Capítulo ocho
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Personalmente, si me lo preguntas, no sé muy bien qué fuerza demencial me llevó a acercarme adonde ella estaba. En el camino, mientras seguía a Nicolás, intenté sopesar las causas por las cuales Sal me atrae tanto, pero no encontré ninguna respuesta coherente. Había seguido a su centinela después de nuestra improvisada reunión y amistosa charla, que por cierto me dejó más confundido, lo seguí aun después de que este me advirtiera que no debía estar cerca de ella y me prometiera los peores castigos si le hacía daño. La verdad, es que no deseaba hacerle daño. Quería hacerle muchas cosas, pero daño no era una de ellas.
Y ahí estaba, sin poder alejarme, apretujado en las sombras con Sal, cubriéndola en ese callejón maloliente, embelesado; hasta podría decir que estaba hechizado por algo que no había sentido en mucho tiempo. Estaba claro que ella no sabía qué era lo que perseguía, pero yo sí; no era la primera vez que los vika se cruzaban en mi camino, y sabía por experiencia que si no la ayudaba no solo me odiaría por ello, sino que podría salir herida, y esa no era una cosa que me agradara. La miré a los ojos y noté que estaba nerviosa, podía sentirlo, deseé tranquilizarla con un beso, pero no me atreví. Tal vez no pudiera soportarlo, tal vez aquello rompiera lo poco de conciencia y autocontrol que me quedaba y finalmente cediera al impulso de desnudarla a los tirones para tomarla como exigía el animal que habitaba dentro de mí. El vampiro, en mi interior, me incitaba a sacar los colmillos, a hundírselos en el cuello para unir su sangre a la mía, sin más, y de una forma primitiva invadir su mente y obligarla a que se quedara a mi lado por la eternidad… Pero viendo sus ojos, no podía hacerlo. Adoraba descubrir la ebullición en aquellas pupilas, la fuerza que poseía me extasiaba, me encantaba saber que ella nunca se tiraría a mis pies y rogaría por ser tocada, como lo hacía Mikela.
No podía tomarla por la fuerza, eso estaba claro, simplemente no podía hacerlo. Sonriendo recordé las amenazas de Nicolás, su afán por infundirme un temor que me alejara de Sal. El centinela no había logrado cambiar mis pensamientos; la quería para mí, solo para mí. Mi cuerpo ardía por tomarla, pero este no era el lugar ni el momento, en mi mente la fantasía estaba acompañada con un buen vino, una habitación templada por el calor de nuestros cuerpos y la suavidad de la luz de las velas dibujando sombras mientras la poseía; además, no quería que nadie más la viera temblar y gritar de placer, retorciéndose en mis brazos, sudorosa y saciada, pero por sobre todo unida a mí por su voluntad.
No pude evitar sonreír ante la imagen, ese sería un regalo que solo yo tendría, alguna vez, no ahora. No con el peligro de perderla a la vuelta de la otra esquina. La cuidaría, aunque aquella sensación que me producía su cuerpo contra el mío me hiciera sufrir como si fueran a castrarme. Valía la pena.
Cuando la vi correr, mi instinto protector estaba en punto de ebullición y todo el control que había juntado no fue suficiente para detenerme; la aparté de la bestia y la acogí entre mis brazos como nunca había hecho para con nadie más, y supe que no habría amenaza que me mantuviera lejos de ella. No me importaban las advertencias de Nicolás. No importaba si la misma Vatur bajaba a detenerme. Haría todo por salvarla, por verla sonreír incómoda ante mi presencia, con aquella adorable mirada de disgusto que le creaba, luchando por no bajar la vista, por no sentirse doblegada.
Nicolás había aparecido para salvarme de la molesta presencia de Mikela esa misma noche, y aunque no fue del todo agradable debía reconocerle eso; yo no tenía intenciones de acercarme a ella, pero la bruja sabía cómo controlarme, lo había hecho en el pasado, y la odiaba por eso, así que cuando el centinela apareció no pude más que agradecer la interrupción.
Me sentí aliviado al verlo, hasta que me acorraló como a un perro en un rincón, pidiéndome explicaciones que no podía dar. Había entrado a mi guarida como el dueño del lugar, despidió a Mikela sin problemas y observó todo como si buscara evidencias de algo; eso realmente me fastidiaba. Esperé paciente a que hablara, se detuvo ante mí y me increpó sin miramientos.
—¿Quién te contrató? —me espetó sin un «hola» de por medio.
Cuando las palabras salieron de su boca sentí ganas de reír, mientras me frotaba el cabello con una toalla. Lo pensé un momento. ¿Por qué me preguntaba eso? ¿Qué hacía allí? Lo escruté un momento buscando la mejor respuesta, pero no hallé ninguna, así que le dije simplemente:
—La S.A. ¿Quién más podía ser?
Nicolás aporreó la mesa, sonó fuerte el golpe, y volvió a fijar su mirada asesina sobre mí. Su presencia era provocadora, no estaba feliz, podía percibirlo, aunque no sabía por qué había venido.
—¿Qué hacías ahí? —Levanté una ceja instándolo a que me explicara, dónde era «ahí»—. Justo allí, donde estaba Sal. —Estreché la mirada sobre él deteniéndome a observarlo, sentí cómo todo mi cuerpo se tensaba; no sabía muy bien cuáles eran los poderes de Nicolás, pero de una cosa estaba seguro, era más poderoso que yo. ¿Qué decir sobre Sal?, ni yo sabía qué me había llevado hasta ella.
—¿Me estás acusando de algo, vaquero? —respondí intentando no sonar alterado, aunque sentía los vellos de mi nuca parándose y todo mi cuerpo buscando una confrontación. Me sentía territorial, y no era solo porque él había entrado a mi casa, era por… ella. ¿Quién era Nicolás para juzgarme? Aquel tipo gozaba del permiso de estar junto a ella cuando quisiera, mientras yo solo debía contentarme con miradas furtivas.
—¿Tendría que hacerlo? —gruñó.
—Yo no debo rendirte cuentas de lo que hago —respondí— y menos si no sé de qué me acusas. —Intenté mantenerme calmo, cuando una puntada de celos heló mi piel. ¿Celos?
—¿Estás espiando a Sal?
Sacudí la cabeza sin comprender. ¿Qué quería decir? Recobré la compostura y respondí: —Mira vaquero— suspiré —por qué no te controlas— dije apretando los dientes hasta que mi mandíbula tronó. —Creo que las hormonas se te han subido a la cabeza.
Nicolás terminó en un segundo con el espacio que quedaba entre nosotros en un par de zancadas, para detenerse tan solo a unos centímetros de distancia. Apreté más los dientes para no empujarlo. Odiaba sentirme acorralado.
—No sé qué buscas, pero créeme son más que hormonas.
—Bien, somos dos… —lo miré a los ojos tentándolo a dar el primer golpe. Había sido una noche frustrante para mí, muy frustrante, y una pelea acallaría esa necesidad de acción que no pude agotar—. ¿Por qué no tengo ni la mínima pista de qué me hablas? —me forcé a recuperar la cordura, tomé una bocanada de aire y volví a mi postura desinteresada en la charla, aunque en mi mente aún veía la desesperación de Sal aporreando el coche.
—Esta noche, estabas ahí, persiguiendo a Sal… —Moví la cabeza lentamente, negando la acusación. Ahora sí estaba molesto. Más que molesto. Lo empujé con ambas manos en el pecho y Nicolás dio unos pasos hacia atrás.
—No estaba persiguiendo a tu agente —sonreí con suficiencia— estaba tras la pista del nefilim. ¿Recuerdas? Todos estábamos abocados a esa misión —deseé poder preguntarle si acaso ella tenía otros beneficios con él. ¿Por qué no estaba cumpliendo las órdenes? ¿Qué otros beneficios tenía sobre ella? Maldiciéndome, guardé las preguntas en el fondo de mi mente cuando pensé que quizá no quisiera escuchar la respuesta que me daría. ¿Qué si ella se acostaba con él? Otra oleada de celos me turbó aún más—. Sigo sin entender por qué es la única que tiene dos misiones, cuando todos estamos volcados al nefilim, pero de una cosa puedes estar seguro, no estaba tras ella. —Mis palabras parecieron tranquilizarlo y su rostro se suavizó un poco, como si aquello le recordaba quién era y cuál era su puesto.
—¿Qué sabías del nefilim?
Volví a estudiarlo un segundo. ¿Hablar o no hablar? Ese era el dilema. Sonreí, pero en él noté verdadera preocupación. Cedí.
—Me informaron que el nefilim estaría por esa zona, me enviaron a rastrear el área en busca de cúmulos de energía y ¿sabes?, hay algo raro en esto; por lo que vi, no fue uno de ellos el que armó el revuelo, sino un vampiro con mucho poder; y luego llegó tu chica. —Noté cómo los músculos de la mandíbula de Nicolás se apretaban fuertemente, como una tenaza.
—¿No la ayudaste? —preguntó y chasqueé la lengua.
—No sabía que era una misión —sentencié y me crucé de brazos—. La hubiera ayudado si tan solo hubiera podido acercarme sin espantarla, pero no estaba seguro de cómo tomaría ella mi «ayuda». Me quedé ahí, sin intervenir, y él se disolvió en la nada; luego lo busqué, hasta que Sal me vio.
—¿Y después? —Nicolás cedió unos metros, como si en su mente estuviera sopesando toda la información; caminé hasta la mesa y tomé una silla.
—Te explicaré —me senté a horcajadas y entrelacé los dedos sobre la mesa mientras él me imitaba—. Cuando ella se marchó, fui al lugar del ataque y hallé que un grupo de limpieza había estado allí. Encontré el rastro del nefilim, y luego el de ella. Me intrigó saber por qué había ayudado a un nefilim hasta que entendí que se había marchado enojada sin saber qué era aquel tipo, no hay que ser Einstein para saber que no le gustan los nefilim. Por un momento creí que había sido solo aquello, pero cuando noté la presencia del otro, otro como yo, supe que algo no andaba bien.
Otro psíquico, pensé, pero no lo dije. No le diría cuáles eran mis poderes aunque por lo que creía saber de él tal vez no fuera necesario; yo aún no confiaba plenamente en su palabra, pero Sal lo hacía y esto podía ayudar. Ayudarla.
—¿Otro como tú? —Nicolás se acodó en la mesa y esperó a que siguiera.
—Sí… una pequeña marca de poder que seguía en el lugar. Volví por el camino que ella había hecho hasta que me encontró, vi rastros de magia. Se había ocultado de ella, me pareció raro no haberlo notado antes, pero allí estaba. Seguí el rastro. —Apreté los dientes mientras recordaba cómo se había escapado de mis manos, pero no aparté los ojos del centinela—. Lo perseguí hasta el edificio aquel —bajé los ojos y me observé las manos—. Te vi bajar de una camioneta y allí estaba, escondido tras un manto de magia —levanté la vista y noté que Nicolás ya no me observaba—. ¿Acaso no lo viste? —levantó los ojos para enfrentarme y no hizo falta que respondiera, ya que en su rostro se traducía la pregunta que se estaba haciendo, que ambos nos hacíamos. ¿Cómo no lo había visto?
—No…
Nicolás se levantó de golpe, frustrado. —Maldita sea…— comenzó a decir en tanto se marchaba como había llegado, maldiciendo al destino.
—Lo seguí después de eso —agregué en voz alta. Nicolás se detuvo al instante y se volvió hacia mí—. Sabía que estaba siguiéndolo. Me vio, atacó a una mujer para distraerme y lo perdí; pero imagino que no es coincidencia que ella y él se encontraran dos veces en un día ¿no? Porque ahora, estoy seguro, aquel sitio en que te vi es donde ella vive.
—No —respondió Nicolás con su mirada perdida en el vacío.
—Estoy seguro de que volverá por ella… —ahora sus ojos estaban fijos en mí otra vez. Le aguanté la mirada, dejando implícita la idea de que no lo encontraría sin su ayuda; Nicolás tan solo contestó—: Sí, pero mantendremos a Sal alejada de las calles. —Sentí una punzada de celos. Alejada de las calles, alejada de mí.
—Te avisaré si encuentro algo —murmuré, y Nicolás se marchó sin responder.
Por un momento me debatí sobre qué debía hacer. Estaba hasta el cuello y lo sabía. ¿Por qué había creído que yo seguía a Sal? ¿Qué le había ocurrido? Dudé unos instantes. ¿Seguirlo o no seguirlo? ¡Seguirlo! Subí a mi Ducati. Ahora tenía una ventaja, sabía que Nicolás no podía ver tras el manto de poder, o al menos eso decía, y me propuse comprobarlo de inmediato.
Salí tras él; después de recorrer un largo camino lo vi llegar a una casona. Si era su casa estaba en una zona cara y alejada, llena de mansiones inmensas, nada parecido a mi humilde, «galpón». En el trayecto usé todo mi poder para seguirlo, manteniendo oculta mi presencia, y eso me había agotado como si hubiera hecho el recorrido a pie. Utilizar un manto de energía era útil cuando quería pasar inadvertido, aunque eso consumía con más rapidez mis fuerzas, ya que no solo debía cubrirme sino también cubrir mi moto y lograr insonorizarla para que Nicolás no la advirtiera; pero valía la pena, al menos sabría por dónde empezar. Aquel vampiro iría por Sal y, sin saber por qué, el nefilim también lo haría, por lo tanto saber su ubicación me daba ventaja. ¡Ventaja para matarlo antes que pusiera sus manos sobre ella!
Gracias a Vatur, Nicolás era un conductor prudente. Frenaba en cada semáforo y en cada senda peatonal, incluso cuando no había nadie; esto me ayudó a mantener un ritmo constante y a que la Ducati no hiciera mucho ruido.
Estacioné a unas cuadras de distancia y corrí tras él. Agitado me detuve contra el muro alto que delimitaba su propiedad. No sabía si debía entrar, tal vez fuera muy arriesgado, Nicolás era uno de los más altos agentes de la S.A., y yo desconocía qué medidas de seguridad tomaría un hombre de su nivel. Extendí mi poder y percibí que había rastros de oscuros en los alrededores, debía ser la guardia de la casa. Al menos no me había mentido, él la tenía bajo custodia y podía distinguir más de siete rastros diferentes, por eso descarté la idea de infiltrarme allí; en cambio caminé hasta la esquina más oscura para cubrirme y poder estudiar el sitio. La calle estaba tranquila, se escuchaban perros a lo lejos y nada más. ¿Qué pensaba hacer? Sacudí la cabeza sin saber si quedarme o no; por un momento me sentí estúpido y me pregunté: ¿Qué demonios hago aquí, a estas horas de la noche? Me rasqué la cabeza, molesto ante la duda, y estudié el vecindario, hasta que noté aquello que avanzaba por la calle.
Se escondía en las sombras, aunque yo pude percibirlo gracias a las ondas que emitía, pero cualquiera que pasara por allí no lo vería… Y, definitivamente, no era nada bueno. Vi como la vika movía su cabeza en dirección a la casa, husmeando el aire con su hocico gigante. Seguí la dirección de su mirada, entonces advertí su presencia. Sal había saltado el muro y caído como un gato agazapado en la acera. Ni la vika ni ella me habían visto, pero la vika, ese bicho ciego, con enormes cavidades huecas, la había sentido e iba por ella… No dudé cuando ambos empezaron a correr. Fui a buscar la Ducati. Sal corría con cuadras de ventaja en dirección contraria a la mía y aún así el animal casi la alcanzaba. No necesitaba caerle encima, ni siquiera golpearla, tan solo necesitaba que Sal lo tocara para caer en la inconsciencia de un sueño espeluznante, del cual era casi imposible salir. Debía sacarla de allí, no podría defenderla sin que saliera lastimada. Sal no sabía que estaba cerca para ayudarla. Y eso había hecho…
Ahora, en aquel callejón, inhalando su aroma, no podía alejar mis manos de su cuerpo, era como si mis dedos buscaran cualquier excusa para rozar su piel. Debía mantenerla a salvo. Era demasiado terca como para quedarse en un lugar seguro. Aquella sensación dulce de su piel rozándome los dedos era más que electrizante. La suavidad de su esencia, sus pechos contra mi cuerpo, sus manos… Que Vatur se apiade de mí, pensé. Toda ella era un bálsamo para mi corazón marchito. Cuando vives mucho tiempo, las cosas dejan de llamarte la atención, yo lo sabía, por eso no quería dejarla ir. La necesitaba.
Di un paso hacia atrás forzando a todo mi cuerpo a alejarse, respirar y obtener algo de claridad mental.
—Creo que te llevaré hasta… —no terminé la frase, ella me interrumpió.
—Mira, puedes hacer lo que te plazca… —Sal estaba furiosa y eso me agradaba. La ira se reflejaba en sus ojos y en sus mejillas, la hacía lucir viva. Se veía más linda así. Su dedo me golpeaba el pecho, incriminándome y dejando fuera cualquier rastro de temor que alguna vez viese en sus ojos— ¡pero no iré contigo!
—Pues gatita —dije arrastrando las palabras— no puedo dejar que te marches sola. —Ella apretó los dientes y tuve que contener la sonrisa. Aquella imagen me hacía recordar a un pequeño felino enojado, con el pelo erizado y todo.
—¿Y qué vas a hacer para lograrlo? —me desafió, y dio unos pasos alejándose de mí, dándome el tiempo justo para admirar su trasero.
—No sé, déjame pensar… —me crucé de brazos y tamborileé los dedos en mi barbilla con expresión siniestra; ella me miró por encima del hombro y dio un paso para alejarse—. ¿Llamar a Nicolás estaría bien? —la oí gruñir, pero esta vez sonreí. Ella giró con rapidez.
—No, no puedes —sentenció dando un paso hacia mí y sujetándome la mano para que no tomara mi teléfono que colgaba de la cintura del pantalón.
—¿Por qué no? Es lo lógico… —dije notando que la mano de Sal apretaba la mía; mis ojos se concentraron en los de ella inundándome de sensaciones dulces. El calor de aquellos dedos me recorrió entero y parte de mí se regodeaba de aquel toque. Por primera vez me miraba sin temor, y aquello era un canto para la alegría. Nunca me había importado cuánto me odiaran o me temieran los demás, no los quería cerca ni ahora ni nunca, pero Sal era diferente. Ella no debía temerme, yo nunca…
—¿Qué debo hacer para que no lo llames? —su voz surcó el aire y mil imágenes corrieron por mi mente. «Desnúdate y déjame hacerte el amor», pensé y la recorrí entera con la mirada; una imagen lasciva se instaló en mi mente y ella pareció notarlo porque retrocedió.
—No haré eso. —Bien, ahora estábamos negociando. Salí del encantamiento, aun con la mano de ella entre mis dedos, y busqué cordura para hablar. Sentía la garganta seca y la necesidad de alivio apretándose contra la tela de mis pantalones.
—No he dicho nada —me defendí levantando las manos, y odié la sensación de pérdida cuando me soltó.
—Tú, pusiste esa cara de… no importa, mira, debo ir tras algo. ¿Qué es lo que quieres?
—¿Es sobre el vampiro con poderes que perseguías ayer? —Al instante noté el cambio de energía en ella; cuando me observó ya todo había cambiado. Dio un paso atrás, buscaba alejarse.
—¿Qué tienes que ver tú con eso?
—Puedo ayudarte, algo me dice que está interesado en ti. —Al igual que yo, hubiera querido agregar. ¿Quién era yo para juzgarle por eso? Sal era hermosa, su cabello rubio, sus ojos tentadores, sin contar esa boca que podría depositarlo en el cielo si tan solo creyera que los vampiros iban a uno. Al menos así, podía tenerla cerca, más cerca de lo que nunca la había tenido. Quise ronronear como un gato ante mi victoria; al menos por unas horas, ella estaría a mi lado. Era tentador, debía admitirlo. Tal vez el animal ganara y la tomara, o tal vez la pizca de humanidad que habitaba en mí pudiera conquistarla. Eso estaba por verse.