35. Las mismas y aburridas
discusiones de siempre
Después de tomar el baklava y la fruta, Kerim Bey invitó a los comensales a pasar al pabellón alegando que había refrescado. Allí les sirvieron el café. Kerim Bey contó historias a sus invitados sobre las fotos familiares de las paredes, un fusil y un cinturón que Ahmet Muhtar Bajá había regalado a su abuelo. Luego bostezó varias veces y comprendieron que había llegado el momento de marcharse.
Kerim Bey empezó a despedirse de los invitados uno por uno en la puerta. A su lado estaba el inspector del partido İhsan Bey. Este, al ver a Ömer, sacudió la cabeza con la misma mirada de antes, como si pensara «Ah, picarillo, picarillo», o eso le pareció de nuevo. En cambio, Kerim Bey sonrió llevado por la costumbre, como hacía con todo el mundo. En cuanto divisó a herr Rudolph se animó como si le hubieran servido un postre diferente. Después de despedirse de ellos, se dirigió a Ömer:
—¿Y para cuándo es la boda?
—Después de septiembre —contestó Ömer, y tuvo la oportunidad de ver de cerca el rostro de Kerim Bey.
Tenía la frente estrecha, cejas gruesas, ojos grandes y muy juntos.
—Y para septiembre, ¿estarán listos el puente y el túnel?
Los párpados que le cubrían a medias los enormes ojos parecieron moverse. Era como si aquel lento movimiento le dijera a Ömer: «Tanto me da si me respondes que sí como que no. Comparada con mi palabra, en mi mundo, ¿qué valor puede tener la tuya?».
—Estarán listos, si Dios quiere —dijo Ömer.
—Si Dios quiere —repitió Kerim Bey.
Luego estrechó con prisas la mano de Refik y se volvió hacia un constructor mayor que venía tras ellos.
Después de salir del pabellón, Ömer, Refik y herr Rudolph estuvieron caminando un rato sin hablar. Luego Refik bostezó y se desperezó:
—¡Uf, vaya nochecita! —y al no recibir respuesta de sus amigos, añadió con cierta duda—: Nos lo hemos pasado bien, ¿verdad?
—¿Nos lo hemos pasado bien, herr Rudolph? —preguntó Ömer.
—Yo no, pero estoy ahíto —dijo el ingeniero alemán. Y soltó una extraña carcajada nerviosa.
—¡Que Dios los maldiga a todos! —gritó Ömer. Volvió a gritarlo como si quisiera que se oyera en el pabellón de Kerim Bey, a lo lejos. Luego comentó—: Estoy borracho, chico. —Se preguntó si en sus palabras habría algo forzado, una grosería buscada—. Con esos tipos me entran ganas de ser grosero.
—Vaya, y yo que pensaba que os habíais divertido, aunque solo fuera un poco —dijo Refik.
—¿Qué había de divertido, hombre, qué había de divertido? —gritó de nuevo Ömer.
Luego volvió a preguntarse si no estaría intentando ser grosero a propósito.
—La comida estaba buena. Y además he visto a gente distinta —dijo Refik. Se detuvo a pensar muy inocente, como si buscara en qué consistía la esencia de la diversión—. ¡Ha sido un cambio! —añadió.
—¡Un cambio! —gritó Ömer—. Resulta que la vida, el trabajo, el sudor y la sangre para nosotros consisten en el cambio. Herr Rudolph, y usted, ¿qué opina?
El alemán hizo un gesto con la mano como si dijera que no quería empezar de nuevo con discusiones ni demostraciones de rencor.
—¡Con que un cambio, ¿eh?! —siguió gritando Ömer—. Supongo que para eso has venido. Para ver cosas nuevas, como quien va al zoo, has venido… —de repente se calló. Vio la expresión de Refik y le cogió del brazo, diciéndole—: Yo sí que soy un animal, amigo Refik.
Caminaron un rato en silencio. Ömer apretaba el brazo de Refik; empezó a pensar si estaría realmente borracho. Pero no, solo estaba exaltado y le gustaba comportarse como si estuviera borracho; se soltó del brazo de Refik. Saltó un montículo que apenas se veía en la oscuridad. Luego empezó a tararear una coplilla:
—«Soy un farolillo verde / ay, que se enciende y se apaga / soltero y sin compromiso / voy con quien me da la gana».
¿De dónde habría salido aquello? Se acordó: lo cantaba su abuela y a él le molestaba escucharlo cuando tenía siete u ocho años. «Bonita, pero una tontería», pensó. Recordó a su abuela, a su padre, a su tía, y más.
—Me comporto como si tuviera derecho a pensar y decir todas estas tonterías. Estoy haciendo el numerito del borracho, pero estoy bien —dijo, y se calló.
Caminaron largo rato en silencio. De vez en cuando se oían ladridos de perros, grillos y el rumor del Karasu.
—Para mí ya solo existe América —dijo herr Rudolph cuando vieron su barracón. Parecía hablar para sí mismo—. Solo existe América. —de repente se volvió a Refik—. Bueno, y usted, ¿qué va a hacer? ¿Cómo va a salir de aquí? —señaló el cielo y la tierra—. De esta oscuridad?
—Toda noche tiene su amanecer, amigo mío —dijo Ömer con voz sarcástica—. No se preocupe por nosotros. —se echó a reír.
—¡Tampoco soy tan desgraciado! —replicó Refik.
—Entonces, pasen, les prepararé un café y charlaremos —dijo herr Rudolph.
En un primer momento, Ömer pensó en no entrar porque ya habían hablado mucho de todo aquello y siempre habían discutido hasta el amanecer sin llegar a ninguna conclusión. Pero, como le daba pena el alemán, que solo quería un poco de conversación, respondió que se quedaría un rato pero en silencio. Entraron. Herr Rudolph puso en marcha el generador comentando que no podría dormir hasta el amanecer y preparó el café. Mientras se sentaba en su sillón habitual, miró a Ömer como para saber si pensaba interrumpir la discusión con sus sarcasmos y pullas habituales. Luego se volvió hacia Refik y, como disculpándose, dijo:
—No le voy a decir nada nuevo. Será lo mismo de siempre y posiblemente usted me dé las mismas respuestas, pero lo diré de todas formas. Puede que aburramos un poco a herr Conquistador… Sí, en mi opinión, esto, o sea, Oriente, es el país de la oscuridad y la esclavitud. Ya les he explicado a lo que me refería con eso. Lo que quiero decir es que aquí la gente no es libre, o, expresado con un lenguaje un tanto metafísico, las almas están cautivas. Se lo he comentado antes y no creo que tenga demasiado en contra…
—No, pero yo lo expreso de otra forma. ¡No se le da importancia al espíritu! Además, si recordamos que en Turquía la libertad tiene cierta base legal, por poca que sea…
Ömer se puso en pie incapaz de escucharles. Empezó a pasear por la habitación. «¡Son como niños! —pensó—. Se divierten con las mismas y aburridas discusiones de siempre, ridículas, sacadas de los libros. ¡Si por lo menos dijeran algo nuevo!». Bostezó. Cogió de la estantería una de las revistas de ajedrez de herr Rudolph y la abrió. «¡Mate con blancas en dos jugadas! Y sin tocar el caballo… Pero ¿cómo?». Oyó que Refik seguía hablando y que herr Rudolph le contestaba para prolongar la conversación. «Uno debe tener un objetivo, vivir. ¡El mío es ser un conquistador!». Al darse cuenta de que no resolvería el problema leyendo la revista, sacó el tablero, lo puso en la mesa, colocó las fichas y empezó a pensar. Un rato después se dio cuenta de que Refik y el alemán se habían relajado al verlo entretenido con el ajedrez. Como quería dejarles tranquilos, resolvió otro problema. Después empleó veinte minutos en un tercero para el que se daban quince. Solucionó otro en diez minutos y leyó en la revista que ese era el tiempo para el nivel de aprendiz. Se enfrascó en otro más para convencerse de que no era aprendiz sino maestro, pero al final se convenció, furioso, no de ser maestro, sino de que los criterios de la revista eran estúpidos. Se puso en pie al darse cuenta de que, mientras tanto, herr Rudolph volvía a recitar a Hölderlin:
—¡Amén! Pero es hora de acostarse…
Herr Rudolph no se enfadó demasiado con Ömer porque hasta entonces no había interrumpido la discusión con sarcasmos ni pullas y, como siempre, dijo:
—Ah, ah, algún día lo entenderá.
En el camino de vuelta, Ömer le preguntó a Refik:
—¿Qué tiene ese hombre para que hables tanto con él? ¡Y además siempre de lo mismo!
—Hablamos de lo mismo de siempre, eso es verdad. —Refik lo dijo con voz tranquila y pausada, como un maestro—. Pero vale la pena discutir sobre esas cosas.
—Palabras vacías, palabras vacías… —respondió Ömer dando un par de bofetadas al aire con el dorso de la mano.
—¿Acaso no discutíamos nosotros tres? ¿Discutíamos poco Muhittin, tú y yo?
—¡Es verdad! —dijo Ömer—. Pero eran discusiones divertidas. Bueno, no me pongas cara larga, discutamos si quieres… Pero ¿sobre qué? ¿Qué vamos a resolver? Para mí, solo vale la pena discutir sobre el banquete. ¿Por qué ha sido así? ¿Por qué todo es tan vulgar? ¡Pero a ti te ha parecido divertido! Aunque no serás capaz de explicarme por qué.
—Pues de eso hablábamos. ¿Por qué ha sido así esta noche?
Se detuvieron bajo un árbol difícil de distinguir en la oscuridad y se miraron el uno al otro. «¿Por qué ha sido así? —se preguntó de nuevo Ömer—. ¡Ha sido vulgar, repugnante!». Y recordó a Kerim Bey preguntándole cuándo se casaría y si acabaría a tiempo su contrato, y sus grandes ojos juntos con los párpados colgantes, y gritó:
—¡Pues si hay que hablar se tendría que hablar de cosas como esa! ¿Por qué esta gente es tan vulgar, por qué son esclavos de espíritu, por qué son todos así? ¿A ti no te lo parecen?
—¿Quiénes?
—¡Todos!
—No. Mira, ahí estaban tanto el inspector del partido como constructores nuevos ricos. Hay que diferenciarlos. Al fin y al cabo, el inspector del partido es fiel a la revolución.
—Y, claro, la revolución traerá la Ilustración a Turquía, ¿no? —replicó Ömer con voz sarcástica—. ¿Y tú te lo crees? Te callas. Lo crees, lo crees. Además les escribes cartas a Ankara y les presentarás tus proyectos de «desarrollo del campo». ¡Ja, ja! ¿Has entendido por fin cuál es tu situación?
—De entrada, no me escribo con «ellos» como dices tú, solo con Süleyman Ayçelik. Y luego, es la primera vez que te oigo expresar una idea tan desdeñosa sobre la revolución.
—¡Vamos, vamos! —contestó Ömer rápidamente—. No lleves la conversación a otro lado. Sé que tú también has comprendido que con ellos no se va a ninguna parte. ¡A ninguna!
—En eso no opinamos lo mismo —dijo Refik. Se animó como si hasta entonces hubieran estado de acuerdo en todo y de repente hubiera surgido un punto de disensión—. Yo creo que se hará algo, y tú no crees en nada.
—¡Creo en lo que voy a hacer yo mismo! —replicó Ömer rápidamente.
Luego hubo un largo silencio.
—No, eso es lo que no entiendo —continuó Refik mucho más tarde—. No ves lo que se está haciendo. Ahora todo el mundo es más libre que antes. La oscuridad de antaño es menos intensa. Métetelo en la cabeza. ¡Se está haciendo algo, se ha hecho y se hará!
Se agitaba inquieto, como si tuviera mucho más que decir pero en ese momento no se le viniera a la mente.
—Más libres, ¿eh? —A Ömer le habría gustado parecer irónico, pero le salía una voz ahogada, apasionada—. Más libres, ¿eh? ¡Y ellos más que nadie! —señaló un rincón de la oscuridad. Dado que llevaban media hora andando, por allí debían de estar los barracones de los obreros—. Los más libres… Vienen a implorarnos que les demos trabajo. Hace dos años no podían pagarse las seis liras de la tasa y se los llevaban a la fuerza. ¿O quizá lo que llamas libertad es lo que has visto en ese banquete tan divertido y tan distinto? ¿Eh, qué me dices? En la mesa todos estaban atentos a Kerim Bey. Quizá ellos…
De repente se calló. A lo lejos ladraban los perros y se oía el murmullo del río. En algún lugar cercano debía de haber un árbol o unas plantas de olor extraño. Le llegaba a la nariz un aroma dulce y suave. Tampoco Refik decía nada.
—Aquí todo el mundo es esclavo —continuó Ömer—. Aquí todo el mundo es hipócrita, superficial, mentiroso, malo. Malo, malo, no hay nada bueno. Y lo que podrías llamar bueno es patético; los de la mesa… Todos sin personalidad, imitadores, miserables… Sabes bien lo que se hizo el año pasado en Dersim. Y has oído a ese inspector del partido. Pero ¿y a mí qué? No quiero hablar de eso. Tú mencionas a Rousseau y tal. ¿Qué tienen que ver ellos con lo que pasa aquí? Si Rousseau hubiera nacido en Turquía le habrían hecho un hombre de una paliza.
—No todo es tan malo —dijo Refik echando a andar de nuevo. Suspiró—. Puede que haya parte de verdad en lo que dices. Pero ¿de qué sirve ver el mundo con tan malos ojos? En ese caso, nadie podría creer en nada a la luz de la razón.
—Mira, eso es verdad. Aquí en Turquía nadie puede creer en nada a la luz de la razón. —Ömer señaló de nuevo los barracones de los obreros—. O crees en Dios, como ellos, o en nada. Porque aquí todo es falso. ¡Todo es imitación! Hay mentiras por todas partes, hipocresías, engaños. Hablas de Rousseau. ¿Quién es nuestro Rousseau? ¿Namık Kemal? ¿Eres capaz de leerlo? ¿Te causa alguna emoción cuando lo lees? Puede que en tiempos causará emoción a alguien, bueno, cuando menos era el mejor de todos ellos. ¿Y después? Ese alemán tiene razón: la época que en Francia duró cincuenta años por lo menos, aquí no ha durado ni cinco meses. Todo ha vuelto a enterrarse en la misma vulgaridad, la misma hipocresía. Eso es Turquía. Ay, Turquía, al pensarlo me entran ganas de llorar, pero ¡ya ves! ¡Lo mejor es no pensar!
—Si de verdad crees todo eso que dices, malo —comentó Refik.
—¿Qué es malo? ¿Describir la realidad tal y como se ve? En mi opinión, peor es dejarse llevar por los sueños. No hablemos más de eso. ¿Qué hora es? Dentro de nada empezará a hacer calor.
—¡Hablemos, hablemos! —dijo Refik—. Quiero contarte todo lo que se me viene a la cabeza ahora mismo. No me parecen bien tus ideas. No entiendo cómo puedes seguir viviendo si piensas de esa manera, si no crees en nada.
—¿Y qué? Así vive todo el mundo. ¿O soy yo el único que vive sin creer en nada? ¿En qué creías tú hace un año, pues?
—¿Yo? —Refik sonrió inocentemente, con buena intención—. Por aquel entonces yo ni siquiera pensaba si había que creer en algo o no. —y añadió excitado—: Pero tú… Tú lo sabes. Y una vez que lo sabes, no hay vuelta atrás.