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LUCHANDO CONTRA LA OSCURIDAD

Año del Llanto de los Elfos

(1462 CV)

—¡A

quí llegan ya! ¡Oh, sed valientes, muchachos, y no rompáis los grupos! —gritó el jefe de la caravana a los hombres y mujeres que permanecían agazapados tanto dentro de los carromatos como a su alrededor.

A un lado del camino, los matorrales se agitaron con la tromba de enemigos que se aproximaba.

—Son escarbadores —dijo un hombre, utilizando el mote que les había puesto a los ágiles y rápidos humanoides no muertos que habían infestado la región.

—Caminantes del polvo —lo corrigió otro.

Ese nombre parecía igualmente apropiado, ya que aquellos maleantes, monstruos no muertos, iban dejando rastros de polvo gris, como si cada paso que dieran fuera el primero para salir de las cenizas de una hoguera consumida, y de hecho, según los rumores, los monstruos eran los cadáveres animados de los que habían perecido enterrados bajo las cenizas volcánicas hacía una década.

—¡Guardia! —gritó el jefe después de unos incómodos instantes sin que pudieran ver con claridad al enemigo—, ve a explorar la línea de los árboles.

El guardia mercenario, un viejo enano fornido con la barba pelirroja entrecana, un escudo con el emblema de una jarra espumosa, un hacha con muchas muescas y que llevaba un casco con un solo cuerno, miró al jefe con desconfianza.

El hombre tragó saliva ante aquella mirada fulminante, pero en su favor hay que decir que, de algún modo, reunió valor para volver a acercarse a los árboles.

—Te lo dije cuando me contrataste —le advirtió el enano—. Dime contra que he de luchar, pero no me digas como debo hacerlo.

—¡No podemos simplemente quedarnos aquí mientras trazan sus planes!

—¿Planes? —repitió el enano con una risotada—. Están muertos, zoquete. No trazan planes.

—Entonces, ¿dónde están? —preguntó otro hombre, que parecía al borde de la desesperación.

—Quizá no estén ahí. Quizá fuera sólo el viento —dijo una mujer desde uno de los últimos carromatos.

—¿Estáis todos listos para luchar? —preguntó el enano—. ¿Tenéis las armas a mano? —Miró al jefe, que se enderezó, inspeccionó los cinco carromatos e hizo un gesto de asentimiento.

Bruenor se irguió, se puso los pulgares en la boca y silbó.

Todos menos el enano se agacharon instintivamente cuando un rayo cruzó el aire hasta el lateral de la caravana, proveniente de algún lugar a sus espaldas y pasando como una centella en dirección a los árboles. Se oyó un chillido que les heló la sangre, y las ramas se movieron.

Un segundo rayo se introdujo entre los árboles.

Las ramas comenzaron a moverse nuevamente.

—Aquí llegan —dijo el enano, lo bastante alto como para que todos lo oyeran—. ¡Luchad bien y morid mejor!

Al otro lado del camino, los escarbadores, los caminantes del polvo, los zombies de la ceniza, o como quiera que se llamaran aquellos pequeños humanoides marchitos y grises, llegaron de repente en tromba, saltando de las ramas o saliendo de la línea de árboles a la carrera, algunos en línea recta y otros balanceándose de atrás hacia adelante, como si fueran a tropezarse a cada paso, y otros a cuatro patas. Y por el otro lado, detrás de los conductores y de los demás integrantes de la caravana, se oyó el dulce sonido de unas campanillas y el ruido de unos cascos.

Otra flecha plateada salió disparada de un arco mágico, cegando y sembrando la destrucción al explotar dentro de la cabeza del monstruo más cercano, al que redujo a una nube de cenizas.

Los caballos de la caravana relincharon cuando el poderoso Andahar se aproximó, y uno de los grupos retrocedió cuando el magnífico unicornio saltó limpiamente por encima de un carromato, aterrizando al otro lado, mientras Drizzt ya estaba preparando otra flecha.

Otros dos zombies cayeron fulminados por su flecha, ya que la misma atravesó primero a uno y después al otro, y con un ágil movimiento se echó el arco al hombro, sacó las cimitarras y saltó desde la montura al galope.

Andahar siguió adelante. Bajó la testuz para cargar contra el grupo de monstruos más cercano; atravesó a uno con su cuerno en espiral y arrojó a otro a un lado.

Drizzt rodó por el suelo de manera controlada, y cuando se puso de pie, cargo con tanta ligereza como si llevara corriendo todo el rato. Pasó entre dos zombies y les lanzó con éxito un tajo a cada uno. Se detuvo abruptamente ante un tercero y elevó las cimitarras con una maniobra circular por encima de su cabeza, de atrás hacia adelante, deslizándolas una sobre otra. Estiró el brazo izquierdo, con el filo en posición horizontal a la altura de sus ojos para bloquear los salvajes golpes de un zombie que había cargado contra él. La criatura no mostró signos de sentir dolor cuando sus antebrazos se toparon con una sólida defensa y se cortó con la afilada Centella.

En el mismo movimiento que usó para el bloqueo con Centella, echó el hombro derecho hacia atrás, y mientras llevaba su arma principal hacia un lado, abriéndole más cortes en los brazos al zombie, avanzó un paso y lanzó una dura estocada con Muerte de Hielo que se hundió en el pecho del monstruo. La cimitarra lo atravesó con tal fuerza que Drizzt notó la nube de ceniza que dejaba el zombie tras de sí.

El agujero apenas pareció afectarlo, pero eso no sorprendió demasiado al experimentado explorador elfo. Mientras hacía retroceder a Muerte de Hielo, lanzó otro tajo en dirección descendente con Centella, que se trabó con los brazos del zombie para hacer que perdiera el equilibrio y quedara a merced de Muerte de Hielo, que descendía. La cimitarra pasó por debajo y dio un rodeo por detrás hasta el otro lado, para acabar cortándole la cabeza al monstruo.

Todo —el bloqueo, la estocada, los dos tajos— pasó tan deprisa que Drizzt apenas aminoró la marcha de su avance, así que simplemente siguió corriendo por encima del zombie mientras este se desplomaba. Se las arregló para mirar hacia atrás y vio a su poderoso corcel asestando una doble coz que redujo a un zombie a una nube de cenizas. La mayoría de los otros monstruos persiguieron a Andahar, y sólo unos pocos se dirigieron hacia la caravana.

Las criaturas atacaban a Drizzt desde ambos flancos, moviéndose con una agilidad y una velocidad asombrosas para un no muerto, pero aún así no eran lo bastante veloces para Drizzt Do’Urden, que se movía tan rápidamente gracias a sus tobilleras mágicas, que parecía una mancha borrosa, además de que su equilibrio era perfecto y su estrategia siempre iba tres pasos por delante.

Viró hacia la izquierda, arremetiendo brutalmente contra un grupo de zombies. Eran tantos que los integrantes de la caravana y Bruenor dejaron escapar a la vez un grito ahogado, mientras desaparecía en un mar de cenizas. Pero sus cuchilladas eran tan rápidas y certeras al eliminar obstáculos, y tan veloces sus estocadas hacia un lado, de frente, e incluso del revés, para eliminar a los que lo perseguían que no necesitó aminorar la marcha, y el grito ahogado se convirtió en vítores cuando reapareció por el otro lado, aparentemente en una zona despejada, pero perseguido todavía por una horda de zombies.

Y Drizzt sabía que detrás de los zombies vendría Bruenor, lanzando tajos a diestro y siniestro a los distraídos no muertos mientras estos lo perseguían a él.

Pero el drow tuvo que detenerse abruptamente, sorprendido, cuando de uno de los arbustos laterales salió otro enemigo a la carga, otro zombie. El recién llegado no era uno de los humanos, elfos o enanos que se habían marchitado bajo la lava incandescente del volcán, sino una bestia gigantesca y formidable, que en vida podría haber supuesto un reto para Drizzt y, en la no muerte, sin sentir dolor ni miedo, y casi inmune a las heridas menores, era todavía más formidable. Era casi el doble de alto que el drow y tenía cuatro veces su peso. De su cabeza salían unas pinzas gigantes, y sus brazos largos y fibrosos terminaban en garras que podrían hender la piedra tan fácilmente como si fuera tierra blanda. Drizzt había luchado contra moles sombrías anteriormente, al igual que muchos de sus congéneres, que habían crecido en la Antípoda Oscura, pero esa mole no sólo presentaba el mismo color ceniciento de aquellas criaturas que habían muerto en la lava, sino que además lo rodeaba una capa más oscura, una especie de esencia sombría que parecía salida del mismo plano de las sombras.

Drizzt consiguió evitar su mirada mágica justo a tiempo, ya que se sabía que debilitaba incluso a los mejores guerreros. No esperó a mirar de nuevo para moverse, adivinando, no sin razón, que cualquier retraso le podría costar muy caro. Salió disparado directamente hacia el monstruo, escapando por poco de sus poderosas garras. La mole sombría intentó pisarlo mientras derrapaba, pero Drizzt se hizo un ovillo y consiguió esquivarla a tiempo, e incluso logró lanzarle una cuchillada al pie con el que iba a pisarlo, por si acaso. Se levantó y corrió para colocarse justo detrás, haciendo que siguiera girando, mientras le propinaba unos cuantos tajos.

Pero derribar al monstruo iba a ser como cortar un roble de grueso tronco que además se defendía con uñas y dientes.

—¡Sigue moviéndolo, elfo! —oyó que Bruenor le gritaba desde el otro lado del camino, aún junto a la caravana.

—Desde luego —murmuró el elfo, que no tenía la más mínima intención de ponerse frente a aquella bestia.

Le lanzó un último tajo antes de retirarse rápidamente, para sacar la estatuilla de ónice tan pronto como se hubo alejado lo suficiente de la mole sombría.

—Ven a mí, Guenhwyvar —la llamó suavemente Drizzt.

De hecho, habría preferido no tener que invocar a la pantera, ya que había luchado junto a ella noche anterior y necesitaba descansar en su hogar del plano astral.

Vio cómo aparecía la niebla gris y corrió, apartándose de ella y arrastrando a la mole sombría a perseguirlo.

—¡Sigue moviéndolo, elfo! —oyó gritar a Bruenor desde un lado.

Drizzt miró en esa dirección y se percató de que el enano salía corriendo por uno de los lados del carromato en dirección a un pedrusco rodeado de algunos abedules. Drizzt, con un gesto de comprensión, se volvió súbitamente, sorprendiendo a la bestia lo suficiente como para entrar otra vez en el círculo de sus poderosas garras sin que lo alcanzara. Le lanzó varias estocadas y se apartó con un pesado tajo, o al menos fingió apartarse. Se volvió nuevamente, manteniéndose fuera del alcance de la criatura. Dio otra pasada, lanzándole más estocadas y tajos. Acababa de empezar a correr otra vez cuando oyó el gruñido y el impacto de Guenhwyvar, que salto sobre la espalda de la mole sombría. Drizzt se echó rápidamente a un lado cuando el monstruo se tambaleó bajo el peso de los casi trescientos kilos de pantera musculosa.

—¡Los pequeños, Guen! —gritó Drizzt, preocupado al ver que todavía había muchos zombies rodeando a Andahar y varios más se dirigían a atacar a los integrantes de la caravana.

La pantera se apartó de un salto, levantando una nube de cenizas, mientras Drizzt corría nuevamente a atacar a la mole sombría. La criatura se volvió tontamente para seguir a la pantera, lo cual le permitió al drow lanzarle varios potentes golpes.

Después, Drizzt comenzó a correr otra vez y la bestia se lanzo a perseguirlo. Miró en dirección a la caravana, asintiendo satisfecho al ver que Guenhwyvar ya estaba acorralando a los zombies y desgarrándolos.

El drow siguió corriendo por delante de la mole sombría, que estaba peligrosamente cerca. Quería que la criatura se concentrara sólo en el mientras se movía en círculos, para llevarla justo frente al pedrusco donde Bruenor había desaparecido. Se alejó unas pocas zancadas de la piedra y después se volvió para enfrentarse al monstruo cara a cara.

Una garra descendió sobre él con tanta fuerza que Drizzt ni siquiera intentó bloquear el ataque. En vez de eso, se desplazó hacia un lado y el brazo se estrelló contra el suelo, donde hizo tres surcos con las garras sin importar si se trataba de tierra o piedra.

Drizzt lanzó una estocada y se retiró, giró hacia un lado y después hacia otro, atacando cada vez que encontraba un hueco, pero luchando siempre a la defensiva, para intentar mantener a la bestia ocupada y distraída.

Con el rabillo del ojo volvió a ver a Bruenor, que se subió corriendo a lo alto del pedrusco y dio un gran salto enarbolando el hacha de guerra por encima de la cabeza, con ambas manos. El cuerpo del enano pareció doblarse hasta casi partirse en dos, como las fauces de un lobo gigante, hacienda que sus músculos le dieran el impulso que necesitaba para clavarle el hacha a la bestia.

La mole sombría dejó escapar un extraño gruñido, como si se sintiera sorprendida, o extrañada, en vez de notar dolor. La criatura dio un paso hacia Drizzt, con una expresión que parecía pensativa, como si justo en ese momento comprendiera que le había llegado su fin.

Drizzt se la quedó mirando durante varios segundos, tantos que tuvo que arrojarse a un lado para evitar que lo aplastara al caer.

A pesar de los muchos no muertos que quedaban todavía, Drizzt no pudo evitar sonreír al ver a Bruenor montado sobre la mole sombría mientras esta terminaba de caer. Con la mano del escudo asiendo todavía el hacha y la mano libre extendida detrás de la cabeza, parecía como si estuviera domando a un caballo salvaje.

—Elfo, me estoy acordando de un cierto yeti de la tundra —dijo el enano, liberando el hacha—. ¡Parece que siempre necesitas que te salven!

—¿Así que vas a intentar cocinar los sesos de este como hiciste con el yeti? —preguntó Drizzt, alejándose con un giro y yendo hacia el siguiente monstruo.

—¡Bah! —bufó el enano—. ¡Si eso no sabe a polvo, soy un gnomo barbudo!

Tras tantos años y tantas batallas, tras todas las pérdidas y los extraños caminos que habían recorrido, Bruenor no podría haber dicho nada que lo animara más que aquello a entablar el siguiente combate, y el siguiente después de ese.

Con la ayuda de Andahar y Guenhwyvar, y en menor medida de los integrantes de la caravana, el ataque fue rechazado en poco tiempo. Solo había unos pocos heridos leves entre los mercaderes y los guardias, mientras que los carromatos y los caballos no habían sufrido daño alguno. Se pusieron en marcha poco después, con Drizzt cabalgando junto al flanco.

Al amanecer, el camino se había desviado por completo hacia el oeste, y salieron del bosque a la llanura abierta. Tenían el mar a la izquierda y, con tanto terreno abierto a la derecha, la mayor parte del grupo se echo a dormir un rato.

Drizzt despidió a su montura mágica y se subió al asiento del último carromato, junto a Bruenor. El jefe les informó de que llegarían a Neverwinter al atardecer y, a pesar de lo cansados que estaban algunos, no quisieron detener la caravana.

—Un buen viaje, bien pagado —le comentó Drizzt a Bruenor, hablando no sólo para mantenerse despierto, sino también porque le apetecía conversar.

—No es que les importe mucho —respondió un adormilado Bruenor.

Drizzt enarcó una ceja y miró al enano.

—¡Bah, pero sólo lo has hecho por la lucha! —lo acusó Bruenor.

—Necesitamos el dinero —respondió Drizzt.

—Lo harías gratis. Cualquier cosa por poner tus espadas en movimiento.

—Nuestros fondos no son inagotables, amigo mío. Pagaste bastante oro por ese último mapa que compraste.

—¡Te digo que fue una inversión! ¡Piensa en los tesoros que encontraremos en Gauntlgrym! —insistió el enano.

—¿Y ese mapa nos conducirá hasta allí?

—No lo sé con certeza —admitió—, pero uno de ellos lo ha d…

—¿Ese mapa, garabateado por un marinero calishita, un pirata nada menos, nos conducirá a nuestro destino, algo que miles de enanos no han encontrado en miles de años de búsqueda?

—¡Oh, cierra el pico!

Drizzt le sonrió.

—Te escondes tras tus espadas —dijo Bruenor, poniéndose serio.

Drizzt no contestó, tan sólo miró hacia adelante, observando el camino y los carromatos.

—Siempre lo has hecho, lo sé —continuó el enano—. Lo vi en el Valle del Viento Helado cuando nos encontramos por vez primera. Recuerdo como meneaba la cabeza mi chico y te decía que estabas loco por llevarlo a la guarida de aquel gigante, Biggrin. Pero esto es distinto, elfo. Creo que si te dieran a elegir entre dos caminos, uno seguro y otro lleno de monstruos, escogerías el segundo.

—Yo no elegí este camino; lo hiciste tú —respondió Drizzt.

—No, tú nos apuntaste como guardias, listos para luchar.

—Necesitamos el dinero, ¡oh, Gran Reptador de Cuevas!

—¡Bah! —refunfuñó Bruenor, meneando la cabeza.

Era verdad que andaban algo cortos de dinero, pero bajo ningún concepto estaban arruinados, ya que se habían llevado con ellos una suma bastante considerable cuando se marcharon de Mithril Hall, tantos años atrás, y en realidad, no tenían muchos gastos, aparte de los mapas y abalorios que compraba Bruenor.

El enano dejó el tema y se fue a dormir, sumergiéndose en agradables sueños acerca del pasado, en la cumbre de Kelvin, allá por el Valle del Viento Helado, y aquel saliente al que llamaban la atalaya de Bruenor. Soñó que corría con los compañeros de Mithril Hall, él y el elfo, su chico, su chica y el halfling, al que a menudo encontraba pescando a orillas del Maer Dualdon.

Bruenor decidió que había sido una buena vida. Buena y larga, llena de buenos amigos e increíbles aventuras.

Poco después divisaron Neverwinter y nadie protestó ni una sola vez cuando el jefe detuvo la carreta que iba en cabeza sobre una elevación del terreno que daba a la ciudad, para poder observarla mejor. Antaño había sido una ciudad en pleno desarrollo, un gran puerto, pero después llegó la erupción del monte Hotenow y se había convertido en un conjunto de ruinas desoladas llenas de piedras ennegrecidas y oscuras cenizas.

Pero las heridas de la tierra se estaban cerrando, volvían a crecer plantas sobre el fértil suelo volcánico y, aunque la mayor parte de las ruinas de Neverwinter todavía eran visibles, también se habían construido nuevas estructuras. Eran pocas todavía, y ninguna se acercaba ni remotamente al esplendor de la antigua ciudad. El pequeño asentamiento tenía un aspecto realmente discordante. La estructura más impresionante que se podía ver era el viejo puente del Draco Alado, que brevemente había tenido otro nombre que nadie recordaba. Había escapado a la destrucción sin sufrir demasiado, ya que sólo se había dañado de forma considerable uno de los contrafuertes, y había pasado a ser la pieza central, la promesa de lo que algún día podría volver a ser Neverwinter.

Bruenor y Drizzt estaban tan embelesados con la visión a lo lejos de la ciudad que ninguno de los dos se percató de que se acercaba el jefe de la caravana.

—Le devolverán toda su gloria —dijo el hombre, sacándolos de sus pensamientos—. Sin duda la gente de la Costa de la Espada es muy resistente. Ellos…, nosotros conseguiremos hacer de Neverwinter lo que antaño fue, e incluso más.

»¿Qué decís, muchachos y muchachas? —dijo, dándose la vuelta para que todos pudieran oírlo—. ¿Creéis que podremos convencer a los líderes de que le dediquen el nombre de algún puente o nuevo edificio a Drizzt Do’Urden o a Bonnego Battle-axe?

—De los Battle-axe de Adbar, no lo olvidéis —gritó Bruenor, y todos comenzaron a lanzar vítores.

—Esta caravana permanecerá en Neverwinter al menos hasta la primavera —los informó el jefe a ambos—. Me gustaría que nos acompañarais en el viaje a Aguas Profundas.

—Si seguimos por aquí… —empezó a decir Drizzt.

—Pero no estaremos —lo interrumpió Bruenor—. Tenemos caminos que recorrer por nuestra cuenta.

—Lo comprendo —dijo el jefe—. La oferta sigue en pie…, pagando el doble.

—Es posible —dijo Drizzt, sonriéndole a su amigo—. Mi amigo tiene cierta afición a los mapas…, y eso vacía nuestros bolsillos.

Bruenor lo fulminó con la mirada, disgustado con Drizzt por haber revelado tanta información.

—¿Mapas? —preguntó el jefe—. Vamos a rehacer el mapa de Neverwinter dentro de poco, eso seguro, con tantos buenos artesanos y guerreros valientes que han venido a reconstruirla y defenderla. Lucharemos contra la oscuridad, sin duda, y de un modo que hará que el resto de Faerun mire a Neverwinter con esperanza.

De nuevo comenzaron los vítores.

—La ciudad siempre esta reclutando nuevos guardias y exploradores —dijo el jefe, haciéndoles una segunda oferta.

Drizzt sonrió, pero fue lo bastante prudente como para dejar responder a Bruenor, que dijo:

—Tenemos nuestro propio camino que recorrer.

—Como queráis —respondió el jefe, haciendo una reverencia—. Pero todos los caminos de por aquí parecen llenos de peligros últimamente. —Meneó la cabeza y miró hacia donde habían librado la última batalla—. ¿Qué eran aquellas cosas?

—¿Qué aspecto tenían? —respondió Drizzt.

—Parecían niños enterrados bajo las cenizas del volcán.

—No eran niños —le explicó Bruenor—. Estamos luchando contra los antiguos habitantes de Neverwinter, quemados y consumidos por las brasas calientes, y sería prudente que no construyerais cerca de puntos donde haya habido mucha gente; espero que se entienda lo que quiero decir.

—¿Y vuelven a levantarse de sus tumbas naturales? —preguntó el jefe con expresión desolada—. ¿Acaso la catástrofe traía candente en su interior una magia tan poderosa?

Drizzt y Bruenor simplemente se encogieron de hombros, ya que nadie tenía todavía las respuestas sobre los acontecimientos recientes con el gran número de monstruos no muertos que caminaban por doquier. —Son sólo zombies— dijo Bruenor al ver el rostro desanimado del jefe.

—Son más rápidos, más ágiles y feroces —añadió el drow.

—Han sido avistados por todo el Bosque de Neverwinter —dijo el conductor del siguiente carromato.

Drizzt asintió.

—Hubo tantos muertos durante el cataclismo… —se lamentó—; un banquete para los nigromantes y las aves carroñeras.

—Pensad en mi oferta —dijo el jefe antes de irse—. En mis dos ofertas.

Cuando la caravana se puso otra vez en marcha, Drizzt miró a Bruenor.

—Nuestro propio camino, elfo —insistió el enano.

Drizzt se limitó a sonreír y a dejarlo ahí.

Llegaron a Neverwinter poco después y recibieron una cálida bienvenida por parte de todos los habitantes del campamento; ni siquiera la piel oscura de Drizzt y su herencia drow bastaron para acabar con el entusiasmo que despertaban los recién llegados. En poco tiempo descargaron todos los carromatos, ya que artesanos y mercaderes de todo tipo se apresuraron a reclamar sus pedidos para después volver inmediatamente al trabajo. El ruido de martillos y sierras llenaba el aire, mientras hombres y mujeres se afanaban por doquier, llenos de determinación y buen humor.

A Drizzt y Bruenor aquello les recordó al Valle del Viento Helado en sus primeras épocas, tan lleno de esperanza y de determinación. Bruenor sabía que su búsqueda actual carecía de aquello a ojos del drow. No dudaba de que Drizzt recomendaría permanecer allí durante el invierno, para que pudieran explorar y luchar por aquellas buenas gentes que estaban librando una batalla contra la mismísima oscuridad para reconstruir una ciudad.

Pero Drizzt no dijo nada sobre el tema, y al día siguiente salieron temprano de la ciudad, teniendo buen cuidado de no mirar atrás.

Viajaron por el camino en dirección norte, con la idea de pararse en Port Llast y salir hacia los Riscos desde allí. Cuando se sentaron para almorzar, la conversación fue más bien un monólogo. Bruenor no hacía más que oírse parlotear acerca de su nueva adquisición y de donde empezarían a encontrarse con los puntos de referencia que aparecían mencionados en el mapa. Drizzt, que apenas lo escuchaba, parecía distraído, observando su botella de agua, que temblaba tanto que se movía por el suelo como si hubiera algo vivo atrapado dentro.

—¿Un duendecillo del agua? —preguntó el enano tras un instante, pero justo cuando lo dijo, la tierra comenzó a temblar.

Ambos se echaron al suelo para mantenerse seguros mientras el temblor aumentaba de intensidad y la tierra se sacudía violentamente. Duró poco.

—Diría que no es muy inteligente volver a construir Neverwinter donde estaba antes —comentó Bruenor—. Los temblores están empezando otra vez.

De hecho, tras una década tranquila, los últimos meses habían traído varios terremotos de bastante intensidad, como si alguna fuerza malévola estuviera despertando de nuevo.

Bruenor miró hacia el este, donde antes estaba la montaña de dos picos; ahora sólo quedaba uno. Le pareció que era un poco más grande de lo que recordaba, como si fuera un guerrero enano sacando pecho. Meneó la cabeza. Tal vez fuera producto de su imaginación como consecuencia del reciente temblor. Drizzt había viajado a aquella montaña poco después de la destrucción de Neverwinter, para buscar pistas de lo que podía haber pasado, pero no había encontrado nada aparte del cráter, que ya se estaba enfriando. Sin embargo, la observación de Bruenor era innegable. Los temblores estaban empezando de nuevo, aunque la tierra hubiera estado tranquila en los últimos diez años.

El enano echó la vista atrás, hacia el camino por el que habían venido y la incipiente ciudad de Neverwinter. Pensó que quizá fuera mejor que la lejana Aguas Profundas siguiera siendo la vanguardia del norte.

Pero ese pensamiento duro poco, ya que recordó los rostros llenos de determinación de las gentes que había visto reconstruyendo la ciudad, y el enano fue incapaz de pensar que realmente estuvieran perdiendo el tiempo.

Aunque perseguir sus objetivos les costara la vida.

No había comunicación real entre ellos, ni jerarquías, ni un rey o un gobierno. Los fantasmas de Gauntlgrym habían permanecido atrapados por el cataclismo que destruyó su antigua patria en los milenios pasados, sucesos que se habían perdido en la historia de Faerun. Pero tenían un propósito: defender la ciudad de los intrusos. Y tenían remordimientos. Había sido un enano, un Delzoun y sus compañeros, a los que se les había permitido el paso, los que habían liberado al primordial. Aunque estaban confusos y entristecidos por toda la destrucción que había desencadenado aquella bestia, los fantasmas habían seguido con su silenciosa vigilancia.

Pero los temblores habían vuelto. La bestia despertaba de nuevo.

No hubo conversación alguna, ni directrices, pero incluso aquellos pálidos espíritus sabían que no podían detener la tormenta que se les venía encima, ni cumplir con su cometido. Todo comenzó con una deserción, que no se debió a un pensamiento consciente, sino más bien a un deseo desesperado de huir. Entonces, todos los espíritus salieron de Gauntlgrym, flotando por los confines de la Antípoda Oscura en busca de ayuda.

Otros los siguieron, y muchos se marcharon para vagar sin rumba, buscando sangre Delzoun, aliados vivos que pudieran volver a encerrar a la bestia. Siguieron los zarcillos de la Torre de Huéspedes; algunos se dirigieron hacia Luskan. Otros encontraron caminos más oscuros y descendieron a las profundidades de la Antípoda Oscura por interminables pasadizos que pocos enanos se atreverían a recorrer.

Llevaban consigo la tristeza de lo que una vez habían sido, el dolor de lo que había sido estropeado recientemente y el miedo de lo que estaba por venir cuando el primordial despertara con el ímpetu de su furia descontrolada.