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[Mayo de 1895]
[2 Courtfield Gardens]
[…]
En cuanto a ti, me has dado la belleza de la vida en el pasado, y en el futuro, si hay algún futuro. Te estaré eternamente agradecido por ello, y por haberme siempre inspirado adoración y amor. Aquellos días de placer fueron nuestra aurora. Ahora, en la angustia y el dolor, en el pesar y la humillación, siento que mi amor por ti y tu amor por mí son las señales de mi vida, los sentimientos divinos que hacen soportable toda la amargura. Nunca nadie en mi vida ha sido más querido que tú, nunca un amor fue más grande, más sagrado, más hermoso…
Querido muchacho, entre placeres o en prisión, tú y pensar en ti habéis sido todo para mí. ¡Oh! Mantenme siempre en tu corazón; tú nunca has estado ausente del mío. Pienso en ti mucho más que en mí mismo, y si, a veces, la idea del horrible e infame sufrimiento viene a torturarme, sólo pensar en ti es bastante para fortalecerme y sanar mis heridas. Deja que el destino, Némesis, o los dioses injustos reciban solos la culpa de cuanto ha pasado.
Todo gran amor tiene su tragedia, y ahora le ha tocado el turno al nuestro; pero el haberte conocido y amado con devoción tan profunda, haberte tenido como parte de mi vida, la sola parte que ahora considero hermosa, es para mí suficiente. A mi pasión le fallan las palabras, pero tú puedes comprenderme, sólo tú. Nuestras almas están hechas una para la otra, y por conocerse a través del amor la mía ha superado muchos males, comprendido la perfección y entrado en la esencia divina de las cosas.
El dolor, si vuelve, no permanecerá para siempre; ciertamente, un día tú y yo nos encontraremos de nuevo, y aunque mi rostro sea una máscara de pesadumbre y mi cuerpo esté decrépito por la soledad, tú y sólo tú reconocerás el alma que es más hermosa porque encontró a la tuya, el alma del artista que halló su ideal en ti, la del amante de la belleza para quien apareciste como un ser intachable y perfecto. Pienso ahora en ti como en un muchacho de dorado cabello con el propio corazón de Cristo en sí. Y sé ahora que el amor es más grande que cualquier otra cosa. Tú me has enseñado el divino secreto del mundo.
[…]
De la carta sólo se conserva este fragmento. Aunque, presumiblemente, sean las tres cuartas partes del total.
En los días que permaneció en libertad bajo fianza, entre sus dos procesos, Wilde vivió en casa de sus amigos los Leverson, a cuyo domicilio corresponde la dirección del encabezamiento. Sólo las dos o tres primeras noches se quedó en casa de su madre.
Ada Esther Beddington (1862-1933) se casó con Ernest David Leverson, hijo de un comerciante en diamantes. Ada Leverson —que fue una de las mayores amigas de Wilde— escribía artículos en la prensa, y llegó a publicar —años después— alguna novela de éxito. Oscar se refería siempre a ella como «La Esfinge».