17
EN TIEMPOS DESESPERADOS,
PLANES DESESPERADOS
B
ruenor casi parecía a punto de ser engullido por la mullida silla. Se había ido hundiendo un poco más a cada palabra de Jarlaxle.
El drow explicaba su plan para la reconquista de Gauntlgrym, y si a Bruenor ya le había parecido una tarea imponente considerada en abstracto, ahora, expresada en lenguaje llano, le parecía francamente aterradora.
—O sea que la bestia no dejó estallar el volcán —dijo Bruenor con apenas un hilo de voz—. ¿La propia bestia es el volcán? —Al hacer la pregunta miró a Drizzt, recordando sus frívolas discusiones sobre cómo parar un volcán.
—Un primordial de fuego, tan antiguo como los propios dioses —respondió Jarlaxle.
—E igual de fuerte —dijo Bruenor.
—Pero sin la mentalidad de un dios —añadió Jarlaxle, negando con la cabeza—. Es una catástrofe; carece de malicia. Es poder sin intelecto.
—No va a reunir un ejército de adoradores fanáticos —añadió Drizzt.
La expresión de Jarlaxle al respecto no tenía nada de tranquilizadora. Bruenor echó una mirada a la mesa donde se encontraban los cuencos mágicos que iban a usar para invocar a los elementales de agua y que confiaban retendrían a los monstruos el tiempo suficiente para que ellos reabriesen los zarcillos de la Torre de Huéspedes del Arcano y así volver a colocar la antigua jaula en su sitio. Debían disponer los cuencos con total precisión, aunque no sabían exactamente dónde…
—¡Es una aventura, rey Bruenor! —dijo Jarlaxle entusiasmado, apoyándose ora en un pie, ora en otro—. ¡Rey Bruenor, es el camino hacia Gauntlgrym! ¡La verdadera Gauntlgrym! ¿No era eso lo que buscabas cuando abdicaste del trono de Mithril Hall?
—¡Bah! —resopló Bruenor, apartando de sí al drow con gesto desdeñoso.
Jarlaxle sonrió y le guiñó un ojo a Drizzt.
—Puede ser que tengamos más opciones, más aliados —dijo, cogiendo su sombrero de ala ancha y plantándoselo en la cabeza—. Volveré en un periquete.
Y dicho eso, desapareció, dejándolos a los tres allí sentados en el apartamento.
—Necesitabas mis mapas —le dijo Bruenor a Athrogate.
El enano de negra barba se encogió de hombros y asintió.
—Los túneles que recorrimos hacia Gauntlgrym se vinieron abajo. No podemos volver por allí.
Bruenor se volvió hacia Drizzt con expresión preocupada.
—Esos túneles llevaban estos… zarcillos de la Torre de Huéspedes hasta la antigua ciudad enana —añadió el drow.
—Ya, así fue como encontramos el lugar.
—¿Y si esos zarcillos han sido dañados?
Athrogate lanzó un profundo suspiro y miró directamente a Bruenor con expresión muy seria.
—Si no te apetece ir, no voy a culparte. Todo esto es descabellado y lo más seguro es que acabemos muertos. Quiero decir que es más probable que un buen resultado, pero por lo que a mi respecta, no hay otra salida. —Respiró hondo y visiblemente se agarró a la silla—. Fui yo mismo, rey Bruenor —admitió Athrogate—. Jarlaxle no te lo dijo porque es mi amigo, pero fui yo mismo quien tiró de la palanca e interrumpió el flujo de los zarcillos, quien detuvo su magia y liberó a los elementales que mantenían a la bestia en la sima de lava. Fue Athrogate quien hizo que el primordial rugiera. Fue Athrogate quien destruyó Gauntlgrym, y fue Athrogate quien acabo con Neverwinter.
Bruenor abrió mucho los ojos y al volverse hacia Drizzt descubrió la misma incredulidad en la cara del drow.
—No era lo que yo perseguía —prosiguió Athrogate, bajando la vista, avergonzado, tras su confesión—. Pensé que estaba realimentando la forja y devolviendo la ciudad a la vida.
—Fue una audacia increíble, teniendo en cuenta que no estabas seguro —comentó Drizzt.
—No salió de mi propia cabeza —musitó el enano—. O, mejor dicho: ¡había otros en mi cabeza además de mí! Un vampiro, sin ir más lejos, y esa bruja thayana.
—¿La del Cutlass? ¿La que se las arregló para huir de la sustancia viscosa de Jarlaxle?
—Su jefa. La del Anillo de Pavor. Fui engañado y empujado. —Hizo una pausa y volvió a suspirar. —Y fui débil.
Bruenor volvió a mirar a Drizzt, que le hizo un gesto afirmativo.
—Está bien —le dijo Bruenor a Athrogate con voz firme pero sin tono acusador—. Ya no se puede cambiar lo que pasó, pero tal vez podamos arreglarlo ahora.
—Tengo que intentarlo —dijo Athrogate.
—Y también nosotros —coincidió Bruenor—. Y no basta con que lo intentemos, debemos conseguirlo. ¡Y que se sepa que todo el que se ponga en mi camino probará el filo de mi espada!
—¡Ya, pero no sin antes haber sentido el peso de mis manguales! —dijo Athrogate.
Pareció rejuvenecido por la expresión de ánimo de Bruenor. Los dos enanos miraron a Drizzt, que como única respuesta esbozó una sonrisa sardónica. No había necesidad de decirlo, porque ambos enanos sabían que cualquier enemigo con que se toparan tendría que sentir el filo de sus cimitarras antes de probar el hacha de Bruenor o los manguales de Athrogate.
Más tarde, asomado al balcón y a solas con sus pensamientos, Bruenor Battlehammer sopesaba todo lo que tenía por delante. Vería Gauntlgrym. Su búsqueda llegaría a su fin, su visión quedaría confirmada, su sueño se haría realidad. ¿Y después qué? ¿Qué camino inspiraría sus pasos después de eso? ¿Qué daría fuerza a sus cansados y viejos miembros?
¿O acaso sería este su último camino y tenía el final a la vista?
Mientras rumiaba todo aquello e iba aceptando la posibilidad, creyó ver en la calle una cara que le resultaba conocida.
Shivanni Gardpeck pasaba a toda prisa cuando Jarlaxle le salió al encuentro, como surgido de la nada. Intercambiaron algunas palabras que Bruenor no podía oír, y Jarlaxle le dio a la mujer una bolsa bastante pesada, tal como había prometido antes en el Cutlass.
Cuando Shivanni se despidió, perdiéndose en la noche, y Jarlaxle se volvió hacia Bruenor, el enano notó una expresión de preocupación y de perplejidad en la cara del elfo oscuro.
Jarlaxle subió por la escalera y se encontró a Bruenor, que lo esperaba.
—¿Ha cruzado la raya nuestro amigo? —preguntó el drow.
La pregunta cogió a Bruenor desprevenido y frunció la nariz mientras miraba a Jarlaxle.
—Drizzt —aclaró el drow, aunque, por supuesto, no era eso lo que había confundido a Bruenor.
—¿De qué raya me estás hablando?
—Combate con más… furia de la que recuerdo —dijo Jarlaxle.
—Ya lleva tiempo así.
—Desde la pérdida de Catti-brie y de Regis.
—¿Lo culpas por ello?
Jarlaxle negó con la cabeza y miró hacia la puerta cerrada del apartamento.
—Sin embargo, ¿ha cruzado esa raya?— preguntó de nuevo, volviéndose hacia Bruenor. —¿Se ha lanzado a un combate que no debería haber empezado? ¿Ha dado muestras de no tener clemencia con alguien que la mereciera? ¿Ha permitido que fuera su rabia y no su conciencia la que controlara sus espadas?
Bruenor lo miró fijamente, todavía perplejo.
—Tu vacilación me asusta —dijo el elfo oscuro.
—No —respondió Bruenor—, pero tal vez se esté acercando. ¿Por qué te preocupa?
—Simple curiosidad.
Por supuesto que el enano no le creyó.
—Puede ser que haya otras cosas —dijo Bruenor—. Drizzt ya no se encuentra a gusto en las ciudades. Cada vez que nos establecemos en un lugar para pasar el invierno, en Port Llast, o en Neverwinter antes de que cayera, o incluso en el seno de una tribu bárbara, es reacio a quedarse… Está incómodo en compañía. Quizá ahora estaría más contento en Neverwinter.
—Porque allí siempre hay alguien, o algo, contra quién o qué luchar en las ruinas —dijo Jarlaxle.
—Eso.
—Le encanta batallar.
—Nunca le hizo ascos. Dilo de una vez, elfo: ¿qué te anda rondando por la cabeza?
—Ya te lo he dicho, mera curiosidad —replicó Jarlaxle, y volvió a mirar hacia la puerta del apartamento.
—Entonces, mejor pregúntaselo a él. Tal vez consigas respuestas más adecuadas —le aconsejó el enano.
Jarlaxle meneó la cabeza.
—Tengo otras cosas que atender esta noche —dijo.
El drow mercenario se dio la vuelta, hizo un gesto de contrariedad y salió corriendo escaleras abajo.
Bruenor se acercó a la barandilla y lo observó mientras se iba, aunque el astuto Jarlaxle pronto se perdió de vista. Largo rato estuvo el enano pensando en esa conversación, no tanto por los motivos que pudiera tener Jarlaxle para indagar de esa manera acerca de Drizzt, sino por las implicaciones de la legítima inquietud del elfo oscuro.
Él mismo ya casi no podía recordar al viejo Drizzt, al drow que afrontaba una batalla con un gesto de inevitabilidad y una sonrisa en los labios, no sólo por confianza en sí mismo, sino por la convicción de estar actuando según los dictados de su corazón. Había advertido el cambio que se había producido en Drizzt. Su sonrisa se había vuelto algo más… maligna, tenía menos de aceptación de la necesidad de un combate y más de puro disfrute.
Sólo entonces cayó Bruenor en la cuenta de los años que habían pasado desde que vio al viejo Drizzt por última vez.
Cuando entró en la cámara subterránea que en una época había pertenecido a Arklem Greeth y a Valindra, a Jarlaxle no le sorprendió darse cuenta de que no estaba solo.
Dahlia estaba sentada cómodamente en una silla, mirándolo.
—Te has servido bien del anillo —dijo el drow con una reverencia.
—Su naturaleza se me reveló en cuanto me lo puse.
—A pesar de todo, no debes ser tan modesta. Pocos podrían haber usado la imagen proyectada con tal eficacia. Tus secuaces ni siquiera sospecharon que no eras realmente tú quien llegaba.
—¿Y tú?
—De no haber sabido lo del anillo, jamás habría sospechado —contestó, alargando la mano.
Dahlia lo miró, miró su mano, pero no se movió.
—Me gustaría recuperar mi anillo —dijo Jarlaxle.
—Ahora ya no tiene su conjuro.
—Puede recargarse.
—Eso espero —replicó Dahlia, que seguía sin mostrar su disposición a devolver el anillo.
Jarlaxle retiró la mano.
—Tenía confianza en que usarías el anillo. Veo que tu antipatía por Sylora Salm sigue siendo fuerte.
—No más fuerte que la suya por mí.
—Ella está celosa de tu juventud elfa. Se pondrá vieja y fea mientras que tú seguirás siendo bella.
Dahlia hizo un gesto desdeñoso con la mano, como si eso no importara, lo que dio a Jarlaxle la pauta de que su indisposición con Sylora tenía raíces mucho más profundas que el aspecto físico.
—Entonces, has decidido abandonar su causa —conjeturó Jarlaxle.
—Yo no he dicho eso.
—No llevas puesto el broche de Szass Tam.
Dahlia se miró la blusa, donde generalmente lo llevaba.
—Puede ser que consigas dejar atrás tus actos en el Cutlass —dijo Jarlaxle—, pero dudo de que esta violación de la etiqueta sea aceptada. Szass Tam se toma en serio estas cosas. En cualquier caso, jamás convencerás a Sylora de perdonar tu papel limitado en la pelea del Cutlass.
La elfa lo miró con dureza.
—O sea que has atravesado una puerta de una sola dirección —acabó Jarlaxle—. Ahora ya no hay vuelta atrás, Dahlia. Has abandonado a Sylora Salm. Has abandonado a Szass Tam. Has abandonado a Thay.
—Sólo me cabe esperar que los tres me den por muerta.
Jarlaxle estuvo unos instantes mirando a Dahlia, tratando de adivinar sus intenciones, pero ella era bastante inescrutable. Sobre sus encantos evidentes había una capa de frialdad, una defensa permanente contra las emociones descontroladas. A Jarlaxle se le ocurrió que ella habría sido una buena drow.
—¿Y ahora a dónde, lady Dahlia?
Dahlia lo miró con expresión oscura y seria.
—¿Quién es tu amigo el drow?
—Tengo muchos.
—El de la barra —especificó Dahlia—. Estuve observando la pelea. Brevemente. Lucha bien con las dos manos, de forma extraordinaria incluso para un drow. El enano es diferente. Lo que le falta de habilidad lo compensa con fuerza bruta. No se mueve con gracia, y aunque sin duda es peligroso, ese drow tiene mucha más habilidad con sus cimitarras que Athrogate con sus manguales.
—Es cierto —reconoció Jarlaxle—. Podría contarse entre los maestros de armas más grandes que haya habido nunca en Menzoberranzan, tal como lo fue su padre.
—¿Quién es?
Jarlaxle miró a lo lejos, como si en ese mismo momento pudiera ver a Drizzt en la distancia.
—Es el que escapó —dijo.
—¿De dónde?
Volvió a fijar la mirada en ella.
—De sus ancestros. Su nombre es Drizzt Do’Urden, y es bien recibido tanto en Aguas Profundas como en Luna Plateada…
Dahlia lo hizo callar alzando una mano.
—De modo que es ese al que llaman Drizzt —dijo—. Lo sospechaba.
—Se ha ganado su fama, te lo aseguró.
—¿Y tú eres su amigo?
—Tal vez más de lo que él mismo admitiría, o al menos, más de lo que sería capaz de entender.
Dahlia lo miró con expresión curiosa, y la verdad, cuando reflexionó sobre esa mirada, también el propio Jarlaxle se sintió algo sorprendido.
—¿Por qué? —preguntó Dahlia. Una simple pregunta que surgía de emociones profundas y complejas.
—Porque es el que escapó —respondió Jarlaxle.
Dahlia hizo una pausa, asintiendo.
—¿Y su amigo enano? —preguntó a continuación.
—El rey Bruenor Battlehammer de Mithril Hall, aunque ahora viaja con un nombre supuesto. Abdicó de su trono para encontrar lo que ya hemos visitado.
—De modo que te propones engatusarlo para que te ayude en tu regreso a Gauntlgrym, porque, por supuesto, piensas volver…
—Sí… No me lo propongo y sí a lo último. Pienso decírselo. De hecho ya se lo he dicho.
—¿Y se van a lanzar a los brazos de un primordial revivido?
—Me temo que tienen más honor de lo que les conviene —dijo Jarlaxle con una sonrisa burlona. No obstante, la sonrisa desapareció, dando lugar a una expresión muy seria, cuando añadió—: ¿Y tú?
—¿Qué pasa conmigo?
—Has traicionado a Sylora Salm, a Szass Tam y a la propia Thay.
—Eso lo dices tú, no yo.
—Has usado el anillo para escapar, pero la Dahlia que yo conozco no desprecia la ilusión de una pelea.
—La Dahlia que tú conoces sigue viva porque es cautelosa y lista.
—Pero quizá no tanto en lo que respecta a Sylora.
—Supongo que te crees muy perspicaz —respondió ella.
—Aceptaste el anillo y lo usaste. Traicionaste a Sylora cuando era más importante. Puede ser que la llegada de Dahlia, no la de la imagen de Dahlia, sino la de la verdadera guerrera, hubiera cambiado el resultado de la pelea en el Cutlass. Sin embargo, optaste por no acabar tu misión.
—¿Qué sabes tú de mi misión?
—Que te enviaron aquí para ver si alguien respondía a los terremotos cada vez más fuertes —contestó Jarlaxle sin vacilar—; para averiguar si yo tenía intención de volver a Gauntlgrym.
Dahlia sonrió.
—Bueno, ahora lo sabes —dijo el drow—. Tengo esa intención y no carezco de aliados.
—¿Debería ir y decírselo a Sylora?
—Supongo que lo sabrá muy pronto, ya que algunos de tus secuaces ashmadai huyeron de la taberna.
—¿Sabes lo de los ashmadai?
Jarlaxle alzó una ceja y la comisura de los labios.
—Los túneles se han hundido —dijo Dahlia, cambiando de tema—. No hay forma de volver a Gauntlgrym.
—Yo conozco una forma —dijo Jarlaxle.
En los ojos azules de la elfa hubo un leve destello antes de que reprimiera la mirada de curiosidad.
—Y te conduciré hasta allí —dijo el drow, haciéndole ver que había advertido su desliz.
—Presumes muchas cosas.
—Y presumo correctamente. ¿Qué ventaja tendría presumir otra cosa? Al final, y no dentro de mucho, irás conmigo y con mis amigos a los salones de Gauntlgrym.
Dahlia abandonó su asiento, presurosa, y se puso ante él sujetando su vara de dos metros y media.
—Ya me diste tu respuesta al usar el anillo —dijo Jarlaxle.
Dahlia adoptó una expresión pensativa, pero asentía con la cabeza.
—¿Por qué? —preguntó Jarlaxle—. Este no es exactamente el camino más fácil para ti.
—Si se contiene al primordial de modo que no pueda lanzar fuera su calamidad, el Anillo de Pavor de Sylora fallará —replicó Dahlia—. Ella no se impondrá en su lucha contra los netherilianos.
—¿Te caen bien los netherilianos?
Los ojos de Dahlia lanzaron otro destello, con evidente furia desatada.
—Comparto tu desprecio por ellos —añadió rápidamente Jarlaxle. Miró a Dahlia detenidamente—. Pero tu desprecio por Sylora no es menos profundo.
—Szass Tam la culpará del fallo del anillo de pavor.
—Y eso te gustaría.
—Sería uno de los mayores placeres de mi vida.
—¿Para poder volver a Szass Tam en una posición de fuerza?
Una vez más brillo aquel destello en sus ojos, y Jarlaxle se dio cuenta de que su línea de razonamiento había sido totalmente errada. Entonces, era cierto, lo sabía. Al usar el anillo —la salida que él le había dado—, Dahlia había aprovechado la oportunidad para liberarse no sólo de Sylora, sino del propio lich señor de Thay. Tal vez la maldita fascinación que sentían por la muerte había ofendido la sensibilidad de la elfa, o tal vez sólo había venido para asegurarse de que los que seguían a Szass Tam estaban destinados a un sometimiento eterno, a ser siempre seguidores y nunca líderes.
Todas esas eran posibilidades que Jarlaxle tenía intención de explorar.
—Debemos salir pronto hacia Gauntlgrym —dijo— antes de que la noticia llegue a Sylora, antes de que pueda lanzar a sus secuaces contra nosotros.
—Y cuando lo haga, los mataremos —replicó Dahlia—. Es posible que ese drow, Drizzt, me demuestre que tiene bien merecida su fama.
Jarlaxle sonrió al oír eso. No tenía ni la menor sombra de duda.
—Deberíamos marcharnos enseguida —les dijo Jarlaxle a los tres cuando volvió a su encuentro poco después—. Algunos de los que podrían detenernos han huido de la ciudad y seguro que están difundiendo por todas partes cuales son nuestras intenciones.
—¡Tú mismo dijiste que no sabemos lo suficiente! —objetó Bruenor—. ¿Dónde hay que colocar los malditos cuencos?
—Averiguaremos muchas cosas en cuanto lleguemos a Gauntlgrym, espero —respondió Jarlaxle, y recordó para sí las palabras de Gromph, transmitidas por el fantasma del enano atrapado en la filacteria de Arklem Greeth: «Sentad a un rey en el trono de Gauntlgrym»—. El tiempo corre ahora en nuestra contra, amigo mío —prosiguió—. Hay muchos interesados en ver al primordial despertar y estallar una vez más, para sus propios y nefastos planes.
—¿Están dispuestos los de Bregan D’Aerthe? —preguntó Drizzt—. ¿Listos para ponerse en marcha?
Jarlaxle pareció un poco desconcertado por la pregunta y apretó los labios.
—¿Sólo nosotros cuatro? —inquirió Drizzt.
—No, cinco —replicó Jarlaxle, y volviéndose hacia la puerta abierta hizo una seña.
Dahlia entró en la habitación.
—¿No es esta la elfa de la sustancia viscosa? —preguntó Bruenor.
—Fue una estratagema para que ella pudiera abandonar a sus indeseables compañeros fingiendo su muerte —explicó Jarlaxle.
—Pues venía acompañada la primera vez que fuimos allí —protestó Athrogate—. ¡Fue ella la que nos llevó a Gauntlgrym para liberar a la bestia!
—¿Crees que vamos a confiar en ella? —dijo Bruenor, plantándose ante él con los brazos en jarras y echando fuego por los ojos.
—Dahlia fue engañada aquel lejano día —replicó Jarlaxle. Y añadió mirando a Athrogate—: Igual que nosotros.
—¡Bah! —resopló el enano—. ¡Ella nos llevó allí, y nos engañó para liberar a la bestia!
—Traté de deteneros —le recordó Dahlia.
—Eso dices ahora.
—Digo la verdad y tú lo sabes —dijo Dahlia, volviéndose a mirar a Drizzt y a Bruenor, sobre todo a Drizzt, más directamente—. Tengo tanto interés como vosotros en encerrar otra vez al primordial.
—¿Te mueve tu conciencia o la sed de venganza? —preguntó Drizzt con una sonrisa sardónica.
Dahlia lo miró con dureza.
Bruenor se disponía a intervenir, pero Drizzt le puso una mano en el hombro para tranquilizarlo y le hizo a Dahlia señas de que continuara.
—Desde entonces he pagado por desobedecer a mis amos, a mis antiguos amos, día tras día —dijo la elfa—. Y lo pago doblemente porque veo el resultado de mi fracaso. Antes creía que Szass Tam era…
—¿Szass qué? —preguntó Bruenor, echando una mirada a Drizzt, que se encogió de hombros, tan desconcertado como él.
—El dueño y Señor del reino de Thay —explicó Dahlia—, cuyos seguidores controlan el Anillo de Pavor en el Bosque de Neverwinter, y a los zombies cenicientos que deambulan por la región.
Los dos enanos y el drow asintieron, recordando las historias que se contaban sobre el poderoso lich.
—Hubo un tiempo en que creí que Szass Tam era un profeta —prosiguió Dahlia—, un gran hombres con designios gloriosos, pero cuando llegué a entender el precio de esos designios, me sentí como una tonta.
—Entonces, es venganza —dijo Drizzt, y su eliminación de cualquier elemento de moralidad en el cambio de ánimo de Dahlia hizo que la elfa se volviera otra vez a mirarlo con los labios apretados y los ojos entrecerrados.
—Llevó diez años llamándotelo —intervino Athrogate—. Tonta, quiero decir.
Dahlia se limitó a lanzar un bufido.
—Los seguidores de Szass Tam, los fanáticos ashmadai y Sylora Salm, e incluso mi viejo compañero Dor’crae…
—El vampiro —dijo Athrogate en un susurro.
Bruenor lo miró, y miró luego a Dahlia con expresión de disgusto.
—Si que eliges bien a tus amigos —dijo.
—Algunos dirían lo mismo de un enano y un drow —replicó Dahlia, pero cuando Bruenor entrecerró los ojos con expresión amenazante, se limitó a alzar las manos, admitiendo su equivocación—. Intentarán deteneros…, detenernos —dijo—. Los conozco. Sé cuáles son sus tácticas y sus poderes. Encontraréis en mí una valiosa aliada.
—O una peligrosa espía —repuso Bruenor.
Drizzt paseó la mirada por su amigo y por la guerrera elfa, y al fin la fijó en Jarlaxle. Después de todo, había pocos que entendieran mejor esas conflictivas zonas grises entre la moralidad y el pragmatismo que el jefe de Bregan D’Aerthe. Al observar la mirada inquisitiva de Drizzt, Jarlaxle respondió con una leve inclinación de cabeza.
—Nosotros cinco, entonces —dijo Drizzt.
—Y derechos a Gauntlgrym —asintió Jarlaxle.
Todavía con los brazos en jarras, Bruenor no parecía nada convencido. Se disponía a protestar, pero Drizzt se inclinó hacia él y le susurró al oído «Gauntlgrym», recordándole que estaban a días de distancia de conseguir un objetivo detrás del cual llevaban décadas.
—Ya —dijo Bruenor. El enano recogió su hacha, miró a Dahlia con desconfianza, por si acaso, y le hizo señas a Jarlaxle de que abriera la marcha.