3. La hermana mayor

Cuando sonó la puerta, Ahmet miró la hora: eran casi las tres y media. Pensó repentinamente «¡İlknur!», pero mientras llegaba hasta la puerta comprendió que no se trataba de ella. Porque el timbre sonó varias veces más como en broma, como si tocara una canción. En cuanto abrió, un cuerpo inmenso salió de la penumbra como un obús. Luego le rozó la mejilla una piel de mujer perfumada y suave. «¡Mi hermana!», pensó Ahmet ofreciéndole la otra mejilla.

—¿Qué hay? —dijo Melek—. ¿Cómo estás? ¡No pareces muy contento!

Entró como un huracán en la habitación y, trazando un círculo, lo revisó todo en un instante.

—No, mujer, estoy bien.

—¿De verdad? ¡Ay, qué camisa tan bonita llevas! ¿Dónde la has comprado?

—Es la misma camisa vieja que llevo siempre…

—¿Qué te parecen mis botas?

—¿Son nuevas?

—Sí, me las trajo tu cuñado.

—¿Ha estado fuera?

—¡Qué olvidadizo eres, Ahmet mío! —dijo Melek. Miraba las pinturas dándole la espalda—. Te iba a traer pintura, pero no quisiste…

—Es verdad, ¡qué pronto ha vuelto!

—Tú sigue durmiendo aquí y… ¡Oh, qué bonito es este!

Ahmet miró con curiosidad. Era un cuadro al que no le había dado ninguna importancia, que pensaba rascar para pintar encima. «¿Qué le habrá gustado?», pensó, pero no insistió demasiado porque no estaba acostumbrado a esa línea de pensamiento.

—¡Qué bonitos colores has encontrado! Haz un poco de esa pintura rara… ¿Cómo se dice ahora en turco? Sin forma: no como un cuadro…

—Abstracto —dijo Ahmet.

—Eso, abstracto. Perdona, pero no soy capaz de aprenderme las palabras nuevas. Hôtesse: azafata de vuelo. —Soltó una risita—. ¡Abstracto! En serio, pinta algo abstracto. Tu cuñado dice que en Europa ahora todo el mundo hace pintura abstracta. ¿Qué más estás pintando? ¿Esto haces ahora?

—Sí.

Llevada por la costumbre de toquetearlo todo sin hacerle caso a nadie, Melek alzó el cuadro de la mesa, se lo acercó a la cara y luego lo olió, como hacía siempre, lo sopesó en la mano como si quisiera comprobar su peso, lo giró a izquierda y derecha y lo mantuvo hacia la luz.

A veces, Ahmet pensaba que, instintivamente, su hermana comprendía mejor que nadie que un cuadro era un objeto. Miraba su cuerpo, terriblemente grande.

—Sí —dijo Melek—. Esto no lo acabo de entender. No es abstracto, pero sigo sin entenderlo. O sea, ¿qué es lo que quieres decir?

—Todavía no está acabado.

—Pues no sé cómo será cuando lo termines.

Melek, sonriendo como una niña mimada que resuelve una adivinanza con su inteligente padre, exclamó:

—¡Ay, Dios!

Luego, excitada, señaló otro cuadro.

—Bueno, este sí que está acabado. ¿Qué quieres decir con él? Dime. Una mujer sentada con un tipo elegante con chaqueta y corbata… ¿Qué significa? ¿Qué quieres expresar?

—¡Digo lo que diga el cuadro!

—Siempre te escabulles igual. —Luego Melek, como si pensara que había cogido velocidad y se dispusiera a pronunciar su primer juicio, volvió a mirar a su alrededor con curiosidad y frunció el ceño—: Parece que la abuela está mal…

—Sí.

—La verdad es que estoy preocupada.

—¿Por qué?

—¡Qué sé yo! Me da pena. Te lo juro, ayer me pasé la noche…

Iba a sentarse en un taburete y de repente dudó, recelosa.

—Siéntate, siéntate, está seco, no mancha —le dijo Ahmet.

—Me ha dado un poco de miedo. Esto está todo manga por hombro.

—Mira, eso sí que me ha sentado mal —respondió Ahmet—. Lo arreglo un día sí y otro no.

—¿De veras? ¿Y quién te barre el suelo? ¿Emine Hanım?

—Cada quince días viene Fatma —contestó Ahmet, harto de aquello.

—¿Quién? ¿La de Cemil? ¿Sabes?, la nuestra se largó. No puedo entender por qué. Hace tres días… —de repente se calló, miró abrumada a la cara a Ahmet y suspiró—: ¡Siento mucho lo de la abuela!

—Sí.

—¿Te estoy aburriendo? Me fumo un cigarrillo y me voy, pues. Si te molesta, no lo enciendo. Siempre te pongo de ejemplo a tu cuñado. Le digo: «Hace cuatro años decidió que no fumaría más y lo dejó del todo». —Encendió una cerilla de la caja que había sacado del bolso—. Y ¿sabes lo que me responde? ¡Que eres un artista! Pero se supone que los artistas le dan al tabaco y al alcohol, ¿no? Oye, ¡déjate tú también barba!

—¡Te vas a quemar los dedos! —dijo Ahmet.

—Perdón. ¿Hablo demasiado?

Melek encendió el cigarrillo. Ahmet se sentó en una silla.

—Sí, lo siento mucho por la abuela.

—¿La has visto?

—Claro, he dejado allí el abrigo y los paquetes.

—¿Habéis hablado?

—¡Conmigo siempre habla! Sí, hemos hablado. Me reconoció enseguida y se alegró de verme. Luego me preguntó cuántos años tenía. Y al decirle que treinta y tres volvimos a lo de siempre, que si Cevdet Bey se había ido, que si una semana después llegué yo para consolarla, que si siempre he sido muy especial para ella… Preguntó por tu cuñado. Luego le hablé yo. Tiene la cabeza perfecta, como un reloj.

—¡No me digas! Cuando la he visto…

—También se sorprendió la enfermera. Bueno, se alegra de verme. La enfermera me pidió que me fuera para no cansarla mucho… ¡Lo siento de verdad!

—Sí.

Se produjo un silencio. «Dentro de nada se sentirá incómoda y se marchará», pensó Ahmet, pero Melek no se aburría con tanta facilidad. Volvió a levantarse. Empezó a mirar los cuadros. Ahmet observaba el enorme cuerpo de su hermana, sus anchas caderas, sus largas piernas. Cada vez que veía por la espalda aquel cuerpo inmenso pensaba en qué tipo de hombre sería su cuñado y sentía curiosidad por saber de qué hablarían a la hora de la cena. Su cuñado era un famoso abogado.

—¿Qué más haces? —le preguntó Melek volviéndose sonriente—. ¿Con quién te ves? ¿Adónde vas?

«Algo le ronda por la cabeza», pensó Ahmet.

—¡Ah, tu cuñado te vio con esa chica en la esquina de la comisaría!

—¿De verdad?

—Le gustó mucho. Pasasteis a su lado. Le pudo echar una buena mirada. Dime, ¿quién es? ¿A qué se dedica? Por Dios, Ahmet, ¿es que no se puede hablar de nada contigo? Tu cuñado dice que se ve que tiene la cabeza sobre los hombros. ¿Quién es? En serio… —Y al comprender que Ahmet no iba a contestar sus preguntas—: ¡Ay, qué arisco eres! A ver si te casas de una vez.

—¿Y de dónde ha salido eso ahora?

Melek se sentó:

—Tu cuñado dice que harás grandes cosas si te casas. Dice que la chica parecía sensata y que deberías meterla en tu vida.

—Bueno, bueno —gruñó Ahmet.

—Escucha, sabes cuánto te aprecia tu cuñado. Me dijo que de joven era como tú, que nada le gustaba, pero que al conocerme se volvió más sensato.

—¡Tengo treinta años! —replicó Ahmet.

—¡Pues por eso! —se lanzó Melek—. Cuando él me conoció tenía veintiocho. Tu cuñado dice que era como tú, pero que eso no fue obstáculo para que se convirtiera en un abogado de éxito. Vamos, ¿quién es la chica?

—¡Dejemos ya este tema estúpido! —dijo Ahmet.

—Bueno, ¿y de qué voy a hablar contigo? En fin, me iba.

—Siéntate, quédate un rato —dijo Ahmet pensando que había ofendido a su hermana. Luego, llevado por el temor de estar perdiendo el tiempo, añadió—: Todavía no has acabado de fumar.

—Quieres que me vaya cuando acabe, ¿no? Ese miedo tuyo a perder el tiempo, discúlpame, pero no es muy razonable. Descansa un poco, pasea, date una vuelta… ¿No tienes compañeros artistas? ¿Son todos así? Claro que no… Tienes que descansar un poco. Tu cuñado sí que sabe apreciar unas vacaciones. Dice que el trabajo que no ha sido capaz de hacer en once meses no lo sacará adelante en doce. ¿Lo entiendes? ¡Si supieras cómo descansa y cómo se divierte la gente! Ah, mira, hace poco estuvimos en un restaurante con un compañero tuyo de clase de Galatasaray. Tuncer…

—¿Qué hace ese gilipollas?

—¿Por qué? Es buen chico. ¡Es abogado! Tiene una mujer encantadora. Tu cuñado dice que tiene futuro.

—¡Y a mí qué!

—¡Chico, estamos charlando! —Melek pareció apenarse—. Ahmet, ¿qué te ha pasado? Estás con los nervios de punta. No te veo bien. Descansa un poco. ¡Ven un día a cenar a casa! Tu cuñado tiene muchas ganas de verte. O iremos a un restaurante. ¡Siempre y cuando no te parezcamos unos vendidos al capital, claro!

—¡Yo no pienso según las palabras de moda! —contestó Ahmet.

—¡Bravo, bravo, bravo! —Melek se rió con voz musical y ligeramente burlona—. ¡Qué hermano más listo tengo, alabado sea Dios! ¡Qué orgullo más grande! ¡Más listo que nadie!

Ahmet se picó. «¡A ver si se va y me deja trabajar!», pensó.

—Bien, entonces, prométeme que un día saldremos a cenar. ¿Adónde prefieres ir?

—¡Al Abdullah! —respondió Ahmet.

Hacía dos años su hermana y su cuñado le habían llevado a ese restaurante; vio que dos mesas más allá se sentaba Celal Bayar y apenas pudo comer a fuerza de mirarlo.

—Te gusta el Abdullah, ¿eh? —dijo Melek.

—Si dos mesas más allá tengo a un ex presidente de la república atiborrándose y haciendo sonar su dentadura postiza, es muy entretenido —dijo Ahmet—. ¡Cómo engullía! ¡Así no vive uno cien años, sino doscientos!

En un primer momento, Melek sonrió, pero luego volvió a adoptar un gesto triste.

—¡Qué mala idea tienes! ¿Por qué te has vuelto así? ¿O eras de ese modo antes? ¡Con lo alegre y lo simpático que eras de niño! Todo el mundo te quería. Lo bien que nos lo pasábamos juntos.

—¿Ves a mamá? —le preguntó Ahmet.

—Hace tres días fui a verla una tarde… ¡No quiero ir por la noche y encontrarme a ese tipo!

—¿Por qué? ¡También es abogado! —dijo Ahmet riéndose—. Y muy famoso, al parecer. ¡El abogado Cenap Sorar! Cuando lo digo me da la sensación de estar leyendo el periódico o, para ser más exactos, de estar hojeando el código civil.

—Te lo he contado, ¿no? ¡Se hurga la nariz! ¿Por qué crees que mamá dejo a papá y se fue con él?

—Mamá tenía razón, toda la razón —contestó Ahmet.

—Sí, en este asunto tú estás de parte de Perihan y yo de parte de Refik —dijo Melek.

A veces mencionaba a sus padres por el nombre, posiblemente le producía un extraño placer.

—¿Qué hace mamá? ¿Qué se cuenta?

—Tiene reuma. Se queja del reuma.

—¿Qué hace durante el día?

—¿Qué hace? —Melek meditó y luego sonrió—. Queda con sus amigas, va al cine. ¿Cómo quieres que pase el día? —De pronto bostezó—. Y he acabado de fumar. Bueno, me voy. —Se levantó—. Tenemos invitados para cenar. Si la abuela se pone peor, Dios no lo quiera, llamadme.

Se encaminó hacia la puerta.

De repente a Ahmet le vino algo a la cabeza.

—¿Te acuerdas del tío Ziya? ¿El tío Ziya, el primo de papá?

—Creo que lo vi una vez.

—Vino ayer y estuvimos hablando.

—¿Cómo subió las escaleras? —preguntó Melek.

—Vamos, hija, está como un roble —contestó Ahmet. Le apetecía contárselo, pero era como si temiera parecer retorcido—. Me habló de cosas muy interesantes. Su padre, Nusret, o sea, el tío de papá, por lo visto, era un revolucionario.

—¿Había de eso en aquellos tiempos?

«No, no, no lo comprenderá —pensó Ahmet—. No lo entenderá, mejor se lo cuento a İlknur».

—¡Ah, has pintado el piso! —dijo Melek—. Buena idea, ha quedado muy bien.

—Había goteras —dijo Ahmet.

—¡Conque había goteras! ¡Ahora sí que parece del todo el estudio de un artista! —Melek rió intentando parecer graciosa. Asió el picaporte. Luego paseó la mirada a toda velocidad por el cuarto para hacerse una idea. Se volvió hacia Ahmet—: Oye, cuídate, ¿de acuerdo? —al parecer, se había enternecido—. Descansa un poco, sal, pasea; rendirás más. Tu cuñado dice que lo que no se hace en once meses…

Ahmet no pudo contenerse más:

—¡Los militares van a dar un golpe de estado! —Y añadió, excitado—: ¡Un golpe de izquierdas!

—¿Que van a dar un golpe?

—Me lo ha dicho Ziya Bey.

Ahmet observaba cuidadosamente la cara de Melek.

—¿Cuándo?

—¡Pronto!

—Entonces no se podrá salir a la calle, ¿no? Por Dios, que lo hagan cuando quieran menos esta noche. Mañana por la tarde vamos al cine. ¡He comprado las entradas! —se rió. Luego miró comprensiva la cara seria de Ahmet—. Que se vaya ese Demirel, ¿no? —pensó un poco—. ¡Está demasiado gordo! —se rió de nuevo, esta vez con una mirada reflexiva y preocupada—. ¡Todo está fatal! ¡El país está hecho un desastre! El otro día, cuando iba a casa de mamá, me piropearon en medio de Nişantaşı. ¡Ya está bien! ¡En medio de Nişantaşı!

—¿Qué te dijeron?

—Tía buena y tal, ese tipo de cosas —respondió Melek abriendo la puerta—. Pocas veces llevo minifalda, pero… Tu cuñado me ha dicho que me ande con cuidado.

—¡Ah, cuéntale que se va a dar un golpe de izquierdas! —dijo Ahmet contento—. Veremos qué opina. —Sintió curiosidad por la cara que pondría su cuñado cuando recibiera la noticia. Complacido, trató de imaginársela—. ¡Dile que lo sé por una fuente de toda confianza!

—¡Tu cuñado se alegrará mucho de que pienses en nosotros!

Melek besó a Ahmet en las mejillas y desapareció al instante.

«¡Y mi cuñado es abogado! ¡Pequeñoburgués! ¡Es imposible que el golpe vaya en contra de ellos!», se dijo Ahmet, avergonzado de su mal genio. Pero se entusiasmó de todas formas porque la cara de su cuñado le parecía más real que cualquier idea sacada de un libro. Luego, molesto con su entusiasmo, pensó: «¡Da igual!». Salió a la terraza. Contempló Nişantaşı. En el cruce había el mismo gentío, el mismo movimiento encajado entre los bloques de pisos. Desde el otro extremo de la terraza, una pareja de palomas le miraban, suspicaces. «¿Qué hora es? ¿Cuándo vendrá İlknur? —se dijo—. ¡Las cuatro! ¡Cómo pasa el tiempo!». Entró a la carrera. El perfume de su hermana todavía llenaba el cuarto. Se puso a trabajar.

Cevdet Bey e hijos
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