XVIII
Al día siguiente, Susana me preguntó:
—¿Qué le pareció a usted la excursión?
—Muy bien, muy entretenida.
—Supongo que se divertiría usted poco. No quiso jugar ni bailar.
—¿Para qué, si lo iba a hacer sin ganas y mal?
—No comprendo esa actitud de viejo.
Yo me sonreí.
—¿Qué le pareció a usted esta tertulia francesa? ¿Qué impresión le produjo?
—Como todas las reuniones: me pareció, en el fondo, un gallinero.
—¿Y por qué?
—Aquellas muchachas tan amigas de usted decían todo lo que podían para mortificarla.
—¿A quién?
—A usted.
—¡Bah! No lo creo.
—Yo, al menos, así me lo figuré. Todas las amabilidades que tenían para mí creo que iban dirigidas por carambola contra usted. Como no sabían quién era yo y veían que su padre me trataba con amabilidad, debieron de suponer que yo era algún rico, y pensaron, probablemente: a ver si esta querida amiga tiene un pretendiente rico y nos fastidia.
—¡Qué mal pensado es usted!
—Luego, el niño zangolotino que le pasaba a usted el brazo por la cintura y la besaba me estaba escamando.
—Si es un chico que le he conocido de niño.
—Sí, sí, pero me escamaba.
—Veo que es usted celoso.
—Los jovencitos me miraban también con antipatía, y el soldado, que reconozco que es un buen chico, a pesar de que todo le parece idiota, si no está enamorado de usted, anda cerca de estarlo.
—Es usted muy receloso.
—Ve uno o cree ver el fondo de las personas. La Humanidad es igual en todas partes.
—¿Y los amos de la casa?
—Muy bien, muy simpáticos, muy correctos. Ahora, la conversación entre su padre y el artista me pareció maquiavélica. ¡Qué comentarios! Más falsos que Judas. El señor Ferón le enseñaba a su padre un paisaje, y su padre lo miraba lentamente, y exclamaba: «¡Ah! ¿Todavía existe esa casa? Yo creía que habría desaparecido hace tiempo.» Luego le mostraba un retrato, y su padre le decía: «Este es el retrato de aquel que le vendió a usted estos terrenos. ¿Qué se hizo de él?» Nada de me parece bien o me parece mal.
Susana se echó a reír.
—Luego, como el pintor veía que su padre no le elogiaba, empezó a decir, con aire indiferente: «Fulano de Tal, el crítico de tal periódico, dijo de este cuadro que era lo más definitivo que se ha hecho en el paisaje de la Isla de Francia, y lo comparó con Sisley. Por cierto, que a mí no me gusta Sisley.» «A mí me parece admirable», replicó el padre de usted, y así siguió la conversación.
—Qué malévolo es usted.
—Es la realidad.
—Sí, pero hay otras realidades buenas, y hay que verlas también ésas, no sólo las malas.