Capítulo uno

Órdenes, son órdenes

Estábamos en el bar, en la calle 86 de lo que alguna vez fue denominado área censal de Bethel. Nosotros simplemente lo llamábamos Bet, un área 117 865 km2 que en un tiempo fue uno de los sitios más poblados de Alaska. Este bar era mi lugar preferido en todo Bet. Había nacido en Irlanda hace mucho, mucho tiempo atrás y, debido a las catástrofes, al paso de los siglos, había pocos que recordaran cómo lucían los bares irlandeses de antaño. Aquí, la música, la atmósfera, todo, se parecía tanto que siempre lograba sacarme un poco de nostalgia, y transportarme a mi mundo, o al menos el que había conocido.

Las paredes del bar estaban recubiertas con madera oscura hasta la mitad, el resto pintado de color verde oscuro, bastante feo; había tréboles dibujados a mano y cuadros con fotos, recordaban las viejas tierras de donde era su origen. Inmensos prados verdes, castillos alzándose al borde de las colinas, le daban un aire de nostalgia, pues reflejaban aquello que alguna vez fue el mundo. Las luces tenues hacían la atmósfera más privada y tenebrosa; la barra estaba ubicada a la izquierda, era una gruesa madera lustrada en la cual uno podía ver su reflejo, o el de las botellas que decoraban la pared de atrás, rodeada por banquetas de mullidos almohadones color verde, a tono con las paredes. A la derecha había pequeñas mesas redondas, y al fondo en un sitio más íntimo estaban las mesas de pool.

Allí nos reunimos ese día, para una partida de pool, como un intento de quitarnos de la cabeza la última misión. En poco tiempo más debíamos reportarnos al trabajo nuevamente, así que algo de distracción no venía mal. Mis dos hermanas estaban conmigo. Nos llamábamos de ese modo, aunque no compartíamos vínculo alguno, ni siquiera pertenecíamos a la misma raza; nos habían convertido en agentes para el Comité de los Oscuros cuando la Ley de No Restricción salió a la luz.

Frente a mí, estaba Carim, hermosa, con su cabello sedoso color miel o rubio, según la luz, pómulos prominentes que enmarcaban unos labios carnosos pero delicados; sus ojos solían cambiar de color, nadie entendía por qué. Algunos decían que eran sus genes; algún humano que mezcló su sangre con la nuestra. Era esbelta y su fino andar hacía que se volvieran para mirarla; podía lograr que toda una sala de tipos corriera tras ella. Aun cuando peleaba con algún que otro ser, este la observaba sin comprender cómo alguien tan angelical podía causar tanto daño. Se había unido a la S.A. y a nosotras hace más de diez años, y era la más joven en la agencia. Por cierto era un hermoso jaguar, con pequeñas manchas moteadas en su pelaje amarillo, cuando cambiaba. Como gata que es, su gusto es salir y jugar con los humanos, y acostarse con muchos de ellos. Hubo un tiempo en que solíamos competir por eso y nos llevó a muchos problemas, así que emborracharnos juntas pasó a ser uno de nuestros pasatiempos preferidos cuando no estábamos de servicio para la S.A.

A mi lado Eva, la mayor de las tres, alta como una modelo, dura y atrevida, lucía un cabello color caoba con tintes rojizos, que combinaban perfecto con sus ojos color chocolate, de mirada penetrante. Su piel posee siempre un suave dorado, que es causa de envidia para cualquier mujer humana. Eva podía luchar con cualquiera y, lo mejor, amaba hacerlo. Por su apariencia la mayoría de los tipos pensaban en ella como si fuera inofensiva, aunque nunca lo era; era una hermosa licántropa de pelaje oscuro como la noche, en la punta de su cola tenía un lunar blanco que la distinguía del resto. La palabra «aguerrida» era la que mejor la definía.

En cuanto a mí… tengo el cabello dorado como el sol, el más claro de las tres, y soy la envidia de los grandes promotores de tinturas. No soy tan alta como Eva, pero no mucho más pequeña, todo arreglado si me pongo tacones. Mi cuerpo es pequeño, pero soy fuerte y por sobre todo soy rápida, muy rápida. Mis ojos, son de un tono verdoso; nunca logran descifrar cuál es su color exacto, y eso me encanta. Mi piel es pálida y, aunque intenté con todo lo que hay en el mercado, está dicho que el blanco leche es la última moda para mí desde que… bueno, no importa. No tengo medidas muy generosas, digamos que soy normalita, con curvas, pero no despampanante, aunque hubiera preferido unas tetas más grandes. Hace más de cien años que trabajo para ellos, para la S.A.; primero, merodeaba desde las sombras para que los vampiros, mi raza, no se metieran en problemas y controlaba las revueltas; ahora actúo como agente, aunque la mayoría nos llama simplemente «asesinas» de la agencia, o sociedad, como gustes decirle. Había una banda tocando esta noche, su música era una excéntrica mezcla entre el country y la música irlandesa. Me gustaba, no eran del todo buenos en ello, pero algo era algo. Bailoteaba junto a la mesa mientras seguía la letra de la canción cuando Eva gruñó.

—Cállate Sal… y da tu maldito tiro. —Le sonreí. Vi a Eva, estaba a punto de saltarme encima; podía notar a su lobo rasgando el velo que la separaba de su apariencia humana. Demonios, esta chica no tenía humor. Sus ojos mostraban el tenue color amarillento del lobo que habitaba en ella; no le gustaba perder y lo sabía. Corrí mi cabello con calma, la miré y batí mis pestañas en un movimiento teatral; me devolvió una mueca de fastidio y me enseñó los dientes. Seguí tarareando mi cancioncita, tan solo para fastidiarla aún más, no sabía cómo Eva podía tener tan poca paciencia. Recorrí la mesa hasta que encontré el sitio de donde haría mi tiro a la bola seis. El pool nos sentaba bien, con los sentidos agudizados podía durar menos de cinco minutos cuando estábamos atentas, hoy estaba más que relajada y venía perdiendo.

—¡Oye…! —me dijo Carim golpeando mi hombro cuando estaba a punto de dar mi golpe a la bola seis. El tiro terminó desviándose sin llegar a nada, corrió por el borde y pasó junto a la tronera central para morir junto a las demás bolas, cerca del pie de la mesa.

—¡Maldita sea!

—¡Ja! Tenía que ser, eres malísima ¿sabes? —Eva se movió el cabello con la mano y sonrió victoriosa; le gruñí en respuesta mientras la fusilaba con la mirada y lentamente volví mi atención a Carim.

—¡Lo hiciste a propósito! —reclamé, pero no respondió. Le eché un vistazo a su cara; esa sonrisa de «tendremos problemas hoy» estaba en ella, y sus ojos fijos en culo de algún tipo—. Sabes que no puedes —le corté; adivinaba sus pensamientos, que se filtraban hacia mi cabeza; ella estrechó sus ojos y chasqueó la lengua, sin mirarme.

—Solo por una noche no me hará nada —dijo sin más. Me volví y di una ojeada a los tipos ubicados en la esquina que había llamado su atención; estaban en una mesa del fondo, el foco apenas alumbraba sus rostros. Seguí la mirada de Carim, ella había conectado con el que tenía el taco en la mano y de una forma lasciva frotaba la tiza sobre la punta. ¿Era lindo? Sí. ¿Lucía peligroso? No. ¿Podría estar con el hoy? Sí, pero no más; era humano.

—Sabes que no puedes —volví a repetir y me giré para ver el próximo movimiento de Eva— tenemos trabajo hoy. —En cuanto lo dije sentí la molestia que se filtraba por el lazo, pero ella no respondió con rapidez. Un perfume a sexo revoloteaba a su alrededor; me sentí empalagada por el aroma dulzón y los pensamientos libidinosos que burbujeaban en su mente.

—Sabe que no puede y no debe, no sé para qué les tienta —levanté la vista hacia Eva y sonreí.

—Porque es divertido —respondí tan solo para molestarla, aunque realmente lo era.

—No lo es, es un saco de huesos y nada más… míralo, parece un animal en celo. ¿Qué hará luego? Quitarse la camisa y golpearse el pecho —sonreí de lado, viendo cómo la bola a la que Eva le había pegado, corría hacia la punta metiéndose en el saco y arrastrando otras dos con ella, quedó tan solo una sobre el tapete verde.

—Pagaría por ver eso —me susurró Carim, y sonreí.

—¿Por ver a un tipo en pelotas? ¿Estás loca? —murmuró Eva entre dientes.

—No a cualquier tipo Eva, pero sí ese, quiere quitarse los pantalones y mostrarme su amiguito, no dudaré en decirle… ¡HELLOOOO!

La cara de Eva se descompuso, sacudió la cabeza y volvió a su tiro. La estudié un momento hasta que le solté lo que pensaba, sin dejar que se filtrara en el lazo para que no pudiera anticiparlo.

—¿Hace cuánto que tú no…? —levanté mis cejas de forma intencional para que me comprendiera mejor y hacerla enojar, aunque sabía que ella podía entender mentalmente hacia dónde me dirigía. Sus mejillas se colorearon y sus labios casi formaron una línea pero, antes de que pudiera responder, mi teléfono vibró e instintivamente bajé mi mano hacia la cintura para tomarlo. Era una llamada de la S.A. El teléfono de Eva hizo lo mismo, y Carim protestó tomando el suyo de su cartera.

—Sabes, esto es irritante —se quejó y volvió su atención a la mesa.

—¡Mierda! —murmuré desganada, debíamos acudir antes. Estaba bien por mí, el juego había terminado, y estaba perdiendo.

—Me debes dinero —me soltó Eva cuando acomodé mi taco en un rincón. Me volví hacia ella y, en tanto arreglaba el dobladillo de mi pantalón de jean, le dije sin más:

—Será la próxima.

Pasamos por la barra y saludamos a Tron, un licántropo de unos cuarenta soles o algo así. Nadie entendía bien su raza, tan solo era un «no te metas conmigo y te dejaré vivir». Él se llevaba bien con nosotras; la mayor parte del tiempo odiaba a los vampiros que acudían al bar, excepto a mí, claro está. Aunque no los echaba a patadas no parecía soportarlos de buena gana. Cada vez que pisábamos Irlanda, ¡puff!, ellos simplemente parecían esfumarse como si tuviéramos un mal olor o algo por el estilo. Fui hacia mi coche, estacionado en la puerta. Subí. Carim se sentó a mi lado, mientras Eva iba por el suyo unos metros más atrás. El motor arrancó casi en el mismo momento en que Carim bufó.

—Malditas ninfas… ¡Demonios, era lindo! —Se quejó e hizo un mohín—. ¿Cuánto hace que no estás con un macho? —me preguntó mientras ponía el codo en el borde de la puerta y apoyaba su cabeza contra la palma de la mano. La miré de reojo.

—¿Te refieres a él y yo desnudos, o a la cercanía de un macho en la cola de la cafetería? —Carim rio con su burbujeante chispa de siempre; la gata era excelente, siempre quería jugar, y eso la hacía mi aliada.

—No, desnudos… —me confirmó.

—Dos días —sentencié y no pude dejar de reír mientras su expresión se transformaba.

—¿Dos días? —gritó. Había perdido la pose tranquila para enfrentarme—. ¿Con quién? ¿Cómo? Quiero escucharlo todo.

—Bien —respondí cuando mi risa se calmó— con Michael…

—¿El gato? —preguntó con una nota de asco. Michael era un Asesino como nosotras, nunca se había llevado bien con las chicas, era rudo y vulgar, pero me gustaba, lograba calmarme cuando la soledad se volvía muy pesada. Tampoco es que tuviéramos planes de casarnos o cosas así.

—Sí, el gato, y como ya te lo imaginas…

—¡No es justo! —volvió a bufar y adoptó una pose dramática, con los brazos cruzados sobre el pecho, e hizo que el asiento de cuero crujiera. Eva se nos adelantó, haciéndonos saber que estaba enojada.

—¿Está furiosa por lo del dinero? —le pregunté en voz alta, sin saber cuánto había molestado a Eva esa noche.

—Eso, o porque no tiene sexo hace mucho tiempo, aún más que yo. —Volví a reír; mi estómago ardía, pero concentré mis ojos en la ruta. Teníamos veinte minutos para llegar a las oficinas de la Asociación, en las afueras de la ciudad. Allí residía nuestro jefe. Tan solo podía preguntarme: ¿Qué había pasado hoy?

Algo iba mal, si no, nunca hubiera adelantado la cita. Algo en mi mente intentaba decirme que se trataba de ese vampiro al que estuve investigando. Si él era el causante de otra muerte, Ben tendría mis ovarios en su mano, o mi cabeza, cualquiera de los dos era mala idea. ¡Mierda! Apreté las mandíbulas para contener mis nervios; debía averiguar qué había ocurrido, últimamente los ataques se había vuelto más comunes. Años atrás alguien me habló sobre una película del año 2010; contaba cómo sería el mundo si los vampiros se quedaran sin provisión de sangre. En ese momento lo tomé a broma, pero ahora… Apreté el acelerador con fuerza, pronto tendría respuestas.