15
TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN A LUSKAN
B
ruenor se puso a trabajar. Tenía preparada una pila de piedras pequeñas y lisas y, uno por uno, fue sacando los mapas de pergamino que llevaba en su bolsa, los desenrolló con cuidado y los fue colocando en la tierra cubierta de musgo, sujetando las esquinas con las piedras.
Trató de clasificarlos primero por regiones, buscando los que parecían situar a Gauntlgrym más cerca del volcán que había entrado en erupción. El enano se enderezó, se puso de rodillas, se rascó la cabeza varias veces y siguió pensando en aquellos fantasmas que habían acudido a el para pedirle ayuda.
Gauntlgrym. Era real. Todavía existía.
Cualquiera que hubiese mirado a Bruenor Battlehammer en ese momento lo habría visto rejuvenecer ciento cincuenta años. Ahora era un alegre enano joven, ansioso de aventuras. Los años no pesaban en sus fuertes hombros, y pocas veces sus ojos habían chispeado como en ese momento, llenos de esperanza.
Y de hecho, alguien lo estaba observando. Alguien de piel negra como el carbón. Alguien ágil y veloz, y letal. Y no era Drizzt.
Bruenor pensó que se había quedado ciego de repente. Todo se volvió negro. Dio un respingo y retrocedió, se volvió sobre una cadera y alzó un brazo en actitud defensiva mientras rebuscaba a su alrededor con la otra mano, tratando de encontrar su hacha.
Un pequeño estallido resonó junto a él y sintió una sacudida en el brazo. Luego, otra, y otra más, una serie de diminutas explosiones que lo desorientaban, le hacían daño.
—¡Elfo! —gritó, esperando que Drizzt estuviese cerca, y a pesar de la desazón, seguía buscando furiosamente el arma.
Por fin, la encontró, y sólo entonces y aunque no habían cesado las explosiones, reparó en un ruido, como si alguien removiera pergaminos.
—¡Elfo! —volvió a gritar, y dándose cuenta del error que había cometido al retroceder, el enano se acercó a gatas otra vez.
Pronto salió del extraño globo de oscuridad impenetrable, y tambaleándose fue a dar sobre el lugar cubierto de musgo donde había colocado los mapas.
Habían desaparecido.
El enano, horrorizado, miró hacia el bosque y vio los arbustos que se movían. Se puso de pie y salió corriendo, dispuesto a perseguir al ladrón, pero en cuanto le echó un vistazo, se le cayó el alma al suelo y sintió las piernas más pesadas. Era un elfo oscuro, uno al que no podía soñar con dar caza.
—¡Elfo! —gritó con todas sus fuerzas, y de todos modos, emprendió la persecución, tratando por lo menos de no perder de vista al drow que huía—. ¡Llama a tu maldito gato, elfo! —gritaba Bruenor—. ¡Llama a tu gato!
Continuó la persecución superando una cima, y luego por el otro lado, por un vallecito boscoso que atravesó corriendo hasta la cresta del otro extremo, aunque había perdido de vista al objeto de su persecución. Al otro lado, la maleza era rala, el campo visual claro, pero no se veía al ladrón por ninguna parte.
Bruenor se paró en seco y examinó los alrededores, girando su corpulento cuello, aunque cada vez estaba más convencido de haber perdido sus preciosos mapas. Respiró hondo y regresó corriendo por donde había venido, desviándose hacia la derecha, hacia el sudeste, con la loca esperanza de poder alcanzar aquella cima y volver a ver al ladrón.
No fue así.
Varias veces volvió Bruenor a llamar a gritos a Drizzt mientras corría otra vez a la cima occidental, después nuevamente hacia el norte y hacia el este, y finalmente de vuelta hacia el oeste.
Pasado un tiempo, Bruenor captó cierto movimiento a un lado de su campamento. Cogió su hacha, con la esperanza de que el ladrón hubiera vuelto, pero la forma oscura se veía con más claridad. Guenhwyvar llegó hasta donde él estaba con gesto dócil.
—¡Encuéntralo, gato! —le rogó Bruenor—. ¡Un maldito drow me ha robado mis mapas!
Guenhwyvar puso tiesas las orejas y volvió la cabeza a izquierda y derecha, abarcando un panorama más amplio.
—¡Ve! ¡Ve! —le gritó el enano, y con un rugido que resonó en todo el contorno, Guenhwyvar se alejó dando saltos, directamente hacia el oeste.
Instantes después, mientras Bruenor hacía gestos animando a la pantera, Drizzt apareció junto a el empuñando sus cimitarras.
—¡Un elfo se ha llevado mis mapas! —le gritó Bruenor—. ¡Un elfo drow!
—¿Hacia dónde ha escapado?
El enano miró a todas partes, pero tiró el hacha clavándola en el suelo e impotente, levantó sus manos vacías y temblorosas.
—¿Hacia dónde? —insistió Drizzt.
Bruenor agitó los brazos y la cabeza con desesperación.
—¿Dónde estabas cuando se ha presentado? —preguntó Drizzt, y por un momento, el ofuscado enano pareció inseguro incluso de eso.
Por fin se recompuso lo suficiente como para llevar a Drizzt al lugar cubierto de musgo. El encantamiento de oscuridad ya había desaparecido, dejando ver la pila de piedras, unas cuantas de ellas dispersas sobre el musgo, pero no había mapas par ninguna parte, ni siquiera estaba la bolsa en la que Bruenor solía transportarlos.
—Me ha rodeado de un maldito globo de oscuridad —se quejó Bruenor, estampando el pie en el suelo con rabia—. Me ha cegado y me ha golpeado con… —Drizzt se inclinó hacia él, animándolo a hablar, pero todo lo que pudo decir Bruenor fue—: Abejas.
—¿Abejas?
—Parecían abejas —trató de explicar el enano—. Me picaban, me… Algo… —Meneó la peluda cabeza y le mostró el brazo. Lo cierto era que entre su pesado brazalete y la manga corta, en la piel desnuda se veían muchas pequeñas ampollas—. Me ha mantenido apartado mientras él caía sobre los mapas y se los llevaba.
—¿Estás seguro de que era un drow?
—Lo he visto cuando he salido de la oscuridad —le aseguró Bruenor.
—¿Dónde?
Bruenor lo condujo al lugar y señaló la cima que llevaba hasta el valle. Drizzt se dejó caer de rodillas, examinando los arbustos y la tierra. Como rastreador experto que era, no tardó en encontrar el rastro. Le pareció sorprendentemente fácil teniendo en cuenta que Bruenor había descrito al ladrón como un elfo oscuro. Siguió ese rastro hasta el interior del pequeño valle, donde se hacía mucho más confuso, ya que cualquier pisada o arbustos curvados que pudiera haber habido habían sido modificados por el tumultuoso tráfico que había soportado el lugar: un enano corriendo de un lado para otro.
Por fin, pudo Drizzt volver a encontrar el rastro, y descubrió que llevaba directamente al noroeste. Bruenor y el subieron hasta la cima y miraron a lo lejos.
—El camino lleva hacia allí —observó Drizzt.
—¿Camino?
—El camino a Port Llast.
Bruenor se volvió hacia el oeste más directamente.
—El gato se ha ido en esa dirección. Tal vez lo haya encontrado.
Y allá fueron. Drizzt seguía el rastro con facilidad; otra vez con demasiada facilidad.
Apenas habían avanzado un centenar de metros cuando oyeron un gruñido más adelante.
—¡Ese gato es condenadamente bueno! —dijo Bruenor, y corrió en la esperanza de encontrar a Guenhwyvar encima del ladrón. Encontraron finalmente a Guenhwyvar en un pequeño prado, con el pelaje erizado, mostrando los dientes y gruñendo furiosa.
—¿Y bien? —gritó el enano—. ¿En qué Nueve Infiernos…?
Drizzt apoyó una mano en el hombro del enano para calmarlo.
—El terreno —dijo en voz baja, dejando a Bruenor atrás y acercándose a la pantera.
—¿Eh?
Bruenor no tardó mucho en entender.
Guenhwyvar estaba sobre la hierba, pero el suelo debajo de la hierba no era oscuro como la tierra, sino blanco. Los músculos del felino se flexionaron y se inclinó hacia un lado, tratando de levantar la garra, pero vaya, estaba totalmente pegada al suelo.
—Como papel atrapamoscas —señaló Drizzt, llegando hasta el borde del extraño parche mágico—. ¿Guen?
La pantera emitió un gruñido angustiado a modo de respuesta.
—¿La pegó al suelo? —preguntó Bruenor al llegar junto a Drizzt—. ¿Ha apresado a tu gato?
Drizzt sólo pudo responder con un suspiro de preocupación. Sacó la figurita de ónice y le ordenó a la pantera que se marchase. No podía dar un paso, como solía hacer durante la transformación de su forma corpórea a la gris neblina que la transportaba hasta su casa en el plano astral, pero de todos modos desapareció poco después, dejando a Drizzt y a Bruenor de pie en el prado.
—Tiene mis mapas, elfo —comentó el enano, ultrajado.
—Lo encontraremos —prometió Drizzt.
No le dijo a su amigo que el rastro que el ladrón drow había dejado era demasiado claro para perderlo, que tenía que haber sido dejado adrede. Decidió que era mejor no hacerlo. Tenía que haber una razón para que los condujeran así, y Drizzt estaba casi seguro de adónde los estaban llevando y de quién lo hacía.
El drow descolgó la bolsa que llevaba al hombro y la dejó caer en la mesa que había entre él y Jarlaxle.
—Creo que los tengo todos —dijo.
—¿No estás seguro? —le preguntó Athrogate desde un lado de la habitación—. ¿Estamos hablando de cuestiones importantes y tú crees que los tienes todos?
Jarlaxle le dedicó al enano una sonrisa cautivadora y, a continuación, se volvió hacia Valas Hune, uno de sus exploradores más experimentados.
—Estoy seguro de que has recuperado los importantes —dijo.
—Bruenor los tenía desplegados en el suelo —respondió Valas—. Todos esos están ahí, y lo que el enano todavía no había sacado de la bolsa. Puede ser que tenga otros mapas ocultos en otra parte. No puedo estar seguro…
—¿Acaso no eres un explorador?
—Perdona a mi amigo —rogó Jarlaxle—. Esta misión tiene una importancia especial para él.
—¿Quieres decir porque él fue quien liberó al primordial? —dijo Valas, y dirigió una mirada maliciosa a Athrogate.
Sus palabras cogieron al enano por sorpresa. ¿Quién podía estar al tanto de aquel viaje a Gauntlgrym de hacía años? Claro que Jarlaxle no parecía nada sorprendido. Athrogate fijó en Jarlaxle una mirada de sospecha, como de «fuiste tú quien se lo dijo».
—Pocas cosas escapan a la atención de Valas Hune, amigo mío —le explicó Jarlaxle a Athrogate—. Quédate tranquilo. Es uno de los pocos que conocen los extraños acontecimientos de Gauntlgrym.
—Entonces, ¿por qué no se aseguró de tener todos los malditos mapas?
—El rey Bruenor no está solo —le recordó Valas Hune—. No tenía muchas ganas de explicarle a Drizzt Do’Urden porque andaba merodeando por el campamento.
—Es un tipo razonable —dijo Jarlaxle.
—Más de un drow muerto encontraría esa evaluación muy discutible —replicó Valas—. Además, amigo mío, sabes poco sobre el Drizzt de los últimos tiempos. He estudiado sus proezas y he hablado con quienes han viajado con él, y «razonable» no es una palabra que haya oído a menudo.
Jarlaxle alzó las cejas, un poco sorprendido de oír aquello, pero rápidamente cambió de expresión.
—Podrías llegar a conocerlo mejor si te decidieras a acompañarnos a Gauntlgrym —le recordó al explorador.
Valas ya había empezado a negar con la cabeza antes de que Jarlaxle terminara de hablar.
—¿Un primordial? —dijo—. Tal vez sería mejor viajar a un plano diferente para presentar batalla a un auténtico dios, aunque dudo de que notáramos la diferencia en los pocos instantes de vida que nos quedaran.
—No tengo intención de presentar batalla al primordial.
—Me preocuparían más sus intenciones, de estar en tu lugar. Por suerte no lo estoy. —Señaló la bolsa—. Ahí tienes tus mapas, como me pediste.
—Y aquí tienes el oro que bien te has ganado —respondió Jarlaxle, pasándole una pequeña bolsa.
—Hay más —dijo Valas Hune—, y no te voy a cobrar por ello —añadió al ver la mirada de desconfianza de Jarlaxle.
—¿Están sobre tu pista?
—Si no, es que Drizzt no es ni por asomo el rastreador que tú dices que es.
—¿Y?
—Hay mucho movimiento en el sur. Los netherilianos están en guerra con los thayanos en el Bosque de Neverwinter.
—Sí, sí, por lo del Anillo de Pavor.
—Y más que eso; las gentes de la región están intranquilas por el despertar del primordial, si eso es lo que está pasando realmente.
—¡La gente tiene motivos para sentir miedo! —dijo Athrogate—. ¡La tierra está temblando!
—Algunos lo consideran una suerte —replicó Valas Hune.
—Y algunos quieren pararlo —dijo Jarlaxle—. Y los que lo están deseando sin duda trataran de detener a los que quieren pararlo.
—Siempre existe esa posibilidad —dijo el explorador—. Precisamente, una banda llegó a Luskan sólo unas horas antes que yo. Entraron en la ciudad en pequeños grupos, pero mis contactos en la puerta me aseguran que todos venían de un mismo sitio y con el mismo propósito. Venían vestidos como mercaderes corrientes, pero mis contactos son muy intuitivos, y más de uno de esos recién llegados, según me dicen, esconde una cicatriz a fuego idéntica, una marca, debajo de un cuello, un capote o cualquier otra prenda.
—Ashmadai —dijo Jarlaxle.
—Y en número nada despreciable —confirmó Valas—. Y entre ellos había una mujer, una particular elfa de la superficie, elegante y atractiva, provista de un bastón metálico.
Jarlaxle asintió, y por su expresión Valas vio que no era necesario que continuase. Tenía sentido, por supuesto, que los thayanos enviasen una expedición hacia allí. Por lo que sabían, Luskan era la puerta de entrada a Gauntlgrym, y el probable punto de partida para cualquiera que tratase de evitar la catástrofe que, sin duda, se avecinaba.
—¿Tienes exploradores en la ciudad controlándolos? —preguntó Jarlaxle.
—Algunos.
—¿El grupo de costumbre?
Valas asintió.
—Y saben que deben informarte directamente a través de nuestro amigo del Cutlass.
—Da la impresión de que estás por marcharte —comentó Athrogate.
—Me llaman a la Antípoda Oscura, buen enano. En el mundo hay otros problemas además de los que vosotros tenéis por delante.
Athrogate se disponía a protestar, pero Jarlaxle lo paró en seco, alzando una mano. La verdad era que Bregan D’Aerthe y Kimmuriel habían reducido mucho su presencia en Luskan en los últimos años, y por buenas razones. Con la caída de Neverwinter, Luskan era mucho menos rentable para la banda, y en realidad, si bien Jarlaxle tenía fuertes intereses personales en el intento, la mayor parte debido al resentimiento contra la bruja Sylora Salm y su traición, era algo personal, no profesional. Buena parte del motivo por el que Jarlaxle había elevado a Kimmuriel a un puesto casi igual al suyo era permitir que ambos mantuvieran esas cosas separadas. Por eso, Jarlaxle había contratado los servicios de Valas Hune y de Gromph con sus propios fondos y no había pedido apoyo a Kimmuriel y a Bregan D’Aerthe. El primordial, el anillo de pavor, la escaramuza entre Thay y Netheril…, nada de eso tenía importancia financiera para Bregan D’Aerthe, y por encima de todo, Bregan D’Aerthe era una empresa con fines de lucro.
Jarlaxle le entregó a Valas Hune otra pequeña bolsa de oro, cosa que evidentemente cogió al explorador por sorpresa. Miró a Jarlaxle con mal disimulada curiosidad.
—Por la información extra —explicó Jarlaxle—. Y, por favor, cómprale a Kimmuriel el mejor brandy como pago por prestarme a su mejor explorador y ladrón.
—¿Suyo dices? —dijo Valas Hune con sonrisa taimada.
—Por ahora —respondió Jarlaxle—. Cuando vuelva a la Antípoda Oscura y a la cuestión de esta nueva empresa, reclamaré lo que es mío, incluidos los servicios de Valas Hune.
El explorador sonrió e hizo una reverencia.
—Espero ansioso ese día, amigo mío —dijo, y simplemente desapareció.
—¿Crees que es ella? —le preguntó Athrogate a Jarlaxle.
—No me sorprendería, pero me propongo averiguarlo, por supuesto —prometió Jarlaxle.
—No tiene sentido, elfo —replicó el enano—. ¿Por qué habría Dahlia de entrar así en Luskan?
—Ha pasado una década.
—Por supuesto, pero ¿quién podría olvidarse de ella, incluso después de diez años? ¿Entra andando en la ciudad con ese sombrero y esa estaca suya? ¿Cómo no íbamos a saberlo?
—¿Por qué iba a pensar que nosotros estaríamos aún en la ciudad? —preguntó a su vez Jarlaxle—. Y la verdad, ¿por qué debería importarle?
—¿No somos nosotros parte de aquellos de los que hablaba tu amigo? Ya sabes, los que quieren devolver al primordial a su prisión.
—Tal vez.
Jarlaxle acompañó sus palabras con un encogimiento de hombros, pero ya estaba en otra línea de pensamiento. En cierto modo le había estado siguiendo el rastro a Dahlia en los años transcurridos desde la erupción. Sabía que había estado en el Bosque de Neverwinter, sirviendo a Sylora y a la creación del anillo de pavor, y había hostigado a los netherilianos. Y sabía, simplemente por su encuentro en Gauntlgrym, que esa situación no le resultaba cómoda a la feroz e independiente guerrera elfa. Además, estaba la cuestión de que había sido traicionada por Sylora en Gauntlgrym.
Por supuesto que no le habría costado nada entrar en Luskan disfrazada. De hecho, en su caso, entrar simplemente vestida con ropa corriente podría haberse considerado un disfraz, pero si Dahlia había venido a la ciudad tan descaradamente, tal vez fuera porque no temía nada que Jarlaxle pudiera tener contra ella.
¿O tal vez fuera porque quería que Jarlaxle la encontrara?
El drow asintió, tratando de estudiar todas las posibilidades y recordándose que otros dos visitantes importantes llegarían en breve a la ciudad.
—¿A dónde vas? —le preguntó Athrogate al ver que iba hacia la puerta.
—A hablar con los contactos de Valas Hune. En cuanto a ti, al Cutlass. Envía mi afecto a Shivanni Gardpeck. Hazle saber de la posible llegada de visitantes.
—¿Cuáles? —preguntó Athrogate—. ¿Los fanáticos, o Drizzt y Bruenor?
Jarlaxle hizo una pausa, pensando en las palabras del enano.
—Sí —contestó.
—Aquí hay mucha gente —dijo Devand, el comandante del pelotón ashmadai que había venido a Luskan con Dahlia.
—Es una ciudad.
—Pensaba que se parecería más a Port Llast. ¿No es Luskan un puesto de avanzada pirata?
—Luskan es mucho más que eso —replicó Dahlia—. Al menos lo era.
Y la verdad, la ciudad parecía muy venida a menos desde la última vez que había estado allí. Las calles estaban sucias, había casas vacías, algunas parcialmente quemadas. Daba la impresión de que la capacidad residencial estaba disminuyendo. Había más tiendas cerradas que abiertas y más de un par de ojos fríos, malintencionados, los seguían desde las sombras de los callejones y de los terrenos baldíos.
Dahlia volvió a prestar atención a los ashmadai.
—Un drow y un enano —dijo—. Buscamos a un drow y a un enano. Hay pocos elfos oscuros en Luskan, y tened por seguro que cualquiera que encontréis estará al tanto del paradero del que buscamos. Dividíos en grupos pequeños, de tres o cuatro, e id a las tabernas y posadas. Hay muchas en Luskan, o las había, y las que quedan no deberían ser difíciles de encontrar. Observad y escuchad. Antes de que pase mucho tiempo tendremos una idea más clara de la ciudad.
»Y tú —se dirigió directamente a Devand—, reúne a tus tres mejores guerreros. Nos aventuraremos en la ciudad subterránea, el lugar que fue en una época el hogar de Valindra. Allí están los zarcillos de la caída Torre de Huéspedes del Arcano, que fue la primera que me guio hasta Gauntlgrym y el primordial, y allí están también los túneles que nos llevarán otra vez a ese lugar en caso de que necesitemos dar caza a nuestros enemigos.
—Deberíamos haber traído a Valindra —comentó Devand, pero Dahlia hizo un gesto negativo.
—Sylora no lo quiso —dijo—. Y me alegro de que así fuera. La lich no es controlable ni previsible por el momento.
Devand asintió levemente, bajando los ojos como correspondía y dejando la conversación en ese punto.
El jefe ashmadai eligió bien a sus acompañantes, y los avezados luchadores no le restaron rapidez a Dahlia cuando esta bajó ansiosamente por Illusk y volvió a las entrañas de Luskan. Los cetros ashmadai también contenían algo de magia que les permitía brillar como una antorcha de baja intensidad, y la de Devand tenía un encantamiento aun más poderoso y alumbraba tanto como un potente farol. Entre eso y sus broches, casi no tuvieron problemas con los numerosos espectros y demás criaturas no muertas de aquella tierra embrujada. No tardaron mucho en llegar a la antigua residencia de Valindra.
El lugar estaba exactamente como lo recordaba Dahlia, aunque con más polvo. Por lo demás, todo seguía igual: los muebles y los volúmenes antiguos, los diversos candelabros retorcidos y decorados…
Todo salvo que la otra gema en forma de calavera, la filacteria de Arklem Greeth, había desaparecido.
Dahlia se quedó dándole vueltas a eso, preguntándose si era una señal de que el poderoso lich había escapado por fin de su prisión. O tal vez Jarlaxle se hubiera marchado de la ciudad llevándose la prisión de Greeth consigo. Era seguro que no habría dejado allí un tesoro como ese.
Hizo bien la elfa en disimular su suspiro de decepción. Le habría gustado muchísimo que Jarlaxle estuviera todavía en la ciudad.
—¡Los zarcillos! —oyó decir a Devand desde fuera de la cámara, y salió para encontrarlos a él y a los demás ashmadai inspeccionando el techo, siguiendo las raíces verdes de la caída Torre de Huéspedes.
—¡Los zarcillos! —repitió Devand al verla llegar.
Ella asintió.
—Ahí abajo —dijo Dahlia, señalando un túnel que iba hacia el sudeste—. Es el camino hacia Gauntlgrym. Vosotros dos —continuó, señalando a Devand y a otro—, seguid ese rastro y averiguad si continúa abierto.
—¿Hasta dónde? —preguntó Devand.
—Hasta donde podáis. ¿Recordáis el camino de regreso a la ciudad?
—Por supuesto.
—Id, entonces. Hasta donde podáis, durante el resto del día y por la noche. Buscad señales de que haya pasado alguien recientemente: un odre vacío u hollín de una antorcha, pisadas…, cualquier cosa.
Los dos partieron con una inclinación de cabeza.
Dahlia y los demás volvieron a Luskan y al lugar de encuentro con el resto de la partida, una posada destartalada en el extremo meridional de la ciudad, no lejos de Illusk. Los grupos más pequeños fueron regresando uno por uno, informando del progreso de su identificación de las diversas tabernas y posadas dispersas por la ciudad. Estaban aprendiendo el terreno, tal como se les había ordenado, pero ninguno había encontrado todavía el menor rastro de elfos oscuros.
Dahlia recibió la noticia con resignación, asegurándoles que aquello no era más que el principio, y una sólida base para sus planes.
—Aprendeos la ciudad —les ordenó—. Reconoced sus caminos y a sus habitantes. Ganaos la confianza de algunos del lugar. Tenéis dinero. Gastadlo profusamente en tragos a cambio de información.
Otra vez volvió a rogar para sus adentros que Jarlaxle no hubiera abandonado Luskan. Con algo menos de compostura recibió las noticias que trajo Devand antes del amanecer del día siguiente: el camino a Gauntlgrym ya no existía.
—Los túneles se han derrumbado y no hay manera de pasar —le aseguró.
—Cuando hayas descansado, llévate a la mitad de los hombres —le ordenó Dahlia—. Sigue todos los túneles hasta el final.
—Aquello es un laberinto —protestó Devand—. Y está lleno de espectros.
—Todos los túneles —insistió Dahlia con tono que no admitía réplica—. Ese era el camino a Gauntlgrym. Si está cerrado desde Luskan, podremos volver ante Sylora con la seguridad de que, al menos desde aquí, nadie impedirá el despertar.
Devand no opuso más objeciones y se dispuso a descansar un poco, dejando a Dahlia sola en su pequeña habitación de la posada. La elfa empezó a pasearse de un lado a otro y luego fue hasta la ventana mugrienta para tender la vista sobre la Ciudad de las Velas.
—¿Dónde estás, Jarlaxle? —preguntó entre dientes.