ROMERO DE TORRES (1912)
LA estética de los pintores españoles, como la de sus críticos, suele ser intuitiva. Más frecuente, sin embargo, es que carezcan de ella. Algunos críticos, faltos de las más elementales nociones, hablan del carácter, del verismo y del realismo como de cosas que pueden confundirse. Son tan ignorantes, que ni siquiera han oído decir que el carácter se obtiene exaltando la condición fundamental de las cosas, y que todo arte exaltado es idealista. La ignorancia de estos señores es disculpable, pero la de aquellos que les conceden tribuna es vergonzosa. Y en unos y en otros, intolerable tanta audacia.
Entre los artistas que concurren a esta Exposición, el único que aparece dueño de una estética es Julio Romero de Torres. Una estética sutil que busca en las cosas aquel gesto misterioso que las hace únicas y durables. Su pintura, como toda noble expresión artística, aspira a fijar esas alusiones que están más allá del sentido humano apto para encarnarse en las premisas de un silogismo y en el número y en la pauta de las ideas demostradas. El espíritu vulgar sólo puede conocer las verdades derivadas de las razones y emociones insignificantes, nunca lo inefable de las alusiones eternas. Pero el hombre que consigue romper alguna vez la cárcel de los sentidos, reviste todas las formas de un nuevo significado como de una túnica de luz.
Sabe que este momento efímero de nuestra vida contiene todo el pasado y todo el porvenir. Somos la eternidad, pero los sentidos nos dan una falsa ilusión de nosotros mismos y de las cosas del mundo. El artista, como el místico, ha de tener percepciones más allá del límite que marcan los ojos y los oídos, entrever en la ficción del momento el gesto en que todas las cosas se inmovilizan como en un éxtasis. Este poder de evocación y de visión, hace de Romero de Torres el más grande entre todos los pintores que acuden a la actual Exposición.
Acaso el don profético no sea la visión de lo venidero, sino una más perfecta visión que del momento fugaz de nuestra vida consigue el alma, sutilizando sus lazos con la materia. Este soplo de inspiración que hace entrever la eternidad del momento, y descifra el enigma de las cosas, fue el verbo de los profetas bíblicos y el numen de los artistas griegos. Porque el inspirado ha de sentir las comunicaciones del mundo invisible para comprender el gesto en que todas las cosas aspiran a ser eternas, y en el cual duerme el recuerdo de lo que fueron y la norma de lo que han de ser. Romero de Torres busca esta alusión misteriosa y sutil que nos estremece como un soplo y nos deja entrever, más allá del pensamiento humano, un oculto sentido de la vida. Con arte suprema compone, dibuja y pinta, y así reduce el número de las alusiones sin transcendencia a una sola alusión cargada de significados. Tal es el hermoso lienzo que se llama Consagración de la Copla, todo lleno de una emoción litúrgica, como una gran patena de oro claro.