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Como es sabido, y a diferencia de los humanos, los elfos no necesitan dormir. Sin embargo, aún poseedores de una fortaleza sobrenatural, sí necesitan el descanso conferido por cierta clase de reposo semejante al trance. Sin él, Vladawen sentía que los ojos le escocían y picaban, y la cabeza la parecía llena de serrín. Cuando Iprindor, sentado frente a él, bostezó vigorosamente, no pudo evitar imitarlo.
Ambos eruditos se sonrieron mutuamente con arrepentimiento, rodeados por todos lados de los rollos de pergamino y los libros con olor a humedad que llenaban la mesa.
—Perdón —dijo el humano—. Sé que vuestro viaje desde Darakeene ha sido largo y pesado, y que la primera noche en la ciudad debisteis reuniros con el Consejo. No debería haber esperado que empezarais a trabajar hoy mismo.
—Me hubiera disgustado no hacerlo —contestó Vladawen con cierta honestidad, aún consciente de cuánto le costaba agudizar su mente para explicar a su interlocutor los pormenores esotéricos de su fe y recibir de él los principios nigromantes que éste buscaba impartirle—. Pero aun feliz como estoy ante el entusiasmo que mostráis, quizá vos si deberíais delegar en alguien para que me atendiera en la próxima jornada. Parecéis estar bastante cansado, y para poder llegar a buen fin supongo que deberé recabar información de muchos miembros del consejo, incluidos los propios grandes maestros, ¿no es así?
—Sin duda —dijo el nigromante de pelo rojizo—. Aunque os advierto que pienso involucrarme en la investigación tanto como pueda. No sólo la encuentro fascinante, sino que supone mi mayor esperanza para un glorioso ascenso.
—Bueno, sólo que no permitas que arruine tu salud casi antes de haber comenzado.
Iprindor suspiró.
—Son las demás investigaciones que llevo a cabo las propensas a eso. A lo largo del día hemos sabido de nuevos e inquietantes ataques que han tenido lugar durante la noche. No salieron a la luz de forma inmediata porque las víctimas estaban en lugares interiores. Más tarde, uno de los Alzados, constructos creados por los Animadores para ayudar en la defensa de la ciudadela, ha enloquecido en el Bajofaust. Ocurre de vez en cuando, pero no suele suceder sin el estímulo de combatir en una batalla. Baryoi y yo hemos estado investigando lo ocurrido.
¿Verdaderamente seré el centro de las sospechas del liche?, se preguntó interiormente el elfo.
—¿Y cuáles han sido los resultados? —dijo en voz alta.
—En realidad ninguno —contestó Iprindor—. Parece como si alguien hubiera levantado una pared entre los espíritus y nuestras adivinaciones. La verdad es que mi maestro no está demasiado contento con todo esto.
—¿Y cómo piensa actuar? —preguntó Vladawen.
—Si no somos capaces de hacer progresos por nosotros mismos —contestó el nigromante—, finalmente acabará dirigiéndose al resto de los nigromantes, a Numadaya y los demás. Pero sólo en último caso, ya que no lo hace muy feliz. Como todos ellos, es muy orgulloso. Claro que de forma justificada. —El joven nigromante se puso en pie—. Con vuestro permiso, señor mío, yo mismo, o alguien en mi lugar, seguiremos atendiéndoos mañana. Que tengáis una buena noche, y guardad cuidado.
El elfo se alzó también y caminó junto al larguirucho hombre hasta la puerta. Entonces trató de acomodarse en la silla de aspecto más mullido, y luego en la cama, pero los últimos comentarios de Iprindor no dejaban de resonar en su cabeza, inquietándolo.
¿Por qué tiene que ser mi misión tan complicada?, se preguntaba. Cada uno de los pasos que tenía que dar se le antojaba tan pesado e inexorable como cualquier maldición que Belsamez hubiera lanzado jamás sobre él.
Cuando sintió el primer atisbo de dolor de cabeza, fue consciente de que seguir inactivo sólo iba a servir para que el malestar acabara apoderándose aún más de su cuerpo. Abandonó la cama de un salto, agarró sus armas y se lanzó hacia el vestíbulo, donde por un momento dudó. Su primer impulso fue el de llamar a Lillatu, a Ópalo, o a ambas. Sin embargo, era posible que estuvieran descansando, reponiendo fuerzas para preparar la excursión ilícita que habían planeado para la noche. Tampoco quería arruinarles el descanso sólo porque él no pudiera reposar.
Confiando en que algo de ejercicio y aire fresco le hiciera bien, incluso a pesar del calor propio de la tarde en el desierto, se dirigió escaleras abajo. En la estancia común algunos hombres dormitaban, aunque ése no era el caso de Andelais. El semielfo se puso en pie, con clara intención de aproximársele.
—Que bien que os encuentre —dijo el druida—. ¿Puedo hablar con vos?
No, pensó Vladawen, y bien podría haber sido esa su respuesta, de no haber sido porque ambos ya habían luchado codo con codo.
—En otro momento, quizá. Me disponía a salir.
—Entonces marcharé con vos, si no os importa.
Parecía que no iba a tener escapatoria.
—Claro que no.
Ambos salieron al calor de la luz del sol. A Vladawen aquello no le incomodaba tanto como podría haberse supuesto. Antes de abandonar Wexland, se había provisto de prendas de paño frío, un tejido algo costoso importado irónicamente del propio Hollowfaust, y cuyas propiedades especiales servían para refrigerarlo. Andelais, por su parte, tampoco parecía estar sufriendo excesivamente los efectos de las altas temperaturas. A pesar del aspecto bárbaro que podrían conferirle su torso y sus brazos desnudos a ojos de los moradores de la ciudad, su estilo era tan práctico como cualquier otro para soportar el duro clima.
Juntos caminaron en silencio durante un rato, y Vladawen, a pesar de lo impaciente que estaba, dio tiempo a su familiar para que ordenara sus pensamientos. Finalmente, Andelais dijo:
—Sé que nuestros credos son diferentes, no obstante, confío en que el vuestro no entre en conflicto con nuestra Madre Denev.
—No lo hace —dijo Vladawen—. Pude encontrarme con ella una o dos veces durante la Guerra Divina. Ella y El Que Permanece congeniaban bien.
—¡Habláis de ello con tanta tranquilidad!
—Bueno, era una época diferente. Un mundo diferente, quizá. ¿Eso era todo lo que querías preguntarme?
—No exactamente. Mis superiores no se encuentran ahora aquí, pero vos sois un sumo sacerdote elfo, y muy sabio, de eso estoy seguro. Necesito consejo espiritual. ¿Podríais escucharme, y mantener en secreto lo que os voy a decir?
A pesar de todas sus taciturnas preocupaciones, Vladawen respondió rápidamente, lleno de curiosidad.
—Sí.
Andelais esperó hasta que ambos pasaron junto a un fabricante de velas, quien, sentado sobre un taburete en su propio porche, y mientras tarareaba una sombría melodía con voz grave, colgaba una cadena hecha de círculos de papel grisáceo con unas calaveras dibujadas y cuidadosamente recortadas por su interior. Entonces en semielfo dijo:
—¿Sabéis lo que es un encarnado?
—He oído antes ese término. Un druida que dice haber tenido muchas vidas, y que puede asumir las formas de dichas existencias a su antojo.
—Yo soy uno. Y más que eso, perdonadme por favor si esto puede sonar grandilocuente, es posible que sea uno bastante importante. Diversos oráculos me han dicho que es vital que recuerde cada una de mis encarnaciones, o quizá algún secreto escondido en una en especial, para que pueda obrar un servicio singular para la tierra en general. —Andelais aguardó durante un instante y entonces sonrió—. Parece que también os tomáis con bastante tranquilidad mi confesión.
Vladawen se encogió de hombros.
—Yo también, supuestamente, llevo sobre mis hombros el peso de un importante destino, y arrastro esa pesada carga en la dirección que algún poder superior ha establecido. De modo que no soy fácilmente impresionable, y supongo que tampoco especialmente escéptico. Podéis continuar.
—Vine hasta Hollowfaust porque sentí que eso iba a poder ayudarme a recordar una existencia que viví en las inmediaciones de este lugar. Conocía la siniestra reputación de la ciudadela, pero aun así no supuse que eso no fuera a implicar más complicaciones. Nunca antes había sucedido algo así. Sin embargo, como bien pudisteis ver, las cosas empezaron a torcerse para mí nada más cruzar la puerta.
—Aquel ataque de pánico.
—Desgraciadamente, eso no fue todo. La noche pasada me escabullí de la posada...
El clérigo levantó una ceja.
—¿Dejando la puerta sin cerrar para que Ópalo la encontrara así, y luego Baryoi lo comentara?
—Sí, pero esperad. Me escabullí porque mi intuición me decía que iba a ser más fácil que recordara durante la noche, y así fue. Cometí dos asesinatos.
Vladawen frunció el ceño.
—Queréis decir que recordasteis unos crímenes que debisteis cometer en una vida pasada.
—Rezo porque así sea.
—Tratad de hablar con más claridad.
—De acuerdo. Lo siento. Como bien sabréis, siete Peregrinos fundaron Hollowfaust. Eran poderosos nigromantes, aunque refugiados, y cada uno llegó aquí acompañado de su propio séquito.
—Eso tengo entendido.
—¿Y habéis oído también que, con el tiempo, dos de los siete empezaron a adoptar prácticas prohibidas y completamente malignas? Cuando los demás lo averiguaron, los enviaron a ellos, y a sus seguidores, al exilio. Sin embargo, las cosas se complicaron demasiado. Los magos "formales" no pudieron coger con vida a todos los delincuentes. Yo mismo me resistí, y fallecí a causa de mi acto de rebeldía.
—Así que has recordado que eras un malhechor. Puedo imaginar que eso debe ser inquietante, pero ¿nunca previste esa posibilidad?
—¡Nunca predije la posibilidad de que una de mis encarnaciones pasadas pudiera apoderarse de mi existencia actual a instancias mías! Los ancianos druidas nunca me alertaron de tal contingencia.
—Supongo —dijo pausadamente Vladawen— que si había un sitio en que podía ocurrir era en Hollowfaust, donde los muertos persisten tan tenazmente.
—¿Pero cómo se explica que haya "persistido" si él y yo somos una misma alma?
—No lo sé —admitió el elfo—. Mi fe nunca se preocupó demasiado en estudiar la trasmigración. Abrazamos otras posibilidades. Creo que lo mejor es que nos ciñamos a los aspectos prácticos. ¿Cómo sabes que este "duplicado" tuyo quiere arrebatarte la vida?
—Hay períodos de mi existencia que soy incapaz de recordar. Y temo que es en ellos cuando él reclama mi cuerpo para su propio uso. En otros momentos, puedo sentir sus emociones y cavilar sus pensamientos en lugar de los míos propios.
Vladawen recordó entonces la inesperada hostilidad con la que Andelais se había dirigido a Baryoi, y sintió un escalofrío que nada tenía que ver con las prendas de paño frío que vestía.
—¿Qué medidas has tomado para mantenerlo controlado?
—Descendí a mis interiores y le hice frente. Combatimos, y aunque no fui capaz de hacerle confesar su nombre, parece que sí obtuve la victoria en un forcejeo crucial por el control de mi ser. Sin embargo, después de eso, tengo una nueva laguna en mi memoria. ¡Pudo aprovechar esos momentos para hacer cualquier cosa!
—O puede que no. Sólo porque estés confundido, eso no significa que pueda salir y hacerse con el control de tu ser verdaderamente. Puede que sólo sea la confusión psíquica, que te aturde. Él no es más que un eco, ¿no? Tiene su futuro sellado.
Andelais resopló.
—Pero es un eco terriblemente alto.
—Pero que terminará apagándose si te limitas a abandonar la ciudad.
—¿Y si no lo hace? ¿O qué pasa si su vida es precisamente la que debo recordar? Os aseguro que no volveré a convocarlo con la misma fuerza que ya lo hice, pero creo que la forma más sabia y segura de actuar es tratar de dominarlo. ¿Podréis ayudarme?
—Quizá —dijo Vladawen reflexionando—. El Que Permanece es un dios del conocimiento. Sus clérigos disponen de sus propias técnicas para domar y comprender fuerzas indisciplinadas que acechan a la psique, y yo estaré encantado de compartirlas contigo. —Entonces se quedó dubitativo, como considerando las palabras que acababa de decir, pensando quizá que estaba siendo irresponsable. Finalmente continuó—. Y es posible también que vos podáis asistirme a mí también.