16

Jadeando por el esfuerzo de la batalla recién concluida, Lilly miró a su alrededor justo a tiempo para distinguir a una encapuchada figura envuelta en una capa holgada, que se alejaba a grandes zancadas a lo largo de uno de los pasillos elevados.

—¡Andelais! —gritó.

De ser él, no la oía. La sombra giró por una esquina y desapareció de la vista.

Lilly giró en dirección a Vladawen y Ópalo. En otro tipo de circunstancias, la tristeza que presenció en sus rostros lo habría hundido allí mismo.

¡Pero no era el momento de estar así, maldición! Había demasiadas cosas en juego. Sin duda aquel combate habría causado gran revuelo. En cualquier instante podrían llegar más muertos vivientes, ya fueran rebeldes o en forma de patrulla de esqueletos; el caso es que alguien acudiría a investigar. Y aunque Andelais había parecido ser un camarada leal y capaz a la hora de repeler a los espectros de sangre, ¿quién podía saber qué estaba pasando por su cabeza en aquellos momentos? Bien podrían verse obligados a tener que defenderse también de él mismo, o arrebatarle de las garras de un nuevo peligro.

—¡Venga! —dijo—. Tenemos que salir de aquí. Debemos ir detrás de ese hijo de perra.

Vladawen negó con la cabeza.

—Creo que...

Lilly lo abofeteó con fuerza.

—Piensa en ese estúpido dios tuyo —dijo—. Es lo que siempre te ha preocupado, así que no te desentiendas ahora.

Entonces sus extraños ojos color negro y plata parecieron centrarse.

—Está bien.

Lilly se volvió hacía Ópalo.

—Estoy lista —gruñó la maga evitándose la correspondiente sacudida—. ¿Por dónde dices que se fue el druida?

Señalando con la punta de su espada, Lilly indicó la hilera correcta de balcones, y la escalera de caracol que conducía hasta ella.

—Nosotros dos subiremos hasta allí —dijo Vladawen—. Ópalo, por ahora, nos seguirá desde el suelo.

Mientras la asesina y el elfo ascendían por las escaleras, Lilly se percató de que Vladawen no estaba subiendo aquel trecho con su acostumbrada celeridad.

—¿Te encuentras bien? —dijo al llegar a lo alto, e instantáneamente se arrepintió de haber formulado aquella pregunta.

No obstante, para su alivio, Vladawen había entendido el sentido de su pregunta, sin importar las emociones que la aparición de Nindom y su posterior destrucción hubieran podido suscitar en él.

—El espectro me arrebató parte de mi fuerza —dijo con total naturalidad—. Pero estoy seguro de que volverá. Sigue avanzando.

Ambos escudriñaron umbrales y ventanales oscuros en busca de su presa hasta que un chillido de Ópalo les hizo salir a toda prisa. Ahora debía señalarles la dirección, y tras un instante, se percataron de qué era lo que había atraído su atención; un león enorme, silencioso y sigiloso a pesar de toda su majestuosidad, descendía desde lo alto de otra escalinata. De hecho, casi había alcanzado ya el suelo. Lilly supuso que debía tratarse de Andelais, bajo otra de sus "formas de vida pasada". Su aspecto parecía ser excepcionalmente peligroso, aunque no necesariamente para un espectro de sangre. Esto último podría explicar por qué el druida no había adoptado esa forma en medio de la trifulca que acababa de terminar.

Ópalo levantó la vista como preguntando si debía arremeter contra la bestia. No obstante, el animal no los estaba amenazando, al menos no aún, y Vladawen negó con su cabeza en una señal que podía ser interpretada tanto de negación como de incertidumbre. Fuera como fuese, sirvió para disuadirla mientras el terrible león continuaba su descenso, hasta que de forma repentina cubrió de un salto los escalones que aún le quedaban por descender. Rápido como un rayo, o eso le pareció a todos, Andelais se abalanzó hacia la calle.

Lilly pensó entonces que si la aflicción psíquica del encarnado le había hecho enloquecer, entonces, desde una perspectiva meramente pragmática, aquella era una ocasión excelente para dejarlo seguir su propio caminó. Vladawen, sin embargo, tenía otros planes; bajó hasta la calle a la carrera, de forma increíblemente temeraria, y entonces cargó contra el felino gigante, aun con la certeza de que no podría atraparlo, pero esforzándose al máximo por conservarlo a la vista. Lilly y Ópalo siguieron sus pasos a toda prisa.

Los ojos humanos de Lilly casi apenas podían seguir el rastro de Andelais en la noche, y sólo un brillo rojizo qué se divisaba a lo lejos le facilitaba la tarea. Con el corazón en un puño y los pulmones ardiéndole de dolor, la asesina pudo atisbar una vista tan extraña como cualquier otra que pudiera haber encontrado hasta entonces en Hollowfaust. Se trataba de otro nuevo espacio abierto ocupado por una fuente, aunque ésta en particular representaba la talla de unos elfos cuyas figuras se entrelazaban con las de unas serpientes. La peculiaridad del artefacto estribaba en que escupía llamas en lugar de agua.

Andelais había logrado alcanzar ya casi el extremo opuesto de aquella plaza de aspecto infernal cuando un aullido estremecedor retumbó por toda su superficie. El semielfo, aún en forma de león, frenó en seco al comprobar como unas figuras oscuras, empequeñecidas ante la enormidad de su propio cuerpo felino, se abalanzaban hacia él.

—¡Más rápido! —jadeó Vladawen.

Lilly trató de cumplir sus órdenes, pero sentía que estaba a punto de morir en el intento. Entonces algo le pasó rozando la nuca, enganchándosele en el cabello, que llevaba corto, y retorciéndoselo al pasar zumbando junto a su espalda. Al volver la vista, vio a la criatura que le había lanzado la flecha que a punto había estado de alcanzarla; era un hombre rata. Había tenido suerte de que el proyectil no le hubiera perforado la garganta.

El rátido que la había atacado no era el único arquero listo para atacar. Dos más lo acompañaban, y estiraban ya las cuerdas de sus arcos. Vladawen disparó a uno de ellos con su ballesta, y Ópalo se ocupó de su compañero y de la criatura que había apuntado a Lilly con sendos proyectiles de luz. Los tres cayeron derribados.

Ópalo, Lilly y Vladawen se apresuraron entonces a cruzar junto al ondeante rugir de las llamas de la fuente. En ese momento, otro rátido jorobado, de pelo corto y ojos redondos y brillantes como híbridos entre los de un roedor y un humano, se abalanzó frente a ellos para frenarles el paso. Al menos, pensó Lilly con tristeza, aún estaban vivos. Y, a pesar de lo repugnantes que eran, prefería enfrentarse a aquellas criaturas antes que a otra banda de muertos vivientes.

Percatándose de que había tres o cuatro hombres rata más en disposición de interceptarlos, la asesina y Vladawen trataron de colocarse entre el engendro de los titanes que les cortaba el paso y Ópalo, con intención de proteger a la maga de los peligros del cuerpo a cuerpo, como era costumbre con los guerreros al proteger a un mago aliado. Entre parloteos y chillidos, salpicones de saliva brotando de sus bocas y un horrible hedor, los rátidos se lanzaron en un ataque de terrible frenesí. Mientras se esforzaba por olvidar la fatiga y enfrentarse a sus contrincantes con una ferocidad al menos equivalente, Lilly se dio cuenta de que la maga había dejado de conjurar magia. En esta ocasión no iba a culparla. Suponía que, exceptuando conjuros menores de sigilo, levitación y oportunidad que le permitiesen ocultarse junto a sus camaradas, pasar desapercibida pegada a una pared, e introducirse todos juntos en la posada sin ser detectados, Ópalo a esas alturas debía de haber agotado ya casi todo su poder.

Eso dejaba la defensa de la situación en manos únicamente de Vladawen y de ella misma. La asesina esquivó una diestra estocada de una espada corta, fintó para lanzar su contraataque y entonces se zafó para asestar una estocada a su contrario en pleno pecho escuálido. Las rodillas del hombre rata temblaron, y Lilly retiró inmediatamente la hoja de su carne, giro y lanzó otro tajo a un ser que amenazaba a Vladawen. La criatura debió de ver el brillo de su hoja con la esquina de sus ojos redondos y brillantes, porque trató de retroceder de un salto. Sin embargo, no fue lo bastante rápido. La hoja se fue a clavar en la unión de su cuello y sus hombros. Entretanto, ahora era el brillo del estoque plateado de Vladawen el que tintineaba de un lado a otro, acabando con la vida de un rátido más. Habían logrado librarse de sus enemigos.

Sin embargo, eso sólo significaba que apenas tendrían tiempo para tomar una bocanada de aire, de ese aire caliente de las cercanías de la Fuente de fuego, y lanzarse rápidamente a la carrera. Frente a ellos, el león terrible se esforzaba por defenderse de los hombres rata que le lanzaban tajos y trataban de ensartarlo, mientras se tambaleaba como un borracho. Lilly esperaba que Andelais no hubiera sufrido ya alguna herida mortal o un golpe de consecuencias fatales.

Con la intención clara de alejar a algunos de los rátidos del objetivo que les ocupaba, Vladawen, sin dejar de correr, logró encontrar la energía extra que necesitaba para lanzar un grito de guerra élfico. Funcionó. Dos simientes de los titanes embistieron a Lilly y se enzarzaron con ella en otro intercambio desesperado de golpes. La asesina lanzó un mandoble a la ingle de uno de sus contrarios y entonces, por fin, el grito del clérigo pareció despertar la furia en Andelais. Bramó, se giró con una velocidad inusitada para un animal de su tamaño, y dio cuenta de cada uno de los contrarios de un solo golpe, incluyendo el que aún se enfrentaba a Lilly. No obstante, tan pronto como hubo finalizado, se derrumbó sobre su barriga ensangrentada y llena de tajos.

Lilly miró a su alrededor, asegurándose de que todos los hombres rata hubieran muerto realmente o al menos hubieran huido. Vladawen y Ópalo se agacharon junto al gigantesco león, cuyo cuerpo se contrajo abruptamente y se desdibujó hasta adoptar la forma familiar de semielfo, cicatrizando alguna de sus heridas en el proceso. Tras asegurarse de comprobar si sus camaradas necesitaban con más urgencia su ayuda en el mismo sentido, Andelais lanzó sobre sí mismo un par de conjuros sanadores.

Aunque había sentido verdadera preocupación por él apenas unos instantes antes, Lilly lo observó con ojos recelosos. Finalmente le preguntó:

—¿Por qué te escabulliste?

Andelais sonrió cansinamente, casi como si, después de la terrible experiencia que habían pasado juntos, aquella continua desconfianza le doliera. O era sincero o un excelente mentiroso.

—Crees que el nigromante, mi otro yo, me tenía controlado.

—¿Es así? ¿Estás ahora bajo su control? ¿Te obligó a conducirnos a una emboscada?

—No tenía ni idea de que estos hombres rata estuvieran aquí, y ya viste que me hirieron tanto o más que a cualquiera de vosotros, incluso aunque veo que, querida chica, te sangra la nuca. Deberías dejarme echar un vistazo a eso.

—No es nada. Igual que tus heridas, ya he visto que gracias a tus poderes de curación no han sido graves.

—Te aseguro que podrían haberlo sido. Así habría ocurrido si vosotros tres no hubieseis acudido a toda prisa en mi socorro. Una vez más estoy en deuda con vosotros.

—Sólo dinos a qué estabas jugando.

—De acuerdo —entonces se puso en pie—. Al finalizar el combate con los espectros, que por cierto ahora que lo pienso parecían ser fantasmas con alguna clase de vínculo especial con vosotros, seguía siendo yo mismo. Sin embargo, entonces recordé algo de la vida de mí duplicado; justo tras uno de aquellos balcones se escondía la habitación en la que mis amigos y yo solíamos trabajar en nuestros conjuros ilícitos, convocando a espectros y espíritus en la plaza a ras de suelo. Levanté la vista, y me pareció ver a alguien merodeando allá arriba, tanto como vosotros me visteis a mí.

—¿Se trataba de alguien vivo o de un fantasma? —preguntó Vladawen.

—Un hombre con vida —contestó el druida—. Creo que trataba de escabullirse. Imaginé que si le gritaba que se quedara quieto, o que si se percataba de que os revelaba su posición, echaría a correr. Así que me arrastre tras él. Por desgracia, debió avistarme igualmente porque de algún modo, imagino que mágicamente, logró poner distancia de por medio entre nosotros dos. Contraataqué convirtiéndome en león. Supuse que eso bastaría para darle alcance, o que me permitiría seguirle el rastro con el olfato. El problema fue que mientras trataba de darla caza, algo o alguien lanzó un alarido terrible. Confieso que me amedrentó. Me quede helado. Entonces aquella figura escapó a toda prisa, y esos hombres ratas surgieron desde las sombras para tratar de matarme.

—Transfórmate de nuevo —dijo Vladawen—. Síguele ahora el rastro.

—No puedo —dijo el druida—. Aquí, en el plano físico, sólo puedo convocar al león terrible, y en igual caso al halcón guadaña, una vez al día. Incluso aunque pudiera, todos estamos exhaustos, y vosotros tres habéis sufrido un fuerte trauma. La dama Ópalo y yo mismo hemos consumido ya gran parte de nuestra reserva de conjuros. Seguir adelante no es demasiado buena idea.

El elfo frunció el ceño.

—Tienes razón. Muéstranos entonces la estancia que mencionaste antes. Nos ocuparemos de examinarla.

El apartamento estaba en tinieblas, y era iluminado únicamente por el pálido brillo de la luz de las lunas que entraba por la ventana. Aun así, un vistazo bastó para descubrir su semejanza con el santuario en el que Lady Gasslander había obrado sus prácticas nigromantes. Lilly vio la misma clase de ídolos negros de los titanes Meso y Mormo, así como una figura de Belsamez en su forma de bruja buitre; juntos, los tres patrones de la más vil brujería. Al mismo tiempo, alguien se había dedicado a dibujar en el techo, suelo y paredes símbolos de aspecto siniestro y varios tentáculos. Además, en el suelo, yacían también apiladas una serie de varitas de hueso, dagas serradas, cálices ensangrentados y otros artefactos destinados a tomar parte en los rituales. Aquel espacio cerrado apestaba al olor acre del incienso.

—¿Alguno de vosotros ha lanzado algún conjuro recientemente? —preguntó Vladawen.

Ópalo musitó un hechizo sencillo.

—Desde hace dos días, no puedo ir más allá de eso.

—¡Eso es ir más allá! —dijo Lilly—. ¡No lo veis! Eso prueba que... —Aquello probaba que no era sólo el resentimiento hacia la velada falsedad de Vladawen lo que había provocado que los nativos muertos de Wexland se manifestaran allí en Hollowfaust. No obstante, cambiando su habitual concepto de la virtud del tacto, Lilly pensó que no debía exponer su teoría de una firma tan seca—. Eso prueba que alguien anda tras nuestros pasos. Nos persigue un enemigo que nos arroja fantasmas desde el éter. Si somos capaces de dar con él y frenar sus acciones, todo volverá a la normalidad.

—Supongo que sí —suspiró Vladawen—. Será mejor que registremos el lugar.

Y así lo hicieron, y para disgusto de Lilly, no encontraron nada que relacionara el trabajo llevado a cabo en aquella habitación con algún nigromante en particular, ni tampoco alguna razón que aclarase el motivo por el que su anterior ocupante, al descubrir ellos su morada, la abandonara sin más.

Aún incapaz de mostrarse desacostumbradamente optimista, la asesina se pronunció:

—Al menos hemos avanzado en nuestras pesquisas, y si somos capaces de averiguar el nexo de unión entre el enemigo y los hombres rata, entonces podremos llegar realmente a algo.

—Puede que tengas razón —dijo Andelais con una nota fantasiosa en su voz—. Se cobijan en las profundidades de la montaña, muy por debajo del Bajofaust, allí donde la lava aún fluye. No obstante, incluso mis propios hermanos y yo mismo... Quiero decir que esos atrevidos nigromantes no han llegado siquiera a establecer relaciones comerciales con ellos.

—Tendremos eso en mente —dijo Vladawen. Entonces se dirigió hacia la ventana y echó un vistazo al cielo, probablemente tratando de establecer la hora que era—. Pero ahora creo que lo mejor será regresar a nuestros aposentos. —En ese momento miró a Ópalo—. Eso suponiendo que tú y tu magia estéis listos.

—Por supuesto.

La maga giró sobre sus talones y se encaminó hacia la puerta.