Capítulo treinta
Antes del amanecer
Entré a la habitación; hallé a Eva y Carim sentadas en sus camas.
—¿Aún te deben algunos favores? —pregunté sin más, mirando a Carim.
—¿Irás por él? —respondió.
—¿Los tienes?
—Creo que sí —dijo Carim inquieta.
—Bien, porque necesito saber solo una cosa.
—¿Hero sabe de esto? —la mirada que le eché lo dijo todo—. Y supongo que Nicolás tampoco lo sabe ¿verdad? —Negué en silencio.
—Bien, ¿qué necesitas?
—Una premonición —dije y sonreí.
—Estás loca, ¿lo sabes? —Eva refunfuñó mientras se bajaba de la cama.
—Lo sé.
—¿Cómo lo harás?
—Como lo hacíamos antes —respondí sin más.
Dos horas más tarde Carim había logrado algo, tenía la premonición de una pitonisa a la cual no sabía bien en qué le había ganado, pero no importaba. Mis pies estaban en la acera quince minutos después que eso. Corrí hasta una moto que Eva había conseguido, monté en ella y arranqué. Necesitaba llegar. Miré el cielo, no estaba totalmente encapotado aún, pero la noche era tan cerrada como la boca de un lobo. Mi teléfono sonó y apreté el control inalámbrico para atender la llamada.
—¿Qué más saben?
—Que es una idiotez y lo sabes. —¡Oh, maldición, Hero!
—Prometo que no haré nada peligroso —dije en mi defensa, aunque no ayudó mucho.
—Lo estás haciendo —gruñó.
—No le digas nada a Nicolás, por favor —le pedí y se quedó en silencio por unos instantes.
—Te advierto Sal, no le diré nada, pero tampoco te cubriré si llega a enterarse y, por cierto, el tiempo de soledad se ha acortado, te quiero de vuelta en unas horas y en mi cama… —Iba a protestar pero callé—. Y te quiero sumisa, te prometo que disfrutaré eso. —Colgó, sin dejarme contestar.
Mejor que me apurara… Aceleré la moto y me dirigí hacia las afueras de la ciudad. La pitonisa había dicho que estaba por un camino ubicado en una zona boscosa. Me habían dado esa mínima indicación para buscarlo y hacia ahí me dirigía. No podía pararme a pensar. Sabía que Carim y Eva no se quedarían adentro, así que corría con poco tiempo, me habían dado ventaja pero no se arriesgarían a que me lastimaran de nuevo; la primera vez que me atacaron fue cuando conocí a Hero y a Phill. ¿Irónico no? Dejé la moto en un camino alejado e hice el resto a pie, corriendo hacia el sector que me habían señalado. Vi la casa entre los árboles a lo lejos, y sin pensar fui hacia allá. Intenté oír qué sucedía en el interior, pero no escuché nada. Era una casa vieja, de algún cazador. Parecía vacía y destartalada. Me aventuré hacia la puerta, atenta a cualquier cosa que pudiera venir a atacarme, y la abrí. Entré en silencio y mis ojos se adaptaron a la poca iluminación.
—¡Hijos de puta! —grité cuando vi una pluma en el suelo.
Ángeles.
Los ángeles lo habían atacado nuevamente. Malditos sean. No había nada allí, solo suciedad y musgo. Recorrí la sala en busca de algo, pero tan solo podía percibir un débil aroma a Phill. Me alegré un poco al no ver sangre, eso quería decir que estaba vivo, casi podía sentirlo adentro de mi pecho. Lo sentía en mi ser, estaba vivo y no dejaría de buscarlo. No sabía por qué se lo habían llevado, peor no me rendiría tan fácilmente, no mientras tuviera la certeza de que vivía. No mientras supiera que su corazón latía. Había estado allí. Pero cómo, ¿cómo había averiguado que vendría? La psíquica había dicho que se lo llevarían después de la lluvia. Vi algo que llamó mi atención en una esquina, había un mechón de pelo rubio como el sol; olisqueé el cabello y comprobé de quién era. Mikela. Aquella bruja bastarda nos había engañado. ¿Pero cómo había logrado convencer a los ángeles? Eso no lo sabía, lo único que tenía en mente era su sangre en el piso y su cuerpo deshecho. La mataría en cuanto la viera, eso si Nicolás no la encontraba primero. Ella había predicho mi venida. Maldita. Había subestimado su poder. Enojada aún más salí con el corazón en un puño; no podía ser cierto. Phill no había hecho nada. ¿Por qué se lo habían llevado? ¿Qué trato había logrado Mikela? ¿Con quién? Pateé una piedra y levanté la vista hacia el bosque, entonces noté unos ojos brillantes en la oscuridad. Todos mis músculos se tensaron cuando aquello dio un leve gruñido. Era enorme. Los vampiros que habían escapado estaban muertos, al igual que los licántropos, pero habían llevado dos quimeras con ellos; Nicolás había matado a una en la calle y allí frente a mí, con casi dos metros de altura parecía estar la otra, ¿o no? Caminó unos pasos hacia mí mientras yo me arrastraba contra el muro buscando el lugar abierto por el que había venido. Cuando salió de la sombras corroboré que no era una quimera, no, aún peor, ¡un majed! Los majed fueron extinguidos tiempo atrás, sus cuerpos no habían aceptado el cambio dejándolos en medio del ello, mitad humanos, mitad bestias, sin piedad ni sentido del dolor ni la culpa; eran animales, o al menos la mitad de ellos y, para mi mala suerte, este tenía su mitad superior de bestia con una boca enorme y dientes como cuchillas. Me estudió midiendo mis movimientos hasta que llegué al borde de la cabaña y corrí. Sí, corrí. ¿Qué valiente, no? No había forma de enfrentarme a él sola, por lo tanto correr era la mejor salida. Era lo único que podía hacer hasta que llegaran mis hermanas. Mientras corría por el bosque, con sus pasos resonando detrás de mí, no dejaba de maldecirme. Sabía que no debí haber intentado llegar caminando a aquel lugar.
Odiaba las predicciones a medias. ¡Malditas mentalistas! Si tan solo hubieran dicho las cosas sin acertijos estaría mejor. Debía encontrarlo. Él tenía que estar ahí, no podía estar lejos. Si tan solo hubiera escuchado.
Corría por el suelo resbaladizo, mientras intentaba saltar y esquivar las raíces que se levantaban de la tierra, el bosque era demasiado tupido para la bestia que me perseguía, y eso me daba una pequeña ventaja sobre él, solo una muy, muy pequeña ventaja. Percibía su aliento apestoso sobre mi nuca. Brinqué contra un árbol que se recostaba un poco sobre el camino, mis pies golpearon el tronco podrido de un enorme arce derribándolo a mi paso, aquello debía darme unos metros más, salté una roca raspando mis manos al impulsarme y caí con un golpe seco del otro lado; mis piernas se tensaron y volví a correr sintiendo su respiración agitada, estaba solo a unos metros…, más cerca de lo que creía, y casi podía sentirlo sobre mí, su olor fétido golpeándome como un puñetazo en mi sensible nariz, sus garras mugrosas a punto de tomarme para siempre. Debía salir de esta, tenía que hacerlo. Estaba por desviarme hacia la izquierda intentando buscar un sitio abierto donde intentaría pelear y enfrentarle, cuando los faros de un coche alumbraron a lo lejos la carretera. Las chicas estaban allí. ¡Mis hermanas habían llegado! Saltando unos arbustos corrí en dirección a la ruta, esquivé unas ramas mientras intentaba no resbalar y oía el golpeteo de las patas de aquel maldito persiguiéndome. El coche se detuvo con un chillido sobre el asfalto. Apreté los dientes y me apuré a salir de la maleza.
—¡Llegan tarde! —grité sin frenar la carrera, mi pecho quemaba por el esfuerzo y la agitación.
Carim salió desde atrás del coche que estaba ahora atravesado en la carretera poco transitada de Alaska. En su mano llevaba una ballesta y por suerte apuntaba detrás de mí, ya que ella nunca erraba a su presa. Eva salió del coche también, la gran Mágnum 44 al viejo estilo de Harry «el sucio» osciló en su mano antes de que el tiro saliera y pasara silbando cerca de mi cabeza.
«Eso» gruñó a mis espaldas y frené de golpe cuando choqué contra el auto. Mi pecho bajaba y subía de modo violento, cerré los ojos intentando calmarme, aquello sí había sido una gran carrera. No me volví hasta que escuché otro disparo de la Mágnum plateada y un aullido de dolor cortando el silencio sepulcral de la noche.
—¿Dónde está? —La voz de Eva sonaba inquieta, y cuando levanté los ojos hacia ella observándola entre mi cabello revuelto su rostro lucía peor. Estaba furiosa. Me había dicho que esto era una estupidez, Hero había opinado lo mismo, aunque no me esperaba otra cosa de él, y por lo visto ninguno de los dos se había equivocado.
—No está… —siseé luchando por encontrar mi voz en mi garganta seca, me agaché junto al guardabarros y tomé una gran bocanada de aire.
—¿Cómo que no está Sal? Dijiste que estaría aquí. —Me levanté molesta ante el tono de Carim.
—Lo sé, sé lo que dije, pero no está, simplemente no estaba allí y no hay rastros… —el semblante de mi hermana se suavizo un poco, su expresión mostraba más calma, percibí una oleada de tranquilidad por el vínculo, parecía entenderlo. Intuí que mis ojos se veían tan tristes como ella se mostraba ahora.
—Vamos, larguémonos de aquí —dijo y palmeó mi hombro. Eva farfulló algo y se metió dentro.
—Nicolás se estará preguntando dónde estamos, y no creo que Hero ayude con eso —murmuró Eva. Estaba en lo cierto, Nicolás sabría que no estábamos cerca y estaba segura de que Hero no haría nada para calmar su ira.
—Pronto lloverá —susurró Carim. Levanté mis ojos al cielo, aún sin separarme del coche. No había nubes, pero pronto se instalarían allí. Me había prometido llegar antes de que se lo llevaran, antes de la lluvia, y había fallado.
—Vamos Sal, lo buscaremos por la noche, pronto amanecerá y muchos verán esto —me giré escudriñando donde debía estar el cuerpo. Allí, en un charco de sangre, se hallaba el majed. Maldita bestia mitad humano, mitad animal. Una abominación de la naturaleza, como yo, como mis hermanas, como el mundo en el que vivíamos. Iba a encontrarlo… se lo debía.