6. ¿Qué hay que hacer

en la vida?

Los tres amigos se comieron para cenar las albóndigas de Esmirna que Nuri el cocinero les había preparado a la cazuela, se unieron a la conversación familiar y divirtieron a todo el mundo. Luego volvieron a subir al despacho y charlaron, pero no hablaron de lo que realmente querían. Refik pensaba que la verdadera conversación comenzaría después de que todos se hubieran acostado y ellos bajaran a la sala de estar desierta. Eso era lo que hacían antes. Después de que todos se hubieran acostado y de largas horas de póquer, bajaban, ponían el samovar y hablaban. En cierta ocasión, Muhittin lo comparó a lo que hacían los intelectuales rusos del siglo XIX, según había leído en un libro sobre la vida de Pushkin.

El ruidoso reloj de delante de la puerta empezó a dar campanadas. Ömer se desperezó y bostezó alargando la cabeza para ver el reloj en su muñeca alzada. Luego volvió al libro que estaba hojeando. Muhittin tamborileaba con los dedos en el brazo del sillón, se oían pasos en las escaleras. Un rato después no se oyó nada más que el tictac del reloj.

—¡Vamos, bajemos! —dijo Refik.

Bajaron tratando de no hacer ruido. Refik cruzó la puerta del descansillo y bajó a la cocina por las estrechas escaleras. Le alegró ver que Nuri había preparado el samovar. Cargó el bullente artefacto en una bandeja grande y subió a la sala de estar. Muhittin se había sentado en el sillón de Cevdet Bey.

Ömer paseaba por la habitación inspeccionando el mobiliario.

—¡En esta casa no cambia nada! —dijo saliendo con un cigarrillo en la mano del cuarto donde estaban el piano y los muebles taraceados de nácar.

Se animó al ver el samovar.

—Que no se te ocurra pensar que te estaba criticando.

Refik sonrió comprendiendo que el samovar había conseguido al instante que la conversación, que no acababa de calentarse, entrara en ebullición, tal y como él pretendía.

—Así que eso es lo que piensas. —Y, para meterle en ambiente, le preguntó a Muhittin—: Y tú, ¿qué piensas?

—Sabes que no me gusta demasiado esta casa —respondió Muhittin.

Refik comprendió que por fin todo había empezado a ir como quería.

—Sí, sé que no te gusta esta casa. —Y, simplemente por decir algo más, añadió—: Pero ¿qué te gusta a ti aparte de la poesía?

—Las mujeres, divertirme, la inteligencia…

Ömer se sentó ante a él.

—Y demostrar tu inteligencia. ¿Cuándo se publica tu libro?

—¡Siempre me preguntas lo mismo! Pronto… Estoy esperando.

—Bueno, ¿y qué más haces?

—Dedicarme a la ingeniería. La oficina me lleva mucho tiempo. Regreso a casa agotado. A veces salgo a Beyoğlu. ¡También tengo conocidos en las tabernas de Beşiktaş! En casa escribo poesía. ¡Con eso me basta!

—A ver si puedes encontrar algo que me baste a mí —dijo de repente Ömer.

—¡Muhittin, poeta e ingeniero! —exclamó Refik—. ¿Te acuerdas? En tiempos te comparabas con Dostoievski. Como él también era ingeniero…

—No, probablemente se comparaba con él porque también es un poco diabólico —dijo Ömer.

Muhittin se rió. Le gustaba que se hablara de él, que se discutieran sus peculiaridades.

—Además, Muhittin, en tiempos también decías que acabarías ciego —dijo Refik queriendo agradarle—. Y, por supuesto, lo más importante era que decías que te suicidarías si a los treinta años no habías conseguido ser un buen poeta.

—Sí, por aquel entonces decía lo primero que se me ocurría, pero créeme que es cierto lo que decía de ser poeta o suicidarme.

—Jo, jo, jo —se rió Ömer.

Muhittin le lanzó una mirada de «No estás obligado a creerme».

—Tú ríete —dijo seguro de sí mismo, como si estuviera tan comprometido con su decisión que no necesitara demostrarlo.

Refik estaba contento de que todo marchara como es debido. Sacaba vasos de los armarios, colocaba el azucarero en la bandeja, miraba si el té estaba listo, quería que no faltara nada.

—Trae también algo de beber —dijo Ömer.

—¡Pero si en casa no hay nada! Mi padre tiene sus licores de fresa. En las fiestas bebe un poco…

—Bueno, da igual. —Ömer se volvió a Muhittin—. ¿Tú bebes?

—De vez en cuando.

—Un día vino a verme —dijo Refik—. Fue en septiembre, ¿no? Y estaba bastante borracho.

—Hay que beber, hombre, hay que beber —dijo Ömer.

—¿Por qué?

—Hay que beber porque… —Se dirigió a Refik—: ¡Qué bien huele el té! —Y de nuevo a Muhittin—: ¡Porque es bueno!

—Ahora que cada cual se sirva su té —dijo Refik.

—¿Y por qué es bueno?

—Muy bien, te lo diré. —Ömer tenía una expresión en la cara de «Yo no tengo la culpa»—. Porque la bebida te lleva más allá de la vida cotidiana. Te ayuda a superar las cosas superficiales. —Se puso en pie, excitado—. ¡Uno puede entender lo horrible que es la vida vulgar y corriente!

—Pero ¿qué tienes, hombre? —dijo Muhittin—. ¡Siéntate!

—¡Ya te conté cómo estaba estas últimas fiestas! —dijo Refik.

—Tengo muchas cosas. He aprendido mucho en Europa. Ya no puedo ser un imbécil aquí. No puedo conformarme con poco. En Europa he aprendido… ¡He aprendido que solo tengo una vida y que luego me moriré!

—¿No lo sabías? —se rió Muhittin.

Ömer, que se dirigía a la mesa de comedor, se detuvo de repente.

—Es lo que he aprendido. He aprendido lo que quiere decir todo eso de lo que te ríes sin comprenderlo. En esta vida hay que hacer algo. Hay que llenarla. Hay que ir más allá… Hay que hacer algo. Y lo que has hecho debes comunicárselo a los demás… ¡No quiero una vida vulgar!

—Pero hace un momento eras tú el del «jo, jo, jo».

—¡Es verdad! Pero no me malinterpretes. ¿De verdad vale la pena lo de la poesía? Lo que pienso…

—¡Así que no vale la pena! —dijo Muhittin.

Ömer abrió el pequeño grifo del samovar sobre la mesa de comedor.

—¡No la vale! O, en mi opinión…

—Muy bien, ¡me gustaría saber lo que vas a hacer!

Muhittin volvía a tamborilear con los dedos en el brazo del sillón.

—¡Ir a Sivas y ganar dinero! —casi gritaba—. ¡Ganar dinero! ¡Y con ese dinero lo conseguiré todo! Todo… —Se detuvo, como si se hubiera asustado de sí mismo—. Me miras con sarcasmo. Me encuentras demasiado apasionado, ¿no? O bien… Sí, sí, soy muy apasionado. —Dejó la taza de té en una mesita a medio camino. Hizo unos gestos raros con los brazos, como si no pudiera expresar lo que tenía dentro sin mover las manos. Sonrió cuando se dio cuenta de lo que hacía—. Estos días ando nervioso porque me da miedo que me trague este ambiente familiar blando y aletargado que veo en Estambul. —Se volvió a Refik—: ¡No te ofendas! Pero, si me dejo llevar por algo parecido, entonces me habré puesto las pantuflas y habré comenzado una vida vulgar sin poder hacer lo que quería. —Mientras lo decía miró de reojo los pies de Refik y se calmó, probablemente al ver que llevaba zapatos—. Sin embargo, ¡quiero hacer tantas cosas…! Quiero una vida rica y plena. ¿Quién dijo eso? Tener una vida rica, después hacerme verdaderamente rico y poseerlo todo —murmuró como si repitiera apurado algo que se había aprendido de memoria—: Quiero tener mujeres, dinero, la admiración de todos…

Recordó la taza de té y la cogió. Se sentó donde estaba poco antes.

—Bueno, ¿y por qué desprecias la poesía?

—Porque la poesía es un afán silencioso. ¿Qué puedes romper o de qué puedes apoderarte con la poesía? Esperarás pacientemente… ¡Ja! Eso decían antes. El bienestar es el resultado de la paciencia. ¡Y yo aprendí a creérmelo! ¡No creas a los que pretenden enseñarte a ser paciente! ¡Yo solo creo en mí!

—Esas ideas no son nuevas… —dijo Muhittin.

—Sí, puede que tú las hayas leído en libros. Puede que yo no haya leído tanto como tú, pero es algo que sé. Si, como tú, lo hubiera leído en algún sitio, las llamaría «ideas» y seguiría adelante. Pero para mí no son eso. ¡Para mí son algo vivo! Para mí lo son todo.

—Sí, creo que te entiendo —dijo Muhittin de repente—. ¡Pero no lo veo bien! ¿Adónde te va a llevar ser tan ambicioso?

—No lo he pensado. Pero quiero concentrarme en lo que he dicho. —Súbitamente se volvió hacia Refik—: No entiendo por qué estamos tomando este té en lugar de unas copas.

—Sí, estás nervioso; te has vuelto más nervioso que yo —dijo Muhittin—. Pero esa ambición acabará por quemarte, por hundirte, ¡por paralizarte!

—¿Te traigo licor? —preguntó Refik.

—No, no, no me lo traigas. ¿Que me voy a hundir? ¿Eso dices?

Ömer se había puesto en pie y paseaba tranquilamente por la habitación.

—¡Sí! —contestó Muhittin. Pero al ver el cuerpo de Ömer paseándose entre el mobiliario rectificó—: No lo sé.

Era como si aquel cuerpo le dijera: «Mirad qué apuesto e inteligente soy. ¿Cómo se va a hundir alguien así?».

Se produjo un silencio. Muhittin se levantó y se sirvió una nueva taza de té. Ömer le preguntó a Refik por las librerías abiertas en los últimos años. Refik se puso a contar algo. Muhittin intervino en la conversación. Mencionó a un poeta llamado Cahit Sıktı. Lo conocía de las tabernas de Galatasaray y Beşiktaş. Dijo que era feo y tímido y que su estrella brillaba gracias a los elogios de Peyami Safa. También dijo que, como no le gustaban mucho las tabernas de Beyoğlu, no conocía a otros poetas jóvenes. Empezaron a hablar de Beyoğlu y de lo mucho que había cambiado la calle en los últimos cuatro años, pero se notaba por los gestos y por las palabras incapaces de ocultar nada que en realidad lo que les interesaba era el tema que estaban tratando poco antes. La conversación sobre Beyoğlu, sobre las tiendas y los cambios de Estambul duró un buen rato, pero no les dejó ninguna huella.

Cuando se produjo un nuevo silencio, Muhittin dijo mirando el humo de su cigarrillo:

—Así que eso es lo que piensas, ¿eh?

—Sí, creo que es lo que hay que hacer —respondió Ömer—. Hay que oponerse siempre a las cosas vulgares, a la vida vulgar. Pero no basta con eso. Hay que hacer ruido. Hay que apoderarse de todo… ¡Digo lo mismo que antes! —Aparentó disculparse por presentar ideas irrebatibles—. ¡Uno debe huir del atractivo de la vida cotidiana, de las pequeñas alegrías!

Se levantó a rellenar su taza de té del samovar como si con su cuerpo quisiera desafiarles de nuevo, apoyar sus argumentos.

—¡Eso son palabras mayores! —dijo Muhittin.

Ömer dejó la taza en la bandeja:

—¿Quieres que te diga algo? Pero no te asustes: yo… yo no quiero ser un turco piojoso.

—Vaya —dijo Muhittin.

Fue como si hubiera estallado un pistoletazo.

Muhittin miró primero a Refik y luego a Ömer.

—¿Te das cuenta de lo que estás diciendo, hombre?

Al parecer, el propio Ömer se había asustado de sus palabras. Jugueteaba con el grifo del samovar y con la taza, que no acababa de llenar. Se volvió a mirar a Muhittin. Con la mirada le decía: «¡Era broma!». Volvió a prestar atención a la taza de té:

—Algo así me dijo Atiye Hanım, la mujer de Sait Nedim Bey. Hicimos juntos el viaje de regreso. ¿Te lo había contado, Refik?

—¡Explícate! ¡Explica lo que querías decir! —gritó Muhittin.

—Muhittin, Muhittin, ¿no somos amigos? ¿Cuántos años llevamos siendo amigos?

—Muy bien, ¡pero no me esperaba que llegaras a tanto!

Ömer dejó la taza en la mesita. Se sentó junto a Muhittin. De nuevo le echó el brazo por el hombro como un hermano mayor, cariñoso y tolerante.

—¡Pero si no estoy diciendo nada, Muhittin! Estoy investigando cómo puedo llenar mi vida. —Luego le quitó de repente el brazo de los hombros y se volvió a Refik—. ¡Ay, en Turquía no existe la tolerancia! La tolerancia es muy importante. ¿Tú qué dices?

—¿Por qué va a ser superficial y simple eso que tu llamas vida cotidiana? —respondió notando que tenía que decir algo—. ¿Por qué debe uno evitar eso que desprecias llamándolo pequeñas alegrías? La vida cotidiana tiene algo modesto en su estilo, tiene su poesía. —Le avergonzaba oírse a sí mismo.

—Tú estás pensando en Perihan, ¿no? En Perihan. —Ömer se animó—. Tienes razón, Perihan es muy…

Refik enrojeció.

—No, no lo dije pensando en ella.

—Te comprendo. ¡No es fácil encontrar una mujer como Perihan! —le interrumpió Ömer.

—No, no estaba hablando de ella. ¡Estoy diciendo que se puede ser modesto!

De repente Muhittin soltó una carcajada.

—¿Modestia? Bueno, ¿y este salón? ¿Y este mobiliario? —Señalaba con la mano el salón entero, el cuarto del piano, el tresillo de taracea, los muebles. Lanzó otra carcajada—. ¿Cómo puede ser uno modesto entre todo esto? No te enfades, pero ¿cómo se puede ser modesto con todo esto y con tu bella esposa? Ja, ja. No te enfadas, ¿verdad? Si lo que quieres es modestia, puedes conseguirla en el ambiente en que yo vivo. Puedo procurártela. —Como pensaba que le había llegado el turno de explayarse, se puso en pie—. Pero la modestia no me gusta. Quiero demostrar lo inteligente que soy. ¡En eso Ömer y yo estamos de acuerdo! Pero en lo otro…

—Bueno, ¿y por qué no quieres ser un Rastignac como yo?

—¿Qué? ¿Qué? ¿Qué dices? ¡Rastignac! ¿Así que lees a Balzac? ¿Y te identificas con ese tipo?

—¡No, no se me ocurrió a mí! —Ömer parecía estar disculpándose—. También es algo que dijo Atiye Hanım, la mujer de Sait Bey.

—¡Vaya familia! —exclamó Muhittin, furioso—. ¡Te han enseñado muchas cosas!

—Amigos, ¿me entendéis? —Ömer se puso en pie, nervioso—. Lo que estoy diciendo es que hay que vivir la vida de forma plena, rica, apoderándonos de todo. ¿Me entendéis? ¡Somos amigos desde hace diez años! No me miréis así. Lo sé, puede que en todo esto haya algo de degenerado. Sí, pero sé lo que quiero. Tenemos solo una vida. Pensemos cómo vamos a vivirla. ¡Nadie lo piensa! —Miró a Muhittin—: Tú pretendes justificarlo todo siendo poeta. ¿Basta con eso? Paciencia y poesía… ¿Y en eso consiste todo? Vas a demostrar tu inteligencia… Esperarás. ¿Por qué? —Se volvió hacia Refik—: Tú estás a punto de dejarte llevar por esta cómoda casa y por la vida cotidiana. No digo nada. Tampoco te estoy diciendo que lo cambies. Pero ¿me entiendes? Porque a veces me dan miedo vuestras miradas.

—No tengas miedo, no nos tengas miedo, amigo mío —dijo Muhittin.

—¡Cuántos años llevamos siendo amigos! —Ömer echó a andar hacia Muhittin. Se detuvo delante de él—. ¡Ven que te dé un beso!

—¡Ni que estuvieras borracho! —dijo Muhittin, pero se puso en pie.

Parecía emocionado. Se abrazaron y se besaron entre risas.

Refik pensó que él también se había emocionado. Le apetecía unirse a ellos, a la broma, pero no fue capaz de levantarse de su asiento. Pensaba en lo que acababa de decir, en Perihan, en cómo sus amigos la veían, y se sentía avergonzado.

—¡Como hacíamos en la carrera! —gritó Ömer.

Refik también se puso en pie.

—¿Os acordáis? Un día en clase de resistencia de materiales… —Se volvió al ver que sus amigos miraban hacia la puerta—. ¡Ah, mi padre! —susurró.

Cevdet Bey también se había quedado sorprendido al verlos. Llevaba un pijama a rayas blancas y azules y una larga chaqueta de lana. Estaba en la puerta. Probablemente, al principio había querido esconderse pero luego había comprendido que no podría hacerlo. Le alegraba haber encontrado diversión a esas horas de la noche. Avanzaba con pasos lentos y memorizados hacia su sillón.

—Buenas noches, jovencitos, no podía dormir, buenas noches.

—¿Hacíamos demasiado ruido, señor? —preguntó Ömer.

—¡No, no, es la edad! Y tengo raro el estómago. Me parece que he cenado demasiado. —Y añadió avergonzado—: Bonito pijama, ¿verdad?

—Sí, muy bonito —contestó Muhittin con una expresión sarcástica en el rostro.

—¿De qué hablabais? —preguntó Cevdet Bey colocando cuidadosamente su cuerpo en su querido sillón—. ¿De qué hablabais? Decídmelo, vamos.

—Hablábamos de lo que hay que hacer en la vida —respondió Ömer.

—Mira tú. ¿Y qué hay que hacer?

—Todavía no lo habíamos decidido.

—Pues no hay nada más fácil. En la vida hay que trabajar, amar, comer, beber, ¡reír!

—Pero ¿cuál debe ser su objetivo? Eso era lo que discutíamos.

Cevdet Bey se llevó la mano a la oreja.

—¿El objetivo, decíais?

—O sea, que cuál debería ser el propósito fundamental, eso dicen, papá —dijo Refik.

—Lo dicen ellos pero ¿tú? —contestó Cevdet Bey con aire pícaro—. Tú no te metas mucho en eso. Te has casado. Ahora tus objetivos están claros. Tu casa y tu trabajo… Bueno, ¿y de qué más hablabais, vamos a ver?

—Yo también estaba hablando de Sait Nedim Bey —recordó de pronto Ömer—. Creo que usted conocía a Nedim Bajá, su padre. Incluso parece que su boda se celebró en la mansión de Nedim Bajá…

—Sí, sí —respondió Cevdet Bey—. Fue en su mansión. —Parecía algo inquieto—. Refik, tráeme un poco de fruta de abajo, si no te importa. ¡Pélame una naranja y tráemela!

—Me encontré con Sait Nedim Bey en el tren.

—Deja eso. ¿Has encontrado trabajo? Cuéntame, vamos. Encuentra empleo pronto. Y a una chica. Gracias a Dios, tienes buena planta y estudios. Sí, un buen trabajo y una buena chica. Ahí tenéis la respuesta a vuestra pregunta. Eso es lo importante en la vida.

Refik bajó las escaleras en dirección a la cocina.

Cevdet Bey e hijos
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
PrimeraParte.xhtml
Section1001.xhtml
Section1002.xhtml
Section1003.xhtml
Section1004.xhtml
Section1005.xhtml
Section1006.xhtml
Section1007.xhtml
Section1008.xhtml
Section1009.xhtml
Section1010.xhtml
Section1011.xhtml
Section1012.xhtml
SegundaParte.xhtml
Section2001.xhtml
Section2002.xhtml
Section2003.xhtml
Section2004.xhtml
Section2005.xhtml
Section2006.xhtml
Section2007.xhtml
Section2008.xhtml
Section2009.xhtml
Section2010.xhtml
Section2011.xhtml
Section2012.xhtml
Section2013.xhtml
Section2014.xhtml
Section2015.xhtml
Section2016.xhtml
Section2017.xhtml
Section2018.xhtml
Section2019.xhtml
Section2020.xhtml
Section2021.xhtml
Section2022.xhtml
Section2023.xhtml
Section2024.xhtml
Section2025.xhtml
Section2026.xhtml
Section2027.xhtml
Section2028.xhtml
Section2029.xhtml
Section2030.xhtml
Section2031.xhtml
Section2032.xhtml
Section2033.xhtml
Section2034.xhtml
Section2035.xhtml
Section2036.xhtml
Section2037.xhtml
Section2038.xhtml
Section2039.xhtml
Section2040.xhtml
Section2041.xhtml
Section2042.xhtml
Section2043.xhtml
Section2044.xhtml
Section2045.xhtml
Section2046.xhtml
Section2047.xhtml
Section2048.xhtml
Section2049.xhtml
Section2050.xhtml
Section2051.xhtml
Section2052.xhtml
Section2053.xhtml
Section2054.xhtml
Section2055.xhtml
Section2056.xhtml
Section2057.xhtml
Section2058.xhtml
Section2059.xhtml
Section2060.xhtml
Section2061.xhtml
Section2062.xhtml
TerceraParte.xhtml
Section3001.xhtml
Section3002.xhtml
Section3003.xhtml
Section3004.xhtml
Section3005.xhtml
Section3006.xhtml
Section3007.xhtml
Section3008.xhtml
Section3009.xhtml
Section3010.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml