42. En casa del diputado
Ömer caminaba entre las casas idénticas. En cierta ocasión había intentado hablarle a Nazlı de aquellas casas y aquellas vidas, todas parecidas, pero se calló al ver que se ponía nerviosa. Ahora no quería pensar ni en el barrio ni en su propia vida. Hacía veinte minutos que habían salido del hotel. Refik se había separado de él alegando que le apetecía dar un paseo por la ciudad. Ömer temió burlarse de su entusiasmo sin querer y se limitó a decirle que no llegara tarde al almuerzo. Comerían todos juntos en casa de Nazlı y luego irían a las celebraciones del estadio. El diputado Muhtar Bey les había contado a todos, uno por uno, las ceremonias que iban a celebrarse en el estadio y a la menor oportunidad les había recordado que irían juntos. A Ömer le enfurecía tener que someterse a tales tostones y obligaciones únicamente por estar prometido. También le enfurecían otros deberes inherentes a su estado, pero con esos su furia solo se expresaba mediante sonrisas sarcásticas.
Al doblar por la calle de Nazlı sonrió para sí mismo con sarcasmo. Cada vez que entraba en la calle recordaba la ocasión en que había ido con sus tíos para llegar a un acuerdo de matrimonio. Hizo un cálculo. Hacía veinte meses. Comparó su emoción y su pasión de hacía veinte meses con su sarcasmo y su furia de entonces. «¡He conocido lo que es la vida!», pensó, pero esa era una frase hecha propia de imbéciles acabados. «¿Soy tan ambicioso y entusiasta como antes?». Tiempo atrás le poseía el entusiasmo cada vez que entraba en la calle. Ahora, la rabia. «¡Ahora soy rico!», se dijo. Se sorprendió al ver a un hombre en pijama y abrigo sentado en el balcón de la casa contigua a la de Nazlı. Llamó al timbre. Mientras esperaba, se dijo: «Bueno, ¿y cuándo nos casaremos?». Se lo preguntó con toda sinceridad, como si no fuera él quien retrasaba la boda sin parar con pequeñas excusas, quien arrugaba el gesto en cuanto se mencionaba el asunto. «¡Quizá no me case nunca! —le sorprendió pensar aquello—. Bueno, ¿y de qué serviría?». Podía oír los pasos de la criada bajando las escaleras. Recordó la ceremonia del compromiso, la noche aquella tan larga. «¿Encontraré fuerzas para soportar algo parecido? ¿Encontraré fuerzas para aguantar el ambiente familiar de cocina y pantuflas de después? ¡Vaya, lo que tarda esta mujer en bajar tres escalones!». De repente tuvo ganas de aporrear la puerta y se asustó al punto de meterse las manos en los bolsillos.
La criada le abrió la puerta sonriente. Era una sonrisa que él conocía bien. A pesar de que estaba acostumbrada desde su infancia a que las señoras mayores le sonrieran felices de ver a un niño o a un joven guapo, agradable y simpático, mientras subía las escaleras no pudo evitar pensar: «¿Por qué sonríe? Sonríe porque le parezco simpático y guapo, porque soy un buen candidato a marido». Luego, con movimientos bruscos y apresurados, entró en la sala de estar y al cruzar la mirada con Muhtar Bey comprendió que no todos le encontraban tan simpático. Al estrechar la mano de su futuro suegro se dio cuenta de que este hacia un esfuerzo para sonreír. Luego echó un vistazo al resto de los presentes en la habitación: vio que Nazlı llevaba un vestido rojo; que Refet Bey, visitante habitual de la casa, movía la cabeza con su aspecto satisfecho de siempre; que el gato estaba sentado en un cojín y le observaba; que la mesa ya estaba puesta. «¡Se ha vestido de rojo el día de la fiesta como una niña de doce años!», pensó mirando una vez más a Nazlı, y fue a sentarse a su sillón habitual, en el rincón frente al paisaje veneciano.
—¿Y dónde está nuestro revolucionario? —preguntó Muhtar Bey. Así era como llamaba a Refik.
Ömer le contestó que llegaría en breve, que se había ido a pasear. Muhtar Bey asintió con la cabeza. Refet Bey seguía moviendo la suya. Estaban escuchando la radio juntos. La nueva emisora de Ankara, que acababa de entrar en servicio, retransmitiría durante todo el día. El programa matinal emitía una serie de conferencias. Ömer también escuchó atentamente: el orador hablaba de la política exterior de Turquía, de su éxito a escala mundial. Escucharon la radio un buen rato sin hablar. Luego intervino otro locutor que explicó que acababan de transmitir la conferencia «Una Turquía fuerte es necesaria para la paz mundial», preparada por el Ministerio de Asuntos Exteriores. Muhtar Bey se puso en pie con una agilidad inesperada para su enorme cuerpo:
—Muy bien, estupendo, bonitas palabras, pero ¿ahora qué? ¿Qué va a pasar ahora?
—Ahora hay una conferencia sobre el Banco del Trabajo —comentó Refet Bey al tiempo que levantaba la cabeza del periódico. Estaba encantado como lo estaría cualquier persona cuyo único objetivo en la vida es gastar bromas y hacer chistes—. Así que el próximo programa también es de Celâl Bey. —Soltó una carcajada.
—¡Dios nos proteja! —dijo Muhtar Bey, furioso. Empezó a pasear por la habitación. Se inclinó para quitarle a Nazlı un hilo que se le había pegado a la falda. Miró la hora—. Hijo, ¿dónde estará nuestro revolucionarillo? —luego se volvió hacia Refet Bey con mirada pensativa—: Así que todo seguirá como antes, ¿no? Eso es lo que piensas, ¿eh?
—Muhtar mío, me has malinterpretado —respondió Refet Bey con la incomodidad que tan a menudo sufren aquellos cuyo único objetivo en la vida es hacer chistecitos cuando se ven obligados a explicarse—. Mira, Muhtar, ¡verás cómo va a cambiar todo! —y al advertir la desesperación en el rostro de su amigo, añadió—: Pero, hombre, ¿por qué te amargas tanto? ¡Hoy es fiesta! Alégrate un poco. ¿A qué viene esa pena, esa preocupación, esa expectación?
—¡Papá, siéntese! —exclamó Nazlı.
Luego miró con dureza a Refet Bey.
Probablemente, Refet Bey comprendió por la mirada de Nazlı el calibre de su metedura de pata. Así que dijo: «¡Vamos, tomemos una copa de vino!». Y, sin esperar respuesta, en una carrera trajo una botella de vino con la tranquilidad de quien está en su casa. Llenó una copa y se la ofreció a Muhtar Bey, que seguía paseando por la habitación. Luego también sirvió a los novios. Empezó a contarles una anécdota. Hacı Resul, imán y diputado, había ido recientemente a su tienda con la intención de comprar una nevera, y le había pedido verla. Refet Bey le abrió la nevera en la que guardaba las botellas de vino. Hacı se quedó perplejo en un primer momento, pero luego… Después de aquella anécdota Refet Bey contó otra parecida. Luego Muhtar Bey y él revivieron sus recuerdos compartidos del parlamento. Se burlaron de los fanáticos religiosos y de los enemigos de la revolución. Muhtar Bey explicó las medidas que había tomado en Manisa al promulgarse la ley del sombrero, se animó y mientras tanto se tomó varias copas de vino. También los novios bebieron. Mientras Muhtar Bey contaba alegremente sus recuerdos, se interrumpió de repente y gritó:
—¡Ah, todavía sigue sentado en el balcón con esa ropa horrible!
—¿Quién? —preguntó Refet Bey.
—¡Nuestro vecino el coronel! No tiene vergüenza. ¡Y lleva una barba de un palmo! ¡El decimoquinto aniversario de la República!
—¿Y a nosotros qué? —le replicó Refet Bey—. Es fiesta. Cada cual puede divertirse y descansar como mejor le parezca.
—¡No, ni hablar! —gritó Muhtar Bey—. Ahora mismo voy a llamar a su puerta. Y sé bien lo que voy a decirle… ¿De qué te ríes, Refet? ¿Qué tiene de gracioso? Al final has acabado siendo como ellos. Te ríes con una copa en la mano. Por el amor de Dios, ¿es que estamos muertos? ¿Se ha muerto la generación de los revolucionarios?
—Déjalo, hombre, que disfrute de la mañana.
—Padre, sería mejor que no bebiera más —intervino Nazlı.
—¡Qué disfrutar de la mañana! —dijo Muhtar Bey—. ¿Qué hora es? Las once y media. Bueno, ¿dónde está nuestro muchacho?
—Dijimos que íbamos a almorzar a las doce, papá…
—Enseguida viene —comentó Ömer inquieto.
—Vamos, ¡tranquilízate un poco! —seguía diciendo Refet Bey—. No aguantas la bebida.
—Vamos, vamos, no empieces ahora con la bebida —contestó Muhtar Bey—. ¡Él se nos va a Estambul precisamente por la bebida! —se ruborizó intensamente—. Voy a llamar a la puerta de ese vecino. Por la mañana temprano y… ¿Y dónde está ese muchacho?
—Padre, siéntese —ordenó Nazlı poniéndose en pie.
—¿Acaso es un día para estar sentado? Voy a llegar tarde al parlamento. Luego todos dirán que Muhtar Bey no ha ido a felicitarle la fiesta al presidente. ¡Voy a llegar tarde! Por lo menos, me cambiaré de ropa para estar preparado.
—Por Dios, papá, luego se mancha comiendo. Déjelo. Después se pondrá el frac.
—Pero ¿qué os pasa hoy? —dijo Muhtar Bey—. No hagas esto, no hagas lo de más allá. Por Dios que voy a ir a llamar a la puerta del vecino.
Se echó a reír. También se rió Refet Bey.
—Vamos, Muhtar, déjalo. ¿Estamos en tiempos de Abdülhamit, en tiempos del sultán? Deja que el tipo vista como quiera, que vaya como quiera. ¡Ahora tenemos libertad!
Nazlı se echó a reír. Todos se reían. También el gato se había levantado.
—Ahora me voy a poner el frac y la chistera y veréis —dijo Muhtar Bey—. Y que me vea también ese revolucionarillo cuando llegue. Todavía estoy hecho un chaval, ¿verdad? ¡Un chaval! —volvió a reírse.
La criada había entrado corriendo al oír el alboroto, le vio reírse y, sin entender nada pero confiando en hacerlo en breve, sonrió. Luego vio la botella de vino vacía en la mesa y aparentó poner mala cara, pero sonrió de nuevo.
—Vamos, ¡enséñame a mí también cómo se pone uno un frac! —dijo Refet Bey cogiendo del brazo a Muhtar Bey.
Esta vez no debió de gustarle su propia broma, porque no se rió.
Muhtar Bey lanzó una carcajada cuando salía de la habitación. De repente recordó algo y dio media vuelta. Miró por un instante a Ömer con el ceño fruncido como si descubriera una mancha en el traje y luego se fue.
Al ver marcharse a los mayores, la criada se volvió hacia Nazlı y Ömer.
—Bien, ¡el señor está de buen humor hoy!
—Sí —contestó Nazlı.
—Dios quiera que siempre sigan así —dijo la criada mientras se iba a la cocina.
Se produjo un silencio.
Ömer notó la mirada de Nazlı. Se levantó, encendió un cigarrillo, apagó la radio y luego fue a sentarse en el mismo sillón. Le apetecía alejarse de aquella casa, de aquella familia y del ambiente de la fiesta de la República, pero no sabía qué hacer. Solo por decir algo, se dijo: «¡Soy rico y estoy aquí sentado con mi prometida! Vivo. Viviré más y veré muchas más cosas».
—¿Cómo encuentras a mi padre? —preguntó Nazlı de repente.
—Bien, bien, normal —contestó Ömer. Y luego, suponiendo que tendría que decir algo distinto, añadió—: ¡Nervioso e impaciente!
Pero se dio cuenta de que aquellas palabras no representaban ninguna diferencia.
—Sí…
Callaron durante un largo rato. Ömer volvió a pensar lo mismo de antes y luego se dijo que era una absoluta tontería.
—¿Adónde habrá ido Refik? —preguntó Nazlı.
—¡Ya vendrá! —refunfuñó Ömer.
—Hoy tampoco dices nada —dijo Nazlı tironeándose de la falda con un gesto nervioso.
—¿Qué te pasa? —preguntó Ömer mirando la mano que seguía tirando inquieta de la falda—. ¿Qué quieres?
—No me pasa nada. ¡Y tampoco quiero nada! —respondió Nazlı. Luego miró a Ömer con una cara rara.
Al principio a Ömer aquella mirada le resultó extraña, pero luego recordó ciertas cosas agradables. Quiso demostrarle su afecto a Nazlı. Apartó la mirada de ella. Le dio una calada al cigarrillo. Se volvió comprendiendo que Nazlı le seguía observando con aquella mirada extraña.
—¡Sabes que te quiero! —dijo a toda prisa, como si deseara quitarse un peso de encima, y de repente dirigió la mirada a un punto lejano como si allí hubiera algo muy importante.
Descubrió que estaba observando el paisaje veneciano de grueso marco, pero ahora que había clavado los ojos allí no podía mirar a otro lado. Estudió el cuadro largamente, como si lo viera por primera vez. Luego miró la punta de su cigarrillo. Estaba pensando que ahora sus ojos se habían quedado clavados en el cigarrillo cuando se dio cuenta de que Nazlı le decía algo.
—¡Quiero hablar contigo! —le decía.
—Muy bien, hablemos.
—Me gustaría preguntarte algo.
—Pues pregunta. —Ömer le echó una rápida mirada a Nazlı y volvió a concentrarse en la punta del cigarrillo que tenía en los labios.
—Últimamente estás muy inquieto —dijo Nazlı.
—¡Eso no es una pregunta!
—¿Y por qué estás así, eh?
—No estoy inquieto —contestó Ömer.
Luego pensó que se estaba poniendo nervioso.
—Bueno, ¿y qué te pasa? ¿Te encuentras mal? Dime, ¿qué te pasa?
—¡Nada, nada, nada! —Ömer se puso en pie gritando—. ¿A qué viene todo esto?
Le asustó aquella reacción inesperada. Le habría gustado sentarse, pero no pudo.
—No lo sé —susurró Nazlı—. Me gustaría poder preguntarte abiertamente.
Ömer corrió a la otra punta de la habitación temiéndose que la joven rompiera a llorar. Observó de cerca la percha para turbantes que había sobre el aparador. Apagó el cigarrillo.
—Quiero preguntarte lo siguiente. Lo he estado pensando. —Nazlı se había puesto en pie y se le acercaba—. Quiero preguntártelo abiertamente. Y creo que podré encajar tu respuesta sin sonrojarme.
Ömer contemplaba el perchero con incrustaciones de nácar y pensaba que la mejilla le estaba temblando involuntariamente y que su boca debía de tener un aspecto horrible.
—No me voy a sonrojar. Te lo pregunto. ¿Me quieres? —estaba justo detrás de él—. Si no me quieres, ¡dímelo!
—¡Tonterías! —gritó Ömer.
De repente se dio media vuelta con un movimiento inseguro y nervioso. Vio de cerca la cara de Nazlı. Le agarró la cabeza, tiró hacia él, se inclinó y la besó en la boca con todas sus fuerzas. Hizo todo aquello sin pensar, con un extraño arrebato.
—¡Si no me quieres, dímelo!
Ömer volvió a besar aquel rostro con todas sus fuerzas y un poco con la intención de hacerle daño. Luego dijo:
—Soy un conquistador. Soy un hombre, ¡no soy una persona normal y corriente!
—Siempre estás retrasando la boda —susurró Nazlı.
Parecía estar temblando.
—Sabes que siempre me sale algún asunto —respondió Ömer sin mirarla a la cara.
—¡Eso no es verdad!
—¡Ya te estás poniendo colorada! —gritó Ömer.
—No grites, por favor, no grites, nos van a oír.
A Nazlı se le saltaron las lágrimas.
Ömer la dejó. Retrocedió un paso. Le miró la falda roja.
Nazlı se secó las lágrimas y levantó la cabeza.
—Otra vez esas miradas sarcásticas y despectivas. ¿Qué te he hecho yo? Si me desprecias, si no me quieres, ¡dímelo!
—¡Yo sí te quiero, pero tú no! —se rió Ömer.
Nazlı volvió a llorar. Ömer se acercó con la intención de tranquilizarla, consolarla, la cogió de los hombros pero se apartó asustado cuando llegaron unos ruidos de dentro.
—Ven, vamos a sentarnos ahí. —A Ömer le dio miedo el tono de su voz—. No tendrías que haber bebido. Es por eso. Sabes que no te sienta bien.
Se sentaron a toda prisa donde estaban antes. Por el pasillo llegaban unas voces alegres. Poco después entró Refet Bey:
—Ese padre tuyo es todo un poema —dijo.
Luego miró a Ömer y probablemente comprendió que habían tenido una escena desagradable pero consiguió mantener el rostro alegre.
A continuación llegó Muhtar Bey. Llevaba un frac limpio y reluciente.
—¿Cómo estoy? ¿Eh, cómo estoy? —le preguntó a Nazlı.
Nazlı se levantó de repente. Dio unos pasos rápidos.
—¡Está muy bien, papá! —dijo abrazándole.
Muhtar Bey, emocionado, también abrazó a su hija. Le dio unas palmaditas en la espalda. Luego probablemente notó que la joven estaba temblando porque la tomó de los hombros y la miró a la cara.
—¡Ah, estás llorando! ¿A qué viene llorar ahora?
—¡Qué sé yo! Lloro, ya ves —respondió Nazlı, y empezó a sollozar de tal forma que todos se dieron cuenta de que estaba llorando.
Se quedaron estupefactos. Muhtar Bey abrazó a su hija con más fuerza. Le acarició el pelo. Luego pareció recordar algo y rió.
—Ah, bueno, es el vino. Tu madre era igual, hija. Por supuesto… Yo le decía: una copa de vino, una cucharada de lágrimas. —se echó a reír—. Eres hija de tu madre. Ojalá estuviera aquí, la pobre. Vería este quince aniversario.
Después besó a Nazlı en las mejillas. En cierto momento su mirada se cruzó con la de Ömer y pareció perder el buen humor.
Ömer intentó deshacerse de aquella mirada acusadora, pero no lo logró. Se sentía culpable, malvado y miserable, e intentaba pensar en otras cosas, aceptar lo ocurrido como algo natural y estar alegre para no asquearse de sí mismo.
Muhtar Bey besó una vez más a su hija en las mejillas y sonrió.
—Hoy es fiesta. Tenemos que estar alegres. —Se animó al ver que Nazlı también sonreía—. En serio, ¿qué os parece el aspecto que tengo? —preguntó. Luego oyó que sonaba el timbre de la puerta—. ¡Y aquí está nuestro amigo, el joven revolucionario! ¿Qué dirá cuando me vea? ¡Dirá que la generación de la revolución sigue en pie y con la cabeza bien alta! ¡Sí, eso es lo que dirá!