38. La última noche
Ömer caminaba en dirección al barracón y escuchaba la música que le llegaba por detrás. «Ah, qué a gusto me voy a tomar una copa. Gracias a Dios, se terminó —pensó—. Ahora soy rico. Cuando hablen de mí dirán “Ese tío rico”. Pero no es momento de pensar en eso». Vio la luz de la lámpara encendida en el barracón.
Al abrir la puerta oyó un débil gemido que se interrumpió de inmediato. Probablemente Salih estaba cantando, pero se calló al ver a Ömer. Salih y Enver estaban sentados en un extremo de la mesa, tenían delante una botella grande de rakı y bebían. Ömer vio otras dos botellas vacías en el extremo de la mesa envuelto en sombras.
—¡Hola, chicos!
Enver ni siquiera se volvió a mirarle. Le dio un golpe en el hombro a Salih.
—Pero, hombre, ¿por qué te callas? ¡Sigue con la canción!
Salih murmuró. Miró a Ömer, guardó silencio, pensando.
—Amigo, no puedo cantar mirando a los ojos al jefe —dijo por fin, y se echó a reír.
—¿Por qué? Cantaré yo —respondió Enver con actitud desafiante. Empezó a cantar de manera forzada, a grito pelado. Después de un rato dijo—: Y además, él no es el jefe. Es un socio. Nuestro socio. ¿O no? ¡A tu salud, socio!
—Vale, de acuerdo, pero es como si fuera el jefe —dijo Salih de forma inocente—. ¡Parece un jefe! —miró a Ömer—: No se enfada usted, ¿verdad?
—¡Que aproveche, chicos, espero que no os siente mal! —Ömer intentaba adoptar una actitud bonachona.
—¡A tu salud, socio, a tu salud! —dijo Enver—. ¡Bebe tú también, socio! —y miró un rato a Ömer como si pensara en la manera de provocarle. Luego añadió—: Pero qué listo eres, socio. —Y se volvió a Salih—: No nos ha hecho trabajar por un sueldo como a otros, sino que nos ha dado un porcentaje: nos ha hecho socios suyos. Sí, nos ha hecho socios. Y nosotros trabajamos como burros porque era nuestra empresa. Entre los dos hemos hecho lo que diez ingenieros.
Excitado, hablaba como si Ömer no estuviera presente y Salih no tuviese ni idea de lo que estaba diciendo.
Ömer entró en la cocina. Buscó la botella de rakı que había dejado en un rincón, pero no la encontró. «¿Se han llevado mi botella y se la han bebido?», pensó. Luego se acordó de dónde la había puesto. Estaba saliendo cuando se dio cuenta de que no había cogido un vaso. Anduvo por la cocina diciendo para sí: «Vasos… vasos…». Luego se dio cuenta de que tenía la mente ocupada con otras cosas. «¿De qué estarán hablando ahí?», pensó. Oía sus voces. Enver contaba algo. Luego los dos se echaron a reír a carcajadas.
Ömer entró con la botella y un vaso. Se proponía salir por la otra puerta y beber solo al aire libre en la mesa de fuera.
—¿Por qué nos escogió a nosotros para ser sus socios? —continuaba Enver—: ¿Por qué? Mientras nosotros nos alegrábamos de que alguien nos considerara buenos ingenieros, él nos exprimía como limones. ¡Nos ha hecho trabajar como burros!
—¡Pues no haber trabajado tanto, hombre! —dijo Ömer.
Pero enseguida se dio cuenta de la fealdad de sus palabras y de que su metedura de pata complacía a Enver.
Enver seguía hablándole a Salih como si no hubiese oído a Ömer.
—Sí, un tipo listo. Y además no se portó con nosotros como un jefe, sino como un amigo, un hermano mayor. Así es como le hablamos, pero también pagamos la factura. ¡Nos tiene bien cogidos, bien cogidos! Y nos ha exprimido como limones.
—¿Acaso queréis más? —preguntó Ömer de repente.
Luego comprendió que había vuelto a cometer un error.
—¡Ja, ja, ja! —gritó Enver—. Piensa que le estamos mendigando. ¿Qué te parece? ¡No queremos nada de ti! Nos exprime como limones y nos toma por pordioseros. Mira tú, Salih.
—Hasta ahora nunca he mendigado —contestó Salih—. Mi pobre madre me decía que…
Ömer hizo un amago de salir.
—¡Espera! ¿Adónde vas? —gritó Enver—. Siéntate con nosotros. Siéntate y hablemos…
—Estáis muy borrachos —dijo Ömer.
—¿Y qué si estamos borrachos? ¿Es que tú no vas a beber? Siéntate y bebe con nosotros. ¡Vamos, vamos, siéntate y acompáñanos! Mira, eso es lo que queremos. ¿Verdad, Salih? Que se siente y beba con nosotros, vamos, díselo.
—¡Que beba! —respondió Salih—. Hermano, ¡siéntese y beba con nosotros!
—¡No seas tan pelotillero, hombre! —exclamó de repente Enver—. Si no quiere acompañarnos, que no lo haga.
—Ya me siento, chicos, me siento —dijo Ömer tratando de adoptar una actitud amable. Apartó una silla y se sentó al otro extremo de la mesa.
—Mira, has sido tan pelotillero que ha ido a sentarse a la otra punta —dijo Enver—. No se ha sentado con nosotros. Piensa que le contagiaremos algo, que nos meteremos con él, que no sería lo correcto. Bueno, por lo menos se ha dignado sentarse a la mesa, ¿no?
—Ahí no había sitio —dijo Ömer.
Luego, avergonzado, llenó el vaso de rakı y se lo bebió de un trago.
—¿Por qué se sienta aparte y nos mira desde lejos? ¿Por qué? Porque tiene la mira puesta en las alturas. Le gustaría beber con Kerim Bey o con ese ingeniero europeo; ¿qué va a hacer con unos miserables como nosotros? —de repente gritó—: ¡Pero no somos unos miserables!
«Me parece que voy a beber más», pensó Ömer.
—Y además le gusta ser amiguete de ese alemán que se viste de tía. ¡Hasta juega a las cartas de forma distinta a la nuestra! No juega a la brisca como nosotros. Juega al bridge. Y al ajedrez: ¡el deporte de la razón! ¡Ja, ja, ja! —Se puso a imitarlo aflautando la voz—: Mon cher, ¿cuántas cartas quería?
—Pero mon cher lo dicen los franceses —susurró Salih.
—¿Y no son todos unos infieles, al fin y al cabo? —gritó Enver—. ¿Y no le gusta a este ser amiguete de los infieles? Le parece que los europeos son superiores a nosotros. Estoy harto, tío, ¡harto! En la escuela nos dijeron que son mejores, en casa nos dijeron que son mejores, los vemos en el cine y en las revistas, y ahora este esnob prefiere ser amigo suyo.
Ömer le escuchaba atentamente.
—Tiene la mira puesta en lo alto. —Enver hablaba como si cotilleara sobre alguien que no estuviera en la habitación—. Y como tiene la mira puesta tan alto, ha cazado a la hija de ese diputado. Ha cazado a la hija de un diputado. —Subrayaba cada una de las palabras, saboreándolas—. ¿Qué tipo de chica será la hija del diputado? Nuestro hombre es muy guapetón, gracias a Dios. No hay nada que objetar a eso, pero ¿cómo será ella? ¿Te gustaría que fuera una bruja de esas que meten las cartas en sobres de color rosa? —de repente se calló. Hubo un silencio. Luego gritó con una ira artificial—: Pero ¿qué tipo de hombre eres? ¿Es que no vas a abrir la boca ni aunque te escupamos a la cara?
—¡Estás borracho! No puedo tomarte en serio.
Ömer trataba de parecer también enfadado, pero empleaba palabras triviales y sin sentido. Palabras triviales y cautelosas de un nuevo rico trivial, orgulloso, meticuloso, con la cabeza sobre los hombros.
—¡Que no me puede tomar en serio! —decía Enver—. Así que no me tomas en serio. Muy bien, te lo tomes en serio o no, te lo voy a decir. Te lo voy a decir… —pensó un poco y luego continuó—: Ese Kerim Bey, ese Kerim Bey… Tú no le llegas ni a la suela del zapato, ¿te enteras?, ni a la suela del zapato.
«¿De dónde se habrá sacado eso? —pensó Ömer—. Ha dado en el blanco, pero ¿de dónde se lo habrá sacado?».
—Ese Kerim Bey no es como tú. Tú te has partido el culo y nos has hecho trabajar como burros para acabar a tiempo. ¡Y acabaste a tiempo! ¡Has ganado mucho dinero! Pero mira a Kerim Bey, mira… Es rico en todo. De espíritu, de billetera, de familia, de corazón… No podrías recorrerte sus tierras ni en un mes. No es como tú. No se mata trabajando. Lo que dice es: «Ya que no tengo nada que hacer, pues voy a ganar dinero». Su padre es un agá. Te puedes pasar un día entero a caballo que no te recorrerás sus tierras. No le llegas ni a la suela del zapato. ¿Tu padre qué era, abogado o pequeño comerciante?
«¡Lo ha adivinado por la cara que he puesto! —pensó Ömer—. Se ha dado cuenta de que ha dado en el blanco y está disfrutando».
—¿Abogado? —volvió a preguntar con asco Enver—. El mío militar, ya ves. Un militar que por admiración a los bajás me puso…
—El mío era camarero, camarero —dijo Salih—. Ahora mi madre espera que yo le mande dinero.
—¡Pues muy bien, entonces! —dijo Enver—. Hemos ganado dinero. ¡Gracias a nuestro socio, que nos ha hecho ganar una buena pasta! —se levantó de la mesa y empezó a pasear por la habitación. Se acercó a Ömer y de repente le preguntó—: ¿Sabías que su padre era camarero?
—Acabo de enterarme —contestó Ömer.
Comprendió, avergonzado, que su voz tenía un deje patético.
—Bien, pues entérate —dijo Enver con dureza—. Su padre era camarero. Y en el hotel Tokatlıyan, ¿lo sabías? Sirviente en un restaurante donde se atracan los lechuguinos despreocupados como tú, que se dejan la mitad del pan en la mesa, donde se contonean las putas de la alta sociedad, ¿te enteras? —y, tomando partido por Salih como si fuera su hermano mayor, añadió—: Por culpa de esas fulanas de la alta sociedad, el muchacho ha acabado por no ir a restaurantes, ¿lo sabías?
Ömer se negaba a hablar, bebía rakı a toda velocidad y pensaba que, si seguía así, vomitaría allí mismo, sin que le diera tiempo a salir.
—¡Por culpa de esas fulanas de la alta sociedad! —seguía diciendo Enver. Se calló un rato, se sentó en su silla y entonces gritó—: ¡Yo también voy a cazar a una fulana de la alta sociedad, hombre! Una niña de buena familia… Una mujer cañón… Una como las de esos ingenieros daneses, Salih. Qué tías, ¿eh? Socio, tú que sabes, ¿cómo se pesca a una tía de la alta sociedad? ¿Qué hay que hacer? Dime, ¿qué les gusta? ¡La llevaré al cine todos los días, te lo juro! —de repente le puso la mano en el hombro a Salih—. Mira, Salih, tenemos dinero, cuando vayamos a Estambul nos buscaremos una niña de la alta sociedad cada uno. Tenemos dinero. Tenemos un título, somos ingenieros. Tú eres guapo. ¿Y yo? ¡Yo soy listo!
—Tú, no te enfades, pero estás gordo como un tonel, hermano —dijo Salih.
—¡No importa! —replicó Enver con voz testaruda y cortante—. Lo importante es la belleza interior. —Soltó una carcajada—. ¡La belleza interior! —gritó. Soltó una nueva carcajada. De repente se puso serio—. En realidad, ¡me conformaría con una de esas gitanas! Pero las niñas de la alta sociedad también… —se dirigió a Ömer—: No dices nada. Ah, Salih, ¿sabes a quién habría que preguntarle? A ese amigo suyo… A Refik. ¡Ese sí que sabe!
«¡Refik!», pensó Ömer. De pronto recordó que poco antes estaban los dos allí, con los obreros. «Mi amigo, mi amigo más íntimo —pensó—. Él sabe quién soy, lo que soy».
—Ese sí que sabe. Lo vi el invierno pasado en Nişantaşı. Iba con una chica que estaba como para comérsela.
«Me he burlado de las ideas de Refik —pensó Ömer—. Menosprecié sus ideas. Pero ahora veo que siempre ha sido más ético, más honesto, mejor que yo».
—Una niña como para comérsela —seguía Enver—. Los vi del brazo en Nişantaşı, en ese barrio de los elegantes. Cuando vaya a Estambul, también yo me voy a agenciar una niña de Nişantaşı. Vamos a preguntárselo a Refik. Es de Nişantaşı, él sabe cómo…
—¡Te estás pasando de la raya! —dijo Ömer.
—¿Qué? ¿Te ha sentado mal? Mira, Salih, no nos deja que digamos ni mu de su amigo. Venga, hombre, sabemos quiénes sois tú y tu amigo. Los recuerdas de la escuela, ¿no? Estaban este, ese Refik y otro enano que iba con ellos. Miraban a todo el mundo por encima del hombro. Este era el esnob. Todos los días venía con la corbata y la chaqueta más elegantes, fumando en pipa. El enano parecía un enfermo. Con esa mirada detrás de las gafas que parecía la de un demonio… Nosotros estábamos en primero. Me acuerdo de aquella panda de listillos… Todo les parecía despreciable. Aun así, el mejor era ese Refik. Tenía pinta de buena persona, pero ahora lo entiendo: ¡era así de puro imbécil, de puro burro!
—¡Basta ya, basta! —gritó Ömer.
Luego pensó súbitamente: «Dentro de poco llegará Refik. No quiero que oiga estas canalladas, ¡no se las merece!».
—Mira, mira, no nos deja hablar mal de su amigo. No nos deja hablar mal de ese imbécil, de ese señorito gilipollas de Nişantaşı. El tío abandonó a esa mujer que está para comérsela y se vino aquí. ¿Para qué? Para lloriquear… Para estudiar a los kurdos, a los hambrientos, la miseria del país… Escribe informes para levantar el campo y lloriquea. Va a casa de ese alemán vestido de mujer y lloriquea. Muchacho, ya que eres comerciante, quédate en Estambul como un señor, dedícate a tus negocios ¡y no dejes vacía la cama de esa tía buena! Pues no. Se viene aquí a lloriquear.
—¡Cállate, cállate! —gritó Ömer.
—Es un idiota, hombre —añadió Enver al punto mirando de reojo a Ömer—. Y lleva un cuaderno, ¿lo sabías? Un diario. Lo deja encima de la mesa. Hace tiempo le eché un vistazo. ¡Te mueres de la risa! Le da por lloriquear mire donde mire. «¡Ay, cuánta pobreza! ¡Ay, qué pena de país!», eso escribe. Y de vez en cuando también pone «querida esposa mía». Me meaba de la risa. Y su mujer se llama Perihan. Una perita en dulce como para comérsela. Tampoco creo que tenga la cama vacía, muchacho. Ya sabes cómo es esta gente de la alta sociedad. Habrá llamado a alguien y le habrá dicho: «Yo me voy, pero tú podrías hacerle un favor a mi perita en dulce…».
De repente Ömer se levantó de un salto de la silla. Avanzó hacia Enver. Mientras lo hacía se le vinieron a la memoria algunas escenas de peleas. Los contendientes, antes de pelear, se miraban a los ojos, caminaban despacio. Enver también se había puesto en pie. «Como está borracho, quizá pueda derribarle», pensó Ömer. Luego concluyó: «¡Salih nos separará!». Se dijo que nunca había peleado y comprendió que Enver tampoco quería llegar a las manos. «Sería una estupidez que nos pegáramos —pensó—. Nos patearíamos, nos daríamos de puñetazos. No se sabría quién habría ganado. Romperíamos botellas y vasos. Y si Refik supiera que me he peleado por él…».
—¡No pienso pelear contigo! —dijo de repente Enver, y se sentó.
Ömer agarró su botella y salió al aire libre. «La bebida solo me hará daño al estómago», susurró. Se sentó a la mesa de fuera. Vació en el vaso las últimas gotas que quedaban en la botella. Escuchó atentamente la noche. El tamboril sonaba cansino, el violín chirriaba. «¡Se acabó! —pensó—. ¿Qué voy a hacer ahora?». Pensó en su matrimonio con Nazlı. «¡La hija de un diputado! Bueno, por lo menos tendremos cocina». Prestó atención al barracón. Ahora no se oía el menor ruido. «Esperaré a Refik. Cuando venga charlaremos un rato. Luego iremos a Ankara. Después me llevaré a la hija del diputado. Bueno, ¿y qué más puedo hacer? ¿Cómo voy a vivir? ¡Con la de discursos que he soltado sobre la necesidad de resistirse a llevar una vida normal y corriente! Por ejemplo, podría comprarme una finca aquí. La que me enseñó Hacı. ¿Cuánto costará? ¿Cuánto he ganado con todo esto? Un momento: ¿a cuántas piastras calculamos el primer año el metro cúbico de tierra?». Se sorprendió al comprobar que no recordaba aquella cifra que había creído que nunca iba a olvidar por haberla usado cientos de veces en sus cálculos. Concluyó que no le daba importancia al dinero, y estaba a punto de sentirse muy orgulloso de su olvido cuando de repente se acordó de la cantidad. Pensó en Nazlı. Pensó en su llegada de Inglaterra. Luego vio a Refik acercándose lentamente, pero esta vez no se elevó en su corazón el cariño que había sentido poco antes en el barracón cuando hablaban de él. Recordando que tenía mucho sueño y que llevaba días sin dormir como era debido, bostezó y se desperezó.