Nota a la presente edición
El presente tomo recoge toda la correspondencia conservada de Oscar Wilde a Lord Alfred Douglas. Por supuesto, se excluye el De Profundis, que, aunque concebido como una larga carta a Bosie, se considera —y es— una obra aparte. Existieron, naturalmente, muchas más, pero el propio Douglas llegó a declarar que había destruido más de 150 cartas de su amigo y amante…
Las he traducido a partir de la magna recopilación The letters of Oscar Wilde, editada por Rupert Hart-Davis (London, 1962), que es, hasta el presente, el más amplio e impecable epistolario wildeano que existe. Ese tomo —aunque reeditado— es una rareza en el mercado bibliófilo anglosajón. Debo al buen olfato cazador de mi amigo Javier Marías el que hallase y comprase para mí —en Oxford— un ejemplar de la primera edición. A él debo agradecerle asimismo la aclaración de alguna duda en mi labor traductora.
He intentado ser fiel y riguroso con el texto y el espíritu wildeanos. Pero el lector no debe olvidar que se trata de cartas auténticas en las que a veces se perciben prisas, sueños o repeticiones que, por supuesto, he respetado.
Que yo sepa sólo existía hasta hoy (y excluyendo de nuevo el De Profundis, varias veces vertido a nuestra lengua) una recopilación de cartas de Wilde. Apareció en Madrid (Biblioteca Nueva, 1929) traducida y comentada por el gran wildeanista Ricardo Baeza y Carmen G. de Mesa, con el título de Epistolario inédito. Se trata de una buena labor que recoge las cartas —fundamentales— a Robert Ross y Frank Harris desde la cárcel y tras su salida. El único defecto (atribuible a la censura de la época) es la supresión en algunas cartas de párrafos —en general escasos— de contenido homosexual explícito. Por ejemplo, en una hermosa (y larga) carta a Ross desde Roma (16 de abril de 1900) narrándole su anterior estancia en Sicilia, dice Wilde haber hallado en la catedral de Palermo a un joven seminarista de quince años, con el que pasea y charla por el recinto eclesial. Baeza traduce fielmente toda la historia, que concluye así: «Dile también algunas liras, y le profeticé que llegaría a obtener un capelo cardenalicio si seguía siendo buena persona, y si no me olvidaba. Me prometió hacerlo así, y creo que cumplirá su promesa». Pero Baeza suprime el final de la frase: «pues le besé cada día tras el altar mayor». También, hacia el fin de la carta, cuando Wilde comenta pompas religiosas romanas, Baeza vuelve a suprimir un repentino párrafo de contenido idéntico al anterior: «He agregado al grupo a un Pietro Branca-d’Oro. Es moreno y bruno, y le quiero mucho».
No hay que olvidar, con todo (y vaya como reconocimiento) que Ricardo Baeza fue uno de los pioneros en Europa en traducir, comentar y admirar a Oscar Wilde, con escrúpulo y rigor.
De Lord Alfred Douglas a Oscar Wilde se conservan sólo tres cartas. Como apéndice complementario doy una de ellas, y un soneto que Bosie escribió a la muerte de su amigo, y que es quizá el mayor y mejor homenaje literario que le rindiera.
L. A. de V.
NOTA FINAL: En pruebas ya esta edición, llega a mis manos More Letters of Oscar Wilde (1985), la última recopilación de cartas editada por Rupert Hart-Davis y que completa el tomo del que me he servido. En a nueva edición no figura ninguna carta más a Lord Alfred Douglas.