Capítulo doce
Centinela
La inconsciencia me agarrotaba; mi cuerpo se había entumecido cuando vi que él la tomó en brazos. Aquella mirada fría del nefilim me hizo luchar, pero su poder ganó y su fuerza me había abatido dejándome hundido en la oscuridad que parecía ahogarme. No podía luchar contra un nefilim, no así. La negrura cubría mis ojos y, aunque batallaba por salir de ella, tan solo podía ver los ojos aterrorizados de Sal mientras me miraba caer. Las manos del nefilim apresándola, tocando su piel, su cuerpo. Mía… mi cuerpo convulsionó y el animal dentro de mí luchó con más fuerza asiéndose a la ira, a la posesividad.
—Aún está vivo —dijo una voz femenina, y fue lo primero que oí después de mucho tiempo. No encontraba mi voz en aquel estanque negro donde me hundía más y más, el pecho parecía prensado por una carga excesiva, como si algo gigante hubiera caído sobre mí.
—Hero, ¿dónde está? —Mis terminaciones nerviosas comenzaron a responder; como si me hubieran encendido, pude notar que mis dedos se movían, y así también mis pies. La segunda voz me era conocida, me había gritado hacía unas horas y lo había hecho momentos antes de que él se la llevara. Nicolás me sacudió, y abrí los ojos para encontrar los suyos totalmente desenfocados y el terror me invadió.
Se la había llevado. Aquel nefilim la tenía. No habían llegado a tiempo. Intenté levantarme de golpe y todos mis músculos ardieron; ignorándolos, me puse de pie. Vi el lugar donde me había tumbado y a dos mujeres junto a Nicolás. Me miré el pecho; una marca oscura estaba estampada sobre mi cuerpo, quemaba, pero me negué a prestarle atención, esa era la marca que quedó allí donde el poder del nefilim me había golpeado.
—¿Dónde está? —grité cuando pude encontrar mi voz. Tomé a Nicolás de las solapas de su traje y lo sacudí.
—No está aquí, no sé dónde está, ella… —la voz de la muchacha rubia me distrajo del enfrentamiento, pero igual no lo solté, necesitaba aferrarme a algo para creer que eso no era una pesadilla.
—¿Puedes seguirla, cierto? —le pregunte, y me enfoqué en ella soltando a Nicolás, me moví de lado muy lentamente y me senté.
—Está lejos… —sentenció la morocha que estaba junto a la rubia. Eran las hermanas de Sal, las había visto en las reuniones.
—Son sus hermanas, pueden rastrearla ¿verdad? —pregunté.
—No siempre —dijo— reconozco el lugar, puedo captar destellos de su mente, pero nada es nítido.
—¡Hijo de puta! —me levanté de golpe y aporreé la pared, no me importó crear un hueco en el revoque y menos las miradas que me echaban los otros tres. A la mierda con el autocontrol.
—Lo detuviste —la morocha le volvió a hablar, me volví para mirarla a los ojos; los suyos estaban completamente enfocados en mí, como si no entendiera por qué había defendido a Sal. Retiré el puño de la pared y eché un vistazo a los demás. Recordé las miradas evasivas que le había dado en las reuniones, la incomodidad de las hermanas por los enfrentamientos mentales entre nosotros, y sin poder evitarlo sonreí. Por su energía palpé al lobo dentro de ella, pujando y gruñendo. Pensé que tal vez no éramos tan distintos. El animal dentro de mí necesitaba sangre. Quería hacerlo sangrar por habérmela quitado de mi lado.
—No lo suficiente —mi voz sonó afilada aunque a ella no se incomodó, y fue Nicolás quien hizo la pregunta que había estado esperando.
—¿Cómo sé que no la trajiste aquí a propósito? —me levanté de golpe, Nicolás me giró de forma brusca y le mostré los dientes.
—¿Crees que sería capaz? —bramé enojado apretando los puños. Realmente no tenía ni la más puta idea de qué era Nicolás, o tal vez nadie lo supiera en realidad, pero ahora no me importaba nada. Sal estaba en peligro y aunque no sabía por qué la buscaban, no estaba de humor para dar explicaciones. Aquel hombre con cara de niño era más poderoso de lo que aparentaba, pero sinceramente me importaba poco, tan solo quería largarme de allí y buscarla. Podía percibir su energía manando, chocando contra mí hasta que una mano se metió entre nuestros cuerpos e intentó separarnos.
—Sal no tenía miedo —ninguno de los dos dejamos de enfrentarnos ni un segundo—. ¡Dije que Sal no le tenía miedo, Nicolás! —gritó la rubia que era quien había intervenido. Su voz sonaba somnolienta, como si no estuviera allí, sus ojos estaban concentrados en un punto lejano pero ella no nos miraba, y ahí fue cuando lo noté, estaba buscando a Sal, en una búsqueda mental. Por un momento me odié por no poder hacerlo, por no poder entrar en su cabeza, y ver a Sal detrás de las barreras que se había impuesto.
—¿Estás segura? —la voz del centinela sonó más a un gruñido; ella lo estudió un momento y luego los ojos de la rubia me observaron, toda mi atención se volcó en sus pupilas que se volvieron casi una línea negra. Gato, pensé y no solo por su aroma, ahora que lo pensaba todo en ella me impulsaba a pensar en la gata que la habitaba.
—Sí, completamente, aunque no lo entiendo. Son sentimientos residuales que han quedado en el lazo. Sal se encontraba bien hasta que el nefilim entró en escena, luego todo cambió. —Me alejé de Nicolás, sabiendo que una lucha no nos llevaría a encontrarla. Creí reconocer una sonrisa de complicidad en los ojos de la gata, pero desapareció como vino, así que volví a concentrarme en las pistas. En el fondo de mi corazón podía comprender la necesidad de Nicolás de protegerla y aun así, sabiendo todo eso… los celos corrían en mis venas como la ponzoña. La rubia dio unos pasos hacia atrás y se tomó la cabeza con las manos, sus dedos trazaban pequeños círculos en sus sienes. De un momento a otro sus ojos se entornaron como si buscara en una memoria, en un recuerdo, como si estuviera viendo algo que nosotros no veíamos. Eran hermanas, eso lo tenía claro, pero realmente conocía muy poco de lo que eso significaba, de lo que podía hacer el lazo; mis hermanos habían muerto tiempo atrás, estábamos unidos pero no tanto como ellas lo estaban, después de eso me negué a pasar por ese trámite otra vez. La pérdida era lo peor. Sentir la muerte de mis hermanos había sido como si por cada uno me arrancaran una extremidad, y dolía, esa herida nunca sanaría para mí. Era algo latente y gangrenado que iba consumiéndome de a poco.
—Nicolás, déjalo. —Yo no había notado que el centinela me aferraba por el brazo hasta que la morocha habló, me sacudí de su agarre inmediatamente—. Carim, ¿qué más ves?
—Ella tenía miedo cuando el nefilim vino a buscarla y te interpusiste para que no la alcanzara —aquellos ojos azules me atravesaron otra vez, pero la confusión los nublaba de un modo extraño.
No lo suficiente, pensé con el dolor arañando mi piel.
—Y ella temió por tu vida —percibí la incertidumbre llenado la habitación. Todos me creían un maldito sin corazón, y bien por ellos, lástima que el nefilim no lo supiera, porque cuando diera con él lo asesinaría haciendo uso de todos mis conocimientos, lo haría sangrar, lo haría gritar y suplicar—. Luego él entró en su mente, y ahí queda —su voz se apagó de a poco—. Sal recuperó la conciencia, o parte de ella cuando él la rapto, los caminos no son claros pero parece un lugar industrial, abandonado. Ahora está despierta, puedo percibir fragmentos, pero no veo con claridad.
Suspiré asqueado sabiendo qué estaba haciendo, o al menos parte del poder que estaba utilizando. El maldito había pensado en todo, al menos había encontrado un modo de arruinarnos el día. La incertidumbre se adueñó de las dos asesinas y el centinela, así que decidí explicarles qué mal estábamos.
—El maldito debe haber creado un manto —todos me miraron desconcertados. ¡Basta de misterio, quería a Sal de vuelta! Quería averiguar dónde estaba. ¿Por qué cuernos tenía un poder extraño sobre mí? ¿Por qué actuaba como un adolescente enamorado? Estaba muerto hacía tiempo, por eso lo de las hormonas no era un temita para mí—. Un escudo para dejarlas fuera. Es eso —miré a la gata—, lo percibes como si fuera un vidrio tintado ¿no?, puedes ver pero no distingues. —La rubia llamada Carim asintió—. Debemos irnos. —Caminé a paso seguro hasta la puerta del ascensor. Sentí que me seguían, pero no podía pensar en eso ahora. Ni siquiera me preocupaba qué pensarían de mí. El nefilim se había llevado al único ser que me había despertado del letargo de mi vida, y no pensaba dejarlo ir. No hasta saber más…
—¿Por qué Sal? ¿Por qué la busca? —todos nos miramos; yo no conocía la respuesta, pero estaba claro que ni ellos la sabían.
—Creemos que hay una organización tras ella, eso es todo lo que diré —habló Nicolás.
—Pero…
—Pero nada, es todo lo que diré.
—¡Uff! Hero, ¿puedes seguirlo? Más allá del manto, digo.
Me volví para mirar a Carim.
—Sí, puedo hacerlo, en partes; como ustedes podría peinar la ciudad buscando residuos de energía, pero emplearía mucho tiempo y no creo que contemos con eso. Conozco a alguien que puede leer a través del manto —admití. Sabía que si me lo proponía podría encontrarla en un día o dos, pero no podía hacerlo, no sin saber cuál era el destino que había planeado el nefilim para Sal; buscarla por mi cuenta me costaría más tiempo y energía, y sinceramente deseaba guardar esas fuerzas para matarlo en cuanto lo viera.
—Salvo si echó a volar —murmuró Eva.
—Solo que no tenía alas —respondí reparando en ese detalle recién ahora. Todos volvieron su atención hacia mí.
—¿Cómo que no tenía alas? —preguntaron a la vez.
—No, no tenía —bufé con fuerza. ¿Cómo no había pensado en eso?
—Es un nefilim… ¿cierto? —la voz de Eva sonaba trémula y todos miramos a Nicolás quien fruncía el entrecejo, como si cotejara alguna información en su mente—. Sí —murmuró intentando convencerse.
Volví mis ojos hacia la puerta. Necesitaba salir de allí antes de que comenzara a destrozar todo, era un arma cargada y peligrosa, un arma que necesitaba un poco de aire y sangre.
—Conozco a una sola persona que podría seguirlo. Iré por ella; creo que deberían alertar a todos en un radio lo bastante amplio, no sabemos qué planes tiene. —Me acerqué a las puertas metálicas y mentalmente hice que el ascensor subiera. No era difícil hacerlo, había manipulado un par de estos más de una vez y podía moverlo sin problemas. Una campanilla sonó y las puertas se abrieron. Vi a una pareja de ancianos acurrucándose en una esquina. La sensación de terror llenó el pequeño cubículo y aspiré el aroma a miedo exhalado por cada poro. Se impregnó en mi piel y la ira bulló dentro de mí. Humanos, tan corto era su tiempo en la tierra, y podían tenerlo todo, no sabían lo que era el amor, todo se trataba de usar y tirar, no sabían de la necesidad, de la soledad… aunque pude ver algo diferente en ellos. Las arrugas que se amontonaban en sus rostros demostraba una vida juntos, el hambre de desear a alguien y no tenerlo. El hombre se movió tratando de cubrir a la anciana mientras sus manos arrugadas se aferraban, juntas. El pánico se reflejaba en sus ojos cansados, pero estaba seguro de que no era el miedo por su propia muerte, sino por la de la mujer a quien protegía. Sentí que debía hacer algo, ellos no se merecían eso, aquellos ojos ancianos no debían reflejar temor… Entré y miré a la mujer primero, luego al hombre que se puso tenso.
—La llevarás al parque, toma —le ordené conectándome con su mente, inmovilizándola y borrando el miedo; le tendí unos doscientos dólares y el viejo los tomó boquiabierto mientras se enderezaba. Los recuerdos rozaron mi mente y pude ver que habían llevado una hermosa vida juntos, palpé el amor de aquella unión, me estremecí—. Cenarán en un restaurante lujoso junto al lago, esta noche, y se irán a casa. No recordarán nada de lo que están viendo, y seguirán amándose como lo han hecho hasta hoy. —Las miradas opacas me indicaron que obedecerían. Ellos iban a disfrutar de esa noche, y cuando fueran a la cama tendrían algo que yo nunca experimenté, el calor de un cuerpo amado. Apreté los dientes, pero ellos no se inmutaron. Ahora mismo podría hacer que saltaran de la terraza y aún así nadie sabría por qué. Luego de eso giré, abriéndome lugar en el pequeño ascensor, y encontré los ojos anonadados de dos mujeres y un hombre.
—Oh, ahora sé por qué le gustas a Sal. —Carim sonrió ampliamente mientras entraba junto a la pareja y me daba la espalda; mi pecho se calentó. ¿Le gustaba? Eso era bueno, un paso menos. Al menos eso funcionó como gasolina para mi cuerpo, debía tenerla de vuelta, un beso no era suficiente, aunque creía que una eternidad tampoco sería suficiente. Cuando todos entraron las puertas del ascensor se cerraron y la morocha habló.
—Eres todo un romántico, ¿quién lo diría Hero? —su voz sonaba burlona pero no le dije nada. No me importaba que ellas me vieran así, eran sus hermanas… yo debería aceptarlas al igual que ellas a mí.
—Por cierto, yo soy Carim y ella es Eva, conoces a Nicolás —dijo la rubia señalándolos. Noté cómo se forzaba por trasmitir tranquilidad en su voz, mientras el gato se revolvía en sus entrañas por salir. Cuando llegamos a la planta baja, el sol había despuntado y se filtraba por los preciosos vitrales de la entrada. El temor nos envolvió como una lengua de fuego, si ella estaba afuera en pocas horas estaría muerta. Debíamos encontrarla. Nuevamente pensé en Sal. Tan fuerte, tan guerrera, y a la vez tan frágil.
No, no ahora, me dije volviendo mi mente a su estado de entrenamiento. Debía estar alerta, ella me necesitaba concentrado y yo la necesitaba viva. Caminamos en silencio hasta la puerta; noté un estremecimiento en Carim y una mueca de dolor en Eva. Todos nos frenamos en seco. Compartí una mirada de temor con Nicolás, pero nos enfocamos en ellas.
—¿Qué pasa? —fue Nicolás el que la tomó por los hombros buscando su mirada.
—Sal se ha enfrentado a él. Sentí el dolor…
—Ha intentado entrar en contacto con nosotras, pero no logro ver nada —su voz sonaba fastidiada, y podía entenderla.
—¡Maldita sea!, toma —le dije a Nicolás y le tendí el teléfono de Sal. Nicolás lo estudió un segundo. Lo había tomado del piso cuando volví a la conciencia, Sal lo había dejado caer y yo simplemente no podía dejarlo allí. Ella lo extrañaría cuando volviera. Lo necesitaría. Nicolás lo miro extrañado.
—Me sorprendes guerrero, cada segundo que paso junto a ti me sorprendes y, por la diosa, sé que no es una simple actuación —su voz sonó áspera pero me percaté de la sinceridad de sus palabras—. Iré contigo. —Vacilé un momento y luego asentí levemente con la cabeza. Tal vez la presencia de Nicolás disipara la cólera de Mikela cuando me negara a meterme con ella en la cama.
—Buscaré a Mikela. Si ella coopera tendrán noticias pronto —respondí y comencé a alejarme sabiendo que Nicolás me seguía; debía tener el coche estacionado por la zona. Antes de que me colocara el casco insonorizado Carim volvió a hablar.
—¿Y si no coopera? —me monté en la Ducati y le eché un vistazo por sobre el hombro; solo con una mirada le advertí qué sucedería en ese caso, qué sería capaz de hacer con ella. En aquella mirada estaba volcado todo mi dolor, mi odio. No la perderé, me dije—. Tal vez ella sepa por qué el vampiro bebió del nefilim. Tal vez aquello le quite poder y podamos llegar a él más rápido —respondí.
—¿Crees que le podría dar algún poder al vampiro? —Nicolás me seguía de cerca. Sus temores se hacían eco en mi mente. Si el nefilim le daba algún poder al vampiro estaríamos en serios problemas. Una pregunta se coló en mi cabeza, acaso… ¿podría el vampiro matar al nefilim? Apreté los puños conteniendo la ira y el dolor.
—No lo sé, pero necesitamos saberlo, y si ella sabe algo… —la mataría si fuera necesario. No lo dije en voz alta, pero ambos sabíamos qué sería capaz de hacer.
Luego de eso me subí a mi vehículo y salí en busca de Mikela. El coche de Nicolás me seguía de cerca, aunque poco importaba, destriparía a Mikela si no nos ayudaba. Coaccionar era uno de mis fuertes, así que podría sonsacarle información y luego destripar a la muy perra sin que siquiera se enterara cuándo había dejado este mundo. Después de conducir casi una hora entré a la granja. El camino de grava me dio una rápida y brusca bienvenida levantando polvo a su paso. La figura de Mikela se asomó en la entrada de la vivienda. Llevaba un hermoso vestido de gasa que hubiera quitado el aliento a cualquier mortal e inmortal, pero ya no a mí. Había intimado con Mikela un par de veces, hasta darme cuenta de que era una bruja de mierda, traidora y embustera, que buscaba solo su beneficio. Era codiciosa y mezquina con los que tenía a su alrededor y, gracias a Vatur, yo ya no estaba en su lista. Detuve la Ducati cerca de la entrada, bajo un frondoso fresno que me guarecía de los primeros rayos; si no hubiera sido por la presencia de Mikela todo aquel sitio resultaría encantador. Nicolás estacionó su coche a mi lado. Bajé sin más y caminé hacia ella.
—Sabía que reconsiderarías mi propuesta cariño —dijo con aquella voz dulzona, empalagosa, mientras se frotaba las manos y sonreía de lado, intentando lucir seductora. Tan solo me limité a observarla y no comenté nada hasta tenerla a unos pasos. Ella era poderosa, cierto, pero yo también lo era, y más aún en el estado en el que me hallaba en ese instante—. Y bien, ¿qué prefieres? ¿La cama, el sillón, la mesa? —Ella levantó la vista y supe que observaba a Nicolás mientras se lamía los labios—. Oye… no sabía que te gustaban los tríos —dijo mordiéndose el labio y mirándolo.
Debería agradecerle luego a Nicolás por permitirme un poco de aire y que Mikela se fijara en el centinela pues eso me daba espacio para pensar. Apreté los puños, ignoraba si ella sabía algo de lo que había ocurrido con Sal; era muy poderosa, su imagen no se equiparaba a su poder, cualquiera que la subestimara estaría perdido, aunque cualquier insinuación suya sobre Sal hubiera hecho que Mikela cayera muerta allí nomás. Después de todo, era humana además de bruja y, como a todas, teniéndola a poca distancia y un poco distraída podría arrancarle el corazón y todo acabaría. Podría obtener su corazón en un soplido y contemplarlo latir en mi mano mientras goteaba, aunque en el fondo sabía que aquello hubiera disgustado a Sal. ¡Maldita sea! No sabía por qué ahora la opinión de la asesina me importaba tanto.
—Necesita… amos encontrar a un nefilim —murmuré entre dientes. Ella torció los labios en una mueca de repugnancia y volvió sus ojos hacia mí. Nicolás se detuvo a mi lado y no habló, dejándome llevar aquello adelante.
—¿Por eso estás aquí? —siseó mientras intentaba taladrarme con la mirada. Yo no respondí, dejé que la irritación la carcomiera mientras la observaba con rabia—. ¿Es por esa vampiro de la asociación, cierto? —La nota de asco se coló en cada letra que pronunció y estuve a punto de envolverle el cuello con las manos—. ¡Aggg…!, qué desperdicio. Ella nunca podrá hacerte lo que yo puedo, y lo sabes. —Tuve que contenerme para no atacarla allí, sin más. El corazón de Mikela latía con fuerza, a centímetros de mis manos, y de pronto me vi nublado por la sangre.
—¡No hables de ella de ese modo! —llegué a decir e intenté moverme para apretujarle el cuello, pero la mano firme de Nicolás me detuvo; su mano física nunca me tocó, pero allí estaba su agarre apartándome sin dolor en la muñeca, imprimiéndome poder para que no reaccionara. No sabía si era su energía o la mía la que me erizaba, pero estaba seguro de que Mikela también la podía sentir ya que poso su atención en él; mentalmente agradecí el gesto.
—¿Y tú, quién eres? —Mikela hizo un paso adelante colocándose frente a frente con el centinela; aún unos escalones más abajo Nicolás era más alto que ella. Se detuvo unos segundos a comérselo con la mirada para acabar acariciándole el cuello y luego la mejilla con un dedo.
—Soy un centinela…
Mikela volvió los ojos como platos hacia mí.
—¿Tú con un centinela? —dijo y lanzó una carcajada— no me lo creo —agregó sacudiendo la cabeza.
—Mikela —gruñí dejando que la advertencia se colara en el tono de mi voz— sabes como me pones.
—Depende cariño, ¿antes o después…?, porque conozco todos tus gestos, y creo saber cómo te pones —tragué y no sé si mi movimiento fue demasiado rápido, o simplemente Nicolás había decidido no detenerme, pero la tomé de la muñeca y tiré de su brazo haciendo que su rostro estuviera tan cerca del mío que nuestras narices se rozaron.
—Puedo hacerlo por las buenas, o por las malas…
—Sabes que siempre me gustaron la malas… —aquella voz empalagosa endulzó mi lengua y me dieron náuseas. Náuseas por haber tocado antes a aquella mujer, haberle permitido embobarme como lo hizo.
—Bien, he aquí el acuerdo. —Fue Nicolás quien habló. Mikela lo miró con desdén, como si estuviera interrumpiendo algo interesante. La solté de mala gana, ya que volví a sentir aquella mano transparente y llena de energía, esta vez sobre mi hombro; di un paso atrás e intenté mitigar el malestar en mi estómago. No sabía si podría soportarlo.
—¿Acuerdo? —preguntó ella con sorna—. ¿Dijiste acuerdo?
—Bajo las leyes de los asesinos y ante la presencia de la diosa Vatur, reina de las tinieblas y de los no muertos, se solicitan tus servicios —aquella voz congeló casi hasta el canto de los pájaros, incluso me pareció raro no ver caer a uno o dos muertos allí mientras volaban. Me volví para ver a Nicolás que leía por encima una nota que tenía en sus manos—. Se te concede el derecho de vagar por estas tierras —él se detuvo un momento dejando que las palabras cobraran sentido para la bruja. Observé por el rabillo del ojo a Mikela, que no parecía entender qué significaba todo aquello.
—¿Y si no acepto, centinela? —intentó sonar dura, pero noté la inseguridad en su voz.
—Por el poder que me concede el Gran Consejo, la diosa Vatur y la Asociación de Asesinos te condeno a la reclusión bajo muros invisibles, a vivir en esta casa por la eternidad, otorgándote la libertad para vagar dentro sin tocar o pisar la tierra de la Asociación.
Aquello me sorprendió al igual que a la bruja. Nunca había pensado que Nicolás tendría aquel poder, pero lo había subestimado. Mikela quiso moverse pero algo, invisible, la ataba al suelo. Me pregunté por un instante si aquella carta había sido escrita en algún tiempo para mí, aunque ya no importaba. La cara de Mikela se transformó al notar la fuerza de Nicolás y su determinación.
—Y… ofrecerás ayuda involuntariamente con los peligros que esto implique, sin caer los cargos de esto sobre ninguno de los implicados.
—No puedes hacer eso… —tartamudeó ella. La condena era de una perversidad increíble. No había nada allí que le diera ni un resquicio de libertad.
—Sí que puedo, y lo haré —sentí cómo la energía brotaba de él sin poder distinguir qué era. Tal vez fuera algo más que un centinela; aquel impulso energético era poderoso, antiguo, en gamas doradas y blancas, y casi podía palparlo como un líquido pegajoso pero agrio, como el olor que abunda en las viejas bibliotecas. ¿Rey? ¿Ángel? ¿Dios? Me quedé fascinado por aquello, tan vivo, brotando de él sin siquiera molestarlo. Hizo falta toda aquella espeluznante energía para lograr que, por fin, alguien lograra acallar a Mikela. Ella maldijo en voz baja y se fijo en mí.
—¿Dejarás que me haga esto? —se inclinó hacia mi lado, sus pechos apoyándose en mi cuerpo, enroscó los brazos en mi cuello y me susurró al oído—: Hero, sé que me quieres.
Sí, muerta, pensé e instintivamente di un paso hacia atrás. ¿Querer? ¡Ella ni sabía qué era eso! No tenía ni una mínima idea de lo que implicaba. La alejé con un solo movimiento. Mikela tambaleó cuando Nicolás la soltó de su red invisible y dio con su espalda contra el muro.
—Bien… lo haré —murmuró con desagrado cuando notó que no había peros ni letras pequeñas. Sabía que no podría hacer nada contra aquel hombre— aunque no diré más de lo que se me pida.
—Solo debes encontrar al nefilim.
—Sí, y a la perra que buscas… —siseó en mi dirección. Di un paso al frente, pero Nicolás se interpuso como un gran muro pues yo tenía los colmillos extendidos y podía sentir la energía fluyendo, llenándome, para destriparla.
—Cuidado… mucho cuidado, bruja —le advirtió Nicolás apuñalándola con la mirada; su voz sonaba amenazante—. Es de una de mis asesinas de la que hablas, podría usar tu poder aunque ahora te arrancara la lengua. —Mikela tembló ante la energía de Nicolás.
—Sí, aún así podríamos usarlo, además ten cuidado con esa lengua ya que es de mi mujer de la que hablas, ten mucho cuidado Mikela, puede que alguna vez me manejaras, pero ahora… —llegué hasta ella que me miraba con los ojos bien abiertos, y tironeé de su brazo— ahora mis promesas son más oscuras que las de Nicolás. Si haces algo para perjudicar a Sal, me suplicarás la muerte como un niño pide comida; no te mataré, solo te dejare desaparecer lenta y dolorosamente. —El horror se asomó a los ojos de Mikela cuando notó que lo dicho era verdad. Nunca mentía, y ella lo sabía bien.
—¿Has escuchado de un vampiro bebiendo de un nefilim? —Nicolás soltó aquella pregunta como un balde de agua fría. Mikela podía negarse a contestar, aunque no era estúpida como para arriesgar su miserable vida.
—¿Un vampiro de un nefilim? —Mikela lo pensó.
—¿Qué le daría al nefilim? —pregunté.
—Al nefilim, nada, al vampiro, tal vez más poder.
—La sangre de un nefilim lo haría más fuerte… —concluyó Nicolás un segundo antes de que ella continuara.
—No solo eso, centinela —sus ojos lo miraban con intensidad y en su voz se colaba la certeza de que sabía de qué hablaba—. Le dará la posibilidad de entrar en su mente, de dirigirlo, incluso podría dictarle cosas, como susurros que no podría evitar obedecer —mis ojos volaron hasta Nicolás y me sentí tenso. Aquello era malo. Si el vampiro quisiera tomar a Sal… la tendría en sus manos si podía entrar en la mente del nefilim. Podría manejarlo a su antojo, no sabíamos nada de él. No sabíamos qué tan joven era, si su mente no tenía las barreras suficientes para decodificar las órdenes estaríamos perdidos. O tal vez el vampiro lo sabía. Sabía que el nefilim iría por ella… pero la pregunta era ¿Por qué?
Nos miramos sin saber la respuesta.
—Vamos, no podemos esperar. —Nicolás la arrastró hasta su coche. Estaba feliz de no tener que llevarla conmigo. Aún ahora el recuerdo de Sal se aferraba a mí, me acariciaba el alma y calmaba a mi bestia.
Mía, Sal seria mía, el animal la quería, el hombre en mí la deseaba. Nicolás no había dicho nada de mi declaración, lo cual me relajó un poco. Al menos confirmaba que Nicolás no la quería como hembra. Eso era bueno. Ya con solo tener que destripar a un vampiro, un nefilim, y sumarle a Nicolás, que aún no sabía con certeza qué era, resultaba excesivo. Aunque igual lo hubiera hecho, si era necesario. Lo sabía. Sal, solo ella importaba. Si el nefilim la tenía y el vampiro podía llegar a ella… ¡Eso era mucho peor de lo que había pensado! La moto vibró bajo mi cuerpo y volví a sentirme en tensión. Debía encontrarla.