12. La noche y la vida

Mientras bajaba por las escaleras, Cevdet Bey vio a los tertulianos allá abajo, a la luz de la lámpara que había en una mesilla. Como se callaron al verle, no pudo saber si hablaban del mejor dulce de leche, de lo barato que era Üsküdar, o bien del reumatismo. Le refrescó salir a la noche y comprendió lo caliente y asfixiante que estaban la pensión y el cuarto del enfermo. Soplaba una brisa fresca como la de Nişantaşı. Estaba nublado. Caminó lentamente hasta el coche. Despertó al cochero, dormido en el blando asiento. Mientras esperaba que se despejara encendió un cigarrillo. Cuando el coche se puso en marcha con su vaivén habitual, ese balanceo firme y seguro de sí mismo, abrió las ventanillas. «¡Él se muere y yo vivo!», pensó. Le tranquilizó comprender que lo decía sin sentir culpabilidad ni satisfacción. Sonrió recordando el día y luego bostezó y se desperezó deseando sacar sus largos brazos por la ventanilla. En el momento en que sus mandíbulas se abrían al máximo, se le escapó de la garganta un gemido tranquilo y relajado. «¡Uuuf, por fin vuelvo a casa! A mi casa, a mi cama limpia con sus sábanas limpias». La cabeza se le deslizó ligeramente hacia atrás, luego más, se le cayeron los párpados, pero no llegó a cerrar los ojos. Por las ventanillas fluían las farolas que aparecían de vez en cuando con sus imprecisas líneas y a cuyo alrededor revoloteaban los insectos, la gente caminando a toda prisa, el mundo de luces pálidas que se filtraban de aquí y de allá. Estuvo largo rato sin moverse con la cabeza apoyada en el respaldo, sin poner el alma en lo que se le pasaba por la cabeza, sin hacerle caso al parloteo cobarde, nervioso y retorcido de su conciencia, inquieta y que nunca callaba, sintiendo en su cuerpo el aire que entraba por una ventanilla y salía por la otra. Susurró «¡Vivo!» recordando el verbo que se le había venido a la mente tan a menudo aquella tarde. El coche bajó cuestas, se cruzó con otros, los cascos de los caballos golpearon los adoquines. Cuando las ruedas hicieron crujir la madera comprendió que habían llegado al puente.

Al cruzarlo, el viento que venía del Mármara hizo ondear las cortinillas. Cevdet Bey se apoyó en la ventana de la izquierda y aspiró el aire. Olía a algas. Allá en algún sitio a lo lejos apareció un ligero color rosado en medio de la noche. Llegaba el ábrego. Un barco amarrado al puente subía y bajaba despacio, el cigarrillo del cobrador del puente enrojecía al volverse hacia el viento. «¡Se acabó el día de hoy!», pensó Cevdet Bey. No había luz ni en la parte del Estambul viejo ni en la de Pera, que se giró a mirar.

Cuando comenzó a hacer repaso del día, que había empezado con niebla y se había achicharrado con el ardiente sol, fue como si perdiera su paz interior. Encendió una cerilla para un nuevo cigarrillo, pero no pudo prenderlo. Lo intentó dos veces más sin cerrar la ventanilla y lo consiguió a la tercera. «Tuve un mal sueño —pensó—. Estaba claro que el día empezaba mal. Luego no pude dar con Eskinazi. El niño aquel me trajo el mensaje. Sospeché que la carta era algún tipo de enredo ideado para sacarme dinero. ¡Pero no me avergüenzo!». Luego decidió de repente que el bajá no era en absoluto aburrido, sino un hombre paternal y divertido a quien le gustaban la amistad y la conversación. Se rió con las historias galantes que le había referido mientras jugaban al chaquete. En lugar del odio y el ansia que se despertaban en él al escuchar aquel tipo de historias, surgió el afecto. Recordó de repente al médico italiano que contemplaba con atención todo lo que le rodeaba caminando por Beyoğlu y que observaba la vida con tanto anhelo. También aquel hombre despertó afecto en él. En los gestos del médico, en su forma de inclinarse a besar la mano de Mari, había algo verdaderamente cristiano y, a pesar de todo, agradable. «También era agradable el gordo que vi en la farmacia y que compró champán y agua mineral —pensó—. Hay que hacer como ellos… Hay que ser feliz, reír, comer, beber… A partir de ahora, es lo que haré. Pero tampoco hay que dejar de lado los negocios, la empresa. ¿Cómo compaginaré ambas cosas? Me gustaría tener dos vidas. Pasaría una en la tienda y la otra en casa. —Oyó truenos a lo lejos y murmuró—: Palabras, palabras…». El viento había metido dentro del coche una de las cortinillas, mientras la otra ondeaba fuera. «Las palabras vuelan, las cortinillas vuelan. Vivo. Se está levantando el ábrego. Mañana el mar estará picado y no funcionarán los barcos. ¡Ay, ahora Eskinazi no podrá venir desde la isla! He ahí un problema comercial que te hace perder el buen humor. Sadık el contable te dirá que hoy mismo tenemos que conseguir el préstamo, señor. ¡Pobre Sadık! Contable. Y yo comerciante… Me lo preguntaron tanto Fuat como Şükrü Bajá: ¿Qué es la vida? A Fuat le contesté que la pregunta era absurda. Absurda, absurda… ¿Por qué tiene uno que preguntárselo? ¡Se lo preguntan los que leen libros, los que se enredan la cabeza! ¿Se lo pregunta la tía Zeynep? Ella vive. Y yo también… Ahora me iré a dormir, me levantaré por la mañana, me dedicaré al trabajo, me casaré, comeré, fumaré, me reiré, esto último lo haré más que ahora. Luego me iré al otro mundo. He terminado otro de los días que me quedan antes de pasar al otro mundo. ¡Tuve un sueño! Y qué apurado estaba esta mañana: pensaba que estaba solo con todos esos otros comerciantes cristianos y judíos. Ahora no quiero pensar en eso… ¿Qué quiero ahora? ¡Dormir! Zeliha Hanım me habrá preparado la cama. ¡Ay, esa pobre mujer! —Los perros ladraban—. Cuando era pequeño me daban miedo los perros. Cuando era pequeño íbamos a los huertos. Mi hermano y yo jugábamos. A principios de primavera… Pienso en la primavera cada dos por tres… —Desde la ventana de una casa se difuminaba la débil luz de una lámpara todavía sin apagar—. Puede que sea una lámpara que he vendido yo. Hay gente sentada a la luz de una lámpara que he vendido yo. ¿Qué estarán haciendo? Charlar. Alguien dirá que se ha levantado el ábrego y le contestarán que quite las macetas del alféizar no se vayan a caer, luego tomarán tila y jarabe y bostezarán. —Se desperezó bostezando él también—. Mi hermano desprecia todo eso. ¿Por qué? Porque cree que tiene unas ideas muy importantes. Puede que tenga razón y sus ideas sean las correctas. Desprecia a todo el mundo porque se cree que tiene razón y piensa y siente cosas que nadie antes ha pensado ni sentido, se da mucha importancia. Pero ¿vale la pena? Aaah —bostezó desperezándose una vez más. El coche había llegado al barrio—. Uno debería tener dos vidas, dos almas. ¡La primera para los negocios, la segunda para las alegrías! Habría que poder vivir sin confundirlas. Deberían colaborar la una con la otra y no ser un mutuo impedimento. Sí, así será. ¡Mi vida será así! ¡Viviré!». De nuevo bostezó estirándose y bajó del coche con una energía nueva que no sabía de dónde se habría sacado.

—Hoy te he cansado mucho —le dijo al cochero.

Este sonrió como si llevara el día entero esperando aquellas palabras.

—Mañana por la mañana vuelve a la misma hora, ¿de acuerdo, jefe?

—Muy bien.

El coche se puso en marcha. Cevdet Bey lo miró alejarse hasta que sus temblorosas luces se perdieron por la esquina. Entró en su casa. En el primer piso vio una luz muerta. «¡No se ha acostado!», pensó.

—¿Quién es? Cevdet, hijo, ¿eres tú?

—Soy yo, ¡yo!

Cevdet Bey fue hacia las escaleras.

—¡Espera! ¿Tienes hambre? ¿Has cenado?

—No —contestó Cevdet Bey y enseguida se arrepintió de haberlo dicho.

—¡Ven, ven, te he preparado unas berenjenas con carne! —dijo Zeliha Hanım—. Me he quedado aquí dormida esperándote. —Salió de la cocina con una lámpara balanceándose en su mano.

—¡Haberte ido a acostar! ¿Por qué me has esperado? —dijo Cevdet Bey.

—Pues porque sí —contestó ella. Sonrió—: La mesa está puesta. ¡Vamos, ven!

Cevdet Bey fue hacia la cocina pensando por un lado en las berenjenas con carne y por otro en que le sería difícil librarse de aquella mujer. «Todo se mezcla —se dijo—. ¿Cómo separar una vida de otra?».

—¡Siéntate, siéntate! —dijo la mujer con el placer de poder servir a Cevdet Bey—. ¿Cómo estás? ¡Cansado! Dios sabe lo que habrás hecho hoy. Ah, mira lo que ha pasado hoy en el barrio… Mustafá Efendi volvía de la oración del mediodía. ¿Sabes?, ese Mustafá Efendi que vive ahí donde la fuente, pues volvía de la mezquita. Y se encontró en la esquina con… ¿Quieres unas hojas de parra rellenas? ¿Ni una pequeñita? Se encontró con Salih. Y se dio cuenta de que Salih llevaba en la mano… Parece que va a llover, ¿no? Se dio cuenta de que llevaba en la mano una llave enorme… Y le dijo: «Salih Efendi, esta llave…».

Cevdet Bey e hijos
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