29

Para Ópalo aquellos estigios debían de ser verdaderos veteranos de guerra, pues para la noche ya habían dejado de hablar sobre el encontronazo con los acechadores y habían vuelto a sus acostumbradas bromas y peleas amistosas. Mors, rechoncho, arrugado y tan feo casi como un sapo, hasta el punto que hacía pensar que pudiera estar maldito, contaba una burda y tumultuosa historia de sus días como guardia en un burdel de Shelzar. Cuinn y Sylas, los bromistas de la compañía, planeaban mientras tanto cómo ensuciarle a Chave las ropas recién cepilladas. Y todos en general se quejaban de la cocina de Anly Silbidos, que amenazaba con hacer pis en la olla del estofado si no se limitaban a cerrar la boca y comer.

Vladawen y Lilly acabaron apartándose del fuego, y Ópalo se dio cuenta de que se dirigían a su tienda, como ella y Nindom habían hecho tantas veces escabullándose de un campamento u otro para disfrutar de la compañía mutua en privado. La maga bajó la cabeza y aparentó estudiar las llamas.

—¿No te gustan demasiado, verdad? —preguntó una voz áspera.

Sobresaltada, Ópalo levantó la vista. El extraño, Kolvas, estaba sentado junto a ella.

—Sí que les aprecio —dijo preguntándose si en realidad quería decir eso.

Kolvas se encogió de hombros.

—Bueno, no es asunto mío.

—Los aprecio mucho. Han hecho mucho por mí. —Y también me han hecho muchas cosas, pensó.

—Hmm —dijo el mago observando el crepitante fuego color amarillo, con aquellos quebradizos carbones rojos y grises en su centro—. En ese caso... bueno, realmente no es asunto mío. Pero hasta el momento de la refriega, había estado viajando con una pareja de mercaderes. Buena gente, fueron amables conmigo. Sin embargo, en ocasiones, cuando comprobaba cómo eran realmente, me entristecía. Me sentía ajeno a ellos, a pesar de todo lo generosos que eran conmigo. No tenía nadie con quien compartir mis sentimientos.

Ópalo se sintió identificada con aquel desconocido. Sin embargo, aquello no era suficiente para hacerla hablar de Nindom. La perdida había sido demasiado dolorosa como para ir contándola a alguien que conocía de hacía menos que un día. No obstante, aquel extraño le inspiraba una rara urgencia de compartir algo con él.

—La primera vez que los conocí, Lilly y Vladawen se atraían mutuamente, pero no cedían a ese sentimiento. Ahora algo ha cambiado, y ellos también. No esperaba que ocurriera así, y puede que eso haga que sea más complicado, y más solitario, estar en su compañía. —Ópalo masculló para sí misma—. Puede que yo sólo sea una mala amiga que no puede limitarse a sentirse feliz por ellos.

Kolvas suspiró.

—Yo me preguntaba lo mismo acerca de mí, y ahora los mercaderes están muertos. También me siento un farsante. Conocí a aquella pareja en Akrud —continuó diciendo el humano—. Habían puesto un anuncio requiriendo a un mago que ayudara a proteger su caravana mientras viajaban recorriendo la frontera del desierto. Bueno, en realidad no conocía nada el Ukrudan, pero supuse que ellos mismos se bastarían en cuanto a los conocimientos del lugar. Imaginé que mientras pudiera obrar magia, sería capaz de cumplir con el trabajo.

—Así que lo aceptaste —dijo Ópalo.

—Sí. Y dos meses más tarde, los sutak nos atacaron con sus espadas y su magia de fuego. Acabaron con muchos, y al resto nos hostigaron hasta el interior del desierto, donde el calor y la sed continuaron la masacre. Finalmente, los acechadores aparecieron súbitamente desde debajo de la arena y acabaron con los pocos supervivientes que quedaban, excepto conmigo. Y no pude hacer nada para impedirlo. Todo lo que pude hacer fue saltar sobre mi caballo, correr y salvar mi miserable trasero. Fue pura suerte que saliera con vida de aquello, sobre todo teniendo en cuenta que esas brutales criaturas siguieron mi rastro hasta aquí.

Ópalo recordó entonces su propia incapacidad para salvar a Nindom de las garras de los alas huesudas.

—Conocer conjuros no te hace ser todopoderoso. Imagino que hiciste todo lo que estuvo en tus manos.

Kolvas suspiró.

—Eres muy amable al decir eso.

—¡Estoy segura de que fue así! Hiciste señas a nuestro grupo para mantenernos alejados de los trolls de arena, aun cuando necesitabas nuestra ayuda para salvar tu vida. Bajaste de la columna y fuiste directo a por una de esas criaturas cuando consideraste que Lilly necesitaba tu auxilio. Sin duda eres valiente, y debes haber combatido valerosamente por el bien de tu caravana.

—Eso espero —dijo el humano con una sonrisa irónica—. Sobre todo porque creo que de ahora en adelante necesitaré de esa valentía, ¿no?

—¿Qué quieres decir? —preguntó la maga.

—He oído hablar de ese sitio al que os dirigís, los nómadas cuentan muchas historias sobre él. Pero nunca se atreven a ir hasta allí. Dicen que nadie lo hace, ya no, ni siquiera los sutak o los rátidos. Creo que es demasiado peligroso.

Ópalo gruñó.

—Eso es bastante cierto, pero Lord Vladawen no va a interrumpir la expedición sólo porque tengas miedo a unos fantasmas eslarecianos. Si lo prefieres podremos darte una montura, un odre de agua y algunas raciones de comida, e Issa podrá decirte cómo volver a tu casa...

Kolvas interrumpió a la maga levantando su mano.

—Me malinterpretas. Simplemente trataba de charlar. No es que la situación me dé mucha confianza, pero me gustaría integrarme en el grupo si el elfo lo permite.

—¿Qué quieres qué? ¿Por qué?

—¿No está bastante claro? No tengo lugar al que volver, ningún sitio al que ir y ningún vínculo con nadie, excepto con aquellos que ahora han salvado mi vida. Me gustaría corresponder a vuestra generosidad, si me lo permitís. Puede que os resulte más útil a vosotros de lo que fui a mis desgraciados amigos muertos.

—Eres un insensato temerario, pero creo que eso te hará encajar bien entre nosotros. Bienvenido —finalizó Ópalo al tiempo que extendía la mano a su nuevo compañero.