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Por alguna extraña razón, quizá relacionada con el hecho de la mayor abundancia de energías de muerte sin domar que había en el Barrio de los Fantasmas y en concreto en aquella zona, Nindom, a los ojos de Vladawen, parecía tener un aspecto más corpóreo que el resto de los espectros de sangre con los que se había encontrado hasta entonces. Parecía estar casi vivo, y apenas una leve translucidez revelaba su condición de espectro. A pesar de las sombras y de las juguetonas volutas de bruma que lo rodeaban, el elfo pudo vislumbrar el gesto despectivo y burlón del enano, la acostumbrada mueca despreocupada que había adoptado tantas veces en vida antes de que El Que Permanece lo reclamara para estar a su lado. Del mismo modo, distinguía también su inapropiada y andrajosa vestimenta, y la abundancia de armas que portaba, con los alfanjes gemelos entre ellas. Las espadas tenían un aspecto bastante sólido, casi como si Nindom hubiera rescatado las originales en lugar de haber creado unas copias a partir de su propia materia ectoplásmica.

El enano permanecía en pie al otro lado de la pequeña plaza. Ópalo dio una zancada hacia él, y Lillatu se adelantó para agarrarla por el antebrazo. Durante un instante, Vladawen temió que la maga se deshiciera de la asesina, pero de momento parecía que había logrado contenerla.

—¿Es que también quieres arrebatarme a mi antigua chica? —preguntó Nindom, dirigiéndose a Vladawen en lugar de a Lillatu—. No es demasiado considerado por tu parte, aunque no sea más que una especie de toro gruñón. —Aquella voz no se diferenciaba en absoluto de esa voz cómica suya que tantas veces había escuchado, y tampoco lo hacía su expresión. Junto a Ópalo, ambos habían discutido y se habían insultado en público como temiendo que el mundo descubriera el amor que se profesaban en privado.

En el callejón sombrío que había a la espalda del fantasma, y también sobre algunos de los balcones, otras sombras se agitaban vigilantes. Era complicado decir cuántas eran, tanto como lo era establecer si su número era constante o si estaban emergiendo más entre la penumbra. Muchas de ellas parecían ser espectros de sangre, como Nindom, mientras que otras debían ser otro tipo de criaturas.

—Amigo mío —empezó a decir Vladawen—. ¿Qué andas haciendo aquí? Nos encargamos de vengarte, aunque Sendrian pueda continuar con vida en cierto modo. Confiábamos en que estuvieras en paz.

Nindom se mofó.

—¿Paz aquí, sacerdote? Somos incapaces de dar con el paraíso que nos prometiste, o el abrazo amigo del nuevo dios a quien prometimos nuestras almas a instancia tuya.

Por favor, pensó Vladawen en vano, esto no. Podría soportar cualquier cosa excepto esto.

—Tienes que ser paciente —dijo en voz alta—. El Que Permanece no tardará mucho en dar contigo.

—Ya veo —dijo Nindom—. No dudamos en entregarnos a la muerte, pero claro, eso no es suficiente. ¿Es que aún debemos seguir teniendo fe y esperar incluso mientras nos pudrimos en nuestras tumbas?

—Así es —respondió Vladawen—. Si es que insistes en verlo de ese modo. Debes confiar en que el dios vendrá a buscarte cuando llegue el momento. Pudiste sentir su amorosa presencia cuando estabas con vida. Hasta que llegue ese momento, las cosas no deberían ir así. Tendrías que estar durmiendo pacientemente. Creo que algún poder hostil ha perturbado tu reposo. ¿Puedes decirme de qué se trata?

En realidad, una vez más, Vladawen ni siquiera estaba seguro de estar en lo cierto. Sencillamente rezaba por no ser el único responsable de que aquellos espectros vagaran de esa forma por la tierra.

Nindom farfulló.

—¿Cuál es el problema? ¿Es que tiene que ser culpa de otro, elfo? ¿Es que no puede ser sencillamente culpa tuya?

—Habéis atacado a gente inocente por toda la ciudad —dijo Vladawen—. Los gallardos camaradas junto a los que solía marchar no actuarían así por propia voluntad.

—Como recordarás —dijo el valiente guerrero—, esos tipos gallardos antes estaban vivos. Ahora ninguno lo estamos, y eso nos ofende. Además, estamos hambrientos, y en un modo que sólo otro muerto puede entender.

—¡Pero debéis resistir! —dijo Vladawen—. He venido hasta Hollowfaust para poner las cosas en su lugar, para abriros las puertas del cielo. Si continuáis matando y atormentando a la gente del lugar, se negarán a ayudarme, y entonces nunca podré lograrlo.

—¿Qué tratas de decirnos? —preguntó Nindom.

Obligándose a no bajar la cabeza, a enfrentarse lo mejor que podía a los ojos fríos y sombríos de sus antiguos camaradas, Vladawen comenzó a explicar.

Cuando hubo terminado, Nindom le lanzó una mirada lasciva.

—De modo que, para sanar a un puñado de elfos enfermos, enjaretaste a Wexland un dios muerto, y nos empujaste a una guerra contra el resto de Darakeene.

—Yo tampoco lo sabía —interrumpió Ópalo—. No hasta después de que Klum firmase la paz. Debes creerme.

Por un instante, la mueca burlona de Nindom cambió en una más delicada y triste.

—Lo sé, querida. Te lo prometo. Después de todo, lograron engañar a una astuta rata de taberna como yo. ¿Cómo no iban a hacerlo con una paleta como tú?

—Fui injusto con vosotros —dijo Vladawen dirigiéndose a los espectros que le observaban—. Oculté el hecho de que mi deidad estaba muerta porque era incapaz de pensar que pudierais haberla rezado de haberlo sabido. Es posible que por ello sea merecedor de vuestro odio. Sin embargo, os ruego que vuestro rencor no os aparte de vuestra única esperanza de redención. Sólo dadme una oportunidad, y me aseguraré de que todo acabe bien.

—Creo que a partir de ahora confiaremos nuestras esperanzas y oportunidades a nuestra propia voluntad —dijo Nindom—. Si esos conceptos pueden tener aún algún significado para unos espectros como nosotros. Ópalo, mantente al margen de todo esto y no te pasará nada. —Moviéndose velozmente, Nindom desenvainó sus alfanjes y se colocó en guardia con todo su antiguo brío.

Al mismo tiempo, Vladawen percibió movimiento a todo su alrededor, y levantó la vista. Oscuras figuran se arrojaban desde los balcones a sus flancos y también a su espalda. Andelais alzó su bastón, Lilly su espada. Ópalo se limitó a quedarse como estaba.

El clérigo se lanzó a encarar a Nindom, que parecía liderar al resto de los fantasmas.

—No quiero que esto acabe así —dijo Vladawen—. Preferiría morir antes que combatir contigo.

—Muere entonces —dijo Nindom arremetiendo contra el elfo.

Lo cierto era que Vladawen no iba a rendirse sin más en medio de aquella emboscada, no con sus camaradas en peligro, no con su dios aún perdido y con los elfos de Termana sin redimir. Invocó lo poco que quedaba de sus poderes divinos y trató de hacer retroceder al muerto viviente, pero su maltrecha magia resultó ser inadecuada ante aquel desafío.

Una vez más, como de costumbre, iba a tener que confiar en su habilidad como espadachín, en la fortaleza que le había otorgado su dios y en su estoque de plata. También desenvainó su puñal que, aunque era de acero común carente de magia, podría servir como amenaza para los enemigos espectrales que embestían contra él. Al menos podría utilizarlo para esquivar los espadazos de Nindom, dado que el fantasma había optado por hacerse con los verdaderos antes de formar otros equivalentes a partir de su propia esencia.

En cierta medida, el enano había disfrutado de un cierto entrenamiento formal como combatiente, pero por lo general había confiado casi por completo en su audacia y agilidad natural, junto con una suerte de tretas que había ido recopilando a lo largo de sus peleas en los bajos fondos. Su acostumbrado viejo estilo se hacía cada vez más evidente mientras lanzaba sus arremetidas, golpeando en alto con su hoja corta y pesada para girar al instante, embistiendo con la otra con un mandoble a la altura de las costillas.

Vladawen repelió el primer ataque con su puñal, colocando su hoja en un ángulo que hiciera resbalar la espada de su contrario, para que ésta rebotara en su guardia con forma de C y se alejara sin causarle daño alguno. Confiando en que la hoja divina no se rompiera a pesar de lo fuerte o directamente que pudiera golpear su contrario, bloqueó la segunda embestida con la guardia de su esbelto estoque, y entonces bajó su punta y la ensartó a través de uno de los muslos de Nindom.

A pesar de la sólida apariencia del espectro, el ataque no pareció surtir mucho más efecto que otros aciertos que Vladawen había tenido en anteriores ocasiones frente a espectros de sangre menos consistentes. Su estoque no encontró resistencia alguna, y el fantasma no vaciló un instante antes de sacudir su cintura y morderle en la mejilla.

Ante aquel frío toque, a Vladawen se le doblaron las rodillas y la cabeza empezó a darle vueltas. Logró liberarse de un salto y se tambaleó hacia atrás. Nindom, mientras tanto, se volvía a lanzar de inmediato tras él, avanzando con furia, como si su pierna nunca hubiera sido aguijoneada. Aquel, en verdad, parecía ser el caso.

Vladawen logró recuperar en cierta medida el equilibrio justo a tiempo para desviar los renovados ataques de la aparición. Su réplica, no obstante, fue demasiado lenta, y Nindom la evitó retirándose unos pasos.

Medio oculto entre la bruma, el rufián comenzó a describir círculos.

—No es tan sencillo enfrentarse en duelo a un muerto, ¿verdad?

De veras que no lo era. Vladawen había dejado de estar aturdido, pero podía sentir que aún estaba más débil de lo que querría. El mordisco de Nindom le había arrebatado una porción de su fortaleza física. Posiblemente, de no haber estado en posesión de una cantidad superior a la normal de ésta, ya estaría yaciendo indefenso en el suelo.

Aquello era tan probable, pensó, como que los demás espectros estuvieran en ese momento lanzándose sobre sus flancos para cogerlo desprevenido. Vladawen volvió frenéticamente su vista a un lado y otro, pero comprobó que parecía no estar ocurriendo así. Al parecer Nindom lo había reclamado para sí.

Eso sólo significaba que sus compañeros debían ocuparse del resto de los muertos vivientes. El elfo no podía volver la espalda a Nindom para comprobarlo, y sólo podía limitarse a escuchar un gran revuelo.

Andelais formulaba un encantamiento. Lillatu bufaba como acostumbraba a hacer cuando asestaba un golpe mortal a un enemigo particularmente odioso o formidable. La asesina gritó entonces en un tono no menos feroz.

—¡Lanza un conjuro maldita estúpida! ¡Acabarán con nosotros si no nos ayudas!

Apremiada, Ópalo recitó unas palabras de poder. Un instante más tarde, Vladawen sintió como una chispa candente le atravesó la espalda; un destello de luz amarillenta inundó la plaza. Su aliada había lanzado sobre él un conjuro de aliento flamígero.

Nindom volvió a embestir lanzando espadazos, y Vladawen trató de pensar en un modo de obligarle a desempuñar sus alfanjes. Aquellas armas, a diferencia del cuerpo de su contrario, eran objetos materiales y por ello debían ser más fáciles de atacar. En caso de poder desarmar al espectro de sangre, podría privarlo de una parte importante del alcance de su capacidad de ataque, aunque eso no resolvería todos sus problemas, no cuando el toque de Nindom era mortífero por sí solo.

Vladawen esquivó hacia un lado el mandoble de uno de los alfanjes, agarró el otro y lo retorció de los dedos del fantasma. Al instante, Nindom echó mano a una daga formada de la misma materia rezumante que constituía su propio cuerpo, y una andrajosa mancha de bruma recorrió su forma. Abriéndose paso entre la niebla, Vladawen trató de acertar con un nuevo ataque. Le seguía pareciendo tratar de ensartar el propio aire pero, en esa ocasión, su adversario lanzó un quejido.

—Ríndete —dijo el elfo.

—¿Por qué iba a hacerlo? —contestó Nindom—. Ya me enviaste en otra ocasión a la muerte, no parece que debiera importarme demasiado. Puede que una segunda ocasión me proporcione descanso, aunque te garantizo que no ocurrirá lo mismo en tu caso. ¿Cuántos miles de habitantes de Wexland han entregado sus vidas a tu servicio, profeta? Te apuesto a que todos ellos están ansiosos de tener una oportunidad de enseñarte lo agradecidos que están.

El fantasma renqueó por un momento, y entonces su progreso recuperó toda su velocidad. Describiendo círculos, esperando mantener alejado a Nindom del alfanje caído, Vladawen volvió la vista para comprobar dónde había ido a parar el arma, pero fue incapaz de divisarlo en medio de las acometidas de la espesa bruma.

De hecho, durante un instante o dos de desesperación, y a pesar de toda su concentración, el elfo llegó a perder la pista del propio rufián, hasta que pudo sentirlo surgir de entre las volutas de bruma, a su izquierda, irrumpiendo desde el más absoluto sigilo para lanzarse en una alocada carrera de ataque. Vladawen giró, retrocedió, y considerando demasiado peligroso tratar de lanzar alguna otra maniobra compleja que desarmara del todo a su enemigo, extendió su estoque para frenar la embestida y dispuso la daga en posición defensiva.

El alfanje de Nindom zumbó describiendo un letal arco, pero no logró alcanzar su objetivo. En cambio, la punta del arma de Vladawen sí logró acertar en el pecho del enano, de haber estado enfrentándose a un contrincante mundano, el propio impulso de su adversario hubiera bastado para acabar de ensartar el arma en su pecho. Durante un momento, Vladawen sintió como su estoque de plata le concedía una idea del peso que soportaba al ensartar a Nindom. Finalmente, la figura del rufián pareció quedarse congelada y volverse borrosa, como si estuviera a punto de fundirse con la bruma que la rodeaba.

La magia crepitó y chisporroteó, llenando el aire de un hedor acre. Ópalo entonó un cántico, y los muertos aullaron llenos de odio. Vladawen distinguía con el rabillo del ojo a un espectro de sangre que se asía a lo que, por un instante, le había parecido ser una esbelta muchacha ataviada apenas con un harapiento vestido de piel de animal. Ágil como un guerrero, la chica esquivó el ataque. Entre crujidos, lo que hasta ese momento había sido su larga cabellera se enroscó alrededor de su propia cabeza hasta constituir una serie de apéndices prensiles, que lanzó en dirección al insustancial cuerpo del espectro. En ese instante, sus ojos ardieron con una llama verde. Vladawen supuso que debía tratarse de alguna clase de espíritu de los bosques convocado por Andelais.

Entonces algo sollozó, aulló y deliró directamente al oído del elfo, o al menos eso le pareció a Vladawen. Aquel sonido repentino era más que alarmante. Parecía revolverse en su cabeza, nublándole la razón y envolviendo su determinación en el más ciego pánico. Luchando contra el terror y la desorientación, Vladawen dio trompicones de un lado a otro. Una sombra hecha jirones flotaba frente a él, sacudiendo unas amorfas manos. Puede que Nindom, haciendo creer a su adversario que estaba inmerso en algo parecido a un genuino duelo entre vivos, reservara aquella aparición para que luchara por él en caso de necesitarlo.

Aullando, Vladawen lanzó una estocada tras otra contra su oponente. La sombra se disolvió y cesó por fin su parloteo, pero para entonces el elfo estaba tan desorientado que apenas era capaz de recordar qué había transpirado momentos antes de aquel ataque. No obstante, había bastado para hacerle perder la cordura.

Nindom, herido, se había desvanecido hasta convertirse en algo tan brumoso y casi indescifrable como los demás espectros de sangre comunes. El enano dejó caer el alfanje que aún asía, pero volvió a atacar. En su embestida blandía la daga espectral, casi un rayo de luz blanquecina que empuñaba a la altura de la cintura. Al mismo tiempo, alzaba la mano para tratar de agarrar a Vladawen.

Esforzándose por zafarse del empuje de su contrincante, Vladawen no vio lugar para súplicas, una retirada en la distancia, o cualquier otra cosa que no fuera la más básica defensa adecuada a la situación. Retrocedió medio paso y entonces, aprovechando la ventaja que le concedía el mayor alcance de su arma plateada, lanzó una estocada hacia el pecho de la aparición.

Nindom se tambaleó, aparentemente atravesado con éxito. Entonces la voz de un vivo gimió, y Vladawen se volvió para ver a Ópalo observando la escena, junto a Lillatu. Si es que estaban libres de oponentes a los que enfrentarse, entonces la batalla había terminado.

Nindom giró con esfuerzo su cabeza para dirigir su mirada a la maga.

—Deberías haberte quedado al margen —murmuró—. Podría haber sido la solución que ambos andábamos buscando. —Finalmente, se desvaneció, y Ópalo comenzó a chillar.

Vladawen pensó que podía decirle que Nindom estaba por fin descansando realmente. Puede que incluso fuera cierto. Pero se sentía demasiado desdichado, demasiado deshonesto para tratar de ofrecer ningún tipo de consuelo a la maga.

Miles de ciudadanos de Wexland enviados a las sufrientes filas de los agitados muertos vivientes... ¿y todos dispuestos a ajustar cuentas con él? Todo aquello, por tierra y por mar; la idea era tan terrible como la devastación que, sin querer, había suscitado entre sus compañeros elfos al acabar con Chern.

De repente, Lillatu volvió la vista a un lado y otro.

—¿Dónde está Andelais? —gritó.