Capítulo siete

Escapar, no es siempre estar a salvo

—¡Convénceme de que no es una traidora! —No necesité deducir de quién hablaban. ¡Era yo! Ben estaba furioso, sus gritos podían escucharse desde todo el bunker, incluso deberían escucharse desde el otro lado de la ciudad. Me desparramé en el asiento de cuero ubicado al final de la sala. Estaba agotada, mis músculos pedían descanso; suspiré de forma audible. No podía creer que esto estuviera pasando. Puse el codo en el apoya brazo y dejé que mi cabeza descansara allí. Sentía la inquietud de mis hermanas por el vínculo, era una vibración constante, atravesándome y mezclándose con la mía. En momentos así me alteraba tener aquel don. Ya tenía mi propia preocupación como para sumarle las de ellas; suena feo, pero esto nos afectaba a todas, y sus miedos, mezclándose con los míos, eran como la preparación de una bomba. Estábamos en una sala impoluta, no había nada que me hiciera sentir cómoda allí, todo estaba diseñado para mantener incómodos a los visitantes. Me moví de lado, acomodé los antebrazos sobre mis piernas y dejé caer la cabeza, como si alguna de esas posiciones fuera a calmar el raudal de pensamientos que corrían por mi mente. No quería ver nada más por hoy; una y otra vez aquella nota llegaba a mí, como puñaladas. Mierda. Estoy en problemas, grandes problemas. ¿Podía aquel vampiro conocer el hecho de que las pastillas no funcionaban?

—¿Cómo sabes que ella no lo mató y lo dejó allí? Estaba cubierta de sangre. ¡Tenía sangre hasta el cuello!

Apreté los dientes, deseaba levantarme, recorrer la distancia que me separaba de la oficina y atravesar la pared con mi puño. ¿Acaso no sabían que podíamos oírlos? Tal vez no les importaba.

—¿Piensas que no lo sé?, pero te diré una cosa Ben, la próxima vez que la acuses de traición, recuerda que no será la cabeza de ella la que rodará, no tienes pruebas de lo que dices, por lo tanto cierra la maldita boca —la voz de Nicolás se hizo audible por primera vez. Las tres levantamos la vista para mirarnos. Nunca antes lo habíamos oído gritar—. Tal vez si me hubieras dicho que el vampiro iba tras el nefilim, ella no hubiera pasado por eso, ¿no crees?

—No me provoques, Nicolás… —gritó Ben en respuesta.

—¡La enviaste como señuelo! —un golpe seco cortó los gritos. Mi garganta se sintió apretada de pronto, me costaba tragar. Clavé la mirada en la pared que amortiguaba las palabras, como si aquello pudiera darme una idea de lo que ocurría dentro—. No eres más que yo, Ben, y ellas están a mi cargo. Sabes lo que ella vale, lo tienes bastante claro como para entender que no podemos perderla.

¡Vaya! Eso es nuevo, pensé. Nicolás continuaba.

—… Entiéndelo bien, no quieras pasar por encima de mí, porque ni Vatur te salvará de lo que venga. —El golpe de una puerta cerró la discusión. Un segundo después Nick estaba frente a nosotras.

Me reincorporé rápidamente y lo miré en silencio. No sabía qué decir. Su rostro estaba tenso y noté un tic en su mandíbula. No había rastro de aquella imagen de chico surfista que lucía siempre. Ahora sus ojos eran oscuros, los labios apretados formando solo una línea, su frente tenía pequeñas líneas que mostraban su preocupación. Estaba tenso como una cuerda, sus hombros rígidos y las manos apenas eran puños. Nos observó a todas antes de hablar, y sus gestos se suavizaron un poco.

—Salgamos de aquí… —dijo.

Nos levantamos en silencio y caminamos tras él sin decir ni pensar nada. No era el momento. Apenas salimos me sentí estúpida por no haber llevado mi coche. Las chicas sintieron lo mismo cuando vieron la camioneta sin vidrios en la cual nos trasladarían. El sol había comenzado a subir perezoso por el firmamento, entonces volví a mirar la Van y agradecí que al menos las ventanas laterales y traseras estuviesen selladas con placas metálicas para que no sufriera ningún daño por la llegada del día.

—¿Estamos prisioneras? —preguntó Eva. Nick no respondió a la pregunta; ella siguió en silencio mientras él abría las puertas de la camioneta para nosotras. Subimos y nos acomodamos en las butacas; esperábamos verlo entrar, pero no lo hizo.

—¡Espera! —lo atajé deteniendo la puerta—. ¿No vienes?

—Tengo algo que hacer… —Quité mi mano del borde un segundo antes de que él cerrara la puerta, con tanta fuerza que me podría haber cortado varias falanges. El conductor arrancó y volvimos a mirarnos sin entender. ¿Qué ocurría? Nuestros pensamientos iban desde el dolor y el malhumor, hasta la desagradable sensación de haberlo defraudado. Eran caóticos, y yo tan solo podía pensar en que debía arreglarlo. Pronto, o algo muy malo podía ocurrir. Una puntada en mi sien me advirtió que venía. Dolor. No sabía por qué, pero necesitaba mitigarlo, si tan solo tuviera un cuchillo, tal vez un pequeño corte ayudara. Me froté la cara con fuerza intentando dispersarlo, sin logro alguno. Eva apoyó una mano en mi brazo para llamar mi atención.

—¿Qué paso Sal?

—No lo sé, fui tras la pista con Nicolás, me fastidió y quise ir sola; lo seguí, luché con él, pero escapó y luego supe que aquel al que atacó no era humano.

—Maldito nefilim…

Entramos a un estacionamiento después de viajar durante quince minutos; unas increíbles puertas de metal se cerraban detrás de nosotros. La conversación se detuvo y nos dedicamos a mirar a través del parabrisas tintado, intentando averiguar. ¿Qué era ese lugar? No lo conocíamos. El conductor bajó para abrirnos la puerta y nos apeamos en una zona cubierta por una hermosa pérgola; más adelante se abría un sendero adornado por plantas que casi no permitían el paso del sol. Bajamos con calma, mientras nuestros ojos se acostumbraban. Un gran parque se abría ante nosotras para mostrarnos a lo lejos una mansión de estilo victoriano. Tal vez Vatur fuera más piadosa de lo que decían. ¡Aquello era un lujo!

Una gran casa se alzaba al final del sendero. Podía adivinar, por sus armoniosas formas, algún rasgo bizantino. Sus molduras eran exquisitas, las paredes estaban pintadas de un color tostado, grandes ventanas se alzaban en ambas plantas. Me quedé absorta un momento, hasta que alguien se aclaró lo voz. Era un hombre enjuto, calvo, lo más parecido a un mayordomo inglés, quien se apareció frente a nosotras. Él juntó sus zapatos y entrelazó las manos detrás de su espalda, mientras golpeaba los talones al mejor estilo Mary Poppins. Lucía gracioso, sus ojos eran vivaces, y la ropa parecía ser dos tallas más de la suya.

—Señoras, buen día. —En nuestro interior, todas gruñimos. ¿Señoras? Eso sí era tener poco tacto—. Ahora, si gustan seguirme, las guiaré dentro. Le sugiero a la señora Salomé que camine por el trayecto cubierto por la pérgola, para que el sol no la afecte. —Hice una mueca ante la combinación de «señora» y mi nombre completo en una misma frase, pero el hombre ya había girado sobre sus talones e iniciaba la marcha hacia la casa; nos miramos una vez más y asentimos, sintiéndonos incómodas de golpe.

—¿Dónde estamos? —preguntó Eva mirando de reojo por sobre su hombro.

—No lo sé, pero juro que nunca había visto este sitio.

—Nicolás no nos enviaría a una trampa —dijo Carim intentando sonar fuerte, aunque sus nervios estaban a flor de piel y podía sentir su gata rasgando para salir a la superficie. Aquello solo hizo que el lobo de Eva se agitara más, y mis colmillos se extendieran dentro de mi boca.

—Deben calmarse —gruñí apretando los dientes para ocultar mis caninos, en tanto oía chasquear las fauces de las chicas.

Caminamos detrás de aquel tipo, bajo la pérgola de donde colgaban pequeñas flores amarillas y blancas, al tiempo que veíamos al conductor llevando nuestras cosas hacia dentro de la casa. La entrada estaba adornada por un amplio balcón con dos gárgolas en cada punta, al parecer era de piedra, las escaleras de ingreso estaban a los lados. Subimos tras el hombrecillo, hasta que abrió la puerta para nosotras. Entramos a una sala poco iluminada, una araña colgaba del techo dándonos la bienvenida, una bella araña de cristal, en otra circunstancia me hubiera detenido a verla con atención, pero no en esta ocasión. Varios vampiros, que no habíamos visto llegar, cargaron con nuestras pertenencias y después de unas indicaciones las llevaron al piso superior a través de una escalera imponente.

—Sean bienvenidas a la mansión del señor Ikkar —nos dijo el hombrecito atrayendo nuestra atención hacia él.

—Disculpe, ¿quién es…?

—Oh, el señor Nicolás me advirtió que no conocerían su apellido.

Tomé nota mentalmente: Nicolás Ikkar. Genial, algo más que anotar en mi lista, sin contar su fastuosa mansión.

—¿Esta es la casa de Nicolás? —la incredulidad se coló en la voz de Eva.

—Él creyó que no habría un lugar más seguro, considerando lo sucedido. —Qué bien, hasta él sabía de mi metida de pata y demás. Nos guio hasta nuestra habitación, que parecía haber sufrido cambios a último momento. Había tres camas acomodadas a la fuerza y un par de muebles apiñados en una esquina, la ventana estaba cubierta por gruesas cortinas que no permitirían el paso de la luz, como las que había visto en el resto de la casa. Las paredes tenían un agradable color miel, que combinaba con los cubrecamas del mismo tono, bordeados de finísimos encajes blancos, y armonizaban a la perfección con las camas altas de madera robusta. Me desplomé en una cama suave, a mi izquierda, la más lejana a la ventana. Mis ojos comenzaron a cerrarse lentamente y un plácido sueño me dominó, arrastrándome a la inconsciencia. No supe durante cuánto tiempo dormí, pero la noche hacía su gran entrada cuando desperté. Me senté de golpe, confundida por no saber dónde me encontraba. De pronto necesitaba aire. Mucho aire. Carim, que estaba recostada en la cama junto a la mía, me miró sabiendo qué pensaba y se sentó. En un gesto muy felino se cruzó de piernas y apoyó los codos en las rodillas.

—Mira Sal, sé que no podremos detenerte pero no irás así —se golpeó levemente la cabeza. , aún dolía—. Y definitivamente ¡no irás sola!

Me levanté solo un poco y me apoyé en los codos para echar un vistazo a su rostro. De un salto se levantó, se acomodó a mi lado y movió su cabello ladeando la cabeza.

—Vigilaré la puerta. —Eva a la cual no había visto, se apoyó contra la gran puerta casetonada y se quedó allí cruzada de brazos, mirándonos. Nadie la movería tan fácilmente.

—¡No voy a hacerlo! —susurré y me levanté de golpe— pero deben ayudarme a salir, no podré atravesar la salida sola. Nicolás se enteraría.

—Lo sabrá de todos modos, y en tus condiciones no llegarás muy lejos. Sinceramente creo que es una locura, pero sé que aun diciendo esto no lograré disuadirte, así que al menos entra en razón y bebe un poco antes de marcharte.

—No puedes salir así —insistió Carim, y percibí a la bestia a flor de piel. Bufé y colocándome las manos en la cintura las miré, a una y a otra.

—Lo haré, así que o me ayudan o podemos jugar a las barbies aquí toda la noche —respondí con decisión.

—¿Por qué no puedes esperar?

—¿Por qué mi persona está sobrevalorada últimamente? Quiero saber por qué me quiere. Necesito saberlo.

—Sal, no hay modo de que puedas ir por él tú sola.

—Siempre fue mi misión, no la de ustedes. Es a mí a quien acusan de traición.

—Pero sufriremos todas… —la voz de Carim era un murmullo.

—Debo hacerlo… ¡lo necesito! Necesito saber qué quiere de mí —y por qué Hero estaba allí… aunque no me atrevería nunca a confesarlo en voz alta. Ellas me observaron en silencio y fue Eva quien tomó la iniciativa. A veces necesitábamos cerrar ciertas cosas. Ella lo sabía. Era la más antigua de las tres.

—¡De acuerdo, Sal! —Eva fue la primera que se movió. Comenzó a desnudarse y por un momento no entendí que pretendía. Me mostró los dientes ante mi pregunta mental y se colocó a gatas.

—¿Qué hace? —Carim me miró y señalo a Eva.

—Esta dándome tiempo —confesé y volví a mirar a mi hermana cómo cambiaba. Era fascinante verla así. La fuerza del animal pujando, el lazo me devolvía todo lo que ella sentía, la satisfacción, la alegría del lobo por salir a jugar. Su espalda comenzó a convulsionar cuando lo entendí por completo. Estaba transformándose. Su mirada chocó con la mía, sus ojos amarillos relucieron. Se alejó de la puerta, caminé hasta allí y tomé la perilla.

Iré al sur, trataré de llevar a varios conmigo. Corre hacia la puerta, antes de que te noten.

—¿Qué haré yo? —Carim no lucía feliz. Palmeé su brazo—. No esperarán que me quede aquí, ¿cierto?

—Gracias hermanas, pero ahora tan solo necesito salir y saber más; a la vuelta serás tú —le dije y ella esbozó una leve sonrisa, no muy convencida.

—Trata de volver intacta —me dijo y miró a Eva.

Lésbico —gruño juguetonamente Eva. La hermosa loba se sacudió y miró la puerta.

—Bien, tú corre lobita, yo gritaré detrás de ti.

—¿Qué les dirás? ¿Que viste a un fantasma? —pregunté y comencé a reír.

—No tonta, mejor les diré que está con el período. —Eva gruñó molesta y reímos—. O que es la séptima hembra de una camada que, en las noches de luna llena, se convierte en hombre.

—Bien, invéntense algo. Saltaré desde aquí y correré —asintieron en un gesto más animal que humano, Carim paso frente a Eva, abrió la puerta y corrieron escaleras abajo. Eva salió primero; por un momento me detuve a escuchar el golpeteo de sus patas sobre el lujoso piso de madera, estaba segura de que el mayordomo no sería feliz al verla hacer eso. Las oí bajar ruidosamente y luego escuché un grito en la planta baja.

Era mi momento. Corrí las cortinas, abrí la ventana, y me trepé a ella preparando mis piernas para la caída; miré hacia abajo. Eran unos cuatro metros quizá. Salté cuando sentí cómo los vampiros corrían hacia el sur, como había dicho Eva. Mis pies hicieron un sonido sordo contra el césped y mis músculos sintieron el disparo de adrenalina. Me quedé dura un instante, corroborando que nadie me había oído. Apreté los dientes y los puños. Debía saber: ¿Por qué? ¿Por qué yo?

La primera vez que supe algo de él fue cuando Ben me asignó el caso. Había un vampiro descontrolado; no podían rastrearlo, por ello no estaban seguros si era de aquí o había llegado de algún modo. El radar detectó su presencia cuando mató a dos mujeres y las dejó en el centro de la ciudad. La S.A. se encargó de mitigar eso, pero fui asignada a buscarlo y recapturarlo. La primera noche que nuestros caminos se cruzaron había peleado con él casi como si quisiera jugar conmigo. La segunda vez no fue distinta, al menos hasta la décima noche cuando ya sus matanzas se habían incrementado a una víctima por noche, y la última mujer que atacó estaba tendida en el piso cuando yo llegué. Salté sobre él alejándolo de su víctima, me puse de pie frente a ella para impedir que la tomara, pero el maldito hizo algo inesperado. En un movimiento fluido desenfundó un cuchillo y me hizo un corte en el brazo. Me lancé contra él, pero me esquivó, corrió al punto más alejado, tomó entre sus labios el cuchillo con mi sangre y… ¡la probó! A partir de esa noche ya no me atacaba, simplemente huía. Lo único que le había oído decir era que era yo… «eres tú»… eso había dicho, pero ¿qué significaba? No lo sabía. Esto era personal. Él venía por mí y aún no sabía por qué. Tenía que encontrar algo que me diera una pista. Corrí entre la arboleda, abriéndome paso entre cada matorral y lamentando no haberme puesto una coleta en el cabello que se enredaba con algunas ramas. Vi a lo lejos el muro de casi tres metros y apresuré mi paso.

—Chicas, definitivamente les debo una —murmuré sabiendo que ellas me oirían; de un salto trepé al muro y un segundo después estaba del otro lado. La calle parecía desierta.

Oí, a través de la unión, a las chicas explicando cómo habían sentido la presencia de un oscuro; aquello había hecho que Eva se convirtiera y el jaleo se había calmado después de eso, o más o menos, porque redoblaron las guardias y se aseguraron de mantener un perímetro cerrado. Los guardias les dijeron que harían rondas y Carim les pidió una computadora que le ofrecieron al instante. Sonreí. Carim era hábil con la informática. Cada una poseía un don, y Carim era la reina de las redes informáticas.

Corrí unas cinco cuadras para tener la seguridad de no cruzarme con Nicolás en mi huida, ni con ningún guardia persiguiendo la pista falsa. No había nadie en la calle, ni un alma, aproveché el momento para formar un rodete con mi cabello evitando que se me viniera a los ojos. El ambiente estaba empapado por la humedad de la lluvia reciente, y los charcos pintaban la calle. Las pocas casas que había por allí estaban con sus cortinas cerradas. Nadie quería meterse en los asuntos de los nocturnos, es decir que si algo me atacaba nadie me abriría la puerta para ayudarme. Por un momento me replanteé lo que estaba haciendo; estaba sola, y siempre odié sentirme sola, pero debía hacer algo, no pensaba quedarme sentada a esperar que viniera por mí. Tal vez pudiera tomarlo por sorpresa.

Había pisado la acera de la séptima cuadra cuando de pronto presentí que algo me acorralaba. Percibí su presencia, pero cuando me volví, no vi nada, me pegué a un muro cubriéndome con la oscuridad. Consideré los lugares que podían servirme para salir de allí. Podía sentir su energía, aunque no sabía bien qué era. Amparada por las sombras volví a caminar. Comencé a apurarme, y un segundo después estaba corriendo. Palpé su presencia golpeándome con tanta energía que me estremecí, aunque no podía decir de dónde provenía; supe que aún me seguía, se me pusieron de punta los pelos de la nuca y un escalofrío me dijo que aquello no era nada bueno.

Corrí con más velocidad, mis pasos resonaban en el asfalto con un sonido sordo mientras tomaba le puñal de mi cintura, apretándolo en la palma de mi mano, ajustando su empuñadura a mi agarre. Crucé una calle más mientras trataba de enfocar el sitio de donde emanaba la energía; todos mis sentidos estaban proyectados en aquello y en hallar un resguardo desde donde pudiera dar pelea sin tener rincones oscuros a mi espalda; mi respiración era entrecortada, por la agitación y la adrenalina que fluía por mí como la ponzoña. A lo lejos sentí el ronroneo de una moto que se acercaba interrumpiendo el silencio mortal de la noche. Temí que fuera una emboscada, o tal vez Nicolás se había enterado y venía por mí dándome un susto de muerte como lección. El sonido estaba más y más cerca, no iba a volverme, eso sería como dejar que me tomaran por sorpresa. La moto negra pasó a mi lado y vi cómo se cruzaba en mi paso derrapando en el asfalto, a tan solo unos diez metros. El conductor llevaba un traje negro como la noche y su casco haciendo juego. Mis pies se clavaron, frené bruscamente y comencé a alejarme, cuando el conductor abrió su visera descubriendo aquellos ojos brillantes.

Hero.

Me irrité aún más cuando mi cuerpo se estremeció bajo aquella mirada. ¿Qué me pasa con ese tipo? Y lo que es peor, ¿por qué reaccionaría así? Parezco una adolescente, me amonesté. De un salto corrí hacia mi izquierda, no pensaba detenerme a preguntarle que hacía en aquel lugar. Me concentré en un modo de escapar. Por suerte para mí las casas eran bajas y tenían hermosos cercos de madera, que salté con facilidad. El sonido de la moto se detuvo y escuché un golpe fuerte sobre el suelo; ya estaba a punto de saltar la segunda valla cuando me atreví a mirar por sobre mi hombro.

—¡Espera Sal!

Hero ya no llevaba el casco y su mirada era asesina, mientras achicaba la distancia entre nosotros. Me apresuré a saltar para meterme en el próximo callejón, tan solo necesitaba correr un poco más. Solo un poco, me dije. Lo hice exigiendo cada uno de mis músculos, pero cuando mis pies pisaron el suelo del callejón resbalé. Si, resbalé. Cuando mi cuerpo estuvo solo a un pelo del piso, una mano poderosa me levantó y me aprisionó contra el muro mientras cubría mi boca con firmeza. Pataleé. No iba a rendirme así de fácil. No me rendiría, aún no estaba muerta. Hero se acercó más a mí, agachando su cabeza hasta quedar junto a mi oído y murmuró:

—Se supone que debieras estar escondida, guardada o como cuernos se diga —algo en su voz me sugirió enojo—, a menos que el surfista no dijera la verdad. —Dejé de sacudirme al escucharlo; mi nariz rozó su cuello enviándome un calambre al estómago, me volví apenas y lo observé. Él se alejó un poco, estábamos separados por centímetros, podía sentir su respiración sobre mi cara. Sus ojos se posaron en mí un segundo e hizo una mueca. ¿Acaso había sentido lo mismo que yo? Luego desvió la mirada hacia la calle, como si esperara algo. Yo no podía moverme, tan solo podía verlo a él—. Quitaré mi mano, pero no grites —susurró volviendo su atención a mí. Aquella mirada me quemaba. Asentí en silencio y su mano se movió de mis labios.

—¿Qué demonios? —murmuré muy bajito, como para que solo él me oyera. Fuera lo que fuera mi perseguidor, si Hero no quería exponerse, menos lo haría yo.

—Eso mismo me pregunto yo, muñeca. ¿Qué demonios haces aquí? —su cuerpo aún apretaba el mío, mis pechos sobre su torso duro, sus piernas acorralando las mías, mi centro contra el de él, mis manos se aferraron a sus brazos y mi respiración se desbocó. Excelente, debo ser la primera vampiresa en celo del mundo, no espera, soy la primera vampiresa psicótica en celo de la historia. ¡Genial!

—Se supone que no correrías peligro por unas horas.

—¿Qué quieres decir? —todo rastro de temor se esfumó con sus palabras. ¿Cómo sabía eso? ¿Acaso estaba preocupado por mí? Lo empujé un poco cuando noté que su presión disminuía. Debes alejarte de él, dijo una pequeña vocecita en mi cabeza.

—Que debieras estar al cuidado de…, no sé, de alguien, pero no aquí —me tomó del brazo y me apoyó contra un muro nuevamente, quemándome con aquellos ojos tan puros como el lapislázuli. Quise golpearlo, apartarlo, pero el calor de su cuerpo entibió el mío con emociones que no sentía hace mucho tiempo. Oí un ruido proveniente de la calle, él cubrió mi boca con su mano otra vez cuando intenté decir algo—. No te muevas, puedo cubrirte y lograr que no nos vea, pero si te alejas será imposible. —Me tensé, él me sostenía pero esta vez no presionaba con fuerza y algo en mi interior gritó, y juro que no eran protestas. ¡Aprieta las piernas!, me ordené cuando sentí una punzada de deseo que me atravesaba. Me estaba cuidando.

Una cosa, que no pude saber qué era, pasó calle abajo distrayéndome un poco, aproveché para tomar una bocanada de aire, que no ayudó ya que estaba colmada de su perfume. El animal, o lo que fuese, llevaba su nariz pegada al suelo y la energía oscura fluctuaba desde él hacia nosotros. Me petrifiqué cuando desvió su mirada hacia donde estábamos; su nariz se movió en nuestra dirección y por un momento pareció interesado, pero un segundo después descartó la idea y continúo. Suspiré. Parecía un perro enorme y muy feo. Sentí repugnancia por aquello y, por primera vez, me alegré de que Hero estuviera allí. No sabía cómo hubiera luchado con aquella cosa, era repugnante. Hero estaba tan cerca que su respiración flotaba contra mi piel hechizándome y acariciándome. Un pensamiento se abrió paso desde mi inconsciente, no quiero soltarme, me quejé en mi mente cuando él se alejó unos centímetros.

—Eso es una vika, y por lo que veo iba por ti. —Mis ojos abandonaron la calle para volver a mirarlo; toda su atención estaba centrada en esa cosa. Su cabello lucía cuidadosamente desprolijo, con pequeñas puntas hacia un lado y otro, tenía expresión de cansancio en el rostro y barba de un día, tal vez, aunque el perfume lo rodeaba como si hubiera tomado un baño hace poco. Se lamió los labios, una mueca que mis ojos captaron y reprodujeron en cámara lenta. ¿Qué sentiría una mujer al besar a un hombre así? Poderoso, masculino. ¿Cómo se sentirían aquellos delgados labios sobre los míos, con la barba rozándome la piel y haciéndome suspirar? ¿Qué se sentiría al tener a un hombre como Hero en mi cama? Viéndolo gozar por mis caricias, estremeciéndose sobre mi cuerpo. Su cuerpo… apretado, duro y listo para…

Hero me miró de una forma tan fuerte que me estremecí. Sonrió de lado y mis ojos se estancaron por unos instantes en los suyos. ¿Acaso lo habría sentido? Se alejó un paso, dio un suspiro y me observó lentamente de pies a cabeza. Me creí desnuda. Desnuda junto a él en soledad… Desnuda, sudada y… ¡Contrólate! Algo seguro, piensa en algo seguro. Cuchillos, los cuchillos son indefensos, cuchillos largos y sexy… No, no… Conejos, los conejos son lindos y forni… me rendí. Era inútil, así que mejor que buscara algo de información.

—¿Cómo sabes que tenía que estar «guardada»? —Hero levantó una ceja sonriendo. Aquella sonrisa era peor. Debía alejarme, ahora.

—El chico surfista fue a hablar conmigo, motivado porque cierta damita le dijo que yo la acorralaba, y que la ponía nerviosa.

—¡Yo no dije eso! —respondí con prontitud; él rio.

—Bueno, es lo que él dijo —en un gesto relajado se frotó la nuca. Mis ojos siguieron sus movimientos, me lamí la boca pero me di cuenta demasiado tarde de que él aún me observaba. Sacudí la cabeza y Hero dio un paso hacia mí—. ¿Te pongo nerviosa, Sal? —su dedo índice acarició mi mejilla y quise llorar. Su caricia me excitó más de la cuenta. ¡Mierda! ¡Sí! Estaba furiosa. Conmigo misma, por ser tan débil.

—Creo que te llevaré hasta… —aquellas palabras me hicieron enojar, estaba allí para limpiar mi nombre, no para ser arrastrada nuevamente a la casa.

—Puedes hacer lo que te plazca, pero no iré contigo —contesté con furia apoyando mi dedo en su pecho para que supiera que iba en serio, en tanto las emociones se agolpaban en mí. ¿Cómo sucedió todo esto? Nunca había hecho nada mal, me había mantenido dentro de la ley, y de pronto aparecía ese vampiro para arruinarme la vida, y ahora estaba también, misteriosamente, Hero ¿Por qué me cuidaba?

Quise alejarme, pero me detuvo.

—Pues gatita, no dejaré que te marches sola. —Apreté los dientes, aunque aquel sobrenombre comenzaba a calentar algo en mí; podía imaginarme ronroneando ante sus besos, arañando su espalda para marcarlo como propio… No, ¡no debía pensar!

—¿Y qué vas a hacer para lograrlo? —lo reté. Sabía que él encontraría un modo. Y por un momento quise que se quedara a mi lado. Su presencia era intoxicante. Y lo que era peor, me di cuenta de que ya no le temía, lo deseaba.