52. Todavía buscando
Refik estaba sentado a la mesa del despacho.
Se abrió la puerta. Asomó la cabeza curiosa de Osman.
—¡Ah! ¿Estabas aquí? —luego entró también su cuerpo—. Al final vuelves a estar aquí sentado.
Refik le sonrió a su hermano mayor.
—No vaya a darme por cualquier cosa rara otra vez, ¿no? No empieces a darme la paliza con que igual me largo a cualquier parte.
—Habré empezado antes de que te des cuenta. —Osman estaba un poco molesto de que Refik le siguiera la broma—. Pero esta vez nadie será tan condescendiente contigo. Ni siquiera tu mujer…
—¿De verdad?
—¿Qué estás leyendo? Vamos a ver… —se acercó a la mesa y observó la cubierta del libro que había sobre ella como el padre que controla las tareas de su hijo—. Hölderlin… ¡Hiperión! ¿Quién es?
—Un alemán. Poeta…
—¿Cuál de ellos? ¿Qué cuenta?
—Es complicado… La verdad es que yo tampoco lo he entendido mucho. Habla de los griegos, de su civilización, y luego…
—Sí, sí. —Osman bostezó de repente y se desperezó—. Iba a preguntarte algo. ¿Qué haces este fin de semana?
—Hoy me quedo en casa. Mañana también, supongo.
—Yo voy al club dentro de una hora. Y Nermin va a visitar a unas amigas.
«¡Todavía no le he dicho nada de lo de Nermin! —pensó Refik—. Pero ¿me corresponde a mí decírselo?».
—Perihan y tú tendréis que estar pendientes de mamá.
—De acuerdo.
—Lleva diez días con gripe y todavía no se le ha pasado. Me preocupa. Espero que no sea la gripe esa… ¿Cómo la llaman? ¿Española, asiática o qué?
—No lo es.
—No lo es, ¿verdad? —dijo Osman bostezando una vez más—. Quería preguntarte algo. —Miró los papeles y los libros de la mesa como si pensara lo que iba a decirle—: ¿Quieres que pague por ti las cuotas del club?
—¡Es verdad, ni me acordaba! —respondió Refik nervioso—. ¡No he tenido tiempo de pensarlo!
Osman le miró a la cara sin entender nada. Con un gesto que expresaba su preocupación por la salud mental de su hermano, le dijo:
—¡Ándate con cuidado! Voy a estar un rato sentado abajo y luego iré al club.
Salió de la habitación muy pensativo.
Refik se puso a dibujar garabatos en una esquina del papel. Un rato después, mientras unía los vértices de un triángulo y un cuadrado entrelazados, se dijo: «¿Qué estoy haciendo? Estoy perdiendo el tiempo… Y tengo que leer a Hölderlin». Estuvo un rato leyendo aquel libro extraño sin que despertara en él emociones ni sentimientos. «¿Por qué es necesario que lo lea? —se preguntó—. Porque lo apunté en la lista de libros que debo leer antes de llevar a cabo mi programa. Además, lo necesitaba para la respuesta que le iba a escribir a herr Rudolph». Así que siguió leyendo un poco más, ahora balanceando las piernas de aburrimiento. El libro trataba de los atenienses, de los griegos antiguos, de la belleza de la edad de oro que habían vivido, y de una rebelión griega que Refik creía que había sido contra los turcos. A pesar de lo que se esforzaba y de haber encontrado en francés los fragmentos que herr Rudolph recitaba de memoria, Refik no conseguía sentir por el libro el interés que le habría gustado. Cuando se mencionaba a los griegos siempre se le venían a la cabeza aquellos hombres barbudos de amplia frente envueltos en sábanas que se suponía que pensaban cosas muy profundas y que había visto en ciertas películas y en los manuales de historia. Siguió un rato más y, al darse cuenta de que solo había leído cuatro páginas, pensó: «¿Qué había en estas páginas? Gracias a la influencia de Diotima, mi alma, o sea, el alma de Hiperión, alcanza el equilibrio, y Bellarmin… ¿Ha venido alguien? No, no es la campanilla de la puerta, sino la del tranvía… Sí, y al hablar del arte ateniense, de su filosofía, de la estructura del estado, dice que no son las raíces sino los frutos… Eso es lo que nos hace falta a nosotros también… Aquí el estado es muy particular… Sí… ¿Por qué no tenemos filosofía? ¡También nosotros la necesitamos! Y aquí se habla además de la razón. En Atenas tenían la razón y todo se basaba en ella… Eso no lo tenemos en Turquía… Allí todo se basaba en ella. Y habría que unir la razón con la belleza del alma y el corazón… Bonita frase… ¿Dónde estaba?». Encontró lo que buscaba y lo señaló al margen. Mordisqueó el lápiz y, al notar el sabor a madera en su boca, pensó: «¡Cuánto he mordido el lápiz! ¿Qué hora es? ¿Qué iba a hacer hoy Perihan?». Se levantó súbitamente y salió de la habitación.
Subió las escaleras a toda prisa y fue a su dormitorio. Perihan estaba ante el espejo. La niña gateaba por el suelo y miraba con curiosidad la retorcida pata de la cama art nouveau.
—¡No puedo concentrarme en la lectura! —dijo Refik apartando la mirada, que Perihan le había pescado en el espejo.
—No te preocupes —respondió Perihan.
—Algo me angustia. —Refik paseó por la habitación. Se detuvo junto a la ventana—. Hace frío… Algo me angustia… Me pregunto si… Hace un momento Osman me ha dicho una cosa… —Al no obtener respuesta, se dio media vuelta—. ¿Me estás escuchando?
Perihan se estaba pintando los labios. Apartó un instante el lápiz de la boca y dijo:
—Sí. —Volvió a colocar los labios en la forma rectangular de poco antes y continuó pintándoselos.
—Osman me ha dicho que… Que si vuelvo a alejarme de casa, o sea, que si vuelvo a irme lejos como el año pasado, nadie sería condescendiente conmigo. ¡Ni siquiera tú! ¿Qué te parece?
—¿Tienes intención de marcharte de nuevo? —preguntó Perihan, y se echó a reír.
—Por supuesto, entiendes que lo pregunto por pura curiosidad.
—Sí… Te quiero mucho… Estoy muy contenta de haberte esperado y de estar ahora contigo. Volvería a esperarte.
—¡No voy a ir a ninguna parte! —dijo Refik, nervioso—. Yo también te quiero mucho. —Se acercó a Perihan y la abrazó, pero le dio vergüenza porque se veía en el espejo, así que regresó junto a la ventana—. ¿Por qué te estás pintando?
—Mi padre me dijo que lo hiciera, quería ver a su hija con lápiz de labios.
—Ah, es verdad, vas a casa de tus padres. Se me había olvidado. —hubo un momento de silencio, y entonces preguntó—: ¿Qué hacemos mañana? —y, pensando que Perihan seguía pintándose los labios sin contestarle, continuó—: ¿Qué hacemos mañana? ¿Qué hacemos pasado? ¿Qué hacemos al otro? ¿Qué hacemos lo que nos queda de vida? ¿Qué?
—Tú, ir al trabajo —contestó Perihan.
—Sí, voy al trabajo, pero me sigue quedando tiempo para pensar. Así que ir y venir de la oficina no se puede decir que sea un trabajo a tiempo completo.
—Osman dice que trabajas mucho en la oficina. Y habías decidido que no ibas a pensar en esas cosas. ¿No ibas a dedicarte a trabajar? Dijiste que en vez de pensar cosas raras ibas a trabajar en la oficina, a leer en casa, a hacerte un programa, a vivir…
—Sí, y ya lo ves, estoy vivo.
—No lo digo en broma. —Para demostrar que hablaba en serio, Perihan se volvió y miró al Refik real en lugar de su imagen en el espejo—. ¡Me dijiste que ibas a pensarlo todo de nuevo a la luz de tus experiencias en Kemah y en Ankara, que pensarías sobre nuestra vida, la de nosotros dos, que lo pensarías todo, desde los objetivos más importantes hasta los detalles menos evidentes de la vida cotidiana, a fin de ver qué tenías que hacer para llevar una vida decente, una vida como es debido, y para saber cómo vivirla, dijiste que te prepararías un programa, sin dejarte llevar por angustias estúpidas, gandulerías ni depresiones!
Escuchando a Perihan, en un primer momento, Refik se sintió orgulloso de que su mujer recordara lo que había dicho palabra por palabra. Luego la admiró y empezó a sudar, avergonzado de sí mismo.
—¿Qué te parecería si nos mudáramos a cualquier otra casa? —dijo, para demostrar que había llegado a una conclusión respecto a todo aquello, aunque fuera mínima.
—¡No sé hasta qué punto lo dices en serio! —dijo Perihan poniéndose en pie.
Cogió el bolso de encima de la cama. Empezó a meter en él un espejo que tenía una gacela repujada, en el dorso un pañuelo y un peine que había sacado de un cajón.
—¡Es algo serio, sí! —dijo Refik, ligeramente irritado—. ¡Tenemos que pensarlo, pero tú deberías opinar!
—¡Lo que quiero es estar contigo! —dijo Perihan—. Tanta gente en esta casa interfiere en nuestras vidas… Además, la vida en esta casa me obliga a ser hipócrita desde que Nermin se ve con otro, y en cuanto se lo digas a Osman… Delante de ellos, ya no puedo ser como soy en realidad. —Hablaba rebuscando en los cajones y sobre la cómoda algo que tenía que meter en el bolso—. ¿Me explico? Puede que una no esté obligada a decirlo todo, pero es injusto que sepamos algo que es más importante para ellos que para nosotros y no podamos contárselo. Si no podemos decírselo, entonces… ¡Ah, sácalo de la boca! ¡Escupe, escupe! —Perihan agarró con un movimiento violento a la niña, que gateaba por el suelo, le abrió la boca y le sacó un botón—. Lo estaba buscando. Por poco no se lo traga. ¡Dios mío! —se sentó en el taburete de la cómoda—. ¡Dios mío, Dios mío! ¡El botón que me había pedido mi madre!
La niña, que al principio no comprendía lo que pasaba, se echó a llorar. Refik la cogió en brazos y la acunó. Dejó de llorar. Perihan se la quitó de los brazos a Refik diciendo que llegaba tarde, la sentó en la cama y le puso a toda velocidad un abrigo que sacó del armario.
—Tienes razón —dijo Refik—. Yo me siento igual. ¿Debería contárselo a Osman?
—¿Contárselo? Si se lo cuentas, yo tendría que decírselo a Nermin.
Perihan cogió a la niña en brazos y abrió la puerta.
—¡Puede que ambos lo sepan! —dijo de repente Refik, y se echó a reír.
Al ver el labio tembloroso de Perihan se avergonzó de su chiste y le pareció una vulgaridad. Quería decirle algo a Perihan, pero no recordaba qué. Bajaron juntos. En el hall con el espejo, Refik estuvo a punto de decírselo, pero vio a Yılmaz y se le olvidó.
Perihan abrió la puerta.
—¿Te has enfadado conmigo? —preguntó Refik.
—¡No, no! ¿Por qué iba a enfadarme? —contestó Perihan, pero parecía a punto de llorar.
—¿Qué pasa, en qué piensas? Por favor, dímelo… ¿Me quieres?
—Te quiero mucho.
Sin mirar primero a izquierda y derecha, Refik besó a Perihan. Luego besó también a la niña.
—¿Cómo vais? No se vaya a enfriar.
—¡No se enfriará! Que le dé un poco el aire. Se pasa el día en el cuarto. Está cerca, iré andando.
Desde hacía diez días, Nigân Hanım no dejaba que la niña saliera de la habitación para que no se contagiara de la gripe. «Sí, todos juntos en la misma casa no puede ser», pensó Refik al recordarlo, y le poseyó un sentimiento de culpabilidad. Le apeteció decir algo. Cogió de la mano a Perihan, que ya había dado un paso hacia el jardín, y abrazó a la niña. Luego, sin volverse hacia Perihan sino clavando la mirada en los vivos ojos de la niña, susurró:
—Todo esto, toda esta gente que te agobia, mis indecisiones, esta actitud mía tan mala y desagradable, se debe al mismo motivo: me gustaría… Me gustaría que en el futuro esta niña, nuestra hija, por supuesto si tiene dos dedos de frente y un poco de mundo, sí, si es una persona culta e inteligente, no nos culpe… Que no nos culpe cuando contemple mi vida, a mí, lo que hemos hecho, que no nos considere malas personas…
Cuando Perihan vio que por fin Refik podía cuidar de sí mismo, se volvió hacia la niña y dijo:
—Cuando nuestra hija se convierta en Melek Hanım, por supuesto será una señora culta e inteligente.
Y, riendo, la besó.
—No es necesario que se convierta en una señora —murmuró Refik.
—¿Y eso por qué? —preguntó Perihan. Hizo como si se enfadara en nombre de su hija y se echó a reír—. No sé si culta e inteligente, pero seguro que será grandota, alabado sea Dios.
Se dio media vuelta de repente, bajó los escalones y se encaminó a la puerta del jardín.
Refik las estuvo contemplando hasta perderlas de vista. Entró en la casa y se disponía a subir al despacho cuando se detuvo al pie de las escaleras; por la puerta entreabierta vio que Osman y su madre estaban sentados el uno frente al otro, así que entró en el salón.
Osman le contaba vehementemente algo a su madre, Nigân Hanım fingía no hacerle mucho caso y miraba por la ventana. Se alegró de ver a Refik.
—¿Se ha ido Perihan?
—Sí.
—¡Qué pena! Le habría dado recuerdos para sus padres. ¿Por qué no ha pasado por aquí? —se volvió hacia Osman—: ¿Adónde ha ido Nermin?
—A casa de una amiga.
—¿Qué amiga?
—Le juro que no lo sé, mamá, ¿puede responderme a lo que le he dicho, por favor?
Nigân Hanım arrugó el gesto como si exclamara: «¡No tengo nada que decir!». Luego se volvió hacia Refik:
—¡Tú siéntate!
—Le estaba hablando de ese asunto del bloque de pisos —le dijo Osman a Refik esperando comprensión—. Sabes que están tomando medidas al solar de al lado… Yılmaz ha preguntado y yo he estado indagando, van a construir un bloque de pisos… Y la familia de Tacettin Bey está haciendo lo mismo enfrente. Si nosotros no lo hacemos este año, el próximo…
—Ni el año que viene ni ningún otro —dijo Nigân Hanım—. Es la última voluntad de vuestro padre, nadie va a derribar esta casa.
—¡Pero eso es una estupidez! —replicó Osman—. Además, papá nunca nos dijo que ese fuera su deseo.
—Te estoy contando que me lo dijo a mí —contestó Nigân Hanım—. Cuántas veces tengo que explicarte lo que pensaba él y lo que pienso yo… Todos viviremos juntos en la misma casa, todos nos ocuparemos unos de otros… Mi familia siempre ha vivido en casas grandes. No en cajas unas encima de otras. Tenemos que ocuparnos unos de otros, tenemos que querernos, nadie debe ocultar su vida a los demás. ¡Eso es lo correcto! Si, Dios no lo quiera, algún día nos separamos, entonces no querré que nos mudemos a cajas separadas, sino que nos ocupemos unos de los otros. ¡Eso es lo correcto!
Osman señaló a Yılmaz, que acababa de llegar con un cubo y unas pinzas y removía la enorme estufa.
—Pero si esta casa no hay quien la caliente… Por eso tiene usted la gripe.
—Me he resfriado porque no he tenido cuidado —respondió Nigân Hanım—. Te lo pido por favor, hijo, no vuelvas a sacar este tema a relucir.
Se hizo un silencio. Como no encontraban nada que decirse pero tenían los nervios crispados y necesitaban ocuparse en algo, empezaron a mirar atentamente al muchacho que hurgaba en la estufa. Lo observaban con tanta atención que fue como si Yılmaz sintiera el peso de sus miradas, perdió el control de sus movimientos, tan parecidos a los de su padre, y empezó a hacerlo mal.
«¡Cuánto se parece a su padre! —pensó Refik contemplando a Yılmaz remover la estufa con aquellos gestos que tanto le recordaban a Nuri el cocinero—. Su padre murió. Y él también morirá… ¿Qué recuerdo tenemos de su padre? ¡Ninguno! Y, aunque pensáramos en él, ¿importaría? Todos vamos a morir. Yo también moriré y lo que piensen de mí…». De repente se dio la vuelta al darse cuenta de que Osman le decía algo.
—Te estoy preguntando cuánto es… ¿Has tomado una decisión?
—¿Qué decisión?
—Te lo estoy diciendo: los pagos de las cuotas. —Osman se puso en pie. Miró a su madre y luego a su hermano—: Vamos, vamos, me voy al club, si no me voy a enfadar…
—¿Qué te pasa hoy, hijo mío? —preguntó Nigân Hanım.
Osman salió de la sala con una actitud orgullosa que demostraba que tenía todo el derecho a enfadarse y no contestar. Refik se levantó tras él.
—Bueno, ¿y quién se va a ocupar hoy de mí? —dijo Nigân Hanım—. Ah, Cevdet Bey, desde que se nos fue usted, todo…
«Sí, todos vamos a morir —pensó Refik mientras subía las escaleras—. Todos vamos a morir, pero ahora no debo pensar en eso. Ahora tengo que leer los libros que decidí leer, pensar lo que tengo que pensar y preparar el programa que le prometí a Perihan y a mí mismo… Después de eso, mi vida, que hasta ahora ha transcurrido entre el letargo y la indecisión, será una vida ordenada. Mi hija no me culpará… Al recordar la miseria de todos aquellos obreros, de esos campesinos que vi en Kemah, no me avergonzaré de mi vida. Una vida planificada me librará de la vergüenza. No tengo la menor duda de que existe un día a día así, sí, una vida así. La encontraré en mis lecturas y ahora voy a seguir por donde me quedé con uno de los libros que tengo que leer para llegar a conseguirla». Se sentó a la mesa y empezó a mirar el libro abierto. «Por lo que he leído hasta ahora, se puede llegar a la siguiente conclusión: la antigua Grecia fue la época más feliz y hay que resucitarla. Las razones son las siguientes. O sea, lo son en opinión del autor… ¿Y en la mía? En mi opinión fue algo bueno y ojalá lo hubiéramos tenido. No me equivocaría si dijera que estamos sufriendo la carencia de todas esas cosas buenas. Son las siguientes: la razón, el equilibrio, la armonía, sí, y más… Le escribiré de todo esto a herr Rudolph. Y le enviaré un ejemplar de mi libro… ¿Qué dirá? ¿Dirá que le parezco un soñador? Sí, nos hace falta algo de Ilustración… Podemos decir que la antigua Grecia fue una época ilustrada. Para conseguirla en Turquía, más que propuestas económicas, como he hecho hasta ahora, serían necesarias propuestas relacionadas con la cultura… Son más importantes que lo que proponía en mi libro. Hay que encontrarlas, pero no es eso lo que estoy buscando ahora. ¡Un programa! ¡Hay que leer!». Empezó a hacerlo. Un rato después se dio cuenta de que había leído seis páginas completamente entregado y se alegró. Luego intentó leer de nuevo, pero no pudo concentrarse por pensar en su logro de poco antes. Todas las ideas que le esperaban emboscadas pasaron a la ofensiva de repente. «Leeré, leeré, ¿y qué? ¿Cómo puedo salir de esta casa? Si Süleyman Ayçelik me viera así, ¿qué diría? ¿Cómo será ese Mustafá, el marido de la amiga de Perihan? Süleyman Ayçelik diría: “En lugar de trabajar para el estado pierde el tiempo con pensamientos vacíos porque tiene el corazón de mantequilla”. ¡La campanilla! Ahora sí que ha venido alguien… —esperó garabateando una esquina del papel—. Si viniera alguien y pudiéramos tener una buena conversación… ¿Quién? No existe nadie así…». Decidió volver a la lectura, pero se puso en pie de repente. «¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer?». Caminó de un lado a otro de la habitación. Luego se volvió al darse cuenta de que habían abierto la puerta.
—¡Muhittin! —gritó. Abrió los brazos, luego se palmeó las piernas a toda velocidad, echó a correr y abrazó a su amigo—. Qué bien que hayas venido, menos mal…
—Pero no voy a quedarme mucho —dijo Muhittin—. No más de diez minutos.
—¿Y bien? ¿Cómo estás? ¿Cómo estás?
—Bien, bien. Pasaba por aquí y me dije… —Muhittin se sentó en el sillón junto a la ventana y miró alrededor con su intensa mirada de siempre, analizando lo que veía—: ¡Oh, qué bien queda aquí el retrato de tu padre! ¿Cuándo colgarán el tuyo y el de tus hijos?
—No sé si pondrán el mío…
—No te preocupes, ¡seguro que sí! —dijo Muhittin—. Porque hace mucho que andas metido en esto del ambiente familiar.
Refik sonrió recordando sus antiguas discusiones. Le habría gustado volver a debatir de aquella manera con Muhittin, pero intuía que no sería posible. Lo había visto tres veces desde su regreso de Ankara; en la primera resultó evidente que tenían profundas diferencias de opinión, y en las otras dos guardaron silencio. «¿Cómo estás? ¿Qué es lo que haces, vamos a ver?», le dijo Refik deseando olvidar sus diferencias, pero como no lo preguntó solo por hablar sino pensando en lo que decía, de inmediato pensó por dónde y con quién andaría Muhittin y se inquietó.
—¿Por qué no puedes quedarte? ¿Adónde vas?
—A Beşiktaş, a la taberna… A ver a mis soldaditos…
—¿Qué hacen?
—¡Están bien! ¿Qué haces tú? El otro día vi a Nurettin. Coincidió contigo en el fútbol. Ibas muy ensimismado. Así que me dije: «Parece que el amigo Refik ha vuelto a caer en la depresión, voy a hacerle una visita».
—En general, no hago nada —dijo Refik conmovido por el interés.
—¿Y en particular? —preguntó Muhittin irónico, y, poniéndose en pie, miró el libro que había sobre la mesa—: ¿Estás leyendo a Hölderlin? En su momento me interesó como poeta, pero nunca me entusiasmó… El alma de todos estos europeos está muy lejos de la nuestra, muchacho. Y además, él admira a los griegos… Están muy lejos de nosotros, no nos sirven de nada. Encima, todo esto no hace más que liarle a uno la cabeza.
—¡Pero tenemos mucho que aprender de ellos! —replicó excitado Refik.
—¿Qué?
Aunque no estuviera del todo convencido, Refik se sintió en la obligación de defender sus lecturas ante la mirada hostil de Muhittin.
—Lo que significaron la antigua Grecia y el Renacimiento. ¡Eso es lo que tenemos que aprender! —sin mirar a Muhittin y temiendo avergonzarse de sus palabras, añadió rápidamente—: La cultura del Renacimiento… La luz de la razón… Necesitamos la luz de la razón para vencer la barbarie y el despotismo que existen en nuestro país.
—Vaya, vaya, vaya —dijo Muhittin—. Pues sí que te has afrancesado. ¿Ahora usas la palabra «barbarie» para referirte a nosotros?
«No, no era eso lo que tenía en la mente… Pero, qué le voy a hacer, cuando vi que me miraba de una forma tan hostil me entraron ganas de decirlo», pensó Refik.
—Bueno, ¿y yo también te parezco un bárbaro? Yo también soy turco, soy nacionalista, te digo que soy nacionalista, ¿qué me respondes?
—No lo sé. No puedo decir nada… Estoy buscando…
—¡Te estás afrancesando! Como todos los nuestros que andan buscando algo. ¡Siente en vez de buscar! —le contestó Muhittin—. Ya lo sabes, no soy el antiguo Muhittin, lo hemos hablado… Pero a ver si tú también cambias un poco, porque sigues rumiando más o menos con la misma ingenuidad de hace cinco años. ¡Déjate de discusiones vacías! —señaló los libros que había sobre la mesa y en las estanterías—. Aún sigues leyendo para encontrar lo que hay que hacer en la vida, ¿no?
—Sí, eso es lo que hago.
—Te estás afrancesando y pierdes el contacto con la tierra, ¿no? —Muhittin se puso en pie sin dejar de mirarle la cara larga de Refik—. Me gustaría quedarme un rato más para seguir dándote una tunda, pero no tengo tiempo. En otro momento. —Y, justo cuando salía, añadió—: Eres consciente de cómo está el mundo. ¿Se te ha ocurrido pensar qué consecuencias podría tener en este mundo que te intereses por ese tipo de cosas, que vayas por ahí difundiendo tus… llamémoslos puntos de vista, o tu falta de puntos de vista?
—Yo no estoy difundiendo nada.
—Pero has adquirido la mala costumbre de escribir libros… En fin, tampoco es que ese libro pueda hacer mucho daño.
Refik se animó al saber que Muhittin había leído su libro y le quiso preguntar su opinión, pero al ver su gesto hostil no se atrevió.
—Así que te pasas las mañanas en la oficina buscando negocios —le dijo Muhittin a Refik observando todo lo que le rodeaba como si llegara a una conclusión definitiva—. Te dedicas a los negocios, lees, oscureces aún más tu mente confusa, y luego vives en esta casa, aquí. Y este reloj lleva años sonando de la misma forma molesta. ¿Cómo están tu mujer y tu hija?
—¡Bien! —respondió Refik bajando las escaleras tras Muhittin.
Muhittin asintió con la cabeza como si pensara: «¿De qué otra manera podrían estar?». Luego se despidió con una expresión absorta y pensativa que Refik nunca le había visto y se marchó.
Refik no miró demasiado a Muhittin mientras se alejaba, convencido de que no estaba pensando en él precisamente. Tampoco subió de inmediato porque se temía que le prestaría demasiada atención al tictac del reloj. Estuvo un rato sentado abajo con su madre. Nigân Hanım le contó que la relación de Ayşe con Remzi iba en serio y le preguntó su opinión. Refik contestó que había que darles libertad a los jóvenes. Luego charlaron de esto y de lo de más allá. Cuando comprendió que no le prestaría atención al tictac del reloj, Refik subió a leer.