MAS SOBRE LOS ASTILLEROS (1892)

ACTITUD del Sr.Martínez Rivas. Una carta. Su lenguaje. Ataques al Presidente del Consejo. Promesas del Gobierno y mala fe.

El Sr. Martínez Rivas —que por lo visto no se muerde la lengua, ni tiene pelos en la pluma para decir las cosas—, arremete otra vez con el presidente del Consejo, y lo hace en una larga carta —más de tres columnas—que publica en La Correspondencia.

En mi entender no le falta razón en cuanto dice, y es lástima grande que el tono poco mesurado que emplea, oscurezca un tanto la razón y derecho que le asisten en sus recriminaciones.

Sea cualquiera el motivo de queja, siempre debió haber tenido en cuenta que el Sr. Cánovas del Castillo es la primera figura de la restauración, caudillo de un gran partido político, jefe del Gobierno, y persona, en suma, que por todos y dondequiera debe ser considerada, y tratada con respeto, que a tanto obligan sus méritos personales y su historia política.

No son quejas, no son recriminaciones solamente las que el Sr. Martínez Rivas lanza contra el presidente del Consejo, son verdaderas acusaciones; y aunque siempre subsista su gravedad, pierden mucho valor porque se ve que la pasión que ciega guió la mano del ya célebre negociante bilbaíno.

El espacio de que dispongo en El Universal no me permite más que dar un ligero extracto de esta carta, que tanto dio que hablar en España, y con comentarios y fragmentos, de la cual vienen hoy llenos todos los periódicos que de allí recibo.

Como el Sr. Martínez Rivas hubiese sido invitado a venir a defenderse en el Congreso o acusar —si motivos había para ello—envía su carta, diciendo que en estas circunstancias no puede hacer un viaje a Madrid y que si hasta ahora no ha contestado en la prensa, fue porque su deseo era conocer los discursos en el extracto oficial del Senado.

De nuevo afirma —y si cabe con mayor tesón que en aquel telegrama de que ya di cuenta a los lectores de El Universal—que avisó en tiempo al Gobierno de la paralización de los trabajos, y que el Sr. Cánovas pudo evitar la suspensión de pagos.

Luego dice lo siguiente, que copio íntegro:

«Por entonces traté yo con el Sr. Chávarri, no por iniciativa de Vd., como ha afirmado, sino por la mía. Yo se lo presenté a Vd.»

«La persona que Vd. me recomendó, no fue el Sr. Chávarri, sino otra que al cabo tampoco vino a auxiliar la empresa.»

«Yo no tengo para qué discurrir acerca de la naturaleza de esos tratos, ni importa al país que los apellidemos oficiales o confidenciales. Usted solía llamarme para esas conferencias: alguna vez me hizo Vd. ir a ellas desde Bilbao; casi todas se verificaban en la Presidencia del Consejo, y yo, cuando iba a esa oficina o a su residencia de Vd., iba a buscar al jefe del gobierno y a tratar con él.

»Esta es la verdad; la verdad oficial y la verdad real; porque a mi juicio sólo hay una cosa que Vd. habría sostenido también en su discurso si no se hubiese Vd. visto obligado a defender las declaraciones inexactas y apasionadas del ministro de Marina.»

Quéjase luego, de que no se le haya cumplido una sola de las promesas que se le hicieron y dice que la mala fe con que se procedía en el ministerio de marina era evidente.

«Esta conducta —añade—me ha obligado a presentar en aquel departamento reiteradas protestas. Cinco entregué allí hace tiempo por medio de notario; todas revelan graves infracciones del contrato; todas denuncian daños considerables que se nos han causado. Ninguna ha sido contestada hasta ahora. Si la administración de Marina hubiese procedido de otra manera con nosotros, ya le habríamos entregado el "Infanta María Teresa". No lo hemos hecho por las dilaciones y entorpecimientos que se nos han creado en el ministerio. Todo esto se evidencia en las protestas incontestadas que tiene sobre la mesa de su despacho el general Beránger. Todo esto se evidenciará el día en que entablemos las oportunas reclamaciones de perjuicios. Todo esto es hace mucho tiempo notorio para cuantos siguen con interés y juzgan con imparcialidad de la marcha de estos asuntos.»

Y termina con estos dos párrafos, que bien puede asegurarse son los de más miga de esta tan cacareada carta:

«Su gobierno de usted ha dado un golpe terrible que quizás sea tan decisivo como funesto al propósito de crear la industria nacional de construcciones navales, propósito que por la forma en que se concibió y comenzó a ejecutar fue una de las mayores glorias del partido liberal. Usted ha hecho estéril aquel esfuerzo del partido liberal, como tantos otros... Hoy llega usted ya por ese camino hasta negar que la industria naval pueda vivir y crecer en nuestra patria. Incurre usted en contradicción. El Consejo Superior de la Marina ha dicho y demostrado lo contrario en un informe reciente, y el Consejo de ministros ha aprobado ese informe hace un mes. ¿No lo recuerda usted ya, Sr. Cánovas? Para discutir y para gobernar se necesita tener plan y memoria. No basta inventar cada día y para cada caso, para cada apuro y para cada conflicto una teoría distinta.

»Como no podrá haber en España ni industria naval, ni cosa alguna, más que la huella de desastres y ruinas, que dejará tras sí el imperio del desacierto y de la pasión, es, si Vd. cumple las promesas contenidas en su frase de que el gobierno está resuelto a todo. Eso quiere decir, o yo no entiendo su idioma de Vd., que el gobierno está decidido a prescindir de las leyes y a resolver esta cuestión por la violencia, entrando en nuestra propiedad y alterando en beneficio de sus designios las reglas que establecen las leyes de procedimiento y los principios que consagran las leyes civiles. Contra ese propósito, que la Sociedad Astilleros del Nervión está dispuesta a resistir, no tiene más escudo que la ley y el derecho. Pero la ley y el derecho, bastarán ahora, como han bastado siempre en los pueblos civilizados y en las sociedades bien organizadas, para impedir que se consume toda empresa funesta, como la que el gobierno actual persigue, de concluir en España con la industria nacional de construcciones navales.»

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