39. Otoño

—¡Han matado también las flores que Cevdet Bey había plantado con sus propias manos! —dijo Nigân Hanım.

Desde donde estaba sentada señalaba con la cabeza el rincón en que antes habían estado las plantas cuyo nombre en latín se había aprendido de memoria su difunto marido.

Nigân Hanım, Perihan y Nermin estaban sentadas en los sillones de mimbre del jardín de atrás, bajo el árbol. A pesar de que hacía una hora que Osman había salido de casa, las hojas y la hierba no habían perdido la humedad matutina y el débil sol de otoño no había alejado del jardín el fresco de la mañana. Era el último día de septiembre. Hacía dos semanas que habían regresado de la isla. Hacía dos semanas que una atmósfera de tristeza, angustia y otoño se abatía sobre la casa de Nişantaşı: hacía dos semanas que Nuri el cocinero se había muerto de repente, la mañana del día de la mudanza.

—Las flores que el difunto plantó con sus propias manos… —repitió Nigân Hanım. Guardó silencio sin terminar la frase, y puso aquella cara de angustia que todos conocían tan bien. Escudriñó a sus nueras con unos ojos que culpaban a todo y a todos, al mundo entero excepto al difunto Cevdet Bey—. Y ahora se nos ha ido Nuri, justo cuando más lo necesitábamos. Por lo menos, él sentía respeto por Cevdet Bey y regaba las plantas.

—¡Creo que Cevdet Bey escribió los nombres en un papel! —dijo Nermin—. Hoy mismo iré a Eminönü a comprarlas.

Se volvió hacia Perihan y la miró con un rostro duro y frío. Su mirada decía: «¿Sabes adónde voy a ir esta tarde?».

Perihan, asustada, evitó la mirada de Nermin. Le parecía incomprensible la actitud desafiante que adoptaba Nermin desde hacía un mes. Hacía un mes había visto a su cuñada en la estación de Sirkeci del brazo de un hombre alto y apuesto. Como no quería pensar en ello, le prestó atención a Nigân Hanım. Estaba explicando que nunca encontrarían las mismas semillas y que, aunque las encontraran, el inútil del jardinero las mataría, y mientras hablaba se tiraba con la punta de los dedos de los picos del chal que cubría sus hombros. Luego clavó la mirada en la criada, que salía por la puerta de la cocina llevando una bandeja, esperó que se acercara un poco y le preguntó:

—¿Se ha despertado?

Se refería a Ayşe, que había regresado de Europa hacía cuatro días.

Emine Hanım negó con la cabeza. Antes de dejar la bandeja sobre la mesa, se volvió a Perihan:

—Señorita, la niña está llorando.

Ahora no se llamaba a Melek, que tenía quince meses, «el bebé» o «la criatura» sino «la niña». Perihan se puso en pie. Cogiendo una de las tazas de té y un periódico de la bandeja, se dirigió hacia la casa. Entró por la puerta de la cocina y fue hacia el dormitorio. Mientras subía las escaleras, comprendió por el llanto de la niña, por aquella voz que se interrumpía y se fortalecía, que había ensuciado el pañal. En cuanto entró en el cuarto fue hasta la camita. Sonrió al ver a la lloriqueante niña. Melek también miró a su madre y se calló, olvidando sus problemas, pero luego se echó a llorar de nuevo. Perihan dejó en la mesa la taza de té y el periódico para levantar a su hija de la cama como si fuera un paquetito. Notando el suave calor entre sus piernas se dijo «¡Menuda payasa estás hecha!», y colocó cuidadosamente al bebé sobre la mesa cubierta por un grueso tapete.

Como hacía siempre, empezó a quitarle la ropa y los finos pañales sin dejar de hablarle. Mientras le quitaba la camisola, dijo:

—¡Uf, me parece que hemos sudado mucho! —Y se dijo que la abrigaba demasiado. Luego, pensando que había refrescado, añadió—: Pero ¿sería mejor que te pusieras malita?

Y cuando Melek balbuceó se alegró tanto como si su hija le hubiera dado la razón. Luego se le vino Refik a la memoria. Según la última carta que le había escrito, llegaría a Estambul en el plazo de una semana. Perihan temía recibir una nueva carta de Refik en la que le anunciara que retrasaría su vuelta otro mes. Forcejeando con un imperdible que no se dejaba abrir, dijo:

—Hace siete meses que papá se fue —Y se asustó de su voz porque oyó unos pasos que subían las escaleras.

El imperdible se abrió. «Puede que vuelva por fin», pensó. Arrugó el gesto al ver la caca que impregnaba el pañal por todos lados. Dejó a un lado el pañal sucio, cogió a la niña en brazos, fue al baño y la lavó. Mientras lo hacía pensó en Refik y en su propia situación. Comprendió que a la niña le molestaba el agua fría cuando estornudó y se agitó. Se le vino a la cabeza su padre, que era médico. Cuando la niña empezó a llorar de repente, pensó: «¿Sería mejor que me marchara a casa?». Lo había meditado mucho y hacía tres meses lo había decidido, pero su madre la había obligado a cambiar de idea. Recordó sus palabras mientras le explicaba que él no la había dejado a ella, sino a Estambul. «¡Menuda tontería!», pensó. Luego cambió de opinión. «No es ninguna tontería», se dijo. Se acordó de todas las cartas en las que Refik le pedía perdón y le escribía que toda la culpa era suya. Pensaba en la respuesta que le había dado. Se sentía orgullosa de la carta en que le decía que nunca había pensado en dejar la casa e intuía que Refik albergaba el mismo sentimiento. Temiendo que la niña se enfriara, regresó al dormitorio a toda prisa. Sacó una camisola y un pañal limpios. «¿Qué haría otra en mi situación?», pensó. Como siempre, no se contestó porque encontraba su situación incomparable. Y el motivo por el que su situación era incomparable consistía en que también Refik lo era: ninguna conocida suya estaba casada con nadie parecido. Pero cuando la niña volvió a estornudar después de que le hubiera puesto la camisola, quiso castigarse: «Sigo en esta casa porque no tengo ni una pizca de amor propio». Se relajó cuando acostó a la niña. Decidida a librarse de aquellos pensamientos que desde hacía siete meses galopaban todos los días por su mente, cogió de la mesa la taza de té y abrió el periódico.

El té se había enfriado. El periódico decía: «El mundo se salva de la guerra. Alcanzado un acuerdo total en Munich». Y continuaba: «Daladier, Hitler, Chamberlain y Mussolini…». Como de costumbre, Perihan empezó a leer con ansia, como si quisiera introducirse ella misma en el mundo exterior. Nadie en toda la casa seguía tan de cerca las noticias, tanto nacionales como internacionales. Estaba acabando de leer sobre la conferencia de Munich cuando abrieron la puerta sin llamar y entró Nermin.

—¿Tienes hilo verde? —le preguntó—. De este tono.

Le mostraba un botón color pistacho que tenía en la mano.

Perihan se puso en pie poseída de nuevo por aquel temor impreciso. A toda velocidad abrió la vieja cartera de la escuela primaria que usaba de cesto de costura, buscó nerviosa y, encontrando lo que le pedía, se lo entregó, como si estar a solas con Nermin en una habitación fuera un crimen y quisiera desembarazarse de ella lo antes posible.

—¡Aquí tienes!

Con un rápido movimiento de la otra mano, cerró la cartera que le recordaba su infancia.

—Gracias —contestó Nermin.

De repente sonrió, como siempre que veía la vieja cartera. Luego, con un rostro pensativo que mostraba a las claras que había regresado al botón y al vestido al que iba a coserlo, salió de la habitación.

Esta vez a Perihan no le gustó que Nermin sonriera al ver su cartera de la escuela primaria, sino que su actitud le pareció fría, despectiva e incluso, de nuevo, desafiante. Mientras miraba la puerta cerrada, se preguntó si no se equivocaría. Luego se acordó del día en que la había visto con aquel hombre apuesto. Cada día que pasaba recordaba el encuentro de una forma distinta. El hombre, que le había parecido guapo, tenía largas patillas, la cara bronceada por el sol, manos y bigote cuidados y era de un tipo que despertaba miedo y asco en Perihan. Había ido a la estación para acompañar a su madre al tren de cercanías, con quien se había encontrado en Karaköy. Nermin y el hombre salían del restaurante. Ambas se vieron al mismo tiempo y Perihan no fue capaz de apartar la mirada. Al principio Nermin se inquietó, pero luego sonrió lentamente con un desafío que sorprendió y asustó a Perihan. A ocho o diez pasos la una de la otra, ambas volvieron a la vez la cabeza en otra dirección. La madre de Perihan, que le estaba hablando de las compras que había hecho, no vio a Nermin. La sangre fría que demostró su cuñada cuando aquella noche las dos mujeres regresaron junto con Osman a la isla sorprendió de tal manera a Perihan que casi llegó a pensar que Nermin tenía una hermana gemela y que era a esta a quien había visto en la estación. Pero pocas semanas después de aquel encuentro Nermin le había dicho furiosa que Osman no era sino una máquina que hacía funcionar aquella otra máquina de hacer dinero a la que llamaba empresa y que además en tiempos había tenido una amante, y Perihan no pudo sino pensar que su actitud tenía cierto fundamento. Más tarde, al encontrarse todos los días con las palabras y los gestos desafiantes de Nermin, empezó a imaginarse el encuentro de manera distinta. Cada día que pasaba la sonrisa de Nermin en la estación de Sirkeci le parecía más atrevida y terrible y, sobredimensionándola, creía que se burlaba de ella. La sonrisa le decía: «Mira, ¡no me da miedo hacerlo! Soy una mujer tan libre como nunca llegarás a comprender. Y tú lo único que haces es asustarte de estas cosas y esperar a tu marido como una buena chica». Cuando advirtió sobresaltada que volvía a pensar lo mismo de siempre y que esa tarde Nermin se pondría su vestido verde para ir a algún sitio, quiso cambiar de tercio y abrió de nuevo el periódico. Solo había leído un par de frases cuando llamaron a la puerta. Ayşe entró sonriendo.

Bostezó mientras cerraba la puerta. Besó a Perihan en las mejillas. Volvió a sonreír. Se acercó a la cama de Melek.

—¡Qué mala eres, pero mira que gritas! —dijo.

—¡Ay! ¿Te ha despertado? —preguntó Perihan.

—No, mujer; en realidad, quería levantarme temprano. —Ayşe se acercó a la ventana. Se desperezó y dijo—: ¡Ah, qué día tan bonito!

Dio media vuelta y se acercó de nuevo a la cama de la niña. Cogió el sonajero que había junto a ella, lo acercó a la cara de Melek y empezó a sacudirlo. Llevaba un camisón azul de seda.

Perihan veía su blanca garganta y el principio de sus pechos y pensaba que había regresado de Suiza convertida en una persona completamente distinta.

—¡Ja, ja, ja! —se reía Ayşe—. ¡Mírala, mírala! ¿Has conocido a tu tía? ¿Has conocido a tu tía, angelito?

Luego dejó de repente el sonajero a un lado de la cama. Bostezó y se desperezó. Empezó a revolverse el pelo y a rascarse la cabeza.

—Parece que no has podido dormir bien del todo —dijo Perihan.

—Me acosté tarde. A las dos… Pero nos divertimos tanto…

Perihan sabía que había estado con Remzi, el hijo de Fuat Bey y Leylâ Hanım, y sus amigos.

—¿Adónde fuisteis?

—A Beyoğlu, han abierto un restaurante nuevo en Tünel. Un sitio muy bonito. Por fin se están abriendo buenos sitios aquí. Me gustó mucho. Luego fuimos todos a casa de la tía Leylâ a charlar. Y a la vuelta pasamos por Emirgan y nos tomamos un té. ¿Sabe mi madre a qué hora llegué?

—Hace un momento estaba preguntando si te habías despertado o no —dijo Perihan acostumbrada a las confidencias.

—Bueno, y qué si llegué tarde… Además, hace cuatro meses era ella misma la que quería que me fuera por ahí de picos pardos. —Se acercó a la ventana y luego se volvió de repente—: ¡Es tan buen chico…!

Perihan no preguntó quién. Sonrió comprensiva.

—Remzi es tan buen chico —continuó Ayşe—. Siempre quiere que esté a gusto. Siempre está pensando en mí. Todo un caballero. Amable. Desprendido. Honesto. ¡Ah, ahí está mi madre, mira! Me está esperando con la cara larga. —Abrió la ventana y gritó hacia abajo—: ¡Uh, uh! ¡Me he levantado! Bueno, bueno, enseguida bajo.

Se volvió hacia Perihan, meditó como si no recordara lo que estaba diciendo poco antes:

—¡Ah, sí! Es tan buen chico… Fue muy amable conmigo en Suiza. Me enfadé conmigo misma por no haberme dado cuenta aquí de cómo era. En realidad, no sé por qué yo era como era, pero esa es otra cuestión… ¡Puede que haya cambiado mi forma de ver la vida! ¿Te ríes? No, no, cuando vas allí te cambia la forma de verlo todo. —Le brillaban los ojos—. Allí todo es tan distinto, tan distinto de lo de aquí y tan bonito… A menudo me preguntaba cuándo llegaremos a ser de ese modo. ¿Lo conseguiremos? Si Dios quiere, algún día seremos como ellos, ¿no? Perihan, tú también tienes que ir algún día sin falta. Id mi hermano y tú.

Se calló súbitamente como si hubiera dicho algo incorrecto.

—No sé —contestó Perihan ensimismada.

—¿Vas a estar siempre aquí, encerrada en este cuarto? Yo engatusaré a mi hermano. ¡Puede que vayamos juntos! Pero allí te cambia la forma de verlo todo. Allí comprendí que tenía una vida. Todo el que va se convierte en otra persona, seguro. O con ellos… En fin… No tengo la intención de quedarme encerrada en esta casa… Me matricularé en la universidad, pero tampoco pienso mucho en eso. Puede que dentro de un año, un día mires y me haya… —sonrió y se sonrojó.

De repente se abrió la puerta. Era Yılmaz, el hijo de Nuri el cocinero. Traía una carta. En cuanto Perihan la vio, comprendió que era de Refik, que le decía que retrasaría su vuelta un mes más.

—La señora la está esperando abajo —dijo Yılmaz mientras le entregaba el sobre a Ayşe. Se esforzaba en no mirar su cuello desnudo.

—Bueno, bueno, ahora voy.

—¿Le llevo el desayuno al jardín? —preguntó Yılmaz esforzándose aún en mirar a cualquier sitio que no fuera el cuello de Ayşe y enrojeciendo.

—¡Es tarde! —contestó Ayşe. Luego se tapó repentinamente el cuello con la mano y se tironeó del camisón—. En fin, tráeme cualquier cosa. Y dile a mi madre que ahora voy. —Cuando se cerró la puerta se volvió hacia Perihan y dijo señalando con el dedo a sus espaldas—: ¡Tendría que llamar antes!

—¿No ha llamado? —preguntó Perihan, sorprendida.

—Pues no… Pero tiene una nariz muy graciosa, ¿verdad? ¡Y se sonroja enseguida! ¡Cómo se parece a su padre! Ay, lamenté mucho la muerte de Nuri. Me habría gustado venir al entierro. ¿Sabes que me llamaba «Pipa»? Probablemente porque era pequeñita, seca y triste como una pipa. Me habría gustado verle una vez más. Me quería mucho. Y se murió así de repente, del corazón, ¿no? En fin, mi hermano ha hecho bien contratando a su hijo. Buena idea… Mujer, no habría estado bien que tuviéramos de mozo de almacén al hijo de alguien que nos preparó la comida durante tantos años solo porque no tiene estudios. Ya irá aprendiendo poco a poco.

Perihan la escuchaba absorta. Tenía la mirada fija en el sobre que sostenía Ayşe. «¡Lo mismo de siempre! ¡Escribirá que vuelve a retrasar la vuelta!», pensó.

Ayşe se dio cuenta de dónde tenía clavada Perihan la mirada.

—Ah, sí, has recibido una carta, ¿verdad? —miró el sobre—. ¡De mi hermano! Ay, Dios, y yo charlando sin parar. —Se la entregó a Perihan—. ¡Además estoy haciendo esperar a mi madre!

Se dirigió hacia la puerta. Cuando estaba a punto de salir, vio a la niña en la cama. Agitó el sonajero y salió, alegre.

Perihan miró con los ojos vacíos la puerta cerrada y el sobre que tenía en la mano. De un cajón de la cómoda sacó una lima de uñas. La introdujo por una de las esquinas del sobre, pero no lo rasgó de inmediato. Siempre abría así las cartas de Refik, lentamente, obligándose a esperar, pensando mientras tanto en lo que le gustaría que dijeran. «¿Qué quiero? —pensó de nuevo—. ¡Que me escriba que volverá enseguida! Y si vuelve enseguida, ¿qué pasará? ¡Que se irá con su hermano a la oficina!». Pensó en Osman, en la sonrisa de Nermin cuando dijo que era «una máquina que hace funcionar una máquina de dinero», en Ayşe. Luego se asustó al pensar: «¿Cómo me gustaría que fuera Refik?». Le asustó que por un momento sus pensamientos y sus deseos le parecieran absurdos e imposibles. Queriendo no pensar en nada, abrió el sobre y leyó la carta. Lo mismo de siempre: escribía que volvería a retrasarse, pero en realidad hablaba más de aquello que llamaba «el desarrollo del campo». Mientras se preguntaba qué podría ser eso, qué tipo de relación establecería Refik entre su proyecto de desarrollo del campo y la vida de su mujer, Perihan empezó a releer la carta.

Cevdet Bey e hijos
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
PrimeraParte.xhtml
Section1001.xhtml
Section1002.xhtml
Section1003.xhtml
Section1004.xhtml
Section1005.xhtml
Section1006.xhtml
Section1007.xhtml
Section1008.xhtml
Section1009.xhtml
Section1010.xhtml
Section1011.xhtml
Section1012.xhtml
SegundaParte.xhtml
Section2001.xhtml
Section2002.xhtml
Section2003.xhtml
Section2004.xhtml
Section2005.xhtml
Section2006.xhtml
Section2007.xhtml
Section2008.xhtml
Section2009.xhtml
Section2010.xhtml
Section2011.xhtml
Section2012.xhtml
Section2013.xhtml
Section2014.xhtml
Section2015.xhtml
Section2016.xhtml
Section2017.xhtml
Section2018.xhtml
Section2019.xhtml
Section2020.xhtml
Section2021.xhtml
Section2022.xhtml
Section2023.xhtml
Section2024.xhtml
Section2025.xhtml
Section2026.xhtml
Section2027.xhtml
Section2028.xhtml
Section2029.xhtml
Section2030.xhtml
Section2031.xhtml
Section2032.xhtml
Section2033.xhtml
Section2034.xhtml
Section2035.xhtml
Section2036.xhtml
Section2037.xhtml
Section2038.xhtml
Section2039.xhtml
Section2040.xhtml
Section2041.xhtml
Section2042.xhtml
Section2043.xhtml
Section2044.xhtml
Section2045.xhtml
Section2046.xhtml
Section2047.xhtml
Section2048.xhtml
Section2049.xhtml
Section2050.xhtml
Section2051.xhtml
Section2052.xhtml
Section2053.xhtml
Section2054.xhtml
Section2055.xhtml
Section2056.xhtml
Section2057.xhtml
Section2058.xhtml
Section2059.xhtml
Section2060.xhtml
Section2061.xhtml
Section2062.xhtml
TerceraParte.xhtml
Section3001.xhtml
Section3002.xhtml
Section3003.xhtml
Section3004.xhtml
Section3005.xhtml
Section3006.xhtml
Section3007.xhtml
Section3008.xhtml
Section3009.xhtml
Section3010.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml