teoría que Lillatu y yo mantenemos. —El elfo resumió entonces lo que ambos habían conversado hacía un instante.
Cuando hubo finalizado, Andelais se pronunció:
—Queréis volver a Hollowfaust para continuar con la búsqueda de ese anónimo titiritero.
—Sí —dijo Vladawen—. Obviamente, eso exigirá que volvamos a entrar a hurtadillas, así que no podremos llevar con nosotros a todos estos soldados. Más bien al contrario, necesitaremos que continúen su camino con la expedición, hacia el norte, para confundir a cualquier explorador que pueda estar siguiéndonos el paso. Pero creo que tú, Lillatu y yo podemos escabullimos al cobijo de la oscuridad.
—Pero, a menos que guardes algún as en la manga —dijo el druida tatuado—, tu teoría no te conduce hacia ningún sospechoso en particular, lo que significa que la búsqueda va a ser igual de frustrante que hasta ahora. Por lo que alcanzo a pensar, la única diferencia será que el castigo de los miembros de la corporación, si nos descubren, será mucho más severo.
—Tengo una idea o dos sobre eso. Si nuestro enemigo ha completado realmente su misión, fuera cual fuese, entonces es cierto lo que dices; no tenemos muchas esperanzas de poder identificarlo. Pero quizá su forma de explotarnos tanto a mí como a los fantasmas de Wexland fuera sólo la primera fase de su misión. En ese caso, si piensa que ya nos hemos ido, no se molestará en esconderse de nosotros, y es posible que acabemos por pillarlo in fraganti, especialmente en caso de que logres recordar algo iluminador de tu anterior encarnación en la ciudadela.
Andelais frunció el ceño.
—Eso, siendo muy optimista, sería esperar un golpe de suerte.
—Soy consciente de ello. Pero tengo que intentarlo. Si soy capaz de desenmascarar a esa rata que acecha en la penumbra, quizá pueda persuadir a los nigromantes de que retomen la tarea que les pedí, y de ello depende todo; la resurrección de mi dios, sanar a mi gente y una justa recompensa por los muertos de Wexland.
El encarnado se encogió de hombros.
—Bueno, ¿y por qué no? Me salvaste la vida. Hagámoslo.
Vladawen se volvió hacia Lilly, casi orgulloso, pero sin fiarse demasiado de su respuesta, suavizando la intensidad de su expresión.
—Aún estamos juntos después de todo lo que hemos pasado —dijo—. No te imagino eludiendo esta nueva aventura, por muy loca que pueda ser.
—No —dijo ella reflexionando que aquella incursión no tenía por qué amedrentarle tanto como el elfo esperaba, no si estaba dispuesta a inclinar la balanza en su favor.
En una cueva cerca de Burok Torn, un gólem drendali la había envenenado con una espiración tóxica. Vladawen podía haber ido a buscar a un sanador para que la curase, pero en lugar de ello optó por continuar con su frenética persecución de la hechicera Hareel, quien huía con las armas de plata que el elfo había perdido tanto tiempo atrás, supuestamente dispuesta a destruirlas. El elfo abandonado necesitaba aquellas armas encantadas, instrumentos de un asombroso poder arcano e increíble versatilidad, para obtener la victoria en la guerra de Darakeene, y asegurar la continuidad del culto a El Que Permanece.
Lilly estuvo a punto de morir, y sólo se salvo gracias a que su compañero Arbomad pudo encontrarla y extraer el veneno de su organismo. Más tarde, aunque Vladawen logró recuperar su estoque divino, fue ella quien se apoderó de su pareja, la daga, para esconderla rápidamente.
Aún no sabía qué le había impulsado a actuar así. Belsamez ya había establecido que Vladawen recuperaría únicamente una de las armas, y no ambas, y era posible que Lilly estuviera destinada a hacer cumplir la maldición. O bien puede que lo estuviera castigando por dejarla morir, o incluso era posible que hubiera sentido que el puñal poseía el poder necesario para sanar su alma tullida.
Finalmente, así fue como sucedió. Había sido el brillo de la refulgente plata de la hoja sagrada bajo la luz de la luna lo que había invocado en ella, por primera vez, el espíritu del lobo y, en el proceso, lo que le había hecho recuperar su valor. Aquel fue un momento feliz, comprometido sólo por un instante de duda. Si alguna vez perdía el puñal, ¿perdería también a su recién hallado tótem?
Probablemente no. No tenía ninguna base fundada que le impulsara a creer tal cosa, y el puñal aún contenía las energías que Vladawen ya había agotado en el estoque. Sin duda, considerando la formidable tarea que tenían frente a sí, había llegado el momento de entregar el arma.
—Yo... —empezó a decir la asesina, y entonces se le hizo un nudo en la garganta. Debía tranquilizarse.
Vladawen la miró con ojos curiosos.
—¿Si?
—Yo... —Venga, perra, demuestra que verdaderamente recobraste tu valor.
—¿Estás bien?
—Sí —contestó rápidamente. Era consciente de que era incapaz de hacerlo y estaba segura que no podría jamás, sin importar cuáles fueran las circunstancias—. Sólo necesito beber un poco de agua. —Se puso en pie y se alejó.
Mientras marchaba pesadamente hacia la yegua negra que cargaba en su silla con los odres de agua, la asesina frunció el ceño y se esforzó en odiar a Vladawen, como si le hubiera pedido algo que no tuviera derecho a exigirle. Sin duda le pediría la daga si fuera consciente de que la tenía, sin importarle el modo en que aquello pudiera ponerla en peligro. Y todo sólo para emplear el arma y poder continuar con su misión, ya que eso era, en última instancia, lo único que verdaderamente le preocupaba.
Enfurecida, Lilly odiaba tanto a Vladawen como a ella misma, y ya puestos, también a Ópalo. Después de todo, los tres no eran más que traicioneros incumplidores de promesas y falsos amigos; Belsamez, la Reina de la Traición, sin duda debía tenerlos en buena estima.