18
Ópalo, Vladawen, Lilly y Andelais se escabullían de vuelta a la posada después de otra noche de escaramuzas. La maga, sin perder la adormecida forma de pensar a la que se había acostumbrado últimamente, se sentía bastante satisfecha, pues le parecía que habían logrado superar el toque de queda con bastante eficacia a pesar de la importante presencia de patrullas de vigilancia. Entonces su visión quedó cegada por una brillante luz mágica que destelló frente al grupo. Una voz firme gritó:
—¡Alto!
Aquel sobresalto le hizo abandonar de golpe lo que en el último par de días había sentido como un sombrío sueño lleno de riesgo, futilidad y pena. Junto a sus compañeros, había vuelto a visitar dos veces más el Barrio de los Fantasmas, pero sin volver a sorprender al mago que se suponía impulsaba a los inquietos muertos de Wexland a una existencia depredadora. Habían tenido la suerte de haberse acercado hasta él en una primera ocasión, pero a partir de ese momento éste se había cuidado de que no volviera a ser así.
Con todo, las incursiones ilegales de los enviados de Wexland sólo servían para que se vieran envueltos en escaramuzas sin sentido con muertos vivientes, o para que alcanzaran a ver a los defensores de Hollowfaust dando cuenta de uno u otro tipo de manifestaciones: soldados esqueletos haciendo pedazos espectros, dolientes fundiendo fantasmas con cánticos, o la propia Malhadra absorbiendo a una sombra con una copa para luego sorberla con siniestro entusiasmo. Al principio. Ópalo había observado todo aquello con una pizca de curiosidad profesional, pero ahora ya sólo se limitaba a volver su mirada hacia otro lado.
Durante el día, Vladawen se había enclaustrado con Iprindor y otros varios nigromantes. Andelais había buscado en su interior a su otro yo rebelde que, en apariencia, se escondía ahora de él en forma del espectro de un habitante de Hollowfaust muerto cien años atrás. Ella, por su parte, a pesar de los irritantes intentos de Lilly por hacerla despertar, había pasado la mayoría de sus horas a la luz del sol, durmiendo. Aquello era mejor que recordar la última frase de Nindom, cuando le había dicho que ambos podrían haber hallado un modo de estar juntos.
Tampoco es que lo hubiera creído; no era ninguna nigromante, pero sí era una maga consciente dé lo que solía ocurrir a los mortales que hacían promesa de matrimonio con fantasmas o vampiros. Lo último que había necesitado era volver a ver a Vladawen acabando una vez más con su amado, ¡esta vez con su propia mano!
Ahora, los Escudos Negros y los guerreros esqueletos los rodeaban, avanzando desde tres posiciones distintas. Vladawen y Ópalo depusieron sus armas, Andelais su bastón y Ópalo su capa repleta de bolsillos atestados de focos para conjuros. Sólo podían luchar o huir, y ambas cosas probablemente acabarían de una vez por todas con la sociedad que había constituido el elfo con los maestros.
Sus captores formaron una columna en torno al grupo, obligándolo a marchar a través de la gélida atmósfera de la noche, en dirección a las tinieblas de la ladera de la montaña. Cuando alcanzaron la plaza frente a la Tercera Puerta, cubierta de estrados y tronos vacíos, los Escudos Negros los entregaron a una compañía de estigios.
Apresurado, con el mismo aspecto demacrado y ojeroso que Ópalo y sus compañeros, Iprindor corrió hacia el grupo.
—Acabo de enterarme —dijo preocupado—. Quiero decir que lo he sabido hace un rato, pero que no he tenido tiempo de pedir al Gran Maestro Baryoi que os ponga en libertad, no con todo el lío que hay.
—¿Cómo ha podido tendernos esta trampa? —preguntó Lilly—. ¿Es que por fin un espía nos ha acabado por descubrir?
—¿Por fin? No me digas eso, no quiero saberlo. Y tampoco sé cómo ha podido saberlo Baryoi. Sencillamente averigua las cosas, eso es todo. Hasta ahora, normalmente, violaciones del toque de queda, incluso infracciones repetidas —dijo con una mirada de reproche hacia Ópalo—, son asuntos que corresponden a un tribunal común. No obstante, vosotros sois enviados reales, y creo que en todo esto están implicadas más cabezas de las que conocemos. —Saben que hemos estado haciendo incursiones en el Barrio de los Fantasmas, pensó la maga de Wexland—. El Consejo Soberano va a estudiar el problema, y lo va a hacer ahora mismo. Incluso puede que os permita emplear a un defensor. Ya he mandado buscar a alguien.
—Gracias —dijo Vladawen—, pero eso no será necesario. Si no somos capaces de calmar los ánimos del Consejo por nosotros mismos, no creo que un intermediario pueda servir de gran ayuda.
—Bueno —empezó a decir el desgarbado nigromante en un claro intento de discutir aquella opinión, pero entonces una estridente fanfarria irrumpió en la zona, aun cuando Ópalo no había visto ningún músico en los alrededores que pudiera entonarla. Era posible que aquellas trompetas fueran fantasmas amaestrados.
De cualquier modo, aquel sonido bastó para que los maestros del consejo abandonaran las sombras, subieran al estrado y tomaran asiento cada uno en su lugar. Lilly ya le había descrito la esplendorosa recepción que habían tenido ella y Vladawen en su primera audiencia con el Consejo. Ahora parecían prescindir de cualquier clase de ceremonia, síntoma quizá de su desagrado.
—Buenas noches —dijo un hombre de edad media, enfundado en vestimentas sacerdotales y de desalentador aspecto, que Ópalo suponía debía ser Yaeol—. Seré el encargado de presidir esta comisión de investigación, si nadie manifiesta lo contrario.
Sus iguales farfullaron su consentimiento. Vladawen inclinó la cabeza.
—Queridos señor y señora míos —continuó el clérigo humano—, Maestro Andelais y señorita Ópalo. Ya en la misma noche de vuestra llegada a Hollowfaust, tuvieron lugar algunas irregularidades. De hecho, fueron infracciones de la ley ante las que nuestra ciudad se mantiene comúnmente inmaculada. Vos mismo, druida, desobedecisteis una orden legitima de un guardia, y vos, maga, el toque de queda. A pesar de todo, fuisteis bienvenidos.
—Supongo —dijo Vladawen— que porque erais conscientes de las circunstancias atenuantes.
El Discípulo de Nemorga frunció el ceño para indicar que no había terminado su exposición.
—Ahora os descubrimos a todos vagando en la noche, y durante un período de disturbios en que, como corresponde, no esperamos de nuestros invitados sino la mayor de las colaboraciones con nuestros esfuerzos por mantener el orden. ¿Qué tenéis que decir en vuestro favor?
—Sencillamente lo siguiente —contestó el elfo—: mis amigos y yo mismo somos bastante diestros acabando con criaturas de carácter hostil, ya sean muertos vivientes o de cualquier otra clase, como pudimos probar el día de nuestra llegada. Por algo soy el Matatitanes. ¿Cómo pretendéis entonces que nos limitemos a quedarnos sentados mientras los ciudadanos de Hollowfaust son amenazados? Sin duda eso sería abusar de vuestra hospitalidad.
Ópalo sentía como algo bullía en su interior, aunque era incapaz de determinar el qué.
Otro maestro del consejo, uno que empuñaba una flauta en su mano, y que evidentemente debía tratarse de Uthmar, ladeó su cabeza canosa.
—¿Esa es toda la explicación que tenéis que ofrecer? ¿Formásteis vuestra propia patrulla ilegal para marchar en pro de la defensa de la cuidad?
—Ya hemos acabado con un espectro o dos desde entonces —contestó Lilly.
—¿Y por qué no nos pedisteis permiso? —preguntó el bardo.
Vladawen se encogió de hombros con levedad.
—Teníamos la impresión de que la ley en esa materia era inflexible.
—Y así es —gruñó Asaru, un tipo bizco y rechoncho, con una herida reciente en la nariz.
El elfo inclinó la cabeza.
—Damas y caballeros, vuestra actitud no deja duda alguna respecto al hecho de que hemos debido de cometer alguna grave infracción aquí. Como líder de este grupo, que incluye al Maestro Andelais que eligió asociarse a mí, debo asumir la culpa. Os pido perdón, y os ruego que me comuniquéis la forma de compensaros.
—Buen discurso —dijo Malhadra con aire despectivo, mientras en su poderoso pecho un oscuro tatuaje de formas geométricas se agitaba sigiloso como una araña—. Pero sin duda debe haber algo mas detrás de todo esto; el Consejero Baryoi, tras comprobar que os habíais ausentado de vuestras habitaciones en la posada, creyó apropiado ordenar el registro de las mismas.
Ópalo vio ponerse pálida a Lilly con el rabillo del ojo. Aquello sirvió para aumentar aún más la presión que bullía en su interior.
—Estuvimos esperando a que nos ofrecieseis alguna explicación —dijo la arrugada Danar, con sus cabellos blancos. Una délas manos esqueléticas animadas que formaban su silla sacó una varita mágica de ébano tachonada con ónice, con anillos de plata ennegrecida por los años y con tallas de símbolos que el roce de incontables manos había borrado parcialmente. Ópalo no necesitaba emplear ningún conjuro para saber que en el interior de aquel artilugio un gran poder se agitaba inquieto—. Evidentemente no tenéis intención de hablar del asunto, así que lo haremos nosotros mismos.
—¿Dónde encontrasteis eso exactamente? —preguntó Vladawen.
Danar miró hacia un oficial de los Escudos Negros situado al pie de uno de los estrados.
—Estaba entre los objetos personales de Lord Vladawen —dijo el soldado.
El elfo respondió con gesto contrariado.
—Nunca antes la había visto.
—Es antigua —dijo Numadaya, la encantadora de largos cabellos, en un tono dulce y suave, como si la sola visión de la varita sirviese para inducir en ella un dulce trance—. Su origen se remonta a épocas anteriores a aquellas en las que los titanes engendraran a los primeros dioses, y fue forjada para obrar el mal.
—Desconocemos qué clase de mal —dijo Danar—. Y determinarlo requerirá sesudos estudios. No obstante, sin duda irradia energía de muerte. Es por ello por lo que debo preguntaros, Lord Vladawen: ¿no se os ha ocurrido pensar en vuestro imprudente esfuerzo por proteger a Hollowfaust que este artefacto que vos mismo habéis traído aquí puede ser el origen de los problemas que están asolando la ciudadela?
—Puedo jurar por El Que Permanece y por todas las cosas sagradas que es la primera vez que lo veo —dijo Vladawen—. Conocéis cuál es mi misión. Si poseyera un talismán que pudiera ayudarme a llevarla a cabo, ¿por qué iba a ocultarlo a vosotros los nigromantes? Os lo hubiera mostrado para que me indicarais cómo podría ayudarme en mi tarea.
La marchita Animadora dudó por un momento.
—Teóricamente eso parece tener bastante sentido. ¿Mantenéis entonces que alguien escondió esta varita entre vuestros efectos personales? ¿Podéis decirnos con qué fin?
—Desconozco quién puede haberlo hecho —dijo el clérigo—. De modo que sólo puedo especular. ¿Puede que para envenenarme lentamente? Tengo algunos enemigos, gente que lamenta las consecuencias que la guerra ha tenido en Darakeene.
—Escuchad —interrumpió Lilly—. Voy a ser franca, pues es el único modo que conozco de actuar. Violamos vuestro toque de queda, y fue un error. Hallasteis algo horrible entre las pertenencias de Vladawen, y eso es un mal asunto. Pero lo importante de este problema no ha cambiado. El enigma que os vinimos a traer no ha perdido su interés, ¿no? Y la recompensa que Lord Gasslander os ofrece a cambio de vuestra ayuda sigue presentando un futuro de Hollowfaust más rico y seguro. El único modo sensato de actuar es seguir adelante.
Uthmar sonrió torciendo la boca.
—Sin duda, ese es un modo distinto de considerar todo este asunto. Pero personalmente...
—¡No! —gritó entonces Ópalo. No estaba segura de querer hacer lo que iba a hacer, pero se sentía eufórica. Cuando todas las caras se giraron hacia ella, empezó a hablar sin parar—. No permitáis que os amedrenten. No creáis a Vladawen cuando dice que esa varita no es suya.
Yaeol frunció el ceño.
—¿Qué sabéis que nosotros desconozcamos?
—Bueno —admitió la maga—. Nada con seguridad. Pero sí sé que guarda secretos respecto a muchas otras cosas. Os diré lo que ocultan tanto él como Lilly. Él mismo condujo hasta aquí a esos muertos vivientes desbocados. Es su odio hacia el clérigo lo que los hace manifestarse.
Entonces se dispuso a explicarlo todo con tanta claridad como era capaz. Su excitación le impedía narrarlo con coherencia, y en ciertos instantes temió estar embarullándolo todo, pero los maestros del consejo parecían comprender su exposición, y cavilaban acerca de su historia, que contaba entusiasmada observado el rostro de absoluta consternación de Vladawen.
El elfo la había tomado por una vaca torpe y estúpida al servicio de un granjero. Debía creer que, tras haberse postrado ante él y su dios, carecía de la sensatez y el valor para volverse en su contra, sin importar cuánto pudiera abusar de su confianza. Bueno, ahora le haría pensar de forma distinta.
Cuando Ópalo terminó su exposición, Yaeol dijo:
—¿Es cierto eso, Lord Vladawen? Por vuestro comportamiento puedo inferir que sí.
Ante lo que sucedió a continuación, Ópalo tuvo entonces que dar al elfo, aun a regañadientes, algo de crédito; Vladawen mantuvo la mirada de su homólogo clérigo sin titubear y empezó a hablar.
—Habéis acertado. Era reacio a decíroslo porque temía que pudiera provocar el suspenso de la investigación y nuestra expulsión de la ciudadela.
—Sospecho —dijo Asaru— que vuestros temores deberán confirmarse.
—Por favor —entonó Vladawen—. Debéis comprender que tanto mis amigos como yo hemos hecho todo lo posible por corregir el problema. Vosotros mismos me dijisteis que los espectros no se manifiestan de forma espontánea. De eso puedo inferir que un lanzador de conjuros con intenciones hostiles haya podido corromper a los espíritus al tiempo que los haya impulsado a atravesar el velo de la realidad. Vuestro descubrimiento de esa antigua varita da mayor peso a mi hipótesis.
—En otras palabras —continuó Lilly—: la verdadera razón para que nos escabulléramos en la noche era dar caza a ese bastardo. Creemos haberlo visto en una ocasión, pero logró zafarse de nosotros.
—Ni siquiera están seguros de lo que vieron aquella noche —interrumpió Ópalo—. El único nigromante renegado que conocen bien es al que dan cobijo en sus filas, el que habita en su cabeza —dijo señalando a Andelais.
—¿Qué quiere eso decir? —preguntó Malhadra.
No demasiado deseoso de hacerlo, el druida dio parte de su propia retahila de vidas pasadas, y de su esfuerzo por recordarlas.
—El nigromante está resultando problemático —concluyó—. Perverso y obstinado en vida, se resiste a ser gobernado incluso en su actual estado. Busca emerger bajo sus propios términos, no según los míos. Desde que llegué a Hollowfaust, sus esfuerzos enturbian mis pensamientos, no obstante, creo que con la ayuda de Vladawen poco a poco estoy logrando mantenerlo controlado. Ya no me preocupa en absoluto que pueda ser el responsable de la aparición de los fantasmas.
El Recolector de Muerte sonrió perversamente.
—¿Así que sólo se trata de una desafortunada coincidencia? Qué reconfortante entonces.
Iprindor aprovechó para colocarse a la vista de todos.
—¿Puedo tomar la palabra?
El rechoncho Asaru frunció el ceño.
—¿Es que no habéis dicho ya suficiente?
—Yo he pasado más tiempo junto al Matatitanes que cualquier otro miembro del consejo —dijo el maestro de cabello anaranjado con ademán de dirigir su comentario fundamentalmente hacia su mentor de cabeza de calavera, Baryoi—. Soy incapaz de percibir ningún mal en él. Ni tampoco intención alguna de dañarnos.
—Sea o no esa su intención —replicó impávidamente el liche—, el admite ahora tener su parte de culpa en la crisis que nos ocupa, y no puedo garantizar la seguridad en la ciudadela mientras él y su séquito permanezcan dentro de nuestras fronteras.
—¡Exacto! —dijo Asaru. El Anatomista tenía el aire de alguien que busca aprovechar la ocasión—. Propongo que renunciemos a este estrambótico e inútil proyecto que nos han enjaretado y, además, los desterremos a todos de inmediato. A todos menos a la señorita Ópalo, que ha demostrado su bondad. Ella podrá permanecer aquí si ése es su deseo.
—En ese caso, pido el voto para la propuesta —dijo Yaeol—. Una vez más, Asaru, ¿por qué acción os decantáis?
—A favor de su destierro —respondió el hombre entrado en carnes—. Si es nuestro deseo fortalecer nuestros vínculos con Darakeene, siempre podremos tratar con el propio Emperador, y no con un mero vasallo de uno de sus reyes.
—¿Cuál es vuestro voto, Baryoi?
—Destierro.
El referéndum continuó. Y ni Danar ni Uthmar parecieron alegrarse de su decisión. Sin embargo, finalmente, el voto fue unánime.
Llegado ese momento, los estigios se colocaron en formación para escoltar a Vladawen, Lilly y Andelais de vuelta a la posada para que preparasen su marcha. Ópalo observó la escena y trató de alegrarse, pero tras haber dado rienda suelta a su furia, ahora se sentía vacía. Aquella acción había sido acorde con la venganza que Nindom y el resto de los guerreros caídos de Wexland habían exigido, pero ahora que había negado al elfo, a Lilly y también a su fe, ¿qué le quedaba? ¿A qué se suponía que debía dedicar ahora el resto de su solitaria vida?