18

UN CAMINO OSCURO

HACIA UN LUGAR AUN MÁS OSCURO

—¡B

ah, yo lo dejé salir y lo haré retroceder! —gruñía Athrogate mientras recogía de mal humor los platos del desayuno.

Tres días de camino desde Luskan y avanzando a buen ritmo. Jarlaxle estaba seguro de que llegarían a su destino —a la caverna que los conduciría a Gauntlgrym, al menos— antes de la puesta del sol. Durante la noche se habían producido temblores ocasionales, pero otra vez tenían a la vista el monte Hotenow —el segundo pico de la montaña, aparecido en la primera explosión años atrás—, todavía más amenazador. Y aumentaba su tamaño día a día, hinchándose con la presión creciente del despertar del primordial.

—¿Vas a castigarte por ello cada minuto del día? —le preguntó Bruenor mientras le ayudaba a levantar el campamento.

Athrogate lo miró con expresión en la que se mezclaban la dignidad herida y el desprecio por sí mismo.

—¿Qué? —le preguntó Bruenor con tono destemplado.

—Tú eres un rey Delzoun —dijo Athrogate—. Ya sé que me he pasado gran parte de la vida haciendo como que no me importa nada, y casi siempre es así… Te pido que me escuches.

Bruenor lo animó a seguir.

—Moradin sabe que he hecho un montón de cosas que creo que no serían adecuadas para un enano Delzoun —prosiguió Athrogate—. He sido un salteador de caminos, y algunos de los de mi propia especie han recibido golpes de mis manguales.

»Y, ¡ay de mí!, creo que cuando acabe mi tiempo en este mundo, si es que eso sucede con esta maldición sobre mi cabeza, Moradin va a querer hablar conmigo, y lo que tenga que decirme no va a ser amistoso.

—No soy un sacerdote —le recordó Bruenor.

—No, pero eres un rey, un rey Delzoun, cuya sangre real se remonta a Gauntlgrym. Creo que eso significa algo, de modo que eres lo mejor que tengo para ayudarme a cumplir mi promesa. Yo dejé salir a la maldita cosa, y la haré volver a donde estaba. No puedo arreglar lo que he hecho, pero puedo hacer que haga menos daño.

Bruenor se quedó mirando al duro enano de barba negra un momento, estudiando el dolor sincero que brillaba en los ojos de Athrogate, algo realmente insólito en él. El rey enano asintió y volvió a dejar los platos en el suelo antes de acercarse y dar una palmadita en el hombro de Athrogate.

—Escúchame bien —dijo Bruenor—, ya sé lo que dices sobre Gauntlgrym, y si no creyera que tiraste de esa palanca por efecto de un engaño, ya te habría abierto la cabeza con mi hacha.

—No soy el mejor de los enanos, pero tampoco el peor.

—Lo sé —dijo Bruenor—. Y sé que ningún Delzoun, ni un salteador de caminos, ni un ladrón, ni un asesino, querría la ruina de Gauntlgrym. O sea que deja de castigarte por ello. Hiciste lo que debías cuando enviaste a Jarlaxle a buscarnos a Drizzt y a mí, e hiciste lo que debías cuando juraste volver y repeler a la bestia. Eso es todo lo que Moradin podría pedirte, y más de lo que yo mismo te pediría. —Volvió a dar una palmada en el fuerte hombro de Athrogate—. Pero debes saber que me alegro de tenerte conmigo. Imagínate: yo solo con tres elfos… ¡Creo que me tiraría a la primera sima que se me pusiera por delante!

Athrogate miró a Bruenor apenas un momento. Luego, mientras asimilaba sus palabras, estalló en un gran «¡Buajajá!», y le dio a Bruenor una buena palmada en la espalda.

—Antes de esto no, y creo que tampoco después —le explicó—, pero que sepas que mientras dure este viaje, mi vida te pertenece.

Esa vez le tocó a Bruenor poner, una vez más, cara de perplejidad.

—Mientras dure este viaje, a Gauntlgrym, al hogar del padre del padre de nuestro padre, hasta entonces eres mi rey.

—Pero tú sigues a Jarlaxle.

—Yo acompaño a Jarlaxle —corrigió Athrogate—. Athrogate sólo sigue a Athrogate, y a nadie más. Salvo esta vez, esta vez Athrogate sigue al rey Bruenor.

A Bruenor le hizo falta un rato para asimilar aquello, pero al final asintió en señal de aprecio.

—Como tu amigo de tanto tiempo —prosiguió Athrogate—. El que se tira sobre cualquier cosa que pueda comer y sobre la mitad de lo que no puede comer.

—Pwent —dijo Bruenor, haciendo un esfuerzo para que no se le quebrara la voz, pues odiaba reconocer, incluso ante sí mismo, cuánto echaba de menos al guerrero.

—¡Eso, Pwent! —dijo Athrogate—. Cuando luchamos contra aquellas cosas reptantes junto a lo de Cadderly, cuando combatimos contra el Rey Fantasma, maldito sea su nombre, Pwent estaba a mi lado. ¿Puede un rey conocer a un mejor enano escudo?

—No —dijo Bruenor sin la menor vacilación.

Athrogate asintió y lo dejó así, procurando sonreír mientras volvía a la tarea de levantar el campamento.

También Bruenor volvió a sus cosas, sintiendo el corazón un poco más ligero. La conversación con Athrogate le había recordado lo mucho que echaba de menos a Thibbledorf Pwent, y se le ocurrió pensar que podría haberse portado mejor con Pwent en todos aquellos años de servicio leal. ¡Cuántas veces había tomado como algo normal la actitud de aquel duro y leal enano!

Volvió a mirar a Athrogate a la luz de aquello y se reconvino por su sentimentalismo. Se dijo que aquel no era Thibbledorf Pwent, que habría muerto por él, que se habría lanzado gustoso en el camino de una lanza dirigida al pecho de su rey. Bruenor recordaba la expresión de la cara de Pwent cuando lo había dejado en el Valle del Viento Helado; la desesperación y la impotencia absolutas al darse cuenta de que, de ningún modo, podía seguir junto a él.

Athrogate jamás podría tener una expresión semejante. El enano era bastante sincero al expresar su arrepentimiento por los acontecimientos de Gauntlgrym y, probablemente, también lo fuera en su juramento de lealtad a Bruenor… mientras durara esa misión. Sin embargo, él no era Thibbledorf Pwent. Y en caso de que llegara ese momento de crisis en que fuera necesario el supremo sacrificio, ¿podía confiar Bruenor en que Athrogate sacrificaría su vida por la causa? ¿O por su rey?

Las cavilaciones de Bruenor se vieron interrumpidas por un movimiento a la vera del campamento, y vio entre los árboles a Jarlaxle y Dahlia hablando y señalando hacia el sur.

—¡Eh!, Athrogate —dijo el rey cuando el otro enano se le acercó. Bruenor le señaló a la pareja con un movimiento de cabeza. —Esa elfa que esta ahí con Jarlaxle.

—Dahlia.

—¿Te fías de ella?

Athrogate se puso a su lado.

—Jarlaxle confía en ella —dijo.

—No es eso lo que te he preguntado.

Athrogate suspiró.

—Me fiaría más de ella sino fuera tan malditamente peligrosa con ese bastón —admitió. Cuando Bruenor lo miró con curiosidad, explicó—: ¡Ah, no dudes de que es peligrosa! Ese bastón que lleva se rompe de muchas maneras diferentes y se transforma en armas que no he visto en mi vida. Es rápida, y con las dos manos. Yo mismo puedo revolear mis manguales bastante bien, con la derecha y con la izquierda, pero ella hace más que eso. Se parece más a tu amigo oscuro, ya que sus manos funcionan como si fueran dos luchadores diferentes. No sé si me entiendes.

La expresión de Bruenor reflejaba cada vez más perplejidad. Hasta entonces, jamás había visto nada parecido a la humildad en Athrogate.

—Yo luché con tu amigo, ¿sabes? —dijo Athrogate—. En Luskan.

—Ya. ¿Y qué me estás diciendo?, ¿que ésta, la tal Dahlia, podría derrotar a Drizzt sin problema?

Athrogate no respondió directamente, pero por su expresión se veía que eso creía, que tenía serias dudas sobre el resultado de semejante combate.

—¡Bah! —dijo Bruenor con un bufido—. ¿O sea que le tienes miedo?

—¡Bah! —respondió Athrogate en el mismo tono—. Yo no le tengo miedo a nadie. Sólo creo que Dahlia no sería semejante amenaza si no fuera tan condenadamente peligrosa.

—Está bien saberlo —dijo Bruenor, y bajó la voz al ver que Jarlaxle y Dahlia se acercaban rápidamente.

—No estamos solos —anunció Jarlaxle—. Hay otros por ahí, tal vez buscando la misma cueva que nosotros.

—¡Bah!, ¿cómo van a saber de ella? —preguntó Bruenor.

—Por lo menos los ashmadai están por todos los Riscos, me apostaría algo —replicó Dahlia—. Sylora conoce el paradero aproximado de Gauntlgrym.

—No estamos cerca de la montaña —replicó Bruenor con cierta aspereza—. Entrando por el lado más distante…

Dahlia entrecerró los ojos un momento, y Bruenor se dio cuenta de que había tocado un punto sensible, lo cual quedó confirmado cuando Dahlia se volvió hacia Jarlaxle.

—Sylora sospechaba que yo iría a por el primordial, ahora que sabemos de su despertar —explicó el drow—. Fue por eso por lo que mandó a Dahlia y a los demás a Luskan: para confirmarlo y detenernos.

—A estas alturas ya sabe que falló —dijo Dahlia—. Los seguidores de Szass Tam tienen en su poder diversos medios mágicos de comunicación.

—Y habrá pensado que estás muerta —conjeturó Athrogate.

—Ya no —replicó Bruenor, y nuevamente en su voz se hizo palpable la desconfianza—. Si están aquí, nos están observando, y están viendo a Dahlia.

La elfa asintió, y no pareció contenta con la perspectiva. Eso hizo que se dibujara una sonrisa desdeñosa en la cara de Bruenor.

—De modo que ahora eres una traidora y te castigarán si te cogen —explicó el enano.

—¿Te da gusto decir eso? —preguntó Dahlia.

—O eres traidora por partida doble —dijo Bruenor—, y nos hiciste creer que les habías hecho creer a ellos que habías muerto en la pelea.

—No —dijo Jarlaxle antes de pudiera hacerlo ella.

—¿No? —inquirió Bruenor. Dejó caer el bulto que tenía en las manos y echó mano del hacha que llevaba a la espalda, y mientras la sostenía, le dio unas palmadas.

—Es mejor que no hagas eso —le advirtió Athrogate, con tono más de preocupación que de amenaza.

—Escucha a tu peludo amigo, enano —dijo Dahlia mientras balanceaba su bastón, sujetándolo con la palma de la mano tal como Bruenor sostenía su hacha.

Bruenor se relajó en ese momento, sobre todo porque una forma oscura salió silenciosamente por detrás del árbol que había a espaldas de Dahlia.

—Señora, lo menos que puedes esperar es que sospechemos un poco, ¿no te parece? —respondió Bruenor con una sonrisa encantadora—. ¿Luchas con nosotros y sin más tenemos que creernos que estás de nuestro lado?

—De haberme unido a vosotros en el Cutlass, vuestra misión habría terminado allí, buen enano —replicó la guerrera elfa—. Y se lo puedes decir a tu amigo drow que está detrás de mí.

A espaldas de Dahlia, Drizzt se puso de pie, y frente a ella, Bruenor hizo un gesto despectivo al oír su bravata.

—Ya te lo había advertido —musitó Athrogate junto a Bruenor.

En ese momento, a Bruenor se le ocurrió pensar en lo joven que era esa elfa. No había pensado en ello antes, ya que todo había sido muy precipitado desde el momento en que Drizzt y él habían entrado en Luskan. Sin embargo, se veía en su modo de actuar. Allí estaba, ante un rey enano y con un legendario guerrero drow detrás de ella, y en su rostro no había el menor atisbo de preocupación.

Sólo alguien tan joven podía sentirse tan… inmortal.

Lo primero que pensó Bruenor es que jamás había experimentado una pérdida y no podía comprender la posibilidad de una.

No obstante, la estudió más detenidamente un momento, y a través de su confianza y su tranquilidad, pudo ver lo suficiente para darse cuenta de que quizá había errado el tiro con ese último pensamiento. Lo más probable era que Dahlia si hubiera experimentado una pérdida, una gran pérdida, y que ya no le importara esa posibilidad. Tal vez su bravata era una forma de propiciarla.

El rey enano miró a Athrogate, pensando que la advertencia del otro enano sobre Dahlia tenía algo de profético.

Era peligrosa.

—Si estáis todos tan ávidos de lucha, pronto encontraréis la ocasión —comentó Jarlaxle en un intento evidente de romper la tensión.

A pesar de su aparente confianza, Dahlia se preguntaba si habría jugado bien su mano. Se quedó mirando al enano unos instantes más, tratando de librarse de la persistente sensación de que el curtido y viejo guerrero podía ver a través de ella.

No tardó en desechar esa preocupación; no tenía tiempo para eso.

Al volverse vio a Drizzt apoyado displicentemente contra un árbol, con las armas envainadas, los antebrazos apoyados en ellas y las manos cruzadas por delante.

—¿Compartes tú las inquietudes de tu amigo? —le preguntó.

—Se me había ocurrido la idea.

—¿Y ha echado raíces?

—No —respondió simplemente Drizzt, mirando a Bruenor antes de esbozar una sonrisa.

La mirada de Dahlia se hizo más profunda, y también la de Drizzt. Una vez más, como le había pasado antes con Bruenor, la elfa tuvo la sensación de que uno de sus compañeros estaba tratando de ver a través de ella. No obstante, la última respuesta de Drizzt le había devuelto la seguridad. Dejó caer el bastón a un lado del cuerpo y se apoyó en él, pero sin bajar la mirada, sin pestañear siquiera, sin permitirle entrever al legendario guerrero que había ganado la partida.

Tampoco Drizzt parpadeó.

—Deberíamos ponernos en camino —dijo Jarlaxle, que estaba a un lado y paso entre ambos deliberadamente, interrumpiendo su línea visual.

—¿Has visto a nuestros adversarios? —le preguntó a Drizzt.

—Vienen del sur —respondió el explorador—. Observé a varios grupos.

—¿Concentrados?

—Buscando —replicó Drizzt—. Dudo de que conozcan nuestra ubicación exacta, y estoy seguro de que no saben de las cuevas que nosotros avistamos al este.

—Pero ¿son esas las cuevas correctas? —preguntó Jarlaxle—. En cuanto hayamos entrado, lo más probable es que nuestros enemigos nos bloqueen la salida.

Sobrevino un silencio largo e incómodo.

—Será mejor que nos demos prisa —dijo Dahlia por fin y de una manera inesperada, ya que todos pensaban que seria Drizzt, que había estado explorando la zona a conciencia, quien lo propusiera.

—¡Bah!, tus amigos tratan de hacernos salir al descubierto y tú saltas de entre la hierba delante de sus perros de presa —protestó Bruenor.

Sin embargo, Dahlia no dejaba de negar con la cabeza.

—No están tratando de hacernos salir al descubierto. Saben perfectamente dónde estamos —explicó, volviéndose hacia Drizzt—. Has dicho que había varios grupos.

Drizzt asintió.

—Sylora Salm libra una lucha desesperada con los netherilianos en el Bosque de Neverwinter —explicó Dahlia—. No le sobran ashmadai, de modo que si ha enviado a más de un puñado a los Riscos, es porque está segura de que estamos aquí.

—Quiere que la llevemos hasta la cueva —refunfuñó Bruenor.

—Lo que ella quiere es que ninguno de nosotros llegue siquiera a la cueva —respondió Dahlia sin mirarle—. Lo que quiere es que nadie interfiera con el primordial.

—¿No preferiría ayudar para propiciar el estallido de la bestia? —preguntó Drizzt—. Para asegurarse de la catástrofe que desea.

—Hay malevolencia en el primordial —respondió Dahlia—. No es una fuerza totalmente indiferente, ni carece por completo de raciocinio.

—Sobre eso hay discrepancias —intervino Jarlaxle, pero Dahlia volvió a negar con la cabeza.

—¿Hasta qué punto fue preciso su primer ataque? El blanco más fácil y más cercano… —explicó—. De haber soplado hacia el oeste o el este, habrían muerto muy pocos. No, sintió la vida en Neverwinter y la enterró.

—Vuelve a haber vida en Neverwinter —dijo Bruenor.

—Eso sería un triunfo para Sylora —respondió Dahlia, volviéndose por fin hacia el enano—, pero no es el resultado que prefiere.

—Luskan —aventuró Jarlaxle.

—El primordial ha tenido toda una década para explorar su prisión —dijo Dahlia—, para reconocer la magia que lo sujeta, para sentir el poder residual de la Torre de Huéspedes, tal vez para enviar secuaces a lo largo de los zarcillos y ubicar mejor la ciudad.

—O sea que Sylora cree que la bestia facilitará sus fines sin necesidad de ayuda —intervino Drizzt. Y cuando Dahlia y los demás se volvieron a mirada, añadió—: Cuanto más tiempo perdamos, más jugamos a su favor.

Dahlia no pudo reprimir una sonrisa de satisfacción por su apoyo: un apoyo que transmitía cierta confianza; no sólo en su razonamiento, sino también en su sinceridad.

—Nuestra mejor opción es actuar con agresividad —coincidió Dahlia.

Drizzt asintió con la cabeza, y así todo quedó decidido.

Dahlia bajó corriendo por un barranco, saltando de piedra en piedra. El terreno era abrupto y se dio cuenta de que se movía peligrosamente deprisa…, pero él iba a su lado, y a ella no le gustaba perder, en especial cuando había fanáticos ashmadai abajo, en el pequeño cañón, y había perspectivas de entablar combate.

Ella y Drizzt habían coronado el alto promontorio después de volver hacia atrás para flanquear a los ashmadai que los perseguían. Su propósito era lanzarse desde lo alto para pillar a los adoradores desprevenidos. Al nordeste, los enanos y Jarlaxle se habían escondido entre los riscos, y Drizzt y Dahlia acababan apenas de coronar el lado del cañón cuando los gritos de los Ashmadai resonaron en las piedras.

Sin vacilar, los dos se habían apartado de un salto, pero Drizzt no había tardado en dejar atrás a Dahlia con sorprendente gracia —una gracia que Dahlia estaba convencida de poder igualar— y una velocidad incluso más sorprendente. Sus pies parecían desdibujarse en el aire al avanzar saltando de un lado a otro, escogiendo un sendero que Dahlia podría haber seguido, pero seguramente no a ese ritmo.

Ella optó por tomar un camino más empinado, pero a pesar de todo, Drizzt seguía llevándole ventaja. La elfa no se lo podía creer.

Un destello plateado brotó de la maleza más abajo y hacia un lado. El drow no sólo corría a una velocidad increíble, sino que disparaba al mismo tiempo con su fabuloso arco.

Dahlia bajó la cabeza y siguió corriendo, concentrándose sólo en encontrar un lugar para apoyar el pie en su loca carrera por un trecho especialmente escarpado. «Llegaré abajo justo detrás de él si no antes», dijo para sus adentros.

Entonces, Dahlia se dio cuenta de que ya no tenía posibilidad de elección, que había dejado que el orgullo le nublara el juicio. Vio, horrorizada, que ya no podía frenar la marcha aunque quisiera, que si dejaba de apoyar un pie delante de otro, caería de bruces y se deslizaría hasta el fondo del barranco.

Atravesó unas zarzas y trató desesperadamente de agarrarse a una, pero la planta se desprendió del suelo, y Dahlia siguió su marcha imparable. Comprobó, entonces, que ese camino acababa en una empinada caída al acercarse a un canal de piedra de unos tres metros de profundidad y otros tantos de ancho.

Dahlia ni siquiera lo pensó al llegar al borde. Por puro instinto, agachó la cabeza y lanzó su bastón por debajo. Dio un impulso mientras plantaba el extremo en el fondo y consiguió sujetar el otro extremo con fuerza suficiente para proyectarse hasta el otro lado del canal. Con un control absoluto de sus músculos, Dahlia aterrizó de pie en la otra orilla y consiguió borrar la expresión de sorpresa de su rostro casi de inmediato cuando vio a Drizzt abajo, con las cimitarras desenvainadas y mirándola sin que pudiera creérselo.

Dahlia le guiñó un ojo para reforzar la idea de que aquella demostración había formado parte de su plan desde el principio, y tirando del bastón en pos de sí, de un golpe, lo transformó en mayales, y luego con un giro en redondo, inmediatamente puso en circulación sus nuevas armas, llenando de inquietud a los ashmadai, que surgieron como de la nada para cargar contra ella.

Desde un claro más ancho hacia el norte, Drizzt se sorprendió al ver a Dahlia cruzando con una voltereta lateral el estrecho barranco y caer de pie con un grácil movimiento al otro lado en perfecto equilibrio. Drizzt se quedó boquiabierto al comprobar que la guerrera elfa a punto había estado de sacarle ventaja en el descenso. Después de todo, sus propios movimientos contaban con la ayuda de sus tobilleras mágicas.

La vio girar como una peonza e inmediatamente después oyó ruidos de combate y le habría gustado trepar hasta donde estaba para echarle una mano o, al menos, verla combatir.

Sin embargo, al drow lo apremiaban otros problemas, ya que más de una docena de enemigos lo acechaban a derecha e izquierda y tuvo que dedicarles toda su atención. Corrió hacia el canal más estrecho, perseguido por los ashmadai y las piedras que le arrojaban. Al entrar, giró en redondo y fue retrocediendo, mientras el cuello de botella que formaba el barranco hacía que sus perseguidores tropezasen los unos con los otros en su intento de llegar a él.

Eran uno contra tres en lugar de uno contra una docena, y esos tres se encontraban impedidos por las paredes de piedra que reducían a los guerreros de ambos extremos a usar técnicas de ataque frontal, directo, en lugar de golpes envolventes.

Drizzt retrocedió rápidamente, y cuando los tres mordieron el anzuelo y se lanzaron hacia adelante, invirtió su marcha y arremetió contra ellos, con movimientos amplios y descendentes de sus cimitarras por detrás de las lanzas con que lo atacaban. Sin desviarse apenas, Drizzt apartó las lanzas hacia adentro hasta casi cruzarlas delante del ashmadai del centro.

El drow liberó sus aceros inmediatamente, y en el enredo de sus tres enemigos lanzó un ataque duro y rápido, corriendo hacia adelante y lanzando estocadas a izquierda, derecha y centro. Los ashmadai trataron de cubrirse, de retroceder, de mantener una apariencia de defensa coordinada, pero Drizzt era demasiado rápido para ellos y sus armas evitaban las arremetidas de las lanzas con facilidad, clavándose y acuchillando.

Los tres recularon y chocaron con los que venían detrás, y el enredo no hizo más que empeorar.

Incansable, Drizzt siguió atacando.

Un ashmadai consiguió un lanzazo coordinado contra el drow. La lanza salió volando hacia el pecho de Drizzt. Antes de que Drizzt pudiera moverse para bloquear, algo aterrizó a su lado, distrayéndolo y estropeando su defensa.

Un mayal pasó ante él apartando limpiamente la lanza, y el drow vio con verdadero alivio a Dahlia de pie a su lado.

Ella acusó recibo de su alivio con un guiño, y codo con codo, ambos avanzaron en un torbellino de espadas y mayales.

Los enemigos conocían a Dahlia, y algunos la llamaron por su nombre, con voz cargada de terror. Los ashmadai retrocedieron hacia la parte más ancha del barranco.

—¿Retirada? —le preguntó Drizzt a Dahlia, ya que parecía la opción más oportuna.

Con sus enemigos tropezando y desorientados, podían correr y salir por el otro extremo del desfiladero e ir al encuentro de sus compañeros, que se aproximaban a la entrada de la cueva.

Sin embargo, la sonrisa de Dahlia mostraba una intención muy diferente.

¡Esa sonrisa! Tan llena de vida, y de ansia de combate, tan gozosa en el desafío, sin la menor sombra de miedo. ¿Cuándo había sido la última vez que Drizzt había visto esa sonrisa? ¿Cuándo había sido la última vez que él mismo la había lucido?

Como un destello recordó una guarida en el Valle del Viento Helado, cuando había acompañado a un joven Wulfgar contra una tribu de verbeeg.

Lo más sensato era la retirada, pero por algún motivo que no lograba comprender, Drizzt la desechó sin más y corrió junto a Dahlia hacia la parte ancha del desfiladero, donde era posible que lo atacaran por los flancos, que los rodearan incluso, unos enemigos que los superaban en número.

No combatieron codo con codo, ni se pusieron espalda contra espalda. Parecía no haber la menor organización en los movimientos de Drizzt y Dahlia. Él dejó que la elfa llevara la delantera y se limitó a reaccionar a cada giro y salto de ella.

Dahlia se lanzó a la carga, y él se desplazó hacia un lado, siguiéndola, para proteger su flanco. Ella hacía estragos delante de él, y él salía por detrás en la dirección opuesta; luego se paraba en seco e invertía el sentido de su marcha de tal modo que cuando Dahlia se paraba, él se adelantaba extendiendo su línea de devastación hacia el lado.

Y los dos describían un movimiento continuo y rápido con sus armas a cada paso que daban, espadas y mayal girando y lanzando cortes y golpes para hacer retroceder a sus enemigos. Los ashmadai se gritaban los unos a los otros, tratando de coordinar una defensa contra los dos, pero antes de que cualquier semblanza de ella pudiera tomar forma, Drizzt y Dahlia se movían de alguna manera o en alguna dirección inesperadas, de modo que el conjunto del combate, en uno y otro bando, parecía sólo una serie de reacciones improvisadas.

Reptaba por la rama, tan silencioso como un felino al acecho. Vio a su presa debajo, ajena totalmente a su presencia. Barrabus el Gris quedó sorprendido al descubrir que, por lo que parecía, su audaz plan había dado resultado.

Sabía que la campeona thayana, la peligrosa Dahlia, había partido hacia el norte, y con ella muchos ashmadai, y sabía que también Sylora tenía los ojos puestos en esa dirección, hacia la montaña creciente. Barrabus se preguntaba si podría superar las cautelas, si podría acercarse a su supremo enemigo.

Si conseguía librarse de Sylora Salm, tal vez Alegni le permitiera abandonar la olvidada Neverwinter y volver a su trabajo en medio de las comodidades de una verdadera ciudad.

Siguió avanzando por la rama, por encima del improvisado campamento establecido allí abajo. Sylora estaba a apenas tres metros y medio por delante y por debajo de él, dándole la espalda mientras se inclinaba hacia adelante y miraba fijamente el tocón de un gran árbol. Barrabus supuso que podría agazaparse y saltar sobre ella, pero su curiosidad ganó la partida y se acercó un poquito más, hasta que pudo ver por encima del hombro de Sylora la superficie del tocón, que estaba llena de agua. Vio también que unas imágenes se movían en la fuente improvisada: un cuenco de visión.

Barrabus no se pudo resistir. Estirándose, bajó la cabeza y aguzó la mirada. Observó los movimientos de una pelea en el cuenco de escudriñamiento, diminutas figuras que luchaban y atacaban. Reconoció a algunos ashmadai entre los combatientes y vio que, cosa impropia de ellos, peleaban a la defensiva, sin la agresividad que él estaba acostumbrado a ver en los fanáticos. Entonces, vio a uno de los que les hacían frente y comprendió su vacilante actuación, aunque la imagen, por otra parte, le produjo más confusión. El mayal que giraba, los movimientos acrobáticos…, tenía que ser Dahlia.

Lo que no entendía era por qué Dahlia estaba luchando contra los ashmadai.

Tal vez no fuera ella. «A lo mejor hay más guerreras como ella», pensó Barrabus, pero esa idea no le gustó nada. Una Dahlia era más que suficiente para él.

No lo entendía.

Los mayales giraban como peonzas por delante de la elfa y daba la impresión de que se fusionaban, y lo que habían sido dos armas separadas formadas por dos palos, de repente, se convertían en un sólo bastón.

Sí, era Dahlia; Barrabus lo supo sin la menor duda. La vio pararse en seco ante tres ashmadai que retrocedieron. La vio plantar la punta de su bastón y dar un salto en alto, pero en lugar de ir al encuentro de sus enemigos, su salto la llevó hacia atrás.

En ese momento, otro, al parecer un aliado de la elfa, ocupó su lugar.

Vio la piel negra y un par de cimitarras que giraban en el aire con devastadora precisión.

Barrabus el Gris se quedó paralizado en la rama. De haber hecho cualquier otra cosa se habría caído irremisiblemente del árbol. No podía ni dar un respingo en ese momento tan surrealista, y en torno a él, el mundo pareció detenerse.

Se olvidó por completo de Sylora, más aun cuando oyó a la más reciente de sus enemigas, otra elfa, pero no muerta, que anunciaba su presencia con el restallido de un trueno.

Barrabus no quería trabarse en un combate limpio con la hechicera Sylora, y la idea de enfrentarse a Valindra Shadowmantle le gustaba todavía menos.

Contuvo la respiración, pero no lo pudo evitar. Volvió a mirar el cuenco de visión del que, por fortuna, habían desaparecido las imágenes.

Superado el trance, un Barrabus el Gris muy conmocionado volvió hacia el árbol reptando por la rama y se adentró en el bosque hasta desaparecer.

Drizzt se lanzó hacia la derecha, interponiéndose delante de Dahlia. Aterrizó dando una voltereta por debajo de su mayal en movimiento, y su repentina aparición entre la elfa y su adversario distrajo al tiflin ashmadai el tiempo suficiente para que Dahlia lo golpeara en un lado de la mandíbula y lo enviara lejos dando tumbos.

Drizzt se volvió a poner de pie justo enfrente de un par de fanáticos, parando y desviando con sus espadas el furioso asalto que habían iniciado. Las cimitarras se movían cada vez con mayor rapidez, pasando de contrarrestar golpes a tomar la iniciativa.

También los rodeó, para echar una mirada a su compañera de combate, y se quedó sorprendido al ver que Dahlia ya no manejaba un mayal y tampoco llevaba el bastón. Tenía en la mano algo que sólo podía describirse como un bastón de tres secciones, con una pieza central más larga y dos palos más pequeños que giraban furiosamente a uno y otro lado. Un momento apenas consideró Drizzt la extraña arma que llevaba y con la que al parecer podía componer multitud de combinaciones a su antojo.

Por supuesto, no era esa ocasión propicia para contemplar el peculiar bastón, especialmente cuando un tercer ashmadai se unió a los dos con los que ya estaba combatiendo. Tenía que seguir en movimiento, lo mismo que Dahlia. No podían permitirse que los cogieran y los rodearan.

Drizzt retrocedió hacia Dahlia, con rápidos movimientos.

—Por encima —oyó detrás de sí.

Por reflejo retrajo sus cimitarras para asestar golpes bajos, lo que obligó a los tres atacantes a centrar la atención hacia abajo. Drizzt no se sorprendió cuando Dahlia pasó por encima de él, apoyándole un pie en la espalda encorvada para impulsarse más lejos y más alto, pero sí se sorprendieron los adversarios, como pudo verse por sus caras. Dahlia cayó sobre ellos. Dio una patada en la cara de uno, luego en la del segundo y, usando su bastón, que ya no era un bastón triple, sino una sola vara larga, a modo de lanza, se lo clavó directamente en la garganta al tercer oponente. Se apartó con rapidez, plantó el extremo de su arma en el suelo y volvió a describir un arco en el aire.

Así siguieron algún tiempo: Drizzt combatiendo bajo, desplazándose por todo el perímetro, y Dahlia moviéndose verticalmente por encima de él, dando grandes saltos uno tras otro.

A pesar de esa nueva estrategia, su ímpetu inicial empezaba a decaer y los Ashmadai comenzaban a reunirse en mejores grupos defensivos. Drizzt y Dahlia no podían ganar, lo habían sabido desde el principio, y era hora de buscarse una salida.

La distracción que necesitaban apareció en el promontorio que había encima de ellos un momento después. Como siempre, la infalible Guenhwyvar se incorporó a la refriega justo a tiempo. Con un rugido que sacudió las piedras e hizo que todos volvieran la vista hacia ella, la gran pantera dio un salto formidable que la hizo caer encima del grupo más grande de los ashmadai.

Estos se dispersaron, gritando y lanzándose al suelo, y Drizzt y Dahlia retrocedieron por el estrecho barranco y salieron por el otro extremo, trepando por las piedras hacia la boca de la cueva donde los esperaban Bruenor y los demás.

—¿Amiga tuya? —preguntó Dahlia, señalando con la cabeza al felino y esbozando una sonrisa malévola.

Drizzt sonrió a su vez, sobre todo cuando oyó el ruido del tumulto a sus espaldas.

Dejó que Dahlia se le adelantase y le confió la tarea de mantener despejado el camino mientras él observaba si alguien los seguía.

Cuando por fin se acercaron al valle rocoso que era la antesala de las cuevas, Drizzt activó sus tobilleras encantadas y de una carrera la alcanzó.

Atravesaron un pequeño campo de batalla, en el que había varios ashmadai caídos, un par de ellos quejándose. A un costado, una adoradora estaba colgada boca abajo de un árbol, pidiendo socorro, sostenida firmemente por las piernas por algo surgido de la varita mágica de Jarlaxle.

Dahlia se desvió hacia la víctima, y Drizzt entrecerró los ojos, pensando que era capaz de partirle el cráneo a la Ashmadai atrapada. Luego, vio, sorprendido y aliviado, que se limitaba a darle un golpecito en una mejilla y a lanzar una carcajada al pasar junto a ella.

En cuanto dejaron atrás el campo de batalla, treparon por un promontorio rocoso y vieron al otro lado un pequeño valle sobre el cual se abrían las bocas de varias cuevas.

—¡Aquí! —llamó Bruenor desde una de ellas, y Drizzt y Dahlia se dirigieron hacia él.

—Tu pantera —dijo Dahlia, mirando hacia atrás.

—Guenhwyvar ya ha regresado al plano astral y espera a que vuelva a llamarla —la tranquilizó Drizzt.

La elfa asintió y se introdujo en la oscura cueva, pero Drizzt se detuvo a observarla, complacido por la preocupación que había mostrado por el gran felino.

Hasta Bruenor tuvo que arrastrarse para salir de la primera cámara de la cueva, pero todos avanzaron a gran velocidad, impelidos por los ruidos de sus perseguidores. Salieron del exiguo canal a un espacio más pequeño, pero de techo elevado, donde los esperaban Athrogate y Jarlaxle.

En cuanto salió, Dahlia dio un golpecito a su bastón y lo transformó en un bastón de cuatro patas, en cuyo extremo superior relucía una luz blanquiazul.

—¿Es por aquí? —preguntó Drizzt.

—Eso espero —dijo Jarlaxle—. Hemos comprobado las cuevas lo más rápido que hemos podido y esta era la única que parece prometedora.

—Pero ¿podría haber otras en la zona que no hubiéramos descubierto todavía? —preguntó Drizzt, inquieto.

Jarlaxle se encogió de hombros.

—La suerte siempre te ha acompañado, amigo mío. Es el único motivo por el que solicité tu compañía en este viaje.

Dahlia reaccionó con alarma al oírlo, hasta que echó una mirada a Drizzt y lo vio sonriendo.

Los cinco compañeros avanzaron por un laberinto de túneles y pasadizos enanos, incluso tuvieron que seguir una corriente subterránea poco profunda durante un trecho. Se encontraron con que muchos túneles no tenían salida, pero también con muchos más que se abrían en pasadizos múltiples, y lo único con que contaban para guiarse era su instinto. Dahlia parecía totalmente desconcertada, pero pocos eran más capaces que los enanos para recorrer túneles oscuros, y entre esos pocos se contaban los elfos oscuros.

No tardaron en oír ruidos muy por detrás de ellos en los túneles, y supieron que los ashmadai habían continuado su persecución en la Antípoda Oscura.

En un punto, los cinco se encontraron en un túnel largo, bastante recto, que Athrogate identificó acertadamente como un tubo de lava. Llevaba la dirección correcta y tenía una pendiente descendente muy leve, de modo que se lanzaron por él con avidez. Sin embargo, en un momento dado, sintieron una niebla helada que pasaba junto a ellos. Dahlia contuvo la respiración y volvió la cabeza, observando como se alejaba túnel arriba por detrás de ellos.

—¿De qué se trata? —preguntó Bruenor, notando su preocupación.

—Mortalmente frío —dijo Drizzt.

—¿Era eso? —le preguntó Jarlaxle al guerrero elfo.

Dahlia asintió.

Dor’crae —dijo.

—El vampiro —explicó Athrogate.

Bruenor resopló y sacudió la cabeza, horrorizado.

—Los traerá hasta nosotros —dijo Dahlia, y todos sospecharon entonces como habían sabido tanto los ashmadai sobre su ubicación.

—Tal vez vuelva de Gauntlgrym —comentó Drizzt—. De ser así, este es, sin duda, el camino correcto.

Con ese pensamiento esperanzador siguieron adelante a toda velocidad, y durante horas de caminata, el tubo de lava mantuvo la misma agradable pendiente. Hasta que llegaron a un abrupto final donde el túnel descendía de golpe, una bajada casi vertical hacia lo que parecía una oscuridad sin fondo. No había forma de sortear ese agujero y no habían visto túneles laterales durante las últimas horas de marcha.

—Confiemos en que tu suerte continúe —le comentó Jarlaxle a Drizzt.

De un bolsillo obviamente mágico, el mercenario drow sacó una larga cuerda. Les entregó un extremo a Drizzt y el otro a Athrogate, ordenándole al enano que lo sujetara con fuerza.

Sin vacilar, Drizzt se ató el cabo a la cintura y saltó desde el borde, perdiéndose de vista rápidamente. Cuando la cuerda ya estaba casi completamente tirante, Drizzt les gritó:

—Se endereza formando una pendiente empinada pero transitable.

Un momento después se vio un destello y se produjo una aguda réplica.

—¿Drizzt? —llamó Jarlaxle.

—He colocado una segunda cuerda —respondió Drizzt desde la oscuridad—. ¡Moveos!

—No hay vuelta atrás —le dijo Jarlaxle a Bruenor, que aparentemente estaba consultando al enano.

—Entonces, ese es el camino —decidió Bruenor, y fue el siguiente en bajar por la cuerda.

Cuando llegó al fondo, donde había estado Drizzt, Bruenor encontró la segunda cuerda, anclada firmemente al techo en ángulo, a medio camino, por una de las flechas encantadas de Taulmaril.

El túnel continuaba, a veces en caída pronunciaba, otras en una suave pendiente, y los cinco se las arreglaban bastante bien. Estaban cerca del final de su prueba de resistencia, pero no se atrevían a parar y montar el campamento, aunque todavía no se vislumbraba el final.

No obstante, en un momento dado, bajaron por un pequeño pozo, pasaron debajo de una bóveda baja donde el túnel describía una curva cerrada y los sorprendió la luminosidad de los líquenes de la Antípoda Oscura. Poco después salieron a una cornisa elevada que dominaba una gran caverna. En torno a un estanque quieto, había estalagmitas gigantes, y tanto Drizzt como Bruenor parpadearon atónitos al ver las cimas trabajadas de esos montículos —túneles de vigilancia— y luego la gran muralla de un castillo de un lado a otro del camino.

Bruenor Battlehammer tragó saliva y miró al otro enano.

—Vaya, rey Bruenor —dijo Athrogate con una ancha sonrisa—. Confiaba en que esta caverna hubiera soportado la explosión, para que pudieras ver la entrada principal.

—¡Ahí está tu Gauntlgrym!