24
VIEJOS REYES
Y DIOSES ANCESTRALES
B
ruenor hizo un gesto de despedida a Drizzt y salió corriendo por la primera de una serie de puertas que había en el pequeño túnel. Athrogate le iba pisando los talones.
Drizzt no lo vio. Solo podía confiar en su amigo. La mirada que había echado a Jarlaxle, su conmoción al ver el fin del drow, le habían hecho perder unos preciosos segundos. Por fin, corrió para alcanzar a Dahlia, que ya estaba manejando con fiereza su bastón triple para contener la invasión de los ashmadai. Sacó su figurita de ónice en plena carrera e invocó a Guenhwyvar, pero cuando apareció, no mantuvo al felino a su lado, sino que le ordenó sembrar el caos en las filas enemigas.
De un salto partió Guenhwyvar mientras Drizzt se lanzaba al ataque por su lado. Temiendo por su amigo enano y sorprendentemente enfurecido por la pérdida de su otro… amigo, el drow cargó contra el guerrero ashmadai más próximo revoleando sus cimitarras. Cuatro veces golpeó el cetro del fanático antes de que el ashmadai, un feo semiorco, supiese siquiera que era lo que lo estaba golpeando. Vapuleando el cetro a izquierda y derecha, sin molestarse siquiera en desviarlo a un lado o a otro, Drizzt consiguió confundir al guerrero y hacerle perder el equilibrio. Volvió a golpearlo una quinta vez, apartando el cetro hacia la derecha, después le atizó un revés que lo desplazó hacia arriba. Al dejar al descubierto el torso del ashmadai, Centella, la cimitarra que llevaba en la izquierda, dio un tajo de través en el vientre del semiorco. Cuando este se inclinó hacia adelante, la misma espada lo golpeó en la sien y lo hizo caer tambaleándose hacia un lado.
Hizo su entrada Muerte de Hielo en una potente presentación horizontal mientras Drizzt se adelantaba para salir al encuentro del siguiente enemigo, pero antes de que pudiera arremeter por el claro con su espada de la mano izquierda, tuvo que efectuar con Centella un amplio bloqueo para parar una lanza.
Drizzt perdió la abertura que se había producido, pero la aprovechó Dahlia. Por debajo de la espada levantada del drow apareció su bastón, en ese caso un palo único, que apuntó al pecho del ashmadai. Cuando impactó, un estallido relampagueante lanzó al adversario por los aires hacia atrás. Se desplazó un buen trecho, pero jamás volvió a tocar el suelo. Una espada de hoja larga le atravesó el pecho en pleno vuelo.
El demonio de la legión sostuvo al ashmadai en alto solo con el brazo que sujetaba la espada y lo dejó allí suspendido unos instantes, abierto de brazos y de piernas, mientras la sangre vital manaba de la herida. Mostrando su macabro escudo humano, el demonio sonrió al drow y a la elfa, incluso se rio brevemente. Entonces, sacudió con fuerza su poderosa espada adelante y atrás, y el fanático muerto cayó a sus pies cortado en dos.
Drizzt adelantó a Centella horizontalmente, con el brazo izquierdo extendido y la mano derecha plegada al lado de su cara, y Muerte de Hielo por encima de la espada de la mano izquierda. Se puso en cuclillas, con el pie derecho rezagado y sosteniendo casi todo el peso del cuerpo.
A su lado, Dahlia volvió a dividir su bastón en tres partes, apuntó un extremo hacia el demonio y dejó que el palo que colgaba de ese extremo se balanceara rítmicamente.
Los tres compañeros infernales del demonio se colocaron a su lado.
—Deberías haber mantenido al felino a tu lado —susurró Dahlia. Drizzt negó con la cabeza.
—Tenemos que desplegarnos para proteger el túnel.
Pero ya era tarde. El demonio de las profundidades apareció en la entrada del túnel, introduciéndose por otra puerta dimensional. Con una risa burlona se lanzó en persecución de los enanos.
Drizzt se volvió para darle caza, pero los demonios menores también podían teletransportarse, y fue lo que hicieron dos de ellos: le bloquearon el camino, de modo que quedó rodeado por los cuatro. Al unísono, los demonios empezaron a golpear sus espadas de hoja negra contra los escudos de hierro.
Dahlia echó una mirada a Drizzt, y la sonrisa cómplice, traviesa y exuberante que le dedicó hizo que la desesperanza que había invadido al drow se disipara de inmediato.
—Sabes que son demonios, ¿verdad? —le preguntó el drow.
—Nosotros sabemos lo que son, pero ellos no tienen ni idea de quiénes somos nosotros —fue la respuesta de Dahlia.
Se puso en movimiento como una explosión, saltando sobre el demonio más próximo e imprimiendo a su bastón frontal una velocidad de giro vertiginosa. El demonio interpuso su escudo para bloquearlo, pero aquello fue una simple distracción. Dahlia avanzó usando la pieza central de su bastón triple a modo de lanza y alcanzó al demonio en la mejilla cuando este trataba frenéticamente de retroceder.
En un abrir y cerrar de ojos, la elfa presentó una versión más convencional del bastón. Hizo girar ambos extremos, y efectuó movimientos expertos con las manos, hacia arriba y hacia abajo, para bloquear la segunda arremetida del demonio. La criatura se adelantó lo suficiente como para permitir que el bastón giratorio le golpeara dolorosamente en el antebrazo.
Cuando Dahlia avanzó, Drizzt, con una voltereta, se colocó detrás de ella, espalda contra espalda. Accionando sus cimitarras con tal velocidad que formaban una mancha borrosa, las movía de lado a lado desviando la espada del demonio de la legión que se había lanzado en rápida persecución. Varias veces impactó contra la espada y, a continuación, inició su propio ataque desde arriba, obligando al demonio a levantar el escudo para bloquear una vez más. Antes de que la criatura pudiera replegar la espada para contrarrestar su arremetida con una estacada, Drizzt se metió debajo del brazo alzado como si se propusiera ponerse fuera del alcance del adversario.
El demonio se volvió, y Drizzt hizo lo propio, tomando la dirección contraria y dentro del alcance de su atacante. Centella se disparó hacia arriba, empujando el brazo con el que el demonio sostenía la espada, y mientras Drizzt daba un paso atrás bajo ese brazo levantado para reunirse con Dahlia, un revés de Muerte de Hielo se clavó a fondo en la carne de aquel engendro infernal. El hierro de escarcha bebió la sangre caliente del demonio, que lanzó un aullido de agonía.
Drizzt se hizo velozmente a un lado cuando otro demonio de la legión acudió raudo y veloz, y tan decidida estaba la criatura que no comprendió el cambio efectuado por los dos elfos. Drizzt se interpuso para parar con sus espadas, en constante movimiento, la arremetida de los dos que atacaban a Dahlia, y Dahlia, tranquila, les volvió la espalda, confiando totalmente en Drizzt y centrándose en el tercero. Su mayal realizaba movimientos de vértigo, abarcando todas las posiciones a la redonda, en todos los ángulos posibles. El demonio trató de contrarrestarlo con un tajo oblicuo y excesivamente largo, pero Dahlia se puso fuera de su alcance sin la menor dificultad para atacar inmediatamente después. El mayal de su mano derecha giró en redondo para contrarrestar sólidamente el escudo de bloqueo, y Dahlia lanzó una poderosa descarga de energía que dejó conmocionado al demonio de la legión. Como consecuencia de eso, el engendro infernal fue incapaz de realinear a tiempo el escudo y tampoco pudo retraer la espada para mantenerla a raya. Eso dio a Dahlia, capaz de manejar las dos manos, la ocasión de un golpe certero con su mayal izquierdo.
La vara metálica golpeó fuertemente contra el cráneo del demonio, de modo que se tambaleó hacia atrás, perdió el equilibrio y quedó desorientado. No era aquella una defensa adecuada para alguien tan inclemente como Dahlia.
Poco después, los elfos llevaban las de ganar, pero eso no hizo que Drizzt se considerase victorioso. Tenían ashmadai por todos lados, y el demonio de las profundidades iba tras el rastro de Bruenor.
Sólo la suerte quiso que Drizzt reparara en Valindra, que con los ojos muy abiertos y una ancha sonrisa estiraba el brazo hacia él y le lanzaba… ¿un guisante flamígero?
Sudando a mares y con los ojos irritados por el calor, Bruenor y Athrogate atravesaron la última puerta y llegaron a la cornisa que rodeaba la sima del primordial. Athrogate se volvió rápidamente para cerrar la puerta a sus espaldas, tal como había hecho con todas las anteriores. Después de todo, sólo un enano Delzoun que recitase el poema adecuado podría atravesarla.
O eso creía él.
Todavía no había terminado de cerrar la última puerta de mithril cuando vio que la puerta anterior se doblaba y caía hacia el pasadizo destrozada por la maza del demonio de las profundidades. Beealtimatuche se lo quedó mirando y riendo.
Athrogate cerró la puerta de un portazo.
—¡Al otro lado, por el puente! —le gritó a Bruenor, tratando de meterle prisa.
Sin embargo, Bruenor oyó la conmoción en el túnel que habían dejado atrás y se dio la vuelta tras detenerse.
La puerta de mithril fue arrancada de sus goznes y salió volando de lado y dando vueltas en el aire por encima de la cornisa de la profunda sima de fuego.
Beealtimatuche apareció sobre la cornisa.
—¡Fuera! ¡Lárgate! —le gritó Athrogate a Bruenor, empujándolo hacia el pequeño puente que salvaba la sima, y luego volvió atrás blandiendo sus manguales para presentar batalla al demonio.
Bruenor dio unos cuantos pasos vacilantes, pero se paro en seco y se volvió. Se le nubló la vista y sintió que se le hinchaban los músculos mientras que recuerdos de largo tiempo atrás llenaban su cabeza. Oyó en su interior voces de reyes muertos hacía mucho tiempo. Sintió dentro la fuerza de los dioses enanos.
Como en un sueño, Bruenor veía la escena que se desarrollaba ante sus ojos, a Athrogate golpeando con feroz audacia, descargando sus manguales contra el antebrazo del demonio de las profundidades. Este hizo una mueca de dolor, pero eso fue todo, ni siquiera vaciló cuando la segunda arma de Athrogate chocó contra su maza.
El demonio enganchó el mangual y tiró para arrancárselo de la mano al enano y dejarlo caer con estrépito en el suelo, cerca de la puerta.
Impávido, Athrogate siguió atacando, y sujetando el otro mangual en alto, con las dos manos, le imprimió un potente movimiento giratorio.
Entonces, Athrogate, con la experiencia de siglos de batallas, poseído por la fuerza de un gigante, con toda la dureza de los enanos más fuertes, simplemente fue arrojado a un lado como si se tratara de un niño, y salió despedido por el suelo, justo hasta el borde de la sima, y a punto estuvo de caer al vacío. Sin embargo, se recuperó; consiguió asirse con la mano libre del borde de la cornisa para mantenerse en su sitio.
—¡Corre, necio! —le gritó a Bruenor—. ¡Dirígete a la palanca, o todo estará perdido!
En un último acto de empecinado desafío, gruñendo, se alzó por encima de la cornisa a fin de conseguir el impulso necesario para lanzarle al demonio de las profundidades el arma que le quedaba, lo cual impresionó a Bruenor.
El mangual dio en el blanco, Beealtimatuche ni siquiera se enteró, y el movimiento hizo que Athrogate perdiera el equilibrio.
Una vez más le gritó a Bruenor que corriera, pero su voz se iba oyendo más lejana a medida que caía.
Bruenor, sin embargo, no lo oía, y no se fue a ninguna parte. No era sólo Bruenor quien habitaba en ese momento el cuerpo del rey enano. Dentro de su envoltura mortal acechaban los reyes de la antigüedad, la sangre de los Delzoun. En su interior asomaban los dioses antiguos de los enanos —Moradin, Clangeddin, Dumathoin— exigiéndole que defendiera su lugar más sagrado.
Bruenor no corría. No tenía miedo.
Se sintió poseído de la fuerza de un titán gracias a la poción que su escudo encantado le había dado, a la fuerza que le había infundido el trono de los reyes, a la gloria de la propia Gauntlgrym. Nadie que lo mirase hubiera pensado que era un enano, tan agrandado estaba por ese poder. Y ni siquiera esa forma agigantada podía contener el poder interior, los músculos abultados y firmes.
Golpeó el escudo con el hacha y se dispuso a dar batalla.
El drow giró en redondo y se lanzo encima de Dahlia. Ambos cayeron al suelo un segundo antes de que la poderosa bola de fuego de Valindra explotara en el aire, justo encima de ellos. Ni siquiera ese prodigio de la acrobacia los habría salvado de ser consumidos de no haber sostenido Drizzt a Muerte de Hielo con la mano derecha. La hoja se inflamó con un borrascoso destello azul, y su magia los protegió hasta tal punto de las llamas que el malestar que experimentaron Drizzt y Dahlia fue mínimo.
Drizzt se apartó de ella temiendo que los tres demonios de la legión le cayeran encima mientras yacían en el suelo. Sin embargo, los tres demonios no avanzaron. Era evidente que también a ellos los había cogido por sorpresa la bola de fuego. Si bien las llamas no hacían daño a los engendros infernales, la sorpresa de la explosión dio a Drizzt y a Dahlia el tiempo que necesitaban para recuperar la postura combativa.
Drizzt se dispuso a reanudar la faena con los demonios que había apartado de Dahlia, y describió con las cimitarras círculos defensivos en un intento de separarlos. Encontró una ventaja en el hecho de que aquel al que Dahlia había golpeado antes parecía casi ciego de un ojo. Mientras maniobraba para abrir una brecha entre ambos demonios, manejaba independientemente ambas cimitarras: con la mano derecha bloqueaba la espada de uno, y con la izquierda atacaba al demonio herido.
Buscando en todo momento una abertura, sin perder la paciencia, aunque sabía que los ashmadai otra vez se les echaban encima, oyó un restallido a sus espaldas y supo que Dahlia había acabado con el tercero.
El drow avanzó el pie izquierdo, descargando un duro golpe en el escudo del demonio. A continuación, dio una audaz voltereta que lo desplazó velozmente hacia la izquierda. Tal como había esperado, el demonio no pudo ver el movimiento con suficiente claridad como para retraerse, y el drow apareció de pronto accionando ambas espadas con rapidez y fuerza suficientes contra la espada con la que el engendro trataba frenéticamente de protegerse.
Drizzt podría haber parado esos bloqueos de haber sido ese su plan, pero en lugar de eso giró en sentido inverso. Terminó el movimiento con dos cortes transversales contra el demonio, uno de los cuales consiguió superar el escudo lo suficiente como para infligirle una buena herida en el brazo.
Y en ese momento, se retiró, por completo y sin dudarlo un instante, para concentrar su atención en el demonio que quedaba y que, previsiblemente, ya se lanzaba contra él con todas sus fuerzas.
El que había herido también lo intentó.
Lo intentó, pero la forma voladora de Dahlia le dio una doble patada en la cara que lo hizo caer hacia atrás.
—¡La lich! —gritó Dahlia mientras aterrizaba ágilmente—. Este es nuestro fin.
Drizzt sólo emitió un gruñido mientras seguía combatiendo, decidido a matar por lo menos al demonio antes de que le llegara el golpe final e ineludible.
Sin embargo, en ese momento, otro grito atravesó la cargada atmosfera de la sagrada forja de Gauntlgrym, un grito lleno de pasión y determinación, un grito que Drizzt Do’Urden había oído muchas veces en su vida y que, a pesar de su sorpresa, jamás había resultado tan dulce a sus oídos.
—¡Por mi rey!
Y los vio entrar en la estancia, docenas de enanos: Battlehammer del Valle del Viento Helado, el Escudo de Mirabar y docenas de espectros de Gauntlgrym.
Como enormes árboles chocando en su caída, como dos montañas cayendo para rellenar un valle, el rey enano y el demonio de las profundidades se arrojaron uno contra el otro. Cada uno de ellos esgrimía un arma —un hacha el uno, una maza el otro—, pero ambas parecían secundarias ante la fuerza de sus cuerpos en colisión. Forcejearon y se retorcieron. Beealtimatuche alzó la cola por encima del hombro para golpear con ella la mejilla del enano, pero si eso hizo mella en Bruenor, este no dio muestras de ello.
En lugar de eso, el enano retorció al demonio con todas sus fuerzas hacia la derecha y siguió empujando aun más duro hacia adelante y hacia abajo. Beealtimatuche y el consiguieron soltarse y saltar hacia atrás al mismo tiempo. Bruenor metió el hombro izquierdo y empujó con su escudo en una carga repentina y brutal. Chocó con el demonio que se volvía y lo lanzó hacia atrás con tal violencia que a punto estuvo de caer de la cornisa.
A punto estuvo, pero el demonio extendió sus alas coriáceas y volvió a atacar, entre volando y saltando, descendiendo sobre Bruenor con un tremendo golpe de su feroz maza.
A pesar de tener el escudo en posición de bloqueo, Bruenor debería haber sido aplastado por el golpe. Se le tendría que haber destrozado el brazo bajo la simple fuerza del poderoso demonio.
Pero no fue así, y la arremetida de su hacha obligó a Beealtimatuche a retorcerse frenéticamente para no acabar destripado.
De nuevo atacó el enano, parando otro golpe contundente con su indomable escudo y lanzando un tajo tras otro mientras avanzaba de forma implacable.
Beealtimatuche volvió a golpear, pero el escudo no cedía, de modo que el demonio tuvo que retroceder otra vez y, cogiendo su arma con ambas manos, hacer frente con la poderosa maza al hacha que se le venía encima. De las armas poderosamente encantadas saltaban chispas y llamaradas, y Bruenor deslizó su escudo hacia la espalda y agarró el hacha con ambas manos para continuar su ataque. Los dos combatientes intercambiaban golpes, arma contra arma, tratando de que el otro fuera el primero en perder la suya. Como una campana inexorable, la mellada hacha y la feroz maza resonaban; la obra del demonio contra la obra de un dios.
Tratando de ahuyentar a la bestia de los sagrados salones con rugidos y gritos, Bruenor volvió a golpear con todas sus fuerzas… y erró.
Y perdió el equilibrio cuando el demonio aguantó el golpe. Puso el pie derecho hacia adelante y hacia la izquierda, donde lo plantó con fuerza, y se echó hacia atrás en sentido contrario, dando un giro invertido. Una vez más proyectó el escudo hacia arriba, desplazándolo desde el hombro hacia el brazo. Cuando paró el pesado golpe de la maza —un golpe capaz de entumecerle la extremidad—, el enano mantuvo el giro; extendió el brazo derecho hacia afuera y sostuvo el hacha todo lo alejada del cuerpo que pudo para dar un golpe de través al cerrar la vuelta.
Sintió el contacto con la carne del demonio y abrió una profunda herida en la cadera de Beealtimatuche, que dio un aullido… y desapareció.
Simplemente, se desvaneció.
Bruenor se lanzó hacia adelante, retorciéndose para protegerse la espalda con el escudo, y no le sobró nada de tiempo. Beealtimatuche apareció detrás de él en un abrir y cerrar de ojos. El enano consiguió parar parcialmente el golpe de la maza, que alcanzó el escudo de refilón y lo hizo caer de bruces sobre la piedra.
Sin embargo, se puso de pie de un salto y giró como un torbellino para responder a su contrincante con otro poderoso golpe.
Iba dejando un rastro de sangre, pero también la pierna de Beealtimatuche sangraba profusamente.
Valindra Shadowmantle veía cerca el momento de su libertad. Cuando hubiera acabado con Drizzt y con la incordiante Dahlia, poniendo fin a la amenaza para Sylora, tendría un lugar asegurado entre los servidores de Szass Tam.
El drow y Dahlia seguían batallando furiosamente junto a la forja principal, no del todo en el túnel lateral, pero no podrían evitar su magia eternamente, y Valindra era una lich. Tenía toda la eternidad para matarlos si era necesario.
Le brillaban los ojos de satisfacción. Oyó la conmoción cuando los enanos recién llegados y sus espectrales parientes salieron al encuentro de las legiones ashmadai, pero no le importó. Todo lo que quería era sacarse de encima a una elfa y a un último drow.
Cuando seiscientos kilos de pantera furiosa chocaron contra ella, golpeándole la espalda, la energía del conjuro que estaba formulando se desvaneció. Guenhwyvar saltó hacia un lado y aterrizó dando un giro, de modo que las garras rechinaron sobre el suelo de piedra. Valindra, herida apenas, empezó a formular otra vez, y cuando Guenhwyvar por fin consiguió volverse para atacarla cayeron contra ella ondas de antimagia. Sus zancadas se volvieron más lentas, como si estuviera corriendo en el agua. Entonces, a pesar de sí misma y de su lealtad a Drizzt, se sintió compelida a volver a su hogar astral. No fue capaz de desoír la persuasión del lich, la poderosa disipación de la magia que la mantenía al lado de Drizzt. Se convirtió, pues, en una niebla grisácea, y con un gemido plañidero para alertar a Drizzt de su fracaso, la pantera se desvaneció.
Valindra volvió a la tarea que tenía entre manos, pero fue demasiado tarde, porque en ese momento surgió detrás de ella una distracción que no podía pasar por alto, otra fuerza que se incorporaba a la refriega. Los salamandras entraron por el mismo túnel que había traído a Valindra, Beealtimatuche y sus secuaces a la forja. Muchos corrían, otros cabalgaban a lomos de grandes lagartos rojos, y todos rodearon rápidamente a Valindra.
La lich se volvió siseando y soltó el conjuro que tenía preparado para los elfos. ¡Cómo se retraían, contraían y morían las criaturas del dios de fuego, los hijos del fuego, ante las oleadas de hielo letal del cono de frío de Valindra!
La lich siseó, gritó furiosa contra los que le habían robado su momento de gloria. De sus dedos brotaban relámpagos que descargaba contra los que intentaban entrar en la sala y los hacía rebotar con fuerza aniquiladora de vuelta hacia el túnel.
Otro siseo y un movimiento ondulante con los brazos, y una gran tormenta de hielo se formó sobre el acceso al corredor, de manera que cayera hielo sobre cualquiera que se atreviera a atravesarlo.
Valindra se volvió para lanzar un nuevo ataque mortal a los odiados elfos. En sus ojos rojos relumbró un fuego interior cuando inicio el conjuro, pero de pronto se encontró gritando incoherencias, cogida en una columna de luz de origen desconocido… Era una luz brillante, abrasadora.
La lich se debatía y trataba de desembarazarse para lanzar su conjura, pero sin que obtuviera el menor resultado. De su carne pútrida salía humo, y gran parte de ella se retrajo bajo el brillante resplandor.
La cámara empezó a sacudirse y a ondularse. Las fraguas volvieron a vomitar furiosas llamaradas cuando el primordial reaccionó al asalto lanzado contra sus servidores, y la habitación toda tembló con tanta fuerza que la mayoría perdió pie.
Valindra, no. Ella flotaba por encima del tumulto.
La luz, sin embargo, no cejaba; la irritaba, la quemaba, la enceguecía. Consiguió dar una media vuelta y por fin pudo ver a su atacante. A pesar de la luz cegadora, abrió los ojos como platos.
Y él se llevó la mano al ala del sombrero, la apuntó con su varita, y un segundo haz de luz envolvió a Valindra, que empezó a humear mientras su carne se chamuscaba.
Con un alarido que pareció dejar en suspenso el caos imperante en el lugar, Valindra empezó a agitar los brazos, desesperada, y de puro terror consiguió escupir un conjuro que la convirtió en un espectro. Su aullido siguió resonando en toda la cámara, pero la lich se escabulló por una grieta del suelo y desapareció; se coló por las hendiduras de las piedras y abandonó la escena para no volver jamás.
Después de todo, Valindra era una lich. Tenía toda la eternidad para matarlos si era necesario. Drizzt, Dahlia… y Jarlaxle podían esperar.
Procuró que el caos repentino que se había desatado en el lugar no lo distrajese. En ese momento, libraban allí una batalla campal tres fuerzas diferentes, movida cada una de ellas por su odio hacia las otras dos. Trató de olvidarse incluso de la propia estancia, que habiéndose convertido en un ejército por sí misma, hacía que se ondulase el suelo y se sacudieran los muros, lo cual provocaba peligrosos desprendimientos de rocas del techo y hacía que las fraguas escupieran llamaradas capaces de fundir la carne y de convertir los huesos en ceniza, por si con lo anterior no fuera ya suficiente.
Drizzt tenía que poner todo aquello en segundo plano para enfrentarse a un enemigo tan formidable como un demonio de la legión.
Lo que sucedía a su alrededor no le interesaba. Y la estancia debía usarla en su favor. Con su rapidez y agilidad proverbiales, Drizzt aceptaba las ondulaciones del suelo en lugar de tratar de evitarlas. Cuando el piso se inclinaba hacia la izquierda, hacia allí iba él. Se dejaba llevar, moviendo los pies adelante y atrás o de lado, lo que fuera necesario para mantener un equilibrio perfecto y para conseguir mayor velocidad. Y si el combate requería que fuera en contra de la inclinación del suelo, usaba la ondulación de la piedra a fin de conseguir el impulso necesario para lanzarse en sentido contrario, dando un salto o una voltereta.
Su demoníaco oponente, acostumbrado a la lucha sin cuartel, se las arreglaba muy bien para mantener el equilibrio en media de las sacudidas y los temblores, pero cuando Drizzt cogió el ritmo de los violentos movimientos giratorios del primordial, el demonio de la legión fue incapaz de igualarlo.
El drow no sólo empezó a reaccionar perfectamente a los movimientos, sino también a anticiparse a ellos. Seguro de poder corregirse con rapidez suficiente si su suposición resultaba errónea, Drizzt alzaba las cimitarras por delante de su cara, girando alternativamente las muñecas para crear un círculo de cuchilladas en ángulo descendente. Cuando el demonio alzó su escudo para bloquearlo, el drow se limitó a ladear un poco más el ángulo, manteniendo en vilo a la criatura y obligándola a usar tanto el escudo como la espada como armas defensivas.
Drizzt se volvió más hacia la izquierda, haciendo que el demonio se doblase, y cuando el suelo se onduló bajo sus pies, de izquierda a derecha, Drizzt aprovecho el impulso para retroceder raudo hacia la derecha, usando a continuación la cresta del ala de piedra para lanzarse. Dio una voltereta hacia atrás que lo llevó hacia la izquierda, y mientras el demonio esperaba la ondulación inversa, él se volvió rápidamente hacia el otro lado.
Drizzt pasó por encima del amplio área de la espada y, aterrizando en perfecto equilibrio sobre el movedizo terreno, se encontró el costado del demonio totalmente expuesto, ya que tenía el escudo y la espada del otro lado. Una sola vez le clavó la espada, no era necesario más, ya que fue Muerte de Hielo la que se hundió en la criatura de fuego.
Drizzt mantuvo la postura unos instantes, con el demonio inmovilizado por el dolor en el extremo de su espada mientras la sangre salía a borbotones de la herida. El drow imprimió algunos movimientos de torsión al arma para desgarrar los órganos de la criatura y luego arrancó la hoja.
El demonio de la legión cayó al suelo y se transformó en humo negro en medio de una bruma de sangre.
Drizzt se volvió para ayudar a Dahlia, pero se paró en seco al ver, admirado, como giraba y atacaba la elfa. Avanzaba con una serie de vueltas, cada una de las cuales terminaba en un vertiginoso golpe de un mayal; a veces lanzando relámpagos, y otras sólo golpeando con fuerza aplastante. El demonio de la legión no podía igualarla en rapidez y precisión.
Ella le atizaba una y otra vez, y cuando desplegó su carga girando como un torbellino, ese demonio también se desplomó.
Miró a Drizzt, y los dos intercambiaron sonrisas y gestos de aprobación.
—¿Y mi rey?
Cuando Drizzt oyó decir eso a su espalda, se dio la vuelta meneando la cabeza con incredulidad. Miró hacia el pequeño túnel antes de volverse hacia el enano, y cuando vio a su viejo amigo, ese enano ya había captado la señal y había salido corriendo a todo lo que le daban sus pies.
Drizzt y Dahlia se disponían a seguirlo, pero no habían dado dos pasos cuando vieron una hueste de Ashmadai que se les venía encima.
Más a los que matar.
El escudo amortiguó la maza, robándole parte de su fuerza, pero a pesar de todo golpeó con potencia suficiente como para arrancarle a Bruenor el casco de un solo cuerno y producirle una herida en el cuero cabelludo. Sin embargo, el enano fue el que salió mejor parado de aquel trance, ya que su poderosa hacha le abrió al demonio de las profundidades una fea herida a la altura de las costillas.
Otra vez más chocaron como dos titanes, empujando con la cabeza, mordiendo y forcejando.
Claro estaba que el demonio tenía más armas. Su cola, como si actuase por iniciativa propia, golpeaba a uno y otro lado, descargando sin parar golpes sobre la espalda de la armadura de Bruenor, buscando una abertura. También sus brazos huesudos, con crestas dentadas, producían dolorosos desgarros en los brazos del enano. Y esa boca, tan grande, tan llena de largos dientes…
Bruenor vio el interior de aquella boca abierta y los ojos feroces mientras sentía la mordedura del demonio. Sin embargo, en lugar de esquivarlo, el enano respondió con su propio ataque: sus poderosas piernas lo impulsaron hacia arriba y su frente salió al encuentro de las dentadas mandíbulas.
Sintió que la sangre, su propia sangre, le corría por el rostro, pero también era consciente de que le había dado un golpe contundente en la cara a su enemigo.
Rodeando con sus brazos al demonio, el enano se pasó el hacha a la mano con que sujetaba el escudo. Entonces, se llevó la mano libre al pecho y empujó hacia arriba, por encima del pecho del demonio y debajo de la barbilla de la atontada criatura. Bruenor lo golpeó con todas sus fuerzas, y a las suyas se unieron las de los antiguos reyes y dioses ancestrales.
Así consiguió lanzar lejos a Beealtimatuche. Medio ciego por su propia sangre, que le caía sobre los ojos, Bruenor apenas podía distinguir al tambaleante demonio, ni tampoco a la forma más pequeña que apareció de repente al lado de la bestia y empezó a saltar sobre ella con desenfreno. Lo que si oyó fue una voz reconfortante, una declaración de amistad que conocía desde hacía décadas:
—¡Mi rey!
Bruenor dio un paso atrás, vacilante, y sacudió la cabeza para apartarse la sangre de los ojos. ¡Era Thibbledorf Pwent!
Por supuesto que era Pwent.
En ese momento, Bruenor no se paró a pensar en lo extraño que era que el guerrero apareciera tan de repente. En realidad, casi se sentía más inclinado a preguntar cómo era posible que no estuviera allí cuando él más lo necesitaba, cuando la propia Gauntlgrym lo necesitaba tanto.
A Bruenor le pareció totalmente lógico ver al desaforado Pwent desgarrando la carne del demonio y clavándole el pincho de la cabeza, los de los puños, los de las rodillas, atravesándolo, aporreándolo y dándole puntapiés, abriéndole surcos en la piel con los bordes cortantes de su armadura.
Bruenor recogió su hacha y, por un momento, pareció que ni siquiera iba a tener que intervenir para acabar la faena.
Sin embargo, Beealtimatuche era un demonio de las profundidades, un duque de los Nueve Infiernos, una criatura de extraordinario poder.
Pwent se sacudió cuando una púa envenenada de la cola del demonio se le clavó en la nuca. Dejó de forcejear, y Beealtimatuche lo hizo a un lado. El demonio bufaba y rugía al arrancar el largo pincho del casco de Pwent de su torso mientras el enano lo miraba, haciendo un esfuerzo denodado por mantener el equilibrio.
Un revés del demonio hizo que el guerrero saliera volando y fuera a estrellarse contra la pared que había junto a la puerta destrozada.
Bruenor vio cómo Thibbledorf Pwent caía desplomado.
Y con toda la rabia acumulada en su interior, que en ese momento supero a todo lo demás —a la historia de Gauntlgrym, a la gloria de los dioses de la patria enana, a la esencia de lo que es ser un enano, un enano Delzoun, un enano Battlehammer—, Bruenor volvió a la carga.
Su furia se acrecentaba a cada golpe. Recibió mazazos brutales, pero los soportó con desprecio, y descargó su rabia a través de la hoja de su poderosa hacha. La cámara reverberaba con el choque de las armas… y no con otras armas ni con escudos, sino con la carne. Se golpearon el uno al otro, vacilando después de cada impacto, pero ni uno ni otro cedían terreno.
La maza de Beealtimatuche dio un golpe transversal, pero Bruenor interpuso su escudo y lo esquivó, retrocediendo hacia su derecha. La maza mordió el escudo, pero no fue suficiente para lanzarlo lejos, solo bastó para impulsar su giro, del que salió en un gran salto.
Se elevó por los aires, sujetando el hacha con ambas manos por encima de su cabeza, y descendió con todos los músculos en tensión, con sus sentidos alerta.
Y el hacha del rey enano, por la que se encauzaban el poder de la forja de Gauntlgrym, el poder de los reyes de antaño y el poder de los dioses ancestrales, descargó un golpe descomunal entre los cuernos del demonio, tan descomunal que con el peso de Bruenor se fue abriendo camino y le partió en dos la cara e hizo caer al demonio de rodillas.
Con la cabeza colgando de una manera descontrolada, el demonio de las profundidades todavía intentó ponerse de pie, pero Bruenor aún no había saciado su rabia, y tirando a un lado hacha y escudo salto sobre él y lo agarró con una mano por la garganta y con la otra por la entrepierna. Cuando Bruenor se irguió cuan largo era, Beealtimatuche fue alzado por los aires, y aunque otra vez había recuperado la apariencia del enano que era —el poder del trono y de la poción, el de los reyes y el de los dioses habían desaparecido—, todavía se mantenía erguido y seguía sosteniendo a Beealtimatuche por encima de su cabeza.
Así se acercó al borde de la cornisa y miró a la sima de fuego del primordial. Allí vio a la bestia que lo miraba con un ojo feroz y arrojó al demonio al abismo.
Bruenor cayó de rodillas. Sus fuerzas lo habían abandonado y perdía sangre por una docena de atroces heridas. Se echó boca abajo, con la cabeza asomada al borde para contemplar el descenso del demonio, pero en vez de eso vio el cuerpo de un enano en un saledizo situado a unos diez metros más abajo, desmadejado pero no muerto, que tendía la mano hacia el implorante e incluso lo llamaba por su nombre.
—¡El puente! ¡La palanca!
Al moribundo Bruenor, la llamada le llegaba muy pero que muy distante. Thibbledorf Pwent sentía correr el veneno por sus venas. Un veneno pérfido. Peor que el Revientabuches echado a perder, se lamentó.
Había presenciado el triunfo de Bruenor y también su caída, y por un momento, pensó que tenía que estar satisfecho con eso, con que tanto el como su rey tuvieran una muerte gloriosa.
¿A qué más podía aspirar un enano escudero?
Sin embargo, le llego un recordatorio, un grito distante.
—¡El puente! ¡La palanca!
Pwent vio a Bruenor tratando de ponerse de pie. Vio que su rey empezaba a andar a gatas. ¡A arrastrarse!
Bruenor iba hacia el puente, un paso obstinado tras otro, pero no podía y lo vio caer. Otra vez intento apoyarse en los codos, otra vez trató de andar a gatas, y al ver que era incapaz empezó a arrastrarse como una serpiente.
Nada. No podía.
Entonces fue Thibbledorf Pwent el que tuvo que invocar los poderes ancestrales de su raza, el que tuvo que sacar fuerzas de flaqueza. El guerrero se puso de pie y avanzó tambaleándose. A punto estuvo de perder el equilibrio y de caer por encima de Bruenor desde el borde de la cornisa.
Se rehízo, sin embargo, y cogió a su rey por debajo de los brazos. Lo levantó todo lo que pudo y lo arrastró hacia el pequeño y único puente que permitía cruzar el abismo infernal del primordial.
Todo lo que Drizzt quería hacer era atravesar aquel túnel para acudir junto a su amigo enano. Se alegró de que Pwent hubiera podido hacerlo, pero le sirvió de poco consuelo porque veía que los temblores aumentaban. El demonio de las profundidades también había ido tras él, y era evidente que Bruenor no había llegado a la palanca.
Drizzt trataba de abrirse camino combatiendo hasta la entrada, pero siempre parecía interponerse un enemigo. Sus cimitarras seguían describiendo círculos vertiginosos y así acabaron con el ashmadai más próximo, pero en cuanto ese cayó, otro ocupo rápidamente su lugar.
Con un gruñido de rabia, Drizzt maniobró para colocar también a ese en situación de recibir el golpe de gracia.
Dahlia corrió a su lado. En realidad, pasó volando por encima de él, apoyándose en su largo bastón. Aterrizó y puso por delante el bastón, haciéndolo girar para apartar al ashmadai a un lado.
—¡Ve! —le gritó a Drizzt.
El drow no quería dejarla, pero Bruenor lo necesitaba. Salió corriendo hacia el túnel y se volvió para eliminar a cualquiera que intentara seguirlo.
La única que estaba allí era Dahlia, de espaldas a él, bloqueando el camino.
Drizzt entró como una tromba en la cámara. Había escombros por toda la cornisa: rocas negras, lava que se enfriaba rápidamente, un par de manguales y mucha sangre. Ante sí veía la sima y su resplandor rojizo. La bestia se removió, escupiendo rocas que llegaban a la cornisa. Algunas volvían a caer al abismo, y otras rebotaban en el suelo, humeantes. Sin mirar casi hacia los lados, el drow, hipnotizado por el espectáculo del rabioso primordial, corrió hasta el borde, temiéndose lo peor.
Miró a aquel caos cara a cara. Lenguas de fuego brotaban de la lava tratando de llegar a las alturas. Las rocas bullían y lanzaban lava hacia él. Drizzt ya había sostenido la mirada de un dragón, pero sabía que el primordial era algo más.
Un movimiento lo sacó de su trance.
—¡Bruenor! —iba a decir.
Pero no era Bruenor. Era Athrogate, que estaba tirado en un saledizo, malherido, y trataba de protegerse mientras las rocas y el fuego caían a su alrededor. Obstinadamente, el enano se las arregló para señalar hacia arriba, hacia la derecha de Drizzt. Siguiendo la dirección de su brazo, Drizzt vio a sus amigos, Bruenor y Pwent, que avanzaban tambaleantes por el extremo más alejado de un estrecho puente que pasaba por encima del abismo.
Dio un paso en esa dirección…, es decir, estaba a punto de darlo…, cuando vio que el primordial saltaba hacia él.
Drizzt se hizo a un lado para evitar una columna de lava que saltaba de la sima y atravesaba la estancia para desaparecer por un agujero en lo alto.
—¡Bruenor! —gritó, tapándose los oídos con las manos para no oír el rugido de la bestia.
Cayó al suelo y se cubrió la cabeza con los brazos mientras llovían sobre la cornisa rocas y restos de lava candente. Le pareció que aquello no terminaba nunca, pero sólo pasaron unos segundos antes de que la columna volviera a bajar. Es probable que de no haber tenido en la mano a Muerte de Hielo, el drow hubiera quedado reducido a cenizas.
Consiguió ponerse de pie, llamando al enano. El puente había desaparecido, había volado por la fuerza de la erupción…, pero allí estaban Bruenor y Pwent, al otro lado, apoyándose el uno en el otro y arrastrándose hacia una arcada.
Procurando mantener en todo momento a Muerte de Hielo en la mano derecha, Drizzt sacó una cuerda de su bolsa y hábilmente le hizo un nudo en un extremo sin soltar el hierro de escarcha. Sacó una flecha y, tras hacer pasar su punta por el nudo, se arriesgó a envainar a Muerte de Hielo para descolgar de su hombro a Taulmaril.
Un aleteo que oyó detrás de sí lo alertó en el último segundo y se lanzó al suelo con una voltereta, dejando el arco y sacando sus dos cimitarras antes de contemplarlo. El peligro había pasado… para él. Se dio cuenta de que se había salvado por los pelos de ser arrojado desde la cornisa por el atacante, un murciélago gigante. La criatura lo había rozado con sus garras al pasar, y Drizzt se llevó la mano a la sien para sentir el tacto húmedo y caliente de la sangre.
Todavía confuso, el drow vio a la criatura que atravesaba volando la sima y al llegar al otro lado, justo delante de la arcada, se dejó caer torpemente y aterrizó. Ya no era un murciélago sino un hombre, y desde allí miró a Drizzt.
Echándose en cara su indecisión, Drizzt envainó sus espadas y saltó hasta donde estaba el arco, recogió la flecha, arrojó la cuerda a un lado y disparó.
El vampiro fue más rápido y se deslizó por debajo de la arcada. La flecha dio en la piedra y explotó provocando una lluvia de chispas.
—No, Bruenor no —masculló Drizzt.
El drow recogió la cuerda, colocó otra flecha y apuntó. La disparó hacia un punto más alto que la arcada y la flecha se clavó a fondo en la pared, anclando firmemente la cuerda en la piedra maciza.
A sus espaldas oyó más conmoción y al volverse vio a Dahlia que corría hacia él.
—¡Dor’crae! —gritó. Dejó caer su bastón al suelo mientras pasaba rápidamente por delante de Drizzt. Le arrancó la cuerda de la mano, tomó impulso y se lanzó por encima de la sima de lava. Aterrizó al otro lado, corriendo, y desapareció debajo de la arcada.
Sin dejar de maldecir, Drizzt empezó a buscar otra cuerda. Miró hacia atrás al notar que entraba otra figura y cuál no sería su sorpresa cuando vio que era Jarlaxle.
—¿Cómo? —preguntó.
El mercenario drow respondió con una sonrisa y se llevó la mano a la boca para hacer aparecer el mismo anillo que le había dado a Dahlia antes de la pelea en el Cutlass.
—¡Crúzame al otro lado! —le gritó Drizzt sin darse tiempo siquiera para pensar en aquello.
El lugar se sacudió tan violentamente que Drizzt perdió pie. Jarlaxle, en cambio, consiguió mantenerse derecho e incluso recogió un par de manguales que había tirados en el suelo. Los sostuvo en alto con expresión intrigada y horrorizada.
—¿Y Athrogate?
Drizzt le explicó lo sucedido, y como si lo hubiera oído, se oyó la voz del enano gritando desde abajo.
—¡Bruenor está al otro lado! —le gritó Drizzt—. ¡La palanca!
Jarlaxle se volvió a mirarlo con un rictus de dolor.
—¡No puedes! —gritó Drizzt.
—Amigo mío, debo hacerlo, del mismo modo que tu debes ir con Bruenor —replicó Jarlaxle con un encogimiento de hombros.
Entonces, apoyó la mano sobre su emblema de la Casa Baenre, y llevando la mano al ala del sombrero para saludar a Drizzt, saltó del borde de la cornisa.
Drizzt hizo un gesto de contrariedad ante la situación frustrante, descabellada, y volviendo a la cuerda, ató el extremo.
El primordial rugió y otra vez salió una columna de lava de la sima que se elevó hasta más allá del techo.
—Jarlaxle —gimió Drizzt repetidamente, meneando la cabeza.
Pero no se tapó los oídos para no oír el rugido del volcán; en lugar de eso, siguió manipulando la cuerda.
Dahlia pasó corriendo por debajo de la arcada justo a tiempo de ver a Thibbledorf Pwent, con la garganta destrozada, caer al suelo junto a Bruenor. Con la respiración entrecortada, el enano alzó las manos, asiendo el aire en un intento inútil de agarrar al vampiro.
Dor’crae se volvió hacia Dahlia con la cara cubierta de la sangre de Pwent.
—¡Bestia despreciable! —le gritó la elfa.
—Puedes abandonar este lugar y ser redimida —replicó Dor’crae—. ¿Qué has ganado, amor mío?
Se interrumpió abruptamente cuando Dahlia atravesó la pequeña estancia de un salto y se lanzó contra él a puñetazos y patadas. Sólo puñetazos y patadas, pues había dejado la Púa de Kozah al otro lado. Con todo lo buena luchadora que era, incluso desarmada, la fuerza sobrenatural del vampiro le permitió sujetarle los brazos y aplastarla contra la pared.
—Por fin, me voy a poner las botas —se prometió Dor’crae.
Pero en ese preciso momento se quedó paralizado. Lo único que pudo hacer fue abrir mucho los ojos.
—¿Duele? —le preguntó Dahlia mientras le hundía el dedo, con la púa de madera de su anillo, todavía más a fondo—. Dime si duele.
La cabeza de Dor’crae cayó hacia atrás y empezó a sacudirse espasmódicamente mientras de su piel comenzaba a salir humo.
Dahlia volvió a clavarle la estaca de madera en el corazón.
—¡Ay…, mi rey!
Dahlia oyó la voz a sus espaldas y a ras de suelo, una voz entremezclada con el gorgoteo de la sangre. Al mirar para atrás vio a un enano ensangrentado, con una extraña armadura, que con un esfuerzo supremo se alzaba sobre un codo y extendía la otra mano hacia Bruenor Battlehammer.
Contra toda lógica, Pwent consiguió ponerse de rodillas y empujar a Bruenor hacia adelante. Los dos cayeron justo al lado de la palanca. Como un padre cariñoso, Pwent levantó la mano de Bruenor y guiándola con la suya la puso contra el hierro en ángulo.
—Mi rey —dijo Pwent una vez más, y aparentemente al límite de sus fuerzas cayó desplomado y se quedó allí, muy quieto.
—Mi amigo —respondió Bruenor, y echando apenas una mirada a Dahlia, el rey enano hizo acopio de la energía que le quedaba y tiró.
Dor’crae no dejaba de suplicar piedad, rogándole a Dahlia que le permitiera vivir, prometiéndole que le arreglaría las cosas con Sylora.
—¿Tú crees que te voy a dejar salir volando cuando estoy condenada sin remedio? —dijo Dahlia, mirándolo bien, de frente, para que pudiera ver la falta de piedad en el hielo de sus ojos azules. Tal vez como respuesta a sus palabras, pero, más probablemente, al movimiento de la palanca, el primordial rugió una vez más y la habitación se sacudió.
Dahlia trató de hundir todavía más la púa de madera, pero el movimiento le hizo perder el equilibrio y Dor’crae consiguió deslizarse hacia un lado. Malherido como estaba, el vampiro no quería tener nada más que ver con Dahlia, de modo que volvió a su forma de murciélago.
La lava borboteante y las negras piedras que caían a su alrededor hicieron que Drizzt se protegiera y se encogiera, pensando todo el tiempo que habían fracasado, que el volcán había entrado, por fin, en erupción. Sin embargo, vio con alivio que la columna de lava volvía a caer por debajo del borde. Corrió rápidamente hacia el borde de la cornisa, con el arco en la mano.
Sin la protección de Muerte de Hielo, el calor resultaba demasiado intenso, pero no pudo evitar mirar hacia abajo, aunque temía lo que pudiera ver.
La lava había subido mucho en la sima y estaba apenas a unos seis metros del borde. El drow sintió que lo invadía una oleada de calor.
Por supuesto, había superado el punto donde antes yacía Athrogate, y no había ni rastro de Jarlaxle, que había bajado casi en el momento en que la lava saltaba hacia arriba.
Por segunda vez ese día, Drizzt tuvo que olvidarse de la pérdida de Jarlaxle, ya que ni siquiera Muerte de Hielo podría haberlo protegido de esa columna de lava.
Su siguiente flecha salió volando, fijando una segunda cuerda cerca de donde estaba la primera cuando el estallido de lava la había reducido a la nada. Sin probar siquiera la resistencia de la cuerda, sin pensar siquiera en que la lava pudiera llegar hasta él, el ansioso drow saltó del borde de la cornisa y atravesó la sima para aterrizar sin dificultad al otro lado.
No había recuperado del todo el equilibrio cuando tuvo que agacharse a un lado una vez más, ya que el mismo murciélago gigante salió volando de debajo de la arcada.
Su vuelo era mucho menos estable, como si estuviese gravemente herido, y Drizzt descolgó el arco de su hombro pensando en derribarlo de un flechazo.
Sin embargo, no valía la pena la molestia. En cuanto el murciélago superó el borde de la sima fue como si toda el agua del Mar de las Espadas hubiera acudido para combatir contra el primordial de fuego. Caía por el agujero del techo como una catarata gigantesca, y a través de ese velo atronador y traslúcido pudo ver Drizzt al murciélago. Era evidente que su vuelo tenía tanto de físico como de mágico, ya que resistía el diluvio.
No obstante, eso no ayudó mucho a la criatura. El murciélago recuperó su forma humana, y el vampiro volvió la vista hacia Drizzt, aunque este no sabía a ciencia cierta si podía verlo. Ahí suspendido en medio de la cortina de agua, con la cara convertida en una máscara de agonía, tendió una mano implorante.
Entonces, se desintegró, convertido en un copo negruzco entre muchos, y fue barrido por la lluvia.
Cesó de forma tan repentina como había empezado, pero Drizzt supo que la prisión del primordial había sido restablecida, supo que habían vencido, porque por debajo de la cornisa pudo ver el agua, no como un estanque ni como una charca, sino batiendo furiosamente contra los lados de la sima.
En el fondo, el primordial respondía: sacudía el suelo con violencia; la columna de lava pugnaba por elevarse; la cámara se llenó de vapor.
Sin embargo, el agua no cedió, y la bestia quedó relegada a las profundidades. El silencio volvió al lugar, una quietud como no la había habido en muchos años.
No obstante, Drizzt no estaba contemplándolo todo. En cuanto recuperó el equilibrio, el drow atravesó corriendo la arcada.
Encontró a Dahlia sentada contra la pared del otro extremo, exhausta y sudorosa, pero le hizo señas de que se encontraba bien. De todos modos, no la buscaba a ella. Lo que vio lo superó.
Thibbledorf Pwent había encontrado la muerte. Yacía de espaldas, con la garganta ensangrentada y los ojos muy abiertos, y ya no respiraba.
Había serenidad en él, Drizzt pudo verlo. El guerrero había muerto tal como había vivido, al servicio de su rey.
Y allí yacía el rey, el amigo más querido de Drizzt, no del todo boca abajo. Tenía un brazo extendido y sus dedos todavía estaban cerrados sobre la palanca.
Drizzt se dejó caer a su lado y con suavidad le dio la vuelta. Lo sorprendió ver que Bruenor Battlehammer vivía aún.
—Lo encontré, elfo —dijo con aquella sonrisa que tanto había alegrado a Drizzt durante gran parte de su vida—. Encontré mis respuestas. Encontré mi paz.
Drizzt quiso confortarlo, quiso asegurarle que los sacerdotes vendrían enseguida y que todo iba bien, pero sabía sin la menor duda que el fin estaba próximo, que las heridas eran demasiada para un viejo enano.
—Descansa tranquilo, mi queridísimo amigo —dijo tan quedó que no estaba seguro de que algún sonido hubiera salido de su boca.
Sin embargo, la expresión de bienestar en la cara de Bruenor, un levísimo gesto afirmativo, una sonrisa de satisfacción apenas esbozada, le dijeron a Drizzt que su amigo moribundo lo había oído y que, en realidad, todo estaba bien.