Notas
[1] El menorahh es el candelabro sagrado que utilizan los judíos. La Hanuká es una fiesta judía que se inicia el 25 del mes de kislev (noviembre-diciembre); dura ocho días y conmemora la purificación del templo de Jerusalén por parte de Judas Macabeo tras ser contaminado por los sirios. (N. del T.) <<
[2] Es decir, que sacrifica según ordena la ley judía. (N. del T.) <<
[3] Se da este nombre a formaciones geológicas que quedan entre las formaciones carboníferas y silurianas, y procede de la abundancia de estas rocas como formación marina en la región de Devonshire. (N. del T.) <<
[4] Cuenta Auberone Waugh, el hijo de Evelyn Waugh, que al final de la guerra llegó a Inglaterra un cargamento entero de plátanos, y que el gobierno laborista decidió repartir uno a cada niño inglés. Le tocaron tres a su familia —Auberone tenía dos hermanas—. Finalmente relata Auberone cómo su padre, menos democrático que el de Sacks, engulló los tres plátanos delante de sus hijos acompañándolos de abundante nata —que también estaba severamente racionada. (N. del T.) <<
[5] Son arcaísmos abundantemente usados en la Biblia que suelen traducirse por, respectivamente, «ved, he aquí», «oíd» y «ciertamente, en verdad». (N. del T.) <<
[6] Sólo una persona conservó el puesto: la señorita Levy, la secretaria de mi padre. Llevaba con él desde 1930, y aunque era una persona un tanto reservada y formal (habría sido inconcebible llamada por su nombre; siempre fue la señorita Levy) y estaba constantemente ocupada, a veces me dejaba sentarme junto a la estufa de gas en su pequeño cuarto mientras ella pasaba a máquina las cartas de mi padre. (Me encantaba el sonido de las teclas, y la campanilla que sonaba al llegar al final de cada línea.) La señorita Levy vivía a cinco minutos de nuestra casa (en Shoot—Up Hill, un nombre que me parecía más adecuado para Tombstone que para Kilburn), y llegaba a las nueve en punto de la mañana de cada día laborable; jamás llegó tarde, jamás se la vio agitada o malhumorada y nunca estuvo enferma en todos los años que la conocí. Su horario, su presencia inmutable, permanecieron constantes durante la guerra, aun cuando todo lo demás en la casa hubiera cambiado. Parecía inmune a las vicisitudes de la vida.
La señorita Levy, que era un par de años mayor que mi padre, siguió trabajando cincuenta horas a la semana hasta los noventa años, sin ninguna aparente concesión a la edad. Jubilarse era algo inconcebible para ella, igual que para mis padres. <<
[7] Durante la guerra de los bóers se temió por todos los parientes africanos, y puede que ello afectara profundamente a mi madre, pues más de cuarenta años después canturreaba una letrilla de la época:
Un, dos, tres, todo bien en Kimberley;
cuatro, cinco, seis, todo bien en Ladysmith;
seis, siete, ocho, todo bien en Bloemfontein.
[8] En el siglo XIX hubo muchos intentos de fabricar diamantes. El más conocido fue el de Henri Moissan, el químico francés que fue el primero en aislar el flúor e inventó el horno eléctrico. Es dudoso que Moissan llegara a fabricar algún diamante, pues los duros y diminutos cristales que él tomaba por diamantes eran probablemente carburo de silicio (que ahora se llama moissanita). El ambiente de estos primeros intentos de hacer diamantes, con sus emociones, sus peligros y sus desmesuradas ambiciones, son vívidamente evocados en el relato de H. G. Wells «El fabricante de diamantes» <<
[9] Los hermanos Elhuyar, Juan José y Fausto, eran miembros de la Sociedad Vasca de Amigos del País, una sociedad dedicada al cultivo de las artes y las ciencias que se reunía cada noche. Los lunes hablaban de matemáticas, los martes experimentaban con máquinas eléctricas y bombas de aire, etcétera. En 1777 los hermanos fueron enviados al extranjero, uno a estudiar mineralogía, y el otro metalurgia. Sus viajes los llevaron por toda Europa, y uno de ellos, Juan José, visitó a Scheele en 1782.
Tras su regreso a España, los hermanos investigaron la volframita, el pesado mineral negro, y obtuvieron un denso polvo amarillo («ácido volfrámico»), que vieron que era idéntico al ácido tungsténico que Scheele había obtenido del mineral «tung-sten» en Suecia, y el cual, estaba convencido, contenía un nuevo elemento. Pero ellos fueron más lejos que Scheele y lo calentaron con carbón vegetal, obteniendo así el nuevo elemento metálico puro (que llamaron volframio) en 1783. <<
[10] Los lobatos (Cub Scouts) son la sección más joven de los Boy Scouts. (N. del T.) <<
[11] La criolita era el mineral principal de una vasta masa pegmática de Ivigtut, Groenlandia, y su mineral fue extraído continuamente durante más de un siglo. Los mineros, que habían zarpado de Dinamarca, a veces se llevaban rocas de criolita transparente para utilizarla como áncoras de sus barcos, y jamás se llegaron a acostumbrar a la manera en que desaparecía, volviéndose invisible, en cuanto se hundía bajo el agua. <<
[12] Además de los ciento y pico nombres existentes, hubo también más del doble de nombres dados a elementos que resultaron no serlo, pues fueron imaginados o se dijo que existían basándose en características químicas o espectroscópicas únicas, descubriéndose luego que eran elementos ya conocidos o mezclas. Muchos tenían nombre de lugares, con frecuencia exóticos, y fueron descartados porque los elementos resultaron ser espurios: «florencio», «moldavio», «noruegio», «helvecio», «austrio», «rusio», «illinio», «virginio», «alabarnino» y el que obedecía al espléndido nombre de «bohemio».
Me emocionaban extrañamente estos elementos ficticios y sus nombres, sobre todo los derivados de cuerpos celestiales. Los que mis oídos encontraban más hermosos eran el «aldebaranio» y el «casiopeo» (nombres que Auer dio a elementos que ya existían, el iterbio y el lutecio), y el «denebio», por una extraña tierra mítica. Habían existido también un «cosmio» y un «neutronio» («elemento O»), por no hablar del «arconio», el «asterio», el «aeterio» y el elemento primigenio, el «anodio», del cual, supuestamente, derivaban todos los demás elementos.
Algunos descubrimientos tenían varios nombres que competían entre ellos. Andrés del Río descubrió el vanadio en México en 1800 y lo llamó «pancromio», por la variedad de sus sales de muchos colores. Pero otros químicos pusieron en duda su descubrimiento, y él al final dejó de reivindicarlo, y el elemento no fue redescubierto hasta treinta años después por un químico sueco, que lo bautizó en honor de Vanadis, la diosa escandinava de la belleza. Otros nombres obsoletos o desacreditados se refieren también a elementos existentes: el magnífico «jargonio», un elemento supuestamente presente en el circón y en las menas de circonio, era, con toda probabilidad, el elemento que se conoce como hafnio. <<
[13] Thomas Mann nos ofrece una hermosa descripción de los jardines de silicio en Doctor Fausto: «Nunca olvidaré aquel cuadro. El recipiente de cristalización que le servía de marco estaba lleno en sus tres cuartas partes de un líquido viscoso, obtenido con la disolución de salicilato de potasa, y de su fondo arenoso surgía un grotesco paisaje de excrecencias de diverso color, una confusa vegetación, azul, verde y parda, de brotaciones que hacían pensar en algas, hongos, pólipos inmóviles, y también en musgos, en moluscos, en mazorcas, en arbolillos y ramas de arbolillos, a veces en masa de miembros humanos. La cosa más curiosa que me hubiese sido dado hasta entonces contemplar. Curiosa no sólo por su extraño y desconcertante aspecto sino por su naturaleza profundamente melancólica. Y cuando papá Leverkühn nos preguntaba qué nos parecía que pudiera ser aquello y nosotros le contestábamos tímidamente que bien pudieran ser plantas, él replicaba: “No, no son. Hacen tan sólo como si lo fueran. Pero no por ello merecen menos consideración. Su esfuerzo de imitación es digno de ser admirado por todos los conceptos”.» [Traducción de Eugenio Xammar.] <<
[14] Griffin no sólo era un educador a muchos niveles —escribió The Radical Theory in Chemistry y A System of Crystallography, dos libros más técnicos que su Química recreativa—, sino que también fabricaba y suministraba aparatos químicos: su «aparato químico y filosófico» fue utilizado en toda Europa. Su empresa, posteriormente llamada Griffin & Tatlock, todavía seguía siendo una importante proveedora medio siglo después, cuando yo era niño. <<
[15] El kohanim es un miembro de la clase sacerdotal judía, descendiente de Aarón, que posee deberes religiosos honoríficos. (N. del T.) <<
[16] Unos años después leí Hiroshima, de John Hersey, y me chocó este párrafo: «Cuando hubo penetrado en la maleza, vio que había unos veinte hombres, y que todos tenían el mismo aspecto de pesadilla: la cara totalmente quemada, las cuencas vacías, el fluido de los ojos derretidos les rodaba por las mejillas. (Debían de estar mirando hacia arriba cuando la bomba estalló…)» <<
[17] El primero en mencionar dichas ideas acerca de la «afinación», leí posteriormente, fue Euler, un matemático del siglo XVIII, que achacaba el color de los objetos al hecho de poseer «pequeñas partículas» en su superficie —átomos— que estaban afinadas con diferentes frecuencias de luz. De este modo, un objeto se vería rojo porque sus «partículas» estaban afinadas para vibrar y resonar con los rayos rojos de la luz que incidía en ellos: «La naturaleza de la radiación que nos permite ver un objeto opaco no depende de la fuente de luz, sino del movimiento vibratorio de las pequeñas partículas [átomos] de la superficie del objeto. Estas pequeñas partículas son como cuerdas tensadas, afinadas con cierta frecuencia, que vibran para responder a una similar vibración del aire aun cuando nadie las taña. Al igual que la cuerda tensada es excitada por el mismo sonido que emite, las partículas de la superficie empiezan a vibrar afinadas con la radiación incidente y a emitir sus propias ondas en todas direcciones.»
David Park, en The Fire Within the Eye: A Historical Essay on the Nature and Meaning of Light, escribe en relación a la teoría de Euler: «Creo que ésa fue la primera vez que alguien que creía en la existencia de los átomos sugería que poseían una estructura interna que vibraba. Los átomos de Newton y Boyle son grupos de bolas redondas y duras, mientras que los átomos de Euler son como instrumentos musicales. Su clarividente intuición fue redescubierta mucho más tarde, y entonces nadie se acordaba de que alguien la había expresado antes.» <<
[18] Guy Fawkes fue el líder de la «conspiración de la pólvora», que el 5 de noviembre de 1605 intentó volar el Parlamento inglés con el rey y los parlamentarios dentro. (N. del T.) <<
[19] Ahora, por supuesto, ninguno de estos compuestos puede comprarse, e incluso los laboratorios de las escuelas y los museos se ven cada vez más abocados a utilizar reactivos menos peligrosos… y menos divertidos. Linus Pauling, en un esbozo autobiográfico, describía cómo él también le compraba cianuro potásico (para su frasco de matar insectos) al farmacéutico local: "Pensad en lo diferente que es todo hoy día. Un chaval se interesa por la química y le compran un juego de química. Pero no contiene cianuro potásico. Ni siquiera contiene sulfato de cobre ni nada que sea interesante, pues todos los productos interesantes se consideran sustancias peligrosas. Por tanto, ese joven químico en ciernes no tiene la menor oportunidad de hacer nada apasionante con su juego. Al recordarlo, me parece algo de lo más extraordinario que el señor Ziegler, ese amigo de la familia, me hubiera regalado, a mí, que sólo tenía once años, diez gramos de cianuro potásico.» Cuando no hace mucho fui a visitar el viejo edificio de Finchley que hace medio siglo albergaba la empresa de Griffin & Tatlock, ya no existía. Los talleres, los proveedores, que habían suministrado productos químicos y aparatos sencillos y proporcionado inimaginables placeres a muchas generaciones, habían desaparecido por completo. <<
[20] Tintura de un compuesto de benzoína que se utilizaba para curar úlceras y heridas, y que también se inhalaba como expectorante. (N. del T.) <<
[21] Dulce en forma de pera al que se le añadían unas gotas de esencia de pera. (N. del T.) <<
[22] Especie de empanadilla rellena de carne picada o queso y servida con sopa. (N. del T.) <<
[23] Obleas de pan sin levadura que comen los judíos en la Pascua. (N. del T.) <<
[24] Muchos años después, cuando leí la maravillosa descripción que hace Keynes de Lloyd George (en Las consecuencias económicas de la paz), me recordó extrañamente a la tía Lina. Keynes menciona la «sensibilidad infalible, casi de médium, hacia casi todos los que le rodeaban» del primer ministro inglés. Y añade: «Verle observar a los presentes con seis o siete sentidos que no poseían los hombres corrientes, juzgando el carácter, los motivos e impulsos subconscientes, percibiendo lo que cada uno estaba pensando, e incluso lo que cada uno estaba a punto de decir, elaborando con instinto telepático el argumento o ruego que mejor se adaptaba a la vanidad, debilidad o interés de su interlocutor inmediato, era comprender que el pobre presidente [Wilson] estaba jugando a la gallinita ciega en esa fiesta.» <<
[25] El propio Hooke se convertiría en un prodigio de energía e ingenio científicos, instigado por su genio mecánico y su capacidad matemática. Llevaba unos diarios voluminosos y minuciosamente detallados, que ofrecen un incomparable cuadro no sólo de su incesante actividad mental, sino de todo el ambiente intelectual de la ciencia del siglo XVII. En su Micrografía, Hooke presentaba una ilustración de su microscopio compuesto, junto con dibujos de las intrincadas estructuras, nunca vistas anteriormente, de insectos y otras criaturas (incluyendo la famosa imagen del piojo de Brobdingnagian, pegado a un pelo humano tan grueso como una pértiga). Calculó la frecuencia del aleteo de las moscas a partir de su tono musical. Interpretó por primera vez los fósiles como reliquias y huellas de animales extinguidos. Dibujó un anemómetro, un termómetro, un higrómetro y un barómetro que había diseñado él mismo. Y mostró una audacia intelectual a veces mayor que la de Boyle, como con su interpretación de la combustión, que, dijo, «se realiza mediante una sustancia inherente, que está mezclada con el Aire». Lo identificó con «esa propiedad del Aire que se pierde en los Pulmones». Esa idea de que en el aire había una sustancia presente en cantidades limitadas que se necesitaba y se consumía en la combustión y la respiración está mucho más cerca del concepto de gas químicamente activo que la teoría de Boyle de las partículas ígneas.
Muchas de las ideas de Hooke fueron completamente ignoradas y olvidadas, y un estudioso observó en 1803: «No conozco nada tan inexplicable en la historia de la ciencia como el olvido total en que está esta teoría del doctor Hooke, tan claramente expresada, y que tanto debería haber llamado la atención.» Una de las razones que explican ese olvido fue la implacable enemistad de Newton, que sentía tal odio por Hooke que se negó a asumir la presidencia de la Royal Society mientras Hooke viviera, e hizo todo lo que pudo para arruinar la reputación de Hooke. Pero más importante que todo eso es quizá lo que Gunther Stent denomina «lo prematuro» en ciencia: muchas de las ideas de Hooke (y sobre todo las referentes a la combustión) eran tan radicales que resultaban inasimilables, e incluso ininteligibles, para las ideas admitidas de la época. <<
[26] En su biografía de Lavoisier, Douglas McKie incluye una lista exhaustiva de las actividades científicas de Lavoisier que nos proporciona una viva imagen de su época, así como del extraordinario alcance de su inteligencia. Nos cuenta McKie que Lavoisier «tomó parte en la elaboración de informes acerca del suministro de agua en París, de las prisiones, el hipnotismo, la adulteración de la sidra, la ubicación de los mataderos públicos, las recién inventadas "máquinas aerostáticas de Montgolfier" (globos), la decoloración química, las tablas de gravedad específica, los hidrómetros, la teoría de los colores, las lámparas, los meteoritos, las chimeneas sin humo, la fabricación de tapices, el grabado de escudos de armas, el papel, los fósiles, una silla de inválido, unos fuelles accionados por agua, el tártaro, las fuentes sulfurosas, el cultivo de las semillas de col y de colza y los aceites que se extraían de ellas, un rallador de tabaco, el trabajo en las minas de carbón, la sopa blanca, la descomposición del nitrato potásico, la fabricación del almidón… el almacenamiento del agua fresca en los barcos, el aire fijo, la aparición de petróleo en un manantial de agua… la eliminación del aceite y la grasa de las sedas y las lanas, la preparación de éter nitroso por destilación, los éteres, una chimenea de reverberación, una tinta y un tintero nuevos a los que sólo hay que añadir agua para mantener la provisión de tinta… la estimación de álcali en las aguas minerales, un polvorín para el Arsenal de París, la mineralogía de los Pirineos, el trigo y la harina, los pozos negros y el aire que surgía de ellos, la supuesta existencia de oro en las cenizas de las plantas, el ácido arsénico, la separación del oro y la plata, la base de la sal de la Higuera, el devanado de la seda, la solución de estaño utilizada en la tinción, los volcanes, la putrefacción, los líquidos que apagaban el fuego, las aleaciones, la oxidación del hierro, una propuesta para utilizar "aire inflamable" en las exhibiciones públicas de fuegos artificiales (esto a petición de la policía), medidas para medir el carbón, el ácido marino deflogistizado (cloro), mechas de lámparas, la historia natural de Córcega, las emanaciones pestilentes de los pozos de París, la supuesta disolución del oro en ácido nítrico, las propiedades higrométricas de la sosa, las minas de hierro y sal de los Pirineos, las minas argentíferas y de plomo, un nuevo tipo de tonel, la fabricación de cristales, los combustibles, la transformación de turba en carbón, la construcción de molinos de maíz, la fabricación del azúcar, los efectos extraordinarios de un rayo, el proceso para ablandar el lino, los depósitos minerales de Francia, los recipientes de cocina metalizados, la composición del agua, la acuñación de monedas, los barómetros, la respiración de los insectos, la nutrición de los vegetales, la proporción de los componentes en los compuestos químicos, la vegetación, y muchos otros temas, demasiados para ser descritos aquí, ni de manera muy sumaria». <<
[27] Cien años antes, Boyle había hecho experimentos relacionados con el calentamiento de los metales, y sabía que éstos aumentaban de peso al quemar, formando óxidos o ceniza que eran más pesados que el original. Pero su explicación del aumento de peso era mecánica, no química: lo consideraba una absorción de «partículas de fuego». De manera parecida, no consideraba el aire en términos químicos, sino que para él era un peculiar fluido elástico, utilizado en una especie de ventilación mecánica para eliminar las impurezas de los pulmones. En el siglo posterior al de Boyle, sus descubrimientos carecían de solidez, en parte debido a que las «lentes» utilizadas para quemar los metales eran de tal potencia que hacían que los óxidos metálicos se vaporizaran o sublimaran parcialmente, provocando pérdidas de peso, y no aumentos. Pero lo más frecuente era que no se pesara nada, pues en aquel momento la química analítica era aún, en su mayor parte, cualitativa. <<
[28] Ese mismo mes, Lavoisier recibió una carta de Scheele en la que le describía la preparación de lo que Scheele llamaba Aire de Fuego (oxígeno) mezclado con Aire Fijado (dióxido de carbono), procedente de calentar carbonato de plata; Scheele había obtenido Aire de Fuego puro a partir del óxido mercúrico antes de que Priestley lo consiguiera. Pero mientras tanto, Lavoisier reclamó para sí el descubrimiento del oxígeno, y casi no quiso saber nada de los descubrimientos de sus predecesores, pues pensaba que éstos no tenían ni idea de qué era lo que habían observado.
Todo esto, y la cuestión de qué constituye un «descubrimiento», se explora en la obra de teatro Oxígeno, de Roald Hoffmann y Carl Djerassi. <<
[29] El reemplazar el concepto de flogisto con el de la oxidación tuvo inmediatos efectos prácticos. Ahora quedaba claro, por ejemplo, que un combustible que ardía necesitaba todo el aire que le fuera posible para poder arder totalmente. François—Pierre Argand, contemporáneo de Lavoisier, no tardó en sacar provecho de la nueva teoría de la combustión, ideando una lámpara con una mecha de tela plana, inclinada para que encajara dentro de un cilindro, de modo que el aire pudiera llegarle tanto desde dentro como desde fuera, y una chimenea que producía una corriente ascendente. El quemador de Argand se impuso en 1783; no había habido lámpara más eficiente ni luminosa. <<
[30] La lista de Lavoisier incluía los tres gases que él había bautizado (oxígeno, ázoe [nitrógeno] e hidrógeno), tres no metales (azufre, fósforo y carbono) y diecisiete metales. También incluía los «radicales» muriático, fluórico y bórico, y cinco «tierras»: yeso, magnesia, barita, alúmina y sílice. Adivinó que estos radicales y tierras eran compuestos que contenían nuevos elementos, que pensó no tardaría en obtener (todos ellos se obtuvieron en 1825, excepto el flúor, que tardó sesenta años más en dejar aislarse). Sus otros dos elementos eran la Luz y el Calor, como si no hubiese sido capaz de liberarse del todo del espectro del flogisto. <<
[31] Más de cincuenta años después (para mi sesenta y cinco aniversario) conseguí hacer realidad esa fantasía infantil, y me hice, además de con globos de helio normales, con unos pocos globos de xenón de asombrosa densidad, lo más parecido posible a «globos de plomo» (el hexafluoruro de tungsteno, aunque más denso, habría sido peligroso de utilizar, pues se hidroliza con el aire húmedo, produciendo ácido fluorhídrico). Si uno hacía girar en la mano estos globos de xenón, y luego paraba, el pesado gas, debido a su propio impulso, seguía dando vueltas durante casi un minuto, casi como si fuera un líquido. <<
[32] Aunque Cavendish fue el primero en observar que el hidrógeno y el oxígeno, al explotar juntos, creaban agua, interpretó la reacción en términos de la teoría del flogisto. Lavoisier, al enterarse del trabajo de Cavendish, repitió el experimento, reinterpretando los resultados correctamente, y reclamó el descubrimiento para sí, sin reconocer lo hecho por Cavendish. Pero a Cavendish todo eso no le afectó, pues era totalmente indiferente a las cuestiones de prioridad, y, de hecho, a todo lo humano o emocional.
Mientras que Boyle, Priestley y Davy eran personalidades atractivas y llenas de humanidad, al tiempo que brillantes científicos, Cavendish era una figura por completo distinta. El alcance de sus hallazgos es asombroso, desde el descubrimiento del hidrógeno y sus hermosas investigaciones acerca del calor y la electricidad hasta su famosa (y extraordinariamente exacta) pesada del planeta tierra. No menos asombroso, y ya legendario en vida, fue su aislamiento (casi nunca hablaba con nadie e insistía en que sus criados se comunicaran con él por escrito), su desinterés por la fama y la fortuna (aunque era nieto de un duque, y durante gran parte de su vida fue uno de los hombres más ricos de Inglaterra), y la ingenuidad e incomprensión que manifestaba hacia las relaciones humanas. Quedé profundamente conmovido, y realmente desconcertado, cuando leí más cosas de su vida.
«No amó; no odió; no albergó esperanza de ningún tipo; no tuvo miedos; no veneró nada ni a nadie [escribió su biógrafo George Wilson en 1851]. Se apartó de los demás y, aparentemente, de Dios. No había nada apasionado, entusiasta, heroico o caballeroso en su naturaleza, y tampoco había nada mezquino, sórdido o innoble. Carecía prácticamente de pasiones. Todo aquello que para comprenderse precisaba de otra cosa que no fuera el puro intelecto, o exigiera el ejercicio de la fantasía, la imaginación, el afecto o la fe, le resultaba desagradable a Cavendish. Todo lo que descubro al leer sus diarios es una mente puramente intelectual, unos ojos maravillosamente agudos que observan y un par de manos muy diestras que experimentan o toman notas. Su cerebro parece haber sido una máquina de calcular; sus ojos, puros instrumentos de visión, no fuentes de lágrimas; sus manos, instrumentos para la manipulación que jamás temblaron de emoción, ni se juntaron para adorar, dar gracias o desesperarse; su corazón no fue más que un órgano anatómico, necesario para la circulación de la sangre…»
Sin embargo, prosigue Wilson, «Cavendish no se sentía por encima de los demás con un espíritu orgulloso o altanero, negándose a considerarlos sus semejantes. Se sentía separado de ellos por un enorme abismo que ni él ni ellos podían cruzar, y a través del cual de nada servía tender manos o intercambiar saludos. Una sensación de estar aislado de sus semejantes le hacía evitar su compañía y su presencia, pero lo hacía consciente de que era una enfermedad, no jactándose de ser alguien superior. Era como un sordomudo que se sienta aparte de los demás, y cuyas expresiones y gestos muestran que esa gente está diciendo algo y escuchando música y palabras elocuentes, que él es incapaz de producir ni recibir. Sabiamente, por tanto, se mantuvo apartado, se despidió del mundo y se impuso los votos del Anacoreta Científico, y, al igual que los monjes de antaño, se encerró en su celda. Era un reino suficiente para él, y desde su estrecha ventana veía toda la parte del Universo que le interesaba. Era también un trono, desde el que dispensaba regios obsequios a sus semejantes. Fue uno de esos benefactores de su raza que jamás recibieron gratitud, y sirvió y enseñó con paciencia a la humanidad, mientras ésta se apartaba de su frialdad o se burlaba de sus rarezas… No fue Poeta, ni Sacerdote, ni Profeta, sino simplemente una Inteligencia fría y lúcida que emitía una pura luz blanca, que iluminaba todo lo que tocaba, pero sin calentar nada: una Estrella de segunda, si no de primera magnitud, en el Firmamento Intelectual».
Muchos años después releí la asombrosa biografía de Wilson y me pregunté, en términos clínicos, qué «tenía» Cavendish. Las singularidades emocionales de Newton —sus celos y suspicacias, sus profundas enemistades y rivalidades— sugerían una profunda neurosis; pero el distanciamiento y la ingenuidad de Cavendish indicaban más bien autismo o síndrome de Asperger. Ahora considero que el libro de Wilson es probablemente el relato más detallado que tendremos jamás de la vida e inteligencia de un genio autista único. <<
[33] El que resultara fácil obtener hidrógeno y oxígeno mediante electrólisis, en proporciones perfectamente inflamables, condujo enseguida a la invención del soplete oxhídrico, que producía temperaturas más elevadas que las obtenidas hasta entonces. Eso permitía, por ejemplo, fundir platino, y hacer que la cal alcanzara una temperatura a la que emitía la luz continua más brillante que se había visto. <<
[34] Mendeléiev, sesenta años después, se referiría al experimento de Davy en el que aisló el sodio y el potasio como «uno de los más grandes descubrimientos de la ciencia»: grande porque proporcionó a la química un nuevo y poderoso enfoque, porque definió las cualidades esenciales de un metal, y porque mostró el emparejamiento y analogía de los elementos, y que había presente un grupo químico fundamental. <<
[35] La enorme reactividad química del potasio lo convirtió en un nuevo y poderoso instrumento a la hora de aislar otros elementos. Apenas un año después de haberlo descubierto, el propio Davy lo utilizó para obtener el boro del ácido bórico, e intentó obtener silicio por el mismo método (Berzelius sí lo consiguió en 1824). Pocos años más tarde, el aluminio y el berilio fueron aislados mediante el uso de potasio. <<
[36] Mary Shelley, siendo una niña, quedó seducida por la conferencia inaugural de Davy en la Royal Institution, y años más tarde, en Frankenstein, se inspiraría poderosamente en algunas de las palabras de Davy a la hora de elaborar la conferencia sobre química del profesor Waldman, cuando, al hablar de la electricidad galvánica, decía: «Se ha descubierto una nueva influencia que ha permitido al hombre producir, a partir de combinaciones de la materia muerta, efectos que anteriormente sólo podían ocasionar los órganos animales.» <<
[37] David Knight, en su brillante biografía de Davy, habla del apasionado paralelismo que sentían Coleridge y Davy, de una afinidad y una relación casi místicas entre ellos, y de que los dos habían planeado, con el tiempo, instalar un laboratorio de química juntos. En su libro El amigo, Coleridge escribió: «El agua y el fuego, el diamante, el carbón… se unen y confraternizan mediante la teoría del químico… Se trata de la idea de un principio de conexión dada por el intelecto y sancionada por la correspondencia de la naturaleza… Si en un Shakespeare encontramos la naturaleza idealizada en poesía, a través del poder creativo de una meditación profunda aunque observadora, de igual modo, a través de la observación meditativa de un Davy… encontramos la poesía, por así decir, corroborada y realizada en la naturaleza; ¡sí, la naturaleza misma se nos revela… al igual que se revelan al mismo tiempo poema y poeta!»
Coleridge no fue el único escritor en «renovar su repertorio de metáforas» con imágenes procedentes de la química. Goethe le dio una connotación erótica a la expresión química afinidades electivas; Keats, que tenía conocimientos de medicina, solía disfrutar con las metáforas químicas. Eliot, en «Tradición y talento individual», utiliza metáforas químicas de principio a fin, culminando en una espléndida metáfora davyana al explicar la mente del poeta: «La analogía es la de la catálisis… La mente del poeta es el trozo de platino.» <<
[38] El gran químico Justus von Liebig describió estupendamente esa sensibilidad en su autobiografía: «[La química] desarrolló en mí la facultad, que es característica de los químicos más que de los demás filósofos de la naturaleza, de pensar en términos de fenómenos; no es fácil transmitirle una idea clara de los fenómenos a alguien que no puede evocar en su imaginación una imagen mental de lo que ve u oye, como les pasa al poeta y al artista, por ejemplo… Se da en el químico una manera de pensar mediante la cual todas las ideas se vuelven visibles en su mente, igual que la melodía de una pieza musical imaginada…
"La facultad de pensar en forma de fenómenos puede cultivarse si se adiestra la mente de manera continua, y ése fue mi caso al empeñarme en llevar a cabo, en la medida en que me lo permitían mis recursos, todos los experimentos cuya descripción había leído en libros…, repetía tales experimentos…, incontables veces…, hasta que conocía minuciosamente cada aspecto del fenómeno que se me presentaba… y tenía un recuerdo sensorial, es decir, de la vista, una clara percepción del parecido o de las diferencias entre las cosas y los fenómenos, que posteriormente me resultaba muy útil." <<
[39] Davy prosiguió investigando la llama, y, un año después de la lámpara de seguridad, publicó Algunas investigaciones filosóficas sobre la llama. Más de cuarenta años después, Faraday volvería sobre el tema, en sus famosas conferencias en la Royal Institution acerca de La historia química de una vela. <<
[40] Ampliando la observación de Davy acerca de la catálisis, Döbereiner descubrió en 1822 que el platino, si se cortaba en trozos muy finos, no sólo se ponía incandescente, sino que, si se hacía pasar por encima un chorro de hidrógeno, éste se encendía. Basándose en ello construyó una lámpara consistente en un frasco herméticamente cerrado en cuyo interior había una pieza de cinc que podía bajarse e introducirse en ácido sulfúrico, generando hidrógeno. Cuando se abría la llave de paso del frasco, el hidrógeno fluía a borbotones al interior de un pequeño recipiente que contenía un trocito de esponja de platino, y al instante producía una llama (una llama un tanto peligrosa, pero prácticamente invisible, por lo que había que procurar no quemarse). Al cabo de cinco años se utilizaban veinte mil lámparas Döbereiner en Alemania e Inglaterra, por lo que Davy tuvo la satisfacción de ver funcionar la catálisis, indispensable en miles de hogares. <<
[41] También me fascinaba (aunque nunca lo practiqué) el cine. De nuevo fue Walter quien me hizo comprender que en el cine no había movimiento real, sino sólo una sucesión de fotogramas que el cerebro sintetizaba para dar una impresión de movimiento. Me lo demostró con su proyector de películas, disminuyendo la velocidad para mostrarme sólo las imágenes fijas, y luego acelerándolo hasta que se creaba la ilusión de movimiento. Tenía un zootropo, con imágenes pintadas en el interior de una rueda, y un taumatropo, con dibujos sobre un mazo de cartas, que al girar, o al pasarlas rápidamente, creaba la misma ilusión. Con lo que me encontré que la sensación de movimiento también era una construcción cerebral, de manera análoga al color y a la profundidad. <<
[42] La referencia de Wells al elemento desconocido de los marcianos también me fascinó posteriormente, cuando me enteré de la existencia de los espectros ópticos, pues al principio del libro, al describir el elemento, decía que «daba un grupo de cuatro líneas en el azul del espectro», aunque posteriormente —¿releía lo que había escrito?— decía que daba «un brillante grupo de tres líneas en el verde». <<
[43] Sin embargo, la opinión de Proust fue puesta en duda por Claude-Louis Berthollet. Éste, un químico veterano de gran eminencia y fervoroso partidario de Lavoisier (con quien había colaborado en la Nomenclatura), había descubierto la decoloración química y, en su condición de científico, había acompañado a Napoleón en su expedición a Egipto de 1798. Había observado que diversas aleaciones y cristales poseían unas composiciones químicas manifiestamente distintas, por lo que mantenía que los compuestos también debían poseer una composición continuamente variable. También había observado que al calcinar plomo en su laboratorio ocurría un continuo y sorprendente cambio de color: ¿acaso eso no implicaba una continua absorción de oxígeno y un número infinito de fases? Proust arguyó que era cierto que el plomo, al calentarse, consumía oxígeno continuamente y cambiaba de color, pero él pensaba que eso se debía a la formación de tres óxidos de color distinto: un monóxido amarillo, minio y un dióxido de color chocolate, los tres mezclados como pinturas, en proporciones variables, dependiendo del estado de oxidación. Pensaba que los óxidos podían mezclarse en cualquier proporción, pero que cada uno poseía una composición fija.
Berthollet también planteó el caso de algunos compuestos, como el sulfuro ferroso, que jamás contenían las mismas proporciones de hierro y azufre. Proust fue incapaz de ofrecer una respuesta clara a esta cuestión (y, de hecho, la respuesta sólo quedó clara cuando posteriormente se comprendió la formación de las retículas de cristales, con sus defectos y sustituciones; así, el hierro podía sustituir al azufre en la retícula de sulfuro de hierro hasta cierto punto, de modo que su fórmula real varía de Fe7S8 a Fe8S9, Estos componentes no estequiométricos acabarían llamándose berthólidos).
Así, tanto Proust como Berthollet tenían razón en cierto modo, pero la gran mayoría de compuestos eran proustianos, de composición fija. (Por lo que quizá era lógico que la opinión de Proust prevaleciera, pues fue la ley de Proust la que inspiraría las profundas intuiciones de Dalton.) <<
[44] Aunque Newton atisbó, en las Cuestiones que escribió al final de su vida, algo que casi parece prefigurar un concepto daltoniano: «Dios es capaz de crear partículas de materia de diversos tamaños y figuras, y en diversas proporciones para el espacio que ocupan, y, quizá, de diferentes densidades y fuerzas.» <<
[45] Dalton representaba los átomos de los elementos en forma de círculos con dibujos dentro, que a veces recordaban los símbolos de la alquimia o de los planetas; mientras que los átomos compuestos (que ahora llamaba «moléculas») tenían configuraciones geométricas cada vez más intrincadas: la primera premonición de una química estructural que no se desarrollaría hasta pasados cincuenta años.
Aunque Dalton se refería a su «hipótesis» atómica, estaba convencido de que los átomos existían realmente: de ahí su violenta objeción a la terminología que Berzelius iba a introducir, en la que un elemento era representado por una o dos letras de su nombre en lugar de por su símbolo icónico. La vehemente oposición de Dalton al simbolismo de Berzelius (que, según él, ocultaba la realidad de los átomos) duró hasta el final de su vida, y, de hecho, cuando murió en 1844 fue a causa de una súbita apoplejía que siguió a una violenta discusión en la que defendía la existencia de sus átomos. <<
[46] Estos nombres dados a los árboles metálicos procedían de la idea alquímica de la correspondencia entre el sol, la luna y los cinco planetas conocidos entonces, con los siete metales de la antigüedad. Así, el oro representaba al sol, la plata a la luna (y a la diosa lunar, Diana), el mercurio a Mercurio, el cobre a Venus, el hierro a Marte, el estaño a Júpiter y el plomo a Saturno. <<
[47] Un descubrimiento que por alguna razón me interesó especialmente fue el del diamagnetismo, hecho por Faraday en 1845. Había experimentado con un nuevo electroimán muy potente, colocando varias sustancias transparentes entre sus polos para ver si el imán podía afectar a la luz polarizada. Podía, y Faraday descubrió que el pesado vaso de plomo que había utilizado para algunos experimentos se movía cuando el electroimán estaba conectado, alineándose en ángulos rectos con respecto al campo magnético (ésa fue la primera vez que utilizó el término campo). Antes de esto, todas las sustancias magnéticas conocidas —hierro, níquel, magnetita, etcétera— se habían alineado en la dirección del campo magnético, y no en ángulo recto. Intrigado, Faraday siguió poniendo a prueba la sensibilidad magnética de todo lo que caía en sus manos, no sólo metales y minerales, sino cristal, fuego, carne y también fruta.
Cuando se lo comenté a mi tío Abe, me permitió experimentar con el poderosísimo electroimán que tenía en su desván, y conseguí reproducir muchos de los hallazgos de Faraday, y comprobar, al igual que él, que el efecto diamagnético era especialmente poderoso en el bismuto, que resultaba fuertemente repelido por los dos polos del imán. Era fascinante ver cómo un diminuto fragmento de bismuto (lo más parecido a una aguja que podía conseguir con ese quebradizo metal), se alineaba, de manera casi violenta, perpendicular al campo magnético. Me pregunté si, colocándolo con suficiente precisión, se podría hacer un imán de bismuto que señalara al este-oeste. Experimenté con trozos de carne y pescado, y me planteé experimentar también con seres vivos. El propio Faraday había escrito: "Si un hombre pudiera estar en el campo magnético, al igual que el ataúd de Mahoma daría vueltas hasta atravesarlo.» Pensé en colocar una pequeña rana, o quizá un insecto, en el campo del imán del tío Abe, pero me dio miedo que eso pudiera detener el movimiento de la sangre, o destrozar su sistema nervioso, convirtiéndose en una refinada forma de asesinato. (Pero no tenía de qué preocuparme: ahora se han suspendido ranas durante varios minutos en el interior de campos magnéticos, y al parecer no les ha afectado la experiencia. Con los enormes electroimanes que hay hoy día, se podría suspender en su campo todo un regimiento.) <<
[48] Durante esa época, una docena de intereses y compromisos en conflicto distraían su creatividad: la investigación de los aceros, la fabricación de cristales ópticos especiales muy refractivos, la licuación de los gases (que él fue el primero en conseguir), el descubrimiento del benceno, sus muchas conferencias sobre química y otros temas en la Royal Institution, y la publicación, en 1827, de sus Manipulaciones químicas. <<
[49] A diferencia del tío Abe, yo no tenía conocimientos de matemáticas superiores, por lo que la obra de Maxwell me resultaba inaccesible, mientras que sí había podido leer a Faraday y tener la sensación de captar las ideas esenciales, a pesar del hecho de que jamás utilizó fórmulas matemáticas. Maxwell expresó su deuda con Faraday, y manifestó que sus ideas, aunque fundamentales, podían expresarse en forma no matemática: «Quizá resultó un beneficio para la ciencia que Faraday, aunque comprendía perfectamente las formas fundamentales del espacio, no se las diera de matemático… y no sintiera la tentación… de darle a sus resultados una forma aceptable para el gusto matemático de la época… Eso le dejó más tiempo para hacer su trabajo propiamente dicho, para coordinar sus ideas con los hechos, y expresarlas en un lenguaje natural sin tecnicismos… [No obstante, añadía Maxwell] mientras estudiaba a Faraday me daba cuenta de que su manera de concebir los fenómenos era también matemática, aunque no se manifestara en la forma convencional de los símbolos matemáticos.» <<
[50] Casquete típico que llevan los judíos ortodoxos. (N. del T.) <<
[51] Sir Ronald Storrs, el gobernador inglés de Jerusalén en la época, relató su primer encuentro con Annie en sus memorias de 1937, Orientations: «Cuando, a principios de 1918, una dama, que, contrariamente a la Hija del Destino del escenario, no era alta, ni morena ni delgada, fue traída a mi despacho, con una expresión que era mitad buen humor mitad determinación, de inmediato comprendí que un nuevo planeta acababa de aparecer ante mis ojos. La señorita Landau había pasado la guerra exiliada… de su adorada… escuela femenina, y exigía volver a ella de inmediato. Cuando con pesar alegué que su escuela se utilizaba ahora como hospital militar, mostró ella una férrea insistencia, y a los pocos minutos le había prestado el enorme edificio vacío que se conocía como el Palacio Abisinio. La señorita Landau pronto pasó a ser mucho más que la directora de la mejor escuela femenina judía de Palestina. Era una mujer más británica que los ingleses… más judía que los sionistas: durante el Sabbath, en su casa nadie cogía el teléfono, ni los criados. Antes de la guerra había mantenido relaciones amistosas con los turcos y los árabes, de modo que su generosa hospitalidad fue, durante muchos años, prácticamente el único terreno neutral en el que los funcionarios británicos, los fervorosos sionistas, los beys musulmanes y los efendis cristianos podían reunirse en condiciones de mutua cordialidad… <<
[52] «Los compuestos que forman el incienso», prescribía el Talmud en términos casi estequiométricos, «son la melisa, el ónice, el gálbano y el olíbano, en cantidades de setenta manehs cada uno; de mirra, casia, nardo y azafrán, cada uno dieciséis manehs de peso; de costo, doce, de corteza aromática, tres; de canela nueve manehs; de lejía obtenida de una especie de puerro, nueve kabs; de vino de Chipre tres seahs y tres kabs; aunque, si no se podía disponer de vino de Chipre, se podía utilizar vino blanco rancio; de sal de Sodoma la cuarta parte de un kab, y de la hierba Maaleh Ashan una cantidad ínfima. R. Nathan dice que sólo se necesita una cantidad diminuta de la hierba olorosa Cippath, que crecía a orillas del Jordán; sin embargo, si uno añadía miel a la mezcla, entonces el incienso ya no se podía utilizar para el sacrificio, y si el que la preparaba omitía alguno de los ingredientes necesarios, podía ser condenado a muerte.» <<
[53] Mezcla de nueces, manzanas y especias, que se come de manera ceremonial durante las dos primeras noches de Pascua y que simboliza la arcilla que preparaban los israelitas durante su esclavitud en Egipto. (N. del T.) <<
[54] Antiguo instrumento musical hebreo que consiste en un cuerno de carnero curvado. (N. del T.) <<
[55] Ceremonia parecida a la confirmación católica que celebran los niños judíos a los trece años. (N. del T.) <<
[56] Años después, cuando leí a C. P. Snow, descubrí que su reacción al ver por primera vez la tabla periódica había sido muy parecida a la mía: «Por primera vez veía cómo un popurrí de hechos azarosos se alineaba siguiendo un orden. Todo el revoltijo, las recetas y el batiburrillo de la química inorgánica de mi juventud parecía encajar en el esquema que tenía ante mis ojos, como si uno se hallara junto a una jungla y ésta de pronto se transformara en un jardín holandés. <<
[57] Fagin es el cabecilla de los mendigos de Oliver Twist, de Dickens; Svengali es el personaje malvado de Trilby, la novela de George du Maurier. (N. del T.) <<
[58] En su primera nota al pie, Mendeléiev hablaba de lo «satisfactoria, libre y dichosa que es la vida en el ámbito de la ciencia», y en cada una de sus frases podía uno darse cuenta de que, en su caso, sin duda era cierro. Los Principios crecieron como un ente vivo durante la existencia de Mendeléiev, y cada edición era más extensa, más completa, más madura que las anteriores, y cada una estaba llena de exuberantes notas al pie que no paraban de crecer (notas al pie que se hicieron tan enormes que en las últimas ediciones ocupaban más páginas que el texto: de hecho, algunas ocupaban nueve décimas partes de la página; creo que mi amor por las notas al pie, por las digresiones que permiten, procede en parte de la lectura de los Principios). <<
[59] Mendeléiev no fue el primero en ver la importancia de las masas atómicas de los elementos. Cuando Berzelius calculó las masas atómicas de los metales alcalinotérreos, a Dobereiner le llamó la atención que la masa atómica del estroncio estuviera justo entre la del calcio y la del bario. ¿Se trataba de algo accidental, o indicaba algo importante y general? El propio Berzelius había descubierto el selenio en 1817, y enseguida comprendió (atendiendo a sus propiedades químicas) que «quedaba" entre el azufre y el telurio. Dobereiner fue más lejos, y sacó a relucir una relación cuantitativa, pues su masa atómica quedaba justo entre la de los dos. Y cuando aquel mismo año se descubrió el litio (también en el laboratorio—cocina de Berzelius), Dobereiner observó que completaba otra tríada de metales alcalinos: litio, sodio y potasio. Percibiendo, además, que la diferencia entre la masa atómica del cloro y la del yodo era demasiado grande, Dobereiner pensó (igual que Davy anteriormente) que debía existir un tercer elemento análogo, un halógeno, con un masa atómica intermedia entre ambos. (Este elemento, el bromo, fue descubierto unos años después.)
Las «tríadas» de Dobereiner, y el hecho de que implicaran una relación entre la masa atómica y las propiedades químicas, provocaron reacciones contrapuestas. Berzelius y Davy ponían en duda la importancia de esa «numerología», tal como ellos la calificaban; pero otros quedaron intrigados, y se preguntaron si no se ocultaba un significado oscuro pero fundamental en las cifras de Dobereiner. <<
[60] Éste es, al menos, el mito aceptado y posteriormente propagado por el propio Mendeléiev, de manera semejante a como Kekulé relataría su descubrimiento del anillo de benceno años más tarde, consecuencia de un sueño que tuvo en el que varias serpientes se mordían la cola una a otra. Pero si uno le echa un vistazo a la tabla que esbozó Mendeléiev con su propia mano, se pueden ver las transposiciones, los tachones y los cálculos en los márgenes. Muestra, de la manera más gráfica posible, la lucha creativa que mantuvo por comprender lo que tenía en la cabeza. Mendeléiev no se despertó de su sueño con todas las respuestas, sino, y quizá resulta más interesante todavía, que despertó con la sensación de haber tenido una revelación, de modo que a las pocas horas fue capaz de responder a muchas de las preguntas que le habían ocupado durante años. <<
[61] En una nota al pie de 1889 —incluso sus clases tenían notas al pie, al menos en su versión impresa— añadió: «He previsto algunos nuevos elementos, pero no con la misma certeza que antes.» Mendeléiev era perfectamente consciente del hueco que había entre el bismuto (cuya masa atómica era 209) y el torio, y pensó que debían de existir varios elementos que lo llenaran. Tenía una idea bastante clara del elemento que seguiría al bismuto, «un elemento análogo al telurio, que podríamos llamar dvi-telurio». Este elemento, el polonio, fue descubierto por los Curie en 1898, y cuando finalmente lo aislaron tenía casi todas las propiedades que Mendeléiev había predicho. (En 1899 Mendeléiev visitó a los Curie en París y dio la bienvenida al radio como su «eka-bario».)
En la última edición de sus Principios, Mendeléiev hizo muchas otras predicciones —incluyendo dos análogos del manganeso más pesados—, un «eka-manganeso», cuya masa atómica era de alrededor de 99, y un «tri—manganeso», con una masa atómica de 188; por desgracia, jamás llegó a verlos. El «tri—manganeso» —el renio— no fue descubierto hasta 1925, el último elemento encontrado de los que se dan de manera natural; mientras que el «eka-manganeso», el tecnecio, fue el primer elemento nuevo que se creó artificialmente, en 1937.
También imaginó, por analogía, algunos elementos que seguirían al uranio. <<
[62] Es un extraordinario ejemplo de sincronismo que, en la década posterior al congreso de Karlsruhe, aparecieran no una, sino seis clasificaciones, todas completamente independientes una de otra: la de De Chancourtois en Francia, la de Odling y la de Newlands, ambas en Inglaterra, la de Lothar Meyer en Alemania, la de Hinrichs en los Estados Unidos, y finalmente la de Mendeléiev en Rusia, todas ellas apuntando a la existencia de una ley periódica.
De Chancourtois, un minerólogo francés, fue el primero en idear esa clasificación, y en 1862 —sólo dieciocho meses después de Karlsruhe— inscribió los símbolos de veinticuatro elementos en espiral alrededor de un cilindro vertical a alturas proporcionales a sus masas atómicas, de manera que los elementos con propiedades parecidas quedaran uno debajo del otro. El telurio ocupaba el punto medio de la hélice; de aquí que lo llamara un «tornillo telúrico», un vis tellurique. Pero Comptes Rendu, cuando finalmente publicó el ensayo, omitió —de manera grotesca— la fundamental ilustración, y ello, entre otros problemas, echó por tierra toda la empresa, causando que nadie hiciera caso de las ideas de De Chancourtois.
Newlands, en Inglaterra, no tuvo mucha más suerte. Él también dispuso los elementos conocidos de menor a mayor masa atómica, y al ver que cada octavo elemento era al parecer análogo al primero, postuló una «Ley de octavos», que afirmaba que «el octavo elemento, comenzando desde uno dado, es una especie de repetición del primero, igual que la octava nota en una octava musical». (De haberse conocido en la época los gases inertes, habría sido cada noveno elemento, naturalmente, el que se pareciera al primero.) Esa comparación en exceso literal con la música, y la sugerencia de que esas octavas podían ser una especie de «música cósmica», suscitó una sarcástica reacción en la reunión de la Sociedad Química a la cual Newlands presentó su teoría; se dijo que igual hubiera dado que ordenara los elementos alfabéticamente.
No hay duda de que Newlands, más incluso que De Chancourtois, estaba muy cerca de una ley periódica. Al igual que Mendeléiev, Newlands tuvo el valor de invertir el orden de ciertos elementos cuando su masa atómica no encajaba en lo que parecía ser su posición adecuada en la tabla (aunque, contrariamente a Mendeléiev, no hizo ninguna predicción acerca de elementos desconocidos).
Lothar Meyer también asistió al congreso de Karlsruhe, y fue uno de los primeros en utilizar las masas atómicas revisadas publicadas allí en una clasificación periódica. En 1868 ideó una elaborada tabla periódica de dieciséis columnas (pero cuando la publicó ya había aparecido la de Mendeléiev). Lothar Meyer prestó especial atención a las propiedades físicas de los elementos y a su relación con las masas atómicas, y en 1870 publicó una famosa gráfica con las masas atómicas en las ordenadas y su «volumen atómico» en las abscisas (siendo éste la masa atómica dividida por la densidad), un gráfico que mostraba los puntos más altos en los metales alcalinos, y los más bajos para los metales densos y de pequeños átomos del Grupo VIII (el platino y los metales del hierro). Este gráfico resultó un poderoso argumento en favor de una ley periódica, y contribuyó enormemente a que se aceptara el trabajo de Mendeléiev.
Pero en el momento de descubrir su «Sistema Natural», Mendeléiev desconocía, o afirmaba desconocer, ninguna tentativa comparable a la suya. Posteriormente, cuando gozaba ya de reputación, se mostró más informado, quizá más generoso, menos amenazado por la idea de tener que compartir su descubrimiento o reconocer la existencia de predecesores. Cuando, en 1889, fue invitado a impartir la Conferencia Faraday en Londres, rindió un moderado tributo a todos sus antecesores. <<
[63] Cavendish, sin embargo, al echar chispas a una mezcla de nitrógeno y de oxígeno del aire, había observado en 1785 que una pequeña cantidad («no más de 1/120 parte del total») se negaba tercamente a combinarse, aunque nadie prestó atención a ese hecho hasta la década de 1890. <<
[64] Creo que a veces me identificaba con los gases inertes, y otras veces los antropomorfizaba, imaginándomelos solitarios, aislados, deseando relacionarse. ¿Les resultaba absolutamente imposible relacionarse con otros elementos? ¿Acaso el flúor, el más activo y descarado de los halógenos —tan ávido de combinarse que había derrotado cualquier esfuerzo por aislado durante más de un siglo—, si se le daba una oportunidad, no podría al menos combinarse con el xenón, el más pesado de los gases inertes? Estudié minuciosamente las tablas de las constantes físicas y decidí que, en principio, dicha combinación era posible.
A principios de los sesenta, me alegró enormemente saber (aunque entonces mis intereses eran otros) que el químico estadounidense Neil Bartlett había conseguido preparar ese compuesto: un compuesto triple de platino, flúor y xenón. Posteriormente se prepararon fluoruros de xenón y óxidos de xenón.
Freeman Dyson me ha relatado su amor juvenil por la tabla periódica y los gases inertes —también él los vio dentro de sus frascos en el Museo de la Ciencia de South Kensington— y el entusiasmo que experimentó años después cuando le enseñaron una muestra de xenato de bario, al ver que el esquivo y nada reactivo gas había quedado hermosamente confinado dentro un cristal: «También para mí la tabla periódica fue una pasión… De muchacho, me pasaba horas ante las muestras del museo, pensando en lo maravilloso que era que cada una de las láminas de metal y cada uno de los tarros con gases tuviera su propia y definida personalidad… Uno de los momentos más memorables de mi vida tuvo lugar cuando Willard Libby vino a Princeton con un pequeño tarro lleno de cristales de xenato de bario. Un compuesto estable, que parecía sal común, pero mucho más pesado. Ésa era la magia de la química, ver al xenón atrapado en un cristal.» <<
[65] Una anomalía espectacular aparecía con los hidruros de los no metales: un grupo bastante feo, de lo más hostil a la vida que se podía encontrar. Los hidruros de arsénico y antimonio eran muy venenosos y olorosos; los hidruros de fósforo y silicio se inflamaban de manera espontánea. En mi laboratorio yo había preparado hidruros de azufre (H2S), selenio (H2Se) y telurio (H2Te), todos ellos elementos del Grupo VI, todos ellos gases peligrosos y nauseabundos. Por analogía podía predecirse que el hidruro de oxígeno, el primer elemento del Grupo VI, sería también un gas nauseabundo, venenoso e inflamable, que se condensaría para formar un líquido repugnante a -100 ºC. Pero lo que resultaba era el agua, H2O: un compuesto estable, potable, inodoro, benigno y con una gran cantidad de propiedades especiales y de hecho únicas (se expandía al congelarse, su gran capacidad calorífica, su capacidad como disolvente ionizador, etcétera), que lo convertía en algo indispensable para nuestro planeta, hecho de agua, indispensable para la vida. ¿Qué causaba dicha anomalía? Para mí, las propiedades del agua no desautorizaban la ubicación del oxígeno en la tabla periódica, pero me hacían sentir una intensa curiosidad acerca de por qué era tan diferente de sus análogos. (Descubrí que se trataba de una cuestión que sólo recientemente —en la década de los treinta— se había resuelto, cuando Linus Pauling describió el enlace del hidrógeno.) <<
[66] Ida Tacke Noddack formaba parte del equipo de científicos alemanes que descubrieron el elemento 75, el renio, en 1925—1926. Noddack también afirmaba haber descubierto el elemento 43, al que llamó masurio. Pero no pudo apoyar su afirmación, y quedó desprestigiada. En 1934, cuando Fermi bombardeó el uranio con neutrones y creyó haber hecho el elemento 93, Noddack sugirió que se equivocaba y que, de hecho, había dividido el átomo. Pero como había quedado desprestigiada a causa del elemento 43, nadie le prestó atención. De haberla escuchado, probablemente Alemania habría tenido la bomba atómica, y la historia del mundo habría sido distinta. (Esta historia la contó Glenn Seaborg cuando presentó sus memorias en una conferencia celebrada en noviembre de 1997.) <<
[67] Aunque los elementos 93 y 94, el neptunio y el plutonio, fueron creados en 1940, su existencia no se hizo pública hasta después de la guerra. Cuando se crearon se les dieron los nombres provisionales de «extremio» y «ultimio», pues era imposible crear elementos más pesados. Sin embargo, los elementos 95 y 96 fueron creados en 1944. Su descubrimiento no se hizo público a la manera usual —en una carta a Nature o en una reunión de la Sociedad Química—, sino durante un concurso radiofónico para niños, en noviembre de 1945, durante el cual un chaval de doce años preguntó: «Señor Seaborg, ¿ha creado algún elemento más últimamente?» <<
[68] Auguste Comte, en 1835, había escrito, en su Cours de la Philosophie Positive: «En relación con el tema de las estrellas, todas las investigaciones que en última instancia no se reducen a la simple observación visual son… algo que necesariamente se nos niega. Mientras que podemos concebir la posibilidad de determinar sus formas, tamaños y movimientos, jamás seremos capaces, por ningún medio, de estudiar su composición química ni su contenido mineralógico.» <<
[69] En inglés el helio es helium. (N. del T.) <<
[70] El tío Abe me habló de la historia de las cerillas, de que las primeras que se fabricaron tenían que sumergirse en ácido sulfúrico para encenderlas antes de que los «fósforos» —cerillas de fricción— fueran introducidos en la década de 1830, y que eso conllevó una enorme demanda de fósforo blanco en el siglo siguiente. Me habló de las terribles condiciones en que trabajaban en las fábricas las chicas que fabricaban cerillas, y de la terrible enfermedad, necrosis de la mandíbula, que a menudo contraían, hasta que en 1906 se prohibió el uso del fósforo blanco. (Posteriormente sólo se utilizó el fósforo rojo, mucho más estable y seguro.)
Abe también me habló de las infernales bombas de fósforo utilizadas en la Gran Guerra, y de que se inició un movimiento para prohibirlas, igual que se habían abolido los gases venenosos. Pero en 1943 volvían a utilizarse con toda libertad, y miles de personas, en ambos bandos, eran quemadas vivas de la manera más dolorosa posible. <<
[71] El fósforo, que se oxidaba lentamente, no era el único elemento que se ponía incandescente en contacto con el aire. Lo mismo ocurría con el sodio y el potasio recién cortados, pero perdían su luminosidad a los pocos segundos, cuando las superficies cortadas se descolorían. Lo descubrí por casualidad una tarde trabajando en mi laboratorio, mientras oscurecía gradualmente y yo aún no había encendido la luz. <<
[72] Igualmente importantes eran los tubos de rayos catódicos, que ahora comenzaban a desarrollarse para la televisión. El propio Abe tenía uno de los aparatos de televisión originales de los años treinta, una cosa enorme y aparatosa con una diminuta pantalla circular. Su tubo, dijo, no era muy distinto de los tubos de rayos catódicos que Crookes había desarrollado en la década de 1870, sólo que la cara estaba recubierta de una sustancia fosforescente adecuada. Los tubos de rayos catódicos que se usaban en los aparatos electrónicos o médicos a menudo estaban recubiertos de silicato de cinc o willemita, que emitían una luz verde brillante al ser bombardeados, pero para la televisión se precisaban materiales fosforescentes que dieran una luz clara y blanca, y si tenía que desarrollarse la televisión en color, se necesitaban tres elementos fosforescentes distintos con el equilibrio exacto de emisiones de color, igual que los tres pigmentos de la fotografía en color. Los materiales que antes se utilizaban para tratar las pinturas luminosas no eran apropiados para ello; se necesitaban colores mucho más delicados y precisos. <<
[73] El tío Abe me había mostrado otros tipos de luz fría. Se podían coger varios cristales —como los cristales del nitrato de uranilo, o incluso azúcar de caña normal— y aplastarlos, con mano y mortero, o entre dos tubos de ensayo (o incluso con los dientes), rompiendo los cristales el uno contra el otro, lo que los hacían brillar. Este fenómeno, llamado triboluminiscencia, fue conocido ya en el siglo XVIII, cuando el padre Giambattista Beccaria anotó: «Es posible, en la oscuridad, asustar a gentes simplonas simplemente masticando terrones de azúcar manteniendo, al mismo tiempo, la boca abierta, con lo que la verán como si estuviera llena de fuego; además, la luz procedente del azúcar será más copiosa cuanto más puro sea el azúcar.»
Incluso la cristalización podía causar luminiscencia; Abe me sugirió que preparara una solución saturada de bromato de estroncio y la dejara enfriar lentamente en la oscuridad; al principio no ocurría nada, pero al poco empecé a percibir centelleos, pequeños destellos de luz, a medida que unos cristales irregulares se formaban en el fondo del matraz. <<
[74] Leí que el mismo fenómeno había sido ingeniosamente utilizado para fabricar boyas luminosas: se rodeaban de tubos de fuerte cristal en forma de anillo que contenía mercurio a baja presión, y éste se arremolinaba contra el cristal y se electrificaba a cusa del movimiento de las olas. <<
[75] Los inmortales de Los viajes de Gulliver, incapaces de morir, pero que a partir de los ochenta años vivían en un estado de lamentable decrepitud y se les consideraba legalmente muertos. (N. del T.) <<
[76] En mi infancia, todas las zapaterías estaban equipadas con máquinas de rayos X, fluoroscopios, de modo que uno podía ver cómo encajaban los huesos del pie en los zapatos nuevos. Me encantaban esas máquinas, pues podías mover los dedos de los pies y ver muchos huesos distintos moviéndose al unísono, en su envoltura de carne casi transparente. <<
[77] Los dentistas eran los más expuestos, pues sujetaban pequeñas películas de rayos X dentro de la boca de sus pacientes, a menudo durante minutos, pues las emulsiones originales eran muy lentas. Así fue como muchos dentistas perdieron alguno de sus dedos por haber expuesto las manos a los rayos X. <<
[78] El abuelo de Henri Becquerel, Antoine Edmond Becquerel, había dado un gran impulso al estudio sistemático de la fosforescencia, y en la década de 1830 publicó las primeras fotos del espectro fosforescente. El hijo de Antoine, Alexandre-Edmond, había ayudado a su padre en la investigación e inventado el «fosforoscopio», que le permitía medir fluorescencias que sólo duraban una milésima de segundo. Su libro de 1867, Lumiére, fue el primer tratamiento global de la fosforescencia y la fluorescencia que apareció (y seguiría siendo el único en los cincuenta años posteriores). <<
[79] En 1998 hablé en un encuentro que conmemoraba el centenario del descubrimiento del polonio y el radio. Dije que me habían regalado ese libro cuando tenía diez años, y que era mi biografía favorita. Mientras hablaba observé entre el público a una señora muy anciana, con unos pómulos salidos muy eslavos y una sonrisa de oreja a oreja. Me dije: «¡No es posible!», Pero lo era, era Eve Curie, y me firmó su libro sesenta años después de haberse publicado, cincuenta y cinco años después de que me lo regalaran. <<
[80] Becquerel había sido el primero en observar lo nociva que podía resultar la radiactividad, pues se había encontrado una quemadura después de transportar un concentrado altamente radiactivo en el bolsillo del chaleco. Pierre Curie investigó el asunto, causándose deliberadamente una quemadura de radio en el brazo. No obstante, nunca quisieron admitir del todo los peligros del radio, su «hijo». Se contaba que su laboratorio brillaba en la oscuridad, y que ambos acabarían muriendo a causa de sus efectos. (Pierre, debilitado, murió en un accidente de tráfico; Marie, treinta años después, murió de una aplasia medular.) Las muestras radiactivas se enviaban por correo sin ningún control, y se manejaban sin protección. Frederick Soddy que trabajaba con Rutherford, creía que manejar materiales radiactivos le dejaría estéril.
Y sin embargo existía cierta ambigüedad, pues la radiactividad se veía también como algo benigno, curativo. Además de inhaladores de torio, había pasta dental de torio, fabricada por la Auer Company (la tía Annie la utilizaba para guardar por la noche su dentadura postiza en un vaso con «palitos de radio»), y el Radioendocrinator, que contenía radio y torio, que se llevaba en torno al cuello para estimular la tiroides o alrededor del escroto para estimular la libido. La gente se iba a los balnearios a tomar agua con radio.
El problema más serio surgió en los Estados Unidos, donde los médicos recomendaban el consumo de soluciones radiactivas para el rejuvenecimiento, como el Radithor, y también para curar el cáncer de estómago o las enfermedades mentales. Miles de personas tomaban esas pociones, y sólo cuando todos los periódicos se hicieron eco de la muerte de Eben Byers un importante magnate del acero y un personaje muy conocido, en 1932, acabó la moda del radio. Tras consumir diariamente un tónico a base de radio durante cuatro años, Byers sufrió una grave radiotoxemia y cáncer de mandíbula; y murió de manera grotesca mientras sus huesos se desintegraban igual que Monsieur Valdemar en el relato de Edgar Allan Poe. <<
[81] Mendeléiev, que conservó hasta el final una mentalidad muy flexible, renunció a su hipótesis etérea el año antes de morir, y reconoció su aceptación de lo «inconcebible» —la transmutación— como fuente de la energía radiactiva. <<
[82] Al Éter se le adjudicaron muchos otros usos. Para Oliver Lodge, en 1924, era todavía el medio que necesitaban las ondas electromagnéticas y la gravitación, aun cuando en esa época la teoría de la relatividad era ya ampliamente conocida. También era para Lodge el medio que proporcionaba un continuo, una matriz en la que las partículas discretas, los átomos y los electrones, podían quedar insertas. Finalmente, para él (y para J. J. Thomson y muchos otros), el Éter también asumía un papel religioso o metafísico: era el medio, el ámbito, en el que moraban los espíritus y la Mente Ilimitada, donde la fuerza vital de los muertos mantenía una especie de casi-existencia (y quizá podía ser convocada por los esfuerzos de los médiums). Thomson y muchos otros físicos de su generación fueron miembros activos y fundadores de la Sociedad Espiritual Británica, una reacción, quizá, contra el materialismo de la época y la percibida o imaginada muerte de Dios. <<
[83] Después de leer eso me pregunté si las sustancias radiactivas serían calientes al tacto. Tenía barritas de uranio y torio, pero estaban tan frías como las barras de otros metales. Una vez sostuve en la mano el tubito del tío Abe, con sus diez miligramos de bromuro de radio, pero el radio no era mayor que un grano de sal, y no sentí que ningún calor atravesara el cristal. Me quedé fascinado cuando Jeremy Bernstein me contó que una vez tuvo entre las manos una esfera de plutonio —el núcleo de la bomba atómica, ni más ni menos— y lo encontró extraordinariamente caliente al tacto. <<
[84] La lección de cada uno de los profetas que se asocia a una lección de la Ley y se canta en la sinagoga. (N. del T.) <<
[85] La novela de John Steinbeck Cannery Row se publicó en 1945. (N. del T.) <<
[86] Los cuadernos de laboratorio de Marie Curie, un siglo después, siguen considerándose demasiado peligrosos para ser manejados, y se guardan en cajas forradas de plomo. <<
[87] Soddy concibió esta transmutación artificial quince años antes de que Rutherford la lograra, e imaginó desintegraciones atómicas explosivas o controladas mucho antes de que se descubrieran la fusión o la fisión. <<
[88] Fue la lectura de El mundo Liberado, en los años treinta, lo que llevó a Leo Szilard a pensar en encadenar reacciones y a obtener una patente secreta sobre éstas en 1936; en 1940 convenció a Einstein para que le enviara su famosa carta a Roosevelt hablándole de las posibilidades de fabricar una bomba atómica. <<
[89] En 1914, los científicos de Gran Bretaña, Francia, Alemania y Austria se vieron atrapados, de diversas maneras, por la Primera Guerra Mundial. La química y la física puras quedaron en su mayor parte suspendidas mientras duró la contienda, y la ciencia aplicada, sobre todo aplicada a la guerra, ocupó su lugar. Rutherford abandonó su investigación fundamental, y su laboratorio fue reorganizado para trabajar en el campo de la detección de submarinos. Geiger y Marsden, que habían observado las desviaciones de las partículas alfa que dieron origen al átomo de Rutherford, se encontraban en el frente occidental, en bandos distintos. Chadwick y Ellis, colegas de Rutherford más jóvenes que él, eran prisioneros de guerra en Alemania. Y a Moseley, de veintiocho años, lo mató una bala en el cerebro en Gallipoli. Mi padre a menudo hablaba de los jóvenes poetas, los intelectuales, la flor y nata de una generación borrada trágicamente del mapa en la Gran Guerra. Casi todos los nombres que mencionaba me eran desconocidos, pero a Moseley sí le conocía, y fue al que más lloré. <<
[90] Esto también le dio a Bohr capacidad de predicción. Moseley había observado que faltaba el elemento 72, pero no sabía decir si sería una tierra rara o no (los elementos del 57 al 71 eran tierras raras, y el 73, el tantalio, era un elemento de transición, pero nadie sabía con certeza cuántas tierras raras habría). Bohr, que tenía una idea clara de cuántos electrones había en cada órbita, fue capaz de predecir que el elemento 72 no sería una tierra rara, sino un análogo más pesado del circonio. Sugirió que sus colegas daneses buscaran ese nuevo elemento en las menas de circonio, y fue descubierto rápidamente (lo llamaron hafnio, por el antiguo nombre de Copenhague). Fue la primera vez que la existencia y propiedades de un elemento se predijeron no por analogía química, sino sobre la base puramente teórica de la estructura electrónica. <<
[91] A principios del siglo XX los científicos también se preguntaban qué le sucedería al «gas electrónico» de los metales si éstos se enfriaran a temperaturas cercanas al cero absoluto: ¿se «congelarían» todos los electrones, convirtiendo el metal en un completo aislante? Lo que se descubrió, utilizando el mercurio, fue todo lo contrario: a 4,2 grados por encima del cero absoluto, el mercurio se convertía en un perfecto conductor, en un superconductor, que de pronto perdía toda su resistencia. De este modo, se podía tener un anillo de mercurio, enfriado por medio de helio líquido, con una corriente eléctrica que fluyera alrededor de él para siempre, sin mengua alguna. <<
[92] Gamow imaginaba que el universo había comenzado como algo de una densidad casi infinita, quizá no más grande que un puño. Gamow y su alumno Ralph Alpher sugirieron a continuación (en un famoso artículo que se daría a conocer en 1948, después de que Hans Bethe fuera invitado a añadir su nombre, como el ensayo alfa-beta-gamma) que ese universo primigenio de un puño de tamaño explotó, iniciando el espacio y el tiempo, y que en esa explosión (que Hoyle, despectivamente, iba a llamar Big Bang) todos los elementos fueron creados.
Pero se equivocaba; fueron sólo los elementos más ligeros —el hidrógeno y el helio, y quizá un poco de litio— los que originaron el Big Bang. Hasta la década de los cincuenta no quedó claro cómo se habían generado los elementos más pesados. Una estrella de tamaño medio podía tardar billones de años en consumir todo su hidrógeno, pero las más grandes, lejos de extinguirse en ese punto, podían contraerse, calentarse aún más, e iniciar nuevas reacciones nucleares, fusionando su helio para producir carbono, fusionando éste a su vez para producir oxígeno, y luego silicio, fósforo, azufre, sodio, magnesio, y así hasta el hierro. Más allá del hierro no se podía liberar energía mediante más fusiones, de manera que el hierro se acumulaba como punto final de la nucleosíntesis. De ahí su extraordinaria abundancia en el universo, una abundancia que se reflejaba en los meteoritos metálicos y en el núcleo de hierro de la tierra. (Los elementos más pesados, los que estaban más allá del hierro, siguieron siendo un enigma; sólo se originaban, al parecer, con explosiones de supernovas.) <<
[93] Esa cuestión aún resonaba en mi mente cuando leí el maravilloso libro de Primo Levi El sistema periódico, sobre todo el capítulo titulado «Potasio». En él Levi habla de su propia búsqueda, siendo estudiante, de «fuentes de certidumbre». Tras decidir que sería físico, Levi abandonó el laboratorio de química y se pasó al departamento de física, concretamente al de astrofísica. Pero la cosa no dio el resultado esperado, pues mientras que las certezas definitivas quizá podían hallarse en la física estelar, dichas certezas, aunque sublimes, resultaban abstractas y sin relación con la vida cotidiana. Las bellezas de la química práctica eran más satisfactorias para el alma, estaban más cerca de la vida. «Cuando comprendo lo que ocurre en el interior de una retorta», observó una vez Levi, «soy más feliz. He ampliado mi conocimiento un poco más. No he comprendido la verdad ni la realidad. Simplemente he reconstruido un segmento, un pequeño segmento del mundo. Eso es ya una gran victoria dentro del laboratorio de una fábrica.» <<
[94] No estaba tan solo. En ese momento una importante guía para mí fue George Gamow, un escritor y científico de gran versatilidad y encanto cuyo libro Nacimiento y muerte del sol ya había leído. En sus libros protagonizados por «Mr. Tompkins» (Mr. Tompkins en el País de las Maravillas y Mr. Tompkins explora el átomo, publicados en 1945), Gamow utiliza el truco de alterar las constantes físicas varios órdenes de magnitud para hacer que mundos por lo demás inimaginables resulten al menos medio concebibles. Consigue que nos imaginemos la relatividad de una manera cómica suponiendo que la velocidad de la luz sea sólo de cincuenta kilómetros por hora, y lo mismo con la mecánica cuántica imaginando que la constante de Planck se incrementara veintiocho órdenes de magnitud, de modo que uno pudiera ver los efectos cuánticos en la vida «real»: así por ejemplo, aparecen los tigres cuánticos en una selva cuántica, que están en todas partes y en ninguna al mismo tiempo.
A veces me preguntaba si existían fenómenos «macrocuánticos», si uno sería capaz de ver, en condiciones extraordinarias, un mundo cuántico con sus propios ojos. Una de las experiencias inolvidables de mi vida fue precisamente ésa, cuando me mostraron las propiedades del helio líquido, y vi cómo éstas cambiaban repentinamente a una temperatura crítica, pasando de ser un líquido normal a un extraño superfluido sin viscosidad ni entropía ninguna, capaz de atravesar las paredes, salirse de un vaso de precipitados y con una conductividad térmica de tres millones de veces superior a la del helio líquido normal. Este estado imposible de la materia sólo se podía entender en términos de la mecánica cuántica: los átomos estaban ahora tan cerca el uno del otro que sus funciones de onda se solapaban y confluían, de modo que se tenía, de hecho, un solo átomo gigante. <<
[95] Ojalá me hubiera dado cuenta —pero era demasiado joven para ello— de que Crookes se equivocaba, de que esa nueva concepción del átomo que originaba sus palabras (las había escrito en 1915, dos años después de Bohr) serviría, una vez asimilada, para expandir y enriquecer la química enormemente, y no para reducirla y aniquilarla como él temía. La primera teoría atómica causó preocupaciones similares: a muchos químicos, Humphry Davy entre ellos, les parecía peligroso aceptar las ideas de Dalton acerca de los átomos y las masas atómicas, arrancar la química de su concreción y realidad para llevarla a un ámbito árido, empobrecido y metafísico. <<