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CAMPEONES

B

arrabus observaba con gran interés el desarrollo de la batalla. Era la primera vez que veía a la mujer elfa campeona de los ashmadai. Conocía a su contrincante, un guerrero relativamente competente que respondía al nombre de Arklin. Cualquiera que no hubiese visto antes combatir a Arklin difícilmente lo habría considerado competente. Era como si estuviera moviendo su espada debajo del agua, tan lentos eran sus movimientos en comparación con la danza vertiginosa del mayal de la elfa. Repetidamente golpeó a Arklin en los hombros y en los brazos, golpes todos dolorosos sin llegar a ser letales.

Estaba jugando con él.

Barrabus observaba con gran atención, tratando de medir el ritmo de los movimientos de la elfa. No le gustaba la forma en que su propio estilo de combatir —espada y daga de misericordia— era capaz de enfrentarse a las armas gemelas de la mujer, con su mayor alcance. Ya antes se había enfrentado con éxito a notables combatientes ambidiestros, pero las espadas, las cimitarras y las hachas no eran lo mismo que esos exóticos bastones danzantes. Los ángulos de ataque de armas más convencionales eran más previsibles, y una espada de metal tenía menos probabilidades que los bastones de escapar a un bloqueo bien ejecutado.

Hizo una mueca de dolor al ver que la elfa finalmente se preparaba para dar el golpe de gracia. Cuando Arklin se lanzó hacia adelante en una torpe arremetida, ella hizo un giro envolvente del arma que manejaba con la izquierda en torno a la espada, obligándola a separarse ampliamente hacia un lado mientras ella ocupaba el espacio abierto. El arma de la mano derecha giro por detrás de su cabeza y avanzo, pero para sorpresa de Barrabus y perdición de Arklin, la elfa, en pleno movimiento de su bastón, se las ingenió para reunir los elementos separados en una sola vara. Cuando esta estuvo a la altura de la cabeza de Arklin, la elfa plegó la mano pegándola bien al hombro y empujó el bastón, aplicando todo el peso de su cuerpo. El extremo del bastón de algo menos de un metro y medio de largo alcanzó a Arklin justo debajo del mentón, y la guerrera siguió avanzando, obligando finalmente al infortunado netheriliano a retroceder y caer al suelo. Se lanzó sobre él mientras con la mano izquierda le arrancaba la espada de la mano y la arrojaba lejos.

Una voltereta hacia adelante llenó de admiración a Barrabus, quien la vio levantarse girando y lanzarse otra vez sobre el netheriliano caído. Ahora ya no tenía dos armas, ni tampoco un bastón y un mayal, sino un solo palo de más de dos metros de largo.

Arklin, que se había llevado las manos a la garganta y trataba inútilmente de rodar hacia un lado, presentaba un blanco fácil, y la elfa plantó el extremo del bastón justo encima de la nuez de Arklin, y tomando impulso salto por encima de él, clavando con su peso el arma en el shadovar, que no paraba de gritar y de retorcerse en el suelo.

Una descarga de relámpago crepitante nubló la vista de Barrabus al mismo tiempo que impactaba en la forma postrada de Arklin. Cuando la elfa se pasó por fin con suavidad al otro lado del guerrero caído, se alejó sin prestar ya la menor atención al cuerpo inerte.

Al atravesar el bosque con intención de interceptarla, Barrabus se dijo que jugaba con ventaja porque la había estado observando.

Los casi dos metros y media de la Púa de Kozah dificultaban el avance por el bosque, de modo que Dahlia la plegó transformándola en un grueso bastón de menos de metro y medio. La agilidad era fundamental.

Él andaba por ahí.

Los cadáveres de guerreros ashmadai así lo demostraban. Era indudable que sus adversarios netherilianos tenían muchos luchadores capaces, pero las muertes recientes, tan limpias, tan precisas, apuntaban al hombre misterioso que había salido de las sombras para sembrar la muerte entre los ashmadai. Los feroces fanáticos guerreros de Asmodeus, que proclamaban su deseo supremo de morir por la causa, incluso para resurgir como guerreros no muertos, hablaban del asesino netheriliano con evidente temor.

Y todo eso, por supuesto, solo había despertado en Dahlia el deseo de acudir a aquel lugar con la esperanza de encontrarse con esa sombra.

Se dejó llevar por su instinto. No trataba de detectar ningún movimiento, sonido y olor particulares, sino que dejaba que el entorno la guiara.

Andaba cerca; podía ser que la estuviera acechando.

Incluso antes de haberse convertido en algo que no era estrictamente humano, Barrabus podía pasar de sombra a ocultamiento y nuevamente a sombra con lo mejor de los renegados de Faerun. No le hacían falta botas elfas para que sus pisadas fueran indetectables por los oídos de un torpe humano, pero con sus ventajas añadidas, no había criatura capaz de oírlo llegar.

Se había movido a toda velocidad en cuanto consiguió situar a la campeona thayana, esa elfa increíble con su arma característica. No aminoró la marcha hasta acercarse al lugar, y sólo una o dos veces la había perdido de vista en la carrera. Debía tener cuidado; debía mantener obstáculos —árboles, al menos— entre él y la mujer.

No quería entablar combate directamente, no con todo lo que se jugaba, y confiaba en que eso no sucediera. Barrabus no podía verla en ese momento desde donde estaba, con la espalda apoyada contra dos abedules, pero sabía que estaba allí, en el estrecho sendero que caracoleaba debajo de los robles.

Con la daga envenenada en la mano, Barrabus el Gris no vaciló. Dio volteretas rodeando los árboles y de un salto se plantó en el sitio…, y se paró en seco.

¡Ella se había ido!

Preocupado, empezó a buscar como un loco. Sólo un atisbo, apenas visible, de un punto sobre la tierra blanda le reveló la verdad, y justo a tiempo. Se echó a un lado en el momento en que la guerrera elfa se dejaba caer del árbol. La marca indicaba el punto donde ella había plantado su bastón y lo había usado para saltar hasta las ramas que estaban fuera de su alcance.

La guerrera aterrizó, pero Barrabus siguió rodando. Oyó el zumbido que producía el bastón cortando el aire detrás de él.

Se levantó a la vez que se daba la vuelta y lanzó su daga, un lanzamiento poco afortunado que no tenía la menor posibilidad de superar las defensas de una guerrera tan capaz como ella, pero que frenó el avance de la elfa lo suficiente como para que Barrabus pudiera desenvainar la espada y la daga de misericordia.

Ella sostenía su triple bastón horizontalmente, moviendo las manos apenas lo suficiente como para que los tramos de algo más de medio metro de los extremos giraran en sentido vertical a uno y otro lado de ella.

Barrabus no podía evitar sentirse atraído por la elfa: el corte de su blusa y su falda, la sonrisa pícara en el rostro delicado, la gruesa trenza de cabello rojo y negro que caía por el lado derecho de su cabeza y por delante del hombro guiando tentadoramente el ojo hasta el surco entre los pechos que dejaba ver la blusa. Él era un guerrero tan disciplinado como cualquiera, pero aún así tenía que luchar contra la distracción, no podía dejar de recordarse que hasta el corte de la ropa de la elfa cumplía una función estratégica.

Ella describió un lento círculo hacia la derecha, y Barrabus la siguió, manteniendo el mismo ángulo.

—Sabía que andabas por aquí —dijo ella.

—Sabía que tú andabas por aquí —replicó él.

—Teníamos que encontrarnos, por supuesto —dijo ella.

Él no respondió, casi ni la oyó. Sabía que estaba en desventaja teniendo en cuenta la naturaleza inusual de sus armas.

Dahlia siguió con el hilo de la conversación.

—Entre mi gente se dice que el Gris es un guerrero formidable.

Él no respondió, pero ella continuaba andando en círculo. Barrabus se había desconectado de todo lo que pudiera distraerlo…; de todo.

Dahlia avanzó, adelantando primero la mano derecha y luego la izquierda para luego colocar el triple bastón vertical delante, haciendo girar sus extremos violentamente. Soltó la mano izquierda y rodeó con ella la derecha antes de volver a coger el bastón, esa vez invirtiendo la mano derecha y replegando el brazo del mismo costado mientras adelantaba otra vez la izquierda, enviando la sección del extremo de ese lado en un barrido contra el adversario.

Él bloqueó el golpe con la daga de misericordia, tratando de enganchar el bastón, pero Dahlia era lo bastante lista como para reconocer su propio ataque fallido, y lo bastante rápida como para retraer el arma. Echó el brazo derecho hacia atrás y soltó el palo, pero lo cogió por el otro extremo con ambas manos muy juntas, desplazando los pies al mismo tiempo y girando las caderas de modo de que pudiera revertir rápidamente el impulso con una especie de latigazo. Una simple orden estratégica al bastón dividió también la sección central, de modo que al impulsarlo hacia adelante, constaba de cuatro partes iguales unidas por cuerdas.

Se desplegó por delante de ella. No era exactamente un látigo, tampoco un bastón, pero el extremo iba dirigido con exactitud a la cabeza de Barrabus.

Él retrocedió de inmediato, evitando por los pelos el sorprendente movimiento, y la sección del extremo golpeó contra un árbol, liberando una descarga relampagueante que arrancó un gran trozo de la corteza del tronco.

Barrabus casi no podía creer el poder que generaba el movimiento relampagueante de la extraña arma, eso por no hablar de la devastación mágica añadida que producía la descarga.

No había hecho el menor intento de contrarrestar las primeras rutinas de la elfa, prefiriendo dejar que las ejecutase para entender mejor los ángulos y la velocidad de sus ataques; pero de repente, al echarse atrás en un intento desesperado, y apenas conseguido, de evitar su golpe, se dio cuenta de lo descabellado de su conducta.

La elfa era demasiado rápida y demasiado precisa, y comprendió que captaría sus movimientos justo antes de que le destrozaran el cráneo. No había curva de aprendizaje posible.

Su huida hacia atrás acabó contra un árbol de escaso fuste del que se apartó con furia, avanzando en el momento en que ella asía el bastón en alto por las secciones centrales. Pensó que de algún modo la elfa las uniría, enfrentándose a su espada y su daga con el bastón triple que manipulaba con tamaña destreza.

Un segundo tardó en darse cuenta de que hacía exactamente lo contrario: dividió el bastón en un par de mayales.

¡El pretendido ángulo de ataque de Barrabus, de frente y dentro del alcance de las secciones extremas del bastón triple, era totalmente equivocado!

Se lanzó al suelo con una voltereta en el momento en que los mayales descargaban sobre él su fuerza aplastante a izquierda y derecha, y acabó con una presentación sólida del pie derecho avanzado, lo cual alargaba el alcance de su espada.

La elfa lo esquivó con desesperación, interponiendo en el último momento un arma para golpear el lado de la espada mientras retrocedía colocándose a la izquierda de Barrabus.

Él siguió adelante: una segunda embestida, una tercera. Paró un golpe arrollador con su daga de parada y prosiguió con su juego: ataque y parada, espada y mayal.

Barrabus giraba las manos presa de una furia repentina, trazando círculos uno tras otro, mientras mantenía su apremiante ataque. En lugar de dejar un pie retrasado, como era la costumbre con sus armas, movía los pies de lado a lado, con los hombros cuadrados, retando a la elfa a encontrar una brecha y a atacar atravesando el torbellino de metal que mantenía frente a sí.

Y ella lo intentó, sin duda, obligándolo a cambiar constantemente la velocidad de sus rotaciones para bloquear el sinnúmero de ángulos que presentaban los mayales en su danza constante…, y para colmo, en más de uno de esos bloqueos el arma de la elfa lanzaba una descarga eléctrica, a veces muy poderosa, tanto que una ocasión casi le arrancó la espada de la mano.

Sin embargo, Barrabus no se paró, y aprovechó el afortunado incidente para dar la impresión de que no podía, interrumpiendo de forma tentadora su movimiento circular.

Eso la obligó a esquivarlo torpemente, y él aumentó su presión, lanzando mandobles y tajos furiosos que la mantenían en vilo ante la expectativa de que cualquiera de sus armas le alcanzara la carne antes de que perdiera el ímpetu y el agotamiento de aquella arremetida le diera cierta ventaja.

Justo cuando él pensaba que ya la tenía, ella se lanzó hacia atrás con una voltereta perfecta y rodeó el tronco de un grueso roble.

Barrabus fingió un movimiento hacia el otro lado para interceptarla pero, en realidad, la siguió directamente. Sonrió, pensando que por fin la thayana había malinterpretado su maniobra.

¡No le dio alcance persiguiéndola alrededor del árbol!

De haber vacilado, Dahlia se habría encontrado con la espada del Gris en su espalda, y aquello habría sido el final de un guerrero menos avezado.

En lugar de volverse y bloquearlo, Dahlia corrió a toda velocidad hacia adelante. Recompuso su bastón en dos rápidas zancadas y lo plantó en tierra para dar un salto, una voltereta que la colocó cabeza abajo y le permitió enganchar las piernas en una rama al mismo tiempo que recogía el arma justo por delante del enemigo que la perseguía.

Se colocó otra vez de pie y corrió por las ramas, saltando en perfecto equilibrio, pasando incluso a otro árbol. Trató de encontrar al Gris, pero no estaba, simplemente había desaparecido. Corrió hasta el extremo de una rama y saltó sobre unos arbustos, volviendo a convertir su arma en un triple bastón y lanzando golpes amplios a ambos lados por si ella estaba esperando al bajar.

Para sus adentros se maldecía por haber dejado una brecha en el combate. Otra vez estaba a merced de las condiciones que impusiera su adversario, y él sabía que ella lo estaba esperando. Dahlia no tenía ni idea de adónde podría haber ido.

Sabía que estaba en apuros. Había oído que ese asesino había sorprendido y había matado a muchos ashmadai que ni lo oyeron venir. Tenía que mantenerse en movimiento y estar alerta a cualquier escondite que pudiera haber en el camino.

¡Si pudiera localizarlo…! ¡Si pudiera volver a tenerlo frente a frente! Detectó un movimiento más adelante, un poco hacia un lado. Aun sabiendo lo improbable que era que fuese el Gris, fue hacia allí y le costó un esfuerzo disimular su alivio cuando se topó con una patrulla ashmadai.

—¡Dahlia! —dijeron al mismo tiempo dos de los nueve integrantes, y todo el contingente se puso en alerta.

—El Gris anda por aquí —les dijo—. Estad atentos.

—¡Quédate con nosotros! —dijo una tiflin en cuya voz se notaba el deseo de evitar al Gris.

Dahlia asintió, echando una mirada en derredor. En el bosque todo era silencio.

Desde el refugio de un pino, Barrabus el Gris observaba el encuentro.

Su alivio no era menor que el de Dahlia al ver terminado el combate.

Pensó que tendría que tomarla por sorpresa.

O si no, evitar encontrarse con ella.