62. Todo va bien

Fuat Bey habló del año en que había conocido a Cevdet y pasó a los siguientes. Recordó la proclamación de la Constitución, cómo se había animado después la vida comercial, de lo mucho que había trabajado el difunto Cevdet Bey en aquellos años. Refik volvía a escuchar atentamente aquellas historias que ya le había oído a Fuat Bey mientras su padre seguía con vida y de vez en cuando extraía algunas conclusiones. Era consciente de que, como quien se siente culpable, en los últimos tiempos comparaba su vida con otras y extraía conclusiones ejemplares de estas para averiguar en qué se había equivocado o para prevenir nuevos errores, tampoco se le escapaba que la mayor parte de las veces lo hacía sin siquiera darse cuenta. Cuando Fuat Bey dijo que Cevdet Bey había sido de las escasas personas que después de la Constitución supieron establecer buenas relaciones con la Unidad y el Progreso sin ser masones, primero pensó que su padre era mucho más decidido que él y sabía mucho mejor lo que hacía, y luego, comprendiendo que volvía a coleccionar ejemplos de vidas distintas a la suya, se enfadó consigo mismo y, al pensar en Perihan, deseó volver a casa. Pero no podía moverse porque Fuat Bey había comprendido que, más que Nigân Hanım, era Refik quien le escuchaba y no dejaba de mirarle a la cara mientras hablaba.

Las historias de Fuat Bey fueron interrumpidas por Atiye Hanım, que quería sacarles una fotografía. Todo el mundo se reunió alrededor de Nigân Hanım. Refik salió del salón después de que el flash estallara unas cuantas veces, subió las escaleras y entró a toda velocidad en la biblioteca. Al salir de casa le había dado la sensación de que allí tenía un libro que quería llevar a Cihangir y de que en aquel libro encontraría información que le aclararía lo que estaba buscando. Pero en cuanto entró en la biblioteca esa sensación fue sustituida de nuevo por el sentimiento de arrepentimiento y culpabilidad. «Todavía no he tomado una decisión», pensó. Comprendió que no encontraría lo que buscaba en los estantes vacíos de la biblioteca. En uno de los anaqueles antes ocupados por libros había una labor de punto y unas agujas. Sobre la mesa estaban el libro de aritmética de Cemil y un libro de lecturas de turco. En otro estante se alineaban cuatro tarros repletos de mermelada. «Esto es injusto con Perihan», pensó. Sin embargo, ella misma le había dicho que volviera tarde, que se divirtiera. «Mejor me vuelvo a casa. ¡No quiero perder el tiempo!». Salió a toda prisa de la habitación al pensar que podía pasar demasiado rato recordando los años en que allí estudiaba, leía o jugaba al póquer con sus amigos, oyó el tictac del reloj y bajó las escaleras. Entró en el bullicioso salón murmurando «¡Espero que a Ayşe no le siente mal!». Mientras buscaba a su hermana saludó a una cara que no conocía y luego se enfureció al ver a Güler Hanım. De nuevo susurró «Esto es injusto con Perihan» y le apeteció enfadarse. Volvió a mirar de reojo y la vio: de nuevo Güler le observaba con un gesto de comprensión. Pensaba «Me voy a casa, ¿dónde estará Ayşe?» cuando vio que Sait Nedim Bey se apartaba de su hermana y se acercaba a él. Por el gesto de Sait Bey comprendió que quería preguntarle algo, así que le esperó.

—Así que ha ido a ver a nuestro Rastignac —le dijo Sait Bey cogiéndole del brazo—. Me lo ha contado Osman.

—¿A quién? —preguntó Refik momentáneamente sorprendido.

—¡A Rastignac! ¡A Ömer Bey! Fue Atiye quien le puso ese nombre. Coincidimos en el tren.

—Ah, claro, claro. Me lo contó.

—Bueno, ¿y qué hace?

Refik no acababa de decidirse. Por fin dijo de repente:

—Se dedica a la agricultura.

—¿A la agricultura? ¿De verdad? ¡Qué bien! —Sait Bey lo repitió varias veces saboreando las palabras. Luego, sonriendo, dijo—: Bueno, ¿y por qué? ¿No tenía nada mejor que hacer? —y se respondió a sí mismo—: El mundo le viene pequeño, ¿no? —Complacido por su frase, soltó una carcajada y luego frunció el ceño—. ¡Una pena, una pena! Era un joven muy ardiente. Decía que era ambicioso. Y lo era. —Después vio a su esposa y la llamó—: Atiye, mira de quién estamos hablando. ¡De tu Rastignac!

—¿Ah, sí? ¿Y qué hace? —preguntó Atiye Hanım—. Tenemos unas fotografías suyas. ¡Nos habría gustado verlo! —En eso, acarició la cabeza de un niño que se le había acercado y le preguntó—: ¿Qué hay, hijo? —le escuchó arrugando el entrecejo—. Ah, bien, bien.

Se dirigió a Nermin con aspecto avergonzado y le susurró algo al oído. Al mismo tiempo regañaba al niño sacudiendo el índice.

—¿Ve?, en nuestros días a nadie le importan los Rastignac. —Sait Nedim Bey soltó otra carcajada—. Conquistadores… Jóvenes… La vida… —murmuró. Y con un gesto imprevisto, le echó el brazo por el hombro a Refik—. A usted tampoco le veo muy bien. Tiene la cara larga, no habla, no ríe… Tiene pinta de pasarse el día pensando… ¿En qué piensa?

—No sé. ¿Eso le parezco? —dijo Refik.

—¡Se ha ido de esta casa! —contestó Sait Bey sonriendo.

—Pensamos que sería bueno para la niña.

—¡Para la niña! —repitió Sait Bey, pero claramente tenía algo distinto en la mente. Le sonrió a una mujer que pasaba a su lado y probablemente iba a abordarla, pero cambió de opinión. Con todo, le quitó el brazo del hombro a Refik—. ¡Anímese, Refik Bey, anímese! —era como si estuviera intentando recordar algo—. Anímese, más entusiasmo, sumérjase de lleno en la vida. ¡Viva! Como decía mi difunto padre, llegue a un acuerdo con su entorno, ¡contemporice! En caso contrario, será muy desdichado. Según se vaya haciendo mayor, comprenderá que todo ese mal humor no sirve para nada. ¿O es que le parece bien lo de nuestro Rastignac?

—No, no es como cree —balbuceó Refik—. Además, Ömer vendrá a Estambul y…

Pero Sait Bey parecía no oírle.

—Viva, viva. ¡Únase a la corriente general! ¿Qué nos creemos que somos? No somos ni una gota de agua comparados con la historia, con ese gran río que fluye… Déjese llevar…

Como Refik no se atrevía a extraer una moraleja de las palabras de Sait Bey, dijo:

—¡Pero esas ideas no son nada nuevas!

—¡Sí, también lo decía mi difunto padre! No es nada nuevo, por supuesto. No sé si se lo he explicado usando como ejemplo nuestra vieja mansión. En lugar de la vieja casa…

—Sí, me lo ha explicado —respondió Refik, furioso.

—Se lo he explicado… ¡El mejor ejemplo de todo esto es su propio padre! ¿Qué se debe hacer? El mal genio no sirve para nada. Es una rabia que no da ningún fruto. Te convierte en…

Por un instante, Refik pensó en contarle a Sait Bey que se proponía traducir y publicar a Rousseau y a Defoe, pero cambió de opinión. Vio a Ayşe con su madre.

—¿Qué estás contando, Sait? —era Güler—. Le ha pillado a usted. ¿Le está contando otra vez historias de nuestro padre?

—Sí, sí —gruñó Refik.

Se rió solo porque quería hacer algo, moverse. Señaló a Nigân Hanım murmurando «¡Ah, ahí está!» y se dirigió hacia el rincón donde se sentaba.

—Siéntate. ¿Adónde habías ido? —preguntó Nigân Hanım, pero comprendió que, llevada por la costumbre, parecía refunfuñar, así que sonrió.

—Eso, eso —dijo Ayşe.

—¡Os esperamos en cuanto Perihan se ponga bien! —continuó Nigân Hanım—. Y trae cuando puedas a mi pequeña Melek.

Luego se volvió a Leylâ Hanım, sentada a su lado, y empezó a hablarle de su nieta pequeña.

Ayşe acompañó a Refik hasta la puerta. Refik la besó y se emocionó. Salió y aspiró el silencio. Sonó la campanilla. Sobre Nişantaşı había un cielo azul marino sin nubes. La brisa le levantó los faldones del abrigo. «¡Como un cielo de verano sin estrellas!», pensó Refik. En las vallas de madera de la obra contigua habían fijado unos carteles. En un muro había un letrero: «Al refugio». Miró la hora: casi las siete. «Perihan se llevará una sorpresa cuando me vea. ¿Cómo estará?». En la esquina de Nişantaşı no había demasiada gente. A intervalos pasaba gente abrigada que caminaba apresuradamente. Refik se encaminó hacia la parada. En los bajos de un nuevo bloque de pisos habían abierto una tienda de ultramarinos. Estaba abierta a pesar de ser domingo por la tarde. «¡Voy a comprarle algo a Perihan! —pensó—. Pero ¿tendrá ganas de comer? ¡Para la niña!». Pasó por delante de la tienda. «La niña… ¡Y viene el segundo! ¿Qué voy a hacer? Está claro que voy a hacer lo que tengo en mente, pero… Rousseau. Se lo iba a contar a Sait Bey… ¡Qué tipo más desagradable! ¡Y Güler!». Comenzó a esperar en la parada, pero se impacientó porque no había nadie más. «Tengo que alejarme de este barrio asqueroso —pensó—. ¡Me he pasado aquí la infancia y la juventud! Pero, de todas formas, me gustan los árboles y la brisa». Encontró un taxi libre. «¿Qué voy a hacer en casa? Le prepararé una sopa a Perihan. Le daré cualquier cosa a la niña. Luego me sentaré a mi mesa… Me sentaré, ¿y qué? Sí, ¿qué puedo hacer?». Empezó a enfadarse consigo mismo. «¡No tengo ni una maldita idea! Si mi mente tuviera un diez por ciento de la claridad que poseía la cabeza de Schopenhauer, ¿qué? ¡Pero sí la tengo! Un movimiento cultural… Traducciones… ¡Amo la vida! ¿Qué pensará este taxista? Tengo que hacer cosas que dejen huella, por pequeña que sea, incluso en la vida de este pobre hombre. Sí, el proyecto de desarrollo del campo, lo admito, era utópico. ¡Marx! Tampoco en él encontré lo que buscaba. Me gustó porque también él tenía las ideas claras, pero no he encontrado respuesta a qué hay que hacer, a qué debo hacer yo. Y mientras lo leía no paraba de pensar que siempre le he echado la culpa, pero que tendría que sentirme culpable yo… ¡Sí, tengo que deshacerme de mis bienes, de la empresa! Debo crear una editorial. Las mejores traducciones. Todos tendrían que leer esos libros… ¿Qué estará haciendo Ömer? Muhtar Bey… —De pronto, bostezó—. ¡Cuánto ruido había allí! ¿Cómo he podido vivir tantos años en esa casa, en medio de tanto ruido? Puede que Ömer tenga razón. Lo mejor es la naturaleza, el silencio… Aire limpio y puro… Ese tipo de cosas es lo que necesito… ¿Qué hay que hacer para respirar aire puro? Tendría que ir al fútbol los domingos. Pero Perihan…». El taxista le estaba preguntando a qué parte de Cihangir iba. Refik le indicó la dirección. Luego, como cada vez que se acercaba a casa, empezó a pensar qué había hecho y qué haría después. «Esta mañana he leído un poco. Luego me he quitado de en medio el asunto ese del compromiso… También Ayşe se va a casar… Niños… Mi segundo hijo… Me gustaría que fuera varón… Que no sea como yo, sino como todo el mundo… Y le pondremos un nombre como los de todo el mundo: ¡Ahmet! ¿Cómo será? —se acercaba a casa—. Se acabó la fiesta del compromiso… ¡Ay, no he felicitado a Remzi, y se me ha olvidado despedirme de él al irme! ¡No importa!». Pagó y se bajó del coche. Mientras subía las escaleras del bloque sin ascensor escuchó su corazón. «¡Me hago viejo!», pensó. Como siempre, mientras pasaba ante las puertas de los pisos, sintió curiosidad por las vidas de dentro, pero, también como siempre, no consiguió la menor pista porque en la mayoría de las casas se hablaba griego.

En cuanto abrió con su llave y entró, Perihan le llamó:

—¿Eres tú?

—Sí, sí, soy yo. ¿Cómo estás?

—¡Bien! —gritó Perihan. Su voz sonaba bien.

Refik se impacientó mientras se quitaba el abrigo y, sin descalzarse, fue junto a Perihan.

—En serio, ¿estás mejor?

Se sentó a los pies de la cama.

—¡Yo tampoco lo entiendo! Parece que me ha bajado la fiebre.

Refik la besó.

—¿Dónde está el termómetro? Vuelve a tomarte la temperatura.

Encontró el termómetro y se lo alcanzó.

Perihan se lo puso en la axila.

—¿Qué tal ha estado la fiesta?

—¿Qué tal? Pues bien —murmuró Refik—. ¡Qué bien hemos hecho mudándonos aquí! ¿Qué hace la niña?

—Hace un momento estaba jugando solita. ¿Quién había?

—Todo el mundo. ¡Incluida tu Güler Hanım!

—¿Y por qué es mía? —preguntó Perihan.

Presionando ligeramente el centro del colchón, Refik dijo:

—Si es niño, que se llame Ahmet. ¿Sabes lo que he pensado?

—¡Primero cuéntame lo de la fiesta! ¿Qué se ha puesto Ayşe?

—¡Un vestido! —contestó Refik sonriendo porque temía ensombrecer su alegría—. Me parece que verde…

Se puso en pie.

—¡Ay, has entrado con los zapatos llenos de barro! —dijo Perihan—. ¡Ve a ponerte las zapatillas!

Refik salió del dormitorio pensando: «Las zapatillas, las zapatillas». Le pareció recordar algo que había dicho Ömer, pero no insistió mucho en ello. «Antes no me ponía zapatillas porque vivíamos en Nişantaşı. En aquella casa no había necesidad de zapatillas», se dijo mientras se las ponía. Luego entró de súbito en su despacho. El diario estaba abierto sobre la mesa. Leyó lo que había escrito y se avergonzó, leyó también la carta que le había escrito a herr Rudolph y volvió a angustiarse. «Tengo que ponerme manos a la obra de inmediato. ¡Empezaré con las traducciones!», pensó. Guardó la carta y cerró el diario. Se sentó a la mesa.

—Tengo la temperatura muy bien, ¡muy bien! —le gritó Perihan desde dentro—. Todo va bien, normal, bien.

Parecía estar riéndose para sí misma.

Cevdet Bey e hijos
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