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JOSI… JOSI PUDDLES

D

ahlia asió con fuerza su bastón triple, dispuesta a saltar sobre cualquier cosa que se aproximara a la pequeña sala en la cual esperaba junto con los enanos.

Se tranquilizó al ver que era Drizzt el que entraba.

—Nuestros enemigos están cerca —le advirtió—. Por el frente. Los hay en todos los corredores y cámaras.

Desde la puerta del otro extremo de la habitación, aquella por la que los cinco habían entrado, se oyó la voz de Jarlaxle.

—Y también los tenemos muy cerca por detrás.

—Entonces, vamos a tener que luchar otra vez —dijo Dahlia, y no dio la menor muestra de pesar ni de miedo ante la idea. Le hizo un gesto con la cabeza a Drizzt, quien le devolvió una mirada igualmente confiada.

—Sin parar hasta la forja de Gauntlgrym —confirmó Athrogate—. ¡Lagarto que se me ponga delante, lagarto que aplasto! ¿No, rey Bruenor?

Dicho eso se volvió y le dio a Bruenor una palmada en el hombro. Bruenor, que estaba ocupado estudiando la pared, sólo respondió con un gruñido.

—Debemos actuar con rapidez —dijo Drizzt—. No nos conviene que los que vienen detrás nos sorprendan cuando estemos peleando con los de delante.

Se dirigió a la arcada de la puerta con Dahlia pisándole los talones. Jarlaxle entró desde el otro extremo y se dirigió hacia ellos; a continuación, se les unió Athrogate después de otra palmada en el hombro de Bruenor.

—Bruenor —llamó Drizzt—, debemos salir ya.

El enano le hizo un gesto con la mano y se puso a estudiar la pared con más detenimiento. Su mente retrocedió a través de los siglos, hasta las revelaciones del trono mágico.

«Esta es la sala —pensó—. Tiene que serlo. ¡Si consiguiera dar con el pestillo!».

Desde el túnel por el que acababan de bajar llegaron ruidos.

—Bruenor —dijo Drizzt, pero en voz más baja. Corrió a donde estaba el enano—. Ven —le rogó a su amigo, poniendo la mano sobre el fuerte hombro de Bruenor—. Nuestros enemigos se acercan. Debemos irnos.

—Ya, irnos —respondió Bruenor, irritado. Apoyó la mano con más fuerza sobre la pared, esperando no hacer saltar una trampa mortal.

¿Sería posible que los siglos de desuso hubieran estropeado el mecanismo? La idea sacudió a Bruenor. Al fin y al cabo, era Gauntlgrym, la cumbre de la civilización enana.

—Los enanos construyen las cosas para que duren —dijo en voz alta.

—¿Construir qué?

Por fin, Bruenor alzó la vista hacia Drizzt, y señalando con el mentón la pared, se hizo a un lado. Drizzt se acercó rápidamente. No estaba del todo seguro de saber lo que tenía que buscar, ya que Bruenor no había revelado ningún detalle sobre los motivos de su interés por ese bajorrelieve en particular, y Gauntlgrym estaba lleno de tallas similares.

El drow se quedó unos instantes mirando las tallas. Los demás acudieron junto a ellos, rogándoles que salieran de la pequeña cámara, que cada vez más corría el riesgo de transformarse en una trampa… o en una tumba.

Drizzt meneó la cabeza, no como respuesta a esos apremios, sino sólo porque no veía ninguna anomalía en los dibujos, nada que pudiera indicar algo fuera de lugar. Cerró los ojos, extendió las dos manos por delante y suavemente paso los dedos por la pared. Por fin, abrió los ojos y en su cara se dibujó una extraña sonrisa.

—¿Qué me cuentas? —preguntó Bruenor.

Drizzt retiró una mano de la pared; luego, todos los dedos menos uno de la otra mano. Movió el dedo que mantenía en contacto un poco hacia arriba, y luego, lentamente, lo volvió a su lugar original, mientras su sonrisa expresaba cada vez más confianza.

Bruenor levantó su mano, y Drizzt movió la suya hacia un lado.

El enano cerró los ojos y tanteó el lugar.

—Enano listo —susurró, refiriéndose al artesano que había construido aquel mecanismo específico.

No había ni la menor unión. No había señal de color ni de forma. En aquel lugar, en un punto no más grande que la punta de un grueso dedo enano, la pared no era de piedra, sino de metal.

Bruenor giró el dedo para poner la uña en contacto con ese punto y empujó con fuerza.

—Plomo —declaró.

—Es una cubierta de metal —dijo Drizzt.

—Sí, para ser fundida. —Los dos se volvieron hacia Jarlaxle, que siempre parecía tener todas las respuestas.

—¿Fundida? —preguntó Drizzt, escéptico—. Podríamos hacer fuego y calentar algo así como un improvisado atizador, pero no tenemos tiempo para conseguir que alcance esa temperatura.

—¿Qué hay al otro lado? —preguntó Dahlia.

—Nuestra escapatoria, si no interpreto mal sus caras —dijo Athrogate.

Bruenor miró la pared, y luego a Drizzt, que parecía tan perplejo respecto a la puerta como a la forma de atravesarla. En el pasillo se oyeron más ruidos. Era evidente que sus enemigos se acercaban a la cámara.

—Ponle una marca —indicó Drizzt.

El drow se alejó, y sus planes quedaron claros cuando descolgó a Taulmaril de su hombro.

Bruenor miró en derredor y rebuscó en sus bolsillos y en su bolsa, tratando de imaginar una forma de hacerlo. Sacó uno de sus mapas y rompió un trocito de una esquina, que a continuación se metió en la boca. Volvió corriendo al lugar que habían identificado y suavemente palpó de nuevo la superficie sin dejar de mascar. Cuando hubo encontrado el punto, escupió el pergamino húmedo en su mano, lo pegó en el sitio y se hizo a un lado.

Drizzt ya tenía una flecha en el arco, tensó la cuerda y procuró afinar la puntería.

Disparó, y un destello relampagueante iluminó la estancia. El proyectil encantado dio en el blanco, y tras derretir el pergamino, perforó la cubierta de plomo, llegó al pestillo que había detrás y lo dejó inservible. Tanto el drow como el enano sabían que corrían un riesgo, porque era probable que al hacerlo Drizzt hubiera sellado para siempre la puerta secreta.

Oyeron el ruido de una roca contra otra en algún lugar detrás de la puerta, aunque no podían saber con certeza si era una señal prometedora o un presagio de lo más terrible.

Entonces, las piedras se removieron delante de ellos, cuando los contrapesos encajaron en algún mecanismo oculto. El pestillo se ajustó levemente y dejó a la vista el contorno de una puerta de tamaño enano. Salió polvo de todos los bordes y un olor mohoso, un olor antiguo, les lleno las fosas nasales. Con un ronco crujido de protesta, la puerta secreta se abrió hacia un lado y desapareció dentro de la pared de la derecha.

—¿Cómo lo has sabido? —preguntó Dahlia, sin aliento.

—Qué trono más listo, ¿verdad? —dijo Athrogate con una risita.

—Adelante, y deprisa —los instó Jarlaxle.

Drizzt se dispuso a atravesar la puerta, pero Bruenor alzó uno de sus fuertes brazos e impidió el paso al drow.

El rey enano abrió la marcha por el profundo corredor, en desuso desde hacía largo tiempo, un túnel que enseguida se convirtió en una empinada escalera.

El último en entrar fue Athrogate, que volvió a colocar en su sitio la pesada puerta de piedra.

Y bajaron. Bruenor mantenía un paso rápido por la traicionera escalera de piedra. No pensaba en el peligro de caerse. Sabía lo que venía a continuación.

La escalera acabó en un estrecho corredor, que a su vez daba a una cámara más amplia y con una luminosidad anaranjada: la forja de Gauntlgrym.

Bruenor se paró en seco, con los ojos y la boca muy abiertos.

—¿La ves, elfo? —consiguió musitar.

—La veo, Bruenor —respondió Drizzt en voz baja y con tono reverente.

No era necesario ser un enano Delzoun para entender el solemne significado del lugar y su majestuosidad. Como impelido por fuerzas invisibles, Bruenor se dirigió hacia la gran forja central. El enano parecía crecer a cada paso, a medida que la magia antigua y la fuerza ancestral hinchaban su forma corpórea.

Se detuvo justo delante de la forja abierta, con la mirada fija en las ardientes llamaradas, que estaban totalmente activas desde la primera vez que se había soltado al primordial. Tenía la cara roja por el calor, pero no le importaba.

Estuvo allí de pie durante un larguísimo rato.

—¿Bruenor? —se atrevió a llamarlo Drizzt, por fin—. Bruenor, debemos darnos prisa.

El enano no dio la menor muestra de haberlo oído.

Drizzt se le colocó delante para que lo viera, pero el enano estaba con los ojos cerrados. Y cuando por fin los abrió, seguía estando lejos y casi no tenía conciencia de la presencia de Drizzt ni la de los demás. Levantó el hacha y dio un paso hacia la forja abierta.

—¿Bruenor?

Se despojó del escudo, lo apoyó sobre la pequeña repisa que había delante del fuego y, a continuación, puso el hacha encima.

—¿Bruenor?

Sin valerse de ningún utensilio, el enano cogió el borde de hierro del escudo y lo deslizó dentro de la forja abierta, canturreando en un lenguaje que bien sabía que ninguno de los demás entendería, un lenguaje que ni siquiera él entendía.

—¡Bruenor!

Todos debían pensar que el escudo, en su mayor parte de madera, se quemaría, pero no fue así.

Bruenor continuó con su cántico un poco más, y luego metió la mano y volvió a coger el borde del escudo.

—¡Bruenor!

Drizzt se precipitó hacia él, pensando tal vez en hacerlo a un lado, pero habría dado lo mismo que el drow hubiese tratado de mover la propia forja. Golpeó el brazo de Bruenor con fuerza, poniendo todo su peso en el golpe, pero el enano ni se movió. Bruenor casi ni reparó en el choque. Se limitó a tirar del escudo, y con él, sacó su mellada hacha.

Ni siquiera los enfrió en agua; solo los recogió, se colocó el escudo y empuñó el hacha. Entonces, se apartó, se volvió hacia los demás, sacudió la cabeza y salió del trance.

—¿Cómo es que no se te ha quemado la carne hasta el hueso? —inquirió Dahlia—. ¿Por qué no se te desprende la piel de los dedos como si fuera pergamino?

—¿Eh? —dijo el enano, perplejo—. ¿De qué estás hablando?

—El escudo —dijo Jarlaxle, y Athrogate empezó a reír por lo bajo.

—¿Eh? —volvió a preguntar Bruenor, y le dio la vuelta al escudo para echar una mirada.

La madera seguía como siempre, aunque tal vez un poco más oscura, bruñida por el fuego. Sin embargo, el cerco de metal, antes de hierro negro, relucía como la plata y no tenía ni una sola de las hendiduras que hasta entonces presentaba. Y lo más magnífico de todo era la jarra espumosa que había en el centro. También esta brillaba como la plata, y la espuma parecía casi real, de color blanco y de diseño resplandeciente.

—El hacha —añadió Jarlaxle.

Todos se habían fijado. ¿Cómo no reparar en los cambios que se habían producido en el arma? La cabeza tenía un brillo plateado, y su feroz filo centelleaba. Seguía mostrando las marcas de sus muchas batallas —seguramente, los dioses enanos habrían considerado un insulto a Bruenor eliminar esas credenciales de honor—, pero ahora tenía una fuerza que a nadie le pasó desapercibida, un poder interno que relucía como pidiendo ser liberado.

—¿Qué has hecho? —inquirió Jarlaxle.

—Hablar con los antepasados —musitó Bruenor, y golpeó el hacha contra el escudo.

Un ruido proveniente del fondo de la sala hizo que todos se dieran la vuelta en esa dirección. Drizzt desmontó a Taulmaril de su hombro mientras Athrogate y Bruenor se colocaban a uno y otro lado de él. Jarlaxle se retiró unos pasos y sacó un par de varitas.

—Aquí vienen —comentó Dahlia, que estaba justo detrás de Drizzt. Uso su bastón para hacerse un hueco y se colocó entre él y Athrogate.

Drizzt miró a Bruenor, que lucía una curiosa expresión. Tras devolverle una rápida mirada, el enano puso el hacha en la mano del escudo y estiró el brazo que lo sujetaba. Miró la parte trasera del escudo, y su expresión se volvió todavía más curiosa cuando alargó la mano libre, como buscando algo en la parte interior.

Todos se quedaron boquiabiertos, cuando Bruenor retiró el brazo sostenía una jarra con un gran copete espumoso que rebasaba ampliamente el borde. Volvió a mirar el escudo, con una expresión de incredulidad.

Le pasó la jarra a Drizzt y, a continuación, sacó otra.

—¿Y no hay otra para mí? —inquirió Athrogate.

Drizzt le pasó la primera al enano y se volvió justo a tiempo de recibir la segunda de manos de Bruenor, que ya tenía la tercera. Se la quedó Drizzt, porque este le había dado la segunda a Dahlia. La cuarta fue para Jarlaxle, y Bruenor se quedó con la quinta y última.

—¡Este si que es un escudo que vale la pena! —dijo Athrogate.

—Tenemos algunos dioses bondadosos —comentó Bruenor, y Athrogate sonrió.

—¿Qué es? —preguntó Dahlia.

—¡Revientabuches, espero! —dijo Athrogate.

Los dos drows y la elfa se miraron, y miraron a continuación sus jarras con desconfianza, pero Bruenor y Athrogate no vacilaron y, alzando las suyas, brindaron y luego comenzaron a beber a grandes sorbos.

Al hacerlo, ambos parecieron henchirse de poder. Cuando hubo terminado, Athrogate les mostró a todos su jarra de metal vacía y la aplastó en la mano, después la tiró a un lado y preparó sus manguales.

—Por el trasero de Moradin y por la barba de Clangeddin: quién alguna vez había de ver tal visión, un rey, dos drows y una elfa compartirán botín tras presentarse armados y dispuestos para dar la talla enfrentándose al enemigo en singular batalla —recitó.

—¡Buajajá! —En esa ocasión, la exclamación no provino de Athrogate, sino de Bruenor.

—¡Bebed de una vez, pedazo de zoquetes! —les dijo Athrogate a los demás—. ¡Y sentid el poder de los dioses enanos fluyendo por vuestras venas!

Drizzt fue el primero. Tomó un gran trago, y mirando a los demás, hizo un gesto de aprobación. Terminó de beber y tiró a un lado la jarra vacía.

Bruenor parpadeó. De repente, todo lo veía mejor, más enfocado y fresco, y cuando alzó el hacha y el escudo, le parecieron más ligeros.

—Es alguna poción —comentó Jarlaxle—. Vaya escudo tan notable.

—¡He aquí la forja de Gauntlgrym! —dijo Bruenor—. Magia antigua. Buena magia.

—Magia enana —añadió Athrogate.

Más ruidos en el corredor del otro lado del pasillo los hicieron volver al presente.

—Tienen un dragón —les recordó Drizzt—. Deberíamos desplegarnos.

—Quédate a mi lado, elfo —dijo Bruenor mientras los demás se desplazaban hacia uno y otro flanco.

—No, deberíamos enviar a Bruenor directamente a la palanca —dijo Jarlaxle.

—Sí —dijo Athrogate—, y conozco el camino.

Sin embargo, cuando se dirigía a la pequeña puerta que había a un lado de la forja principal, un tumulto proveniente del otro lado lo detuvo, y tanto él como los demás vieron al dragón que saltaba desde el túnel.

O al menos, eso fue lo que les pareció por un momento, hasta que se dieron cuenta de que era solo la cabeza del dragón arrojada fuera del túnel. Rebotó en el suelo y salió rodando hasta quedarse mirando a los cinco compañeros a través de sus ojos muertos.

—Que Lloth nos proteja —dijo Jarlaxle en un susurró.

Del túnel salió el demonio, golpeando con su feroz maza una pared con gran estruendo. Dio un salto adelante y se paró en seco, con los brazos abiertos. Sacó pecho mientras agitaba la cola, y echando la cabeza atrás, lanzó un rugido demoníaco.

—Bueno —dijo Bruenor—, al menos el dragón está muerto.

Del túnel que había detrás del demonio salieron las fuerzas ashmadai, encabezadas por un cuarteto de demonios de la legión del infierno, guerreros posiblemente invocados por el demonio de las profundidades. Los ashmadai se desplegaron cubriendo ambos flancos. Por si eso fuera poco para desconcertar a los cinco compañeros, la última en aparecer, colmó el vaso.

Valindra Shadowmantle parecía muy diferente de la confundida criatura que Jarlaxle había conocido décadas atrás. Sosteniendo en alto un cetro resplandeciente, salió flotando del túnel con una sonrisa malévola y una mirada vengativa.

—Buena muerte —comentó Dahlia.

—Josi Puddles —le susurró Drizzt a Bruenor.

—¿Eh?

—Aquel tipo con cara de rata de hace tiempo en el Cutlass.

—¡Ah! —dijo Bruenor, y miró a Drizzt con extrañeza—. ¿Y a qué viene eso ahora?

Drizzt se encogió de hombros.

—Es sólo que no quería morir con un recuerdo impreciso rondándome la cabeza. He pensado que a ti te pasaría lo mismo.

Bruenor se disponía a responder, pero sólo se encogió de hombros y se volvió hacia aquel presagio de la muerte.

—Athrogate y Bruenor, marchaos —dijo Jarlaxle quedamente desde atrás—. Lentamente, ahora mismo.

Athrogate se deslizó por detrás de Drizzt para llegar a Bruenor y trato de tirar de él, pero el rey enano ni se movió.

—No voy a dejar a mi amigo.

—Un millar de amigos de un millar de amigos morirán si no acabas esto —dijo Drizzt—. Ve.

—Elfo… —replicó Bruenor, cogiendo a Drizzt por el brazo.

Drizzt miró a su amigo más antiguo y querido, y asintió con gesto solemne.

—Ve —le dijo.

Y un estallido de fuego brotó de las bocas de todas las forjas de la habitación.

Las fuertes llamaradas llegaron incluso a chamuscar las paredes.

—¡La bestia! —grito Dahlia—. ¡Conoce nuestro plan!

La estancia empezó a sacudirse violentamente y el suelo se onduló. Del techo cayeron polvo y escombros.

—¡Vete! ¡Vete ya! —le gritó Drizzt a Bruenor, y antes de que el rey enano pudiera oponerse, Athrogate tiró de él con tal fuerza que sus pies se despegaron del suelo.

El demonio de las profundidades rugió y ordenó a su flanco izquierdo que cargase por detrás de la fragua principal y les cerrase el paso a los enanos. Entonces, el demonio retrocedió tambaleándose una vez y después otra, alcanzado por un par de proyectiles relampagueantes salidos de las varitas de Jarlaxle, e incluso una tercera vez y con más violencia cuando la flecha de Taulmaril le dio en el pecho.

Sin embargo, Beealtimatuche sólo sonrió más ferozmente y desapareció en un abrir y cerrar de ojos drow, para reaparecer a continuación frente a uno de los elfos oscuros blandiendo su maza de cuatro cabezas y escupiendo fuego en su descenso sobre la figura indefensa.

Como en ese momento corría hacia el otro lado para tratar de proteger a Bruenor y Athrogate, Drizzt no advirtió la inminencia del golpe, pero Athrogate, que estaba en la pequeña arcada que tenía por delante a su derecha, sí lo vio y lanzó un grito para avisar a Jarlaxle. Fue tal la vehemencia y el dolor que puso en su grito que Drizzt pensó que el duro enano acababa de perder a su mejor amigo.

Drizzt miró hacia atrás y vio una forma oscura rodando hacia el costado del demonio y estallando en llamas. Contuvo la respiración y tuvo que esforzarse para no perder el equilibrio.

Nada en toda su vida ni en todo el mundo, le había parecido jamás a Drizzt más perdurable y decididamente informal que aquel peculiar y extrañamente entrañable compañero drow.

Y ahí estaba el demonio de las profundidades, triunfal, a horcajadas sobre la forma inmóvil y llameante, y buscando ávidamente su próxima víctima.